Simón Rodríguez y la Escuela Social

Por: Néstor Rivero/Aporrea

PALABRAS INTRODUCTORIAS.-

La elaboración de un pensamiento educativo para la transformación de la sociedad no puede ser divorciada de una visión política del mundo y la sociedad, lo cual de suyo conduce a una perspectiva del hombre y la mujer que tras pasar en su edad infantil por los pupitres, ha de habitar adulto ese mundo que ahora percibe desde abajo, debiendo integrarse a uno y otra, como sujeto de derecho.

Y Simón Rodríguez comprendió con toda claridad dicho reto, así como los escollos que habría de afrontar de seguir adelante con su propósito de reforma profunda del tipo de escuela, la que, luego de culminado el ciclo bélico de la Independencia suramericana y caribeña, habría de sustituir aquella que formó al súbdito colonial y su orden de castas, procurando que emergiera uno genuinamente republicano. La Independencia una vez alcanzada como efecto de las armas y como hecho político, debía ser coronada en la dimensión de los espíritus y las mentes. Hacia allí apunta la irreverente propuesta educativa y social robinsoniana. Y para llevarla adelante no escatimó el antiguo Maestro del Libertador, someterse al menosprecio de quienes, a excepción casi única de Bolivar, asomaban -en cada parcela del continente que se emancipaba tras Boyacá, Carabobo y Ayacucho-, como conductores de la nueva institucionalidad postcolonial, su gendarme ria interna y su pupilaje cultural y educativo.

De allí que persistan asuntos todavía no saldados en Nuestra América y específicamente en la Venezuela que se construye Bolivariana desde los inicios del actual siglo XXI. El primero de todos es el que atiende a la noción de «Escuela Social» propugnada por Robinson en sus ejecutorias. Igualmente, la escuela-taller, aquella que enseñaba a pensar y hacer, más allá que el mero cultivo de destrezas reducidas al acto de dominar la lectura y escritura y operaciuones aritmeticas basicas, objetivos que si bien reconocía el Socrates de Caracas, resultaban insuficientes para el surgimiento del republicano que demandaba la sociedad republicana. Están llamados también los educadores de esta porción del orbe hoy, a reflexionar y tomar posición, respecto a la nada inocente solicitud que hizo Rodríguez acerca de dar promover el desarrollo del «Niño Preguntón». Todo cambio profundo de un tiempo histórico que conduzca a uno distinto que se proclama Revolucionario, debe abrir todas las compuertas a la vocación inquisitiva del niño. De no ocurrir así se castra, se estanca y retrocede frente a las fuerzas de la tradición y el oscurantismo, la potencialidad revolucionaria y transformadora de una sociedad que corre los riesgos de perpetuarse en sus estructuras de dominación a través de las nuevas generaciones que han de suceder a las contemporáneas, o por el contrario, haciendo de estas, agente de la irreversible continuidad de ola de cambios surgida en Venezuela a partir de 1999. De este modo, la edificación de nuevas estructuras de convivencia, de democratización en los canales e instancias para le construcción y circulación del conocimiento, y para la máxima masificación posible de los instrumentos de difusión del saber acumulado en un tiempo histórico, así como de los instrumentos de construcción del nuevo conocimiento científico-tecnológico y humanista, encontrarán cauce, de modo que la formación de personalidad se inserte en proyectos que integran la mayor suma de felicidad posible respecto a cada individuo en particular, con la mayor suma de contribución social que cada particular pueda hacer en la empresa de regenerar la sociedad a partir de supremos valores de ética, felicidad y dignidad humana. Y en pos de tan loable propósito hoy inconcluso, alcanza su plena vigencia el llamado de Rodríguez a permitir que los Niños sean Preguntones, pues de allí, del Niño Preguntón, ese que no se siente aplastado ante la violenta impugnación del maestro de escuela, o del padre o madre en el hogar «Deja de hacer tantas preguntas», «No fastidies tanto» «Ve a jugar al patio» u otras contestaciones de este tenor. De la importancia del carácter de Pregunton del Nino, y que descubrió Simón Rodríguez, no se percata todavoia el grueso de los adultos contemporáneos. Es un rasgo de premodernidad y patriarcalismo que permea la naturaleza de clases toda la sociedad en esta porción del globo de Nuestra América y que se observa en diferentes latitudes. Se desconoce por lo tanto, que de dicho perfil de Niño Preguntón, ha de brotar el Joven Curioso, uno que se intriga y busca explicaciones ante todo fenómenos de la naturaleza y la sociedad y espera respuestas sensatas, al margen de la supercheria y lo pomposo d ellas generalizaciones. El Joven Curioso, es uno en quien los «POR QUÉ» de la primera infancia, se han transformado a partir de la exacta guiatura -si se permite la expresión. del «Maestro Contestador», aquel que responde en los mejores y amistosos términos, en nada Castrador del impetu cognitivo de los niños y estudiantes-, en vocación para la búsqueda sistemática de la verdad moral, científica, política y de cotidianidad. Y el Joven Curioso se convierte, en virtud de la sola inercia de dicho atributo respecto al cual ha encontrado adecuado cauce, en un Adulto Investigador, uno que todo lo ha de escrutar con los ojos del científico, y cuyo tipo ha de proveer las cohortes de científicos, tecnólogos e innovadores que cada nueva época demanda para la construcción del desarrollo y su sostenibilidad, en todo país organizado, al paso de las décadas. Hasta aquí algunas consideraciones preliminares respecto a la portentosa figura transformadora de Simón Rodríguez, quien al igual que Simón Bolívar, tiene mucho que hacer y decir en América todavía.

El Autor

I.– ¿QUIÉN LO FORMÓ?.- El 28 de octubre de 1769 nació en Caracas Simón Rodríguez Carreño, pedagogo original cuyas ideas han influido a lo largo de dos siglos en los proyectos de transformación del sistema educativo venezolano y nuestroamericano. Simón Rodríguez falleció el 28 de febrero de 1854 en la localidad peruana de Amotape, situada al norte del Perú y a doce metros sobre el nivel del mar. En 1954, con motivo del centenario de su muerte. sus restos fueron trasladados al Panteón Nacional de Caracas.

¿Cómo surgieron en la mente de Simón Rodríguez esas idas luminosas que desde sus tempranos veintitres años quedaron registradas en sus Seis Reparos a la escuela colonial, bajo el titulo de ‘Representación al Ayuntamiento’. El genio del joven maestro, su naturaleza inquisitiva y devoción a la verdad y la ciencia, resultaban indóciles para los canones y prejuicios imperantes dentro de una sociedad de castas, a que respondian las autoridades coloniales, adversas a toda innovación. Así, Simón Rodríguez debió ingeniárselas para que a sus manos llegase algún ejemplar de los textos ilustrados que desde Europa y Estados Unidos ingresaban de modo subrepticio a los puertos venezolanos, y que exponían teorías subversivas, como el derecho de toda persona a la instrucción, y el carácter científico con que debía ser ejercido el magisterio. Por cuenta propia, y con muy pocas personas con quienes discutir en la Caracas gobernada por Pedro Carbonell -el mismo que persiguió y enjuició a los complotados que se unieron a Manuel Gual y Jose Maria España para establecer una República con igualdad, sin diferencias de castas, y con absoluto acceso a la educacion, sin las restricciones y dogmas que dominaban en la Caracas colonial, en la cual apenas una parte dela población blanca disfrutaba efectivamente, del derecho a cultivar el conocimiento hasta llegar a la universidad-. Rodríguez se hizo abanderado, aunque sin conexión directa, con el pensamiento de ilustración y la reforma social proclamaba por la Revolución Francesa, cuyos adalides por aquel tiempo en que redactó sus Reparos imponían, con la decapitación de Luis XVI y la abolición del régimen feudal, pavor en las testas coronadas del Viejo Continente, e igualmente en las mentes mantuanizadas y reverenciales de la Caracas colonial. Si bien no existe registro de las amistades con que pudo alternar el veintiañero Robinson en la Caracas de 1793, resulta indudable que debió encontrarse en tertulias ilustradas de la ciudad, con viajeros que a su paso por la Colonia, lograban romper el cerco oscurantista de los claustros y las reales órdenes. Se sabe que en las postrimerías del período colonial en casas de algunas familias mantuanas se celebraba con cierta asiduidad reuniones para comentar entre tazas de chocolate, obras literarias que llegaban de España, Francia, Inglaterra o EEUU. Obras estas entre las que circulaban varias, si no todas, que habian sido inscritas en el Index patrocinado por el Santo oficio, penandose en consecuencia su lectura con serios castigos al infractor. De allí que el joven Simón Rodríguez al presentar ante el ayuntamiento de Caracas sus Reparos, mediante los cuales objetaba el modo en que funcionaba la escuela municipal de la ciudad, y en la cual se desempeñaba como Maestro, mostraba un pensamiento original y, de carácter subversivo respecto al orden cultural que dominaba la enseñanza de la Capitanía General. Dichos Reparos le permitieron demandar de la autoridad municipal, se eliminase la segregación entre niños blancos, pardos y morenos, expresando el joven Maestro inclinación a nuevas tendencias de las cuales otros educadores y tutores de imberbes, como José Antonio Negrete, Fray Francisco de Andújar, Guillermo Pelgron y el entonces jovencísimo humanista Andrés Bello, jamás se habrían hecho eco, por el escándalo a que aquellas tesis podían exponer a sus patrocinadores. De este modo podría concluirse con poco riesgo de errar, sugiriendo que la originalidad de sus prácticas educativas y la formación intelectual de Simón Rodríguez, debió resultar, ademas de su natural talento como hombre de ideas, del impacto de tertulias con viajeros ilustrados que arribaban a Caracas, y con personalidades criollas como Manuel Gual, José María España, algunos miembros de la familia Bolívar y los Palacios, algunos hijos del Conde de Tovar, especialmente su contemporáneo Martín Tovar Ponte, figuras que accedían a ideas y escritos perseguidos por la autoridad colonial, aunque para 1793, carecian del impulso y la circunstancia descolonizadora que eclosionó en la Caracas del 19 de abril de 1810. Y también fue producto el pensamiento revolucionario de Rodriguez, de sus lecturas de corte roussoniano en educación, en conexión con el programa que el filósofo ginebrino, ofrece en su libro «Emilio o de la Educacion». Muy temprano Simón Rodríguez proclama la necesidad de una educación de sentido social, que contribuya a la superación del atraso, la ignorancia y la superstición, ideas estas que, por cierto, ha de inculcar a su pupilo el niño Simón Bolívar durante el lapso en que este estuvo residenciado en la casa del Maestro quien ejercía como su tutor legal. Y muy rousonianamente, Rodriguez postulará que a los niños hay que permitirles una amplia franja de esparcimiento, y que hace muy bien el Maestro que busca amistarse con aquel, conociendo cuáles son sus pasatiempos preferidos. Así, sosténgase con la evidencia conocida, que Simón Rodríguez fue un autodidacta que supo asimilar cuanta oportunidad de cultivar saberes estuvo a su alcance, y cuanto libro con ideas distintas a las consagradas durante tres siglos de regimen colonial, llegaba a sus manos.

