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Entrevista a Koncha Pinós: «Los niños son buenos por naturaleza pero la bondad, que es una inteligencia superior, está denostada»

Entrevista con Koncha Pinós, autora de ‘La belleza de ser bueno’ (Neurociencia de la bondad para padres)

En su libro ‘La belleza de ser bueno’ (Sinequanon) Koncha PInós ha puesto negro sobre blanco las intensas inquietudes de su infancia. «Esta obra nace después de ver tanto sufrimiento en el mundo, deshumanización y horror por todas partes. Trabajar muchos años en zonas de conflicto y vulneraciones de derechos humanos me llevó hasta esas preguntas que no podían esperar más: por qué existe gente tan mala, capaz de hacer tanto daño a los demás, y qué ha sido de la bondad».

-Lo bondadoso, lo bellamente generoso, no está de moda.

-Lo primero quisiera decir es que las personas confunden el término de bondad. Cuando nos planteamos hacer el libro lo primero era definir qué es la bondad desde distintas miradas: desde la filosofía, la ciencia, la educación… Y poder comprender así para poder llegar a un punto en común. La bondad está en todas las tradiciones y en todas las religiones, pero nos hemos olvidado de tenerla presente. Ahora de hecho somos una sociedad con alergia a la bondad.

-En efecto. La bondad está incluso denostada.

-Por eso me pregunté, ¿por qué no la valoramos? ¿Cómo podríamos valorar la bondad de una forma nueva e incluso medirla? El libro pretende eso en cuatro partes, la primera parte te plantea un marco sobre qué es la bondad y cómo se puede medir.

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Un baño de realidad. No esta de más mostrar la vulnerabilidad de los docentes

El País 

Guillem Sala acaba de publicar El castigo (Tusquets), una novela que refleja con exactitud los ambientes educativos en que han de desenvolverse no pocos habitantes de los extrarradios urbanos de Cataluña, y lo hace con una lucidez que echamos de menos en los ensayos que se suelen publicar, afectados unos por una vocación apocalíptica que no conduce a nada concreto, o afectados otros (la mayoría) por una ideología floral y emotivista totalmente desconectada de la realidad.

Que es precisamente lo que no ocurre con la novela de Sala. Su relato, escrito con un lenguaje tan estudiado como crudo, rompe una serie de estereotipos sobre el profesorado y el alumnado, y de verdad era muy sano que empezaran a resquebrajarse algunas ideas fijas y totalmente cansinas. Ni los docentes son esa subespecie calificada de franquista u opresora que obliga a los jóvenes a memorizar datos durante una cantidad inhumana de horas cada día, ni son una colección de funcionarios vagos, antipáticos, grises y mediocres que disfrutan humillando al personal; ni los jóvenes son esas criaturas de luz semiangélicas de la propaganda oficial, ni tampoco los demonios desatados que pintan otros. Profes y alumnos no son más que gente involucrada en un proceso de raíz común: el aprendizaje.

Se escribe mucho y malo sobre la salud mental del alumnado, no estaba de más mostrar la vulnerabilidad de los docentes. También se escribe mucho y fatal de cómo impulsar la equidad en nuestros centros. Al fin y al cabo la educación no es una ciencia exacta y a veces las cosas salen bien, y a veces no tanto. Lo cierto es que en la novela es la profesora Sandra la que lleva una vida desordenada y heterodoxa, culminada con una tragedia.

Guillem Sala le da la vuelta a no pocos tópicos: se dice hasta la saciedad que los alumnos son vagos; pues no, es la profesora Sandra la vaga número uno. Las aulas son lugares donde se producen interesantes simbiosis. Ni el profesorado es tan distinto al alumnado, ni el alumnado tan malvado, ni el profesorado tan opresor y sordo. Si no se cruzan en el camino de los derechos del alumnado y del profesorado leyes absurdas o paredes de burocracia o normativas excesivas, lo que acaba ocurriendo en las clases es altamente creativo y motivo de optimismo para todo aquel que crea en el papel transformador de la enseñanza.

Esto queda bien reflejado en el relato, así como otros detalles que vienen a desmentir el sentido de las leyes ignaras que vienen imponiéndonos. Se ha popularizado que lo bueno es no hacer gran cosa, no esforzarse ni interesarse por los contenidos culturales, y practicar una versión soft de la educación sancionada por los políticos y unos supuestos imperativos sociales, pero resulta que el Izan, que es un cani de Santa Coloma, un pícaro moderno, y no precisamente un Einstein, distingue perfectamente entre un centro en el que “enseñan cosas” de otro “en el que solo riñen”.

Y eso ocurre porque si se dejara al profesorado desarrollar los contenidos (esos que nuestra ideología predominante tanto gusta de expulsar para sustituirlos por la alienación conformista), el alumnado no sólo se interesaría más por el aprendizaje, sino que también recibiría menos reproches, puesto que es en los lugares donde no se aprende nada, donde se baja más el nivel, es donde se producen más conflictos de convivencia.

No es bueno que el alumnado sepa cosas de la vida de los docentes, pero a veces una actitud franca es un puente para desmantelar tarimas imaginarias, y si el docente se muestra humano y contradictorio (aunque siempre ha de ser justo) la tendencia es que el alumnado responda con una humanidad correspondiente y recíproca. En grupos bien avenidos, pese a la pereza y los horarios interminables, es posible aprender si uno mantiene las antenas en la realidad y no en las teorías fantasmáticas que se imparten en algunas facultades.

Estos espacios comunes de exploración común son los que rescata Sala del habitual océano de tópicos.

En El castigo no hay victimismos pero sí víctimas y victimarios: Hayat, la chica de primero de ESO que recibe el abuso sexual por parte de su compañero, el Izan, es quien se lleva la peor parte. Lo que queda al descubierto es la enorme hipocresía que preside el tinglado tal y como está organizado: diseñado sólo para mantener las apariencias. Podríamos pensar que resulta exagerado. El tema es espinoso, realmente tabú, pero por desgracia, como ocurre con tantas otras cuestiones, no podemos dejarlo de lado.

Los docentes se resisten a impartir educación sexual porque tienen miedo de ser señalados o denunciados. Este es un problema grave: cada vez son menos las maestras valientes que se atreven a desafiar el neovictorianismo imperante para informar a su alumnado de lo que es una sexualidad respetuosa, afectiva y necesaria en una democracia. Nuestra sociedad confunde demasiadas veces la educación sexual con la propaganda de la promiscuidad. Seguramente, la información serena sería precisamente lo contrario que el exhibicionismo imprudente. El emotivismo social mal entendido hace el resto, generando el apocalipsis imaginario que demasiado público tiene en mente.

