África: Gotham o Wakanda: ¿cómo será la ciudad africana del futuro?

Gotham o Wakanda: ¿cómo será la ciudad africana del futuro?

Pantera Negra (2018),la película basada en los cómics de la Marvel, describe la sociedad tecnológicamente más avanzada del mundo. Lo que fascinó a muchos y contribuyó a generar la mayor taquilla de la historia en buena parte de África fue que esa imagen futurista y positiva estaba ambientada precisamente en África.

El mundo imaginado en el país ficticio de Wakanda está muy lejos de los relatos de lucha y sufrimiento de otras películas de Hollywood ambientadas en África… y muy lejos de la realidad cotidiana de millones de africanos. Sin embargo, el retrato es importante: África tiene el mayor crecimiento demográfico y la mayor tasa de urbanización del mundo.

¿Cómo pueden las autoridades y los grupos ciudadanos asegurar que sus ciudades futuras se acerquen a la utópica visión de Wakanda? ¿Cómo pueden las ciudades convertirse en soluciones a los problemas socioeconómicos y medioambientales y no en fuente de los mismos?

La población de África se duplicará en los próximos treinta años. Según las estimaciones de las Naciones Unidas, la población aumentará en unos 1.000 millones de personas, de las cuales un 80%, es decir, 800 millones, lo vivirá en ciudades.

Lo que debilita la eficiencia y la productividad de las ciudades africanas es la forma en que se han expandido: espacios dispersos, sin transportes, ni infraestructuras, que crean entornos caóticos y costosos.

Además de por la expansión natural de las poblaciones urbanas, esa tendencia se verá reforzada por una mayor migración del campo a la ciudad y por la migración de la mano de obra.

Y puede que África sea ya más urbana de lo que se considera actualmente (las recientes investigaciones de la Comisión Europea realizadas con ayuda de imágenes por satélite indican que las poblaciones de África podrían ser ya urbanas en un 80%); la razón de la incertidumbre es que los países tienen definiciones diferentes de lo que constituye una ciudad, y ello afecta a las estadísticas demográficas que los países proporcionan a las Naciones Unidas.

En la actualidad, ya es el continente más diverso y más joven (hay 420 millones de jóvenes de 15-35 años); y, con su rápido aumento demográfico y su creciente urbanización, los países africanos tendrán dentro de unas décadas un aspecto totalmente diferente. La diversidad y la divergencia serán aun más pronunciadas por todo el continente: las regiones y ciudades hoy frágiles y asoladas por conflictos cambiarán a un ritmo y un modo diferentes de aquellas que hayan logrado la estabilidad.

Según el Global Cities Institute, en el 2050, dos de las diez ciudades más grandes del mundo serán africanas: Kinshasa y Lagos. En el 2100, esa cifra aumentará a cinco de esas diez: Lagos, Kinshasa, Dar es Salaam, Jartum y Niamey.

El objetivo 11 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible es lograr que las ciudades sean inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles: se trata de empujar a las ciudades a convertirse en centros de eficiencia de recursos, crecimiento económico, inclusión y bienestar.

Ahora bien, hasta ahora la urbanización africana no ha sido una herramienta para la transformación y el crecimiento económico inclusivo. Dadas las espectaculares proyecciones de crecimiento demográfico y los inminentes efectos del cambio climático (algunos ya patentes), es mucho lo que está en juego y resulta urgente actuar para gestionar mejor la urbanización.

Celebración en el distrito de Petroria, Sudáfrica
Celebración en el distrito de Petroria, Sudáfrica (PHILL MAGAKOE / AFP)

La innovación y la resiliencia (el dinamismo de los sistemas y las redes informales de las ciudades) se consideran factores clave para mejorar los resultados del desarrollo urbano. Sin embargo, cabría afirmar que las soluciones a esos problemas se encuentran en los mismos lugares que las soluciones a los problemas más amplios relacionados con la transformación del desarrollo y la situación socioeconómica de África, entre las cuales son fundamentales la política, el patrocinio y la gobernanza.

La gobernanza y la acción o inacción de las autoridades nacionales y locales marcarán la diferencia. En ausencia de una gobernanza y una gestión eficaces, las ciudades se convierten en incubadoras de problemas de desarrollo: zonas densamente pobladas con problemas de acceso al agua potable, los alimentos, las viviendas seguras y la electricidad; lugares donde se hacen patentes los problemas relacionados con la salubridad pública y la gestión de residuos, la educación y el empleo, los sistemas de transporte y otras infraestructuras, y la seguridad y la justicia.

El dilema del crecimiento

Las ciudades africanas no están experimentando los mismos aumentos de productividad que acompañaron la urbanización de otras regiones. Ello tiene consecuencias especialmente importantes para la numerosa y creciente población joven de África y, en particular, para las mujeres y los grupos vulnerables.

Un factor fundamental que debilita la eficiencia y, por lo tanto, la productividad de las ciudades africanas es la forma en que se han expandido en las últimas décadas: los espacios dispersos y no planificados, con falta de transportes e infraestructuras, crean entornos caóticos y costosos.

Todo el que se haya encontrado atrapado durante una hora punta en un atasco de tráfico en Lagos o Luanda, y en otras ciudades que han experimentado un crecimiento rápido e imprevisto, habrá sido testigo de las consecuencias de unas redes y unos servicios de transporte público ineficaces, y con graves repercusiones sobre la vida y el bienestar de las personas.

Esa ineficacia significa que vivir en una ciudad de África resulta caro: en comparación con las regiones en desarrollo no africanas, los alimentos son un 35% más caros, el transporte un 42% y la vivienda un 55%.

Muchas ciudades africanas son microcosmos de desigualdad global donde los extremos de la riqueza y la pobreza son muy visibles

Todo ello es importante no sólo en relación con los actuales niveles de pobreza y el modo en que las personas luchan día a día en muchos entornos urbanos, sino que también significa que el coste de la mano de obra es mayor que en otras regiones en desarrollo (un 50% más).

Las consecuencias son muy graves para la creación de empleo, ya que desincentivan las empresas, y lo cierto es que África necesita empleos: entre 10 y 11 millones de jóvenes africanos entran en el mercado laboral todos los años, pero sólo se crean tres millones de puestos de trabajo anualmente.

