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Judith Butler: “El capitalismo se ha reiniciado con más fuerza que nunca”

Por: Sandra Vicente

La pensadora estadounidense plantea la necesidad de impulsar una nueva clase de solidaridad en el marco de la sociedad postpandemia para frenar el auge de la extrema derecha en todo el mundo

La filósofa postestructuralista Judith Butler (Cleveland, EEUU, 1956) visita Barcelona para recibir el XIII Premio Internacional Catalunya y participar en diversos debates en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) en los que analizará la fuerza de la disidencia en un mundo postpandémico. Según destaca la pensadora, el auge de la extrema derecha solo puede combatirse si se pone sobre la mesa la interdependencia de los seres humanos. “Estamos conectados y dependemos de los demás para seguir vivos”, dice Butler, quien subraya que no se trata solo de salvar vidas frente a una pandemia, sino de garantizar también los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente para asegurar unas vidas que valgan la pena ser vividas.

En ‘¿Quina mena de món és aquest?’ [Qué clase de mundo es este], que acaba de publicar la editorial Arcàdia, reflexiona sobre qué hace falta para que este mundo sea habitable, no solo de manera individual sino también colectiva y una de las conclusiones es que no será posible hasta que los recursos sean compartidos de manera equitativa por todo el mundo.

En los momentos más duros del confinamiento se decía que saldríamos mejores de la pandemia. Después de dos años nos damos cuenta de que no solo no somos mejores, sino que han empeorado todas las crisis con las que cargábamos. ¿Qué ha pasado con ese idea colectiva de mejora?

Cuando paramos, de repente el aire era más limpio y se podía respirar. Todo estaba más tranquilo y se podía escuchar. Pensamos que podríamos salvar el planeta, eliminar la contaminación y vivir con menos. Una de las grandes creencias colectivas era que podríamos acelerar la reparación ecológica. Pero luego hemos visto cómo mucha gente ha querido volver rápido a sus coches, compras y viajes. El capitalismo se ha reiniciado con más fuerza que nunca: las desigualdades se han incrementado, mientras que mucha gente se ha vuelto extraordinariamente rica. Plataformas como Amazon han sacado provecho de nuestra necesidad de estar conectados y consumir constantemente. Pero la pandemia también ha demostrado la interdependencia global. La COVID-19 comenzó en un lugar del mundo y llegó a todos lados. Estamos conectados y dependemos de los demás para seguir vivos.

Esta es una de las lecciones de la pandemia, pero también se ha incrementado el individualismo. Gente que va en coche para no ir en bus porque dice que así evita contagiarse ¿Cómo casa la interdependencia con el individualismo creciente?

Hay muchas maneras de pensar la interdependencia. También puede ser de manera capitalista. Pero necesitamos pensarla en términos climáticos o de derecho a la salud. En Estados Unidos se necesita un trabajo de más de media jornada con una empresa que acepte pagar un seguro para poder acceder a la sanidad. Mucha gente va al hospital y, a pesar de morir, dejan detrás unas facturas que son impagables. Es momento de pensar en gobiernos globales en lo que respecta a cuestiones básicas como el derecho a la salud, la vivienda o el refugio. Es momento de asegurar la seguridad de cualquiera, más allá de los marcos nacionales, y pensar en soluciones globales.

La pandemia demostró que estamos interconectados, ahora la cuestión es ver qué hacemos con esta interconexión. Es algo de vital importancia y lo hemos visto con las vacunas. ¿Por qué permitimos que alguien tenga el derecho a una vacuna y no lo comparta? ¿Por qué permitimos que la vacuna para curar una pandemia global no sea asequible para todo el mundo y muchos países se queden sin ella, cuando ya sabemos las consecuencias que esto puede tener?

¿Hemos confundido la interconexión global con la globalización?

Son conceptos muy distintos y debemos ir con cuidado porque la interconexión, obviamente, es opuesta a los efectos destructivos del capitalismo global, que es el responsable de las desigualdades económicas y sociales, así como de la destrucción del planeta. Tenemos que estar en contra de la globalización capitalista, pero siendo conscientes de que necesitamos gobiernos globales para luchar contra la globalización.

Putin quiere perpetuar el patriarcado en los hogares y el gobierno

Las personas estamos interconectadas, igual que nuestras crisis. Pusimos el foco en salvar vidas y en salvar la economía. Usted habla de que no se trata tanto de eso, sino de conseguir vidas que merezcan ser vividas. ¿Cómo llegamos a una nueva normalidad que merezca la pena?

Esto igual suena raro, pero creo que se consiguen resistiendo a los autoritarismos y fascismos crecientes. Bolsonaro, por ejemplo, obtuvo mucho apoyo negando la pandemia y dejando morir a la gente. En Polonia y Hungría también hemos visto mandatarios autoritarios que han tratado de suprimir a los movimientos feministas y LGTBIQ, diciendo que se trataba de cuestiones relativas a la seguridad nacional. Está claro que Rusia está en guerra contra Ucrania, pero también está en guerra contra los valores que ponen en el centro el género, el feminismo y la cuestión trans. Putin está aterrorizado de que la influencia europea llegue a Rusia a través de Ucrania y afecte a su estructura tradicional de familia. Por eso identifica el género como una cuestión de seguridad nacional, que se reduce a la necesidad de ciertos mandatarios como Putin de querer perpetuar el patriarcado en los hogares y en los gobiernos.

Se tiende a identificar a los estados con esa masculinidad que mide su fuerza a través de su poder destructivo. Por eso, existe la tendencia a eliminar los feminismos o cualquier otro movimiento radicalmente democrático. Hoy, sin importar dónde vivamos, tenemos Trumps, Vox o Le Pens y tenemos que ser conscientes de que estas fuerzas están ganando poder y, para resistirlas, necesitamos solidaridades transversales que incluyan los feminismos, los ecologismos, los derechos de las personas refugiadas y las propuestas postcapitalistas. Necesitamos solidaridad a través de las lenguas y las nacionalidades. Podemos luchar de forma local, pero tiene que haber algo que nos conecte con el resto del mundo.

