Entrevista a Jorge Ruiz: “La sobreprotección cría generaciones de cobardes, de niños que creen que no tienen ningún valor”

Entrevista/13 Febrero 2020/Autor: Adrián Cordellát/elpais.com 

El cantante de Maldita Nerea y logopeda es un apasionado de la educación y desde septiembre preside la Fundación Promete que busca cambiar el sistema educativo

Jorge Ruiz presenta estos días junto a su banda, Maldita Nerea, su nuevo trabajo discográfico, Un planeta llamado nosotros. Con casi 20 años de carrera, Maldita Nerea es hoy uno de los grupos españoles más consolidados del panorama de la música pop. Y eso que, como suele contar, él creció pensando que no tenía ningún talento. Logopeda y maestro de Audición y Lenguaje, Jorge es un apasionado de la educación y desde septiembre preside la Fundación Promete, que busca cambiar el sistema educativo para que éste potencie los talentos únicos de cada niño y niña. Para que ningún niño crezca con el pensamiento limitante con el que lo hizo él. En ese sentido se posiciona precisamente uno de los temas del disco, Te prometo libertad, que Maldita Nerea ha creado a petición del psicopedagogo italiano Francesco Tonucci. “Solo esa petición ya ha sido un regalo tan trasformador para mí que justifica por sí solo el disco”, asegura el compositor murciano, que lamenta que con tanta sobreprotección estemos educando a “generaciones de cobardes, de niños que piensan que no tienen ningún valor”.

PREGUNTA. El próximo 31 de enero lanzáis nuevo disco al mercado: Un planeta llamado nosotros. Han pasado casi 20 desde vuestro primer álbum. ¿Se reconoce el Jorge Ruiz de ahora en el de sus inicios?

RESPUESTA. En este disco hay una canción que se llama Siempre estaré ahí. Es la única en la que yo me reconozco auténticamente del primer disco. Entonces yo todavía me estaba conociendo, no había tanta luminosidad y tanta apertura como hay ahora.

P. Yo os conocí a través de Los Delinqüentes, por aquella versión de El secreto de las tortugas que teníais con ellos. Intuyo que un éxito como el que tuvo esa canción es el que te hace pensar que lo de la música va en serio, ¿no?

R. Sí. Desde luego que no me imaginaba que esa colaboración con Los Delinqüentes nos iba a conducir hasta donde estamos ahora. Sobre todo porque esa canción en concreto es muy filosófica. Yo por aquel entonces no era consciente todavía de que era un apasionado de la filosofía, pero con el tiempo me he dado cuenta y he ido viendo que generación tras generación la gente sigue recibiendo todo el contenido filosófico que tiene el tema.

P. Te preguntaba lo de que la música iba en serio porque tú eras y sigues siendo logopeda y maestro de Audición y Lenguaje. Tenías una vocación muy clara. ¿Cómo es lo de compaginar ambas facetas? Porque intuyo que la música te robará mucho tiempo…

R. Yo realmente estudiaba derecho. Con otros tantos millones de estudiantes no sabía qué estudiar y opté por lo menos malo o lo que piensas que más te conviene. Con el tiempo te vas conociendo y la logopedia me encontró a mí justo cuando quise grabar mi primera maqueta profesional. Tuve un problema de voz y la rehabilitación que hice con una foniatra me descubrió una profesión que era para mí. Así que hice las dos cosas a la vez y lo pude compaginar hasta que llegó el boom de Maldita Nerea y tuve que cerrar la clínica, que me iba francamente bien. Esta vocación es lo que con el paso de tiempo he ido reconvirtiendo en mi lucha por la mejora del modelo educativo.

P. Esa reconversión de tu vocación tiene un ejemplo claro en uno de los temas del nuevo disco, Te prometo libertad, que está inspirado en palabras de Francesco Tonucci. ¿Qué significa Tonucci para Jorge Ruiz?

R. Tonucci es un maestro al que tuve el placer de conocer gracias a Mar Romera. Él me hizo un encargo informal, me dijo que debería hacer una canción sobre la palabra “dejar” aplicada a la educación. Solo esa petición ya ha sido un regalo tan trasformador para mí que justifica por sí solo el disco. Hay un mensaje tan potente en eso de “por favor, dejemos a los niños que sean libres”, que sólo por esa enseñanza, además siendo yo padre de tres hijos, ya me merece la pena. Ojalá pueda honrar con esta canción la sabiduría que me ha transmitido Francesco.

P. “(…) que si tú no ves mi cielo, no sabré jamás volar. Y si quieres que sea grande y que encuentre mi lugar, no podré si no confías y me dejas libertad”, dice un fragmento de la canción. Con tanta sobreprotección en todos los ámbitos de la vida, ¿estamos negando el cielo a los niños y niñas?

R. Totalmente. Cualquiera con dos dedos de frente lo sabe ver, esté centrado en la educación o no. Vivimos en una sociedad maravillosa, porque yo no soy nada pesimista, pero sí que es cierto que tiene cierta contracción y limitación mental que nos impide ver más allá. Nos pasa en la escuela con los exámenes y la evaluación, que son muy limitantes. Entiendo que se quiera poner una nota, un número, pero el ser humano no se expresa solamente a través de unos números. Eso crea un condicionante mental muy claro y unos patrones muy limitantes. Por eso hay tantos alumnos que no quieren ir a clase.