Un botón de muestra: una vez, en una reunión para familias, un padre levantó el dedo para decir a las profesoras de educación física que promover la ducha tras el ejercicio físico era facilitar las agresiones de los pederastas. Este es el nivel. La histeria, el alejamiento de la realidad. Lo cual provoca que los docentes huyan del tema como de la peste, que sea realmente ingrato explicar según qué materias en un ambiente hostil a la escuela que confunde los derechos democráticos con los caprichos ideológicos más primitivos y el catastrofismo cuñadista.

Quizás el populismo sea precisamente eso: la acción directa verbal y engañosa, la apariencia de democracia y la sustitución de la realidad por el ideologismo fácil, totalmente acrítico, y por la mera apariencia de modernidad.

Algo de lo que no peca este libro, basado en una economía de recursos narrativos realmente adecuada, que ha sido escrito desde una perspectiva equilibrada y realista, casi cinematográfica, sin manipulaciones ni dramatismos.

Como muestra Guillem Sala, la brutalidad y la marginalidad están demasiado arraigadas en una Cataluña y una España que están regresando a algunas de las peores dinámicas del subdesarrollo, por falta de inversión pública. Su extrarradio miserable es el mismo que el de las novelas de Paco Candel, o las de Pío Baroja. Si la sociedad fuera menos cainita, si nuestro mercado laboral fuera menos brutal, quizás empezarían a mejorar las cosas en los institutos y se podría elevar el nivel medio cultural del ciudadano. En cambio, lo que hacemos es totalmente cortoplacista: maquillar, ocultar nuestra desigualdad apoyándonos en utopías fantásticas. A nadie se le ocurre que una posible salida para todos sea la creación de empleo calificado: parecemos muy cómodos en nuestro país de tercera regional.

La sexualidad machirula y psicopática es una de esas lacras seculares que quizás estén volviendo con fuerza, si es que se fueron. En este sentido, he visto cosas como tutor que podrían deprimir hasta al más curtido, pero la ética más elemental me impide relatar estas historias reales. Quedémonos con este relato verista. No hace falta descender al sensacionalismo. Sala conoce al dedillo el entramado institucional y jurídico del país, y también sus ausencias, limitaciones y deserciones. Basta con señalar que el relato de Guillem Sala es real como la vida misma, y que algún día deberíamos empezar a abandonar las modas modernas para ocuparnos en serio de la juventud real que ha de crecer en nuestras barriadas reales.

https://elpais.com/educacion/2021-08-30/un-bano-de-realidad.html

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Debida diligencia para la protección de la niñez

Por: Elisabeth De Puig 

Hacer respetar los derechos del niño es una inversión esencial para un futuro sostenible;  es una garantía para el desarrollo de un entorno  empresarial estable e inclusivo.

Dentro del marco del mes para la prevención del abuso infantilSave the Children y la Unión Europea hicieron especial énfasis en la protección de los derechos humanos desde las empresas, en una actividad que tuvo como eje central la presentación de la periodista española Cristina Rodríguez y un panel de expertos integrado por varias personalidades.    

La debida diligencia para la protección de la niñez va más allá de la filantropía y de la responsabilidad social empresarial. Es un concepto que implica un cambio de enfoque frente a los Derechos Humanos e integra una perspectiva de corresponsabilidad innovadora donde la empresa asume el rol protagónico. 

A partir de este criterio el compromiso social debe ser incluido en la estrategia de las empresas de forma transversal. De esta manera no es un anexo y pasa a ser el epicentro de sus quehaceres desde un punto de vista de participación y generación de valor compartido. 

Esta visión se inscribe dentro de los lineamientos del Pacto Mundial de las Naciones Unidas que llama a las compañías a incorporar diez principios universales relacionados con los derechos humanos, el trabajo, el medio ambiente y la lucha contra la corrupción en sus estrategias y operaciones, para contribuir a hacer avanzar los objetivos sociales y la implementación de los ODS.

Ya desde antes de la pandemia, como lo subrayó Cristina Rodríguez en su intervención, en algunos foros de alto nivel se hablaba de cambio del modelo económico. En 2019, la llamada Business Roundtable, organización que reúne las 180 empresas más poderosas de Estados Unidos, firmaban y hacían público, por primera vez, un manifiesto donde expresaban que el accionista no podía seguir siendo el único centro de gravedad. Los clientes, los empleados, los proveedores y las comunidades también deberían entrar a formar parte de la ecuación. 

La pandemia debería confortar este cambio de paradigma que se venía vislumbrando. El momento muy especial que atraviesa la humanidad puede abrir las puertas a varias oportunidades. Ha puesto el dedo sobre la interconexión de todos los seres humanos y la vulnerabilidad individual, comunitaria, nacional y planetaria fruto de la pandemia.

Ojalá el sufrimiento global sirva de punto de partida para que las empresas  sean parte de la solución a los desafíos sociales y ambientales. La recuperación socio económica es la oportunidad de replantearse la sostenibilidad ambiental, así como asumir la necesidad de una sociedad más inclusiva e igualitaria, protectora de los derechos humanos.

Hacer respetar los derechos del niño es una inversión esencial para un futuro sostenible; es una garantía para el desarrollo de un entorno empresarial estable e inclusivo. Beneficia no solamente a la sociedad y a los niños sino también a la misma empresa. Los consumidores de hoy, cada día mas empoderados e informados, no aceptan cualquier tipo de conducta por parte de la empresa y pueden dejar de comprar marcas y productos. 

Diez principios identifican las acciones empresariales que contribuyen al respeto de los derechos del niño: respetar y promover los derechos del niño; contribuir a la erradicación del trabajo infantil; proporcionar trabajo digno a los jóvenes trabajadores, padres y cuidadores; asegurar la protección y seguridad de los niños en sus actividades e instalaciones; garantizar que sus productos y servicios sean seguros y que a través de ellos se promueven los derechos del niño; utilizar marketing y publicidad que apoyen y respeten los derechos del niño; respetar y promover los derechos del niño en relación con el medio ambiente y la adquisición y el uso de tierras asi como en las disposiciones de seguridad; ayudar a proteger los niños afectados por situaciones de emergencia y reforzar los esfuerzos de la comunidad y el gobierno para proteger y satisfacer los derechos del niño. 

