Saltar al contenido principal
Page 5 of 21
1 3 4 5 6 7 21

El dolor que no duele

Por: Carolina Vásquez Araya

Acostumbrados como estamos a vivir la vida contemplándola a través de las pantallas, hemos logrado crear eficaces anticuerpos contra el dolor, pero sobre todo contra la necesidad de involucrarnos en aquello capaz de trastornar nuestro espacio personal. Ya somos maestros en el truco de abstraer cuanto pudiera destruir esa ilusión de seguridad que nos permite ir por senderos pavimentados, en donde tocamos la realidad tangencialmente gracias a que nos la presentan fraccionada en cápsulas fáciles de digerir. La tragedia ajena, entonces, puede ser observada sin ese molesto prurito de culpa que –de ser más potente- nos obligaría a actuar.

Este sistema, diseñado para darnos la ilusión de participar activamente, utiliza a los grandes medios de comunicación, que han jugado un papel fundamental por su capacidad de ingresar a nuestro hogar, el espacio personal más íntimo y seguro. Durante la segunda mitad del siglo pasado, la cobertura mediática de las guerras e invasiones -en donde se comenzaron a utilizar recursos cinematográficos de enorme impacto visual y psicológico- tuvo el efecto de convertir la destrucción y la muerte de otros en un espectáculo capaz de absorber nuestra atención sin afectar de manera significativa nuestros sentimientos ni trastornar nuestro sentido de la realidad. Es más: la abundancia de imágenes e información editados a propósito para empujarnos a tomar partido sin darnos la posibilidad de escarbar más a fondo en la búsqueda de la verdad, nos convirtió en meros espectadores.

Hoy seguimos la tendencia marcada desde entonces; y ese hábito de observar sin sentir la obligación de participar activamente, se ha potenciado de manera importante con el uso de las redes sociales, desde donde mostramos ante un público desconocido una faceta pulida y maquillada de nuestra verdadera personalidad. En ellas somos revolucionarios, sin serlo. En ellas nos tomamos la libertad de opinar sin la responsabilidad de responder por ello ante nadie, porque al final de cuentas “son mis espacios y pongo en ellos lo que me viene en gana porque tengo el derecho de gozar de mi libertad de expresión”; y gracias a ese truco mágico de las plataformas digitales, nos erigimos como participantes legítimos de los acontecimientos que estremecen al mundo.

Sin embargo, hay quienes sí lo hacen; sí participan activamente y defienden sus derechos saliendo a las calles a enfrentar la represión para exigir cambios. Son otros –no nosotros- a quienes no les bastan las redes sociales como forma de protesta, porque desde ellas saben que nada cambiará, porque saben reconocer un paliativo mental y no están dispuestos a conformarse con ello. Otros a quienes vemos caer a lumazos, asfixiados por los gases y víctimas de toda clase de abusos por una única razón: enfrentar a un sistema cruel, inhumano y depredador creado para el beneficio de unos en desmedro de las amplias mayorías ciudadanas.

Pero ellos, al fin y al cabo, forman parte del espectáculo que otros consumen ávidamente aun cuando padecen de los mismos males. Quizá ya sea el momento de involucrarse y luchar por valores tan elementales como el imperio de la justicia y el respeto por la vida humana. Luchar para no ver en la pantalla la agonía de un niño migrante, y desviar la mirada. Luchar por salir de la seguridad de la palabra y hacer un pacto con la conciencia; asumir la autoridad de todo ciudadano ante el dolor de los demás, ese dolor que hoy no duele porque se matiza con los colores de una película de ficción de la cual no somos –ni queremos ser- protagonistas.

El espectáculo no basta. Es imperativo participar y sentir el dolor de otros.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=263367&titular=el-dolor-que-no-duele-

Comparte este contenido:

Podcast OVE: Sobre el Día Internacional de la violencia contra la Mujer: Gabriela Mitidieri feminista, luchadora por el aborto legal y seguro en Argentina

Por: Otras Voces en Educación 

No mas Violencia contra la Mujer, derrotemos la cultura patriarcal

Latinoamérica y el mundo viven un despertar de la conciencia colectiva respecto a la situación denigrante del femicidio y el maltrato contra las mujeres. Esta realidad es una muestra de la degeneración social que genera el capitalismo. Las relaciones humanas son cada día más permeadas por la lógica de la mercancía y el lucro, que supone la competencia, la dominación y la violencia verbal, psicológica, física y de clase social.

Desde Otras Voces en Educación nos sumamos al aleteo de millones de mariposas y luciérnagas que le gritamos al mundo que no puede haber libertad, desarrollo sostenible ni humanidad si continua siendo la violencia contra la mujer un problema de nuestras sociedades.

Por ello, le hemos pedido a mujeres de distintas geografías que nos digan que se esta haciendo para saber cómo podemos juntarnos mucho más.

Gabriela Mitidieri: Historiadora y docente de la Universidad de Buenos Aires En Argentina, militante de Democracia Socialista una agrupación política vinculada la cuarta internacional.

«En Argentina llevamos una lucha fuerte por el aborto legal y seguro vinculándolo a la educación sexual como herramienta fundamental para la transformación social»

 

 

 

Comparte este contenido:

La crítica de la democracia burguesa en Rosa Luxemburg

La crítica de la democracia burguesa en Rosa Luxemburg

Michael Löwy

Son conocidas la defensa de la democracia socialista y la crítica a los bolcheviques en el folleto de Rosa Luxemburg sobre la Revolución Rusa (1918). Lo que es menos conocido, y a menudo olvidado, es su crítica de la democracia burguesa, sus límites, sus contradicciones, su carácter limitado y mezquino. Intentaremos seguir este argumento crítico en algunos de sus escritos políticos, sin ninguna pretensión de exhaustividad.

Debemos partir, para esta discusión, de ¿Reforma o revolución? (1898), uno de los textos fundadores del socialismo revolucionario moderno, en que esta problemática es abordada de un modo más intenso. Este brillante ensayo, obra de una joven casi desconocida en la época, es una síntesis única entre la pasión revolucionaria y la racionalidad discursiva; sembrado de destellos de ironía y de intuiciones fulminantes, sigue teniendo, más de un siglo después, una sorprendente actualidad. Pero no está libre de fallas; ante todo, en la polémica económica con Bernstein, donde se despliega una suerte de fatalismo optimista: la creencia en la inevitabilidad del derrumbe (Zusammenbruch) económico del capitalismo. Dicho sea de paso, es una opinión que se encuentra aún en nuestros días en cantidad de marxistas que anuncian que la actual crisis financiera del capitalismo es “la última” y significa la decadencia definitiva del sistema… Me parece que Walter Benjamin, que conoció la Gran Crisis de 1929 y sus secuelas, formuló la conclusión más pertinente sobre este terreno: “La experiencia de nuestra generación: el capitalismo no morirá de muerte natural” (Benjamin, 2000: 681).

Entretanto, en su discusión sobre la democracia, Rosa Luxemburg se separa del optimismo fácil de la religión del progreso democrático –la ilusión en una democratización creciente de las sociedades “civilizadas” – dominante en su época, tanto entre los liberales como entre los socialistas; ese es, por lo demás, uno de los puntos fuertes de su argumento. Por otro lado, en su análisis de la democracia burguesa, no se encuentra trazo alguno de economicismo; se manifiesta aquí, en toda su fuerza, lo que Lukács llamaba (1923) el principio revolucionario en el terreno del método: la categoría dialéctica de totalidad (Lukács, 1960: 48). La cuestión de la democracia es abordada por Rosa Luxemburg desde la perspectiva de la totalidad histórica en movimiento, donde economía, sociedad, lucha de clases, Estado, política e ideología son momentos inseparables del proceso concreto.

Dialéctica del Estado burgués

El análisis eminentemente dialéctico del Estado burgués y sus formas democráticas por parte de Rosa Luxemburg le permite a esta escapar tanto de las aproximaciones social-liberales (¡Bernstein!), que niegan su carácter burgués, como de las de un cierto marxismo vulgar que no toma en cuenta la importancia de la democracia. Fiel a la teoría marxista del Estado, Rosa Luxemburg insiste sobre su carácter de “Estado de clase”. Pero añade inmediatamente: “hay que tomar esta afirmación, no en un sentido absoluto y rígido, sino en un sentido dialéctico”. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado, que el Estado “asume sin duda funciones de interés general en el sentido del desarrollo social”; pero, al mismo tiempo, no lo hace sino “en la medida en que el interés general y el social coinciden con los intereses de la clase dominante”. La universalidad del Estado se ve, entonces, severamente limitada y, en una medida amplia, negada por su carácter de clase (Luxemburg, 1978a: 39).

Otro aspecto de esta dialéctica es la contradicción entre la forma democrática y el contenido de clase: “las instituciones formalmente democráticas no son, en cuanto a su contenido, otra cosa que instrumentos de los intereses de la clase dominante”. Pero ella no se limita a esta constatación, que es un locus clásico del marxismo; no solo no desprecia Luxemburg la forma democrática, sino que muestra que dicha forma puede entrar en contradicción con el contenido burgués: “Existen pruebas concretas de esto: en el momento en que la democracia tiene la tendencia a negar su carácter de clase y a transformarse en instrumento de verdaderos intereses del pueblo, las propias formas democráticas son sacrificadas por la burguesía y por su representación de Estado” (ibíd.: 43). La historia del siglo XX está atravesada de un extremo al otro por ejemplos de ese género de “sacrificio”, desde la Guerra Civil Española hasta el golpe de Estado de 1973 en Chile; no son excepciones, sino antes bien la regla. Rosa Luxemburg había previsto en 1898, con una agudeza impresionante, lo que habría de pasar a lo largo de todo el siglo siguiente.