P. Hace unos meses precisamente entrevistaba a Tonucci. Enfocando un poco más el concepto de sobreprotección a la maternidad/paternidad, me dijo que los niños y niñas “necesitan ir más allá del patio, salir del control directo de los adultos”. Me comentaba que es un derecho que no existe, pero que debería existir.

R. Es que no velamos realmente por su interés general, si no más bien por una protección basada en nuestra bondad de querer lo mejor para ellos. Es como tener un pajarito en la mano y no ser capaz de abrir la mano cuando él muestra ganas de querer volar. Deberíamos usar la presión justa con nuestros hijos para que en el momento en el que quieran volar podamos soltar la mano sin miedo. Hay que acompañar a los niños para que estén bien, para que se sientan seguros, pero hay que dejarles que vayan a su ritmo y a su manera para hagan su camino. Eso es la educación.

P. Tú, como has dicho, además de logopeda y maestro, eres padre. ¿Por qué crees que nos cuesta tanto a los padres prometer (y sobre todo dar) libertad a nuestros hijos?

R. Porque a nosotros no nos la dieron, como dice la canción. Nos transmitieron eso y nosotros lo replicamos con nuestros hijos e hijas. De alguna manera nosotros también fuimos sobreprotegidos, así que hasta que tú no te liberas de esa mochila es difícil que dejes de sobreproteger.

P. Justo me decía Tonucci que hoy las ciudades son más seguras que antes, pero que tenemos la sensación contraria.

R. Es que el modelo de ciudad que tenemos no ayuda. Los niños acaban jugando en parques que son jardines con vallitas, con el juego muy pautado y en los que siempre están bajo la supervisión de un adulto. Hasta en las playas están habilitando zona de juegos para niños, como si la propia arena o las olas del mar no fuesen juguetes.

P. Para cambiar todo esto, a tu ya de por sí ajetreada vida uniste en septiembre del año pasado la presidencia de la Fundación Promete, que busca cambiar el sistema educativo para que éste potencie los talentos únicos de cada niño y niña. ¿Estamos muy lejos de esa utopía?

R. La Fundación está demostrando que no es una utopía. La teoría es fácil, pero ponerla en práctica sin entrar en conflicto con el sistema educativo de tu país es lo complicado, casi un acto de equilibrismo, y nosotros lo hemos logrado. Estamos consiguiendo que los niños no desconecten de sus intereses genuinos. Y eso solo se consigue poniendo al niño en el centro, escuchándolo mucho y teniendo muy claro como no limitar su interés personal.

P. Tonucci me decía que los únicos que pueden cambiar la escuela son los profesores. Tú eres uno de ellos y tienes a través de la Fundación una relación directa con muchos de ellos. ¿Hay esperanza?

R. Por supuesto. Igual que la sociedad de la información tiene una capacidad tremenda para generar ruido, también la tiene para generar espacios de conocimiento a los que cada vez se suman más profesores de manera autónoma. De ahí vienen César Bona o Manu Velasco, esos profesores que sin entrar en batallas ponen al niño en el centro. La movilización educativa tiene que venir del profesor. Y hay muchos que ya lo están haciendo.

P. El reto de los profesores y de los padres debe ser dar libertad al talento de cada niño y niña. Tú sueles contar que creciste pensando que no tenías ningún talento. Es más, todo tu entorno se echó las manos a la cabeza cuando decidiste parar tu vida, la vida que llevabas hasta entonces, y dedicarte a la música. ¿Por qué nos cuesta tanto acompañar los sueños de otras personas, aceptar que, como dice la canción de El secreto de las Tortugas, alguien se salga del camino establecido e improvise un guion definitivo?

R. No quiero que suene demasiado espiritual, pero si tú no permites que tu ser vaya hacia donde él se dirige, estás negándote. Y cuando tú niegas algo, no lo amas. Eso se convierte en un patrón de conducta, en creencia y en verdad limitante. Mar Romera habla de las personas sin valor, de personas que piensan que no tienen nada valioso, como me pasaba a mí. Al final son personas cobardes que no afrontan su propia libertad porque piensan que no la tienen. Estamos educando a generaciones de cobardes. No porque no tengan valentía, sino porque piensan que no tienen ningún valor.

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2020/01/27/mamas_papas/1580139114_879363.html

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Entrevista a Eva Millet. Periodista y autora: La ansiedad en niños y adolescentes: «Los niños del siglo XXI no juegan, sus agendas de ministro no lo permiten»

Por: Èlia Pons

La periodista Eva Millet acaba de publicar el libro ‘Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres?’, En el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y jóvenes y destaca su relación con una crianza sobreprotectora.

Eva Millet es periodista y comenzó a escribir sobre educación en el momento en que se convirtió en madre. En 2016 publicó Hiperpaternidad, que es el término utilizado en Estados Unidos para definir una crianza intensiva y obsesiva basada en la sobreprotección de los hijos y la saturación de sus vidas con múltiples actividades. Más adelante, publicó Hiperniños: ¿hijos perfectos o hipohijos? (2018), donde analizaba el impacto de este tipo de crianza sobreprotectora en el desarrollo de los hijos. Ahora acaba de sacar Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres? (Plataforma), libro en el que hace una radiografía de cómo la ansiedad se manifiesta en los niños y adolescentes y las causas que la pueden propiciar.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de doscientos setenta millones de personas en el mundo sufren trastornos de ansiedad. La misma organización calcula que entre un 10% y un 20% de niños y adolescentes en todo el mundo experimentan trastornos mentales, el más común es la ansiedad. Según Millet, se trata de un trastorno especialmente alimentado por las vidas frenéticas que llevan. Considera que la hiperpaternidad y la ansiedad van de la mano y, por ello, este último libro que publica supone, en cierto modo, el cierre de una trilogía.