Durante la pandemia, nos acostumbramos a obedecer las directrices de los gobiernos. Una de las claves del auge de la extrema derecha es su llamado a la desobediencia. Es algo peligroso, porque mucha gente disconforme con el sistema se ha visto identificada con los autoritarismos. ¿Dónde ponemos el límite?

La policialización y securitización han producido mucho escepticismo, tanto en la derecha como en la izquierda. Por eso vemos como la extrema derecha o partidos liberales arañan votos en sectores progresistas. Pero no por eso tenemos que pensar que los gobiernos son simplemente órganos vigilantes. Los gobiernos también son proveedores de servicios sociales básicos como la vivienda, el refugio, la salud, educación, bibliotecas o carreteras. No estoy en contra de los gobiernos como tal, solo quiero que sean mejores, cosa que me hace más socialista que anarquista. Por eso creo que no se trata de desobedecer sistemáticamente todo lo que venga de un gobierno. Llevar hoy una mascarilla, cuando ya no es obligatorio, no tiene por qué significar falta de criterio. Puede ser porque no te encuentras bien y eres consciente de tu capacidad para dañarme. Y eso es tierno, no sumiso. Una mascarilla también puede ser una forma de reivindicar nuestros afectos mutuos.

Butler reivindica la mascarilla también como una forma de afecto y cuidado XAVIER JUBIERRE

¿Cómo ha afectado la pandemia a los movimientos sociales?

Depende del contexto y la vulnerabilidad que traten. En Estados Unidos, por ejemplo, el Black Lives Matter apareció porque durante la pandemia la gente negra no solo moría asesinada por la policía, sino también por el abandono al que les había condenado el sistema. Para mucha gente, la sensación de mortalidad, amenaza y abandono creció radicalmente durante la pandemia y eso explica por qué se aceleró el movimiento abortista en Argentina o por qué Gabriel Boric resultó presidente de Chile. Hay diversas señales de esperanza. Así que la pregunta que tenemos que hacernos es por qué crece la extrema derecha en países como Reino Unido, Francia y Alemania. ¿Dónde está la izquierda?

¿Qué le pasa a la izquierda?

En Francia, desafortunadamente, ya no hay partido socialista. Mucha gente que era de izquierda se está acercando a planteamientos conservadores que recortan en derechos sociales y que tienen tintes nacionalistas o racistas. La izquierda debe repensarse en cuestiones de fronteras, migraciones y racismo. Es muy gracioso cuando la gente que está en contra de los feminismos o movimientos LGTBIQ dice que crean problemas porque solo tratan de identidades. No, lo que causa un problema por ser identitario es el nacionalismo. La derecha tiene mucha facilidad para conectar sus discursos, cosa que le falta a la izquierda. Necesitamos unir feminismos con ecologismos y antirracismos, solo así se puede dar respuesta a la situación que vivimos hoy en día.

La izquierda debe repensarse en cuestiones de fronteras, migraciones y racismo

A veces puede ser difícil pedirle a la gente que se organice o sea coherente cuando se vive en una crisis hace que sobrevivir sea tan difícil. ¿Cómo plantea esta solidaridad?

Los motivos que hacen que para alguien sea difícil sobrevivir pueden ser los mismos que para otra mucha gente. Alquileres altos, temporalidad laboral, falta de acceso a la salud… Son cuestiones que se pueden afrontar individualmente, pero también debemos entenderlos como problemas comunes que necesitan soluciones colectivas. Luchar contra el cambio climático es luchar para sobrevivir. Luchar por una asistencia sanitaria equitativa y pública es luchar para sobrevivir. Todos estos movimientos trabajan por la supervivencia y para asegurar que las condiciones para sobrevivir no sean tan difíciles de alcanzar.

Otra de las lecciones de la pandemia es que las crisis globales pueden pasar a formar parte de la nueva normalidad. Virus, crisis climática… ¿Estamos preparados para un nuevo colapso de estas dimensiones?

El concepto de crisis es muy interesante porque mucha gente piensa que suceden en un periodo específico de tiempo, con un principio y un final. Pero también hay crisis permanentes, como la que ha producido el capitalismo. Esto no trata de si podremos o no afrontar una nueva crisis, porque ya estamos en una. La cuestión es qué estrategia adoptamos para vivir permanentemente en crisis y producir una nueva realidad según los términos que nos imponga.

¿Se considera optimista?

No, pero creo que tengo la obligación de serlo. Cuando tienes proyección pública, como es mi caso, una entrevista no solo es una herramienta para dar tu punto de vista. También es una oportunidad para dar ánimos a la gente. Si tienes la manera de llegar a las personas y puedes decir algo que les encoraje, debes hacerlo.

Fuente de la información e imagen: https://www.eldiario.es

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Lo que aprendí de la pandemia

Por: Íñigo Errejón

Vivimos en países donde la desigualdad creciente ha erosionado los vínculos de solidaridad cívica y de empatía, donde la individualización y la fragmentación han rasgado los lazos comunitarios. Y de pronto nos dimos cuenta de que las instituciones y las personas «esenciales» eran las que más maltratadas han sido en las últimas décadas.

Aquellos largos meses del confinamiento fueron meses contradictorios. Fuera estaban la inquietud, la enfermedad, la muerte, la sensación de colapso. Pero dentro estaba el tiempo detenido, la conmoción que te empuja a preguntarte las cosas desde el principio, una extraña paz en la tormenta. Como la vez que me quedé mudo, pero para todo el planeta. No sé si hemos salido mejores, pero nadie salió igual. Yo tampoco. Son de esas experiencias de época que marcan a todas las generaciones que atraviesan.