A la visión idílica de la historia como “Progreso” ininterrumpido, como evolución necesaria de la humanidad hacia la democracia y, sobre todo, al mito de una conexión intrínseca entre capitalismo y democracia, ella opone un análisis sobrio y sin ilusiones de la diversidad de regímenes políticos:

El desarrollo ininterrumpido de la democracia que el revisionismo, siguiendo el ejemplo del liberalismo burgués, toma por ley fundamental de la historia humana, o al menos de la historia moderna, se revela, cuando se lo examina de cerca, como un espejismo. No es posible establecer relaciones universales y absolutas entre el desarrollo del capitalismo y la democracia. El régimen político es en cada ocasión el resultado del conjunto de factores políticos, tanto internos como externos; dentro de esos límites, presenta todos los diferentes grados de la escala, desde la monarquía absoluta hasta la república democrática (ibíd.: 67 y s.).

Lo que ella no podía prever es, claro, el surgimiento de formas de Estado autoritarias aún peores que las monarquías: los regímenes fascistas y las dictaduras militares que se desarrollaron en los países capitalistas –tanto del centro como de la periferia– a lo largo de todo el siglo XX. Pero ella tiene el mérito de ser una de las escasas figuras, en el movimiento obrero y socialista, que desconfiaron de la ideología del Progreso (con una “P” mayúscula), común a los liberales burgueses y a una buena parte de la izquierda, y que pusieron en evidencia la perfecta compatibilidad del capitalismo con formas políticas radicalmente antidemocráticas.

Bernstein, partidario convencido de la ideología del Progreso, cree en una evolución irreversible de las sociedades modernas hacia más democracia y, por qué no, hacia más socialismo. Ahora bien, Rosa Luxemburg observa que “el Estado, es decir, la organización política, y las relaciones de propiedad, es decir, la organización jurídica del capitalismo, se tornan cada vez más capitalistas, y no cada vez más socialistas” (ibíd.: 43). Puede verse, una vez más, que la oposición entre la izquierda y la derecha en la Socialdemocracia corresponde al antagonismo entre la fe en el Progreso ineluctable de los países “civilizados” y la apuesta por la revolución social.

No solo no existe una afinidad particular entre la burguesía y la democracia, sino que a menudo es en lucha contra esta clase que tienen lugar los avances democráticos:

En Bélgica, en fin, la conquista democrática del movimiento obrero, el sufragio universal, es un efecto de la debilidad del militarismo y, en consecuencia, de la situación geográfica y política particular de Bélgica y, sobre todo, ese “bocado de democracia” es adquirido, no por la burgue­sía, sino contra ella (ibíd.: 67).

¿Se trata solo del caso de Bélgica, o más bien de una tendencia histórica general? Rosa Luxemburg parece inclinarse por la segunda hipótesis y considerar que la única garantía para la democracia es la fuerza del movimiento obrero:

El movimiento obrero socialista es hoy en día el único soporte de la democracia; no existe otro. Se verá que no es la suerte del movimiento socialista la que está ligada a la democracia burguesa, sino, inversamente, que la suerte de la democracia está ligada al movimiento socialista. Se constatará que las oportunidades de la democracia no están ligadas al hecho de que la clase obrera renuncia a la lucha por su emancipación, sino, al contrario, al hecho de que el movimiento socialista sea lo bastante poderoso para combatir las consecuencias reaccionarias de la política mundial y de la traición de la burguesía.

Aquel que desee el fortalecimiento de la democracia deberá desear igualmente el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista; renunciar a la lucha por el socialismo es renunciar, al mismo tiempo, al movimiento obrero y a la propia democracia (ibíd.: 70).

En otros términos, la democracia es, a ojos de Rosa Luxemburg, un valor esencial que el movimiento socialista debe poner a salvo de sus adversarios reaccionarios, entre los cuales se encuentra la burguesía, siempre dispuesta a traicionar sus proclamas democráticas si sus intereses lo exigen. Hemos visto anteriormente ejemplos de esta sobria constatación. ¿Qué quiere decir la referencia a las “consecuencias reaccionarias de la política mundial”? Se trata, sin duda, de una referencia a las guerras imperialistas y/o coloniales, que no dejarán de reducir o suprimir los avances democráticos de los países en conflicto. Volveremos luego sobre esta problemática.

La sorprendente afirmación según la cual la suerte de la democracia está ligada a la del movimiento obrero y socialista ha sido también confirmada por la historia de las décadas siguientes: la derrota de la izquierda socialista –a causa de sus divisiones, de sus errores o de su debilidad– en Italia, en Alemania, en Austria, en España ha conducido al triunfo del fascismo, con el apoyo de las principales fuerzas de la burguesía, y a la abolición de toda forma de democracia, durante largos años (en España, durante décadas).

La relación entre el movimiento obrero y la democracia es eminentemente dialéctica: la democracia tiene necesidad del movimiento socialista, y vicecersa; la lucha del proletariado tiene necesidad de la democracia para desarrollarse:

La democracia es quizás inútil, o incluso molesta para la burguesía hoy en día; para la clase trabajadora, es necesaria e incluso indispensable. Es necesaria porque crea las formas políticas (autoadministración, derecho al sufragio, etcétera) que servirán al proletariado de trampolín y de apoyo en su lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad burguesa. Pero es también indispensable porque solo luchando por la democracia y ejerciendo sus derechos tomará conciencia el proletariado de sus intereses de clase y de sus misiones históricas (ibíd.: 76).

La formulación de Rosa Luxemburg es compleja. En un primer momento, ella parece afirmar que es gracias a la democracia que la clase trabajadora puede luchar para transformar la sociedad. ¿Querría decir eso que, en los países no democráticos, esta lucha no es posible? Al contrario, insiste la revolucionaria polaca; es en la lucha por la democracia que se desarrolla la conciencia de clase. Ella piensa sin duda en países como la Rusia zarista –comprendida en ella Polonia–, donde la democracia aún no existe, y donde la conciencia revolucionaria se despierta precisamente en el combate democrático. Es lo que se vería pocos años más tarde, en la revolución rusa de 1905. Pero ella también piensa, probablemente, en la Alemania Guillermina, donde la lucha por la democracia estaba lejos de hallarse concluida y encuentra en el movimiento socialista a su principal sujeto histórico. En todo caso, lejos de despreciar las “formas democráticas”, que distingue de su instrumentación y manipulación burguesas, ella asocia estrechamente el destino de aquellas al del movimiento obrero.

¿Cuáles son, entonces, las formas democráticas importantes? En 1898, ella menciona sobre todo tres: el sufragio universal, la república democrática, la autoadministración; más tarde –por ejemplo, a propósito de la Revolución Rusa en 1918–, ella agregará las libertades democráticas: libertad de expresión, de prensa, de organización. ¿Y qué del Parlamento? Rosa Luxemburg no rechaza la representación democrática en cuanto tal, pero desconfía del parlamentarismo en su forma actual: lo considera “un instrumento específico del Estado de clase burgués; un medio para hacer que maduren y se desarrollen las contradicciones capitalistas” (ibíd.: 43). Ella volverá sobre este debate pocos años más tarde, en artículos polémicos contra Jaurès y los socialistas franceses, a los que ella acusa de querer llegar al socialismo pasando por el “pantano apacible […] de un parlamentarismo senil” (Luxemburg, 1971b: 223). La degradación de esta institución se revela en la sumisión al poder ejecutivo: “La idea, en sí misma racional, de que el gobierno no debe dejar de ser el instrumento de la mayoría de la representación popular, es transformado en su contrario por la práctica del parlamentarismo burgués, a saber: la dependencia servil de la representación popular respecto de la supervivencia del gobierno actual” (ibíd.: 228). Ella volverá sobre este debate pocos años más tarde, en artículos polémicos contra Jaurès y los socialistas franceses, a los que ella acusa de querer llegar al socialismo pasando por el “pantano apacible […] de un parlamentarismo senil” (Luxemburg, 1971b: 223). Ella saluda, en este contexto, a los socialistas revolucionarios franceses, que comprendieron que la acción legislativa en el Parlamento –útil para arrebatar algunas leyes favorables para los trabajadores– no puede sustituir a la organización del proletariado para conquistar, a través de medios revolucionarios, del poder político.

Reaparecen argumentos análogos en un ensayo de 1904 sobre “La Socialdemocracia y el parlamentarismo”. Con la ironía mordaz que torna tan eléctricas sus polémicas, ella cuestiona el “cretinismo parlamentario”, es decir, la ilusión según la cual el parlamento es el eje central de la vida social y la fuerza motriz de la historia universal. La realidad es totalmente diferente: las fuerzas gigantescas de la historia mundial actúan muy bien fuera de las cámaras legislativas burguesas. Lejos de ser el producto absoluto del Progreso democrático, el parlamentarismo es una forma histórica determinada de la dominación de clase burguesa. Al mismo tiempo, en un movimiento dialéctico –Rosa Luxemburg cita a Hegel–, con el ascenso del movimiento socialista, el Parlamento puede devenir en “uno de los instrumentos más poderosos e indispensables de la lucha de clases” obrera, en cuanto tribuna de las masas populares; un lugar de agitación para el programa de la revolución socialista. Pero no se podrá defender eficazmente la democracia, y al propio Parlamento, contra las maquinaciones reaccionarias sino a través de la acción extraparlamentaria del proletariado.