Vivimos en un entorno ansioso. ¿Esto ha hecho aumentar la ansiedad?

La ansiedad es una emoción muy humana, primaria. Siempre ha estado allí. Hay dos corrientes, una que dice que ahora hay más ansiedad que nunca y otra que dice que siempre ha habido, pero que lo que pasa es que ahora se habla más, se diagnostica más y, en definitiva, hay más noción de la ansiedad. Yo creo que es una suma de las dos visiones, pero sí es cierto que hay un ingrediente fundamental que hace que haya más ansiedad, que es el ritmo frenético en el que vivimos. Este no parar, esta híper estimulación, genera mucha ansiedad.

En el libro explicas que la ansiedad, en cierto modo, puede ser positiva. ¿Cuándo esta «ansiedad aliada» se convierte en negativa y se debe tratar?

Bien llevada y en las dosis adecuadas, la ansiedad es importantísima. La necesitamos para alcanzar nuestros objetivos. Pero cuando se desborda te hace la vida imposible. El problema llega cuando no te deja vivir bien. Cuando se convierte en un obstáculo en tu vida y tú ya no funcionas. Puedes tener ansiedad una semana antes de los exámenes, pero cuando ya han pasado los exámenes y sigues sin dormir, con taquicardias, con sudores o dolor de estómago, entonces, esta ansiedad se debe empezar a tratar. La máxima expresión de la ansiedad ocurre cuando se produce un ataque de pánico, esto es un aviso de que algo no va bien.

¿Crees que la precariedad laboral también influye en la ansiedad?

Sí, la idea de que el mundo se acaba y que todo es muy difícil nos crea mucha ansiedad. Estamos en tiempos particularmente ansiógenos, y por este motivo es importante aprender a lidiar con esta ansiedad y tenerla a raya, así como poner en marcha herramientas para no caer en ella. Porque la ansiedad siempre está. Y, además, es muy subjetiva. Lo que a ti te puede crear ansiedad a mí me puede parecer algo sin importancia, y viceversa. Por tanto, no sólo influye el entorno, sino también las características de la persona y la educación que ha recibido. Es una emoción muy misteriosa, muy difícil de definir, es aquello de «no sé qué me pasa, pero no estoy bien». El miedo es causado por una cosa concreta, tangible. Pero, en cambio, la ansiedad es el miedo al miedo. Es mucho más abstracto.
Foto: Èlia Pons

En tus anteriores libros hablas de la hiperpaternidad, los padres que protegen demasiado a sus hijos. ¿Qué relación hay entre hiperpaternidad y ansiedad? ¿Un niño sobreprotegido tiene más posibilidades de tener un comportamiento ansioso?

Uno de los combustibles de la hiperpaternidad es la ansiedad. Esta idea de estar muy encima del niño para que no le pase nada y que triunfe y llegue donde yo quiero es un gran generador de ansiedad. Y esta ansiedad de las familias para que su hijo sea el mejor es transmitida a los hijos. Por un lado, se traduce en unas grandes expectativas. Si tus padres están súper pendientes de ti, lo dan todo y esperan mucho de ti, tienes un peso y una presión importante. Y todo ello genera inseguridad a los hijos. Por otro lado, tenemos el estilo de vida frenético que estos niños llevan, y que es una consecuencia de esta hiperpaternidad. Este no parar, haciendo muchas actividades extraescolares, genera estrés al niño. Porque no paran, igual que no paran los adultos. Los hay que están haciendo vidas de miniadultos y tienen una agenda de ministro. Si gestionar mi estrés ya me cuesta, imagínate un niño de seis años que está todo el día arriba y abajo. La tarea de los padres es criar personas bien educadas, pero si como padre quieres tener un Einstein, esto es imposible.

También es muy interesante ver cómo la ansiedad se está convirtiendo también en un signo de cierto status. En el mundo académico anglosajón, por ejemplo, un niño o adolescente con ansiedad tiene más tiempo para hacer un examen. Hay padres locos porque diagnostiquen a sus hijos con trastornos de ansiedad, porque así tienen ciertas ventajas. Es surrealista. La ansiedad se está convirtiendo en un «bien». Se está convirtiendo casi en un producto capitalista.

¿Cómo debería cambiar la educación que reciben los niños?

Como dice el pedagogo Gregorio Luri, todos los niños tienen derecho a tener unos padres relajados. Estamos en un momento muy ansioso, y lo que yo reivindico es que paremos un poquito, que esto no es una carrera de obstáculos, que la infancia es un momento casi sagrado de la vida de cada uno y que los niños tienen derecho a vivir como niños. Tienen derecho a tener tiempo para hacer las cosas que hacen los niños, como jugar. Jugar es importantísimo y los niños del siglo XXI, del primer mundo, no juegan. No tienen tiempo, sus agendas de ministros no lo permiten.