Además, la propiedad inmobiliaria resulta mucho más atractiva para los inversores que la industria manufacturera, que sencillamente no es competitiva en un entorno en el que son tan deficientes las infraestructuras y sobre todo el suministro de electricidad.

Las ciudades con zonas de edificios altos y relucientes contribuirán en muy poco a la creación de empleo a largo plazo y al crecimiento sostenible e inclusivo.

Además, una planificación, una gestión del suelo y unas infraestructuras deficientes no sólo afectan al entorno empresarial y a la creación de empleo.

Una fuente de agua potable en Liberia
Una fuente de agua potable en Liberia (AHMED JALLANZO / EFE)

El dilema del crecimiento es un dilema de desarrollo: los pobres de las zonas urbanas viven en asentamientos informales, es decir, en zonas que carecen de viviendas seguras y de servicios básicos, vulnerables a inundaciones y a otros riesgos ambientales. Los problemas con el saneamiento, el acceso al agua potable y la gestión de residuos son graves y dan lugar a una crisis de salud pública.

El hecho de que la urbanización esté superando la capacidad (o, a veces, la voluntad) de las autoridades para abordar sos problemas contribuye a reforzarlos, pero también a aumentar la preocupación por los futuros espacios urbanos y los jóvenes: la seguridad alimentaria urbana se está convirtiendo en un problema persistente, ya que las personas no tienen acceso a alimentos nutritivos y seguros o no pueden permitírselos.

La falta de oportunidades, la pobreza y una seguridad ausente o corrupta también hacen que las poblaciones urbanas sean vulnerables frente a la delincuencia y violencia organizada, así como a la violencia social.

Muchas ciudades africanas son microcosmos de desigualdad global donde los extremos de la riqueza y la pobreza son muy visibles y viven en estrecho contacto aunque están en buena gran medida segregados. Si el futuro de África es joven y urbano, como parecen indicar los datos disponibles, resulta crucial la acción para abordar las ineficacias.

El rompecabezas político

Esos problemas y la necesidad de abordarlos son subrayados desde hace tiempo (cambio climático, al margen). El informe de la Unesco Norte-Sur: un programa para la supervivencia (1980, actualizado en el 2001) destaca el crecimiento y los movimientos demográficos, con especial referencia a los trabajadores migrantes y los impactos ambientales.

El informe actualizado formula recomendaciones sobre el suministro de infraestructuras y transporte, entre otras muchas cuestiones de desarrollo internacional. Muchos de los problemas siguen todavía pendientes, y muchas de las recomendaciones no se han llevado a cabo, según señala la actualización, debido en parte a la guerra fría y en parte a “una falta colectiva de voluntad política”.

Sin embargo, ahora se comprenden mejor los problemas, puesto que han mejorado los datos y se ha profundizado la investigación, incluida la relativa a la voluntad política.

La idea de una falta de voluntad política conduce a una suerte de fatalismo: no se puede hacer nada porque no hay voluntad.

Sin embargo, cada vez más, los grupos ciudadanos, los responsables políticos y los socios para el desarrollo están asumiendo la realidad de la inacción política deliberada: existen incentivos para que unos grupos de interés poderosos se aseguren la inmovilidad de los sistemas y los resultados.

Esa noción de unos incentivos perversos ha existido desde hace tiempo (en términos ficticios y quizá extremos, pensemos en la Gotham City de Batman, una ciudad corrupta controlada por mafiosos); en las ciudades concretas a nivel mundial, comprender esos incentivos, cómo se conectan y cómo deshacerse de ellos llevará tiempo, pero es el camino para cambiar la toma de decisiones y los comportamientos con el fin de lograr unos mejores resultados para la sociedad en general, no sólo para los intereses poderosos.

El uso del suelo en entornos urbanos es un buen ejemplo de cómo funciona el sistema. La ordenación del suelo es siempre una cuestión política y en muchos entornos urbanos, incluidos los países africanos, el suelo no se utiliza de la mejor manera posible en relación con el beneficio de los ciudadanos.

Los sistemas y las leyes son a menudo complejos, y el suelo es rentable tanto para los gobiernos como para los inversores. En un entorno en el que no siempre se respeta el Estado de derecho y las instituciones son débiles, la ordenación del suelo puede ser vulnerable a la malversación de fondos, y hay incentivos que actúan en contra de la adopción de medidas para una planificación eficaz.

Un incendio en la ciudad de Lagos, Nigeria
Un incendio en la ciudad de Lagos, Nigeria (TEMILADE ADELAJA / Reuters)

En tales circunstancias, no se tiene en cuenta como prioridad a las personas de bajos ingresos ni a las empobrecidas, lo cual lleva al mantenimiento de un sistema de desigualdad y subdesarrollo en el seno de la ciudad.

La ciudad nigeriana de Lagos alberga actualmente entre 15 y 20 millones de habitantes. Esa población aumentará rápidamente en los próximos años, y hay quien predice que se convertirá en la metrópoli más grande del mundo debido al crecimiento demográfico previsto de Nigeria (400 millones en el 2050) y a la migración desde las zonas rurales.

La ciudad está llena de asentamientos informales por la falta de viviendas asequibles y la elevada densidad demográfica. El suelo es valioso y disputado, y no son raros los desalojos forzosos y las demoliciones de asentamientos informales.

Los pisos de ciertas “villas miserias! se empiezan a alquilar por 5000 euros al año, mientras sus antiguos residentes se tienen que trasladar a barrios marginales

Badia East, por ejemplo, un lugar que algunos describirían como una villa miseria pero que durante décadas desarrolló sus propias características cívicas (como una escuela y un centro médico), fue demolido cuando un jefe tribal reclamó los terrenos.

Según se ha informado, se están utilizando actualmente para la promoción inmobiliaria y los pisos se alquilarán por unos 5.000 euros al año. Mientras tanto, los antiguos residentes se han trasladado a otros barrios marginales o han quedado sin hogar.