La acción directa de las masas proletarias “en la calle” –por ejemplo, bajo la forma de la huelga general– es la mejor defensa de cara a las amenazas que pesan sobre el sufragio universal. En suma, el desafío, para los socialistas, es convencer a “las masas trabajadoras de que cuenten cada vez más con sus propias fuerzas y su acción autónoma y de que ya no consideren las luchas parlamentarias como el eje central de la vida política” (Luxemburg, 1978c: 25, 29, 34-36). Volveremos sobre esto.

Las contradicciones de la democracia burguesa: militarismo, colonialismo

Las democracias burguesas “realmente existentes” se caracterizan por dos dimensiones profundamente antidemocráticas, estrechamente ligadas: el militarismo y el colonialismo. En el primer caso, se trata de una institución, el ejército, de carácter jerárquico, autoritario y reaccionario, que constituye una suerte de Estado absolutista en el seno del Estado democrático. En el segundo, se trata de la imposición, por la fuerza de las armas, de una dictadura a los pueblos colonizados por los imperios occidentales. Como recuerda Rosa Luxemburg en ¿Reforma o revolución?, su carácter de clase obliga al Estado burgués, incluso democrático, a acentuar cada vez más su actividad coercitiva en dominios que solo sirven a los intereses de la burguesía: “a saber, el militarismo y la política aduanera y colonial” (Luxemburg, 1978a: 42). La denuncia de esta “actividad coercitiva”, militarista e imperialista, será uno de los ejes de la crítica de Rosa Luxemburg al Estado burgués.

Desde el punto de vista capitalista,

el militarismo actualmente se ha vuelto indispensable desde tres puntos de vista: 1) sirve para defender intereses nacionales en competencia contra otros grupos nacionales; 2) constituye un dominio de inversión privilegiado, tanto para el capital financiero como para el capital industrial; y 3) le es útil en el interior para asegurar su dominación de clase sobre el pueblo trabajador […]. Dos rasgos específicos caracterizan al militarismo actual: primero, su desarrollo general y concurrente en todos los países; se diría que se ve impulsado a crecer por una fuerza motriz interna y autónoma: fenómeno desconocido todavía hace algunas décadas; segundo, el carácter fatal, inevitable de la explosión inminente, aunque se ignoren tanto la ocasión que la desencadenará como los Estados que serán afectados en primera instancia, el objeto del conflicto y todas las demás circunstancias (ibíd.: 41).

Como se ve, Rosa Luxemburg había previsto, en 1898, una guerra mundial suscitada por la competencia entre potencias capitalistas nacionales y por la dinámica incontrolable del militarismo. Es una de esas intuiciones fulgurantes que atraviesan el texto de ¿Reforma o revolución?, aun cuando, desde luego, ella no podía prever las “circunstancias” del conflicto.

Militarismo en el plano interno y expansión colonial en el externo están estrechamente ligados y conducen a una decadencia, una degradación, una degeneración de la democracia burguesa:

A causa del desarrollo de la economía mundial, del agravamiento y la generalización de la competencia por el mercado mundial, el militarismo y la supremacía naval, instrumentos de la política mundial, se han convertido en un factor decisivo de la vida exterior e interior de los grandes Estados. Entretanto, si la política mundial y el militarismo representan una tendencia ascendente de la fase actual del capitalismo, la democracia burguesa debe ahora lógicamente entrar en una fase descendente. En Alemania, la era de los grandes armamentos, que data de 1893, y la política mundial inaugurada por la toma de Kiao-chou han tenido como compensación dos sacrificios pagados por la democracia burguesa: la descomposición del liberalismo y el pasaje del Partido de Centro desde la oposición al gobierno (ibíd.: 69).

A lo largo del siglo XX, habría de asistirse a otros “sacrificios” de la democracia, exigidos por el militarismo –tanto en Europa (España, Grecia) como en América Latina– mucho más graves y dramáticos que los ejemplos aquí citados. Sin embargo, el análisis de Rosa Luxemburg es más amplio: ella se da cuenta de que el peso creciente del ejército en la vida política de las democracias burguesas se deriva, no solo de la competencia imperialista, sino también de un factor interno a las sociedades burguesas: la escalada de las luchas obreras. En un artículo antimilitarista de 1914, ella pone en evidencia dos tendencias profundas que fortalecen la preponderancia de las instituciones militares en los Estados burgueses.

Esas dos tendencias son, por un lado, el imperialismo, que conlleva un aumento masivo del ejército, el culto de la violencia militar salvaje y una actitud dominante y arbitraria del militarismo de cara a la legislación; por el otro, el movimiento obrero, que conoce un desarrollo igualmente masivo, acentuando los antagonismos de clase y provocando la intervención cada vez más frecuente del ejército contra el proletariado en lucha (Luxemburg, 1978d: 41).

Esta “violencia militar salvaje” se ejerce, en el cuadro de las políticas imperialistas, ante todo sobre los pueblos colonizados, sometidos a una brutal opresión que no tiene nada de “democrática”. La democracia burguesa produce, en su política colonial, formas de dominación autocrática, dictatorial. La cuestión del colonialismo es evocada, pero poco desarrollada en ¿Reforma o revolución?  

Pero poco después, en un artículo de 1902 sobre la Martinica, Rosa Luxemburg denunciará las masacres del colonialismo francés en Madagascar, las guerras de conquista de los Estados Unidos en Filipinas o de Inglaterra en África; finalmente, las agresiones contra los chinos cometidas, de común acuerdo, por franceses e ingleses, rusos y alemanes, italianos y estadounidenses (cf. Luxemburg, 1970: 250 y s.).

Ella volverá a menudo sobre los crímenes del colonialismo, en particular, en La acumulación del capital (1913). Retomando el hilo de la crítica implacable de la política colonial en el capítulo sobre la acumulación originaria en el volumen I de El capital, ella observa entretanto que no se trata de un momento “inicial”, sino de una tendencia permanente del capital: “Aquí no se trata ya de una acumulación originaria; el proceso continúa hasta nuestros días. Cada expansión colonial va necesariamente acompañada de esta guerra obstinada del capital contra las condiciones sociales y económicas de los indígenas, así como del saqueo violento de sus medios de producción y de su fuerza de trabajo” (Luxemburg, 1990: 318 y s.). De esto se derivan la ocupación militar permanente de las colonias y la represión brutal de sus insurrecciones, cuyos ejemplos clásicos son el colonialismo inglés en la India y el francés en Argelia. De hecho, esta acumulación originaria permanente prosigue hoy en día, en el siglo XXI, con métodos distintos, pero no menos feroces que los del colonialismo clásico.

Rosa Luxemburg menciona también, en La acumulación del capital, el caso concreto de lo que se podría llamar el colonialismo interno de la mayor democracia burguesa moderna, los Estados Unidos: con ayuda del ferrocarril, en el marco de la gran conquista del Oeste, se expulsó y exterminó a los indígenas con armas de fuego, aguardiente y sífilis, y se encerró a los supervivientes, como a bestias salvajes, en “reservas” (cf. ibíd.: 344, 350) Otro ejemplo trágico de las contradicciones de la “democracia burguesa”.

 

Democracia y conquista del poder: el golpe de martillo de la revolución

Volvamos a ¿Reforma o revolución? para examinar ahora la problemática de la relación entre democracia y conquista del poder. Bernstein y sus amigos “revisionistas” creían en la posibilidad de cambiar la sociedad gracias a reformas graduales, en el marco de las instituciones de la democracia burguesa; ante todo, el Parlamento, donde la Socialdemocracia podría un día tornarse mayoritaria. Por las razones que mencionamos más arriba, Rosa Luxemburg no puede menos que rechazar esta estrategia:

Marx y Engels jamás pusieron en duda la necesidad de conquista del poder político por parte del proletariado. Estaba reservado a Bernstein considerar el estanque de ranas del parlamentarismo burgués como el instrumento llamado a realizar el cambio social más formidable de la historia, a saber: la transformación de las estructuras capitalistas en estructuras socialistas (Luxemburg, 1978a: 77).

Esta conquista revolucionaria del poder será democrática, no porque se realizará en el marco de las instituciones de la democracia burguesa, sino porque será la acción colectiva de la gran mayoría popular:

“Es esa toda la diferencia entre los golpes de Estado al estilo blanquista, ejecutados por ‘una minoría activa’, provocados en cualquier momento y, de hecho, siempre de manera inoportuna, y la conquista del poder político por parte de la gran masa popular consciente” (ibíd.: 78).

Continuando su polémica, ella ironiza respecto de la línea reformista de Bernstein y sugiere un argumento capital para justificar la necesidad de una acción revolucionaria:

Fourier había tenido la ocurrencia fantástica de transformar, gracias al sistema de los falansterios, toda el agua de los mares del globo en limonada. Pero la idea de Bernstein de transformar, vertiendo progresivamente botellas de limonada reformistas, el mar de la amargura capitalista en el agua dulce del socialismo, es tal vez más banal, pero no menos fantástica.

Lo que ella no podía prever es, claro, el surgimiento de formas de Estado autoritarias aún peores que las monarquías: los regímenes fascistas y las dictaduras militares que se desarrollaron en los países capitalistas –tanto del centro como de la periferia– a lo largo de todo el siglo XX. Pero ella tiene el mérito de ser una de las escasas figuras, en el movimiento obrero y socialista, que desconfiaron de la ideología del Progreso (con una “P” mayúscula), común a los liberales burgueses y a una buena parte de la izquierda, y que pusieron en evidencia la perfecta compatibilidad del capitalismo con formas políticas radicalmente antidemocráticas.