¿Cómo gestionar y prevenir la ansiedad en los niños y adolescentes? ¿Cuál debería ser el ambiente adecuado para que crezcan?

Hay varias formas. Dormir, por ejemplo, es una manera natural de pulsar el botón reset. También ayuda llevar una buena alimentación, ya que hay una vinculación entre lo que comemos y cómo funcionan nuestro cerebro y nuestras emociones. Y, sobre todo, llevar una vida más relajada, más en contacto con la naturaleza, con unos ‘tempos’ menos enloquecidos. También se puede hacer un trabajo desde las escuelas. Hay algunas que están incorporando la educación emocional, y es una buena manera de prevenir la ansiedad. Está muy bien que se eduque en las emociones, que se explique qué es la ansiedad, pero yo pienso que esto es un trabajo básicamente de las familias. Como familias debemos arriesgarnos a que nuestros hijos se equivoquen, que sufran un poquito de vez en cuando, y educarlos en la responsabilidad, que sepan que son responsables de sus actos. Nosotros hemos de soltar esta ansiedad que llevamos encima y que transmitimos a nuestros hijos. Como no nos repensamos el modelo actual, no vamos bien.

Foto: Èli Pons

A los niños habitualmente les cuesta más expresar lo que sienten y, por tanto, puede ser más difícil detectar la ansiedad. ¿Cuáles pueden ser las señales de alerta más habituales?

Si a los adultos ya nos cuesta explicar que tenemos ansiedad, para los niños es aún más difícil. No la saben expresar; entonces debemos estar alerta a una serie de síntomas como, por ejemplo, pequeñas enfermedades o molestias continuadas, como padecer dolor de estómago o dolor de cabeza constantemente. Cosas que no tienen una explicación médica clara, pero de la que los niños siempre se quejan. La reticencia de ir a lugares a los que les gustaba ir, por ejemplo, a la escuela o a una fiesta de cumpleaños, son pequeños signos de alerta que como padres debemos tener en cuenta. También el mutismo, dejar de hablar. Esto está relacionado con la fobia social, uno de los trastornos de ansiedad más comunes en los adolescentes. No dormir bien o tener muchos pesadillas también puede ser un síntoma. También puede ser la falta de apetito o, al revés, tener mucha hambre, las exageraciones. En los adolescentes los síntomas ya son más claros, son fobias específicas: tener mucho miedo a equivocarse, a hacer el ridículo… ya se manifiestan de una manera más madura. En definitiva, las señales de alerta pueden ser cualquier cosa que como padres detectamos que no se corresponden con cómo son nuestros hijos. Todo lo que nos haga formular la frase: «No reconozco mi hijo».

¿De qué manera las pantallas y las redes sociales influyen en la ansiedad de los jóvenes?

Las pantallas son grandes generadores de ansiedad. Por un lado, debido a su componente adictivo. Las redes sociales, los juegos de ordenador… están diseñados para enganchar, y cuando no puedes consultar el móvil o no puedes jugar a un juego porque no tienes batería, esto hace que se genere estrés y ansiedad. Hay esta parte puramente biológica, física, y luego está la parte que sobre todo afecta más a los adolescentes, que es la ansiedad por la necesidad de agradar, que te acepten, de no hacer el ridículo, de conseguir más likes. También existe la ansiedad que te provoca ver que los otros se están divirtiendo y tú no, que se lo están pasando mejor que tú. Y es todo mentira, pero claro, para llegar a esta conclusión debes tener una cierta madurez.

¿Qué papel juega la clase social?

Para escribir el libro hablé, por un lado, con adolescentes de una escuela de Barcelona para familias más bien acomodadas, y estaban todos poseídos por la ansiedad. Tenían mucha angustia a la hora de tomar decisiones, por miedo a equivocarse. A una chica con la que hablé, por ejemplo, elegir el tema del trabajo de investigación le provocaba una ansiedad brutal. Estos niños eran un reflejo muy claro de esta crianza fruto de la hiperpaternitat. Por otra parte, también hablé con unos adolescentes tutelados, y estos tenían una concepción muy diferente de la ansiedad. Muchos no sabían qué era exactamente. Pero esto no quiere decir que no tuvieran. De hecho, un entorno socioeconómico complicado genera más ansiedad. Lo que pasa es que esos chicos tenían tantas otras cosas por las que preocuparse, por ejemplo, qué harán cuando cumplan 18 años, que no se podían permitir tener ansiedad. Para ellos, la ansiedad era un lujo. En cambio, los niños de clases más acomodadas podían expresarse sin ningún problema. De hecho, era su principal problema, porque las otras necesidades ya las tienen cubiertas.

¿Es adecuado tratar la ansiedad infantil y juvenil con fármacos? ¿Cuál es el tratamiento más efectivo?

La terapia es mucho mejor que los fármacos, lo que pasa es que es más cara y más larga y, además, supone exponer a tu hijo. La manera más efectiva de superar la ansiedad es enfrentarte lo que te genera ansiedad y ver que eres capaz de superar este miedo al miedo. Las pastillas no se recomiendan para menores, pero se utilizan cada vez más. De hecho, según un estudio del Plan Nacional sobre Drogas de 2018, el ansiolítico es la primera droga de uso de los jóvenes españoles de 12 a 16 años, por encima del tabaco y el alcohol. Es decir, los jóvenes se han tomado antes un diazepam que una cerveza. Los ansiolíticos funcionan bien, actúan directamente sobre el sistema nervioso y te calman, pero son una ayuda puntual. Como tratamiento no es adecuado, es más recomendable hacer terapia, del tipo que sea. También hay ansiolíticos naturales. Por ejemplo, una chica con la que hablé me ​​dijo que cuando tuvo su primer ataque de pánico la ayudó más el abrazo de su madre que cualquier medicamento.

