Lo que nos hace humanos y lo que significa para el aprendizaje

Por: Miguel Morales Elox

Un chimpancé está frente a dos tazones volcados boca abajo y sabe que, en uno y sólo uno de ellos, está escondida una fruta. Tú, un humano, sabes cuál tazón es y lo señalas con tu dedo índice. El chimpancé nota que estás señalando, y su mirada se posa sobre el tazón en cuestión, pero no se dirige hacia él. En cambio, tan pronto haces el gesto de correr hacia el tazón, el chimpancé sabe que es el que esconde la fruta y se esfuerza por ganártela. Michael Tomasello ha diseñado éste y muchos otros ingeniosos experimentos para investigar los alcances y los límites de la cooperación en homínidos. Según su interpretación de este experimento, lo que el chimpancé no entiende cuando señalas el tazón es tu intención de ayudarle a obtener la fruta. “No se les ocurre que el humano esté tratando de brindarles información útil—puesto que los simios se comunican siempre en imperativos—y, por eso, se quedan perplejos cuando señalas hacia uno de los tazones”. [1, p. 52]

Un propósito central de la investigación de Tomasello es develar cuáles predisposiciones son únicamente humanas y cuáles son comunes con nuestros parientes más cercanos, los homínidos (es decir, chimpancés, orangutanes, bonobos y gorilas). Ellos son capaces de realizar tareas complejas que requieren razonar y hacer inferencias sobre el mundo físico, de un modo similar a como lo hacen los niños humanos. En cambio, según ha encontrado Tomasello, incluso los niños humanos de 3 años de edad son capaces de cooperar entre sí de formas que los otros homínidos nunca desarrollan.

Incluso la cooperación del tipo más simple—dos individuos trabajando conjuntamente tras un fin común—requiere de habilidades que sólo se observan en humanos: la capacidad de comunicarse para brindar información y no sólo para dar órdenes, la capacidad para tomar la perspectiva del otro y ayudarlo a jugar su papel con éxito, y la tendencia por compartir de forma justa el beneficio del trabajo compartido. Los otros homínidos, en cambio, carecen de estos mecanismos que hacen sostenible la cooperación. Por ejemplo, en su hábitat natural, algunos chimpancés cazan en grupo a otros monos más pequeños. Aunque los chimpancés trabajan con roles diferenciados, el que captura la presa se queda con la mayor parte y, si algún chimpancé no obtiene nada, es menos probable que colabore en lo sucesivo. Los niños humanos desde 3 años, en cambio, tienden a persistir en las metas que han acordado conjuntamente y a dividir equitativamente la recompensa. Estas observaciones son especialmente interesantes porque, antes de esta edad, los niños aún no desarrollan un sentido de las normas sociales. Se trata, según Tomasello, de conductas innatas que son invariantes a través de las culturas y que apuntan, probablemente, a una fase temprana en la evolución del Homo sapiens.

Interdependencia para la sobrevivencia

La hipótesis de Tomasello es que, al diferenciarse de nuestro ancestro común con los demás homínidos, los humanos primitivos comenzaron a cazar y recolectar de forma esencialmente colaborativa. Fue en este contexto y bajo la presión por mantener la subsistencia del grupo que surgieron las habilidades cooperativas distintivamente humanas mencionadas arriba. Poco a poco, los humanos comenzaron no sólo a colaborar con otros durante la caza y la recolección, sino también a preocuparse por el bienestar de sus compañeros en todo momento, bajo la lógica de: “Si mañana vamos a salir a recolectar y mi mejor compañero está hambriento hoy, tengo que ayudarlo para que mañana esté en la mejor forma posible.” [1, p. 50]

Esta motivación por apoyarse mutuamente generó una interdependencia cada vez más fuerte entre individuos humanos, y la colaboración resultante jugó un papel en que ciertos grupos y especies sobrevivieran mientras otros se extinguían. La evidencia fósil señala, por ejemplo, que los Neandertal no colaboraban en grupos mayores que la familia extendida. En contraste, los Homo sapiens con quienes compartían el territorio eurasiático tendían redes de apoyo mutuo que incluían individuos de múltiples familias y que abarcaban miles de kilómetros cuadrados.

