La reducción de nuestra felicidad

América del Norte/México/13-10-2019/Autor: Luis Miguel Alvarado Dorry

Por: Luis Miguel Alvarado Dorry

Para Aristóteles (Butler-Bowdon, 2013, págs. 14, 35-42), la felicidad reside en conocer y reconocer el sentido que tiene nuestra vida, pero, ¿nos hemos detenido o como los peripatéticos de la antigua Grecia, hemos caminado para pensar-nos y reflexionar-nos sobre qué sentido tiene nuestra vida? En este mismo contexto ¿Qué tanto nos conocemos y reconocemos?

En este mundo que cada vez va más y más de prisa, no nos da tiempo siquiera de disfrutar de las «pequeñas» bellezas o, como dicen mis hermanos y hermanas venezolanas, «bellesuras» que nos ofrece nuestra madre tierra, mucho menos a pensar-nos y reflexionar-nos con el hito de conocer-nos y reconocer-nos.

Por otro lado, en realidad conocemos y reconocemos siquiera ¿qué parte de nuestro cuerpo es sensible a cualquier roce o caricia? ¿Qué parte de nuestro cuerpo, fuera de los genitales, nos produce placer? En el único espacio y tiempo en donde nos acariciamos y tocamos es al momento de bañarnos, pero lo hacemos tan rápido que pasamos por alto muchas de nuestras zonas sensibles, nos ignoramos; si han cepillado cuidadosamente por un prolongado periodo sus encías con el cepillo que usamos para cepillar nuestros dientes, corroborarán lo placentero que es.

Dice el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga en (Marcos, 2019) que, «la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado», es decir, anteponemos el tener por encima del ser y del relacionarse con la o el otro y, con la naturaleza; dedicamos toda una vida en trabajar para tener, tener para gastar, gastar para acumular, acumular para llenar vacíos que se han creado a lo largo de nuestra vida, vacíos que dejaron la falta de caricias y afecto, o bien el abandono o pérdida de un padre, de una madre, de una hija, de un hijo, de un hermano o una hermana, etc. Estos vacíos debido a la falta de conocimiento de sí mismo y del otro o la otra, asimismo del sentido que tiene nuestra vida, si es que tiene un sentido, por lo tanto, nos embarga la infelicidad, en este contexto, no podemos reducir el sentido de nuestra vida en ir rellenando nuestros vacíos con objetos consumibles, en las deudas agobiantes que deviene, en trabajar para acumular y, por lo tanto, en sufrir la patología del siglo XXI, el estrés.

Pero ¿será porque así lo quiere el destino? O será que no existe un destino, sino una programación a través de la escuela y del complejo industrial cultural (Bonilla-Molina, 2018), con base en la alienación de nuestra vida por un sistema que nos quiere ignorantes de nosotros mismos que, mientras menos conocimientos tenga de mí mismo, le conviene a sus intereses, ya que éste va creando otros vacíos tan reales que, sus productos, son la panacea para rellenarlos.

Entonces, en esta lógica de consumo, llevamos una vida de relleno, siento tristeza, compro; siento alegría, compro; siento frustraciones, compro; siento coraje, compro y, para comprar, es necesario trabajar y, en este mundo de explotación, no hay salario que alcance a la magnitud de la programación de nuestras subjetividades que hace el sistema capitalista con base al consumismo desmedido, por lo tanto, nos endeudamos para seguir rellenando.

En este sentido, nos vamos alejando poco a poco de nosotros y, por lo tanto, de los otros, de las otras y de nuestra madre tierra, ella sabe bien su sentido de vida, es decir, un perro o una perra se conoce y reconoce como perro o perra, su sentido de vida es proteger, jugar, amar y ser amada(o), aunque en ocasiones el amor y el juego no son recíprocos, sino que solo él o ella ama y juega, mientras que recibe a cambio violencia de todo tipo, pero al final de cuentas él o ella ama, juega y protege, porque ese es su sentido de vida.

Un árbol se conoce y reconoce como tal, al crecer va penetrando con sus raíces cada vez más profundo a la tierra en busca de agua y de los mejores nutrientes, podríamos cuestionarnos ¿qué beneficio tiene la tierra? Ésta no se erosiona ni por el agua, ni por el viento, sino que su fuerza consiste en la simbiótica relación entre la tierra y las raíces del árbol, también, al caer las hojas del árbol a la tierra, se convierte en abono con ayuda de microorganismos, insectos y lombrices, el cual ayuda a la tierra a recuperar sus nutrientes y a su vez en alimentar al árbol, este da sombra, provee de semillas y frutos para alimentar a otro u otra ser vivo, es decir,  en palabras de Freire (1997, pág. 102) “La conciencia del mundo que implica la conciencia de mí en el mundo, con él y con los otros, que implica también nuestra capacidad de percibir el mundo, de comprenderlo, no se reduce a una experiencia racionalista”. El árbol al conocerse y reconocerse como árbol, conoce y reconoce a la tierra, a los microorganismos, insectos y lombrices, es decir, conoce y reconoce a los demás, por ello ese árbol tiene y sabe que su vida, tiene un sentido.

Desde esta perspectiva, podría aseverar que, tanto los animales como las plantas, en sí, todos los seres vivos (a excepción de la mayoría de los seres humanos que, no tenemos ni sabemos si nuestra vida tiene un sentido o cuál es ese sentido) saben que su vida tiene un amplio y dialéctico sentido, en permanente interrelación con las y los demás, por lo tanto, son felices.

Es por ello que, para ser feliz, primero tenemos que conocer-nos y reconocer-nos a nosotros, nosotras y nosotres mismos, a la otra, al otro, a la otre y, a la naturaleza, con el fin de conocer que nuestra vida tiene un sentido y que este no sea reducido, sino ampliado en un horizonte de posibilidades en permanente dialogicidad. Conociendo y reconociendo nuestro sentido de vida nos permite vincular-nos con el todo, no restando ninguna importancia a las partes, al contrario enfarizándolas, esta felicidad genuina se va construyendo desde y, con nosotros, nosotras y nosotres, desde y con los y las demás, no una felicidad ficticia que solo se basa en rellenar nuestras vidas con superfluos artículos de consumo, una felicidad dada, pasajera e impuesta.

Referencias

Bonilla-Molina, Luis. (2018). Mafaldas o Zombis. El complejo industrial cultural en el siglo XXI. Caracas: Otras Voces en Educación.

Butler-Bowdon, Tom. (2013). 50 Clásicos de la Folosofía. Málaga: SIRIO, S.A.

Freire, P. (1997). A la sombra de este árbol. Barcelona: El Roure Editorial, S.A.

Marcos, Adeline. (31 de Mayo de 2019). “La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”. Obtenido de El País: https://elpais.com/elpais/2019/05/31/ciencia/1559293697_965411.html

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