En ciudades como Lagos, unas instituciones ineficaces, unos sistemas de tenencia de la tierra complejos, las reivindicaciones contrapuestas y los intereses creados se combinan para favorecer a unos y para mantener a otros atrapados en la pobreza. Dadas las estimaciones de un elevado crecimiento demográfico en ciudades como Lagos, los problemas empeorarán si no se abordan todos esos desafíos relacionados y, en particular, los incentivos que existen en el sistema político.

Recursos, relaciones y resiliencia

No hay duda de que las autoridades municipales y las ciudades se beneficiarían de un aprovechamiento más sostenible del suelo y los bienes inmuebles urbanos.

Con frecuencia, las autoridades ven limitada su capacidad de alcanzar logros por las limitaciones económicas debidas a la corrupción y la incapacidad de generar ingresos fiscales. Será de gran ayuda la mejora de las políticas sobre suelo y fiscalidad y la aplicación de dichas políticas.

Y una parte crucial de esa dinámica es la mayor capacidad ciudadana para relacionarse con las autoridades y exigirles responsabilidades. Los grupos de la sociedad civil que trabajan para fomentar una mayor transparencia y rendición de cuentas son una parte fundamental de este rompecabezas.

En la ciudad keniana de Vihiga, el trabajo de una oenegé local, Community Engagement for Peace and Development, con el respaldo del Centre for Law and Research International, proporciona un importante ejemplo de cómo las comunidades pueden hacer que las autoridades rindan cuentas para mejorar su gestión.

Unos miembros de la comunidad, tras haber recibido una formación, llevaron a cabo el seguimiento y evaluación de proyectos municipales; llamaron la atención del Ayuntamiento sobre los problemas y la mala gestión y lograron que se tomaran medidas correctoras y que algunos proyectos se completaran tras unos fracasos iniciales.

Ciudadanos, políticos y socios para el desarrollo van asumiendo que existe una inacción política deliberada: hay incentivos para que grupos de interés poderosos se aseguren la inmovilidad de los sistemas y los resultados

Aunque sigue siendo fragmentaria y de difícil acceso, la creciente disponibilidad de datos y el uso de la tecnología (incluidas las imágenes por satélite) ayudarán a proporcionar información para mejorar la planificación y la gestión urbanas, y también permitirán a los ciudadanos exigir más responsabilidades a las autoridades.

Con todo, la rápida expansión urbana de África también plantea cuestiones importantes para las relaciones entre los gobiernos nacionales y las autoridades municipales. Los intereses y la interferencia a nivel nacional eliminan la autonomía política y económica del gobierno local, y le impiden actuar y planificar eficazmente.

En el 2015, la ciudad senegalesa de Dakar intentó lanzar un bono municipal con la intención de recaudar unos 45 millones de euros para desarrollar un mercado urbano con capacidad para unos 4.000 comerciantes y vendedores ambulantes, pero la iniciativa fue bloqueada por el Gobierno nacional. Semejantes desafíos afectan al corazón de la política nacional y la descentralización.

Plaza Jamaa el Fnaa en Marrakech, un gran mercado nocturno
Plaza Jamaa el Fnaa en Marrakech, un gran mercado nocturno (Lidia Bernaus)

Ahora bien, los gobiernos nacionales han firmado la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y la Nueva Agenda Urbana. Corresponde a los gobiernos nacionales garantizar que las autoridades locales y regionales tengan un marcado interés (responsabilidades, autonomía y rendición de cuentas) en la realización de dichos objetivos si se quieren obtener cambios sobre el terreno.

Dadas las dificultades a las que ya se enfrentan muchas ciudades africanas y el ritmo del cambio, los gobernantes, los inversores y los profesionales del desarrollo también tendrán que sacar provecho de los métodos y los sistemas de resiliencia que han evolucionado en los asentamientos informales y extender las soluciones tecnológicas locales a los desafíos del desarrollo urbano.

El objetivo de Taka Taka Solutions es lograr que Nairobi sea más limpia y saludable mediante la recogida y el reciclaje de residuos en toda la ciudad, y ello por medio de socios locales cuando la compañía no pueda encargarse de la tarea.

En Nigeria, Rensource construye y gestiona una infraestructura eléctrica fuera de la red. Existen numerosos ejemplos de innovaciones que pueden contribuir a mejorar el entorno urbano para todos los habitantes de la ciudad, al margen de sus ingresos.

Hay que fomentar y hacer progresar rápidamente la resiliencia y la innovación, pero esos dos factores no son suficientes por sí solos. Un futuro próspero e inclusivo para los países y las ciudades de África depende de la mejora en la toma de decisiones políticas, la gobernanza y la actuación del sector público.

En una serie de sectores (como la educación y el transporte), los proveedores del sector privado han intervenido para colmar lagunas donde no llegaban los servicios públicos. Los servicios de transporte público proporcionados por el sector privado pueden ser caros y poco fiables; y pueden también ser resistentes a la reforma, porque los proveedores crean incentivos en el sistema político para evitar el cambio o una mejor regulación.

En el ámbito de la educación, fundamental para la formación de la futura población de África, las consecuencias de la proliferación de proveedores privados no se comprenden bien, ni en términos de dirección ni en términos de resultados educativos.

No hay tiempo que perder

No sólo las proyecciones sobre el rápido crecimiento demográfico del continente centran la atención sobre cómo crear empleo y mejorar las ciudades, resulta además que muchos entornos urbanos son vulnerables a las consecuencias del cambio climático, y los más afectados serán los más desfavorecidos, es decir, quienes viven en tierras pobres o desprotegidas.

Aunque la economía del estado de Lagos es mayor que la de Kenia y genera más ingresos internos que la de cualquiera de los otros 35 estados de Nigeria, esa situación no se ha traducido en una planificación y un desarrollo de las infraestructuras capaces de seguir el ritmo del crecimiento demográfico, y la ciudad sufre de un alcantarillado deficiente.

Lagos, que ya era susceptible a las oleadas de tormentas debido a su emplazamiento en la costa atlántica, experimenta ahora inundaciones más frecuentes y graves, y hay pruebas de que se producen en Nigeria precipitaciones más intensas.

Son limitados los datos que existen sobre el aumento del nivel del mar en Nigeria, pero se espera que ese aumento empeore el problema de las inundaciones, por lo que es urgente planificar y aplicar medidas de adaptación que conduzcan a la mejora del alcantarillado y la reducción de la amenaza de inundaciones graves.