II.– ILUSTRACIÓN Y ORIGINALIDAD.- En un lenguaje de extrema sencillez Juan David García Bacca tributa un homenaje conmovedor al genial educador caraqueño cuando, en exégesis de una expresión del Libertador asienta «tomando nosotros en serio, como lo hizo el Libertador, la palabra ‘Maestro’ ¡qué lecciones podemos y debemos aprender de uno que fue unidad de persona, Sócrates, filósofo cosmopolita y el hombre más extraordinario del mundo?» [Simón Rodríguez. Filósofo y cosmopolita», ediciones UNESR].

Sin temor a equivocación puede afirmarse que si bien la raíz del ideario social y educativo del maestro del Libertador tiene sus anclas en la Ilustración, especialmente en Juan Jacobo Rousseau, el caraqueño desarrolló ideas originales que trascendían la de por sí original y muy hermosa reflexión del autor del ‘Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres’ al incursionar en el significado y los métodos de la educación y su relación con la sociedad. Si bien la raíz del ideario social y educativo del maestro del Libertador tiene sus anclas en la Ilustración, especialmente en el pensador ginebrino. Las extensas caminatas que Rodríguez adelantase hacia 1805 por las rutas de París, Viena y Roma con su joven pupilo Simón Bolívar indican que era ferviente partidario de los métodos preconizados por Juan Jacobo Rousseau para enseñar. Al aire libre: en medio de la naturaleza deben dictarse las clases de ciencias naturales, el orden de los vegetales, las clases de animales y los cambios del clima, y dicha actividad fisica se ha de practicar como ejercicio reflexivo. Muchos han visto en Bolívar el «Emilio», el discípulo virtuoso cuya formación fue trazada por en su magistral tratado pedagógico por el ginebrino. Sin embargo, el Emilio suramericano, sin se quisiese hacer el símil con la formación del Libertador en etapa de infante y púber, cubrió propósitos de tan largo alcance, que dejan atrás el perfil diseñado en la formidable obra de Rousseau.

III.– EL CAMBIO Y LOS TRADICIONALISTAS.- La derrota militar definitiva de los ejércitos coloniales de España en América tras Boyacá, Pichincha y Ayacucho y el establecimiento del sistema republicano, no bastaron para erradicar la pesada herencia cultural del régimen colonial en los pueblos recién emancipados. Cuando, no obstante haberse libertados las manos, como decía Bolívar en su ‘Discurso de Angostura’, se mantenían encadenados los espíritus, resultaba muy difícil que la mayoría de los letrados que habían trabado alguna amistad con Rodríguez en su juventud, o que tenían algún conocimiento acerca de sus insurgentes proyectos de escuela social, acogiesen como uno de los suyos al eterno subvertidor de aquel conjunto de mitos y creencias que aseguraban a muchos la relativa tranquilidad del siervo obediente. Y la parábola resulta pertinente para examinar el ayer, e igualmente el tiempo de hoy, respecto al grueso número de formadores, que repiten de modo acrítico contenidos que funcionan como instrumento reproductor de los modos coloniales y de aceptación del orden desigual en la historia de las sociedades, heredados del pasado, y que por lo tanto, operan como instrumentos para la reproducción de los viejos modos de concebir y cumplir la función de la escuela en el nuevo marco de una sociedad que edifica sus perfiles en tiempos de Revolución.

De este modo, tras regresar de Europa en 1823, Robinson casi se empobrece completamente, patrocinando con su modesto peculio una Escuela-Taller que había comenzado a funcionar bajo su dirección en Bogotá, capital de la Gran Colombia. A finales de aquel año marcha al Perú luego de hacerlo llamar el Libertador, a quien acompañara en su espectacular gira triunfal de 1825 por el Alto Perú (Bolivia), donde el Padre de la Patria le deja como encargado de la Secretaría de Educación de la nueva República de Bolivia. De dicha función cse verá retirado por desaveniencias con el prefecto de Cuzco. Este, temeroso de la reacción conservadora en dicha región altoperuana -originada enla decision de Rodríguez de destinar para la instrucción de los niños, fondos que hasta entonces se aplicaban a una orden religiosa, hace llegar queja ante el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio Jose de Sucre, por entonces Presidente del nuevo Estado, Bolivia. Sucre confirma la renuncia presentada por el eterno subvertidor de la enseñanza. Ya Sucre había recibido otros reclamos de las «familias de bien», cuya mentalidad feudal les llevaba a objetar los métodos que empleaba el Maestro, de inspiración roussoniana. Se dice que en una ocasión, dictó una clase sobre el esqueleto humano, despojándose de la camisa para indicar los huesos del cuerpo. Prácticas como ésta horrorizaban la mentalidad ultraconservadora en ciudades como la Paz y Chiquisaca. No la tuvo fácil el caraqueño, quien desde meses antes de partir de Bolivia se quejaba con amargura del abandono en que se sentía tras el regreso del Libertador a Lima y la Gran Colombia en 1826.

IV.– LA LÚCIDA VEJEZ.- Carlos H Jorge en ensayo sobre el inquieto pensador y cosmopolita caraqueño, evoca la vista que a éste hiciese «Un ilustre viajero, llamado Luis Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez en El Almendrón, un barrio del Valparaíso, el viernes 29 de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario: ‘Don Simón estaba reducido a la mayor escasez. Después de tantos viajes y estudios que habían consumido su fortuna, el pobre hombre se hallaba condenado a no salir de su casa, porque no tenía más que una chaqueta, un pantalón de tela grosera y el viejo sombrero que llevaba cuando le vi. Ni siquiera podía tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba cuatrocientos. El origen del descrédito y abandono en que había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días como si los hubiera tenido de una europea de pura sangre’. En una reflexión orientada a desvirtuar el tratamiento que da Alfonso Rumazo González a la relación sostenida por Rodríguez con las mujeres a lo largo de su existencia, Jorge refiere que «en un pasaje sin igual nos indica el filósofo cómo son tratadas las mujeres en la tierra y por qué razón han tenido que ir a refugiarse en el cielo», citando un razonamiento que en el más puro estilo robinsoniano. ‘Porque nada importa que haya injusticias de a cuatro o de a seis reales; aunque a esa suma se reduzca todo el caudal de una vieja, ¿Si la demanda no alcanza a cubrir el papel sellado ¿cómo se practicarán las diligencias? (preguntan). La RAZON! es poderosa porque la Justicia se pesa». [Las mujeres de Simón Rodríguez].