Bernstein, partidario convencido de la ideología del Progreso, cree en una evolución irreversible de las sociedades modernas hacia más democracia y, por qué no, hacia más socialismo. Ahora bien, Rosa Luxemburg observa que “el Estado, es decir, la organización política, y las relaciones de propiedad, es decir, la organización jurídica del capitalismo, se tornan cada vez más capitalistas, y no cada vez más socialistas” (ibíd.: 43). Puede verse, una vez más, que la oposición entre la izquierda y la derecha en la Socialdemocracia corresponde al antagonismo entre la fe en el Progreso ineluctable de los países “civilizados” y la apuesta por la revolución social.

No solo no existe una afinidad particular entre la burguesía y la democracia, sino que a menudo es en lucha contra esta clase que tienen lugar los avances democráticos:

En Bélgica, en fin, la conquista democrática del movimiento obrero, el sufragio universal, es un efecto de la debilidad del militarismo y, en consecuencia, de la situación geográfica y política particular de Bélgica y, sobre todo, ese “bocado de democracia” es adquirido, no por la burgue­sía, sino contra ella (ibíd.: 67).

¿Se trata solo del caso de Bélgica, o más bien de una tendencia histórica general? Rosa Luxemburg parece inclinarse por la segunda hipótesis y considerar que la única garantía para la democracia es la fuerza del movimiento obrero:

El movimiento obrero socialista es hoy en día el único soporte de la democracia; no existe otro. Se verá que no es la suerte del movimiento socialista la que está ligada a la democracia burguesa, sino, inversamente, que la suerte de la democracia está ligada al movimiento socialista. Se constatará que las oportunidades de la democracia no están ligadas al hecho de que la clase obrera renuncia a la lucha por su emancipación, sino, al contrario, al hecho de que el movimiento socialista sea lo bastante poderoso para combatir las consecuencias reaccionarias de la política mundial y de la traición de la burguesía.

Aquel que desee el fortalecimiento de la democracia deberá desear igualmente el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista; renunciar a la lucha por el socialismo es renunciar, al mismo tiempo, al movimiento obrero y a la propia democracia (ibíd.: 70).

En otros términos, la democracia es, a ojos de Rosa Luxemburg, un valor esencial que el movimiento socialista debe poner a salvo de sus adversarios reaccionarios, entre los cuales se encuentra la burguesía, siempre dispuesta a traicionar sus proclamas democráticas si sus intereses lo exigen. Hemos visto anteriormente ejemplos de esta sobria constatación. ¿Qué quiere decir la referencia a las “consecuencias reaccionarias de la política mundial”? Se trata, sin duda, de una referencia a las guerras imperialistas y/o coloniales, que no dejarán de reducir o suprimir los avances democráticos de los países en conflicto. Volveremos luego sobre esta problemática.

La sorprendente afirmación según la cual la suerte de la democracia está ligada a la del movimiento obrero y socialista ha sido también confirmada por la historia de las décadas siguientes: la derrota de la izquierda socialista –a causa de sus divisiones, de sus errores o de su debilidad– en Italia, en Alemania, en Austria, en España ha conducido al triunfo del fascismo, con el apoyo de las principales fuerzas de la burguesía, y a la abolición de toda forma de democracia, durante largos años (en España, durante décadas).

La relación entre el movimiento obrero y la democracia es eminentemente dialéctica: la democracia tiene necesidad del movimiento socialista, y vicecersa; la lucha del proletariado tiene necesidad de la democracia para desarrollarse:

La democracia es quizás inútil, o incluso molesta para la burguesía hoy en día; para la clase trabajadora, es necesaria e incluso indispensable. Es necesaria porque crea las formas políticas (autoadministración, derecho al sufragio, etcétera) que servirán al proletariado de trampolín y de apoyo en su lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad burguesa. Pero es también indispensable porque solo luchando por la democracia y ejerciendo sus derechos tomará conciencia el proletariado de sus intereses de clase y de sus misiones históricas (ibíd.: 76).

La formulación de Rosa Luxemburg es compleja. En un primer momento, ella parece afirmar que es gracias a la democracia que la clase trabajadora puede luchar para transformar la sociedad. ¿Querría decir eso que, en los países no democráticos, esta lucha no es posible? Al contrario, insiste la revolucionaria polaca; es en la lucha por la democracia que se desarrolla la conciencia de clase. Ella piensa sin duda en países como la Rusia zarista –comprendida en ella Polonia–, donde la democracia aún no existe, y donde la conciencia revolucionaria se despierta precisamente en el combate democrático. Es lo que se vería pocos años más tarde, en la revolución rusa de 1905. Pero ella también piensa, probablemente, en la Alemania Guillermina, donde la lucha por la democracia estaba lejos de hallarse concluida y encuentra en el movimiento socialista a su principal sujeto histórico. En todo caso, lejos de despreciar las “formas democráticas”, que distingue de su instrumentación y manipulación burguesas, ella asocia estrechamente el destino de aquellas al del movimiento obrero.

¿Cuáles son, entonces, las formas democráticas importantes? En 1898, ella menciona sobre todo tres: el sufragio universal, la república democrática, la autoadministración; más tarde –por ejemplo, a propósito de la Revolución Rusa en 1918–, ella agregará las libertades democráticas: libertad de expresión, de prensa, de organización. ¿Y qué del Parlamento? Rosa Luxemburg no rechaza la representación democrática en cuanto tal, pero desconfía del parlamentarismo en su forma actual: lo considera “un instrumento específico del Estado de clase burgués; un medio para hacer que maduren y se desarrollen las contradicciones capitalistas” (ibíd.: 43). Ella volverá sobre este debate pocos años más tarde, en artículos polémicos contra Jaurès y los socialistas franceses, a los que ella acusa de querer llegar al socialismo pasando por el “pantano apacible […] de un parlamentarismo senil” (Luxemburg, 1971b: 223). La degradación de esta institución se revela en la sumisión al poder ejecutivo: “La idea, en sí misma racional, de que el gobierno no debe dejar de ser el instrumento de la mayoría de la representación popular, es transformado en su contrario por la práctica del parlamentarismo burgués, a saber: la dependencia servil de la representación popular respecto de la supervivencia del gobierno actual” (ibíd.: 228). Ella saluda, en este contexto, a los socialistas revolucionarios franceses, que comprendieron que la acción legislativa en el Parlamento –útil para arrebatar algunas leyes favorables para los trabajadores– no puede sustituir a la organización del proletariado para conquistar, a través de medios revolucionarios, del poder político.

Reaparecen argumentos análogos en un ensayo de 1904 sobre “La Socialdemocracia y el parlamentarismo”. Con la ironía mordaz que torna tan eléctricas sus polémicas, ella cuestiona el “cretinismo parlamentario”, es decir, la ilusión según la cual el parlamento es el eje central de la vida social y la fuerza motriz de la historia universal. La realidad es totalmente diferente: las fuerzas gigantescas de la historia mundial actúan muy bien fuera de las cámaras legislativas burguesas. Lejos de ser el producto absoluto del Progreso democrático, el parlamentarismo es una forma histórica determinada de la dominación de clase burguesa. Al mismo tiempo, en un movimiento dialéctico –Rosa Luxemburg cita a Hegel–, con el ascenso del movimiento socialista, el Parlamento puede devenir en “uno de los instrumentos más poderosos e indispensables de la lucha de clases” obrera, en cuanto tribuna de las masas populares; un lugar de agitación para el programa de la revolución socialista. Pero no se podrá defender eficazmente la democracia, y al propio Parlamento, contra las maquinaciones reaccionarias sino a través de la acción extraparlamentaria del proletariado. La acción directa de las masas proletarias “en la calle” –por ejemplo, bajo la forma de la huelga general– es la mejor defensa de cara a las amenazas que pesan sobre el sufragio universal. En suma, el desafío, para los socialistas, es convencer a “las masas trabajadoras de que cuenten cada vez más con sus propias fuerzas y su acción autónoma y de que ya no consideren las luchas parlamentarias como el eje central de la vida política” (Luxemburg, 1978c: 25, 29, 34-36). Volveremos sobre esto.

 

Las contradicciones de la democracia burguesa: militarismo, colonialismo

Las democracias burguesas “realmente existentes” se caracterizan por dos dimensiones profundamente antidemocráticas, estrechamente ligadas: el militarismo y el colonialismo. En el primer caso, se trata de una institución, el ejército, de carácter jerárquico, autoritario y reaccionario, que constituye una suerte de Estado absolutista en el seno del Estado democrático. En el segundo, se trata de la imposición, por la fuerza de las armas, de una dictadura a los pueblos colonizados por los imperios occidentales. Como recuerda Rosa Luxemburg en ¿Reforma o revolución?, su carácter de clase obliga al Estado burgués, incluso democrático, a acentuar cada vez más su actividad coercitiva en dominios que solo sirven a los intereses de la burguesía: “a saber, el militarismo y la política aduanera y colonial” (Luxemburg, 1978a: 42). La denuncia de esta “actividad coercitiva”, militarista e imperialista, será uno de los ejes de la crítica de Rosa Luxemburg al Estado burgués.

Desde el punto de vista capitalista,

el militarismo actualmente se ha vuelto indispensable desde tres puntos de vista: 1) sirve para defender intereses nacionales en competencia contra otros grupos nacionales; 2) constituye un dominio de inversión privilegiado, tanto para el capital financiero como para el capital industrial; y 3) le es útil en el interior para asegurar su dominación de clase sobre el pueblo trabajador […]. Dos rasgos específicos caracterizan al militarismo actual: primero, su desarrollo general y concurrente en todos los países; se diría que se ve impulsado a crecer por una fuerza motriz interna y autónoma: fenómeno desconocido todavía hace algunas décadas; segundo, el carácter fatal, inevitable de la explosión inminente, aunque se ignoren tanto la ocasión que la desencadenará como los Estados que serán afectados en primera instancia, el objeto del conflicto y todas las demás circunstancias (ibíd.: 41).

