Entrevista a Pablo Servigne «Nuestra civilización es un coche sin frenos y con el volante bloqueado»

El autor de Colapsología apuesta por el apoyo mutuo para afrontar la catástrofe social y climática que, según todos los datos, se nos avecina.

Dejémoslo claro desde el principio: el colapso no es el fin del mundo. Es el fin de este mundo, tal y como hoy lo conocemos. No es el apocalipsis. Un colapso, según la definición de Yves Cochet, es “el proceso a partir del cual una mayoría de la población ya no cuenta con las necesidades básicas (agua, alimentación, alojamiento, vestimenta, energía, etc.) cubiertas [por un precio razonable] por los servicios previstos por la ley”.

Pablo Servigne (Versalles, 1978) es el autor, junto a Raphaël Stevens, de un best seller que mira de frente al futuro: Colapsología (Arpa, 2020). Son muchos los datos (climáticos, pero no sólo) que indican que caminamos hacia el hundimiento de nuestra civilización. “Aunque hiciésemos un parón total e inmediato de las emisiones de gases de efecto invernadero, el clima seguiría calentándose durante algunas décadas. Se necesitarían siglos, incluso milenios, para emprender la vuelta a las condiciones de estabilidad climática preindustrial del Holoceno”, escribe Servigne. Así pues, el desmoronamiento parece ciertamente inevitable. Lo que no sabemos es cómo será la vida humana tras la desaparición de los casquetes polares, el agotamiento de las materias primas energéticas, la escasez de agua dulce, de alimentos, de suelo fértil y de aire limpio por culpa de la contaminación, la multiplicación de epidemias y de fenómenos meteorológicos extremos, las migraciones masivas…

La famosa serie El colapso (2019) tomó el libro de Servigne como punto de partida para imaginar ese futuro (con resultados desiguales). El marco cultural dominante (el neoliberalismo) nos induce a pensar que será una competición a muerte al estilo Mad Max. La historia natural y la ciencia nos indican lo contrario: la ley del más fuerte suele quedar suspendida en periodos de crisis para dar paso al apoyo mutuo, tal y como señaló Piotr Kropotkin, para asegurar la supervivencia de la especie.

De todos estos temas charlamos con Servigne aprovechando su paso por Barcelona para dar una conferencia en la Escola Europea d’Humanitats, de la Fundación La Caixa.

Se puede considerar su trabajo como una continuación del que hicieron Jay Forrester, Donella Meadows y otros muchos académicos en los años setenta. Ellos ya avisaron de Los límites del crecimiento. ¿Por qué, después de 50 años, nadie quiere escucharles? ¿Hay un obstáculo de carácter psicológico más allá del político o el económico?

El psicológico es un obstáculo más. Ciencia y creencia toman caminos diferentes. Ha pasado medio siglo y los trabajos científicos han aportado una enorme cantidad de datos. Sin embargo, no hemos conseguido que se crean. Ahí hay un gran problema: no acabamos de creer lo que, efectivamente, ya sabemos. Hay una gran variedad de obstáculos, de cerrojos, que podrían explicar ese fenómeno. Cerrojos políticos, económicos, psicológicos, jurídicos, financieros… Hay cerrojos individuales, por el simple hecho de tener miedo o de no comprender lo que está pasando, y también cerrojos colectivos. Hay gente que recibe millones de dólares a través de sus think tanks para fabricar y propagar dudas. Son los llamados mercaderes de la duda. Pero, a pesar de todos esos factores, después de 50 años de trabajo, la ciencia se va abriendo paso poco a poco. Hoy la gente sabe más y cree un poco más. Ese umbral de miedo y dudas va quedando atrás, también porque hemos visto cómo se suceden los desastres naturales.

Usted es doctor en Biología, ingeniero agrónomo y especialista en mirmecología [la ciencia que estudia la vida de las hormigas] pero un día decidió dejar su trabajo como investigador universitario. Se alejó de las publicaciones científicas y de la competición que las caracteriza para tomar partido por un activismo popular. ¿Se siente más útil que en su trabajo anterior?

No sé si soy más útil. Lo que sí soy es más feliz. Dejé la competición de la investigación científica hace ocho años, me aparté de todo eso del publish or perish [‘publica o perece’]. Adoraba ese oficio pero tenía que alejarme de ese ambiente. No quería permanecer en la torre de marfil de nuestro laboratorio. Lo que quería de verdad es informar al máximo de personas. Y al hacerlo me sentía cada vez más contento y más útil al poder escribir para el gran público, en francés o en español, en vez de escribir complicados artículos académicos en inglés que, a la postre, nadie leía. Para mí fue muy satisfactorio ir al encuentro de un público popular, de diferentes clases sociales y con diferentes actividades, para adaptar el discurso científico y hacerlo más accesible.

Usted está entre los expertos que dicen que el colapso no se producirá sólo por causas climáticas sino también por la desigualdad. ¿Por qué incide tanto en ese punto?

Esa es una parte importante de nuestro libro Colapsología. Hay muchos estudios que muestran hasta qué punto la desigualdad es tóxica, corrosiva para una sociedad. Destruye la confianza, la democracia, el bien común, el concepto de un relato, de un horizonte común. Es un factor decisivo para el colapso. Hay un modelo estadístico muy interesante, el modelo HANDY [Human and Nature Dynamics, desarrollado en 2014] que establece la relación entre la sociedad y su medioambiente. Por primera vez se ha incluido la desigualdad en sus parámetros y lo que indica es que cuanto más desigual es una sociedad más posibilidades tiene de colapsar, y de hacerlo, además, más rápidamente. ¿Y por qué? Es muy sencillo. Porque la desigualdad crea una casta de ricos que extrae recursos del pueblo y de la naturaleza, y esa explotación combinada de bienes, recursos humanos y recursos naturales propicia un riesgo irreversible de colapso. Dicho de otra manera, la prioridad hoy para evitar riesgos y daños mayores es compartir, es reducir las desigualdades.