En el confinamiento he podido pensar mucho. El tiempo se congela… Permitidme contaros, de la forma más sencilla que se me ocurre, lo que he ido pensando. Históricamente los cataclismos son momentos de reorganización social. Producen tal conmoción, trastocan de manera tan profunda nuestras experiencias y creencias que reconfiguran las sociedades a las que afectan. Tras la Segunda Guerra Mundial emergieron los Estados de Bienestar como resultado, ciertamente, de la capacidad de presión del movimiento obrero, pero también como resultado de lo vivido durante la guerra, con la cohesión comunitaria, la idea de un objetivo común de la nación que igualaba a todos y el papel central del Estado en la economía y la regulación social. Lo que fue necesario durante los años excepcionales de la guerra después se trasladó a una nueva cotidianidad. La lógica de la excepción devino lógica de la normalidad. En general, las grandes sacudidas o experiencias traumáticas que unen a una población en una desgracia compartida y un esfuerzo colectivo para hacerle frente han abierto posibilidades para estrechar los lazos comunitarios, la solidaridad cívica y la fortaleza de las instituciones igualitarias y de planificación y provisión de seguridades.

Sin embargo, en qué sentido la pandemia nos afecta o nos reconfigura es algo que está por dilucidarse. Ninguna crisis o sacudida tiene un significado unívoco por sí misma. El sentido político que reciben los acontecimientos, por bruscos que sean, depende de la interpretación que una sociedad hace de ellos. Y esta, a su vez, de la pugna entre explicaciones disponibles. Un terremoto, así, puede ser una calamidad de la que nadie es culpable, un castigo divino o una ocasión en la que se demuestra la incapacidad de un gobierno, por ejemplo. A menudo, quienes dicen que no hay que politizar un acontecimiento están defendiendo, más o menos conscientemente, que se le dé la explicación dominante, que no se cuestione el sentido instituido.

Esto significa que tras un acontecimiento de época se abre una intensa lucha discursiva por definir el horizonte de época, por explicarnos qué ha pasado y qué conclusiones sacamos de ello. Hoy en día puede que estemos en ese momento de intensa disputa intelectual y cultural que marque cómo afrontamos el cambio de época.

Parece claro que el nuestro es el tiempo de la incertidumbre y la inseguridad. No podemos dar casi nada por garantizado; de hecho, incluso nuestra propia capacidad para imaginar el futuro está clausurada o colonizada por un pesimismo atroz: pertenezco a una generación que se crió con películas y relatos futuristas que auguraban un mañana prometedor y que hoy, sin embargo, cuando abre alguna de las plataformas de contenidos audiovisuales, solo puede encontrar proyecciones distópicas: guerra de todos contra todos por unos recursos cada vez más escasos, sociedades rotas, autoritarias y violentas, un planeta ambientalmente arrasado e invivible. Ni un solo creador se atreve hoy a proyectar un futuro mejor y eso dice algo definitivo sobre nuestro presente.

El covid-19 nos ha puesto frente al espejo de nuestra fragilidad, de la precariedad de nuestra existencia. Tras décadas de un discurso triunfalista y soberbio, en el que parece que hemos alcanzado el fin de la Historia e incluso el fin de las limitaciones físicas al crecimiento y las biológicas a la extensión de la vida, la pandemia nos sacude produciéndonos una cura de humildad. En primer lugar, nuestros cuerpos son frágiles, pueden enfermar y pueden morir, a cientos y miles. Y la única forma de cuidarlos es tener sistemas universales de previsión y cuidado. Ningún cuerpo se salva solo del virus. Ningún individuo, por apellidos o dinero que acumule, se salva si no vive en una sociedad con instituciones capaces de reordenar las prioridades y perseguir un bien común, en este caso la defensa de la vida.

Y esa es precisamente nuestra segunda fragilidad, la de nuestras sociedades. Vivimos en países donde la desigualdad creciente ha erosionado los vínculos de solidaridad cívica y de empatía, donde la individualización y fragmentación han rasgado los lazos comunitarios y donde las instituciones de previsión o protección social han sido jibarizadas o directamente eliminadas. El neoliberalismo ha operado un proceso de desciudadanización de nuestras sociedades, se ha dedicado a pulverizar las memorias e instituciones –estatales o no– de cooperación social para sustituirlas por la atomización y la disgregación. Ha disminuido drásticamente con ello la capacidad de las mayorías sociales, de la gente, para contrapesar los designios caprichosos de eso que llamamos mercados. Votamos cada cuatro años, pero la concentración descomunal de poder y riqueza en la cúspide de la pirámide devora la soberanía popular y la sustituye por el libre arbitrio de las oligarquías: el mando de unos pocos, de cada vez menos. En un momento de sacudida social, de suspensión de la normalidad y de vulnerabilidad generalizada, nuestra sociedad, muy deshecha y desigual, ha tenido muchas dificultades para hacer frente a la conmoción y los mayores daños y dolores se han concentrado en los sectores más empobrecidos y débiles. Décadas de erosión de lo común dificultaron que reaccionásemos en común cuidando más de quienes más lo necesitan. De pronto descubríamos que todas las instituciones y personas que eran fundamentales para mantener el pulso social eran las que más maltratadas han sido en las últimas décadas: la sanidad pública; las residencias de mayores; los trabajadores esenciales, que casi siempre eran los peor remunerados; la administración pública diezmada por los recortes; la educación pública; la ciencia y la investigación. En los peores días, nadie se encomendaba a los fondos de inversión, sino a instituciones y colectivos que, paradójicamente, estaban diezmados por las políticas neoliberales. También necesitamos la industria nacional, que nos habría permitido una cierta capacidad de anticipación y de suficiencia, pero esta es casi inexistente por nuestro papel periférico en la economía europea, hasta el punto de que en las primeras semanas tuvimos dificultades para producir mascarillas o respiradores. Definitivamente, nuestras sociedades afrontaron el colapso muy debilitadas. En tercer y último lugar, el virus nos ha demostrado que nuestros ecosistemas son frágiles, que el planeta es frágil y que las condiciones que hacen posible la vida en el planeta son frágiles. Estamos inmersos en una dinámica depredadora que amenaza nuestro futuro en la Tierra y la existencia tal y como la conocemos. El covid-19 y sus consecuencias pueden haber sido tan solo el ensayo general de las consecuencias dramáticas que el cambio climático puede tener sobre nuestro mundo y el futuro de nuestra generación y las siguientes. Se trata de un reto de proporciones históricas que, de nuevo, nadie puede afrontar solo y para el que el modelo actual, la competencia depredadora de todos contra todos, no solo no tiene soluciones, sino que solo puede agravarse. Es necesario recuperar la capacidad de mancomunar esfuerzos, de hacer planes y de adelantarse para que la vida siga siendo posible.