De otra parte, Paul Marcoy [Fuente: http://carloshjorge.blogspot.com] un viajero francés a quien -Rodríguez- ofrece hospitalidad por una noche, relatará sus impresiones en un libro de viajes publicado años más tarde. El Maestro vivía –según Marcoy- en una choza en compañía de una «india», y se dedicaba a la fabricación de velas de sebo»[32]. El relato del viajero galo, transcrito por Alfonso Rumazo Gonzalez en la pág. 170-172 de su obra «Simon Rodriguez», informa que el viejo Maestro caraqueño estando en Bolivia, partió desde Oruro con rumbo a Arequipa (Perú). Durante el trayecto hace un alto en la localidad de Azángaro, todavia en tierra boliviana. El filósofo invita a pasar al también viajero. El francés recuerda, entre otras cosas, el buen trato del maestro y de la india-criada: «No fue necesario que repitiera su proposición y, cruzando la tienda detrás del lonjista, penetré en la habitación inmediata al mostrador, la cual me pareció a la vez servir de cocina, de laboratorio y de alcoba… Una india acurrucada delante del hogar preparaba una cena cualquiera, que mi patrón me invitó a compartir con él (…) Nos sentamos uno frente a otro delante de dos tablas, colocadas sobre otros tantos banquillos, que hacían las veces de mesa, y la india nos sirvió algunos pedazos de cecina y una sopa con pimienta. Para beber diónos agua fresca de la fuente, cuya crudeza atenuamos con algunas gotas de tafia. Durante la cena, mi patrón dio órdenes a su criada para que se cuidase igualmente del arriero y de nuestras monturas». Pudiera el lector de este tiempo de igual creciente entre el hombre y la mujer o paridad de género, percibir en Robinson algunos gestos propios del patriarcalismo, cuando a su mujer le hace servir la mesa, absteniendos él, de ejecutar labores domésticas, empero también puede considerarse que Rodríguez actuaba de este modo, respecto a la criada indigena -y posiblemente la madre de sus hijos-, por motivos de salud ya en los años del deterioro por la vejez andariega.

Haciendo velas Rodríguez en su vejez aspiraba iluminar los bordes de la indigencia en que por momentos se veía, y enseñar con dicho oficio a los pueblos que le vieron, a iluminar sus almas con el estudio y constante ejercicio del entendimiento. Carlos H Jorge en ensayo sobre el inquieto pensador y cosmopolita caraqueño, evoca la vista que a éste hiciese «Un ilustre viajero, llamado Luis Antonio Vendel-Heyl, profesor durante varios años del Colegio Luis El Grande de París, visitó a Simón Rodríguez en El Almendrón, un barrio del Valparaíso, el viernes 29 de mayo de 1840. Dejó asentado en su diario, respecto al gran educador (…) Ni siquiera podía -Rodríguez- tener el consuelo de publicar el fruto de sus meditaciones, el resultado de sus observaciones a que lo había sacrificado todo. No encontraba ni editor, ni suscriptores para sus obras. Sólo pedía cinco reales por entrega, y aun así no había podido reunir doscientos suscriptores y necesitaba cuatrocientos. El origen del descrédito y abandono en que había caído eran sus relaciones ilícitas con una india, de que había tenido dos hijos a quienes amaba y que regocijaban sus viejos días como si los hubiera tenido de una europea de pura sangre».

V.– VELAS DEL PENSAMIENTO.- La institución educativa concebida por Rodríguez se inscribe en una visión de Estado que persigue desde la escuela, regenerar la condición y los modos en que los seres humanos se organizan en sociedad, puesto que el filósofo-educador propende a la igualdad material en las condiciones de inserción que se ha de ofrecer a cada individuo respecto a los medios de consecución de bienestar. Pugna el reformador caraqueño por la creación de Repúblicas, en los territorios recién emancipados de España entre 1819 y 1824, en las cuales las diferencias de credo, color de la piel o de procedencia social en orden a la propiedad de la riqueza -cuya hegemonía cuestiona-, en ningún caso den pie a la segregación, la desventaja, o que se burle la igualdad práctica entre los integrantes del cuerpo social, como sucedía, pese a las constituciones formales en la Europa y Norteamérica de la revolución Industrial. Tiempos en los que en Nuestra América se impuso la alianza entre castas oligárquicas, comerciantes, casas importadoras metropolitanas y generales victoriosos del ciclo bélico. Dicha alianza impediría medidas prácticas que diesen cumplimiento a derechos sociales como el trabajo, la salud y la educación. La propuesta robinsoniana de regeneración de la sociedad atiende, en el marco de la historia de las ideas, al socialismo utópico que prosperó en Europa a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX con gestores como Henry de Saint-Simon y Robert Owen entre otros.

Rodríguez postula la Escuela Social, a la cual debían asistir todos los párvulos, indiferentemente de su procedencia social. Se trata de una escuela que dé a todos la igualdad de condiciones para el aprendizaje: todos los niños de la República recibirán el mismo programa, se alimentarán en el horario de la escuela y ejecutarán las mismas labores manuales e intelectuales. Y ello exige la extinción de circunstancias oprobiosas como la esclavitud del ni;o negro, y de taras y costumbres que afectaban al infante pardo, o las reverenciales originadas en la Colonia como aquella que imponía a peones y esclavos inclinar su cabeza cada vez que se topaban con un mantuano; o la prohibición de transitar por la Plaza Mayor que pesaba sobre las castas oprimidas. Así, Simón Rodríguez construye un discurso donde acomete el foco ideológico de la desigualdad, al someter a juicio dos fundamentos del orden establecido, la libertad personal y el derecho de propiedad. La primera se alega, según Robinson- «para eximirse de toda especie de cooperación al bien general (…) para vivir independientes en medio de la sociedad. el segundo para convertir la usurpación en posesión».

Y esta escuela que articula la potencialidad manual e intelectual del individuo, y acompaña los elementos de la realidad que configuran el plan de aprendizaje con una rigurosa formación moral y ciudadana -destinada a afirmar el principio de la igualdad en la sociedad-, al querer hacerla obligatoria para todos los niños de la República, encontró el escollo de los prejuicios e intereses de las castas dominantes en aquella Suramérica que emergía de la Guerra de Independencia. Los grandes propietarios la tierra y sectores urbanos pudientes, además del sector ultraconservador del clero de entonces se coaligarían para hacer fracasar con sus violentas campañas de opinión, reformas que, como la escuela-taller, impulsó Rodríguez en Bogotá, Chuquisaca, y las localidades de Ecuador y Perú donde se estableció para alumbrar con las velas del pensamiento. Poco antes de partir de Bolivia, y tras abandonar el cargo de Director General de Enseñanza que ejercía desde 1825 por designación del Libertador, Rodríguez escribirá el 4 de septiembre de 1826 «Hay ideas que no son del tiempo presente, aunque sean modernas; ni de moda, aunque sean nuevas. Por querer enseñar más de los que todos saben, pocos me han entendido; muchos me han despreciado y algunos se han tomado el trabajo de ofenderme».

VI.– ANONADAR CON ELOGIOS.- El tratamiento que en su correspondencia dio de modo permanente Simón Bolívar a su maestro de infancia -y mentor en los años de viudez que el entonces veintiañero Simón Bolívar transcurrió en Europa entre 1804 y 1806-, expresan un nivel de estimación y afectos que sólo se registra en su correspondencia con Antonio José de Sucre. Ninguna otra personalidad -salvo excepcionales deferencias hacia el Abate de Pradt o José Joaquín Olmedo-, recibieron del Libertador tal cantidad de epítetos honrosos. A Sucre le dedicó un panegírico publicado en forma de escrito biográfico en 1825, donde la coloca en el estrado de las deidades homéricas «La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú rotas por su espada». Y si en el Gran Mariscal de Ayacucho veía Bolívar al continuador de su obra como estadista y reformador de la política, en Rodríguez valora al inspirador de las luminosas ideas que le animaron en su años de joven viudo radicado en Europa, a escalar en Roma la cima del Monte Aventino de Roma, para dotar su vida futura, mediante glorioso juramento, de un significado de trascendencia y búsqueda de la gloria, al acoger para si el propósito de conducir mediante la hazaña y la práctica de la justricia, la empresa de dar su Independencia a Suramérica. Así, en su años de mayor esplendor como hombre de pensamiento, Bolívar titula a su viejo maestro, Robinson, como el «Sócrates de Caracas» y «el hombre más extraordinario del mundo». EpÍtetos que consagran el reconocimiento en grado eminente de los méritos del pedagogo, andragogo y reformador social caraqueño. Nadie duda hoy que Simón Rodríguez ha sido el fundador del pensamiento social de la educación en la Suramérica del siglo diecinueve, pensamiento con proyeccion hasta el presente siglo XXI. Y y su obra contituye lectura obligante para quienes se propongan encontrar explicacion en torno a la continuidad del proyecto que pugna por construir en la America de habla hispana y lusitana y caribeña, un modelo de sociedad humanista.

Mucho antes de que en la América hispana y en la Caracas colonial se conociese el ideario iluminista de la Educación o siquiera las enseñanzas del educador español Alberto Lista, introductor dentro de la Península, durante las postrimerias del siglo XVIII, de las primeras ideas afrensadas (o ‘jacobinas’ al uso de su época), en el campo de la educación, y mucho antes de que «El Emilio» de J J Rousseau, inspirase a los primeros núcleos de institutores reformistas del tiempo republicano en Suramérica, un plan para una enseñanza universal al modo en que fue plasmado por el letrado francés Nicolás Condorcet, o tal como se lee en las ‘Cartas ginebrinas’ del utopista Henry SaintSimon, un caraqueño, cuya edad oscila entre los 23 y los 24 anos, presentaba ante las autoridades municipales de la capital un escrito reformador -al cual ya se ha aludido en el presente trabajo- ante cuyas audaces ideas no encontraron mejor manera de contestar las autoridades locales, que depositan dolo en uno de los archivos del ayuntamiento caraqueno, en espera de otro momento para su examen, momento que nunca llegaría durante la vida de Simón Rodríguez. El valioso texto será rescatado e mediados del siglo veinte, gracias a la acuciosa labor de algún cronista de la ciudad de Caracas, maravillado por la grandiosidad del contenido.

