Ecuador: Grabado en la piel ¿Qué motiva a quienes desean tatuar su piel?

Redacción: Vistazo

El tatuaje es una práctica muy antigua. En 1553, al llegar a los territorios que hoy son parte del Ecuador, el cronista español Pedro Cieza de León anotó: “En esta costa y tierra sujeta a la ciudad de Puerto Viejo y a la de Guayaquil hay dos maneras de gente, porque desde el cabo de Passaos y río de Santiago hasta el pueblo de Zalango son los hombres labrados en el rostro, las mujeres de estos indios por el consiguiente andan labradas”.
La arqueología confirma que al menos hace cinco mil años los humanos empezamos a marcarnos la piel de manera permanente. La palabra tattoo (tatuaje, en español) es mucho más joven. Pero tiene origen polinesio y se introdujo en Europa a fines del siglo 18 de la mano de expedicionarios y traficantes.
Al inicio, tatuarse se volvió popular entre marineros y habitués de los puertos, gente aventurera, transgresora de las reglas sociales, e incluso de la ley. Y a eso le debe su antigua mala fama. Pero el gesto de rebeldía que era inseparable del tatuaje se disipa.
Según la investigadora MarketResearch, esta industria en EE.UU. supera los 3.000 millones de dólares, con un crecimiento sostenido anual del 10 % en la última década. En Ecuador se tatúan personas de todas las edades y profesiones; es una forma de vida y una expresión artística, aunque aún existan rezagos de rechazo y discriminación.
“Qué hermosa mujer, lástima, echada a perder toda rayada”, le dijo hace un poco un hombre en la calle a María Fernanda López, doctora en Teoría de la Cultura y profesora de la Universidad de las Artes. “Parece pupitre de colegio fiscal”, le soltó una mujer en otra ocasión. Incluso recuerda que cuando la invitaron a una ponencia en otra universidad le borraron los tatuajes de su foto en el afiche. Por eso, si bien cree que ya no existe el rechazo de años pasados, “aún estamos a años luz de una real aceptación”.
En esto concuerda Chimo Solórzano, propietario de Love Tattoo Parlour, uno de los estudios de tatuaje con mayor tiempo en la zona de Samborondón, a pocos minutos de Guayaquil. “Hoy en día hay muchos tatuajes lindos en las calles y hace que ya esto sea mejor visto, pero sí, todavía hay una generación que está en negación”.
Antes era peor: “La sociedad lo relacionaba con personas satánicas o problemáticas. Incluso creían que así se transmitía el VIH”, dice Paco Andrade, quien ha registrado sus diseños en la piel de integrantes de bandas del rock nacional. Recuerda que al poco tiempo de abrir TattooQuito, al sur de la capital, hace 20 años, una señora llegó a su estudio y lanzó agua bendita y un par de oraciones “para que deje el camino del mal”.
Negocio en apogeo
Un estudio de la consultora IbisWorld determinó que, durante esta década, y especialmente los últimos cinco años, los tatuajes han ganado una popularidad sin precedentes en Estados Unidos. Tres de cada 10 estadounidenses tienen al menos un tatuaje, y cinco de cada 10 son ‘millennials’ (de 18 a 35 años).
En Ecuador, cuando empezaron a multiplicarse los estudios de tatuajes los permisos de funcionamiento los daba el Ministerio de Salud Pública y los clasificaba como gabinetes de belleza o centros de estilismo. Recién desde mediados del 2017 estos dependen de la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria (ARCSA).
En su base de datos los registran como “Establecimientos para realizar tatuajes y perforaciones corporales”. Hasta marzo pasado se registraban 220 locales de tatuajes en el país, sobre todo en Quito y Guayaquil, y en sus alrededores. Aunque existe un subregistro de esta actividad, ya que otros aprendieron a tatuar y lo hacen a domicilio, sin contar con un negocio formal.
El precio varía según el lugar, artista, tamaño y características; puede costar hasta cientos de dólares. “Toda clase de personas viene a tatuarse aquí. Médicos, abogados, deportistas… ya nadie pasa de agache”, asegura en su estudio al sur de Guayaquil Nick Rites, artista del tatuaje desde 2004, mientras dibuja un Cristo que cuesta 350 dólares sobre la piel de José, un ginecólogo. José dice que en su profesión era mal visto tener tatuajes, pero hoy muchos colegas los muestran sin problema.
}Del perjuicio a la normalización
La creciente popularidad de los tatuajes y la percepción del resto de la sociedad hacia quienes los usan es un tema de estudio académico. En 2016, para un proyecto de titulación de la Universidad de Las Américas, se realizó una encuesta entre estudiantes de universidades privadas de Quito: dos de cada 10 alumnos tenían al menos un tatuaje; pero el 56 por ciento dijo que sus padres no lo aprobaban.
En otra investigación para un proyecto de grado de la Universidad San Francisco, también en 2016, se entrevistó a empleadores y empleados en Quito en diferentes áreas, y se descubrió que seis de cada 10 empleadores preferían no contratar a alguien con tatuajes, aunque la mayoría de ellos aceptó que eso dependía del tamaño y el lugar del tatuaje. El 66 por ciento de los empleados confirmó sentir alguna discriminación laboral por sus tatuajes.