Lógicamente, la mayoría de la opinión pública, en todo el mundo, ha recibido la vacuna contra el coronavirus con alegría y alivio. La gente quiere volver al mundo de antes, tal cual, sin cambiar nada. ¿Ha reflexionado usted sobre esto?

Difícil cuestión. Aún nos falta mucho por conocer de la COVID-19. Como biólogo, yo diría que tenemos que aprender a vivir con el virus como antes lo hicimos con la gripe. La vacuna ayuda a minimizar la conmoción, por decirlo así, pero la sociedad va a cambiar. Existe la tentación de pensar que volveremos al mundo de antes, pero es difícil. Sobre esta cuestión me cuesta hablar de crisis porque los desastres se superan y las crisis pasan. En el relato del colapso lo que provoca miedo es precisamente su lado irreversible. Para mí, el miedo está en el núcleo de este problema, y lo importante es saber de qué manera afectará a la gente. A las personas mayores puede turbarles hasta el punto de congelar su vida. En el caso de los jóvenes, en cambio, el miedo puede ser una motivación, puede activarlos.

¿Pero por qué provoca tanto sufrimiento pensar en que, inevitablemente, caminamos hacia otro tipo de sociedad? Este ansia por volver al mundo de antes, ¿no es un síntoma de nuestra adicción al capitalismo?

Sí, claro. Hay una adicción al crecimiento económico, a los recursos naturales, al petróleo, a la energía… No sé si todo el mundo sufre, pero lo que es indudable es que el cambio siempre provoca miedo. Hay gente que no quiere cambiar porque tiene miedo y otra que no quiere cambiar por su propio interés económico. El mundo se ha hecho demasiado grande y está demasiado interconectado. La menor perturbación puede provocar daños considerables en toda la economía. En inglés se usan las expresiones too big to fail [‘demasiado grande para caer’] y too big to jail [‘demasiado grande para ir a la cárcel’]. Ese es uno de los principales problemas de la transición ecológica. El capitalismo es uno de los cerrojos de los que hablábamos antes. En el libro utilizamos la metáfora del coche sin control: nuestra civilización industrial es un coche con el depósito a punto de agotarse; es de noche y estamos rodeados de niebla; los frenos no funcionan, no podemos levantar el pie del acelerador, nos salimos de la carretera y los baches debilitan la estructura del vehículo; y, por último, nos damos cuenta de que el volante no funciona. Ese volante bloqueado que nos impide cambiar de dirección es el capitalismo.

En su libro usted recomienda consumir productos culturales que hablen del cambio climático. Se trata, a su juicio, de aprender a imaginar el futuro a través de documentales, películas, novelas, cómics… Ha pasado algún tiempo desde que escribió esto¿Ha cambiado su opinión? ¿No le inquieta el miedo y la ansiedad que esos relatos, casi siempre apocalípticos, puedan generar?

No, sigo opinando lo mismo. El miedo forma parte de la vida y es lógico que esté en esos relatos. Pero también hay que imaginar otros futuros mejores, otros horizontes, y sobre todo hablar de clima, de biodiversidad.

La serie El colapso se centra en cosas más siniestras. Muestra fundamentalmente el lado violento y egoísta del ser humano.

Los creadores de la serie [el colectivo Les Parasites] son amigos. La historia surgió a partir de una entrevista que nos hicieron al astrofísico Jacques Blamont y a mí y que ellos dirigieron para Thinkerview. Escribieron el guion tratando de ser positivos, la intención inicial no era dar miedo pero… no lo consiguieron. Entiendo que es difícil cuando se habla de colapso, porque en esa tesitura el miedo ocupa todo el espacio. El tema del clima, por ejemplo, no está demasiado presente en la serie. Hay un autor indio, Amitav Ghosh, que hace ficciones sobre el clima y que ha escrito un ensayo titulado The Great Derangement en el que se interroga por la ausencia de este tema en la literatura. Como científicos, los que hablamos de colapsología llegamos sólo a las cifras, al plano mental, pero para el gran público eso es difícil de digerir. También hay que hablar desde el corazón, desde las emociones, desde la imaginación. Las lágrimas están prohibidas para el científico. Es difícil ver lágrimas cuando terminas de dar una conferencia. Pero cuando tocas el corazón provocas una toma de conciencia mucho más poderosa que la que se puede conseguir con cifras. Lo ideal es combinar el rigor científico con el calor del relato. Los dos elementos son necesarios para lograr lo fundamental: mover a la acción.

¿Puede decirse que usted empezó escribiendo directamente al intelecto y que luego, en libros posteriores como L’entraide : l’autre loi de la jungle [‘El apoyo mutuo: la otra ley de la selva’], toma un camino más emocional y más político?