El año en que Rodríguez escribe y presenta sus «Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras en Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento», 1794, se inscribe dentro de la década de conspiraciones e insurrecciones programáticas, anticoloniales y antiesclavistas de la Capitanía General de Venezuela y entre las que destacan el levantamiento capitaneado en 1795 por José Leonardo Chirino en la Provincia de Coro y la conspiración de mayor densidad ideológica, orquestada y develada en 1797 en las ciudades de Caracas y La Guaira bajo la conducción de José María España y Manuel Gual. Así, el joven educador cuyo carácter ya para la época se avenía con los principios de aquel complot emancipador y libertario, se verá obligado a exiliarse poco después de develarse el movimiento subversivo, por las sospechas que sobre su persona recaían respecto a su posible relación con los organizadores. En la misma década, en 1799, se develaría un nuevo complot, esta vez en Maracaibo, orquestado por el subteniente de pardos Francisco Javier Pirela. Tal fue el ambiente de subjetividad política que rodeó la labor institutora de Simón Rodríguez y dio pávulo a sus convicciones republicanas como educador inconforme con el orden de cosas que le rodeaba en su ciudad natal. Y si bien dichas iniciativas revolucionarias fracasaron en lo coyuntural, de otra parte recogieron el programa de largo aliento de las clases y sectores desposeídos, programa que mantendría su vigencia al paso de dos centurias. Y si bien Rodríguez no concibió su rol histórico como hombre de armas, sí asume la invaluable contribución que le corresponde hacer una vez culminada la fase bélica de la Independencia. Y para ello sale a prepararse en otros escenarios de academia y cultura. Desde su atalaya en Europa debió afirmar sus ideas en torno a la necesidad de transformar la estructura social y la educación de castas que separaba al hijo del blanco del hijo del pardo y el del esclavo, Sistema social, el de castas, que entre 1813 y 1818 desembocó como se sabe en la Guerra a Muerte. Y el mismo Simón Rodríguez a partir de 1824 desde el sur del continente donde ha de radicarse en sus últimos años, seguramente habrá de confirmar el acierto de sus tesis respecto al nexo estructural entre cambio social y educativo y proyecto político. Debió enterarse, a finales de la quinta decada del siglo XIX, y en la distancia de su peregrinaje por Chile y el Perú, del programa político que en la Venezuela Agraria de 1846-1847 se consagraba bajo el lema «Tierra y hombres libres» enarbolado durante en la región central del país, por el General del Pueblo Soberano Ezequiel Zamora, en el marco del levantamiento campesino del aque período.

VII.– REVOLUCIÓN EN NUESTRA AMÉRICA.- Impulsada y liderada por las fuerzas intelectuales y académicas de la naciente burguesía -banqueros, industriales y comerciantes urbanos-. la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789, documento que define el programa histórico de la burguesía, en su lucha contra el absolutismo y la nobleza feudal en el viejo Mundo, no podía brindar la completa democratización de la escuela, entendida dicha democratización como el acceso masivo e irrestricto de todas las personas a los pupitres y la lección del maestro, puesto que el conocimiento y los bienes de la academia constituían privilegios, ya no de solo de aristócratas feudales, sino también de la clase encumbrada ahora sobre la acumulación de fortunas mercantiles y la producción industrial de bienes y servicios. Por tanto, aunque el artículo 6 de la célebre Declaración enuncia la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, e igualmente sostiene que «La ley es la expresión de la voluntad general», ello no bastaba para que se verificase dicho principio. Resultaba impostergable otra revolución, una que sobrepasara el carácter antimonárquico y antifeudal del sacudimiento político iniciado en tierra gala durante 1789. Se requería ir más allá de la representatividad formal preconizada por el pensamiento liberal, el cual demandaba se estableciese el Estado de Derecho clásico. De este modo, aquel Estado de Derecho formal, sustentado en la doctrina de Charles de Montesquieu, mantenía las restricciones históricas y fácticas, para que el hijo de las clases plebeyas accediese con pleno carácter de sujeto de derecho, a la democracia, a la escuela, al disfrute de los bienes de la erudición, y disfrutase de las condiciones materiales de su ciudadanía. Ciudadanía para todos, la cual resultaba imposible en el marco estrecho de sociedades reguladas por el privilegio y la acumulación de riquezas en pocas manos. Y una revolución de este signo, aunque si bien no reivindicaba la socialización de los medios de producción de la riqueza, sí implicaba un primer paso desde los espacios del Poder Público, para la configuración en este continente, del Estado Social. Y ello, con componentes de un socialismo utópico teñido del romanticismo social que ya desde los días de la Independencia, asomaba en el epistolario de próceres como Morelos, Artigas y Simón Bolívar. Tendencias estas que surgirán con mayor claridad y precisión, en círculos como la Sociedad de la Igualdad, que hacia 1848 se nucleaba en Santiago de Chile en torno a la figura de Francisco Bilbao, y en la cual por cierto, habrá de participar un hijo de don Andres Bello; círculos estos, en donde comenzaba a fraguarse el nexo entre la tertulia literaria y la acción política progresista, tanto en Europa como en la Hispanoamérica del siglo XIX, tema este ultimo que amerita de ser examinado por los historiadores de las ideas políticas y sociales en el continente. De este modo puede colegirse que en la América hispana de la tercera década del siglo XIX, rondó en la cabeza reformadora de paladines como Bolívar y otros anteriormente nombrados, la idea de dar forma a un modelo de República, que abriese las compuertas mediante medidas de ampliación de la cobertura educativa a favor de las clases plebeyas, y de protección de la ninez abandonada y los menesterosos por el Estado, al principio de igualdad, como acompañante del valor de la libertad. Ser social con ser individual, pqara expresarlo en términos del discurso educativo contemporáneo. Ello requería revoluciones originales, muy superiores cualitativamente, a las revoluciones tradicionales de la modernidad, modernidad que reflejaba los intereses e inquietudes de aquella organización social desprendida de la revolución Industrial y sus propulsores, los grupos que controlaban el capital, y que tenían a los nuevos desheredados, el proletariado urbano. Y Rodríguez se percato muy pronto de la insuficiencia del discurso que la República constitucional regentada por minorías opulentas que recién se inauguraba en Suramérica, hacia llegar a los sectores plebeyos.

VIII.- ORIGINALIDAD Y ESCUELA SOCIAL.-

En el caso venezolano y suramericano, durante las últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del siglo diecinueve -lapso que cubre el arco actuante de la Escuela Social encarnada por Simón Rodríguez, el programa de reivindicaciones históricas para una revolución profunda encontró su expresión en dos momentos: uno, en las conclusiones que, en aquel año de 1794, el joven Rodríguez diese a conocer a las autoridades coloniales de Caracas, y que ya se ha comentado. Y, dos, a partir de 1823 cuando, luego de regresar a la América, desde Europa -donde ha transcurrido dos décadas y media bajo la identidad de Samuel Robinson-, se presenta con toda la disposición de ofrecer a las nuevas Repúblicas -creadas bajo el genio y perseverancia de Bolívar-, el acopio de sapiencia y original creatividad fraguados en el curso de un largo exilio que le reportó fructíferos aprendizajes. Y como prueba de su fe en las naciones recién independizadas, Rodríguez se establece en Bogotá, capital del primer gran Estado fundado por su antiguo discípulo. Y en esta capital establece la primera de las escuelas-talleres que luego replica en los otros países adonde se traslada en los años siguientes.

La obra educativa de Rodríguez fue reconocida desde muy temprano por el mismo Libertador, quien al enterarse de su legada a la Gran Colombia en 1823, escribe desde Quito al Vicepresidente Santander, recomendándole aquél como «el Sócrates de Caracas», y pidiéndole que lo auxiliase económicamente.