En todas estas tres fragilidades emerge –retorna– la idea del bien común. Nuestras sociedades no son solo aglomeraciones de intereses particulares y egoístas, no pueden ser solo una carrera alocada contra nosotros mismos, contra nuestra salud, contra el prójimo y contra el planeta. Existe el interés general, que es superior a la suma de las partes. Hace pocos años, el fanatismo neoliberal tachaba esta idea de totalitaria: todo lo que sea ir más allá del individuo le parecía liberticida. Hoy ya es evidente que para que el individuo sea libre, pueda vivir sin miedo, hace falta comunidad, Estado y planeta en el que vivir. Solo somos libres en común, igualmente libres, en sociedades reconstruidas y fuertes que garanticen una cotidianidad emancipada del miedo y en un medio natural que permita la vida buena, lenta, placentera y saludable. Seguramente la disputa intelectual por la libertad sea la más importante para los demócratas de nuestro tiempo, contra la idea de la libertad como el despotismo solitario de los que pueden pagarlo todo y en favor de la libertad como la libertad de los frágiles que se asocian para serlo menos.

Algunos pensadores y corrientes de izquierdas han realizado una lectura más pesimista del impacto del covid-19, enfatizando que con la nueva centralidad del Estado y la densificación de la idea de comunidad también han venido el aumento de los poderes excepcionales y del control social, y la restricción de las libertades individuales. Creo que esta es una visión marcadamente politicista, que no asume que las restricciones a las libertades y el control operaban ya en las relaciones mercantiles normales y que carga todo el peso sobre el Estado y deja libres a los grandes poderes económicos que, en la práctica, deciden mucho más sobre la vida de cada individuo –sobre su tiempo, su renta, su vivienda, sus lazos sociales o sus deseos– que ningún gobierno. Estas lecturas, sorprendentemente, se sitúan cerca del liberalismo más reaccionario. En todo caso, sí estoy de acuerdo en que todo momento de crisis es ambivalente, presenta núcleos de sentido o prácticas de recorrido potencialmente progresista y democrático frente a otras potencialmente reaccionarias y autoritarias. Por eso el sentido de la crisis depende de una disputa política. La lucha intelectual, cultural y política que debemos emprender es precisamente por regar, extender e institucionalizar los elementos primeros, al tiempo que cercamos y neutralizamos los segundos.

La conciencia de la fragilidad produce al menos dos tipos de reacciones afectivas y políticas distintas. En la época del desconcierto y la incertidumbre, hay básicamente dos opciones: el sálvese quien pueda o la reconstrucción del contrato social. La primera, la de los reaccionarios, es una violenta huida hacia delante: todo es incierto salvo que rige la ley de la selva, o pisas o te pisan, y aspirar a formar parte de los fuertes, imitando sus maneras, sus palabras y su moral. Las nuevas extremas derechas no son más que la actualización de una cierta democratización de la crueldad: el penúltimo contra el último. Por machacado que estés, siempre te puedo ofrecer a alguien más débil sobre quien descargar tu frustración. Esta salida es la de la cohesión por la guerra permanente: la extensión al terreno de la política de las mismas relaciones caníbales y despóticas que ya rigen el conjunto de las relaciones laborales y mercantiles. Tiene a su favor que, pese a la retórica de rebeldía, supone solo una radicalización de la subjetividad ya imperante: compórtate políticamente como ya lo haces en el día a día, en un atasco, con tu jefe, en un bar o en tus interacciones en redes sociales. Adoración a los poderosos, a ver si así se te pega algo o dejan caer algo, y desprecio a los débiles, para exorcizar la amenaza cada vez más presente de la vulnerabilidad, de caer en su campo. Esta salida tiene un componente moral de servilismo, que canaliza siempre hacia abajo las humillaciones que vienen de arriba. Y se alimenta ciertamente del nihilismo y el cinismo de la época. Si en otro tiempo estos pudieron parecer afectos corrosivos para el poder, hoy no hay nada más sistémico y cómodo que el descreimiento, por el cual todo el que sostenga que podríamos tratarnos mejor, que las cosas pueden ser de otra forma, es un charlatán, un idealista o un manipulador; la única realidad es la de que las cosas son como son, se van a poner peor y más vale estar del lado de los que van a caballo y no de los que van a pie.

La otra opción es la de la alianza de los frágiles, la reconstrucción social. Dado que todos nos hemos descubierto débiles, dado que todos tenemos miedo y necesitamos dotarnos de normas, instituciones y entornos seguros, pongamos orden en este desorden que ha generado el hecho de que los de arriba hayan roto las normas. En este modelo, el afecto y el lazo de la comunidad no es la guerra, sino la solidaridad para con el prójimo: nos hemos juntado para garantizar que el otro no pasa miedo, que un golpe de mala suerte no le deja en la cuneta, porque el otro puedo ser yo en cualquier momento. Precisamente porque somos débiles, cooperamos para hacernos fuertes. Para este modelo hay que fortalecer y extender las instituciones, las prácticas y los derechos que más útiles nos han sido en los momentos más duros. Por una parte, las relaciones de ayuda mutua y de colaboración que se ponen en marcha espontáneamente en los momentos traumáticos o inesperados, que deben ser alimentadas, regadas y fortalecidas para que no sean la excepción, sino la regla. Igual que las relaciones de sálvese quien pueda generan una antropología egoísta y desconfiada –por ejemplo, la desregulación laboral desincentiva el asociacionismo o el ocio individualizado aísla–, así las instituciones que fomentan el encuentro, la igualdad y la satisfacción de necesidades en común reciudadanizan y reconstruyen lazo social –en el urbanismo, en el disfrute de servicios públicos, en el asociacionismo, en el ocio o en la economía social y cooperativa–. Nuestra tarea es librar una intensa guerra cultural para defender los valores sustanciales a la democracia y la empatía, al mismo tiempo que ir desarrollando en la guerra de posiciones avances institucionales que desincentiven los comportamientos más antisociales y faciliten e incentiven los más cooperativos y cívicos.