Asimismo, el reto de gestionar unas poblaciones urbanas en rápido crecimiento se verá agravado por la sequía y el avance del desierto, que arruinará los medios de subsistencia agrícolas rurales y creará nuevas migraciones en dirección a las ciudades a menos que también se encuentren soluciones en ese ámbito. Vinculado con el dilema climático está el problema de garantizar, al tiempo que se realizan reformas y progresos en muchos ámbitos, la mejora de la calidad del aire en las ciudades.

La contaminación causada por los atascos, los vehículos viejos, la industria y la quema de residuos se combinan para crear entornos en los que, según un informe del 2018 de la Organización Mundial de la Salud, todos los niños menores de cinco años están expuestos en el África subsahariana a niveles no seguros de contaminación del aire, frente a la mitad de los niños en los países de ingresos elevados.

Una de las caóticas calles de Kampala (Uganda)
Una de las caóticas calles de Kampala (Uganda) (mtcurado / Getty Images)

Dadas las proyecciones y los retos existentes, por no hablar de los que se avecinan, surgen temores de que los entornos urbanos de África se conviertan en lugares violentos e inseguros, auténticos polvorines poblados por jóvenes desempleados y frustrados.

Las investigaciones han demostrado que el desempleo, la ociosidad, la búsqueda de respeto y la autoprotección pueden llevar a los jóvenes a unirse a pandillas o grupos rebeldes, y que la venganza, la injusticia y la creencia en una causa pueden conducir a la radicalización. Por lo tanto, resulta esencial la creación de puestos de trabajo de calidad, aunque ese factor por sí solo no basta: es fundamental contar con una policía eficaz en las zonas urbanas, así como con instituciones judiciales dignas de confianza.

De hecho, el desarrollo urbano proactivo puede usarse para reducir el riesgo de violencia y conflicto mediante la creación de espacios públicos. El compromiso intercomunitario es necesario para evitar tensiones y conflictos potenciales, y los espacios públicos pueden ser una herramienta para fomentar dicho resultado.

Esos espacios pueden incluso fortalecer la democracia y los resultados del desarrollo si permiten la aparición y la organización de grupos comunitarios. Algunas ciudades ofrecen ejemplos (aunque sean imperfectos) de esfuerzos para fomentar la cohesión entre grupos anteriormente segregados, como Kigali en Ruanda y Durban en Sudáfrica.

Los residentes y las comunidades han de tener un interés en el diseño y desarrollo de sus ciudades: la historia ha demostrado que los planes de desarrollo urbano impuestos externamente han dado lugar con frecuencia a comunidades fracturadas que crean un potencial para la violencia y el conflicto.

África es demasiado grande, diverso y se mueve en demasiadas direcciones para que alguien pueda ofrecer una respuesta global sobre su futuro

¿Estarán las futuras ciudades de África más cerca de Wakanda o de Gotham City? La cuestión es demasiado reduccionista, y nadie sabe a ciencia cierta qué le deparará el futuro al continente. Los datos no nos proporcionan la suficiente certeza.

Ni siquiera en relación con el cambio climático: aunque se entienden las consecuencias probables, está del todo claro dónde se producirán los cambios en términos de precipitaciones más intensas o graves sequías.

El continente es demasiado grande, demasiado diverso y se mueve en demasiadas direcciones diferentes para que nadie pueda ofrecer una respuesta global sobre su futuro. Los mejores lugares para buscar respuestas son los contextos actuales y las tendencias de las últimas décadas en diferentes países.

Podrían hallarse respuestas descubriendo por qué los años de alto crecimiento del PIB no se tradujeron en una transformación socioeconómica y un desarrollo inclusivo. Lo que está claro es que habrá muchos jóvenes buscando empleo y que querrán satisfacer sus aspiraciones, y que las poblaciones serán mayoritariamente urbanas. La diversidad y la creciente confianza de África significan que los diferentes países, ciudades y comunidades cambiarán en formas imposibles de prever.

Para quienes miran desde fuera, es importante dejar de ver a África en términos de riesgo u oportunidad, éxito o fracaso. Como en todas partes, sus ciudades, pueblos y aldeas son una compleja mezcla de dinámicas que cambian poco a poco con el tiempo.

Ciudad de Piedra en Zanzíbar, Tanzania
Ciudad de Piedra en Zanzíbar, Tanzania (borchee / Getty Images)

Sin embargo, hay considerables obstáculos que superar para sacar a las personas de la pobreza, mejorar los resultados del desarrollo y los medios de subsistencia y para reducir la tendencia a la desigualdad creciente, tanto en las ciudades y los países como en todo el mundo. La acción política, o la voluntad, la comprensión de los incentivos que influyen en ella y la mejora de la gobernanza son una parte importante de todo el proceso.

Tal vez sea ahí donde los socios externos y para el desarrollo puedan desplegar mejor sus energías. Por lo demás, el factor determinante en la determinación del futuro son, por supuesto, las propias personas, que siempre han tenido que buscar soluciones a las dificultades cotidianas, y ello mucho antes de que en los noventa se acuñara el lema “Soluciones africanas a los problemas africanos” en el contexto de la paz y la seguridad.

Los ciudadanos necesitan herramientas y un espacio para poder innovar y solucionar problemas como el cambio climático y la rápida urbanización, y ese espacio sólo puede ser creado mediante una mejor dirección política y unos incentivos para una acción progresiva.

Fuente de la Información: https://www.lavanguardia.com/vanguardia-dossier/20191111/471528744771/ciudad-metropolis-africa-progreso-pobreza-desigualdad-gotham-wakanda.html

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Esbozos de complejidad (3): Los ensayos clínicos no son conocimiento científico

Por: Abel Novoa

A propósito de la controversia en las redes por un texto que escribí hace unos meses titulado “Esbozos de complejidad: Por qué los profesionales de la salud no deberían estudiar ciencias básicas” repaso un artículo del filósofo de la ciencia argentino Mario Bunge titulado “Acción” que se encuentra en la estupenda recopilación editada por Karl Mitcham y Robert Makey “Filosofía y tecnología”

En mi texto, reflexionaba alrededor de la propuesta de Vinay Prasad y Adam Cifu de reducir la formación básica de la carrera de medicina (física, química, biología, fisiología y fisiopatología..) por transmitir una idea simplista y reduccionista de la biología humana:

Entrenamos a nuestros estudiantes en el reduccionismo y no en el empirismo. Por eso, los alumnos acaban creyendo que los medicamentos funcionan gracias a los mecanismos básicos sobre los que parece que actúan. Y eso no es cierto.”