Bolívar se regocija en tal grado con la noticia del arribo de Robinson a la Gran Colombia que le escribe a éste «Ud formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso» y le reclama que se apersone a Lima, Perú, donde el Libertador se desempeñaba como Jefe del Estado y gozaba de la aureola de las campañas triunfantes de Junín y Ayacucho. Bolívar, quien captaba en toda extensión la valía del Maestro, brinda a éste completo apoyo en sus proyectos de regeneración social desde la escuela. La originalidad de Simón Rodríguez para impulsar los procesos de educación colectiva y su talento innovador quedan comprobados en su visión profundamente humanista de la política y la escuela. Una educación que integre sus dos dimensiones, la manual y la intelectual, mediante la cual el párvulo debía ser formado para un oficio y a la vez para el ejercicio académico permanente, ejercitando en el estudio a lo largo de la existencia. Una educación que concibe a todos los sujetos como iguales en su desempeño republicano: todos deben pasar por una actividad manual y todos deben asimismo ejercer sus destrezas intelectuales. Indistintamente del origen, el color de la piel o el credo religioso que les distinga. Una educación que posibilte la aptitud y los talentos de cada miembro del cuerpo social para hacer realidad su potencialidad integral y corresponsable, la creatividad de cada cual, despertando desde muy temprano la vocación por hacer preguntas y de explorar en los caminos de la vida con conciencia moral. Y, especialmente, con originalidad, de modo que se obtuviesen respuestas y soluciones ante las dificultades que el diario quehacer coloca a todo semejante en su propósito de alcanzar una vida feliz. Especialmente en realidades tan particulares como las que confrontaban los países que se organizaban tras la ardua Guerra Emancipadora. Una educación, la de Rodríguez, que rechazaba la discriminación y el orden de castas y privilegios, una educación, pública y gratuita, que debía ser concedida a todos los hijos del país por el Estado, patrocinada con dinero de las arcas públicas. Genuino antecedente de la doctrina del Estado Docente que se configura en el siglo veinte venezolano.

Originalidad la de Simón Rodríguez que no se dejó atrapar por los corsets de la modernidad capitalista, incapaz esta última -en tanto proyecto histórico de cambio-, de traspasar el formalismo del Estado liberal de Derecho, el cual otorgaba carácter de «inviolable y sagrado» a la propiedad privada maniatando, como Prometeo a la roca, todo reclamo de las masas desheredadas y asalariadas, al alegar la la imposibilidad de construir sociedades justas y de redistribuir la riqueza, porque supuestamente tales propósitos superiores atentan contra las leyes de la avaricia y el principio del lucro. Tal es la originalidad irreductible del Simón Rodríguez histórico, cuyo mensaje revolucionario y educativo tiene mucho que decirnos todavía.

IX.– FORMAR PARA LO GRANDE.-

El Libertador Simón Bolívar mantuvo hasta el fin de sus días una admiración singular hacia su tutor de la infancia, Simón Rodríguez, nexo afectivo que guarda gran afinidad con el que según la historia universal se dio entre Sócrates y Platón y entre este último y su pupilo Aristóteles, los tres padres de la filosofía occidental. Cada uno marcó con sus lecciones el destino del otro en su dedicación al pensar reflexivo y hallarle explicaciones al universo. Aristóteles por su parte, tejió su influjo académico respecto al hijo de Filipo II, Alejandro Magno, quien dos mil años antes que Napoleón Bonaparte, ilustró sus conquistas en Asia al acompañar sus tropas con científicos y letrados. Y en otro campo de la existencia, el de la religión, el mundo hoy reconoce la devoción de los doce apóstoles por el Maestro Jesús. En nuestros días es recurrente participar en alguna conversación donde uno de los contertulios expone su añoranza por la maestra Anita del cuarto grado, o el profesor Ricardo de sexto, que le enrumbaron por sendas de ciudadanía y conocimiento. Lo que de hombría de bien y de mujer de bien se deposita en el corazón de toda persona hoy, se debe en primer lugar a los valores inculcados por los padres, pero casi en la misma escala de importancia puede decirse, por el tesón y cariño que buenos maestros y buenas maestras entregaron con su vocación para formar en el aula y el ejemplo de calle. Y ese gallardo reconocimiento lo expuso el héroe caraqueño respecto a su Maestro Samuel Robinson, en su muy célebre Elegía del Cuzco. Del mismo modo que puede afirmarse que en medio del desierto no brotan por generación espontánea bosques y nacientes de ríos, tampoco nace en medio de una sociedad colonial que repele toda novedad política, una generación de libertadores y abolicionistas sin que exista un influjo externo, un aliento de ideas revolucionarias que prenda en medio de la oscuridad de las almas y de razones para cuestionar el orden existente. Y este gallardo reconocimiento lo expuso el Libertador cuando en su célebre Elegía de Pativilca de 1823 cuando le escribe a su antiguo mentor «Ud formó mi corazón para la libertad, para lo grande, para lo hermoso». Formar para la libertad significa dotar de razones un espíritu que busca su punto de apoyo para empinarse en el mundo, para dar desde su libre albedrío la mayor suma de dignidad posible a sus actos y al desempeño de los otros. De allí la encomienda que se impuso Bolívar de llevar libertad a los esclavos, rebasando la clásica función del Libertador de territorios, lo que en sí ya es grande. Formar para lo grande es templar ánimo y voluntad de modo que disponerlos a proseguir en medio de dificultades terribles la comisión de magnas empresas, como la de llevar con un pequeño ejército semidesnudo, la Independencia a pueblos postrados, tal como sucedió bajo la conducción de Bolívar tras el Paso de los Andes en Boyacá en 1819. Y Formar para lo hermoso es mostrar al discípulo y al contertulio el paisaje de un propósito noble y edificante por el cual vale la pena poner en riesgo comodidades y bienes inmediatos, por cuanto la recompensa del final no es otra que la construcción de un mundo justo, donde bienestar y goce se sustentan en una sociedad de cooperación y recíprocas atenciones de unos para otros, la solidaridad y mutuo acompañamiento en la plenitud del ejercicio de la máxima felicidad posible dentro de la circunstancia histórica de cada cual, son fines que convocan el regocijo aun en circunstancias de adversidad.———————————————–

X.– EL HUMANISMO DE SIMÓN RODRÍGUEZ.-.-

Simón Rodríguez veía en la escuela y el maestro los «medios seguros de reformar las costumbres», partiendo de la constatación de que la sociedad está dominada por el prejuicio y el interés ganancioso particular que repelen la vocación social. La República que se perfila en el ideario robinsoniano es una (…) que articula «la economía social con la educación popular», e invita a la paz, sin obviar las acechanzas que rodean toda auténtica aventura de quien enfrentando poderes imperiales de ayer, y poderes imperiales de hoy, construyen precisamente República, forman republicanos de corazón y edifican la sociedad justiciera del porvenir, la República de los iguales. Así dice Robinson «Si las revoluciones se hicieran amigablemente, los historiadores no tendrían que recordar desgracias». Y reivindica un apotegma del socialismo utópico «Los hombres no están en el mundo sino para entreayudarse. Servirse del nombre de Dios, dice Rodríguez, para respaldar injusticias es blasfemia». De este modo el republicanismo robinsoniano es uno de índole subversiva por su irreverencia ante los tótems y los prejuicios del dogma y cautiverio originados en la ignorancia y la insensata credulidad. Una educación liberadora es la que distingue a la sociedad robinsoniana, congregación esta última que «se compone, reitera el pensador, de hombres íntimamente unidos por un común sentir de lo que conviene a todos», remarcando el carácter social de la educación, como el medio directo para hacer realidad aquella república y aquel orden social de individuos que se entreayudan y se sirven repeliendo la opulencia de una parte y la miseria de la otra, por cuanto todos proveen en la obra del bien de todos que es el bien de cada uno. Tal pensamiento plasma la inclinación del socialismo utópico que dio brillo a las ideas políticas y los sueños de redención del hombre en los albores de la revolución industrial y el surgimiento de las primeras oleadas del proletariado urbano en Europa y el hemisferio americano. Robinson comprendió que la verdadera República, la de «los iguales» como la tituló Gracus Babeuf en el París de las postrimerías de la Revolución Francesa -y en la comuna que habría de definir Carlos Marx en su obra `La Guerra Civil en Francia’ y la que, en términos más propios de la Latinoamérica agraria y feudal del siglo XIX, se contenía en los programas agraristas de los venezolanos José Francisco Rangel, Ezequiel Zamora-, Robinson comprendió, se repite, que aquella visión de República no sería posible si no se daba relieve a la educación y la gesta cotidiana del maestro de escuela. Eje del pensamiento robinsoniano en el perfil de sociedad que postulaba, era la abolición del divorcio entre trabajo manual y trabajo intelectual. Del mismo modo que Saint-Simon, al repeler los privilegios de una minoría ociosa, postuló en sus «Cartas Ginebrinas» que «Todos los hombres deben trabajar», el Sócrates de Caracas trazó para la escuela su ruta como instrumento de emancipación de la humanidad. De este modo escribirá «Toca a los Maestros hacer conocer a los niños el valor del trabajo (…) Hacerles entender (…) Que la división de trabajos en la confección de las obras embrutece a los obreros, y que si por tener tijeras superfluas y baratas hemos de reducir al estado de máquinas a los que las hacen, más valdría cortarse las uñas con las manos». Tal enunciado se constituye en tajante proclama condenatoria en contra de la explotación del hombre por el hombre, y llega hasta el origen material de la desigualdad en la moderna sociedad del capitalismo industrial. Al respecto vale la pena recordar acá una reflexión del padre Antonio Pérez Esclarín al enjuiciar la obra educativa del Maestro del Libertador, con respecto a los niños «…se les enseñaría a trabajar en talleres bien dotados y acondicionados. Como había que dignificar también a los adultos, para así impedir que continuaran siendo explotados y humillados, se atendería también a los padres de los alumnos más pobres, y se les daría trabajo si estaban desempleados» (Antonio Pérez Esclarín/https://antonioperezesclarin).———————————————————