Desde luego, los humanos no son los únicos animales que forman colonias y se organizan socialmente de formas complejas. Pero, al menos en los demás homínidos, esta colaboración encuentra pronto sus límites. Los chimpancés, por ejemplo, forman “tropas” que comparten y defienden un territorio. Pero nadie ha observado a dos tropas vecinas de chimpancés colaborando para conseguir sustento en las fronteras de sus territorios. En cambio, sí se ha observado a machos solitarios de una tropa ser emboscados y asesinados por machos de tropas rivales. En resumen, “Los chimpancés no pueden hacer lo que sí hacen los humanos recolectores: acumular obligaciones sociales con sus vecinos como un seguro para los tiempos de vacas flacas”. [2, p. 68]

Los humanos son los únicos homínidos capaces de enseñarse mutuamente

Incluso antes de crear culturas y lenguajes convencionales (idiomas), los humanos primitivos adoptaron un estilo de vida fuertemente cooperativo. Según Tomasello, para entender qué nos hace humanos debemos comenzar revisando estas formas pre-culturales de cooperación. Experimentos como el que narramos al inicio muestran que los homínidos no humanos entienden comunicaciones—incluso gestuales—cuando tienen una función competitiva o imperativa; su comunicación es esencialmente competitiva. En contraste, nuestros ancestros humanos emprendieron una forma de vida tan fuertemente cooperativa que la comunicación imperativa resultaba insuficiente. Para colaborar exitosamente con un compañero durante la caza de un animal mayor—no digamos para tender redes extensas de colaboración—es necesario poder transmitir al otro información útil para él, tomando su perspectiva y anticipando cómo él podría interpretar esta información.

Los homínidos no humanos son capaces, por ejemplo, de aprender a romper nueces con una piedra luego de observar a otro simio ejecutar la misma acción. Pero ningún investigador ha observado a un simio enseñarle a otro una habilidad. Tomasello cree que la situación de enseñanza más elemental que uno puede imaginar—un individuo enseñando a otro una destreza útil para el receptor—es impensable en homínidos no humanos, porque ellos carecen de las bases mismas de las conductas de enseñar (la disposición de compartir información relevante para el receptor, desde su perspectiva) y aprender socialmente (la disposición del receptor por percibir esta información como dirigida a él, para su beneficio).

La posibilidad de aprender a través de otros tuvo consecuencias dramáticas para la forma humana de pensar. Como escribe Tomasello, “Tan pronto como los humanos primitivos comenzaron a vivir de forma colaborativa, tuvieron que entender e intercambiar las perspectivas de sus compañeros mediante la comunicación… y, de esta forma, los humanos adquirieron una forma de pensar inusitadamente flexible y poderosa. Ahora, en lugar de sólo tener su propia visión del mundo, los humanos modernos podían ver el mundo, al mismo tiempo, desde la perspectiva del otro. A diferencia de los simios, que sólo tienen la perspectiva ‘desde aquí’, los humanos primitivos tenían las perspectivas simultáneas ‘desde aquí y desde allá’” [1, p. 78, 79].

Y la escuela, ¿cómo puede aprovechar todo esto?

Así que tenemos buenas razones para creer que nuestra capacidad de cooperar entre nosotros es una característica que nos define como humanos. Gracias a esta capacidad, nos hemos adaptado exitosamente hasta colonizar casi cada rincón de la Tierra. Sin embargo, quienes trabajamos en la educación no podemos evitar cuestionarnos: ¿por qué, entonces, es tan difícil realizar el trabajo colaborativo en las escuelas? ¿Por qué, en los salones de clase y en los sistemas educativos, la colaboración es la excepción en vez de la regla? La paradoja es que nuestra capacidad de colaborar colectivamente nos lleva a crear instituciones reguladas de forma tan estricta que lo que ocurre dentro de ellas no siempre es colaborativo.

Desentrañar esta paradoja escapa los alcances de este texto. Pero sí aplaudiremos que la Escuela Nueva Mexicana reconozca que es posible y necesario brindar una formación que integre lo intelectual, lo emocional y lo social. Un reto pendiente es brindar las condiciones para realizar esta anhelada educación integral. El reto es urgente, porque las capacidades colaborativas únicas del humano no florecen sino en la presencia de un ambiente social colaborativo, y porque nuestro futuro como especie puede estar en juego.