Así, desde el Ministerio de Trabajo se está preparando un sello de No trabajo Infantil que una vez terminado formará parte de la cadena de valor de los productos merecedores de este reconocimiento, quienes podrán encontrar mejores oportunidades en los mercados internacionales, donde hay una mayor sensibilidad por este tema.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/debida-diligencia-para-la-proteccion-de-la-ninez-8935783.html

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Libro(PDF): Vulnerabilidad, pobreza y políticas sociales. Abanico de sentidos en América Latina, Europa y China

Reseña: CLACSO

Vulnerabilidad, pobreza y políticas sociales parecen tres conceptos entrelazados en la noción de falta o escasez y suelen utilizarse, en no pocas oportunidades, como sinónimo, aunque desde sus definiciones no lo son. Entonces, ¿qué tienen en común? Entre distancias y cercanías, convergencias y divergencias analíticas y disciplinares, el presente libro tiene como objetivo discutir/ analizar los modos de definir e intervenir la vulnerabilidad, la pobreza y las políticas sociales desde una mirada crítica en clave de algunos componentes de las sensibilidades sociales que se cruzan con los procesos de estructuración social desde Argentina, Colombia, México, China, España, Francia, Irlanda e Italia.

Autor (a): Angélica De Sena. [Compiladora]

Carmen Marimón Llorca. Ana Bidiña. Giovanna Truda. Lavinia Bifulco. Angélica De Sena. Luciana Lolich. Yu Man. Li Xiaoke. Margarita Camarena Luhrs. Cécile Vermot. Gloria Clemencia Valencia González. Rodrigo Giraldo Quintero. [Autores de Capítulo]

Editorial/Edición: CLACSO. CICCUS.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina

ISBN: 978-987-722-783-3

Idioma: Español

Descarga: Vulnerabilidad, pobreza y políticas sociales. Abanico de sentidos en América Latina, Europa y China

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2296&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1471

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Ecuador: ldeas SOS Ecuador lanza campaña para niños en estado de vulnerabilidad

América del Sur/Ecuador/11-12-2020/Autor(a) y Fuente: ahora.com.ec

Esto es parte de la campaña de ‘Hagamos algo’ de Aldeas SOS Ecuador.

La Organización No Gubernamental (ONG) ‘Aldeas Infantiles SOS Ecuador’ lanzó la campaña ‘Hagamos algo’, que busca obtener aportes económicos para la atención de niños, niñas y adolescentes en estado de vulnerabilidad, a través de la venta de tarjetas navideñas hechas por niños en casas de acogida (muchos han llegado a estos espacios por negligencia en su cuidado).

No dar dinero en las calles

A través de la campaña, la organización hace un llamado a la ciudadanía a no dar dinero a los niños y los adolescentes que trabajan en las calles, pues esto incrementa el trabajo infantil, el círculo de la pobreza y la violencia a la que están sometidos.

Además, piden denunciar esta problemática para poder erradicarla. Las personas que desean colaborar en los programas lo pueden hacer con las compras de tarjetas navideñas, elaboradas por los menores que habitan en las casas de acogida o donaciones.

También existen programas permanentes, en los que un ciudadano se puede convertir en padrino o madrina de un pequeño.

Dentro de la organización se desarrollan programas de prevención de violencia intrafamiliar, acompañamiento a familias vulnerables e implementación de casas de acogida temporal. (Ver recuadro) (AVV)

Cifras que marcan la niñez ecuatoriana

6 de cada 10 víctimas de abuso sexual son niños y niñas.
3 de cada 10 niños, niñas y adolescentes reciben castigo físico por parte de sus padres.
4 de cada 10 niños, niñas y adolescentes que están en casas de acogida ingresaron a causa de negligencia en su cuidado.

*Fuente: Aldeas SOS Ecuador

Las donaciones pueden ser depositadas en la cuenta de Aldeas Infantiles SOS Ecuador: Banco Pichincha, cuenta de ahorros: 2205685548, RUC: 1790174417001.

Fuente e Imagen: https://lahora.com.ec/quito/noticia/1102334386/aldeas-sos-ecuador-lanza-campana-para-ninos-en-estado-de-vulnerabilidad

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Libro (PDF): La inclusión social y la ciudadanía de las y los jóvenes en entornos de violencia, y exclusión en Veracruz

Reseña: CLACSO

Este documento sistematiza el proceso de diagnóstico e intervención de un proyecto sobre la inclusión social y la ciudadanía de las y los jóvenes en entornos de violencia, vulnerabilidad y exclusión en México. El proyecto, centrado en jóvenes vulnerables a diversos tipos de violencia social, se implementó en colonias periféricas de Poza Rica, Xalapa, Veracruz y Coatzacoalcos, con el objeto de contribuir a la construcción de redes, al fortalecimiento de trayectorias, la participación ciudadana y el acceso de las y los jóvenes a la justicia, mediante el desarrollo de sus capacidades de reflexión y liderazgo en diferentes campos sociales. La sistematización se realizó bajo el paradigma crítico, para promover la reflexión, identificar oportunidades de intervención social y promover buenas prácticas con jóvenes. Estamos seguros de que los resultados aquí expuestos serán de utilidad tanto para las organizaciones e instituciones que trabajan con jóvenes, como para las y los actores involucrados en esta intervención intersectorial; seguramente nos ayudará a tomar mejores decisiones en proyectos futuros.

Autor (a): 
José Alfredo Zavaleta Betancourt. Nemesio Castillo Viveros. Laura Elizabeth Cervantes Benavides. [Autora y Autores]

Editorial/Edición: CLACSO. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez – UACJ. IDRC – Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina. México

ISBN: 978-987-722-734-5

Idioma: Español

Descarga: La inclusión social y la ciudadanía de las y los jóvenes en entornos de violencia, y exclusión en Veracruz

Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2263&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1440

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Entrevista al filósofo Santiago Alba Rico: “El capitalismo oculta nuestra vulnerabilidad, descubrirla es una primera plataforma de resistencia”

Por: Amanda Andrades.

 

Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) lleva tiempo pensando, reflexionando, con pasión intelectual y sosiego dialéctico, sobre el cuerpo. Cuerpos de los que, según él, en Occidente huíamos. Cuerpos que, con la crisis del coronavirus, han vuelto a encarnarse, a descubrir su condición humana, vulnerable. Ser o no ser cuerpo (2017) se titulaba precisamente el último de la quincena de libros y ensayos que ha publicado hasta el momento a lo largo de su trayectoria como filósofo y ensayista.