Fuente e Imagen: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2020/01/22/la-ansiedad-en-ninos-y-adolescentes-los-ninos-del-siglo-xxi-no-juegan-sus-agendas-de-ministro-no-lo-permiten/

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“Hemos entrado en un periodo de excesivo proteccionismo de los niños en familias y escuelas” Entrevista a Elena Martín

Europa/España/12 Abril 2018/Autor: Daniel Sánchez Caballero/Fuente: El diario la educación

Elena Martín hace hincapié en la necesidad de que las familias reciban ayuda y educación para convertirse en educadoras. Estar biológicamente preparados no hace a madres y padres, culturalmente educadores. La sociedad tiene un papel que hacer aquí importante.

Catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid en Psicología Evolutiva y de la Educación, Elena Martín es una de las mayores expertas de España en el desarrollo del niño. Martín se extraña de que la sociedad considere que los padres, por el hecho de serlo, estén preparados para educar a sus hijos y defiende que necesitan ser educados como educadores, porque criar a un pequeño muchas veces es ir contra la propia intuición. También lamenta que se haya pasado de primar lo individual frente a lo colectivo.

Es una pregunta amplia y un poco general pero, ¿está bien planteado el sistema educativo en sus primeras fases, si atendemos a las necesidades de desarrollo y autonomía de la infancia?

No es un problema solo del sistema educativo. La respuesta exige trascenderlo. Creo que hemos retrocedido en algo necesario para el desarrollo, que es la capacidad de experimentar. En general, algo que ha sido un avance en el sentido de considerar la infancia como un periodo en el que los niños y niñas necesitan una atención específica a sus características, y eso supone muchas veces más protección de la que ha habido. La infancia es un concepto cultural, hace siglos se creía que los niños son adultos en pequeño, ahora sabemos que la mente de los niños es cualitativamente distinta a la de los adultos. No solo que hace todo en menor cantidad, sino que es distinta y eso es un avance. Un niño no tiene recursos para enfrentarse al miedo o para aceptar determinados aspectos de la realidad, como puede ser el sexo. Esto pone de manifesto que los niños están en un periodo que exige que para protegerlos hagamos un sistema que tenga en cuenta sus características. Pero no puede ser que la idea de protegerlos nos haga olvidar algo tan importante o más: que el ser humano aprende porque experimenta sobre el espacio y sobre el mundo. Toca, anda, etc. Es la acción sobre el mundo la que provoca el desarrollo. Cuando esa protección se convierte en sobreprotegerlos, corremos el riesgo de anular la potencialidad del mecanismo esencial del desarrollo, que es la experimentación, la exploración del espacio. Y cuando no tienen posiblidades de explorar, de entrar en contacto con la calle, de aprender a andar sin que te pille un coche, les estás hurtando un mecanismo de desarrollo muy grande. Puede que —yo lo pienso así— hayamos entrado en un modelo de excesivo proteccionismo, tanto en las familias como en las escuelas. Creo que más en las familias.

¿En qué momento hemos llegado a esta sobreprotección?

No es fácil entender que cuando una persona, un niño, no es capaz de hacer una cosa la manera de ayudarla no es hacérsela inmediatamente tú. Es esperar, darle ayuda, animarle a que lo intente. Si tú se lo haces, esa persona aprende de una manera menos potente que si lo hace ella. Si un niño, haciendo un puzzle, no sabe dónde poner una pieza y se la pones evitará la frustración, pero no aprenderá igual. Lo que una persona aprende al ver a otro poner una pieza es muy poco potente, está basado en la memoria visual de colocar una imagen. Con una ayuda en la que dices que piense de qué color es la pieza, qué le falta a la vaca… combinas el hecho de ayudar con no suplir la competencia del niño. Pero no es fácil, porque la mente humana tiende a asociar ayudar con hacer. Y si hablamos de evitar riesgos…

Junto a esta explicación, más psicológica, hay que tener en cuenta que se ha producido un entorno para los niños con más riesgos que el de hace 50 años y ha habido un repliegue hacia una mayor protección. También ha habido una tendencia a pasar del valor de lo colectivo frente al valor de lo individual. Pero tus hijos solo van a aprender en la medida en que estén con otros. ¿Se ha perdido en sí mismo? No lo sé. ¿Se ha perdido porque el entorno urbano se ha hecho más complicado para compartir actividades y entonces hemos acabado haciendo actividades más individuales? Probablemente, por un aspecto interactivo. Hemos empezado a vivir en unas situaciones urbanísticas y horarios y pautas diarias de las familias que hacen muy difícil compartir nada. La mezcla de estos factores lleva a que estemos en un momento en el que los niños y niñas están pudiendo tener menos experiencias ricas de las que teníamos en otras generaciones.

Este análisis me lleva a pensar que mala solución tiene.