Como se ve, no estamos ante la tesitura de hacer girar la sociedad a la derecha o a la izquierda, sino ante una mucho más radical: simple y llanamente de hacer posible la sociedad y la vida en el planeta. La clave del ecologismo, de la ola verde que recorre Europa y llega ya a España, es precisamente anclar los grandes valores a las pequeñas cosas de la vida cotidiana y, además, hacerlo desde una suerte de reivindicación militante de lo que se considera una ingenuidad: el objetivo de la política debe ser la vida buena, proveer las condiciones para que la felicidad sea un objetivo perseguible y accesible. Estas ideas parecen menos llamativas que el ruido que a diario ocupa nuestra esfera pública, pero son las más importantes, las que dirimen si estamos bien o no, las que pueden marcar el siglo xxi: la Tierra y el clima, el tiempo, la salud. Es necesaria una gran ola verde que se ocupe de las cosas que de verdad importan, que arrastre la política de nuevo a hacerse cargo de la vida cotidiana. Una fuerza de lo pequeño, de los pequeños, para las cosas realmente grandes.

La pandemia evidenció de qué teníamos suficiente y de qué nos faltaba demasiado; nos dejó claro, a todos y cada uno, en las largas jornadas con nosotros mismos, qué cosas valían más la pena en nuestra vida y cuáles menos. Y a todos, me atrevería a decir, nos arrojó respuestas similares: tener salud física y mental, tener los medios de existencia cubiertos para dormir por las noches, tener tiempo, tener el calor de nuestros seres queridos, vivir en un entorno saludable, tener tiempo para cultivar nuestras pasiones o cuidar de los nuestros. Lo que pasa es que entonces emerge afilada una pregunta: si esas son las cosas que de verdad importan, ¿por qué con toda nuestra complejidad no somos capaces de asegurarlas?, ¿a quién satisface el modelo actual, que produce tanto dolor, que amenaza el planeta y que nos hace tan débiles ante los imprevistos? Por suerte, junto con esta pregunta afilada, emerge otra más prometedora: si hemos sido capaces de movilizar recursos y energías para confinarnos, para reorganizar la vida y para investigar, descubrir, producir y administrar la vacuna…, ¿no podemos serlo para, con ese mismo espíritu, garantizar la vida buena y segura a nuestros congéneres?, ¿para transformar nuestra economía generando prosperidad y empleos en una revolución industrial verde que detenga y revierta los efectos del cambio climático?La pandemia no es solo un shock, sino también una demostración de planificación democrática, con algunos componentes socialistas. Con la vacuna, todos asumimos que era demasiado importante como para dejarla al arbitrio de los vaivenes del mercado. No es solo que detrás de las patentes haya ingentes cantidades de dinero público para la ciencia o que los Estados garantizaran compras masivas que hicieran rentables todas las investigaciones. Es que decidimos que la administración de las vacunas no podía depender de la oferta y la demanda o del dinero de cada cual. Necesitábamos que el orden de vacunación siguiese pautas de utilidad social, yendo primero quienes nos cuidan y los más vulnerables. Una autoridad superior restringía la libertad de quienes más tenían para primar el bien común. Esa idea es tan potente que nadie ha osado cuestionarla, ni siquiera las derechas, y así puede que pase desapercibida. Por eso hay que reivindicarla.

A partir de ahí es fácil deducir cuál es la tarea para las fuerzas democráticas. Las relaciones cooperativas, de cuidados o de regulación pública del interés general deben ser conectadas, fortalecidas y extendidas. Se trata de hacer cotidiano lo que fue excepcional. Y para que no dependa del altruismo, de la conmoción o del heroísmo puntual, necesitamos instituciones estatales y comunitarias que organicen en la vida cotidiana esas relaciones y esas prácticas. Defender lo común no es poner memes de Lenin muy serios en Twitter, sino encontrar en la vida cotidiana, en los dolores cotidianos y en los deseos cotidianos las razones para una nueva voluntad colectiva nacional-popular para expandir la desmercantilización y la libertad, y las transformaciones económicas y estatales necesarias para ello, en un ciclo virtuoso de reformas en que cada paso adelante genere fuerzas, convicciones y arraigo en la vida cotidiana como para ir a por el siguiente.

No es solo un problema del tamaño del Estado. Estamos en algo distinto del neoliberalismo tal y como lo conocíamos. Incluso los grandes capitales reconocen y aceptan la nueva centralidad del Estado y la planificación, fueron los primeros en pedirle rescates y hoy hablan de colaboración público-privada. Cuando nosotros hablamos de Estado emprendedor, siguiendo a la economista Mariana Mazzucato, no nos referimos solo a que el Estado sea más grande. No es solo un prestamista y valedor en última instancia con más músculo, que regala en las buenas y rescata en las malas a quienes más tienen. Es un Estado eficaz, que orienta, que tiene una estrategia de país y que la conduce con el objetivo de fortalecer la sociedad y las comunidades, de enfrentar al cambio climático generando ciclos virtuosos de prosperidad, de democratizar las relaciones sociales y poner las condiciones para la vida buena. El termómetro para saber si se está produciendo un proceso de signo progresista es el de la correlación social de fuerzas: son progresivas y virtuosas las transformaciones que generen más fuerza para la ciudadanía y equilibren una balanza marcada por décadas de concentración oligárquica. Ese camino no es lineal, sino que tiene avances y retrocesos. Tampoco es solo gradual, pues experimenta saltos y quiebros.