Como se ve, Rosa Luxemburg había previsto, en 1898, una guerra mundial suscitada por la competencia entre potencias capitalistas nacionales y por la dinámica incontrolable del militarismo. Es una de esas intuiciones fulgurantes que atraviesan el texto de ¿Reforma o revolución?, aun cuando, desde luego, ella no podía prever las “circunstancias” del conflicto.

Militarismo en el plano interno y expansión colonial en el externo están estrechamente ligados y conducen a una decadencia, una degradación, una degeneración de la democracia burguesa:

A causa del desarrollo de la economía mundial, del agravamiento y la generalización de la competencia por el mercado mundial, el militarismo y la supremacía naval, instrumentos de la política mundial, se han convertido en un factor decisivo de la vida exterior e interior de los grandes Estados. Entretanto, si la política mundial y el militarismo representan una tendencia ascendente de la fase actual del capitalismo, la democracia burguesa debe ahora lógicamente entrar en una fase descendente. En Alemania, la era de los grandes armamentos, que data de 1893, y la política mundial inaugurada por la toma de Kiao-chou han tenido como compensación dos sacrificios pagados por la democracia burguesa: la descomposición del liberalismo y el pasaje del Partido de Centro desde la oposición al gobierno (ibíd.: 69).

A lo largo del siglo XX, habría de asistirse a otros “sacrificios” de la democracia, exigidos por el militarismo –tanto en Europa (España, Grecia) como en América Latina– mucho más graves y dramáticos que los ejemplos aquí citados. Sin embargo, el análisis de Rosa Luxemburg es más amplio: ella se da cuenta de que el peso creciente del ejército en la vida política de las democracias burguesas se deriva, no solo de la competencia imperialista, sino también de un factor interno a las sociedades burguesas: la escalada de las luchas obreras. En un artículo antimilitarista de 1914, ella pone en evidencia dos tendencias profundas que fortalecen la preponderancia de las instituciones militares en los Estados burgueses.

Esas dos tendencias son, por un lado, el imperialismo, que conlleva un aumento masivo del ejército, el culto de la violencia militar salvaje y una actitud dominante y arbitraria del militarismo de cara a la legislación; por el otro, el movimiento obrero, que conoce un desarrollo igualmente masivo, acentuando los antagonismos de clase y provocando la intervención cada vez más frecuente del ejército contra el proletariado en lucha (Luxemburg, 1978d: 41).

Esta “violencia militar salvaje” se ejerce, en el cuadro de las políticas imperialistas, ante todo sobre los pueblos colonizados, sometidos a una brutal opresión que no tiene nada de “democrática”. La democracia burguesa produce, en su política colonial, formas de dominación autocrática, dictatorial. La cuestión del colonialismo es evocada, pero poco desarrollada en ¿Reforma o revolución? Pero poco después, en un artículo de 1902 sobre la Martinica, Rosa Luxemburg denunciará las masacres del colonialismo francés en Madagascar, las guerras de conquista de los Estados Unidos en Filipinas o de Inglaterra en África; finalmente, las agresiones contra los chinos cometidas, de común acuerdo, por franceses e ingleses, rusos y alemanes, italianos y estadounidenses (cf. Luxemburg, 1970: 250 y s.).

Ella volverá a menudo sobre los crímenes del colonialismo, en particular, en La acumulación del capital (1913). Retomando el hilo de la crítica implacable de la política colonial en el capítulo sobre la acumulación originaria en el volumen I de El capital, ella observa entretanto que no se trata de un momento “inicial”, sino de una tendencia permanente del capital: “Aquí no se trata ya de una acumulación originaria; el proceso continúa hasta nuestros días. Cada expansión colonial va necesariamente acompañada de esta guerra obstinada del capital contra las condiciones sociales y económicas de los indígenas, así como del saqueo violento de sus medios de producción y de su fuerza de trabajo” (Luxemburg, 1990: 318 y s.). De esto se derivan la ocupación militar permanente de las colonias y la represión brutal de sus insurrecciones, cuyos ejemplos clásicos son el colonialismo inglés en la India y el francés en Argelia. De hecho, esta acumulación originaria permanente prosigue hoy en día, en el siglo XXI, con métodos distintos, pero no menos feroces que los del colonialismo clásico.

Rosa Luxemburg menciona también, en La acumulación del capital, el caso concreto de lo que se podría llamar el colonialismo interno de la mayor democracia burguesa moderna, los Estados Unidos: con ayuda del ferrocarril, en el marco de la gran conquista del Oeste, se expulsó y exterminó a los indígenas con armas de fuego, aguardiente y sífilis, y se encerró a los supervivientes, como a bestias salvajes, en “reservas” (cf. ibíd.: 344, 350). Otro ejemplo trágico de las contradicciones de la “democracia burguesa”.

Las relaciones de producción de la sociedad capitalista se aproximan cada vez más a las relaciones de producción de la sociedad socialista. Como revancha, sus relaciones políticas y jurídicas erigen, entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista, un muro cada vez más alto. Ese muro no solo no será echado por tierra por las reformas sociales ni por la democracia, sino que, al contrario, estas lo reafirman y consolidan. Lo que podrá derribarlo es solo el golpe de martillo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por parte del proletariado (ibíd.: 44).

La imagen del “golpe de martillo” hace pensar inmediatamente en la afirmación de Marx en sus escritos sobre la Comuna de París (1871), en los que hace referencia a la necesidad, por parte del proletariado revolucionario, de “quebrar” el aparato de Estado capitalista. La idea es esencialmente idéntica, aun cuando Rosa Luxemburg no cita esos textos de Marx. Ese “golpe de martillo” se torna aún más indispensable cuando se considera el papel creciente del militarismo y del ejército en el sistema político. ¿En qué consiste concretamente? ¿Por qué medios puede realizarse esta conquista del poder? ¿Qué estrategia o táctica revolucionarias propone Rosa Luxemburg? No es un tema desarrollado en ¿Reforma o revolución?, pero aquí y allá ella da a entender que los métodos revolucionarios “clásicos” –la insurrección, las barricadas– no deben ser  excluidos. Ahora, no solo los revisionistas, sino también la dirección del Partido Socialdemócrata alemán se refirieron con insistencia al prefacio escrito por Friedrich Engels en 1895 a la reedición de la obra de Marx La lucha de clases en Francia entre 1848 y 1850 (1850); en ese texto, el viejo dirigente parece considerar que esos métodos de lucha se volvieron obsoletos a raíz de los progresos del arte militar –los cañones y los fusiles modernos–, que conceden ventaja al ejército.

De hecho, el texto original de Engels era mucho menos categórico; la versión publicada fue considerablemente “edulcorada” por la dirección del partido (algo que ignoraba Rosa Luxemburg). De hecho, Engels se mostró indignado ante esta manipulación; en una carta a Kautsky del 1° de abril de 1895, escribió: “para mi sorpresa, veo hoy en el Vorwärts un extracto de mi introducción reproducida sin mi consentimiento, y dispuesto de tal manera que aparezco en él como un pacífico adorador de la legalidad a todo precio. Por ende, desearía tanto más que la introducción aparezca sin recortes en Neue Zeit, a fin de que sea borrada esta impresión vergonzosa”. Friedrich Engels murió algunos meses después; el texto íntegro jamás apareció en Neue Zeit ni, por supuesto, en la reedición del libro de Marx. Fue preciso esperar a la Revolución de Octubre para que fuera, por fin, publicado en la década de 1920 (cf. Bottigelli, 1948). He aquí la respuesta de Rosa Luxemburg al argumento “legalista”:

Cuando Engels, en el prefacio a La lucha de clases en Francia, revisaba la táctica del movimiento obrero moderno, oponiendo a las barricadas la lucha legal, no tenía en vita –y cada línea de este prefacio lo demuestra– el problema de la conquista definitiva del poder político, sino el de la lucha cotidiana actual. No analizaba la actitud del proletariado de cara al Estado capitalista en el momento de la toma del poder, sino su actitud en el marco del Estado capitalista. En una palabra, Engels daba las directivas al proletariado oprimido, y no al proletariado victorioso (Luxemburg, 1978a: 75 y s.).

De hecho, su interpretación es muy discutible… ¡No se trata, en Engels, del papel de las barricadas en la “lucha cotidiana actual”! Lo que resulta interesante, en este pasaje, es la actitud de la autora de ¿Reforma o revolución? frente a la cuestión de los métodos de lucha “armada”, “insurreccional”, “ilegal” –métodos tradicionales de las revoluciones, desde 1789 a 1871–, que ella se niega a excluir del arsenal político del proletariado. Ella no estaba equivocada, pues todos los combates revolucionarios del siglo XX, victoriosos o vencidos –las dos Revoluciones Rusas (1905, 1917), la Revolución Mexicana (1910-19), la Revolución Alemana (1918-19), la Revolución Española (1936-37) y la Revolución Cubana (1959-61), para no citar otros ejemplos– hicieron uso de esos métodos “ilegales” y “extraparlamentarios”.