No exactamente. El plan inicial era hacer una trilogía. El primer tomo, que es Colapsología, es efectivamente un libro macizo, frío, seco, racional, compuesto fundamentalmente por datos que hablan antes a la cabeza que al corazón. A Raphaël [Stevens] y a mí nos sorprendió muchísimo que tuviera una acogida tan emocional, que haya conmovido a tanta gente. El plan seguía después con un segundo volumen que sería la colapsosofía, que hablaría de la sabiduría, de las historias y las emociones. Porque no se trata sólo de sobrevivir a la tempestad: hay que aprender a vivir en la tempestad. Se tituló Une autre fin du monde est possible [Otro fin del mundo es posible]. Y el tercer volumen es la colapsopraxis, en el que estamos trabajando ahora y que será un libro más colectivo y de orden práctico dedicado a la cuestión política y la organización. En él hablaremos del cuerpo en una doble vertiente: la personal, la de quien sufre el shock en su propio cuerpo, y la del cuerpo social. Al concebirlo así, en una trilogía, queríamos seguir la célebre estructura de Gilles Deleuze: concepto, afecto, perceptoL’entraide fue un libro que surgió en paralelo a estos y que ha contribuido a que el público tenga una imagen del futuro un poco más positiva y que acepte el discurso del colapso.

El confinamiento provocado por la COVID-19 despertó una cierta solidaridad entre la gente de los barrios y de las pequeñas comunidades rurales. ¿Cree que este apoyo mutuo puede ser un comportamiento permanente o está limitado a momentos de crisis?

Las dos cosas. La experiencia nos demuestra que cuando hay catástrofes puntuales e inesperadas la gente colabora de manera altruista. Y no sólo eso: reacciona de una forma extraordinaria. Surge una autoorganización casi perfecta y se actúa con una calma increíble. Es decir, ocurre todo lo contrario a lo que esperamos. Creemos que tras la catástrofe cunde el pánico, se abre una lucha de poder para manejar la organización de las cosas y se actúa de forma egoísta. Es falso. Es científicamente falso. Eso sí, cuando los efectos de la catástrofe se alargan en el tiempo el apoyo mutuo se derrite. Nosotros hemos escrito sobre los mecanismos que el ser humano ha adoptado a lo largo de miles de años para estabilizar estas redes de apoyo. El apoyo mutuo es muy poderoso pero también muy frágil. También puede colapsar en un instante. La desigualdad, obviamente, forma parte de los factores de disolución, de disgregación social. La pérdida de confianza, el sentimiento de injusticia, el sentimiento de inseguridad, todos estos son factores que pueden arruinar la solidaridad y la cooperación. Por eso, aunque surja de forma espontánea en los peores momentos, hay que trabajar en una cultura cotidiana del apoyo mutuo. Y también, claro, dejar atrás la cultura de la competición y del egoísmo que hoy es la dominante por culpa de la ideología neoliberal.

Cuando suframos la primera crisis climática grave, lo normal será que la ciudadanía reaccione con ira por la inacción de los gobiernos. ¿Ese enfado, políticamente hablando, puede traducirse en un ascenso de los movimientos fascistas?

Es muy probable, sí, pero no inevitable. Aún hay margen de maniobra. Pero si nos fijamos en la historia vemos, en efecto, que el autoritarismo suele ser una de las etapas habituales en los colapsos. En los momentos de caos siempre hay una búsqueda colérica de culpables. Se inventan chivos expiatorios para canalizar la violencia, como los judíos, los refugiados, los extranjeros… Y también se busca la protección paternal de un hombre fuerte, con el agravante de que este dictador no calma la situación sino todo lo contrario: participa del caos y trae más desigualdades, más conflicto y más violencia. Pero la cólera también puede tomar otros derroteros. La rabia es lo que anima, por ejemplo, a los y las jóvenes de Extinction Rebellion. Tienen dos eslóganes muy descriptivos: “Amor y rabia” y “Cuando la esperanza muere, la acción comienza”. Ellos pasan de promesas y de esperanzas. Ya no tienen tiempo para eso. En Francia despiertan la memoria de la lucha contra los nazis, de esos chavales que se alistaban a la Resistencia con 15 o 16 años. Hay algo muy bello en esta desesperación o en la rabia que representa, por ejemplo, Greta Thunberg. Políticamente hablando, hay que cultivar el lado bueno de la cólera, del miedo y de la desesperanza. Apelar a las emociones es arriesgado, lo sé, el éxito no está garantizado, pero tampoco tenemos muchas más opciones.

Dado que el colapso parece inevitable, su labor de activismo se basa en decirle a la gente que debe prepararse para el sufrimiento que está por venir. ¿Alguna vez tuvo dudas sobre este punto? ¿Se planteó la posibilidad de rebajar el tono para explicar esta realidad de una forma menos dura?

No. Como científico siempre he tenido pasión por la verdad. Además, intento compartir la mayor parte de la información de una forma benévola, aunque es cierto que no suelo ser muy emocional en las conferencias. Y sí, hay que aceptar el sufrimiento, la muerte, el duelo, el miedo. En el budismo, y también en otras escuelas espirituales, se enseña precisamente eso: a vivir con el dolor para vivir mejor. Yo prefiero no mentir e intentar aprender a gestionar el sufrimiento. Lo curioso de esto es que los niños, las niñas, los y las adolescentes que forman parte habitual del público me dan las gracias. Eso me emociona mucho. Me agradecen la sinceridad y la franqueza, y de repente el problema pasa a ser una cuestión de coraje, no de miedo o de dolor.

Vaya, a priori uno diría que no estamos en una época muy proclive al sacrificio y a la aceptación del dolor, y menos entre los jóvenes. La generación de nuestros padres y de nuestros abuelos sí estaba más acostumbrada a lidiar con el sufrimiento. A ellos no les asustaría un discurso como el suyo.