No, es una solución compleja, pero tiene solución. Se ha producido algo importante, y es que hemos tomado conciencia del problema. Es el primer paso siempre. Ahora nos damos cuenta de que esto está siendo un problema, aunque no todo el mundo esté de acuerdo con el diagnóstico. Hay al menos dos grandes líneas de avance. Una, la que más peso ha tenido hasta ahora: el urbanismo. La geografía de la infancia es un campo de conocimiento que reúne disciplinas distintas (antropólogos, psicólogos, arquitectos, urbanistas, sociólogos) y mira el problema desde la riqueza de todas esas disciplinas. Entienden que la ciudad no se ha diseñado teniendo en cuenta la infancia. Cuando se diseñan nuevos espacios (cuando se hace bien) se hace pensando en cómo hacer accesible la movilidad de los niños y niñas —no solo la peatonalización— para permitir que ejerzan sus derechos. Esto es importante. Los niños tienen derecho al juego, está en la Convención sobre los Derechos de la Infancia de la ONU, y para que se cumplan los derechos el espacio urbano tiene que ofrecer posibilidades para ello.

Y la otra línea…

La otra, de la que se es menos consciente, es que, junto con eso, hay que trabajar con las familias y los docentes, con las personas que tienen la responsabilidad de organizar las rutinas de los niños. Ellas son las que marcan al final lo que les dejan hacer o no. O, incluso, lo que les promueven. Las familias eligen los otros contextos donde sus hijos se mueven: eligen colegio, extraescolares, amigos con los que están o no. Y con estas decisiones configuran el desarrollo de sus hijos. Y a veces los padres no somos conscientes de la trascendencia de las decisiones que tomamos. Cuando eliges un colegio lo piensas mucho porque eres consciente de la trascendencia de la decisión, pero otras… No se puede esperar que la gente lo sepa, hay que hacer toda una tarea de educación de las familias. Los padres, por ser biológicamente capaces de procrear, no quiere decir que sean culturalmente capaces de hacerlo. Educar en este momento es más complicado que antes. Antes el niño con salir a jugar con los amigos era suficiente. Y un padre no tenía por qué saberlo, pero las prácticas sociales lo garantizaban. Ahora las prácticas sociales no lo garantizan y por tanto seguir teniendo esa dimensión de desarrollo supone que quienes somos responsables de la educación de los menores (escuela, familia, ayuntamiento) tomemos conciencia de ello y lo planifiquemos.

¿Dónde habría que hacer esta educación de familias? ¿Qué papel le toca jugar a la escuela?

Hay unos centros del Ayuntamiento de Madrid llamados CAF (Centro de Apoyo Familiar) donde cuando tienes un hijo te ofrecen un apoyo. Pero no porque tengas un hijo con problemas, sino para enseñarte a jugar con tus hijos, por ejemplo. Jugar no es darle juguetes cerrados que configuran ya la actividad (este juguete es para tocar). Es saber que tienes que darles actividades abiertas, amplias, exploratorias. Todo eso se enseña. Los CAF enseñan a las familias cómo provocar un buen desarrollo de sus hijos. Las administraciones públicas (algunas) han tomado conciencia de que ser padre no es algo que venga garantizado, necesita apoyo y hay que brindarlo. María José Rodrigo, una catedrática de La Laguna, tiene un programa en el que trabaja con familias en programas muy largos haciendo que los padres tomen conciencia de cuál es el mejor estilo educativo, que es el que consigue reunir control y afecto. En Sevilla hay otro equipo en torno a Mari Carmen Moreno y Jesús Palacios. Cuando las madres van al centro de salud embarazadas, junto al seguimiento biológico de su embarazo se les ofrece una preparación psicológica para la tarea. Se hacen grupos de madres y padres entre sí con psicólogos educativos, hay grupos para adolescencia, para ver cómo se trabajan los deberes, las pantallas. Las familias no saben si es bueno trabajar las pantallas o si deben ayudar a hacer los deberes.

La escuela puede tener algunas de estas características, pero la escuela es la que mejor lo hace porque sabe que tiene que provocar desarrollo, aunque también tenga esta idea proteccionista porque estamos todos retraídos por si nos denuncian (¿si le saco y se cae o se hace una herida?). A pesar de que la escuela puede estar un poco retraída, está infinitamente más esponjada que las normas que ponemos los padres, porque en la escuela hay profesionales.

Me llama la atención que hemos hablado de familias, CAF, programas universitarios en La Laguna o Sevilla… Pero nada de las escuelas. ¿Dónde queda la relación escuela-familia?