Un gobierno progresista, así, no es el que choca con las derechas, que esto en todo caso es una derivada del proceso, sino que es el que reconstruye la sociedad sustituyendo la incertidumbre por la seguridad de los derechos y reequilibrando la balanza entre democracia y oligarquía.

Nota: este artículo forma parte del libro Con todo. De los años veloces al futuro (Planeta, Barcelona, 2021).

Fuente de la informacion e imagen:  https://nuso.org

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¿Quedarse en casa?

Por: Stavros Stavrides

“Quédese en casa, manténgase a salvo” ha sido un lema utilizado por muchos gobiernos para garantizar que las medidas tomadas para limitar la pandemia sean aceptadas por las poblaciones urbanas que quedan a merced del miedo y la desesperanza. Sin embargo, esto no fue solo una medida de control y protección. Lo que realmente ha surgido durante los días de la pandemia es una destrucción permanente de lo común, entendido como el ámbito de la corresponsabilidad y el compartir en y de la ciudad. Y este proceso de destrucción incluye dos partes complementarias: la redefinición del espacio público y la redefinición del espacio doméstico. Las políticas de bloqueo se han dirigido directamente a restringir los usos del espacio público en nombre de evitar el contacto con posibles portadores del virus. Los encuentros con otras personas se demonizaban si no se consideraban actos ilegales y signos de “comportamiento irresponsable”. Aunque la mayoría de las personas a menudo se ven obligadas a tocar a otras personas en autobuses y trenes subterráneos abarrotados, se anunció que cruzar caminos en público es una condición arriesgada y peligrosa. Se alienta que prevalezcan la sospecha y el miedo, supuestamente como una forma de promover la protección individual. En muchos casos se desarrolla una vigilancia exteriormente militarizada del espacio público, siendo el ejemplo más profundo la vigilancia de la población por parte del Estado chino. Según la actual mutación de la retórica neoliberal, la «mano invisible del mercado» (considerada como el mecanismo para asegurar el «desarrollo» y la prosperidad), es menos confiable que el «puño de hierro del Estado» (considerado como el mecanismo para asegurar la satisfacción de lo considerado como la necesidad más crucial, la seguridad). El espacio público, así, se convierte en el lienzo de la obediencia, más que en el escenario de la pluralidad.

Por otro lado, la casa se convierte en el único lugar en el que los habitantes de la ciudad deben desarrollar sus vivencias sociales y reproducir su existencia social, obligados como están a quedarse en casa. Como sabemos, en muchas sociedades el hogar es mucho más que el contenedor de la vida individualizada, de la privacidad individual. Las familias (nucleares o extensas), así como los diferentes grupos de convivencia, son a menudo en tales sociedades nodos de redes de ayuda y apoyo mutuo, aunque también pueden generar antagonismo. Obligar a las personas a quedarse en casa significa también convertir las potencialidades de colaboración que se hacen posibles a través de estas redes en amenazas inminentes de incomodidad y enfrentamiento. Sin la experiencia de la vida pública mediada por intercambios vecinales y encuentros urbanos, el hogar se convierte en prisión. Y aquellos que se ven obligados a tolerarse mutuamente en todos y cada uno de los momentos del día, reaccionan de maneras que promueven, hasta un grado paroxístico, asimetrías de poder y antagonismos.

No es casualidad que los casos de violencia intrafamiliar se hayan multiplicado en este contexto. Tener que trabajar en casa (teletrabajo), dar clases o estudiar en casa (teleeducación), entretenerse en casa (tele-cine, tele-ejercicio, etc.) e incluso consultar a médicos de la misma forma (tele (consejos, telepsicoanálisis, etc.), significa tener que hacer frente a prioridades contrastantes dentro de un espacio limitado y en el contexto de diversas necesidades relacionadas con la edad, el género, la educación, la salud, etc. se reduce así a la producción de micro-mundos completamente separados y listos para explotar.

Por supuesto, también hay quienes no tienen una casa donde quedarse. Los que viven en la calle y, a menudo, participan en redes extremadamente complejas de supervivencia cotidiana en y a través de las transacciones callejeras. Y en muchas partes del mundo son un gran porcentaje de la población. Para ellos, la campaña “quédese en casa” simplemente significa mantenerse fuera de la vista. Desaparecer. Abandonar la ciudad. «Realmente no nos importa si sobrevives», parecen decir las élites gobernantes a esas personas. Aparte de su evidente cinismo, este enfoque destruye una peculiaridad doméstica, una apropiación hogareña del espacio público que es una de las corrientes más cruciales de la vida en la ciudad.

Recuperar el espacio público frente a medidas injustas y altamente discriminatorias significa, en efecto, recuperar las plazas y calles como espacios en los que las personas pueden desarrollar las reglas de uso común e inclusivo. Sin embargo, «mantenerse a salvo» significa garantizar la protección higiénica para todos, así como la protección de las políticas que apuntan explícitamente a promover el poder y las ganancias de unos pocos al tiempo que limitan los derechos de la mayoría. Para recuperar la ciudad y el derecho a la ciudad necesitamos recuperar, al mismo tiempo, las potencialidades de la convivencia doméstica. Walter Benjamin, mientras observa la vida en mitad de la guerra en Nápoles, ha señalado: “… la casa es mucho menos el refugio al que se refugia la gente que el depósito inagotable de donde sale la inundación”. ¿No es esta quizás una forma de imaginar un espacio urbano común después de una pandemia? Una especie de espacio producido, desarrollado y soñado como ámbito y medio de una sociedad basada en el cuidado mutuo, la igualdad y la libertad.

Fuente de la información e imagen: https://desinformemonos.org/

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¿Qué es la inteligencia emocional y por qué necesitamos enseñarla?

Por: 

Entender y gestionar nuestras emociones en una forma que aminore el estrés se ha vuelto más que necesario.