Y continuaban:

La ciencia básica no es lo primero que deben aprender los estudiantes. La primacía que se le da a estas materias explica que a los cardiólogos les cueste aceptar que reducir el colesterol en prevención primaria no salva vidas o a los traumatólogos que operar meniscos dañados por los años tiene los mismos resultados que no hacerlo. Esos estudiantes se convierten en médicos que piensan: “¿Cómo puede este estudio empírico contradecir el mecanismo básico?”. La realidad es que el organismo humano es tan complejo y nuestra comprensión sobre su funcionamiento tan escasa que con demasiada frecuencia pensamos que funciona lo que realmente no funciona”

Para concluir que la teoría científica es muy poco útil para la medicina clínica:

Los tradicionales estudios preclínicos deberían desaparecer para que los alumnos aprendieran a enfrentarse a los enfermos desde la experiencia empírica más que desde la teoría científica”

Por “experiencia empírica” se refieren Prasad y Cifu a actuar considerando, con las debidas precauciones, las conclusiones que puedan extraerse de ensayos clínicos bien diseñados o estudios epidemiológicos sólidos.

Los profesionales sanitarios ¿somos empiristas pero no científicos?

Seré extremo en esta afirmación: el conocimiento científico es para los profesionales sanitarios una curiosidad mayoritariamente irrelevante y potencialmente generador de sesgos en los procesos de toma de decisiones clínicas.

Me explicaré utilizando el mencionado texto de Mario Bunge

Los ensayos clínicos o los estudios epidemiológicos no son conocimiento científico, en sentido estricto, sino tecnológico. Su orientación es práctica, no cognoscitiva:

“ Consideradas desde el punto de vista práctico, las teorías tecnológicas son más ricas que las teorías científicas en el sentido de que -lejos de limitarse a dar cuenta de lo que puede ocurrir, ocurre, ocurrió u ocurrirá, sin tener en cuenta lo que hace el que toma decisiones- ellas se ocupan de averiguar lo que hay que hacer para conseguir, evitar o simplemente cambiar el ritmo de los acontecimientos o su desarrollo de un modo predeterminado” (negritas nuestras)

Su orientación práctica es la que, precisamente, empobrece sus bases conceptuales:

“ En cambio, desde el punto de vista conceptual, las teorías tecnológicas son claramente más pobres que las de la ciencia pura: son siempre menos profundas, porque el hombre práctico, al qué se dedican, … lo que quiere saber es como puede conseguir que trabajen para él las cosas que se encuentran a su alcance, y no como son realmente las cosas de cualquier clase. Así, por ejemplo, el especialista de electrónica no necesita preocuparse de las dificultades de las teorías cuánticas del electrón” (negritas nuestras)

Los ensayos clínicos actúan con un sistema de caja negra, es decir, solo consideran “variables externas”: inputs y outputs, ignorando los demás niveles intermedios. Por ejemplo, un ensayo clínico quiere saber si es útil un analgésico para quitar el dolor: para ello controla la intervención y sus resultados pero no le interesa (mejor dicho, es irrelevante desde el punto de vista de la acción) saber qué pasa en medio, es decir, qué fenómenos fisiológicos producen la analgesia. De hecho, con muchos medicamentos (por ejemplo, antidepresivos o neurolépticos), desconocemos las razones de sus efectos clínicos.

Es cierto que para plantear el ensayo clínico del analgésico hace falta que los investigadores utilicen determinados “fragmentos” de la teoría científica (la que hay detrás de la fisiopatología del dolor) pero estos fragmentos de teoría científica no son “toda la teoría” ya que, a la vez, en el diseño del estudio, se ignorarán “todas las micropropiedades que no se manifiesten de modo apreciable” en el fenómeno de la analgesia.

Es decir, el ensayo clínico, que es conocimiento tecnológico, utiliza el conocimiento científico ocasionalmente (por ejemplo, para satisfacer el criterio de plausibilidad), pero siempre de manera superficial e, inevitablemente, empobreciéndolo.

La razón es económica: el investigador clínico necesita conocimiento de gran eficiencia, es decir, con  una razón input / output elevada”. Y los ensayos clínicos “ dan mucho por poco”, o sea, dan resultados a pesar de tener una teoría científica detrás muy pobre. Los ensayos clínicos producen un conocimiento “menos verdadero”, más simple, pero, a la vez, más eficiente, más útil, desde el punto de vista práctico, que el conocimiento científico.

Bunge lo dice claramente:

“La verdad profunda y precisa, que es un desideratum de la investigación científica pura, no es económica”

El bajo coste de los ensayos clínicos (en el sentido de la poca cantidad de teoría científica que necesitan para ser planteados) compensa su baja calidad.

De hecho, necesitan tan poca teoría científica que ésta podría ser incluso falsa y, aun así, el ensayo clínico demostrar efectividad.

¿Cómo es posible?

Hay varias razones, pero la más importante es que toda teoría, aunque globalmente falsa, puede tener algún enunciado verdadero que es el que tiene capacidad de ser efectivo:

“ Una teoría puede contener un gramo de verdad que sea lo único utilizado en las aplicaciones de la teoría. En realidad, una teoría es un sistema de hipótesis, y basta con que sean verdaderas o aproximadamente verdaderas unas pocas de ellas para acarrear consecuencias adecuadas, siempre que los ingredientes falsos sean prácticamente inocuos”

Y pone dos ejemplos:

“Por ejemplo, es posible fabricar un acero excelente combinando exorcismos mágicos con las operaciones prescritas por esa técnica; también es posible mejorar la condición de los neuróticos por medio del chamanismo, mientras se combinen con él otros medios realmente eficaces”

Esta paradoja epistémica es compartida por las “pseudociencias” y la “mala ciencia”: tanto unas como otras pueden ser efectivas a pesar de que sus bases conceptuales sean erróneas. La homeopatía funciona porque se aprovecha de la efectividad que procura una entrevista clínica terapéutica y el efecto placebo (tiene “gramos de verdad” en una teoría globalmente falsa). Un ensayo clínico donde “se tortura la p”, sobre todo con medicamentos preventivos, se aprovecha de la falacia ecológica (la caja negra tiene “tantas cosas dentro” que es imposible realizar atribuciones causales relevantes clínicamente por más que se demuestre correlación estadística).