Hace no muchos años, en el Reino Unido la ministra de Educación se llama de Escuela, Familia e Infancia. Solo el título es un mensaje de comprensión. La Educación no es la escuela. Hay muchas teorías psicológicas que ponen de manifiesto que el ser humano se desarrolla en diferentes contextos de práctica social. En nuestro caso es escuela, familia, medios de comunicación y los pares. Si el desarrollo se está produciendo por estar inserto en todas esas prácticas sociales, la coordinación de estas prácticas sociales es esencial. Si no, unos tiran para unas metas y otros para otras. Cuando no somos conscientes de que estamos provocando desarrollo no lo planificamos adecuadamente, pero lo estamos provocando. Las familias, espacios donde niños y niñas están con otros niños y niñas explorando, es un contexto fundamental de desarrollo. Cada persona tiene el contexto que más le influye, pero si van en direcciones totalmente contrarias… Como dicen los maestros: yo trabajo los valores, pero la tele me los desmonta en una tarde. Tiene que haber coordinación entre contextos, por eso la importancia de que lo planifiquemos conjuntamente. En último término, las administraciones educativas deberían darse cuenta de que su obligación no es solo garantizar un sistema escolar de calidad, sino garantizar todas las prácticas educativas que tienen influencia sobre la infancia como promover los derechos. En algunos países, cuando das a luz hay personas que te acompañan a casa, te enseñan a ser madre, porque las madres se agobian, los niños no quieren mamar. Es muy educativo. Pero las familias lo ven como una ingerencia. No lo es. Hay que crear la cultura. ¿Quién no quiere que le ayuden?

Esto último que cuenta me lleva de vuelta a lo que comentaba antes del individualismo de las familias y cómo cada vez más parece que las familias dicen: “Es la educación de mis hijos y hago lo que me da la gana”.

Los seres humanos somos todavía muy homínidos, muy primarios. Hay que tomar conciencia de esto. Entender que lo que vemos no es la realidad es muy difícil. La gente no quiere aceptar el principio profundo de que el ser humano tiene una mente que limita la forma en que conoce y por tanto actúa. Dicen: “Es mi hijo”. Y en esa afirmación predomina la idea de que es suyo. Pero en cambio la cultura ha desarrollado una idea más fuerte: “No, es un ser humano”. Eso es lo fundamental, no que tú seas su padre. Y, por tanto, el bien mayor del pequeño es lo esencial. Será tu hijo, pero si no satisfaces sus necesidades, sus derechos, mi obligación, la de la sociedad, es quitártelo. Aunque antes de llegar a ello te enseño a que promuevas sus derechos. Esto no se cree. Cuando yo, en 3º de Psicología, planteo esto, mis alumnos reaccionan con mucha agresividad, porque tienen esa idea más intuitiva de que son sus hijos. ¿Por qué cuando se hace una adopción miramos a los padres pero cuando tenemos hijos no? ¿Por qué pensamos que por ser biológicamente capaces de procrear lo somos culturalmente de educar? Esa idea no tiene ninguna racionalidad. Es una lógica que creo que es una línea de avance de la humanidad enorme, pensar en esto que le gusta tanto a la gente de “para educar hace falta una tribu”, pues creáselo. Deje de decir eslóganes. Eso quiere decir que toda la tribu es responsable del niño, no los padres, y hay que pensar que los derechos de los niños están por encima de los de los padres. Y esta idea no es fácil de asimilar, y más en una sociedad en la que se ponen los derechos individuales por encima de los colectivos. “Quiero que mi hijo vaya a tal escuela”. Pero por encima de los derechos individuales está que, por ejemplo, una escuela no pueda concentrar un cierto porcentaje de inmigrantes porque deja de poder funcionar. El derecho colectivo a la calidad de la educación de todos los niños y niñas pone un límite a la libertad de elección de centro. Esto la gente tampoco lo acepta. La educación exige cosas más complejas y necesitamos que nos ayuden a pensar juntos, que nos eduquen como educadores, que nos eduquen para educar.

Ha estado mencionando la Convención de los Derechos del Niño de la ONU, etc. Pero, aparte de la parte básica de la protección, que sí se tiene en cuenta, si bajamos a un ‘segundo nivel’, como la participación, parece no importarle a nadie, no hablamos ya de cumplirse.

Eso va por los consejos de Juventud o Infancia. Los niños y niñas no solo tienen derechos, sino tienen el derecho a ejercer los derechos, a defenderlos, conocerlos, a participar. Esa idea está más parada porque es menos intuititva que “si no se cumplen los derechos hagamos algo”. Esta idea de la participación es todavía menos intuitiva que la de proteger el derecho. Pero están creciendo. Hay muchos colegios donde una de las ideas centrales es en qué medida las decisiones se toman de manera participativa con los estudiantes.

En Salud existe la atención primaria, secundaria y terciaria. Pues en derechos de la infacia estamos en atención terciaria; cuando no se cumple algo, actúamos. El problema es la primaria, cómo educas evitando que aparezcan los problemas. Eso que en salud se ha aceptado, en educación está menos presente. Estamos más en cómo evitar problemas que en cómo promover cosas. Hay poca cultura de participación de los derechos de los niños como ciudadanos auténticos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/04/12/hemos-entrado-en-un-periodo-de-excesivo-proteccionismo-de-los-ninos-en-familias-y-escuelas/

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María Jesús Comellas: “Hay que enseñar a manejar el riesgo”

15 de marzo de 2017 / Fuente: http://blog.tiching.com/

María Jesús Comellas

Ha publicado un libro llamado Educar no es tan difícil como creemos. ¿De verdad no lo es?
Creo que no. Estamos dando una imagen a las generaciones jóvenes de que tener criaturas es una cosa extraordinariamente complicada y nos ponemos delante de ellos con una fragilidad con la que difícilmente les transmitimos seguridad.

¿Y cómo debemos educar entonces?
Una de las ideas que intento que sean recurrentes en el libro es que las personas adultas deben acompañar a estas criaturas en la adaptación a la vida, en la toma de decisiones. Cada cual con la edad que le corresponde.