Tampoco creo que yo tenga un discurso tan severo. Hay otros mucho más duros y más sombríos que yo. En cualquier caso, creo que desde hace 50 años el discurso ligero no ha cambiado demasiado las cosas. En este tiempo lo único que hemos logrado es hacernos oír. Nuestro discurso antes era inaudible y ahora es audible. Y antes estaba dirigido al futuro, ahora no. Se trata del presente, de nosotros. La actual generación ha hecho clic. Los jóvenes han despertado, con amor y con rabia, y quieren hacer las cosas de otra manera, aceptando el combate, el sufrimiento, la resistencia. Ha pasado en otros momentos de crisis. Piense en las juventudes de la CNT o en los jóvenes que se alistaron a las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil. No estaban pensando en el hedonismo y en la alegría. Sabían, por convicción moral, que había llegado la hora de luchar. En este momento la metáfora del incendio es muy útil. Imagine que ve humo cerca de su casa. Usted intentará saber de dónde viene ese humo, si las llamas pueden llegar hasta su domicilio, si los vecinos que hay dentro de ese edificio son vulnerables, cómo puede ayudarlos, cómo se organiza la evacuación… Evidentemente, tendrá miedo, ¿pero qué va a hacer? ¿Acostarse? No. Bueno, pues la colapsología es exactamente eso. Hace décadas que estamos viendo el humo y sabemos que ya hay gente que está muriendo.

Fuente: https://rebelion.org/nuestra-civilizacion-es-un-coche-sin-frenos-y-con-el-volante-bloqueado/

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Causas y consecuencias de las dos guerras mundiales del Siglo XX

Por: Víctor Arrogante

Fue un mes de mayo florido hace 75 años, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial. Múltiples fueron las causas y graves sus consecuencias. Las condiciones creadas tras la Primera Guerra Mundial sentaron las bases para el inicio del nuevo conflicto mundial. Más destrucción, sufrimiento y muerte. La humanidad no había dado de si toda la crueldad de la que era y es capaz.

España también jugó su papel antes y durante la guerra, por lo que sufrimos las consecuencias de la posguerra durante años. El 8 de mayo de 1945, se firmaba el acta de rendición incondicional, que ponía fin al predominio del nazismo en Europa. Quedaba odio y rencor. Hoy, aquella ideología criminal vuelve a tomar auge en la Europa unida y tenemos que evitarlo.

La guerra en España (1936-1939), llamada civil, pero que fue militar, por supuesto, sirvió de campo de pruebas para Alemania e Italia. Hitler, tras denunciar las cláusulas sobre desarme impuestas a Alemania por el Tratado de Versalles, organizó un nuevo ejército y puso a prueba el nuevo armamento y las nuevas tácticas guerreras. Hitler y Mussolini, entregaron material de guerra a Franco y enviaron tropas especializadas a combatir en suelo español contra el gobierno republicano. Las otras potencias, encabezadas por Francia y apoyada por Reino Unido, se abstuvieron de intervenir, desarrollando su política de No intervención, porque la guerra de España venía a complicar el juego estratégico que se desencadenaba en Europa. Todo fueron ventajas para el nazismo y el fascismo español. La República quedaba abandonada a su suerte.

El 29 de abril de 1945, Hitler se suicidó. Berlín fue tomada por las fuerzas soviéticas y el 7 de mayo se produjo la rendición alemana. La guerra en el Pacifico terminó en agosto, poco después de que los Estados Unidos lanzaran las bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Murieron en el acto ciento veinte mil personas. Como consecuencia de todo, EEUU y la Unión Soviética surgieron como las superpotencias que iban a dominar el mundo. La guerra fría; el inicio de la era atómica; la descolonización; y la creación de organismos internacionales como la ONU o las Comisiones Europeas, fueron otras de sus consecuencias. Para España representó el aislamiento internacional, la represión política y la depresión económica.

Las principales causas de la SGM, provienen de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). El tratado de Versalles (1919) estipulaba que las Potencias Centrales (Alemania y sus aliados) aceptasen las responsabilidades morales y materiales por haber causado la guerra; además debían desarmarse. Tuvieron que realizar concesiones territoriales a los vencedores y pagar exorbitantes indemnizaciones económicas a los Estados victoriosos.

De otra parte el Plan Dawes (1924), auspiciado por EEUU, pretendía que los aliados vencedores de la Primera Guerra, consiguieran sus reparaciones, buscando la estabilidad de la economía alemana y evitar mayores perjuicios. Alemania en el 20º aniversario de su reunificación (1990), realizó el último pago de las indemnizaciones de la Gran Guerra estipuladas en el Tratado de Versalles. Con el pago terminaron 92 años de un tratado, que algunos de los más reputados historiadores alemanes consideran una chapuza en sus términos económicos.

La Gran Depresión de 1929, se prolongó durante la década de 1930. Fue otra de las causas de la PGM y sus efectos fueron devastadores en casi todos los países, ricos y pobres, donde la inseguridad y la miseria se transmitieron como una epidemia. Cayeron la renta nacional, los ingresos fiscales, los beneficios empresariales y los precios. Ciudades de todo el mundo se vieron gravemente afectadas, especialmente las que dependían de la industria pesada. La agricultura y las zonas rurales sufrieron la caída de los precios y de las cosechas, La política del New Deal en 1932, establecida por el presidente Roosevelt, marcó el inicio del final de la Gran Depresión en Estados Unidos, pero no en Alemania. La desaparición de la financiación exterior y el aumento de las dificultades económicas, propiciaron la aparición del nacional-socialismo y la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP).