Que funcione no significa que sea verdadero.

Bunge lo dice de otra manera:

“La práctica no tiene ninguna fuerza convalidadora; solo la investigación pura puede estimar el valor veritativo de las teorías”

Esta es la razón por la que las teorías científicas, las ciencias básicas, son inútiles y, diría, peligrosas para los profesionales sanitarios y su enseñanza no debería ser, en absoluto, una prioridad, como ocurre en la actualidad.

Las ciencias básicas son inútiles porque ni las decisiones clínicas requieren una comprensión profunda ni las intervenciones efectivas están basadas en un conocimiento básico científico. Como dice Bunge, a los profesionales prácticos, como los sanitarios, les “interesa conseguir cosas, no una comprensión más profunda de ellas”

Las ciencias básicas son también peligrosas porque trasmiten una falsa idea de coherencia y seguridad. De hecho, es muy frecuente la utilización comercial de la ciencia básica por parte de los laboratorios: nos venden los medicamentos con bonitos gráficos que explican el mecanismo fisiológico que, no es que sea mentira, sino que, sencillamente, no es explicativo del efecto clínico del fármaco.

La paradoja entre conocimiento científico y técnico en medicina es muy similar a la que existe entre el conocimiento teórico y práctico. Saber tomar decisiones en medicina no es lo mismo que saber de medicina.

Tener conocimiento teórico (hablamos, por ejemplo, de “saberse los protocolos” para una determinada patología) y saber-hacer no son lo mismo:

“Es falso que el conocimiento sea idéntico con el saber-hacer. La verdad es más bien esta: el conocimiento mejora considerablemente las posibilidades del hacer lo correcto, y el hacer puede llevar a un mejor conocimiento, no porque la acción sea conocimiento, sino porque, en cabezas inquisitivas, la acción puede impulsar el planteamiento de problemas”

Es decir, ¿hay que tener conocimiento teórico? Por supuesto (siempre que este conocimiento tenga una mínima calidad que, como sabemos, no es lo que está pasando en este momento). ¿Es suficiente para buenas decisiones clínicas? En absoluto.

La medicina es una práctica y, sin duda, es una práctica racional, pero no porque esté basada en conocimiento científico sino en “conocimiento relevante” utilizado lógicamente en un sistema medios-fines:

“Un acto puede considerarse racional si (1) es máximamente adecuado a un objetivo previamente puesto y (2) el objetivo y los medios para conseguirlo se han escogido o realizado mediante el uso consciente del mejorconocimiento relevante disponible” (negritas nuestras)

Bunge define conocimiento relevante como aquel que se encuentra “en cualquier tramo del amplio espectro encerrado por los límites del conocimiento común y el conocimiento científico”.

Con cada enfermo, el conocimiento relevante es diferente. Las evidencias (el conocimiento teórico) que necesitamos para un grupo de pacientes con la misma enfermedad pueden ser las mismas pero las decisiones muy diferentes.

Por eso la investigación en variabilidad tiene limitaciones epistémicas muy importantes y nunca debe aplicarse a enfermos individuales. Los estudios sobre la variabilidad de la práctica clínica solo otorgan conclusiones poblacionales. La variabilidad claramente “mala” es la que tiene que ver con el diferente acceso a los servicios.

¡Cuidado! porque los estudios de variabilidad son otro de los caballos de Troya epistémicos (como las ciencias básicas) que la industria introduce en la racionalidad clínica.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=249170&titular=esbozos-de-complejidad-(3):-los-ensayos-cl%EDnicos-no-son-conocimiento-cient%EDfico-

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Cuidado con el Aprendizaje basado en el Cerebro.

El anuncio de la contratación de la fundación de neurociencias Ineco, dirigida por Facundo Manes, para asesorar al gobierno en educación despertó el debate sobre su injerencia. Como contribución al mismo, en esta nota el neurobiólogo inglés Steven Rose alerta sobre la mirada reduccionista de la “neuroeducación”.

Por:  Steven Rose.

Los neurocientíficos y la neurociencia están de racha. A principios de 2013, la Unión Europea anunció su Human Brain Proyect (Proyecto Cerebro Humano) con un presupuesto estimado de 1,2 mil millones de euros.

El proyecto es uno de los dos ganadores del concurso “gran desafío”, otorgado en virtud del programa insignia de la UE para Tecnologías Futuras y Emergentes. El objetivo, según el sitio web del proyecto, es “construir una infraestructura completamente nueva de tecnología de computación de información para la neurociencia y la investigación en medicina e informática relacionadas con el cerebro, catalizando un esfuerzo de colaboración global para comprender el cerebro humano y sus enfermedades y, finalmente, para emular sus capacidades computacionales”.

Poco después, el presidente estadounidense Barack Obama anunció un mega proyecto cerebral paralelo, el Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies (Investigación Cerebral mediante Neurotecnologías Innovativas Avanzadas), presupuestado en 3 mil millones de dólares durante 10 años y destinado a generar un mapa dinámico de la conectividad de los 100 mil millones de neuronas en la corteza cerebral humana –o inicialmente más modestamente, de unas pocas decenas de miles en el cerebro del ratón.

Este proyecto una colaboración de varias agencias federales de Estados Unidos, incluyendo los Institutos Nacionales de Salud y la agencia militar DARPA (Agencia de Proyectos Avanzados de Defensa) también ha atraído elevada retórica. Será “transformador”, resolverá “el misterio de las tres libras de materia que se encuentra entre nuestros oídos”, y será un generador de riqueza. Se centrará en las nuevas tecnologías –optogenética, nanopartículas, neurosondas miniaturizados, computación de ADN– necesarios para comenzar a localizar y registrar las conexiones.

