Hiperactividad: doble abordaje para un doble filo

Redacción: Correo Farmacéutico

El trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) no ha dejado de crecer. La Academia Americana de Pediatría ha actualizado sus pautas.

En mayo pasado, Marco Catani, del King’s College, de Londres, sugería en la revista Brain que Leonardo da Vinci pudo haber padecido trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Su incapacidad para finalizar proyectos y su extraordinaria creatividad serían dos de los síntomas. “Los registros históricos muestran que Leonardo pasó demasiado tiempo planificando proyectos, pero careció de perseverancia. El TDAH podría explicar su extraño genio volátil”.

El polifacético italiano dormía poco y trabajaba de noche o de día, sin pautas regulares. Era zurdo, quizá disléxico, con una curiosidad incansable y dificultades de concentración. Una mente inquieta y una voluntad ondulante: el doble filo del TDAH. “Hay una idea errónea sobre el hecho de que el TDAH es típico de niños con poca inteligencia, destinados a una vida problemática. Por el contrario, la mayoría de los adultos que veo en mi clínica informan de que han sido niños inteligentes e intuitivos, pero desarrollan síntomas de ansiedad y depresión más adelante por no haber logrado su potencial. Es increíble que Leonardo se considerara a sí mismo como alguien que había fracasado en la vida. El TDAH no estaría por tanto vinculado a un bajo coeficiente intelectual o falta de creatividad, sino a la dificultad de capitalizar los talentos naturales”. Ese mismo mes, British Journal of Sports Medicine recogía un estudio del Hospital Chung Ang en Seúl (Corea del Sur) que afirmaba que muchos atletas de élite pueden padecer TDAH. Frente a un 3%-6% de niños afectados y 2%-3%% de adultos en la población general, en estos deportistas llegaría al 7%-8%.

Considerados por algunos como enfermos imaginarios, como niños inquietos o como víctimas de una falsa enfermedad inventada por los laboratorios, su impulsividad y sus distracciones afectan a su rendimiento escolar, laboral y social. Sin embargo, como escribía en marzo pasado en Scientific American el investigador Holly White, de la Universidad de Michigan, muchas veces se benefician de un pensamiento divergente, una expansión conceptual y una ruptura creativa de los límites del conocimiento; es decir, traspasan las fronteras convencionales e imaginan soluciones y mundos desconcertantes, como prueban varios estudios que han enfrentado a personas con y sin TDAH.

Las primeras descripciones de algo similar al TDAH se remontan a los escritos de Alexander Crichton a finales del siglo XVIII. Su difuso conocimiento ha ido evolucionando y documentándose y hoy, a la vista de los estudios genéticos y de neuroimagen, pocos dudan de que se trate de una disfunción cerebral heredada en un 30%-40% y con desencadenantes tan variados como la dieta de la madre, el microbioma, la crianza, los hábitos alimenticios y el entorno contaminante. Un factor reciente sería la compulsión generada por los móviles, videojuegos y redes sociales, según apuntaba un estudio de la Universidad del Sur de California publicado en julio del año pasado en Journal of the American Medical Association y que evaluó a 2.600 adolescentes durante dos años: los que abusan de los dispositivos digitales tendrían el doble de probabilidades de mostrar síntomas de TDAH debido a la estimulación frenética y continua a la que se someten.