Hitler al llegar al poder, procedió al rearme de la nación; firmó tratados estratégicos con Italia y Japón para proyectar aún más lejos sus ambiciones de dominación planetaria. Los Aliados, temerosos de una nueva guerra mundial, trataron de contener la situación mediante una política de apaciguamiento –y ciertas muestras de simpatía hacia el nuevo régimen–, que resultó ser ineficaz y contraproducente. La invasión de Polonia por el ejército nazi en septiembre de 1939, lo desbarató todo. Gran Bretaña y Francia declararon la guerra al Tercer Reich y con ello comenzaba la Segunda Guerra Mundial, que Hitler valoraba como imprescindible necesaria para sus planes, después de asegurar la neutralidad de la URSS, con el pacto de no-agresión.

No es objetivo de este artículo entrar en el desarrollo de la larga guerra, sino el de ofrecer algunos apuntes sobre sus causas y consecuencia. Las humanitarias, son las más trágicas. El número de muertos llegó a cincuenta y cinco millones de personas (imaginemos la dimensión, si tenemos en cuenta que España tiene una población de cuarenta y siete millones). A esta pavorosa cifra hay que sumar el sufrimiento de la población en general, de los prisioneros, las secuelas físicas y psíquicas de los campos de concentración. Desaparecieron ciudades, vías férreas, carreteras, puentes y plantas industriales, así como quedaron afectados los campos más fértiles. Todo quedó desecho.

La SGM fue el conflicto armado de mayores dimensiones de la historia. Se enfrentaron los países que conformaban las Potencias Aliadas y las Potencias del Eje. Tras seis años de lucha, el 14 de agosto de 1945, se declara el final de la guerra y la caída de los regímenes de Adolf Hitler en Alemania y Hideki Tojo en el Imperio del Japón. El mundo quedó divido en dos bloques irreconciliables.

Al finalizar la guerra, los vencedores dividieron el territorio alemán en cuatro zonas de ocupación (norteamericana, inglesa, francesa, y soviética). La ciudad de Berlín, situada en la zona rusa, también fue dividida en cuatro zonas. Más tarde, en 1961 quedaría separada del resto del mundo por el muro de la vergüenza, que cayó en 1989.

Austria recuperó su autonomía. Alemania perdió la Prusia Oriental y los territorios ubicados al este la línea del Order-Neisse. Rumania, Hungría y Bulgaria fueron ocupadas por la URSS, Italia por EEUU y el Reino Unido. Finlandia tras firmar el armisticio con la URSS en 1944 no fue ocupada militarmente. Los EEUU ocuparon posiciones estratégicas en el Pacífico y Corea quedó ocupada por fuerzas norteamericanas y soviéticas. El diseño del nuevo orden mundial, plasmado en los tratados de paz, sigue influyendo en la política mundial.

Europa perdió el poder global que había mantenido. Nació la bipolaridad del poder encarnado por las dos superpotencias. Las monarquías en Italia, Yugoslavia, Albania, Rumania y Bulgaria, perdieron el poder y se convirtieron en republicas. El mundo comunista extendió su influencia sobre Europa Oriental y los Balcanes, planteándose un nuevo conflicto ideológico entre comunistas y democracias occidentales. Nacieron las Naciones Unidas, como instrumento para servir la paz internacional.

Durante seis años, la SGM se cobró más vidas y destruyó más tierras y propiedades en todo el mundo que cualquier otra guerra antes conocida. De los cincuenta y cinco millones de personas muertas, seis millones eran judíos, exterminados en los campos de concentración nazis, como parte de la Solución Final planeada por Hitler y figuras como Himmler o Reinhard Heydrich. Gitanos, homosexuales y personas de ideología opuesta fueron víctimas que aumentaron la barbarie.

Han pasado setenta y cinco años y algunas de sus consecuencias todavía se dejan sentir o están presentes en el desarrollo de las relaciones internacionales. La Segunda Guerra Mundial ha quedado marcada como uno de los conflictos más destructivos en la historia del mundo, aunque parece que se olvidan sus consecuencias. Desde entonces el mundo no ha dejado de guerrear.

Contra las guerras y ante tanta destrucción, sufrimiento y muertes, pasadas, presentes, maldigo a los gobiernos canallas que ordenan y provocan a quienes se benefician del dolor inocente. Maldigo a los que trafican con armas, particulares y gobiernos indecentes que miran hacia otro lado, mientras se comercializa o se trafica en su territorio.

Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/causas-y-consecuencias-de-las-dos-guerras-mundiales-del-siglo-xx-2/

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«Cuando Europa llora por los migrantes muertos, llora con lágrimas de cocodrilo»: Ahmed ben Tahar Galai, premio Nobel de la Paz

Entrevista/01 de septiembre de 2016/Fuente: bbcmundo

Frágiles embarcaciones desbordadas de gente, náufragos desesperados, cadáveres de niños depositados por la corriente en las playas…

Cuando parece que el mundo está a punto de olvidarlos, impactantes imágenes regresan para recordarnos la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo.

Pero, aunque el éxodo continúa,poco parece quedar ya de la ola de solidaridad alguna vez generada porvisiones e historias como la del pequeño Alan.

Ahmed ben Tahar Galai, sin embargo, está dispuesto a seguir dando batalla.

Y a eso va al Hay Festival de Querétaro, que se celebra en México esta semana.