Pero el método revolucionario que cuenta con el favor de Luxemburg es, como se sabe, la huelga de masas, esa “forma natural y espontánea de toda gran acción revolucionaria del proletariado”. De hecho, se trata de un movimiento en el cual se multiplica una gran diversidad de iniciativas de lucha: huelgas económicas y políticas, huelgas de manifestación o de combate, huelgas de masas y huelgas parciales, luchas reivindicativas pacíficas o batallas en las calles, combates de barricadas, “un océano de fenómenos, eternamente nuevos y fluctuantes”. Ciertamente, la huelga de masas “no reemplaza ni vuelve superfluos los enfrentamientos directos y brutales en la calle”; con todo, la experiencia rusa de 1905 muestra que “el combate de barricadas, el enfrentamiento directo con las fuerzas armadas del Estado, no constituye, en la revolución actual, otra cosa que el punto culminante, que una fase del proceso de la lucha de masas proletaria” (Luxemburg, 1976: 127 y s.; 154). El enfrentamiento no es eliminado, sino situado en el “punto culminante” de la lucha, lo que le concede, evidentemente, un papel importante.

Rosa Luxemburg volverá sobre este texto de Engels –en su versión edulcorada por la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán, la única conocida en su época–, que decididamente la incomoda, en su discurso durante el Congreso Fundacional del Partido Comunista Alemán (Spartakusbund) en diciembre de 1918. Esta vez, no se trata de pretender, como en 1898, que la “Introducción” de 1895 no se refiere sino a la “lucha cotidiana actual”: “Con todos los conocimientos de especialistas de que disponía en el dominio de la ciencia militar, Engels les demuestra aquí […] que es perfectamente vano creer que el pueblo trabajador puede hacer revoluciones en las calles y salir victorioso”. Él estaba equivocado, y este documento ha servido, observa ella, para reducir la actividad del Partido exclusivamente al terreno parlamentario. Sin excluir una “utilización revolucionaria de la Asamblea Nacional” como tribuna, ella ve en la toma del poder por parte de los consejos de obreros y soldados, como en Rusia en octubre de 1917, el camino a seguir (cf. Luxemburg, 1978b: 106-108).

Rosa Luxemburg no proporciona recetas; ella apuesta a la inventiva del movimiento revolucionario; se limita a esta sobria constatación: la democracia es indispensable, no porque ella vuelve inútil la conquista del poder político por parte del proletariado; al contrario, ella vuelve necesaria y al mismo tiempo posible esta toma del poder”. Ahora bien, esta conquista del poder pasa por una ruptura institucional, por un proceso radical de subversión, capaz de derribar el muro jurídico y político del Estado capitalista: el “golpe de martillo” de la revolución.

Democracia socialista y democracia burguesa (1918)

No vamos a discutir aquí la cuestión de la democracia en el socialismo, que escapa a nuestra temática; lo que nos interesa aquí es lo que escribe Rosa Luxemburg en su texto sobre la Revolución Rusa a propósito de la democracia burguesa. Es importante subrayar que, en el manuscrito de 1918, la crítica fraternal de los errores de los bolcheviques en el terreno de la democracia no significa de ningún modo la adhesión de Rosa Luxemburg a la democracia burguesa. Se dice explícitamente: la tarea histórica del proletariado es “crear, en lugar de la democracia burguesa, una democracia socialista”. Veamos de más cerca su argumento, en polémica con Trotsky:

“En cuanto marxistas, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal” escribe Trotsky. Seguramente, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco del socialismo y del marxismo; jamás hemos sido idólatras. ¿Se infiere de esto que tengamos el derecho, a la manera de Cunow-Lensch-Parvus, de deshacernos del socialismo o del marxismo cuando nos incomodan? Trotsky y Lenin son la negación viva de esta cuestión.

Jamás hemos sido idólatras de la democracia formal; esto no quiere decir sino una cosa: siempre hemos distinguido el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos desenmascarado el duro núcleo de desigualdad y de servidumbre social que se oculta bajo el dulce envoltorio de la igualdad y de la libertad formales, no para rechazarlo, sino para incitar a la clase obrera a no contentarse con ese envoltorio y, por el contrario, conquistar el poder político a fin de llenarlo de un contenido social nuevo. La tarea histórica que incumbe al proletariado, una vez en el poder, es crear, en lugar de la democracia burguesa, la democracia socialista, y no suprimir toda democracia (Luxemburg, 1971a: 87 y s.).

Rosa Luxemburg retoma aquí la distinción “clásica”, ya formulada en ¿Reforma o revolución?, entre la forma democrática, la igualdad y la libertad formales, y el contenido burgués, la desigualdad y el liberticidio; pero esta vez ella afirma claramente la solución: ni democracia burguesa, ni dictadura de una élite revolucionaria, sino una democracia socialista con un contenido social nuevo.

Rosa Luxemburg había previsto, ya en 1914, “la intervención del ejército contra el proletariado en lucha”. Como se sabe, en enero de 1919, Leo Jogisches, Karl Liebknecht y muchos otros espartaquistas serán asesinados, víctimas de esta “violencia militar salvaje” que ella había denunciado; eso tuvo lugar en el marco de una respetable democracia (burguesa) constitucional.

Lo que Rosa Luxemburg no había previsto siquiera en sus peores pesadillas era que esos asesinatos políticos a manos de militares contrarrevolucionarios tendrían lugar bajo la égida de un gobierno dirigido por el Partido Socialdemoócrata Alemán…

Publicado originalmente en el nº 62 de la revista Herramienta, invierno 2019

Autor:  Michael Löwy

Comparte este contenido:

Vídeo: Educación es igual a Libertad por Sergio Fajardo

Por: TEDx Talks.

Es un impulsor de la educación desde la gestión pública, como elemento fundamental para lograr un desarrollo sostenible y la transformación social. Matemático con Maestría y Doctorado de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos. En 1999 decidió dejar el mundo de la academia para liderar un movimiento cívico e independiente y en el 2004 llega a la Alcaldía de Medellín, en dónde dirigió la más grande transformación de la ciudad. Fue candidato Vicepresidencial del Partido Verde en el 2010 y Gobernador de Antioquia 2012 – 2015.

Es un impulsor de la educación desde la gestión pública, como elemento fundamental para lograr un desarrollo sostenible y la transformación social. Matemático con Maestría y Doctorado de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos. En 1999 decidió dejar el mundo de la academia para liderar un movimiento cívico e independiente y en el 2004 llega a la Alcaldía de Medellín, en dónde dirigió la más grande transformación de la ciudad. Fue candidato Vicepresidencial del Partido Verde en el 2010 y Gobernador de Antioquia 2012 – 2015.

Fuente del documento: https://www.youtube.com/watch?v=dgniv9WazS0

Comparte este contenido:

El neoliberalismo explota en Latinoamérica

Por: Hedelberto López Blanch

América Latina esta revuelta debido a los regímenes neoliberales que se han impuesto en los últimos años en la región impulsados por Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las oligarquías criollas.

Las fuertes reglas neoliberales que se han adoptado por países como Argentina, Chile, Honduras, Ecuador, Colombia, Haití, han motivado numerosas manifestaciones populares las que rechazan el incremento de la desigualdad entre la población, el crecimiento de la pobreza y la desatención gubernamental de las grandes mayorías.

En Argentina, el gobierno de Mauricio Macri ha endeudado al país con el FMI por más de 50 000 millones de dólares. Los empréstitos recibidos han ido a parar a los bancos y a pagar deudas con compañías nacionales y extranjeras mientras se incrementan las necesidades de los ciudadanos al subir la inflación, aumentar el desempleo y eliminarse numerosos servicios públicos que pasan a propiedad privada.

El malestar provocado por las enormes penurias crecientes, desataron olas de manifestaciones, creación de ollas populares para aliviar estómagos hambrientos y protestar contra un sistema capitalista fallido. Todo eso provocó la victoria en las elecciones del 27 de octubre de los candidatos Alberto Fernández y Cristina Fernández y la contundente derrota de Macri.

Ecuador se ha visto envuelto en una enorme ola de malestar público contra las medidas neoliberales adoptadas por el régimen de Lenin Moreno que durante su año y medio de gobierno ha eliminado beneficios sociales que fueron impulsados por el anterior gobierno de Rafael Correa.

Lenin, bajo presión de Washington, buscó préstamos del FMI por 4 200 millones de dólares para amainar los problemas fiscales y el endeudamiento externo provocados por su propio gobierno y a la par se comprometió a desmontar la mayoría de los programas sociales.

La copa neoliberal se colmó al dictar el presidente un paquetazo el cual eliminaba, entre otras cosas, los subsidios al combustible. Inmediatamente se desarrollaron extensas protestas que se saldaron con una represión policial que dejó ocho muertos, más de 1 200 detenidos y profusos daños económicos. Al final, Moreno se vio obligado a dar marcha atrás al decreto pero la situación sigue convulsa por los reclamos de la población que gozaba de los beneficios adquiridos con el gobierno de Correa.

Pasando a otro país de América del Sur, Chile, la ya acostumbrada represión contra las demandas estudiantiles y obreras que se mantienen desde que fueron instaladas por la dictadura de Augusto Pinochet, miles de personas sufrieron las consecuencias de protestar por la subida del precio del pasaje en la red de transporte.

Miles de jóvenes y estudiantes saltaron las vallas y pasaron al metro sin pagar en señal de rechazo a las medidas de austeridad gubernamental, y el malestar siguió incrementándose entre toda la población. Para contrarrestar las acciones, el presidente Sebastián Piñera, (retomó el poder en marzo de 2018) decretó el estado de excepción y la represión policial no se hizo esperar con saldo de 25 muertos y numerosos heridos y detenidos.

Para Estados Unidos y las potencias occidentales, Chile ha sido, desde la dictadura de Pinochet, el paradigma del sistema neoliberal en la región con el objetivo de permitir la entrada de las compañías transnacionales que se enriquecen con la extracción de sus grandes reservas mineras.