Acabado el confinamiento estricto y tan solo a unas semanas del inicio de la nueva normalidad, en esta entrevista, mediante videollamada, entre Madrid y un pueblo de Ávila, disecciona el impacto de la pandemia sobre los cuerpos y la política.

Durante los casi últimos tres meses el virus ha paralizado en gran medida el sistema capitalista. Ahora que hemos salido del confinamiento estricto y empezamos a recuperar algo parecido a la normalidad, ¿cree que hemos aprendido alguna lección y, sobre todo, alguna que se traduzca en cambios políticos y sociales?

Hemos descubierto que el confinamiento en algún sentido nos proporcionaba mucha más libertad que una vida social, económica y cultural caracterizada por una falsa tensión dramática

No sé, creo que a nivel individual, muchas personas sí han descubierto las ventajas de esa paralización del sistema. Otra cosa es saber si esas voluntades dispersas pueden constituir algún tipo de sujeto colectivo capaz de mantener el freno sobre el sistema. Naturalmente que ha habido nuevos elementos de estrés para mucha gente (ERTEs, paro, vivir el confinamiento en condiciones de angostura y de conflicto) pero creo que, en general, el efecto descongestivo que ha tenido el parón sí se ha traducido en la percepción por parte de los sujetos individuales de hasta qué punto lo que era patológico era la normalidad de la que procedíamos. Hemos descubierto que el confinamiento en algún sentido nos proporcionaba mucha más libertad que una vida social, económica, y diría que cultural, caracterizada por una falsa tensión dramática. Para mí uno de los grandes misterios y grandes sorpresas ha sido ver lo fácilmente que ha sobrellevado la sociedad española un mundo sin fútbol. Puede parecer anecdótico pero las noticias deportivas eran un poco el modelo de un sistema mediático y cultural en el que se estaba imprimiendo permanentemente una falsa tensión dramática, que cada día trajese algo nuevo, muchas cosas nuevas. Y una sociedad en la que todo es acontecimiento es un mundo en realidad sin acontecimientos. Esta descongestión ha servido para que distingamos lo que es un acontecimiento de lo que no lo es. Se puede vivir sin esa necesidad de estar viviendo permanentemente algo nuevo, algo intenso, algo dramático, algo en lo que se decide el mundo.

Algunos hemos podido vivir el confinamiento como esa oportunidad, pero ¿cómo se establecen alianzas con aquellas personas que lo han vivido en infraviviendas, en situaciones de mucha precariedad, en ERTE, teniendo que salir a trabajar, sufriendo una represión policial que además ha ido por barrios?

La primera pregunta es saber si hay alguna experiencia común, porque si no la hay, si realmente el abismo vital, vivencial, es tan grande que ni siquiera nos podemos poner de acuerdo sobre lo que hemos vivido, entonces no hay ninguna posibilidad. Yo diría que sí que ha habido una experiencia vivencial común más allá de estas diferencias terribles, sociales, de clase, económicas. Ha habido una experiencia vital común ligada al estado de excepción, no hablo del estado de alarma, sino de este estado de excepción antropológico que todos, incluso los que lo han vivido en peores condiciones, hemos compartido. Todo estado de excepción, una guerra, una revolución o incluso un eclipse de sol, tiene algo que sacude emocionalmente de manera colectiva. Se produce un cambio en el marco de la sensibilidad colectiva. Me preocupa más lo otro, la desproporción entre esa experiencia común y la capacidad para construir un sujeto colectivo a partir de ella. En una situación que, de origen, no era particularmente halagüeña o esperanzadora y en la que incluso los sujetos colectivos organizados, como el feminismo o el ecologismo, se han quedado muy opacados y curiosamente no han salido favorecidos de esta experiencia. La pregunta es cómo se convierte la sensibilidad común en política común. No tengo la menor respuesta. Veo más fácilmente los peligros que las posibilidades de construcción de alternativas. Sí veo, aunque sea algo derrotista describirlo así, que toda crisis también fragiliza a las élites dirigentes, las divide, revela sus grietas y sus conflictos. Como tienen más medios y más recursos van a tener siempre más facilidades para aprovechar esta oportunidad, pero que hay que intentar aprovechar esa fisura, ese disenso entre las élites dirigentes, y eso implica organizarse lo suficiente como para ejercer alguna presión.

Sorprende lo que plantea de que el feminismo y el ecologismo se han visto opacados en esta crisis cuando algunas de las cosas que esta ha sacado a la luz son, por un lado, la centralidad de los cuidados y, por otro, la relación que puede existir entre la expansión de este tipo de virus y la destrucción de la naturaleza.

Respecto al feminismo no estoy seguro de que la percepción repentina y dramática de la fragilidad del cuerpo se haya traducido en un consenso mayor ya minado por divisiones muy ‘izquierdistas’

Sí, eso es lo más preocupante. Es la sensación de que, al contrario de lo que se podría esperar y necesitamos que ocurra, no se ha establecido una relación experiencial, inmediata, dramática y trágica, que tampoco habíamos establecido antes, aunque había un movimiento incipiente en esa dirección, entre capitalismo y cambio climático. Incluso a nivel muy banal, ha habido más bien la esperanza de que el cambio climático y las altas temperaturas sirvieran para acabar antes con el virus. Y, respecto al feminismo tampoco estoy seguro de que la percepción repentina y dramática de la fragilidad del cuerpo se haya traducido, o al menos de una manera inmediata, en un consenso mayor dentro de un feminismo ya minado por divisiones muy ‘izquierdistas’ entre ‘facciones’ y ‘corrientes’ y que, en el marco de la pandemia, ha recibido golpes bellacos por parte del neomachismo de la derecha, cebado ideológicamente en la marcha del 8 de marzo.

Durante el confinamiento también hemos experimentado, y aún experimentamos, emociones, muy generalizadas, como el miedo, la angustia, la incertidumbre, ansiedad. ¿Es posible construir desde ahí propuestas políticas y sociales progresistas? 