XI.– PENSAR PARA ACERTAR.-

Para Simón Rodríguez el éxito de la primera escuela conllevaba el feliz desenvolvimiento del individuo en los otros tramos de la existencia, postulando que serán los primeros pasos «que se enseñen en la escuela» los que indiquen el buen resultado de «todas las carreras». Se introduce Robinson en categorías del aprendizaje que un siglo más tarde serían tema de investigación por el suizo Jean Piaget y el ruso Lew Vigotsky, al sostener la necesidad de un orden prelativo para la enseñanza. Tal orden debe ser, afirma «Calcular – Pensar – Hablar – Escribir y Leer». Es fácil, para el acucioso psicopedagogo moderno -no obstante la peculiaridad de lenguaje y la época de Rodríguez-, un fondo de correspondencia con las teorías del desarrollo psicomotriz y las zonas de desarrollo próximo, expuestas repectivamene por los dos meritorios investigadores europeos del aprendizaje, nombrados en en el presente acápite. Pivote del ideario robinsoniano en educación es la ejercitación de la criticidad en el individuo desde sus primeros años, promoviendo el Sócrates de Caracas la figura del Niño Preguntón. Así, propone «Enseñen a los niños a ser preguntones, para que pidiendo el por qué de lo que se ls manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón! No a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos! (Rodriguez dixit)». Propugna Ronbinson -concibiendo en ello el más eficaz antídoto contra la ignominia de la superstición, el prejuicio y el sutil artificio de toda falsa apariencia- el amor a la verdad como propósito cardinal de la vida humano. Así, «Pensar para acertar, son sus propias palabras, es propiedad tan natural en el hombre, como engañarse para errar». Concibe el Maestro del Libertador un educador que guíe el ritmo de aprendizaje del estudiante. Al modo en que lo perefila Juan Jacobo Rousseau en su obra Emilio o de la Educación, el Maestro según Robinson, se desempeña como intermediario eficiente de la innata tendencia del ser humano a comprender el mundo que le rodea, y respecto al modo en que ha de desenvolverse el ciudadano ideal en la relación con sus semejantes y con la naturaleza. Refuta drásticamente Robinson el sistema memorístico de enseñanza, remarcando que «Enseñar es hacer comprender, es emplear el entendimiento, no hacer trabajar la memoria». Generosa y audaz conclusión esta, para el siglo XIX en que fue expuesta en medio de una América Latina donde imperaba el régimen feudal de la tierra y regímenes oscurantistas en la escuela. Y generoso y audaz apotegma sigue siendo hoy, cuando siglo y medio después de expresado, se da la mano con tesis expuestas por el brasileño Paolo Freire en su libro ‘Pedagogía del Oprimido’, donde se fustiga al tipo de educador que «deposita contenidos en la mente del educando, como quien entera sumas de dinero en una cuenta bancaria».——————————————————————————————–

XII.-PEDAGOGIA DE LA CURIOSIDAD.-

Rodríguez incursiona en el discurso pedagógico con una originalidad que expresaba un poder de la imaginación pertinente en su época, y que manifiesta gran actualidad. Y ello se constata al tratar un tema que a los efectos del presente trabajo se ha denominado «Pedagogía de la Curiosidad». El hábito de hacer preguntas, y el buscar y descubrir con cabeza propia, son signos de una visión de la educación que hoy guardan pleno significado. «La Curiosidad, asienta el trashumante filósofo caraqueño, es una fuerza mental que se opone a la ignorancia. La curiosidad es el motor del saber, y el conocimiento un móvil para llevar a otro conocimiento». Si el Maestro al unisono con la familia del niño fomentan desde los primeros años del despertar guiado de la inteligencia en el infante, esta vocación preguntadora, dicha vocación dha de dar paso a un grado de curiosidad de mayor sistematicidad y superior capacidad por parte del sujeto que aprende, para arribar a la concatenación de factores y circunstancias de entorno, facilitándose así, a dicho aprendiente dar por sí mismo con respuestas y alternativas que los sistemas tradicionales de la enseñanza sólo proveerían a través de la figura del Maestro o la autoridad paterna, y ello en los casos en que este último fuese persona cultivada. De este modo se puede hablar hoy de la secuencia «Niño Preguntón-Adolescente y Joven Curioso-Adulto Investigador-Profesional Científico-Humanista y Filósofo». Así puede hoy sostenerse que el Maestro que concibe Rodríguez, como se deja ver su texto de 1851 «Consejos de un Amigo del Colegio de Latacunga», posee un perfil adverso a todo prejuicio, dogma y superstición «Maestro es el dueño, afirma, de los principios de la ciencia o un arte, liberal o mecánico, quien sabe hacerse entender y comprender con gusto». Pide a quienes se dedican a tan estratégica función social o carrera, la educación, un desempeño lúcido, que repela la posibilidad de aparecerse ante sus pupilos como instrumentos de mediocridad. Así, el autor de Luces y Virtudes Sociales postula para los enseñantes «No ha de haber descendientes de Sancho Panza que digan en sus sesiones -frases como las siguientes- ‘El que se mete a redentor muere cruciificado’, ‘El que venga atrás que arree’, ‘Más vale viejo conocido que nuevo por conocer’, ‘Adonde quiera que fueres haz lo que vieres’. Se trata de un educador, el concebido por Robinson, que a la vez que articula la facultad «preguntona» del niño con la curiosidad del adolescente y las destrezas investigativas y sistematizadas por parte del adulto, a fin de provocar o conducir a la formación de un individuo de elevada competencia científica y conciencia humanista y fomenta su ser social, se asume a sí mismo como sujeto Educador en perpetuo mejoramiento intelectual, en continuo estudio de teorías y experiencias, insatisfecho con sus propias destrezas y por tanto, cultor de una irrefrenable curiosidad y afán de aventarse en sus propios métodos, adhiriendo aquel tipo especial de originalidad que le conduzca a un desempeño que, en el marco de las circunstancias que configuran el tiempo social de la sociedad en que vive y rodean la escuela, le asegure un espacio como agente de innovación y perfilador del Hombre Nuevo y la Mujer Nueva. Vale decir, que en lo tocante a este ultimo punto, Roninsob propugnaba el termino de «Formar republicanos», supremo propósito que convierte al Educador en agente de construcción de una sociedad con mayor visión entre sus integrantes de enunciados como libertad con igualdad, solidaridad, corresponsabilidad y condiciones para un mayor grado de la suma de felicidad que historicamente pude ser disfrutada por los seres humanos durante su periplo terrenal.———————————–

XIII.- LA PEDAGOGÍA DEL ENTREAYUDARSE.-

El pensamiento educativo de Simón Rodríguez va más allá del republicanismo liberal que postula individualismo y ausencia completa de regulaciones públicas en materia económica. En su visión, el soporte básico de la República está representado en las obligaciones y al hábito del ‘entreayudarse’ los individuos unos a otros, así como en el cultivo de las luces, que conduce a la práctica de la virtud. Y este énfasis lo coloca varios pasos más adelante de los socialistas utópicos del siglo diecinueve europeo, en punto a radicalidad. Para los utopistas europeos, si bien la escuela era importante, no la ubicaban como nudo del proyecto de regeneración de la sociedad. De este modo Robinson expone «»Saber sus obligaciones sociales es el primer deber de un republicano y la primera…es vivir de una industria que no perjudique a otro». Su llamado a crear modelos propios y no hacer copia de otros, le adelanta en pedagogía un siglo a los teóricos del constructivismo social, cuando pregona «ideas…ideas, primero que letras». Y su postulado cardinal de «instruir y acostumbrar al trabajo, para hacer hombres útiles», que hoy se recoge en el artículo 3 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, cuya letra reza «La educación y el trabajo son los procesos fundamentales» para alcanzar los fines esenciales del Estado. Bajo el influjo de Robinson, el Libertador emitió «un decreto para que se recogiesen los niños pobres de ambos sexos(…) Los niños se habían de recoger en casas cómodas destinadas a talleres, surtidos de instrumentos». De acuerdo a la medida «Los varones debían aprender albañilería, carpintería y herrería, porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias», en tanto que «Las hembras aprendían los oficios propios de su sexo (…) Tenían, fuera de los maestros de cada oficio, agentes que cuidaban de sus personas y velaban sobre su conducta y un director que trazaba el plan de operaciones» ‘El Libertador del Mediodía de América].——————————