Las habilidades para el autoconocimiento, gestión de las emociones y la comunicación eficiente se han vuelto una necesidad crítica en tiempos de pandemia. Hay mucha información nueva que procesar cada día. Síntomas sociales propios del estado mundial actual, entre los que se cuentan el doomscrooling, las cámaras de eco y la radicalización, nos obligan a replantear la forma en que enseñamos a razonar y comunicar, especialmente si las interacciones no son cara a cara.

¿Qué necesitamos para navegar esta nueva normalidad de forma inteligente, empática y humana? Además del pensamiento crítico, el auto cuestionamiento y la comprobación de hechos, sería importante considerar una habilidad que podría ser crucial para adaptarse a una realidad en la que terminamos conviviendo más detrás de una pantalla que presencialmente, necesitamos prestar atención y aprender sobre los beneficios de la inteligencia emocional.

La importancia de gestionar las emociones

Cuando hablamos de inteligencia emocional (IE), nos referimos a la habilidad de entender, usar y administrar nuestras propias emociones en formas que reduzcan el estrés, ayuden a comunicar efectivamente, empatizar con otras personas, superar desafíos y aminorar conflictos.

Un nivel alto de inteligencia emocional nos permite forjar relaciones sanas y equilibradas dentro del núcleo familiar, en la escuela y en el trabajo. También es la herramienta básica para la autocrítica positiva, un recurso muy útil para aproximarnos sin juicio a nuestras propias cualidades y áreas de oportunidad con un propósito de mejora.

Pero ¿qué es la inteligencia emocional? La IE consta de cinco pilares fundamentales cuyo objetivo es proveer de mecanismos para entender la raíz de las emociones, aprender a navegar a través de ellas y establecer las bases para una comunicación efectiva.

Los cinco pilares de la inteligencia emocional

Elaine Houston, investigadora de psicología positiva y especialista en ciencias de la conducta escribió para positivepsycology.com sobre los cinco elementos de los que se compone la inteligencia emocional. Estos elementos fueron mencionados por primera vez por el autor Daniel Goleman en 1995.

La autoconciencia es el escalón de donde parte toda la estructura de la inteligencia emocional, se trata de la habilidad de reconocer y comprender nuestras propias emociones y cómo estas impactan a otros. Es el primer paso para generar una introspección de auto evaluación para identificar aspectos de conducta o emoción en nuestro perfil psicológico que sería positivo cambiar, ya sea para estar más en paz con nosotros mismos o para adaptarnos a determinada situación. La autoconciencia también cubre la necesidad de reconocer lo que nos motiva y nos provee de realización.

Una emoción por sí sola no es algo negativo, lo que pudiera ser disruptivo o detrimental es un mal manejo de la emoción, para evitar esto existe la autorregulación. Esta se centra en el desarrollo de la capacidad para manejar sentimientos adversos y adaptarse a cambios. Las personas que dominan la autorregulación son buenas para la resolución de conflictos, la rapidez de reacción y la gestión de responsabilidad o liderazgo.

La motivación es una pieza clave para alcanzar nuestras metas. La inteligencia emocional nos da las herramientas para automotivarnos, con un enfoque a la realización y satisfacción personal, moviendo a un segundo plano la necesidad de reconocimiento o recompensa externa. Bajo este contexto, el compromiso que se asume por y para uno mismo es más fuerte que el que depende de las reacciones y perspectivas de otras personas.

La capacidad de reconocer y entender cómo se sienten otras personas y tomar en cuenta estas emociones antes de continuar una interacción se conoce como empatía. Esta nos permite comprender las dinámicas que influencian las relaciones que gestionamos tanto en la esfera familiar, como la escolar y la profesional.

Para que la empatía cumpla su propósito de relacionarnos mejor, es esencial que vaya de la mano con un autoconcepto sólido, bien construido y positivo. El autoconcepto es a grandes rasgos la imagen que tenemos de nosotros mismos. Una percepción individual, generada por la autoconciencia, de nuestras capacidades, particularidades y demás aspectos que nos hace la persona que somos.

Las habilidades sociales son la última pieza del rompecabezas, se conforma de los mecanismos necesarios para entender las emociones de otros, establecer una distancia entre estas y las nuestras al mismo tiempo que construimos un canal de comunicación para conectar con la gente con la que interactuamos. En el ejercicio de estas facultades se obtienen habilidades como la escucha activa y la comunicación asertiva verbal y no verbal.

¿Por qué la inteligencia emocional es indispensable?

Las habilidades académicas y la experiencia profesional nos habilitan para realizar determinado trabajo. La inteligencia emocional nos da la capacidad de hacer ese trabajo de forma más eficiente y alcanzando mejores niveles de rendimiento, gracias a que toma en consideración las medidas para conocer más sobre nuestra salud mental y física, así como la de otras personas.

En un contexto en que el trabajo en equipo y la interacción a distancia se están volviendo la norma, las habilidades para funcionar mejor en grupo y comunicarnos claramente sin la ventaja de una dinámica presencial, ya son asignaturas básicas a considerar hoy en día y en un mundo post pandemia.

¿Habías escuchado antes sobre inteligencia emocional? ¿La has aplicado en clase o en tu espacio de trabajo? ¿Piensas que comprende facultades necesarias para navegar las comunicaciones en el mundo actual? Cuéntanos en los comentarios.

Fuente e Imagen: https://observatorio.tec.mx/edu-news/inteligencia-emocional

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El papel de las habilidades socioemocionales en el regreso a clases presenciales

Por: Irvin Rodolfo Tapia Bernabé

 

La incorporación de las habilidades socioemocionales a la práctica educativa de las maestras y maestros ha sido un tema de atención prioritaria para las autoridades en nuestro país…

Recientemente, la Secretaría de Educación Pública difundió la Estrategia Nacional para el Regreso Seguro a Clases Presenciales tanto en las escuelas de educación básica, como en las de la educación media superior. En ambos documentos, la atención socioemocional y la psicoemocional juegan un papel muy importante para asegurar los aprendizajes en la nueva normalidad educativa en México.