A través de los psicofármacos, de las drogas y de la industria del entretenimiento, llevábamos muchos años viviendo al margen del miedo a la muerte

Hay que distinguir varias cosas. Para mucha gente el confinamiento ha sido fuente de estrés. Y el estrés y la ansiedad no son vectores de construcción de alternativas progresistas. Pero si hablamos de angustia, de miedo y de dolor, a lo mejor sí, porque creo que uno de los rasgos que caracterizaban esa anormalidad patológica de la que veníamos era precisamente la reclamación, la exigencia, de una seguridad total. Lo que se traducía en una medicalización, psiquiatrización, de todas las experiencias adversas de la vida. Ahora todos hemos vivido un miedo que no teníamos que reprocharnos: el miedo a morirnos, ese que habíamos olvidado radicalmente. A través de los psicofármacos, de las drogas y de la industria del entretenimiento, llevábamos muchos años viviendo al margen del miedo a la muerte. Habíamos aceptado como un derecho inalienable de nuestra condición de blancos europeos el derecho a la inmortalidad. Creo que, a partir de esa forma de miedo, sí que se puede construir una alternativa progresista. Lo que no era en absoluto progresista era la negación de la mortalidad, la ilusión de la invulnerabilidad, el imperativo de la felicidad. Es decir, los ejes en torno a los cuales estábamos construyendo vidas que, por debajo, eran constantemente erosionadas por la precariedad laboral, por las dificultades de llegar a fin de mes, por ese estrés del falso acontecimiento permanente. Así que creo que no está mal entrar radicalmente en contacto con algo que tiene que ver con nuestra condición humana. Y esto es muy político. Como civilización, el capitalismo lo que ha estado haciendo es ocultar, e incluso negar, a veces, nuestra condición humana. Que reaparezca es una primera plataforma de resistencia.

¿Este descubrimiento, en Occidente, de nuestra corporalidad, nuestra vulnerabilidad, podría llevarnos a la empatía hacia esos otros a los que hasta ahora solo considerábamos cuerpos? ¿O por el contrario, llegar a legitimar la defensa de nuestros cuerpos cueste lo que cueste, por ejemplo, el asesinato de esos otros en nuestras fronteras? 

El descubrimiento de que somos amenazadores es el verdadero descubrimiento de la corporalidad. Y eso da fragilidad, lo que puede traducirse en criminalización del otro

Pueden ocurrir las dos cosas y simultáneamente. Antes lo que había era un combate entre imágenes y cuerpos y estos siempre estaban fuera, en otros países, en Siria bajo las bombas, en Libia tratando de coger una patera, intentando entrar por la frontera turca, en México tratando de cruzar un muro. Ahí había cuerpos que se quedaban enganchados en las vallas. Y además aparecían como cuerpos amenazadores. Veíamos con alivio que no consiguiesen entrar. Y si lo conseguían, los veíamos claramente como amenazas. La más extrema, la amenaza terrorista, el cuerpo que se hace estallar en una plaza pública. Por lo tanto, antes éramos imágenes amenazadas por cuerpos. De pronto, el coronavirus nos asimila a todos. Todos ya somos cuerpos. Y además de una manera muy paradójica, porque nosotros mismos, como potenciales portadores del virus, somos también cuerpos amenazadores. Por decirlo de una manera un poco demagógica y provocativa, hemos descubierto que nosotros también llevamos un terrorista dentro. El descubrimiento de que somos amenazadores es el verdadero descubrimiento de la corporalidad. Y eso da fragilidad, lo que puede traducirse en criminalización del otro, soy frágil porque el otro me amenaza. Pero, en este caso, la fragilidad está asociada al descubrimiento de uno mismo como fuente de amenaza para el otro. De esa conjunción podría y debería salir una verdadera revolución en términos de relación con los otros. No va a salir, me temo, porque veníamos de un mundo en el que se nos había convencido de que estábamos a cubierto de cualquier amenaza y va a haber, hay, una reclamación muy fuerte de seguridad total, de un sector de la población. Y, sobre todo, hay grupos políticos orientados a generar la ilusión de que ellos sí pueden devolvernos esa seguridad. Es muy fácil que en estos momentos de miedo acabemos negando esa parte amenazadora que hay en nosotros, por la que somos realmente cuerpo. Y que, reclamando una seguridad total, criminalicemos más aún al otro.

Como decía, el coronavirus nos ha convertido a todos en sospechosos, a nuestros cuerpos en agentes contaminadores. ¿Qué impacto puede tener esto en nuestra vivencia de la amistad, la familia, nuestra relación con los demás, conocidos o desconocidos?

Hay que reivindicar el riesgo corporal frente al confinamiento tecnológico

Es difícil valorarlo porque los seres humanos somos capaces de convertir en costumbre cualquier cosa. No sé qué me da más miedo en estos momentos. Si que vuelva a convertirse en una costumbre el estrés social que iba acompañado obviamente de mucha irresponsabilidad corporal o que al final acabemos interiorizando de tal manera la necesidad de defender a los otros de nuestros propios cuerpos que acabemos negándonos a tocar. Esta amenaza ha estado muy presente. Éramos muy sociables y nos tocábamos mucho, pero, al mismo tiempo, vivíamos ya en un confinamiento tecnológico que era compatible con esa hipersociabilidad corporal. La imagen que puede resumir la conjunción de estos vectores es la de una terraza de un bar en la que ves a muchos amigos juntos cada uno absorbido en su teléfono. El cuerpo está ahí, pero está descorporalizado. Las dos cosas tienen que ver con lo que llama Stiegler la proletarización del ocio. Nuestro ocio había sido proletarizado por el capitalismo mediante dos vías, la del turismo, la hostelería, el contacto soluble, intenso y fugaz entre los cuerpos y la del confinamiento tecnológico. Esta última ha salido muy reforzada. Frente a esto, ¿qué deberíamos hacer? ¿Alimentar la otra vía? No, pero sí creo que hay que reivindicar el riesgo corporal frente al confinamiento tecnológico. Y eso significa distinguirlo de la cesión de tu cuerpo al vector de explotación económica del turismo o la hipersociabilidad soluble.

¿Y cómo se distingue?

Habría que hacer un verdadero discurso sobre el cuerpo. Primero para definirlo bien, para preguntarse realmente qué quiere decir tocarse. Mi tesis, que he recogido en Ser o no ser un cuerpo, tiene que ver con que ya casi no éramos cuerpo, podíamos estar todos juntos y abrazarnos e incluso mantener relaciones sexuales muy promiscuas sin que el cuerpo se jugara nada en todo eso. Frente a la combinación del confinamiento tecnológico y la turistización de las vidas, hay que reivindicar una corporalidad en la que cuando te tocas estás tocando realmente un cuerpo, cuando abrazas estás abrazando realmente un cuerpo y, por lo tanto, corres riesgos a sabiendas. Y el riesgo cuando hay implicados dos cuerpos no es tanto el de contagiarse, sino el de condolerse, el de amarse, el de entenderse o, al menos, el de escucharse y a veces el de discutir. Solo entre cuerpos ocurren esas cosas.