No importa que muchos neurocientíficos sean escépticos acerca tanto de las metas como de los métodos; pocos van a mirar con recelo a los caballos regalados. La posición por defecto será la de tomar el dinero y correr. Porque es cierto que este es un momento increíble para la investigación sobre el cerebro, con extraordinarias nuevas técnicas capaces de sondear el cerebro vivo en todos los niveles, desde el movimiento de iones a través de membranas sinápticas hasta la participación de conjuntos gigantes de las neuronas en la realización de tareas tales como el trazado la ruta de casa al trabajo o recordando la cara de un ser querido.

Pero con estos éxitos ha venido una cierta arrogancia. “Usted es su cerebro”, afirma un Premio Nobel. Otro dice: “Usted no es nada más que un montón de neuronas”. La mente, la conciencia y el “libre albedrío” colapsan; no son más que los epifenómenos de procesos cerebrales, una “ilusión de usuario”. Y así, la marcha hacia adelante de la neurociencia ofrece iluminar y transformar otros estudios sociales y culturales que anteriormente eran independientes.

Estamos entrando en el mundo híbrido de neurodisciplinas: neuroeconomía, neuromarketing, neuroestética, neuroética. Algunos de estos están quizás mejor vistos como meras burbujas intelectuales, memorablemente capturadas en el término de Raymond Tallis “neuromania”.

Sin embargo, algunos –sobre todo el de las neuroleyes (este campo, creciente en los EE.UU., explora el argumento de la responsabilidad disminuida por un crimen porque “mi cerebro me hizo hacerlo”) y la neuroeducación, el tema de esta crítica– deben tomarse más en serio, debido a que sus afirmaciones tienen consecuencias prácticas.

Es fácil ver por qué la perspectiva de la neuroeducación, o el aprendizaje basado en el cerebro, podría excitar a maestros deseosos de hacer lo mejor para sus estudiantes y para encontrar maneras de anclar su estrategias de enseñanza y aprendizaje en lo mejor de que la ciencia pueda ofrecer el aprendizaje.

La seducción de esas ubicuas imágenes en falso color del cerebro, mostrando las regiones que se “encienden” cuando se resuelve un problema de matemáticas o se aprende un nuevo idioma, no se puede negar. Parecen ofrecer una certeza que las meras percepciones psicológicas o educativas no pueden ofrecer. Por lo que no es sorprendente que la neuroeducación se esté convirtiendo en una industria en crecimiento (una búsqueda en Google registra 158.000 accesos para “neuroeducación” y 299.000 para el “aprendizaje basado en el cerebro” [5.910.000 para “brain-based learning”], con padres y profesores como objetivos por igual.

En Inglaterra, los anuncios de televisión lanzan himnos a los méritos de los gimnasios “cerebrales” y ofrecen ejercicios para activar los “botones cerebrales” para mejorar el flujo de sangre al cerebro. Por lo menos en el Reino Unido, al contrario que en los EEUU., los anuncios no incluyen todavía a los electrodos estimuladores de corriente directa (estimuladores transcraneales de corriente directa, TCDS) que, colocados a través del cráneo, se supone que mejoran el aprendizaje y la memoria.

No obstante, se pueden comprar en Internet, junto con “potenciadores cognitivos” fuera de indicación [off label, en inglés], tales como Ritalina, prescritos originalmente para el trastorno de hiperactividad con déficit de atención, pero ahora ampliamente utilizados por los estudiantes repasando para exámenes.

En cuanto a los maestros de escuela, Usha Goswami, director del Centro de Cambridge para la Neurociencia y Educación, ha descrito en la revista Nature Neuroscience cómo los maestros [en Inglaterra] reciben más de 70 envíos por correo al año instándolos a inscribirse a los cursos sobre el aprendizaje basado en el cerebro. Algunos ni siquiera se molestan con un curso.

Un director me contó cómo había reorganizado su horario de clases para enseñar en ráfagas rápidas como resultado de la lectura de un artículo en la revista Scientific American. Este informaba que si moscas de la fruta y ratones son entrenados intensivamente en tandas repetidas de 10 minutos separadas por períodos de descanso, muestran mejor memoria que si se les da la misma cantidad de entrenamiento espaciados de manera más uniforme.

Se proponen diferentes estrategias de enseñanza para estudiantes de “cerebro izquierdo” y “de cerebro derecho”, aquellos cuyo aprendizaje está más basado en el lenguaje en comparación con aquellos que son más visuales. Y he perdido la cuenta del número de veces que me han preguntado si es cierto que “usamos solo el 10 por ciento de nuestro cerebro”.

Los neurocientíficos son con razón crítico de muchas de estas afirmaciones; un informe de la Royal Society [Academia de Ciencias de Inglaterra] en 2011 (Brain Waves Module 2, Neuroscience: Implications for Education and Lifelong Learning) los describió como “neuromitos”. Cerebro izquierdo/derecho está mejor considerado como una metáfora, no una declaración acerca de la localización cerebral, mientras que nadie parece saber dónde está la figura 10 por ciento se originó. Tanto el ejercicio como el sueño pueden ayudar al aprendizaje y la memoria, pero los efectos de TCDS son evanescentes.

Tales pronunciamientos autorizados pueden ser vistos como un intento de las voces autorizadas de la neurociencia y la psicología cognitiva para vigilar las fronteras y lograr un cierto control sobre los excesos de los profesionales de los bordes. Pero si bien es importante cuestionar las afirmaciones de los “vendedores de aceite de serpiente” [charlatanes, NdelT], mi argumento es que las pretensiones de la corriente mainstream de la neuroeducación, también, se han exagerado.

Consideremos las recomendaciones con las cuales concluye el informe de la Royal Society sobre las implicaciones de la neurociencia para la educación y el aprendizaje permanente: un fuerte alegato a favor de la neurociencia para informar estrategias de enseñanza. (La revelación completa: Yo era un miembro del grupo directivo para el proyecto global Ondas Cerebrales de la Royal Society, aunque no involucrado en este módulo educativo).