Pero las cosas están cambiando. “Antes para hacerse un tatuaje en el antebrazo, tenías que haberte ganado la lotería o ser el hijo de un millonario. Pensar: tengo mi vida asegurada, porque nadie me va a dar trabajo. Hoy los chicos empiezan a hacerse un tatuaje en la mano”, afirma Chimo Solórzano, el propietario de Love Tattoo Parlour.
Un agente de esta normalización son las redes sociales como Instagram. Esta exposición no solo permite a los artistas promocionarse, sino ver cómo las celebridades y cualquier persona de toda edad y profesión presumen los diseños en su piel. “Las selfie (foto autorretrato) revolucionó el mundo, y a esta industria también. Ya no solo son los músicos: futbolistas, chicas que hacen yoga, líderes de todas las áreas están tatuados. Se ha abierto el espectro totalmente”, dice Chimo.
Cuando llega a él alguien que aún tiene preocupaciones laborales lo tranquiliza de esta forma: “Mira, un tatuaje hermoso es el mejor rompehielos en un trabajo. Un tatuaje mal hecho obviamente te va a cerrar las puertas, es como estar mal vestido”.
Un oficio en auge
María Fernanda López, profesora de la Universidad de las Artes, señala que entre sus alumnos el tatuaje se perfila como un interés personal pero también como una salida laboral. Es una extensión de su línea creativa y me parece un excelente soporte porque el lienzo, el cuerpo, la piel, se mueve, viaja, es un gran transporte de la gráfica ecuatoriana. Además, es un buen modo de emprendimiento para los artistas locales”.
Es el caso de Carlos Andrade, un estudiante de artes visuales que tiene seis años tatuando. Empezó a hacerlo con amigos y por la necesidad de encontrar un trabajo que no interfiera con sus horarios de estudio: “Guayaquil ha sido una ciudad en la que el tatuaje ha sido muy cuestionado, pero gracias a actividades y festivales que se realizan desde 2017, y a la apertura de nuevos estudios, la ciudad se ha convertido en una matriz del arte sobre la piel”, asegura.
Este crecimiento en el número de tatuadores emergentes es un desafío para exigir mejor calidad a los artistas que llevan muchos años en esto. “Nos exigen tener nuestro propio estilo, ver qué se hace en otros países, tomar cursos de primeros auxilios y normas sanitarias, asistir a convenciones”, dice José Alomoto, más conocido como “Tajo”, quien trabaja en Tatto-Quito, junto a Paco Andrade.
¿Por qué nos tatuamos?
El tatuaje es una forma de expresión muy personal, y sus motivaciones pueden cambiar por criterios estéticos o por el paso del tiempo. Como le sucedió a Rita Morassi, una italiana que de vacaciones en Ecuador, visitando a sus nietos, decidió hacerse un “cover” (acción de tapar un tatuaje con otro) en Love Tattoo. Una pantera con alas que se hizo en su juventud simbolizando fuerza y libertad, se ha convertido en un exótico ramo de flores: “algo más femenino y colorido, de acuerdo con lo que hoy es mi vida”, explica.
Paco Andrade recuerda que en los 90, cuando abrió TattoQuito, migrantes que regresaban de España o Estados Unidos le pedían tatuajes que reflejen su identidad: la bandera del Ecuador, héroes indígenas como Rumiñahui, Atahualpa, Dolores Cacuango, los sellos de los equipos de fútbol con un símbolo precolombino: “Cuando estás lejos te das cuenta de lo que significa tu país, tu gente, tu historia, y quieres tener eso en tu piel, llevarlo a todas partes”.
Para Guillermo Barros, dueño del taller Triom Tatto en Quito, el éxito no está solo en su destreza con las manos, sino también en su facilidad para adentrarse en la mente del cliente. “Muchos llegan sin saber qué quieren realmente. Es allí cuando el tatuador se convierte en una especie de gurú, para guiar a las personas”.
En su negocio han incursionado en el tatuaje sonoro: canciones de tu banda favorita o la voz de los hijos, abuelos o mascotas. Una nueva tendencia que apela a las emociones: los clientes llevan el audio y allí se los transforma en una onda de sonido que se tatúa en la piel. Mediante una aplicación de celular, como si fuera un código QR, el dispositivo reconoce y reproduce el sonido.
La pandemia del COVID-19, ¿afectará este renacimiento del tatuaje? Chimo Solórzano asegura que no. Compara la situación con el terremoto de 2016, y se anticipa a una explosión en la demanda. “Después del terremoto hicimos al menos 20 mapas del Ecuador, ondas sísmica, los 5,13 grados Richter, frases de unidad, etc. La piel es una especie de agenda, de autobiografía, un lienzo para recordar momentos importantes”.
Durante la cuarentena sus redes se han mantenido activas con decenas de interesados en tatuarse lo más pronto posible. Eso sí: destaca la importancia, ahora más que nunca, de tatuarse con profesionales que cumplan todas las normas de bioseguridad.
El tatuaje es un fenómeno artístico, social y cultural. Un ritual contemporáneo con el que buscamos lo mismo que aquellos antiguos pobladores de nuestras costas, cuyos rostros labrados impresionaron a los conquistadores: darle sentido a nuestra condición humana, como individuos únicos e inconfundibles dentro de una sociedad.
Fuente: https://www.vistazo.com/seccion/cultura/grabado-en-la-piel-que-motiva-quienes-desean-tatuar-su-piel

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