Algunos sentimos mucho miedo cuando nuestros padres ya pudieron salir a pasear, en ese momento les hubiéramos confinado permanentemente…

En una situación como la que estamos viviendo ahora, son los ancianos los que tienen que medir qué riesgos quieren correr y cuáles no

Lo entiendo perfectamente. La cuestión es si no hemos tratado durante la gestión del coronavirus a los ancianos como si fueran niños. Si no hemos tratado a los ancianos como si no fueran sujetos de derecho que tenían que asumir su propia responsabilidad. En una situación como la que estamos viviendo ahora, son ellos los que tienen que medir qué riesgos quieren correr y cuáles no, porque imagino que hay muchas personas mayores que durante el confinamiento han envejecido mucho, han perdido meses de vida por la tristeza, por no poder ver a sus hijos, a sus nietos. Todo esto tiene que ver con una cuestión muy difícil de solucionar, qué riesgos corremos, cómo conciliamos la responsabilidad con la libertad, con la seguridad, con la protección. Y a su vez hay una reflexión de más amplio calado que tiene que ver con un capitalismo tecnologizado que nos ha prometido la inmortalidad, pero que lo que nos ha dado ha sido vejeces más largas. Y esa longevidad está dominada enteramente por el cuerpo que revela toda su fragilidad y, a veces, también la necesidad de cuidados y dependencias. Tenemos que ver cómo lo gestionamos y lo que ha revelado el coronavirus es que lo estábamos haciendo mal. Habíamos ilusoriamente suprimido los cuerpos, los habíamos encerrado en residencias. Y nos hemos encontrado con esta atrocidad de ancianos que han estado muriendo sin que nadie se ocupará de ellos y sin que ellos pudieran decidir cómo querían morir. Por la sencilla razón de que previamente se les había impedido decidir cómo querían vivir esa vejez y cuán larga querían que fuese.

Más allá del uso perverso e interesado de una supuesta demanda de libertad que hemos visto en la derecha y la ultraderecha en las últimas semanas, hasta que no exista una vacuna el coronavirus sí que nos sitúa en un escenario en el que se hace necesario reflexionar sobre el concepto de libertad y sobre las contradicciones entre salvar vidas y las tentaciones de control y autoritarismo.

En un artículo reciente he defendido el derecho a sufrir, pero este no concede el derecho a hacer sufrir. Uno tiene el derecho a sufrir y la obligación de no hacer sufrir. La combinación de esas dos cosas se llama sentido de la responsabilidad. Y este tiene que tener necesariamente algún acomodo con la defensa de los derechos civiles y de la democracia. Estamos viendo cómo hay intereses partidistas, espurios, muy agresivos que están queriendo minar el suelo sobre el que se asientan esos derechos civiles y la propia democracia. La estrategia de la ultraderecha en todo el mundo, y en España, no tiene nada que ver con la libertad de correr riesgos, que hay que reivindicar, sino más bien con el negacionismo: no estamos poniendo en riesgo a nadie. El caso de España es distinto al de Hungría, al de Estados Unidos, o al de Brasil, porque aquí, digamos, que está gobernando la izquierda y, por lo tanto hay que acusar al gobierno de querer establecer una dictadura comunista y liberticida. Pero eso es compatible con el horizonte del discurso de la ultraderecha mundial, utilizar el coronavirus para reducir las libertades y erosionar democracias que ya estaban muy minadas.

Si hay un régimen que es indisociable del riesgo es la democracia. En todos los sentidos. La libertad de expresión consiste básicamente en correr el riesgo de que la opinión de otro te convenza o derrote la tuya. Las garantías jurídicas, el Estado de derecho, es el riesgo de que una persona detenida por un delito, y sometida a un juicio justo y con todas las garantías reincida. Tenemos que defender el riesgo de las libertades civiles, del Estado de derecho, de la democracia. No deberíamos de ninguna de las maneras, so pretexto de que hay un riesgo sanitario, y menos reclamando una imposible seguridad total, ceder más terreno del que ya hemos cedido en los últimos años.

En ese sentido, en una entrevista en La Marea planteaba una distinción entre responsabilidad y culpabilidad. Decía también que en España nos costaba entender el primer concepto y que eso estaba ligado a un déficit democrático. ¿Qué distingue a una de otra?

La culpa es siempre individual. Y un ejemplo es cómo funciona en estos momentos el neoliberalismo. Este que, mediante medidas austericidas, ha desmantelado el Estado de bienestar, precarizado el mercado laboral, la vivienda, etc., al mismo tiempo ha hecho culpable a cada una de las víctimas de esos procesos. A un sistema de control colectivo de las vidas como es el capitalismo le interesa muchísimo convertir su responsabilidad sistémica en culpabilidad individual, en pecado. Y esto tiene efectos políticos que todas podemos detectar cotidianamente. Si yo soy culpable, es obvio que la solución será individual. La responsabilidad es, sin embargo, una forma de incorporar el destino colectivo en el propio cuerpo. Tiene que ser individual, personal, soy yo quien decide ver o no a mis nietos, soy yo el que decido si salgo o no salgo con mascarilla, pero precisamente porque lo hago de manera responsable, o irresponsable, lo que estoy haciendo es introducir lo común como un factor de decisión fundamental. En estos momentos hay que reivindicar la responsabilidad y no la culpa, que tiene más que ver con la victimización, con el victimismo. Y eso siempre nos despolitiza.

¿Y por qué liga esto a un déficit democrático en España?

Si la responsabilidad es la conjunción de lo individual y lo colectivo, creo que nada define mejor el concepto de ciudadanía. Es decir, el concepto de responsabilidad es indisociable del concepto de ciudadanía y no es fácil un ejercicio de ciudadanía allí donde hay un déficit democrático. Y en España, por desgracia, este existe desde hace siglos.

Durante algunos años, una parte de la izquierda española se vanaglorió de que, gracias al 15M, España estaba vacunada contra la ultraderecha que despuntaba en otros países europeos. Ahora, sin embargo, hay 52 diputados de la ultraderecha, su presencia en las calles y en los medios de comunicación está en gran medida normalizada. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Nos dormimos en los laureles?