Aunque el vicepresidente de la Liga Tunecina de Derechos Humanos –una de las cuatro organizaciones del Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez reconocidas el año pasado con el nobel de la Pazasegura que no va a darle lecciones a nadie.

Lo representantes del Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez con la medalla del Nobel de la Paz.Image copyrightAFP
Image captionLa Liga Tunecina de los Derechos Humanos, a la que pertenece Galai, fue galardonada con el Nobel de la paz el año pasado junto a los otros tres miembros del Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez.

Al Cuarteto se le acredita haber evitado que Túnez se precipitara en el mismo abismo que Libia,Yemen o Siria luego de lo que se conoció como «la primavera árabe», y para Galai su trabajo es un buen ejemplo de la importancia del diálogo y el consenso.

«Pero no me gusta usar la palabra lecciones. Se puede sensibilizar sobre una experiencia, pero no se pueden exportar lecciones», le dice a BBC Mundo en vísperas del festival.

Lo que no significa que el activista tunecino se muerda la lengua al abordar el tema de los migrantes.

Ahmed ben Tahar Galai
Image copyrightCORTESÍA AHMED BEN TAHAR GALAI
Image captionTahar Galai es uno de los invitados a la primera edición del Hay festival de Querétaro.
Línea

Usted va al Hay Querétaro para hablar de migración en general y de la crisis de los migrantes de Medio Oriente que tratan de entrar a la Unión Europea. ¿Qué tiene que decirle a los latinoamericanos sobre el tema?

Hay mucho que decir sobre el tema, porque hay que sensibilizar a todo el mundo sobre este problema, que es muy actual, muy urgente y muy dramático: por causa de lo que pasa en el mundo -de las guerras, las privaciones y la pobreza- hay mucha gente que se está viendo obligada a abandonar sus países. Y la mayoría lo hace por vías anormales, como inmigrantes clandestinos, lo que implica mucho drama y mucho sufrimiento.

Migrantes tratando de llegar a Europa.Image copyrightAFP
Image caption«Hay mucha gente que se está viendo obligada a abandonar sus países», dice Galai.

Por eso, una de las cosas que voy a decir es que ese es un problema que hay que abordar desde una óptica de derechos humanos, no desde la seguridad o desde el rechazo. Porque incluso si uno rechaza a esas pobres gentes, que están muriendo en las costas o están siendo colocados en centros de detención, eso no resuelve los problemas, solamente los agrava.

Y también voy a denunciar la política de hipocresía de ciertos países, especialmente de la Unión Europea: hay muchos tunecinos, libio, sirios, mucha gente que tiene que emigrar contra su voluntad y están encontrando las puertas de Europa cerradas, muriendo a las puertas de Europa. Y, para mientras, la UE tiene un acuerdo con Turquía que es un verdadero regateo de los derechos humanos.

En resumen voy a insistir sobe la necesidad de un enfoque humanitario y no de seguridad, de políticas más humanas y más transparentes por parte de países que en realidad tienen la posibilidad de atender a esos migrantes. Porque si uno compara el costo social e incluso financiero, el número de migrantes a Europa no es un número extraordinario que no sería difícil de manejar.

Nosotros en Túnez, después de la revolución, cuando estábamos en una situación muy difícil, recibimos más de un millón de migrantes y refugiados subsaharianos que huían de la guerra en Libia. La misma población les abrió las puertas a pesar de los problemas económicos. Así que lo que hace falta (en Europa) es voluntad política, un enfoque basado en los derechos humanos.

¿Y qué cree que explica la actitud europea?

Europa está muy condicionada por sus intereses económicos. Es fundamentalmente por causa de la economía, aunque también por el tema de la seguridad.

Guardacostas italianosImage copyrightAFP
Image captionPara Galai, el cierre de las fronteras europeas no es la solución.

Es verdad que los estados tienen también la necesidad, y el derecho, de pensar en la seguridad de su población, especialmente ahora con el aumento del terrorismo y los actos violentos en todo el mundo. Y nosotros no estamos en contra de eso: por supuesto que los estados deben protegerse de ese mal, de ese terrible fantasma que ataca no se sabe cuándo y no se sabe dónde.

Europa, sin embargo, tiene una agencia de seguridad militar y policial para proteger las fronteras de Europa -Frontex- que agrava las cosas, que está armada pero no resuelve el problema, porque a pesar de las barreras la gente igual tiene que abandonar sus países.

Además Europa podría repartirse a esa gente, a repartir el esfuerzo y el costo entre sus miembros, y buscar soluciones con otros países, en lugar de obligar a estados como Túnez, por ejemplo, o antes Libia, en la época de Gadafi, a jugar a los policías y a hacer su propio trabajo militar, mientras ella se presenta como un adalid de los derechos humanos.

No son sino lágrimas de cocodrilo, de hipocresía social, de hipocresía política».

Ahmed ben Tahar Galai

Como yo digo en mis conferencias y seminarios en Europa, incluso delante de dirigentes europeos, cuando miles de personas que van en busca del edén europeo mueren a las puertas de ese edén, y ellos lloran por esas muertes, las suyas no son sino lágrimas de cocodrilo, de hipocresía social, hipocresía política.

Hay que acabar con esa hipocresía.

¿Y en qué consiste exactamente esa hipocresía?