La neurociencia, se propone, debería ser utilizada como una herramienta en política educativa, informando la formación del profesorado y la tecnología del aprendizaje adaptativo. Y el prólogo de un libro reciente, Neurociencia para la Educación, editada por Denis Mareschal, Brian Butterworth y Andy Tolmie, imagina un futuro en el que los padres llevan a su hija de 10 meses de edad, a un chequeo de carácter educativo mediante la medición de la actividad eléctrica de su cerebro, y determinar si ella será capaz de aprender chino por imágenes de su respuesta a los fonemas mandarín, con un maestro robot para entrenarla.

La resonancia magnética funcional podría ser utilizada para ayudar a “cerrar la brecha en el rendimiento entre los niños asiáticos y occidentales” y decidir si un niño tiene TDAH, mientras que el estudio de los “mecanismos cerebrales de los expertos” puede determinar si un método de enseñanza que se imparte está estableciendo “habilidades auténticas”.

¿Son tales propuestas, por bien intencionadas que sean, realistas o incluso deseables? Esto no es negar que los estudiosos de la psicología cognitiva y desarrollo infantil tienen cosas útiles que decir acerca de las estrategias óptimas de aprendizaje y la secuencia normal en la que los niños desarrollan competencias en la cultura occidental contemporánea. Así como era la intención de Alfred Binet en el desarrollo de pruebas de CI [coeficiente de inteligencia] hace un siglo, este tipo de investigación puede ayudar a identificar a niños con dificultades específicas de aprendizaje, desde dislexia a discalculia, y diseñar estrategias para ayudarles a mejorar.

Pero a menos que está dictando biología, ¿es importante para un/a maestro/a a distinguir su hipocampo de su amígdala, ambas estructuras cerebrales implicadas en ciertas formas de aprendizaje? Las imágenes del cerebro aparentemente ha demostrado que la corteza prefrontal ventrolateral se ilumina cuando las niñas adolescentes experimentan exclusión social, pero ¿esto proporciona orientación sobre cómo podrían ser ayudadas estas jóvenes? ¿A menos que, por supuesto, como en el sueño del futurólogo, esto sea mediante intervención directa en el cerebro?

Los niños de familias más pobres (o como la literatura pone, más comedida, de nivel socioeconómico bajo) en general pueden tener un vocabulario más restringido que sus pares más ricos -aunque esto ha sido impugnado enérgicamente- pero someterlos a exploración de imágenes cerebrales o a la medición de sus potenciales eléctricos relacionados a eventos (“potenciales evocados”, o ERPs en inglés) para demostrar que esta diferencia puede estar reflejada en procesos cerebrales puede parecer añadir sal a la herida.

Y cuando los neurocientíficos cognitivos afirman que la pobreza impide la función cognitiva (el título de un artículo reciente en la revista Science) o que una manera de sacar a la gente de la pobreza es el uso de la terapia cognitivo conductual para mejorar su “capital mental” (“concebido metafóricamente”, según la psicóloga Cary Cooper, “como la cuenta bancaria de la mente, que se debita o acredita a lo largo del ciclo de vida, desde la infancia hasta la vejez”), muestra una cierta desconexión con las fuerzas económicas que actualmente conducen a la gente a la pobreza.

Hay otro problema aquí, una manifestación de la tendencia común entre los neurocientíficos a cometer lo que los filósofos llaman la falacia mereológica, que a grandes rasgos significa atribuir las propiedades del todo -en términos de neurociencia, el ser humano viviente y consciente- a una parte de ese todo, es decir, el cerebro. Así, una introducción accesible y ampliamente leída al cerebro y su estudio realizada por dos destacados investigadores, Sarah-Jayne Blakemore y Uta Frith, se titula El cerebro aprendiendo: Lecciones para la Educación (2005), e incluye entre sus capítulos títulos como “el cerebro matemático” y “el cerebro alfabetizado”.

Un uso común, pero como seguramente ambos autores estarán de acuerdo, no son los cerebros los que aprenden, son matemáticos o leen y escriben; son sus poseedores quienes utilizan sus cerebros para aprender, hacer matemáticas o lo que sea. (Sé que estoy poniendo mi propia cabeza en la guillotina aquí: hace muchos años, a principios de 1970, escribí un libro llamado, en mi certeza juvenil, El cerebro consciente. Pero me me reformado). Esto es, creo, más que una sutileza semántica, ya que estos títulos reflejan la forma en que los neurocientíficos tienden a pensar y animan a otros a pensar lo mismo.

Por otra parte, los énfasis que se desarrollan a partir de esta forma de pensar, en, por ejemplo, el reporte de la revistaBrain Waves [Ondas Cerebrales] sobre la “tecnología adaptativa de aprendizaje” o el prólogo de Educational Neuroscience [Neurociencia Educacional] a un “tutor robot”, corren el riesgo de confundir enseñanza con aprendizaje.

Al instrumentalizar los instrumentos de enseñanza, centrándose en el cerebro y no el niño o el estudiante, estos defensores parecen ignorar el hecho de que tanto la enseñanza como el aprendizaje no son actividades atemporales y aisladas, sino, en su misma esencia, embebidas socioculturalmente.

Para mí, como un neurocientífico, comprometido como yo con las tareas de investigación que implican tratar de entender cómo funciona el cerebro y qué relación puede tener ese funcionamiento con la mente y la conciencia, estudiar de lo que ocurre en el cerebro cuando alguien resuelve ecuaciones cuadráticas o aprende un poema es infinitamente fascinante.

Me preocupa, sin embargo, que algunos de los entusiastas de la neurociencia educativa pueden tomarlo de manera incorrecta. Para los neurocientíficos, la fenomenología de, por ejemplo, la discalculia o la dislexia, origina preguntas sobre los procesos cerebrales que pueden estar implicados, y en este sentido el informe de la Royal Society está es adecuado en fomentar el intercambio de conocimientos entre profesionales y científicos.

Pero yo sugeriría que esto es menos sobre lo que los educadores puedan aprender de nosotros, y más acerca de cómo su experiencia de la enseñanza puede ayudar a enmarcar las preguntas que los neurocientíficos hacen sobre el cerebro.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/cuidado-con-el-aprendizaje-basado-en-el-cerebro/

Imagen: http://insurgenciamagisterial.com/wp-content/uploads/2016/10/timeshighereducation.jpg

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