Realizar ambientes colaborativos en la escuela no sólo brindaría a nuestros estudiantes una oportunidad óptima de desarrollar un pensamiento “inusitadamente flexible y poderoso”, sino también los equiparía con las herramientas sociales para navegar un futuro incierto en el que el destino de todas las especies quizá dependerá de decisiones tomadas colectivamente por humanos.

Cada escuela donde se realice el aprendizaje colaborativo será, en últimas cuentas, un espacio donde se rescate la humanidad presente—y, con suerte, futura—de sus estudiantes.

Referencias

[1] Tomasello, M. 2014. A Natural History of Human Thinking. Harvard University Press.

[2] Flannery, K. & Marcus, J. 2012. The Creation of Inequality. How Our Prehistoric Ancestors Set The Stage For Monarchy, Slavery, And Empire. Harvard University Press.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/lo-que-nos-hace-humanos-y-lo-que-significa-para-el-aprendizaje/

Imagen: https://pixabay.com/photos/mammal-primate-ape-animal-wildlife-3147635/

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Leontxo García: «Los niños que juegan al ajedrez obtienen mejores rendimientos en matemáticas y en comprensión de textos»

Argetina – España / 9 de diciembre de 2018 / Autor: Redacción / Fuente: Infobae

El periodista más prestigioso de habla hispana especializado en la disciplina analizó en Infobae los beneficios que la práctica genera en el desarrollo mental durante los años de escolaridad

Inteligencia emocional, pensamiento flexible, espíritu crítico, conceptos como lateralidad, psicomotricidad y concentración son algunos de los parámetros con los que, según diversos expertos, los niños podrían enriquecerse en la escuela gracias a la materia del ajedrez. Ese deporte tan complejo y con cientos de millones de variables tiene la capacidad de entretener a los más pequeños y al mismo tiempo alimentar su educación en campos como la matemática y la lengua.

El español Leontxo García fue jugador semi profesional y a lo largo de los últimos 35 años se convirtió en el periodista especializado en ajedrez más prestigioso de habla hispana. Cubrió para el diario El País uno de los grandes duelos de las leyendas Garry Kasparov y Anatoli Karpov en 1985 y todavía mantiene una columna diaria en el periódico ibérico.

Entre su rol como comunicador de los grandes eventos de ese deporte, García también se desarrolla, desde hace 15 años, como impulsor del ajedrez en el sistema educativo, tanto para escuelas primarias como secundarias. En los últimos días, el español arribó a la Argentina para participar de una iniciativa promovida por el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, en un intento de acercamiento de este juego a la educación.

El evento se realizó en el Centro Cultural Fontanarrosa de Rosario, adonde acudieron unos 150 alumnos pertenecientes al Plan Escolar de Ajedrez de la provincia de Santa Fe.

El ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, promovió la charla de Leontxo García en el Centro Cultural Fontanarrosa, en Rosario

El ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, promovió la charla de Leontxo García en el Centro Cultural Fontanarrosa, en Rosario

A su vez, el prestigioso periodista brindó una entrevista a Infobae en la que analizó los detalles el enriquecimiento académico que puede aportar el milenario deporte a los alumnos en una escuela.

—Si tuviese que darle a un padre razones de por qué un niño debería aprender a jugar al ajedrez…

—El ajedrez es una escuela de vida. Gran parte de lo que uno aprende en el tablero de ajedrez es transferible a la vida real, salvo que caigas en la obsesión, que es el pequeño riesgo que existe, pero que solo se produce en un porcentaje realmente muy pequeño. O sea, esa imagen de que los ajedrecistas están locos está tan extendida como falsa es. Si tomamos, por ejemplo, la lista de los 100 mejores jugadores del mundo y adoptamos una definición de loco muy flexible, yo creo que apenas encontraríamos tres o cuatro de ellos que podrían calificarse como personas muy fuera de lo común, digamos, extravagantes, por decirlo así. Por tanto, el ajedrez es una gran escuela de vida que desarrolla muchísimas habilidades, virtudes, valores, desde los niños de dos años hasta las personas de 102, porque también es un gran gimnasio mental para retrasar el envejecimiento cerebral, por ejemplo.