Piñera se ha convertido desde su primer mandato 2010-2014, en un promotor de las líneas directrices sobre el control de la economía global que se proyectan desde Washington y el FMI, con el impulso a la imposición de sistemas neoliberales, de libre comercio y privatizaciones.

Al igual que en Ecuador y Chile, en Honduras han sido reprimidas las manifestaciones que ahora exigen la dimisión del presidente Juan Orlando Hernández (reelegido en 2018 con numerosas denuncias de fraude) por sus relaciones con el narcotráfico y acusaciones de corrupción.

Honduras es una semicolonia estadounidense donde impera la “democracia” pese a los graves problemas que padecen sus habitantes. Hace diez años, Estados Unidos con el apoyo de la derecha hondureña indujo un golpe de Estado contra Manuel Zelaya, el único presidente que laboró por llevarle a su pueblo beneficios que nunca había disfrutado.

Datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística de Honduras publicados por el diario La Prensa, informan que casi seis millones (71 %) de los 8,5 millones de habitantes del país son pobres.

Haití no se queda atrás y la crisis del actual mandatario, Jovenel Moise se agudiza luego de semanas de ininterrumpidos disturbios. Los manifestantes se han aglutinado en el Palacio Nacional, en las oficinas de la ONU y en las calles para demandar la renuncia del presidente.

La crisis política no es nueva sino que condensa, cuanto menos, los dos últimos gobiernos del Partido Haitiano Tet Kale (PHTK). Su fundador, Michel Martelly (2011-2016), al igual que Moise, son acusados de desviar los fondos de la ayuda internacional de las dos últimas catástrofes climáticas que azotaron la isla. Como consecuencia, la población fue condenada al hambre, la pandemia y el debacle de su economía llevadas de la mano con recetas capitalistas.

Con siete bases militares estadounidense en suelo colombiano, 300 líderes sociales, campesinos y excombatientes asesinados en los últimos años y sin cumplir los acuerdos de paz acordados con los grupos guerrilleros, esta nación suramericana funge como punta de lanza de Washington en la región.

El régimen de Iván Duque se prepara para decretar nuevas medidas de austeridad a los combustibles a una población que en su mayoría sufre la desatención generalizada mientras unos pocos disfrutan de sus riquezas naturales y económicas.

Los pueblos de América se levantan contra las leyes neoliberales pese a la represión y la desinformación de los grandes medios de comunicación controlados por la derecha, pero al final del túnel ha de verse la luz.

Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=261977

Comparte este contenido:

Libro: Cambiar el mundo para cambiar la educación. La revolución soviética y la educación.(PDF)

Por: Por: Edgar Isch L

La educación fue una de las esferas de trabajo e inquietud inte­lectual más aguda durante la Revolución Soviética. Con gran rapidez se presentan múltiples pro­puestas que se convierten en experiencias, se acierta y se falla y se vuelve a acertar en una búsqueda constante de carácter masivo. La revolución, desde el materialismo dialéctico e histórico, bus­caba su propia comprensión del proceso educativo y daba a luz un modelo pedagógico completamente distinto a los precedentes. Los educadores, hombres y mujeres comprometidos, procuraban definir y demostrar su mejor aporte a esa revolución, que era la suya. Una nueva teoría psicológica irá sirviendo de sustento a esta nueva realidad educativa.

Sin esos cambios habría sido imposible que, en medio de di­ficultades extremas, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hubiese llegado a convertirse en pocos años en la segunda potencia mundial.}

Descárglo aquí: Educacion y revolución soviética Edgar Isch

Comparte este contenido:

Entrevista a Pablo Vommaro, cientista social: «Estamos en un continente con mucho potencial y en ese sentido subrayo el compromiso de las Ciencias Sociales y las Humanidades en la transformación social»

Entrevistado por Luz Palomino y Luis Bonilla-molina para Otras Voces en Educación 

Pablo Vommaro es un cientista social de amplia y reconocida trayectoria académica. Desde hace varios años trabaja en la oficina Buenos Aires del Consejo Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales (CLACSO). Su tenacidad y capacidad de armonización de agendas investigativas diversas, ha sido un factor determinante en la consolidación de Grupos de Trabajo (GT) de CLACSO.  En medio de la vorágine de trabajo en la cual se encuentra inmerso Pablo, accedió a dialogar con el Portal de los y las maestras(os) OVE “Otras Voces en Educación”

Pablo,  cuéntanos de CLACSO, ¿Cuándo se inicia y cuál era su propósito inicial?

CLACSO se inicia en 1967, hace 52 años. Es una organización no gubernamental, dedicada a promover la Ciencias Sociales y las Humanidades en América Latina. Fue creada a instancias de UNESCO como organismo internacional y su propósito inicial tenía que ver justamente con resguardar a los investigadores, a los intelectuales, a los científicos sociales, a los humanistas que en medio de un contexto adverso de gobiernos autoritarios, dictaduras, y de políticas en cierta manera regresivas en nuestra región.

A pesar de esta necesidad de respuesta organizada ante una realidad oscura, el nacimiento de CLACSO también expresó un momento de ebullición social. En ese contexto, su principal objetivo fue: promover, estimular, fortalecer las Ciencias Sociales y las Humanidades en América Latina y el Caribe.

Son 52 años, más de cinco (05) décadas en las que CLACSO lleva actuando como Red. Hoy en día, es la estructura colaborativa más importantes de las Ciencias Sociales y Humanidades a nivel mundial. Considero que, un elemento sustantivo en este recorrido está asociado a la urgencia de fortalecer el pensamiento crítico, mediante medidas alternativas que coadyuvan a incentivar y promover otras perspectivas, otros enfoques, otras miradas.  CLACSO ha trabajado arduamente en la tarea de valorar y visibilizar otros saberes, es decir,  garantizar que las ciencias sociales y humanas cuenten con pluralidad de voces, diversidad de pensamiento, combatiendo la tentación del pensamiento único. Esto implica, promover el pensamiento crítico fundamentado en investigación con alta incidencia social y científica. Para ello, se debe hacer la labor de análisis y reflexión sobre la transformación social a partir de investigaciones rigurosas que cuenten con calidad acreditada, con excelencia metodológica, pero también situada. Por supuesto que la incidencia se entiende vinculada a la transformación social.

Investigar en Ciencias Sociales implica un trabajo adicional de formación y comunicación. Por ello, desde CLACSO, no solo pensamos en investigación, sino también en enseñar de manera alternativa, aprendiendo juntos y juntas. Pero, para que los resultados de investigación y reflexión tengan impacto, deben hacerse un trabajo importante en divulgación y socialización de los resultados de estos procesos. Por tanto, la política de publicaciones es cada día más un componente central de la labor referida.

 ¿En estas décadas cuál ha sido el aporte fundamental de CLACSO a las Ciencias Sociales Latinoamericanas y Caribeñas?

Creo que el aporte fundamental que ha hecho CLACSO en el camino de fortalecimiento de las Ciencias Sociales y las Humanidades tiene que ver con la promoción del acceso abierto al conocimiento y los saberes. Un acceso abierto gratuito, democrático, colaborativo, justamente formulado en la orientación de democratizar el mismo, teniendo en cuenta que, los resultados de la investigación científica  se quedarían cortos si no se parte de la premisa del conocimiento como un bien público y no como un bien mercantil. De allí que, enfaticemos en la  investigación situada, en investigación con incidencia, acceso abierto y formación en temas vinculados en Ciencias Sociales y con Humanidades. Pienso que, esto resume los principales aportes de CLACSO.

Pablo, tú coordinas los Grupos de Trabajo en CLACSO. ¿Cuál es el propósito de estos GT?

El principal propósito de los GT, tiene que ver justamente con promover la investigación en red, la investigación colaborativa, con instaurar otras lógicas que no sean la competencia, que no sean el individualismo, que no sea la mercantilización.

Los GT son sub-redes de investigadores que se articulan alrededor de un tema específico, de un problema concreto. Éstas trabajan de forma colaborativa, de forma cooperada… de forma comparada también, para intentar producir investigaciones situadas, investigaciones rigurosas, de calidad pero también que buscan incidencia, que buscan compromiso.

Otro de los principales logros de los GT es el promover el diálogo de saberes, el reconocimiento de voces, y las perspectivas, fundamentalmente Sur-Sur, o como decimos en los últimos años la perspectiva del Sur global.

Los GT son un camino expedito para tender puentes entre academia, políticas públicas y movimientos sociales. Esto se logra, incorporando investigadores que trabajan desde realidades concretas pero que también se mueven en el terreno de la gestión, el plano de las soluciones a través de políticas públicas construidas y consensuadas desde la gente. Casi todos los investigadores de excelencia y de mayor calidad de la región están en los Grupos de Trabajo CLACSO, pero también están incorporados decisores de políticas públicas, agentes de políticas públicas y referentes de movimientos sociales y movimientos populares.

¿Además de los GT,  qué otras iniciativas de investigación adelanta CLACSO en la región?

Los GT son el principal dispositivo, la principal herramienta y espacio que tiene CLACSO para  incentivar la investigación en la región. Pero, también CLACSO promueve su programa de becas, es decir, dar subsidios, dar apoyo a investigadores, en general, a investigadores jóvenes, promoviendo a las nuevas generaciones, incentivando el diálogo intergeneracional: muchos de los cientistas sociales asociados a CLACSO están vinculados con pueblos afros, con pueblos indígenas, con movimientos sociales, por supuesto mujeres. Y ello tiene que ver con el eje transversal de tratar de reconocer otros saberes, de tender puentes, de promover otras formas de conocimiento, fortaleciendo la investigación rigurosa. Así que el Programa de Becas diría que es un segundo dispositivo muy importante para fortalecer la investigación, además, del principal que es el Programa de Grupos de Trabajo de CLACSO.