Nuevas pautas en el abordaje del TDAH

Debido a las dudas sobre si es una condición normal, dentro de ese arco tan flexible en el que se encuadra la normalidad, o un trastorno, en las últimas décadas se ha debatido ampliamente sobre si debería tratarse con terapia conductual o con fármacos. El más popular, el metilfenidato (Ritalin o Concerta), vende al año unos 3.000 millones de dosis, el 80% de ellas en Estados Unidos, y el 75% en menores de edad (cuatro veces más niños que niñas). Las nuevas pautas de la Academia Americana de Pediatría (AAP), publicadas hace dos semanas, mantienen el papel central de la medicación acompañada de terapia conductual, decisión que ha provocado cierto revuelo. Según se informaba en la web NPR, a algunos padres, médicos e investigadores que estudian a niños con TDAH les ha decepcionado que no recomienden primero el abordaje conductual, pues estudios recientes han sugerido que conduce a mejores resultados. Al margen del posible sobrediagnóstico, muchas veces por comodidad o falta de tiempo, hay padres que sienten el cambio de los fármacos en sus hijos: pérdida de brillantez vital y carácter apaciguado, aunque por otro lado les evita conductas arriesgadas o uso de drogas. Las pautas actualizadas de la AAP aconsejan una supervisión más estrecha y pruebas de detección de otras afecciones. Cualquier niño de 6 años o más debe comenzar a tomar medicamentos y recibir terapia conductual tan pronto como sea diagnosticado, dice la AAP. Los menores de 5 años deben empezar con tratamiento conductual antes de medicarse. “Creo que es un gran perjuicio no solo para los niños, sino también para los padres, que preferirían intervenciones conductuales”, se queja Erika Coles, psicóloga de la Universidad Internacional de Florida. Terapia cognitiva en la escuela y, en el hogar, sistemas educativos que guíen sus conductas con recompensas o castigos leves; intervenciones diseñadas para enseñar a estos niños estrategias que les ayuden a concentrarse y a reforzar sus habilidades sociales.

Si bien la AAP aconseja combinar fármacos y terapia conductual, según Coles los dos enfoques no se han evaluado con rigor. Un estudio de 2016 publicado en Journal of Clinical Child & Adolescent Psychology mostró que los niños de 5 a 12 años con TDAH que recibieron tratamiento conductual antes de tomar pastillas se estabilizaban mejor que los que comenzaron con fármacos. Y otro estudio de Coles descubrió que el 37% de esos niños no necesitaron tomar pastillas. Y menos medicamentos significa menos efectos secundarios, como problemas para dormir, pérdida de apetito o incluso cambios de personalidad. Los análisis con metilfenidato no han mostrado efectos perjudiciales, pero no hay mucha investigación a largo plazo. La AAP asegura que no ha encontrado pruebas sólidas para justificar un cambio en las pautas. Sin embargo, todos están de acuerdo en que actualmente pocos niños reciben un tratamiento conductual adecuado, en parte por la escasez de terapeutas capacitados y por el coste asociado.

Fuente: https://www.correofarmaceutico.com/salud-publica/hiperactividad-doble-abordaje-para-un-doble-filo.html

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El bullying: una experiencia negativa en el cerebro

Por. Eduardo Calixto

El cerebro sufre las consecuencias negativas de un bullying, si el acoso escolar se presenta en una etapa crítica de la vida: los 7 a 12 años. El impacto puede dejar consecuencias terribles en el cerebro de la víctima.

¿Qué es el bullying? Para describirlo como tal, al menos debe existir uno de los siguientes elementos: intimidación repetitiva, violencia física, crear chismes negativos o favorecer el aislamiento social hacia una persona. Para el agresor, el bullying no es un proceso aleatorio, está presente en él, con antecedentes de autolesión, irritabilidad, enojo constante e inmadurez intelectual buscando siempre la justificación divertida de los actos en contra de sus víctimas.

En México las cifras oscilan entre un 77 a 92% de escolares que alguna vez sufrieron de acoso escolar.

¿Qué factores favorecen al bullying? Salones escolares pequeños, con ambiente escolar negativo, edades menores de 16 años, ambiente con mayoría de población varonil y antecedentes en casa de los acosadores de depresión, baja autoestima y aislamiento social. Un nulo involucramiento por parte de los padres a los problemas de sus hijos así como la baja escolaridad de los progenitores. Es decir, la mejor enseñanza que puede tener un acosador la encuentra en su propia casa.

Quien hace bullying busca con intensión molestar a alguien, con una conducta repetitiva procurando ejercer un control de poder social. Los varones suelen ejercer el bullying de manera directa, con violencia y a través de la búsqueda de humillar. Las mujeres, suelen intimidar de forma indirecta a través de chismes e historias.