Toda la crisis ligada a Cataluña da la oportunidad a una minoría bien organizada para rememorizar el país de la peor manera

Bueno, yo fui uno de los que dije que el 15M nos había vacunado y creo que es verdad que nos había vacunado pero… Haría falta un recorrido histórico relativamente minucioso, pero básicamente creo que tiene que ver con la memoria. Con el hecho, en el que he insistido muchas veces, de que el 15M lo que revela es una España sin memoria. La gente llega al 15M no recordando los pecados de la Transición, ni los problemas territoriales, ni la historia de la dictadura. Es gente que, de repente, se da cuenta de que sus políticos no le representan y de que en España hay un déficit democrático, asociado además  a una crisis económica. La memoria es un ancla. Y en el caso de España tener una población sin ancla, teniendo en cuenta el anclaje histórico de este país, era una gran ventaja que había que aprovechar. Creo que por eso muchos apoyamos a Podemos, porque nos parecía que habían entendido que la desmemoria se podía encaminar hacia un proyecto transformador, más democrático, emancipatorio, y justo en términos económicos. En España, las dos diferencias respecto de otras ultraderechas son el problema de la memoria, que en este caso jugaba a nuestro favor en forma de desmemoria, porque no habíamos conseguido dar la voz a los enterrados en las cunetas, lo que es dolorosísimo, pero a cambio habíamos conseguido que la memoria del anclaje histórico, casticista, excluyente, católico-imperial, hubiese quedado, si no borrada, por lo menos momentáneamente entre paréntesis. Y la otra es el problema territorial. Son dos cuestiones que el destropopulismo francés o el húngaro no tienen.

Pero claro la desmemoria nos pone frente a una ciudadanía flotante, sin fraguar, que se puede inclinar en cualquier dirección. Toda la crisis ligada a Cataluña da la oportunidad a una minoría bien organizada para rememorizar el país de la peor manera. Y con esto estoy muy lejos de decir que la culpa la tiene el Procés, por muy mal que hayan hecho casi todo, diría yo. El filósofo Gaetano Mosca, que coqueteó con el fascismo, decía que una minoría organizada siempre puede más que una mayoría desorganizada.

¿Y entonces?

Toda la estrategia de Vox y del PP pasa por rememorizar el país en términos de confrontación ya establecida, de déjà vu que tiene que ver con la Guerra Civil

Quiero creer que la mayoría en España sigue siendo una mayoría más bien desmemoriada y que, si hay alguna posibilidad de que eso que llamaba el otro día guerra civil fría se enfríe y siga siendo fría, pasa por la desmemoria. Mientras solo haya una rememorización autista, en paralelo a las mayorías, de un sector más o menos minoritario, de ciertos barrios, se puede salvar la situación y contener. Toda la estrategia de Vox y del PP pasa por rememorizar el país en términos de confrontación ya establecida, de déjà vu que tiene que ver con la Guerra Civil. Utilizan el terrorismo verbal para que el contrincante político, que ahora mismo está en el gobierno, rememorice a su vez a otro sector de la población. Nada le puede venir mejor a Vox, y a todo este ejercicio de rememorizacion casticista de la peor memoria de España, que el que se les responda tratándolos como si fueran fascistas. ¿Por qué? Porque España es el único país de Europa en el que ser antifascista suena bastante más radical y amenazador que el término fascismo o fascista. En el imaginario español, frente al fascismo lo que hay son comunistas y mucho me temo que dan más miedo los comunistas que los fascistas, por la sencilla razón de que no hemos tenido una experiencia histórica de fascismo porque no lo vencimos como en el resto de Europa. Y porque, en definitiva, fascismo es un término de amplio espectro, completamente desemantizado, como la aspirina que sirve para todo, y que no define absolutamente nada. La estrategia de Vox pasa por hacer al mismo tiempo inaudible e increíble cualquier otro discurso que no sea el suyo.

¿Cómo?

En el imaginario español, dan más miedo los comunistas que los fascistas, por la sencilla razón de que no hemos tenido una experiencia histórica de fascismo porque no lo vencimos como en Europa

Cuando comenzó la I Guerra Mundial, Karl Kraus, el autor de Los últimos días de la humanidad, escandalizado y lleno de terror por la respuesta militarista de la sociedad alemana, incluidos los socialistas, dijo: “El que tenga algo que decir que dé un paso al frente y guarde silencio”. Naturalmente, él imaginaba una situación en la que se podía dar un paso al frente y en la que, por lo tanto, el silencio podía ser audible. Vox no quiere que haya silencio, no quiere que se oiga ninguna voz que no sea la suya o exactamente la contraria e igual de beligerante. Entonces, para hacer inaudibles todos los discursos, todos los matices, todo lo que no tenga que ver con la confrontación, siempre están ellos en el frente. Lo vemos en las redes sociales, en todas las tribunas públicas a las que tienen acceso. Tienen, sin embargo, un problema respecto de la audibilidad, y es que está gobernando la izquierda. El Gobierno es audible por su propia posición institucional. Así que, como no le puede hacer callar, lo que quiere es hacerle hablar más allá de las medidas del Gobierno, hacerle no creíble. Esa es la doble estrategia, o inaudible o increíble. Y, para eso, utiliza el terrorismo verbal o la pansemia, el uso de las palabras de una forma hasta tal punto indiscriminada y con intenciones tan diferentes que acaban por perder radicalmente todo significado. El lenguaje que sirve para comunicar ya solo contagia incomunicación o insignificancia, falta de sentido. Lo hemos visto con palabras como ‘libertad’ o ‘democracia’ que, de pronto, significa el derecho a dar golpecitos de Estado y derrocar gobiernos. O cuando se puede llamar terrorista al padre de Pablo Iglesias, un hombre que luchó contra el franquismo y por la democracia. A Vox y al PP, en estos momentos, no les importa nada, y por eso son capaces de minar el marco mismo de la inteligibilidad, de la credibilidad de los hablantes, si pueden conseguir sus objetivos. En un contexto de inseguridad lingüística también salen ganando. Frente a esa estrategia, ¿qué es lo que debería hacer el Gobierno? Siguiendo el consejo de Kraus, debería hacer oír el silencio, un silencio que solo se expresase a través de medidas de gobierno, como ahora el ingreso mínimo vital. Eso es mucho más poderoso que cualquier discurso.

Se puede entender ese planteamiento a nivel de la clase política, pero ¿cómo contrarrestar o cómo afrontar a esa ultraderecha, cada vez más normalizada y más visible, en el plano de lo social? ¿Les dejamos que ocupen las calles sin ofrecer respuesta?