¿Qué es la hipocresía? Hipocresía es mostrarse como uno no es de verdad, es actuar de una forma y decir lo contrario. Y la Unión Europea es la gran proponente de los derechos humanos: ahí está la Corte Europea de Derechos Humanos, la Convención Europea de los Derechos Humanos, los grandes textos europeos, los filósofos de la ilustración, Rousseau, Montesquieu, Hobbes… Europa tiene una gran historia en materia de derechos humanos y una gran cultura humanista y de derechos humanos que es verdadera y a la que uno se apega, pues se trata de valores universales.

Protesta contra el tratamiento de los migrantes por parte de la unión Europea.Image copyrightAFP
Image captionGalai dice que va a denunciar la política de hipocresía de ciertos países, especialmente de la Unión Europea, en contra de los migrantes.

Ahora, Europa se presenta como humanitaria, pero no lo es en los hechos, pues la política que aplica actualmente en el caso de la migración -con el pretexto de su seguridad interna, de su tranquilidad interna- va contra los mismo principios de Europa. Y por eso que yo digo que se trata de un discurso hipócrita.

Hay, por ejemplo, declaraciones documentadas como las de un comisario europeo que dijo «Vamos a cerrar las puertas de Europa a los refugiados, a los migrantes». Y yo digo: no. No pueden cerrar las puertas, porque incluso si las cierran la gente las va a saltar, y eso sólo va a causar más muertos. Es mejor adaptar la política hacia una política social, pensar en cómo administrar ese flujo.

Además la migración le ha aportado muchas cosas positivas a Europa y al mundo. El ser humano ha migrado siempre, es un movimiento inevitable, el hombre es un gran migrante que desde que esta sobre tierra migra en la búsqueda de otras culturas, de otras gentes y de otros horizontes: de trabajo, de ocio, de placer…

Entonces convirtamos eso en una oportunidad para crecer, para el enriquecimiento mutuo y no construyamos muros, construyamos puentes y pasarelas que permitan a nuestros jóvenes partir y conocer al mundo.

El ser humano ha migrado siempre, es un movimiento inevitable».

Ahmed ben Tahar Galai

Además, yo creo que eso, la educación la interculturalidad, es lo único que puede ayudarnos a superar los peores males a los que estamos enfrentados hoy, y en particular el terrorismo, porque es algo que parte de la falta de confianza en el otro, de la intolerancia. Y la intolerancia parte de esa política que mete a toda la gente en la misma casilla restringida.

Ahora, no estoy ofreciendo excusas para los terroristas, al contrario, creo que hay que combatirlos todos juntos. Pero creo que una política intercultural, educativa, abierta, integrada y humanista es lo que nos puede salvar y salvar al hombre del marasmo en el que estamos.

Pero ¿comprende usted la ansiedad que existe en las capitales europeas por causa de este tema? ¿La sensación de que esta ola migratoria está fortaleciendo a la extrema derecha y puede explicar fenómenos como el Brexit?

Es verdad que es un dilema bastante importante, y que Europa hoy necesita urgentemente luchar contra el terrorismo y encontrar soluciones. Pero las verdaderas soluciones no son inmediatas: las verdaderas soluciones son a largo plazo y tampoco pueden ser unilaterales.

Un policía vigila una playa de FranciaImage copyrightAFP
Image captionLos ataques terroristas han llevado a muchos a pedir el cierre de las fronteras.

Para empezar, hay que detener todo lo que suena a guerra. Y estoy consciente de que lo digo puede sonar idealista, porque desgraciadamente estamos atrapados en una dinámica infernal de violencia, guerra y sangre. Pero creo que hay que pensar y reflexionar sobre varios ejes: cómo detener las fuentes de la guerra, cómo detener las fuentes del armamento…

Y también hay que pensar en cómo enfrentar la crisis económica, reconocer que actualmente hay muchos intercambios desiguales entre los países. Es por eso es que hay migrantes económicos que, por ejemplo, en el caso de Túnez, abandonan el país en los barcos de la muerte para morir en la ruta a Lampedusa, en las costas italianas.

Sobre ese tema hay posibles soluciones concertadas entre el norte y el sur, sobre como permitir a los países del sur de salir de sus crisis, conseguir un desarrollo. Porque la pobreza se explica también por el pasado, que también explica la actual prosperidad europea. La pobreza actual no sólo se explica por las malas políticas actuales. La colonización francesa en Túnez, en Argelia, la colonización italiana en Libia, por ejemplo, también ayudaron a que el mundo desarrollado sea más desarrollado, y a que los países pobres sean pobres.

Para mí lo de Irak es un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad».

Ahmed ben Tahar Galai

Y ahí está también el caso de Irak, que es un buen ejemplo de cómo una política internacional impulsada por las grandes potencias -una política a corto plazo, una política basada sobre intereses económicos como el petróleo- convirtió a esa cuna de la civilización que era Irak y Mesopotamia en un infierno de violencia.

Tony Blair admitió recientemente que eso había sido un error, aunque para mí es realmente un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad. Y yo no digo que el terrorismo venga exclusivamente de ahí, pero ciertamente un vínculo entre ese crimen, ese «error» de la política internacional de EE.UU. y sus aliados, con lo que está pasando hoy en el mundo.

Pero más allá de las causas y responsabilidades originales, hay mucha gente que siente que actores como el auto denominado Estado Islámico no son actores racionales, que con ellos no se puede negociar. ¿Qué le diría esa gente?

Efectivamente, no son racionales. Y lo primero sería hacer patente toda mi solidaridad para las víctimas de su violencia, sean quien sean, estén donde estén. Todos todos seres humanos y tenemos derechos a vivir en paz. Pero también les diría: pónganse en el lugar de…

Combatiente de al Nusra.Image copyrightAFP
Image caption¿Es posible dialogar con entidades como el autodenominado Estado Islámico?