—¿Cuál es una edad recomendable para aprender ajedrez? ¿Y para poder jugarlo de una manera competitiva?

—Como herramienta educativa, se puede emplear desde los dos años. Ahora bien, como para jugar al ajedrez hace falta haber desarrollado la inteligencia abstracta, eso no ocurre salvo en los niños superdotados, hasta los cinco o seis años. A esa edad se pueden enseñar los movimientos de las piezas. Si usted quiere que su hijo o su hija sea uno de los mejores jugadores del mundo, tendrá que empezar a trabajar deportivamente antes de los 10 años porque el ajedrez, junto con la música y las matemáticas, es la disciplina que produce más niños prodigio. De alguna forma, la precocidad en el ajedrez es natural, y por tanto, insisto, si lo que quiere es convertir a esos niños en algunos de los mejores jugadores del mundo, hay que empezar antes de los diez años. Pero, y este pero va con mayúsculas, si usted simplemente quiere disfrutar del ajedrez o utilizarlo como herramienta educativa, social o incluso terapéutica en algunas aplicaciones, para eso vale absolutamente cualquier edad, cualquier nivel de inteligencia, cualquier tipo de persona.

Desde 2003, Leontxo García intenta acercar el ajedrez al sistema educativo

Desde 2003, Leontxo García intenta acercar el ajedrez al sistema educativo

—¿Qué valores adquieren, toman y aprenden los niños que tienen al ajedrez como materia en la escuela?

—Bueno, la lista de valores que desarrolla el ajedrez es tan enorme, que haría esta respuesta interminable. Así que voy a seleccionar la edad que creo que va a ser más llamativa para nuestros espectadores, que es la de los niños de 2 a 5 años. Utilizando una herramienta tan sencilla como un tablero gigante en el suelo y una música agradable que tiene una letra que, por ejemplo, enseña a mover los peones, hacemos que los niños sean las piezas. Usted es un niño de 3 años y yo le digo que como usted es muy valiente es un peón que solamente camina hacia adelante, nunca va hacia atrás. Entonces, le digo que esta es su columna y que tiene que esperar para poder jugar a que juegue primero su compañero. Fíjese de qué manera tan sencilla le estoy transmitiendo valores importantísimos a esa edad: lateralidad, psicomotricidad, memoria, concentración, atención, respeto por las normas, respeto por el compañero, diagonal, horizontal, vertical, control del primer impulso, algo importantísimo, no sólo para los niños sino también para los adultos en el siglo XXI. Con qué facilidad le damos al botón del celular o a cualquier otro dispositivo, y a veces cometemos errores por darle demasiado rápido.

En fin, hay una serie muy larga de valores que se transmiten a través del ajedrez a los niños de 2 a 5 años. Imagínese usted si vamos elevando la edad. Por ejemplo, en secundaria estaríamos hablando de tomar decisiones de forma razonada, pensamiento crítico, pensamiento flexible, importantísimo en un mundo como el que nos espera, dentro de solo diez años, donde buena parte de nuestros niños actuales, quizás más de la mitad, van a ejercer profesiones que hoy no existen. Y por tanto, eso requiere un pensamiento muy flexible y el ajedrez te obliga a tener flexibilidad de pensamiento porque en una partida, la posición, la evaluación de una posición puede cambiar mucho con una sola jugada de cualquiera de los dos. Y si uno está acostumbrado a que su cerebro funciona así porque juega al ajedrez con frecuencia, eso es transferible a la vida real.

Leontxo García es periodista especializado en ajedrez desde hace más de 30 años

Leontxo García es periodista especializado en ajedrez desde hace más de 30 años

—¿Cuánto le sumaron y cuánto le restaron al ajedrez histórico, al romántico, al tradicional el uso de las computadoras y la inteligencia artificial?