El Gobierno debería hacer oír el silencio, un silencio que solo se expresase a través de medidas de gobierno, como ahora el ingreso mínimo vital. Eso es mucho más poderoso que cualquier discurso

De ninguna de las maneras, pero hay que ver qué tipo de respuesta. ¿Cómo vamos a dejar de manifestarnos y más ahora por la sanidad pública, por los servicios públicos? Hay que hacerlo y cuanta más presencia tengamos en todas partes, en la calle, en los medios, mejor será. Lo que digo es que no hay que olvidar que lo que era una minoría avergonzada se ha convertido en una amenaza política porque ha tenido acceso a tribunas públicas, porque ha habido medios de comunicación, claramente responsables de ese ascenso, que les ha dado voz. La diferencia entre un fenómeno marginal, más o menos inofensivo, y una amenaza política que ya atañe al corazón mismo de las instituciones tiene que ver con el lugar desde el que se hace el discurso y en este momento se está haciendo desde tribunas públicas y todo lo que se dice en público adquiere especial legitimación. En un país como España, con un déficit democrático histórico, las clases dirigentes, las élites políticas los medios de comunicación han demostrado un bajísimo sentido de la responsabilidad. No se ha protegido la esfera pública.

¿Pueden ser uno de los antídotos para evitar que la extrema derecha salga de sus nichos de clase alta o clase media alta y se extienda entre las clases más populares todas las redes de solidaridad vecinal que se han creado en estos momentos?

Lo que está salvando realmente a España de la ultraderecha es que Vox es un partido neoliberal

Sin duda alguna. Y los medios de comunicación deberían de contar una y otra vez esas experiencias que se están dando. Porque, si no, al final, hacen exactamente lo que desea esa minoría organizada ultraderechista, que se les dé más importancia de la que realmente tienen o incluso generar la ilusión de que son los dueños del rumbo político de este país. Si todos los medios se vuelcan en seguir las manifestaciones de Núñez de Balboa y nadie o casi nadie, o no los medios que llegan a más gente, da importancia a todas esas redes vecinales de solidaridad gracias a las cuales han literalmente sobrevivido miles de personas en el confinamiento, una vez más se consigue ese efecto de inaudibilidad. Solo se les oye a ellos y se elimina o se fragiliza toda una línea que hay que fortalecer. Es importantísimo moverse en esos dos niveles en estos momentos. Por un lado, no dejar morir todas esas redes que además son mucho más potentes contra la ultraderecha que las declaraciones o las manifestaciones, digamos, a la contra o agresivas. Y, por otro, es fundamental que la población más desfavorecida sienta que este gobierno se está ocupando de ella. Lo que está salvando realmente a España de la ultraderecha es que Vox es un partido neoliberal. Pero ya está entendiendo que si quiere acceder al poder tiene que cambiar un poco de discurso y asemejarlo más al de Le Pen u otros ultraderechistas europeos. En el momento en que Vox descubra eso, y más o menos ponga alguna medida en esa dirección, entonces sí que podemos vernos realmente muy amenazados por la ultraderecha. En la crisis que se avecina, que estamos ya, pero que se va a agravar, es obvio que los sectores más desfavorecidos de la población no van a votar a quien grite más alto ¡fascismo!, sino a quien las proteja mejor. Y conviene que sea un proyecto democrático y de derechos el que proteja a las clases desfavorecidas y no un proyecto neofascista o ultraderechista.

A raíz de la enésima patrimonialización de la bandera española por parte de la derecha y ultraderecha hemos asistido también al enésimo debate en torno a la necesidad o no de resignificarla. Ha planteado que el que no haya un símbolo –o varios– que todos queramos democráticamente disputar es indicio de la debilidad de la construcción nacional española, de la precariedad democrática en nuestro país. ¿Es posible generar ese símbolo o símbolos compartidos?

La nación española es un invento liberal, no muy afortunado, que disputa la tradición católico imperial, primero a remolque y a regañadientes, para acabar luego apoderándose de ella

Quizás hace cinco años hubiera sido más posible y, a lo mejor, dentro de cinco vuelve a serlo, pero en estos momentos lo veo realmente muy difícil. Por eso, la apuesta debe ser más bien por enfriar la guerra civil. Como reflexión general, diría, aunque parece una exageración, que el problema que tenemos es que España no existe como nación. O en todo caso, como dice Villacañas, es una nación tardía. Solo lo es a partir del siglo XIX. Y, como recuerda Álvarez Junco en Mater Dolorosa, lo es, en realidad, gracias a los liberales. O sea la nación española es un invento liberal, no muy afortunado, que disputa la tradición católico imperial, primero a remolque y a regañadientes, para acabar luego apoderándose de ella. En este proceso de confiscación, en el que la tradición católica imperial ha disputado y se ha apoderado del concepto de nación y de patria, originarios de la Revolución Francesa, lo que pasa es que eso que decía Podemos, que decía Errejón, que parecía retórica es históricamente cierto: esa derecha nunca ha tenido ni patria ni nación. Ha tenido rey negocios. Y eso es lo que ha defendido a lo largo de la historia. Un ejemplo muy claro es la imagen de Aznar en las Azores para declarar la guerra a Irak al lado de Bush. Está clarísimo que Aznar no está pensando en la nación española, está pensando en el rey y en el Imperio, en la rendición de Breda, en la conquista de Granada, en Hernán Cortés. En algo que no tiene nada que ver con la nación española, porque es muy anterior al siglo XIX.

El rey ha sido siempre, históricamente, un obstáculo para la constitución de una nación. Y no habrá nación ni símbolos que queramos disputarnos unos a otros, democráticamente, mientras haya uno

La otra imagen, en la que se ve cómo hasta qué punto es imperio y botín, rey y negocios, es que quienes inventan lo de la marca España son precisamente el PP y Aznar. Es decir, sustituyen la nación España por la marca España. Y esta convergencia de rey y negocios es la que explica por qué es la derecha la que no tiene nación, aunque no deja de nombrarla, y por qué la izquierda ha renunciado a disputarla, con bastante fundamento y con bastante razón, pero con un resultado trágico porque nos encontramos hoy con que tenemos o imperio o nada. No es una cuestión de reivindicar la república porque es el único régimen abstractamente democrático. Es porque en España el rey ha sido siempre, históricamente, un obstáculo para la constitución de una nación. Y no habrá nación ni símbolos que queramos disputarnos unos a otros, democráticamente, mientras haya un rey y mientras tengamos una derecha imperial-católica, cuyos ejes sigan siendo el rey, dios y los negocios.

Fuente de la entrevista: https://rebelion.org/el-capitalismo-oculta-nuestra-vulnerabilidad-descubrirla-es-una-primera-plataforma-de-resistencia/

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