Un artículo reciente publicado en la prestigiada revista Am. J. Psychiatry, en el que se analizó una población europea a través de 58 años, se identificó que las personas que tuvieron en su infancia antecedentes de acoso escolar tienen como consecuencia cambios negativos en la vida adulta, siendo el cerebro el principal organo afectado.

El bullying favorece en la víctima la posibilidad de padecer ansiedad, dificultades académicas, disminución de la empatía y autoestima, actitudes sumisas, falta de confianza, y paradójicamente existe también la posibilidad de favorecer la agresividad y la inducción de conductas provocadores.

Las víctimas de bullying tienen una historia común: tener crisis de ansiedad, una personalidad antisocial y favorecer la decisión de suicidio.

En estos pacientes, se tienen cambios a nivel genético, el ADN sufre modificaciones en regiones clave para su duplicación o copiado, los telómeros, unas estructuras relacionadas con el material genético se modifican o pierden, con la consecuencia de que algunas células cambian su capacidad de adaptarse al estrés, favoreciendo un envejecimiento temprano. Existe una proclividad de búsqueda de satisfactores inmediatos por parte del regiones relacionadas a eventos placenteros en el cerebro, por lo que el inicio de algunas adicciones se ven favorecidas. El estrés psicológico se perpetúa como aprendizaje en etapas críticas por parte del hipocampo. Aprender con dolor y miedo son los dos principales saboteadores en la etapa escolar. 

En el cerebro se producen modificaciones anatómicas que inciden en los cambios conductuales de las victimas de bullying. Debido a que la agresión es constante, el cerebro introduce códigos de resistencia inadecuados. La amígdala cerebral detona la gran mayoría de los estímulos como negativos: de la apatía, a la irritabilidad pasando por el llanto. El giro del cíngulo asocia interpretaciones inadecuadas de los rostros, en consecuencia, las víctimas de bullying les cuesta trabajo reconocer el dolor ajeno y además de no interpretar correctamente el suyo. El estrés psicológico se perpetúa como aprendizaje en etapas críticas por parte del hipocampo. Aprender con dolor y miedo son los dos principales saboteadores en la etapa escolar. Este cambio cognitivo es lo que es más difícil de olvidar y a su vez, el más fácil asociarlo a otras experiencias que nada tienen que ver en la vida adulta. A nivel neuroquímico, la disminución de serotonina en el cerebro es gradual y va afectando poco a poco, hasta reconocer que la depresión es un estado normal y cotidiano. Una amígdala cerebral sobreactivada y un hipocampo disminuido en su función son una combinación terrible: una persona que emite conductas inmediatas con  disminución de la capacidad para aprender de los errores. Una disminución de neurotransmisores de serotonina, dopamina y GABA condicionan la depresión y la ansiedad.

¿Qué hacer ante el bullying?

  1. Propiciar amistades de calidad. La dopamina y oxitocina fortalecen el sistema de recompensa del cerebro, mejorando el  autoestima.
  2. Propiciar las habilidades para solucionar problemas: la terapia cognitiva es necesaria para fortalecer el conocimiento y otorgar una mejor explicación de los hechos.
  3. Favorecer el intelecto: el conocimiento y estudio promueven redes neuronales que son el andamiaje de una salud mental adecuada.
  4. El apoyo de los padres es fundamental para escuchar, acompañar y buscar la resiliencia. Este proceso es la principal antítesis para mejorar la neuroquímica cerebral.
  5. Comunicación constante: el factor psicológico y social es necesario para evitar que el bullying siga siendo el problema que ahora representa.

Fuente: http://www.excelsior.com.mx/blog/neurociencias-en-la-vida-cotidiana/el-bullying-una-experiencia-negativa-en-el-cerebro/1111179

Imagen: ww.excelsior.com.mx/media/styles/imagen-embed-nota/public/buli1.jpg

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