CLACSO es expresión potente de las Ciencias Sociales en el mundo. Por ello, la reflexión que sobre su mismo campo se realiza en CLACSO, resulta de vital importancia para conocer las fortalezas, debilidades y oportunidades de este sector de las ciencias.  Para ti ¿cuáles son los problemas centrales que deben abordar las ciencias sociales en la actualidad en ALC?

Considero que los problemas centrales que ostentan las Ciencias Sociales y las Humanidades en la región de América Latina y el Caribe tienen que ver con construir herramientas de comprensión de una realidad actual muy cambiante.

Estamos en un mundo que cambia de forma acelerada, un mundo multilateral, en la sociedad de la información, en este capitalismo comunicacional, capitalismo cognitivo, informacional y bueno la revolución que se llama 4.0, ya no es más 3.0 sino 4.0. Por tanto, es muy importante poder desde las Ciencias Sociales y las Humanidades, construir las herramientas de comprensión que permitan entender, pero también transformar radicalmente esta realidad.

Pensando, por ejemplo, que América Latina y el Caribe es la región más desigual del mundo, sin duda, en las Ciencias Sociales actuales se hace un esfuerzo por comprender las desigualdades multidimensionales, pero también, respecto a cómo construir políticas de igualdad desde las diversidades desde la diferencia. Es decir, tenemos el desafío de construir una igualdad que no sea homogeneizante, que no sea unívoca, que no borre al distinto, sino, que lo incorpore y lo considere. Entonces, la dicotomía desigualdades-igualdades aparece como un primer problema.

La cuestión de la movilidad humana y las migraciones como un segundo problema, las violencias y la construcción de paz o de convivencia pacífica como un tercer problema, la cuestión fuerte de género, de feminismos de mujeres, pero también de minorías de otros grupos que están luchando por reconocimiento, por visibilidad, por ampliación de los derechos y también la cuestión ambiental creo que esos son un poco los temas.

El medio ambiente, el ambiente, la preservación, la conservación de los recursos naturales, la lucha contra el extractivismo o al menos proponer modelos alternativos al modelo extractivo, creo que, son también los principales desafíos de las Ciencias Sociales y, son también por supuesto los desafíos que la región enfrenta.

¿Contribuyen las investigaciones en Ciencias Sociales a transformar las injusticias y exclusiones que se evidencian en la región? ¿Cómo?

Las Ciencias Sociales y las Humanidades pueden contribuir a transformar las injusticias, las desigualdades a contrarrestar justamente los mecanismos de producción  y reproducción de las desigualdades en la región. Sin embargo,  no siempre lo hacen. También, muchas veces son funcionales a los mecanismos de opresión, de dominación, de subordinación y de poder. Y ello no ocurre por “cuestiones personales” sino, por una lógica del sistema, porque sabemos que el saber y el conocimiento expresan relaciones de poder.

Por lo tanto, muchas veces las Ciencias Sociales y las Humanidades son funcionales a reproducción de las subordinaciones y de estas relaciones de poder y, muchas veces puede contribuir a su transformación, a su reversión, a contrarrestarlas y por supuesto a cambiarlas para construir otro tipo de relaciones sociales y unas mejores condiciones de vida para nuestras sociedades

¿Cómo hacerlo? Justamente vinculándose con la realidad, es decir, investigando en forma rigurosa, en forma de calidad, sistemática, pero, siempre vinculada con la incidencia social, con la transformación de la realidad y con la intervención en los principales problemas de la región.

Percibo que, hay una especie de falsa dicotomía entre calidad de la investigación y compromiso social o político de los intelectuales, lo cual es una trampa, un engaño.  Es posible construir un conocimiento de calidad y riguroso con pertinencia, situado, con incidencia, con compromiso y con capacidad de transformación. Compromiso y excelencia o compromiso y calidad van de la mano y, no se puede producir un conocimiento realmente riguroso sino se está involucrado en la realidad social y, para transformar la realidad social hacen falta, sin duda, las herramientas vinculadas con la producción de conocimiento, con el trabajo intelectual y con el pensamiento crítico.

En esta dirección ¿Cómo ha impactado el enfoque de género a las ciencias sociales regionales?

El enfoque de género es una perspectiva importante, no solo para las Ciencias Sociales en la región, sino, para todo el quehacer humano y el quehacer social. Impactó positivamente en los estudios, en la inclusión de investigadoras en diferentes espacios académicos universitarios, pero falta mucho por hacerse.

Hay una dinámica, hay un dispositivo que habla de la famosa caja o techo, mejor dicho, techo de cristal que quiere decir que las mujeres llegan a un lugar y tienen un techo invisible, por eso se dice que es de vidrio o de cristal, pero no es metafórico, por el contrario existe.

Por ejemplo, en muchas universidades las profesoras mujeres son mayoría, pero esas profesoras no llegan a ser decanas o no llegan a ser rectoras, o no llegan a ocupar los niveles más altos de cargos de profesores o de sistemas nacionales de investigadores, sin embargo si observamos la base de la pirámide, muchas veces estas mujeres que no acceden a los cargos de conducción constituyen la mayoría. Por lo tanto hay algunas desigualdades, hay algunas adversidades que hacen que estas mujeres no puedan desarrollar su carrera académica, su carrera intelectual.

Pero sin duda, el enfoque de género impactó muy positivamente, puesto que, incorporó, visibilizó, un tipo de relación social desigual que estaba muchas veces oculta o estaba naturalizada. Contribuyó a desnaturalizar relaciones sociales, pero, creo que, aún falta mucho por hacer en la materia, tanto en las investigaciones como en la realidad y en la vida cotidiana concreta de las investigadoras, los investigadores, las académicas, los académicos.

¿Cuál es el promedio de edad de los y las investigaras quienes se agrupan en CLACSO?  ¿Tienen protagonismo las nuevas generaciones de investigadoras(es)?

CLACSO justamente tiene un gran componente de nuevas generaciones de investigadores. Los grupos de trabajo, las becas pero también los dispositivos de formación. Por ejemplo, las especializaciones, seminarios, cursos están muy basados en el diálogo intergeneracional en la promoción de investigadores en formación o de jóvenes generaciones. Creo que el rol de los y las jóvenes investigadoras(es) es cada vez más protagónico, más fundamental.

En una época CLACSO, es cierto que tenía muchos programas que eran consagrados a los investigadores formados, a los investigadores ya con mucha trayectoria ya con grandes publicaciones. Sin embargo, crecientemente, en los últimos 10 o 15 años se han aumentado, se han incrementado, se han creado también nuevos espacios para el protagonismo de jóvenes generaciones y creo que hoy es fundamental justamente dar ese lugar a nuevas generaciones.

Por un lado está la vinculación de estas nuevas generaciones con la realidad social y, por el otro, porque son ellos quienes cuentan con menos oportunidades en el ámbito académico. Pero no se trata de sectorizar. Considero que, el diálogo intergeneracional es fundamental, por ello CLACSO trata de construir espacios de encuentro, de trabajo intergeneracional compartido.

Así como uno habla del diálogo de saberes, de tender puentes y del reconocimiento de otras voces y otras perspectivas creo también que el diálogo intergeneracional es parte de este diálogo de saberes, de esta diversidad, de este reconocimiento y de esta visibilización. Por supuesto que falta incorporar más aun la perspectiva generacional dentro de los programas digamos, tanto en CLACSO como en general.

En la región programas académicos, programas intelectuales, programas de investigación deberían incorporar más la perspectiva generacional, es decir, justamente como apoyar mucho más a las jóvenes generaciones en su tarea de transformar la realidad, con visiones que muchas veces tienen miradas, narrativas e imaginarios distintos a la de los mayores. Por ello, el tema de la inclusión y apoyo de las nuevas generaciones de investigadores(as) debe ser un contenido transversal o una dimensión transversal en todos los planteos y todas las formulaciones que se hagan en las ciencias sociales. 

Mensaje final

Como mensaje final a los institutos sociales de la región, a los intelectuales, a las personas investigadores, académicos dedicados a las Ciencias Sociales y a las Humanidades, creo que, estamos en un Continente con muchas oportunidades, muy rico, sin duda complejo, sin duda inestable, sin duda con muchas realidades regresivas, preocupantes inclusive siniestras, pero, creo que, también es un continente diverso, es un continente con mucho potencial y en ese sentido subrayo el compromiso de las Ciencias Sociales y las Humanidades en la transformación social.

Justamente, por eso son atacadas por los gobiernos neoconservadores, por los gobiernos regresivos, porque saben que las Ciencias Sociales y las Humanidades son el espacio desde el cual se puede construir, aunque no solamente desde ahí, pero también desde donde se puede edificar el cambio social. Las ciencias sociales están llamadas a tener un rol fundamental, estratégico en la construcción de las alternativas.

Así que, el mensaje final de mí parte tiene que ver con colocar en relieve en la formulación de resistencias el espacio para las alternativas. Esto tiene que ver con crear las condiciones para que emerja la creatividad de las ciencias sociales, con un mensaje de innovación y un mensaje de persistencia. Resistir, crear, innovar y persistir, creo que son cuatro principios importantes para mantener las Ciencias Sociales y las Humanidades vivas, activas, dinámicas y vigorosas en la región.

Transcripción: Mardeliz Huizi 

Revisión: Rose Hernández

Comparte este contenido:
Page 5 of 21
1 3 4 5 6 7 21
OtrasVocesenEducacion.org