XIV.– ROBINSONIANISMO Y ESTADO DOCENTE.-

De otra parte la concepción robinsoniana de la educación postula con claridad la defensa del proyecto republicano, que conlleva las instituciones indispensables para que la sociedad funcione dentro de un orden que se desplaza hacia la justicia, y el equilibrio entre los polos de libertad e igualdad. Tenía mucha claridad Rodríguez de que sus propuestas enfrentaban la dura realidad de una sociedad dividida en clases antagónicas e inmóviles: quienes integraban la casta privilegiada, mantuanos u oligarcas y las llamadas castas inferiores, obreros y artesanos libres, peones enfeudados y mano de obra esclava, sometidos a discriminación por el color de su piel. Por ello su defensa de la República es la defensa del Estado como garante de leyes y procedimientos que aseguren el derecho de los débiles y haga posible el establecimiento de la República plena, que para Rodríguez no es la del mero formalismo de tres poderes representativos que enmascaren el dominio fáctico de las grandes fortunas y familias de alto apellido. Se trata de una República de individuos que se «entreayudan» y construyen el mundo sobre bases de humanidad y cooperación, y para el cual es «la escuela el terreno en que el árbol social echa sus raíces», y dentro de la cual deben ser educados todos los individuos, indistintamente de su procedencia social. Así, enfrentado a la sociedad de los privilegios y la concentración del egoísmo, la tierra y los capitales, Rodríguez habla de la Escuela Social, laica y que iguale la condición de todos los estudiantes. Y ello en sociedades históricamente escindidas en bloques antagónicos responde a la doctrina del Estado Docente, principio de democratización y de orientación pública de la Educación, configurado por Luis Beltrán Prieto Figueroa en el curso del siglo veinte venezolano mediante su tesis del Estado Docente. Con el dramatismo de un apostolado, el de la noble profesión del formador de ciudadanos, a la cual entregó su existencia Simón Rodríguez, conciben su diario trajinar los maestros que construyen patria y ciudadanía dentro del aula. Los frutos, los recogerá la sociedad, y se han de expresar en cada actuación del otrora discípulo convertido al paso de los años y en atencion al virtuosismo de su desempeño cotidiano, en ciudadano. No labora el Maestro, como no lo hizo Simón Rodríguez, para recibir paga al modo en que el mendigo aguarda la mano caritativa del opulento a la puerta de un templo. Y es su principal recompensa verificar que su gesta fue cumplida gallardamente, batallando en la arena de su preceptorado con la indocilidad y el riesgo de extravío de la primera y la segunda edad del ser humano, en medio de circunstancias regidas por el desamparo afectivo y la insolidaridad de quienes pudiendo tender su mano al desvalido y la honrada guiatura al indefenso, la cierran, volteando su mirada y negándose al acto liberador de la misericordia, huyendo a perpetuidad de la ejecución de tropelias respecto a todo ser desventurado. Así, la prez del Maestro le es ofrecida en regocijante tertulia, por la sociedad en la cual un primer Maestro supo inculcar en sus discípulos semillas de ciudadanía justiciera, no cualquier ’ciudadania’. Y ello significa inculcar semillas de justicia, de repelencia al maltrato y la incertidumbre. Y de tales semillas brotan las preguntas cuya respuesta ha de conducir al otrora pupilo, hoy hecho hombre, hoy hecha mujer, a los sembradíos de la Revolución social y política, corriente esta que conscientemente se hace tributaria de quienes día a día se empeñan en la siembra de valores y templanza, para convertir una endeble plantita en robusto apamate, caoba o eucaliptus de la moral, cuya firmeza en el bien se yerga ante el horizonte como madera o roca en la que se esculpe a sí mismo el hombre nuevo y la mujer nueva, y quienes harán buena la promesa de redención del género humano y su sueño de vivir en paz. Y que cada nuevo día se acercan más a la encomienda robinsoniana del entreayudarse, como lo pedia Robinson precisamente, elevando la apuesta hacia los nuevos retos de la aventura vital, más allá de los linderos de desolación y el embrutecimiento consumista dentro de los cuales el capitalismo como orden de civilización sumió la el poder redentor de la espiritualidad, y asimismo, encadeno en una roca, aquella potente energía creadora que hizo surgir la rueda, la brújula, la imprenta, el satélite y la tecnotrónica, tecnología electromagnética. Y que, asimismo, hizo nacer la idea de que es posible conciliar Libertad e Igualdad, animando a la organización social, desde un Estado que construye Revolución y las fuerzas políticas que le apuntalan, en correspondencia con la puesta en movimiento de una poderosa energía reivindicadora del hecho educativo y cultural, sin cuya presencia naufraga todo empeño de transformación humanista del mundo. Al respecto mucho se ha hecho con las Misiones Educativas y el programa de alimentación escolar, cuya maximización y cobertura eficiente deben constituir propósito central de la gestión pública del sector. Esa potente fuerza reivindicadora del hecho educativo de que acá se habla, como instrumento de transformación profunda del imaginario creado por el capitalismo y la sociedad de consumo y que recoge la herencia de lo robinsoniano, por lo subversivo que constituye luchar contra la inercia, la dispersión, y contra el pesimismo del no se puede que sembró el capitalismo y la burguesía criolla a partir del modelo rentista consumista e importador, hoy comienza a mostrar signos alentadores con la declaratoria de Venezuela como País Libre del Analfabetismo, en los millones de compatriotas enrolados dentro del sistema educativo, y en las cohortes de egresados de carreras como Medicina Social surgidas del convenio Cuba- Venezuela y, entre otras iniciativas, en los proyectos agro-escolares que cada día se inician con ímpetu en planteles de primaria y media, universitaria a lo largo y ancho del territorio nacional.———————————————————————————————-

XIV.– UN SUBVERSIVO DE AYER Y HOY.-

De este modo Simón Rodríguez hoy es un pensamiento y un ejemplo de subversión que confronta el imaginario de la pasividad, del estancamiento de la crítica creadora, subversión creadora de los poderes de la imaginación y del valor histórico de la soberanía nacional en tiempo histórico del Estado Nacional, el diabólico tendido de la periferia neocolonial y la metrópoli imperial. De este modo, se repite, Samuel Robinson es esa periferia que se rebela contra su condición neocolonial y que se atreve a refutar los poderes fácticos mediáticos, los de la industria del entretenimiento, poderes fácticos corporativos que requieren de un perfil de individuo que prefiera no hacerse preguntas respecto al mundo en que vive ni por qué las cosas son como son, especialmente en lo atinente a la ordenación sociedad, el origen de los privilegios y la concentración en pocas manos de la riqueza material. Frente a dicho patrón organizacional y su imaginario, sigue siendo subversivo Simón Rodríguez, puesto que propone para la América de su tiempo y la Latinoamérica de hoy, el mismo patrón anticapitalista que Saint-Simon enunció en su Cartas Ginebrinas cuando afirmó, como se citó anteriormente «Todos los hombres deben trabajar», refiriéndose a la actividad manual a que todos quedan obligados como miembros de la sociedad. Eso es Simón Rodríguez, Socialismo Utópico que en la Venezuela Bolivariana se reencuentra con la historia a través de la Misión Saber y Trabajo, la Robinson Productiva, la Escuela Técnica calificada. Hoy, ser robinsoniano dentro del sistema educativo, es cubrir el patio baldío dentro de una escuela, con el abono, la semilla y el diario riego del plan de huertos y conucos escolares. Ser robinsoniano hoy es extender a lo largo y ancho del territorio nacional, programas integrales de formación en humanidades y ciencias, con manualidades y cultivo de vocación productiva, es sembrar el país de Escuelas Granjas en el nivel de primaria, es mantener el empeño de hacer de cada Liceo una Escuela Técnica, consagrando el bachillerato técnico, manual e intelectual como requisito insoslayable para culminar la Educación Media. Y la vocación para cumplir este tipo de retos -el cual demanda ingentes recursos financieros-, alienta la irreversibilidad del proyecto revolucionario. Así, puede afirmarse que, además de Bolivariana, la era de cambios políticos e inclusión social radical que comenzó en Venezuela en 1999, en medio de tropiezos, dificultades y debilidades que no pueden ser negadas, también merece ser definida como era de la Revolución Robinsoniana, puesto que la certeza de que el afianzamiento del Estado Social de Derecho y de Justicia que se configuró en 1999 dentro del Texto Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, pasa por privilegiar la Educación, la Escuela y al Maestro y la Maestra, como ejes de la reforma profunda que se propone el sueño bolivariano de patria, el sueño bolivariano de Patria Grande y Anfictiónica, el sueño Bolivariano de Equilibrio del Universo, y el sueño bolivariano de Revolución que bulle en el corazón de quienes jamás se rindieron tras el anhelo de un Mundo Posible. De allí la justeza de que, al lado de la categoría de Revolución Bolivariana, comience a hablarse de Revolución Robinsoniana: hoy y mañana, así como sucedió en los dias en en que Bolivar en Angostura pedía la creación de una Cámara de la Educación y escuela obligatoria y gratuita para todos los niños, puede decirse, que la Revolución pasa por la Escuela. De otra parte, un tema que a su vez demanda de atención del estudioso, es el que involucra la relación de Simón Rodríguez y Andrés Bello, dos figuras cimeras del pensamiento con repercusión continental y contemporáneas, a la vez que nativas ambas de la ciudad de Caracas. Se trata del contraste y afinidad entre una y otra trayectoria como formadores, y entre la acogida del proyecto educativo de Andrés Bello en el sur del continente, especificamente en Chile, donde se le consagró en vida como una de las supremas personalidades y se le reconoció como fundador y perpetuo rector de la Universidad de Chile, y como legislador eminente y orientador de la opinión pública, al disponer de los periódicos de la nación austral en la época, para emitir sus pareceres, gozando del beneplacito de todos los sectores, asegurando la indispensable establidad personal y un muy decente nivel de vida profesional, como se ajusta a quien tiene una extensa obra para producir y un magisterio que cumplir delante de un continente que se edifica a sí mismo, tras una terrible Guerra de Independencia. Ello por una parte, y por la otra se encuentra el proyecto educativo de Simón Rodríguez, quien en el curso de las tres últimas décadas de su existencia, confrontó dificultades que por momentos rayaron en la penuria, para asegurar sus sustento diario y el de los suyos. Qué explicación dar a tal disparidad, siendo que el planteamiento reformador de Robinson ha sido validado por la posteridad, dada la pertinencia de su proyecto de Escuela Social y sus reclamos por la inclusión de todos los estamentos sociales dentro de la Escuela.————————————————————————————————-