¿Están los niños y jóvenes sobreprotegidos?
Excesivamente, les sobreprotegemos de tal manera que no les dejamos crecer.. La principal razón son los miedos adultos. Miedo de que no atropellen a la criatura, no le hagan daño, etcétera. Es cierto que hay riesgos, pero en lugar de preparar mejor a las criaturas lo que hacemos es arroparlas y dejarlas dentro de una burbuja. Y les transmitimos miedo, desazón y desconfianza.

¿Qué consecuencias puede desencadenar esta sobreprotección?
Hay muchas más consecuencias de las que creemos. A menudo, cuando hacemos una mirada retrospectiva siempre encontramos, en el fondo, el factor falta de autonomía y exceso de sobreprotección.

¿Y cómo se genera esta situación?
Cuando la criatura tiene un par de años ya dice “yo soy mayor y puedo solo”. A los 4 o 5 años esas ansias de demostrar que puede solo ya se le pasaron y se deja ayudar. A los 8 años, “tú me lo haces”. Y a los 12, eres tú el culpable porque no lo has previsto.

¿Cómo podemos fomentar esta autonomía y promover la responsabilidad en los más pequeños?
Las familias deben ver que las criaturas quieren crecer, que el “riesgo cero” no existe y que lo que hay que hacer es enseñar a manejar el riesgo. Entonces, según las edades, hay muchas situaciones que el día a día nos ofrece. Es evidente que a los 4 años es un riesgo exagerado darle un cuchillo de punta, pero lo que no tiene sentido es que a los 12 años dejemos una reunión porque el adolescente tiene hambre. Entonces, aparte de participar en el colectivo, haciendo la compra, el reciclaje de residuos o lo que sea, deben ir asumiendo sus propias responsabilidades, como preparar su mochila.

¿Por qué resulta tan difícil dar esa responsabilidad a los niños?
Los adultos pensamos que no tenemos tiempo y que lo hacemos con más eficacia y más rápido. Pero si repartes responsabilidades, ganas tiempo porque no tienes que hacerlo tú todo. Y además es trampa decir que tú tienes más eficacia porque hace años que lo haces. Por tanto, deja espacio, y verás que a los 15 años tiene la misma eficacia que tú.

¿Cree que es necesario educar en la prevención de la violencia escolar?
Hay que educar, evidentemente, en las relaciones afectivas y de colaboración con los demás. El momento en que la criatura no soporta el fracaso y tiene que ser eficaz en todo, cualquier otra que pueda frenarle este espacio personal es rechazada.

¿Y cómo lo hacemos?
Hay que potenciar al máximo unas relaciones cambiantes entre el grupo que vayan haciendo emerger todo lo bueno que tiene cada persona y creen espacios de pertenencia. Entonces las dificultades relacionales disminuyen drásticamente. Como se ve, sí que se puede educar, y de hecho es imprescindible. No con el castigo, sino con una actuación cotidiana.

Este es un concepto que también aparece en su libro, donde afirma que no se deben utilizar los castigos, pero tampoco los premios, ¿qué se debe hacer entonces cuando existe una conducta disruptiva en clase?
La primera cosa que hago cuando hay una conducta que no es la apropiada es pensar qué hago yo como adulta. Cómo me relaciono yo con todo el grupo y con el individuo concreto. Muchas veces las criaturas que tienen estas conductas tratan de llamar la atención.

Pero, ¿cómo se educa sin castigar?
La sociedad punitiva no es educativa. La conducta punitiva del adulto lo que hace es contener y reprimir. Lo que no quiere decir que se deba dejar hacer a cualquiera lo que quiera. Eso tampoco es educativo. Ni para el sujeto ni para el grupo. Lo ideal es hablar del bien común, del clima del grupo y de unas pautas de relación que deben ser respetuosas para todos.

¿Y cómo se puede evitar consentir a los menores sin castigos?
Lo que es importante, desde primeras edades incluso, es que haya consecuencias de las decisiones que toma la persona. Cuando ven unas consecuencias no es la persona adulta la que decide lo que sucede, sino que es su decisión la que no ha contemplado qué es lo que puede pasar.

De esta manera, se sienten parte del proceso.
Eso es. Hay que hacerles partícipes y gestores de una situación de desconcierto que viven como injusta y que magnifican. Y así pueden ir entendiendo lo que se les pide y tomar decisiones alternativas.

Y, para acabar, ¿cree que se mandan muchos deberes a los niños actualmente?
Sí. En la escuela se está magnificando el aprendizaje cognitivo y teórico y se está secuestrando el tiempo familiar. El tiempo que no es escolar debe tener otras oportunidades educativas entre las que, a partir de los 4 o 5 años, debe estar sin duda participar en la organización familiar. O, lógicamente, actividades de complemento formativo y relación social, como deportes o teatro.

¿Son necesarios los deberes?
Lo único que yo aceptaría como complemento de lo escolar pasaría por incorporar el día a día al aula. Alguna cosa de lo que hacen en la escuela, pero que se relacione con el día a día. Que los alumnos y alumnas comprueben que es importante dominar unas ciertas competencias para, por ejemplo, hacer una compra más adecuada o poder tomar mejores decisiones.

Fuente entrevista: http://blog.tiching.com/mjesus-comellas-ensenar-manejar-riesgo/

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