—La informática en general ha revolucionado por completo el ajedrez. El actual es muy distinto al que yo conocía, al que yo jugaba como jugador profesional. Para cosas buenas y malas. Es decir, ahora hay un peligro de que haya trampas con ayuda de computadoras. Yo puedo estar jugando una partida aquí mismo y tengo un auricular invisible metido en el oído, que incluso puede ser un auricular que pase sin ser detectado en los controles. Entonces, yo estoy conectado con un amigo mío, que es usted, y usted puede estar en su casa muy lejos de aquí, pero está siguiendo mi partida de ese torneo en directo por internet, con la ayuda de una máquina que calcula millones de jugadas por segundo, y me está soplando la mejor jugada en mi posición. Entonces, por eso hay detector de metales, hay inhibidores de ondas, por ejemplo, hay cantidad de medidas para prevenir las trampas en los torneos. Esa es la parte mala del progreso.

Pero claro, la parte buena es que cuando yo jugaba, si me invitaban a un torneo en Buenos Aires, y por ejemplo era un torneo de diez jugadores, para obtener información de mis nueve rivales, tenía que empezar a moverme meses antes por correspondencia, yo qué sé cómo, para conseguir partidas de esos jugadores en sus países, por algún contacto que yo tuviera, una revista. Ahora, escribo el nombre de cualquier jugador en mi base de datos, que tiene 6.600.000 partidas, perfectamente clasificadas, jugadas desde el siglo XV hasta ayer, y en muy pocos segundos tengo todas las partidas que ha jugado ese rival en toda su carrera. Y bueno, el ajedrez es el único deporte que se puede practicar por internet, o que se puede enseñar por internet con enorme eficacia. Todo eso es la parte positiva de la aplicación de la informática al ajedrez.

—¿Qué diferencias habría entre un niño que se formó en una escuela primaria o secundaria con clases de ajedrez respecto a un colegio en el que no pudo tener esa oportunidad?

—Según los estudios científicos que conocemos en diversos países, por ejemplo, estoy acordándome de España, Alemania, Reino Unido y Dinamarca, entre otros, los niños con quienes se ha utilizado el ajedrez como herramienta educativa desarrollan más su inteligencia en múltiples parámetros, incluida la inteligencia emocional, que es importantísima en el siglo XXI, y obtienen mejores rendimientos académicos en general y sobre todo en matemáticas y en comprensión lectora, que en muchos países de Latinoamérica son precisamente los dos ámbitos donde nuestros niños fallan más de acuerdo con el famoso Informe Pisa. El ajedrez incide exactamente ahí, pero además, como hemos comentado, desarrollan muchos otros valores.

Un último informe presentado en agosto por el Observatorio Argentino por la Educación titulado «Radiografía de los aprendizajes de Matemática en Argentina» reveló que el 69% de los alumnos argentinos tiene problemas para resolver operaciones sencillas y, en el plano internacional, los estudiantes locales ocupan los últimos puestos. A su vez, en las pruebas PISA 2012, las últimas en las que el país participó con una muestra válida, Argentina quedó en el puesto 59 entre 65 sistemas educativos que participaron

—Alguien que vive del ajedrez de un modo profesional, ¿cuántas horas y cuántos años necesita mantener a este ritmo de estudio para estar entre los cien mejores del mundo?

—Alguien que está entre los cien primeros del mundo tiene el tablero en su cabeza como una especie de idioma materno 24 horas al día. Por supuesto, a partir de ahí ya varían los métodos. Hay algunos que llevan un entrenamiento sistemático de ocho, diez o 12 horas diarias, dividiéndolo entre las aperturas, es decir, la primera fase del juego, la estrategia, la táctica, la técnica, de las posiciones finales con pocas piezas, la preparación psicológica, la preparación física, todo eso es importante. Y luego hay otros, como el actual campeón del mundo, el noruego Magnus Carlsen, que huyen de cualquier planteamiento sistemático pero están 24 horas al día con el ajedrez conectado y pueden estar caminando por la calle y están pensando en el análisis de una posición que no resolvió ayer y de pronto está caminando por la calle y se le ocurre una jugada genial. Claro, pero es un genio y es el campeón del mundo.

Fuente de la Entrevista:

https://www.infobae.com/sociedad/2018/12/04/leontxo-garcia-los-ninos-que-juegan-al-ajedrez-obtienen-mejores-rendimientos-en-matematicas-y-en-comprension-de-textos/

ove/mahv
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