De otra parte debe reordarse que tras conocer de la aplicación del método lancasteriano en la Gran Colombia, Rodríguez expresó contrariedad, El modelo lancasteriano carecía de signos de cuestionamiento al orden social que quería
transformarse con la República. De otro lado, Robinson apunta que el
sistema de la enseñanza mutua fue creada por el pedagogo inglés «para
hacer aprender la Biblia de memoria», sosteniendo el maestro caraqueño
que «Mandar recitar de memoria lo que no se entiende es hacer
papagayos, para que de por vida sean charlatanes(…)es garabatear».
Al contrastar ambos personajes Alfonso Rumazo González señala que
«Lancaster, con buena voluntad, pero miopemente, no había descubierto
la inmensa diferencia que va de instruir a educar».

El pensamiento político de Simón Rodríguez va más allá del republicanismo liberal que postula el individualismo y la ausencia
completa de regulaciones públicas en materia económica. En su visión,
el soporte básico de la República está representado en las obligaciones
y al hábito de ‘entreayudarse’ los individuos unos a otros, así como
en el cultivo de las luces, que conduce a la práctica de la virtud. Y
este énfasis lo coloca varios pasos más adelante de los socialistas
utópicos del siglo diecinueve europeo, en punto a radicalidad. Para
los utopistas europeos, si bien la escuela era importante, no la
ubicaban como nudo del proyecto de regeneración de la sociedad. De
este modo Robinson expone «»Saber sus obligaciones sociales es el
primer deber de un republicano y la primera…es vivir de una
industria que no perjudique a otro».

El hábito de hacer preguntas, la pedagogía de la curiosidad y el
buscar y descubrir con cabeza propia, son signos de una visión de la
educación que hoy guardan pleno significado. Su llamado a crear
modelos propios y no hacer copia de otros, le adelanta en pedagogía un
siglo a los teóricos del constructivismo social, cuando pregona
«ideas…ideas, primero que letras». Y su postulado cardinal de
«instruir y acostumbrar al trabajo, para hacer hombres útiles» hoy se
recoge en el artículo 3 de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela, cuya letra reza «La educación y el trabajo son los
procesos fundamentales» para alcanzar los fines esenciales del Estado.
En sus últimos años Simón Rodríguez dio clases en Quito y Guayaquil.
En 1853 viajó, junto a su hijo José y un amigo, Camilo Gómez, al Perú,
entregando su existencia el 8 de febrero de 1854. Sus restos reposan
desde 1954 en el Panteón Nacional de Caracas. En su honor el
Presidente Hugo Chávez creó en 2003 la «Misión Robinson» para la
alfabetización. Cabe recordar asi8mismo que en su gesta reformadora de 1826, el Libertador expidió un decreto para que «se agrupasen los niños
pobres de ambos sexos (…) Los niños se habían de recoger en casas
cómodas destinadas a talleres, y estos surtidos de instrumentos y
dirigidos por buenos maestros. Los varones debían aprender los tres
oficios principales, albañilería, carpintería y herrería, porque con
tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias y porque
las operaciones de las artes mecánicas secundarias dependen del
conocimiento de las primeras. Las hembras aprendían los oficios
propios de su sexo(…)Tenían, fuera de los maestros de cada oficio,
agentes que cuidaban de sus personas y velaban sobre su conducta y un
director que trazaba el plan de operaciones y lo hacía
ejecutar(…)los niños…gozaban de libertad…el día lo pasaban
ocupados y por la noche se retiraban a sus casas, excepto los que
querían quedarse» (Simón Rodríguez, ‘El Libertador del Mediodía de
América, 1830). Dichos decretos expresaban la huella robinsoniaba en la conciencia social de Bolívar.————————————————————————

Mientras el viejo maestro abría sus maletas en el Nuevo Nuevo, al menos tres proyectos de reforma educativa debió ponderar el Libertador, en sus lapsos de cavilación sobre modelos escolares en las nuevas repúblicas. Uno, el del reconocido escritor Jeremías Benthan, quien le propuso enviar dos jóvenes para que cursasen estudio en la escuela de Birminghan (Inglaterra), a objeto de aprender el sistema de ‘educación práctica’. Otro proyecto le fue enviado por el colegio San José de Tarbes de los Altos Pirineos, cuyas autoridades le solicitaron abrir plantel en América. Y el tercero fue la enseñanza mutua de Joseph Lancaster, ofrecida por su creador.———————————————————–

Del mismo modo ha de indicarse que del original pensador y proyectista de las sociedades republicanas en Nuestra América, la posteridad recogió sus escritos de modo parcial y fragmentario. Gran parte de su obra completa se perdió en 1856, dos años después de su desaparición física. Tristemente cuando en Paita -costa del Perú- fallece Manuelita Sáenz, víctima de una epidemia de difteria, sus bienes y los papeles que conservaba en su casa fueron incinerados ante el temor de los pobladores al contagio. Entre los objetos que la Libertadora del Libertador guardaba bajo custodia se hallaba un baúl con cantidad de textos del Maestro Simón Rodríguez, por lo cual la posteridad nunca logró conocer a plenitud la obra y pensamiento integral del insigne educador caraqueño, el «Sócrates de Caracas». Cinco títulos surgidos de su pluma han llegado hasta hoy: el primero redactado a los veintidós años en la Caracas colonial y que se conoce con el nombre de «Estado actual de la Escuela Demostrado en Seis Reparos», donde refuta la discriminación en la enseñanza entre niños blanco, pardos y morenos. Allí se lee «Si atendiendo a la necesidad que…hay de escuelas, en que se instruyan niños pardos y morenos, se viene en proceder a su establecimiento, desde luego será muy justo que se rija y gobierne por el mismo director y en los mismos términos». Sus otras cuatro obras son «Sociedades Americanas», Educación Republicana», «Consejo de amigo al Colegio de Latacunga», «Luces y Virtudes sociales», «El Libertador del Mediodía de América Defendido por un Amigo de la Causa Social» y la serie de artículos publicados en Chile bajo el título «Extracto de la Defensa de Bolívar». Escribió Robinson y lo hizo con originalidad, escribió para la Patria Grande desde la parcela pequeña de varias patrias chicas. Escribió para su tiempo, y escribió para el tiempo presente, que aún reclama las reformas profundas que deben reconocer la sociedad y el Estado como reivindicaciones históricas para la verificación del programa republicano de Nuestra América inconclusa. Al paso de las décadas han sido descubiertas bajo el polvo de bibliotecas y archivos rescatados de algunos personajes de la época, cartas enviadas por don Simón Rodríguez, donde a la vez que trata asuntos de índole particular, también se explaya en materia de educación, habiéndose publicado hasta hoy ediciones del epistolario robinsoniano. En la obra que se conoce del gran reformador social y educador caraqueño -cuyas huellas calzaron los caminos de su natal Venezuela, Nueva Granada, Ecuador, Bolivia, Chile y el Perú, además de territorio norteamericano y varios países de Europa-, se encuentran pistas sustantivas para comprender la misión del Maestro y la Maestra de hoy. Así, la apertura de cátedras robinsonianas para debatir sobre el pensamiento reformador de Simón Rodríguez -además de la creación de instituciones universitarias, misiones, escuelas, calles y plazas con su epónimo- constituiría el más glorioso homenaje a quien dedicó su existencia a la gesta civil de formar dentro del aula de clases y el taller de manualidades, aquello que la espada y los cañones libertadores se propusieron en el terreno militar: dar vida a la República y al derecho de los hombres de entreayudarse en la construcción de la felicidad común.—————————————————————————————————

ANEXO.–- LA EPISTOLA DE PATIVILCA.-

«…ES Ud EL HOMBRE MÁS EXTRAORDINARIO DEL MUNDO»

«… Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. Podría usted merecer otros epítetos, pero no quiero darlos por ser descortés al saludar a un huésped que viene de un viejo mundo a saludar al nuevo; sí, a visitar su patria que ya lo conoce, que tenía olvidada, no en su corazón, sino en su memoria.

Nadie más que yo sabe lo que usted quiere a nuestra adorada Colombia ¿se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la Libertad de la Patria? Ciertamente no habrá olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros, día que anticipó, por decirlo así un juramento profético a la misma esperanza que nos debíamos tener.

¡Usted maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia; con qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la Libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido por el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa…» (Simón Bolívar a su Maestro Simón Rodríguez, Pativilca, 19 de enero de 1824).

Fuente: https://www.aporrea.org/actualidad/a274054.html

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