Es verdad que es difícil argumentar en este contexto de miedo, violencia, sufrimiento y muerte, pero les diría que la política de encerramiento solo va a agravar la situación. Y les diría que es verdad que las políticas internas deben privilegiar la paz interna, pero que no pueden perder de vista la paz internacional.

Las políticas belicosas no son las que van a salvar el mundo. Hay que pensar de forma global, darse cuenta de que todos estamos en el mismo barco, que si hay un problema aquí se va a reflejar también en otras partes. Y no hay que pensar solo en la propia pequeña comodidad, que es por supuesto legítima, ni pensar que el encerramiento es la solución.

También les diría que si la gente emigra no es porque quieren quitarle comodidad a los europeos, sino porque la situación los obliga. Y que los mismo europeos también migraron: acuérdense de los momentos de guerra y sufrimiento después de las guerras mundiales, que esperemos no regresen nunca, cuando hubo un gran movimiento migratorio de europeos. No fueron las puertas cerradas las que trajeron la solución, sino el Plan Marshall, la apertura misma de las fronteras europeas.

Y les diría que si construyen muros solamente van a agravar el sufrimiento de otros, y eso, lamentablemente, va a tener repercusiones también para ellos. Hay que pensar de forma global, de forma universal; ponerse en los pies de la gente que sufre y no darles más excusas a la gente que viene a hacer daño, que además son la minoría, individuos vinculados a una dinámica particular.

No hay que castigar a toda la población musulmana, o árabe, o africana o del mundo en desarrollo y hacerlos a todos responsables de ese tipo de acto. Nosotros somos los primeros a condenarlos y en hacer patente nuestra solidaridad, pero también condenamos la política de encerramiento que no hace sino agravar la situación a escala mundial.

¿Pero qué pueden hacer los latinoamericanos, que tal vez se sienten alejados de esos debates y por lo tanto de la posibilidad de ser parte de la solución?

En realidad no están tan alejados, todos somos partes de la aldea global. Nosotros conocemos y leemos a Borges, a Fuentes, a García Márquez, conocemos a Zapata y ellos conocen a nuestros autores. Y hay una fibra que nos une que es la del humanismo, la humanidad.

Migrantes centroamericanos en ruta a EE.UU.Image copyrightGETTY IMAGES
Image captionLa migración también es un problema de América Latina.

Todos somos seres humanos. Y yo siempre digo que los seres humanos somos como los huevos de Pascua: sin importar los colores diferentes de su cáscara -que serían las diferentes culturas- si uno quiebra un huevo de Pascua por dentro siempre va a encontrar la misma yema de huevo, que es el ser humano en su indivisibilidad.

Nuestros hermanos y camaradas latinoamericanos, ya seas de México, Chile, Perú o Guatemala, en realidad no están tan lejos. Es verdad que no tenemos lazos económicos o diplomáticos particularmente estrechos, pero tenemos vínculos humanos, vínculos universales.

¿Pueden hacer más allá de sentirse solidarios?

Los gobiernos pueden presionar diplomáticamente o impulsar políticas que sirvan de ejemplo a otros países. Y la población misma, a través de las organizaciones humanitarias y de la sociedad civil, también puede tomar posiciones y fortalecer la solidaridad internacional. Incluso un pequeño comunicado de apoyo puede resultar muy útil.

Ahmed ben Tahar GalaiImage copyrightCORTESÍA AHMED BEN TAHAR GALAI
Image captionAhmed ben Tahar Galai se declara «optisimista».

Nosotros, por ejemplo, siempre nos mostramos solidarios con las víctimas de violencia política, con las victimas de la represión a la libertad de expresión. Eso hace bien y demuestra que los seres humanos somos más fuerte que el oscurantismo, que el encerramiento.

Pero, además, no hay que olvidar que allá también hay migrantes, que el problema que existe entre Europa y África es el mismo problema que existe entre México y Estados Unidos. Es verdad que a veces se manifiesta de forma diferente, pero el sufrimiento del mexicano que migra clandestinamente a EE.UU. y enfrenta los problemas de la política migratoria de EE.UU., en esencia es el mismo problema que enfrentan los libios, los somalíes, los congoleses que van a Europa y tienen que lidiar con su política migratoria.

Estamos unidos por ese sufrimiento, deberíamos unirnos en la solidaridad.

¿Y es usted optimista, ve el futuro con optimismo?

No puedo sino ser optimista, como corresponde a un activista de los derechos humanos. Para ser revolucionario, luchar a favor de la reforma y de la justicia hay que ser optimista, hay que creer en el futuro. Porque si uno no cree en el futuro no tiene sentido luchar.

Se pueden encontrar soluciones. Ese es el mensaje que hay que darle al mundo entero. Cómo dice un poema árabe, si no hubiera esperanza, ninguna mujer criaría a sus hijos. Entonces, soy optimista, aunque tal vez debería decir mejor que soy «optisimista», una hermosa metáfora que mezcla los términos optimismo y pesimismo, que tomo prestada del escritor palestino Emile Habibi.

Línea

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro deescritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 1 y 4 de septiembre de 2016.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-37062158

Imagen: ichef.bbci.co.uk/news/660/cpsprodpb/0D1C/production/_90965330_c8759566-36f3-475a-bdc0-394bbb55ffec.jpg

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