La incorporación de las habilidades socioemocionales a la práctica educativa de las maestras y maestros ha sido un tema de atención prioritaria para las autoridades en nuestro país, principalmente, debido a los efectos favorables, que aseguran los especialistas, generan el desarrollo de este tipo de habilidades en las trayectorias académicas y de vida de las niñas, niños y adolescentes.

Sin embargo, hoy en día siguen existiendo profesionales de la educación que desconocen su metodología de enseñanza o bien, que no consideran que la enseñanza de estas habilidades deba formar parte de sus competencias profesionales como educador. Algunas de estas razones tienen que ver con la confusión existente entre el desarrollo de las habilidades socioemocionales y la atención psicoemocional en el aula.

Primeramente, es importante distinguir cada una de estas áreas en su justa dimensión y analizar el alcance profesional que tendrá cada docente en su participación en cada una de ellas, en esta nueva realidad que vivirán las escuelas de México, ante el regreso a clases.

Durante la pandemia, los estudiantes se encontraron sometidos a diversas dificultades en su hogar, tales como lo son: la pérdida de un familiar o situaciones económicas difíciles ocasionadas por la pérdida del empleo del padre o la madre. El daño ocasionado a los estudiantes, por este tipo de condiciones, innegablemente amerita la intervención de un experto en salud mental, quien pueda encauzar nuevamente su atención al proceso educativo por venir, tarea que un docente, difícilmente tendrá las herramientas para dar una adecuada atención a este tipo de alumnos.

Por otra parte, las escuelas cuentan con un número importante de estudiantes que no se conocen físicamente o bien que su interacción social, se vio interrumpida debido al confinamiento. En las escuelas con mejores condiciones pudo adecuarse el proceso de enseñanza y aprendizaje a un ambiente virtual, sin embargo, no todas las escuelas, ni todos los estudiantes tuvieron dicha oportunidad.

En este sentido, generar la integración de los estudiantes en comunidad y desarrollar el sentido de pertenencia hacia sus escuelas; sin duda, será uno de los mayores retos para las profesoras y profesores en el nuevo regreso a clases presenciales. A este respecto, es importante cuestionarse, cuál es la mejor manera de desarrollar las habilidades socioemocionales en el aula, sin ser propiamente un experto en el ámbito de la psicología.

Podemos decir que todas y todos, durante nuestra trayectoria educativa, alguna vez tuvimos una maestra o maestro que marcó nuestras vidas, ya sea positiva o negativamente; la razón, seguramente se debió a la manera en cómo interactuaron con nosotros y como nos hicieron sentir en clases y fuera de ellas.

Las investigaciones en el campo de las habilidades socioemocionales, nos hacen mención que, en la escuela, los estudiantes observan, identifican, aprenden, experimentan y replican comportamientos, normas sociales, actitudes y habilidades socioemocionales. Es por ello, que las maestras y maestros se convierten en un referente para los estudiantes e influyen y modelan sus habilidades socioemocionales, ya sea de manera intencional o no. En este sentido, podemos advertir que un docente socioemocionalmente mayormente desarrollado manejará de mejor manera sus emociones, establecerá códigos de conducta y generará interacciones más positivas y alentadoras con sus estudiantes.

De manera paradójica, los profesores también podemos generar una influencia negativa en el desarrollo socioemocional sin necesariamente pretenderlo. Esto se debe a que como lo sabemos, aquellos quienes nos dedicamos a la docencia, la práctica está saturada de una infinidad de actividades estresantes que escapan solamente de la enseñanza.

Este estrés y cansancio termina por afectar de manera negativa el ambiente del salón de clases, la calidad de la interacción con los alumnos y el involucramiento con el aprendizaje de los estudiantes, producida por una actitud pasiva. Este comportamiento de los docentes conlleva a propiciar una reducción en las expectativas que tienen los alumnos de su profesor o profesora, afectando de manera negativa su proceso de aprendizaje.

Finalmente, a diferencia de las competencias para brindar atención psicoemocional, el desarrollo de las habilidades socioemocional en los estudiantes puede ser llevadas al cabo desde el comportamiento de los docentes, siendo así un modelo de aprendizaje para ellos, tal como lo estableció Alberto Bandura a través del Aprendizaje Vicario.

Fuente: https://profelandia.com

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Argentina supera 3,51 millones de contagios de COVID-19

En la última jornada se informó que la pandemia causó 297 nuevos fallecimientos de personas y un total de 32.171 nuevos contagios en el país sureño.

El Ministerio de Salud de Argentina informó hoy sábado que la cifra de contagiados por la enfermedad del nuevo coronavirus (COVID-19) en el país aumentó a 3.514.683 y que son 73.688 las personas que han muerto como consecuencia de la afección.

En la última jornada se informó que la pandemia causó 297 nuevos fallecimientos de personas y un total de 32.171 nuevos contagios en el país.

Los casos activos en Argentina suman 357.697, según la información oficial, mientras que el total de personas que superaron la enfermedad es de 3.083.298.

En unidades de terapia intensiva continuaban hospitalizados 6.138 pacientes, con un porcentaje de ocupación de camas del 74,1 por ciento a nivel nacional, número que se eleva al 77,1 por ciento en el Area Metropolitana de Buenos Aires.

Argentina registró su primer caso de COVID-19 el 3 de marzo de 2020 y enfrenta actualmente una segunda ola de contagios.

Por esa razón, el Poder Ejecutivo a cargo del presidente Alberto Fernández estableció una nueva etapa de confinamiento estricto que comenzó este sábado y se extenderá hasta el 30 de mayo, lapso durante el cual están suspendidas todas las actividades sociales, económicas, educativas, religiosas y deportivas en forma presencial, y sólo están habilitados los comercios esenciales.

La medida establece que los residentes sólo podrán circular en las cercanías de sus domicilios de las 06:00 a las 18:00 hora local, para actividades como la compra de alimentos o medicinas, y deberán permanecer en sus hogares de las 18:00 a las 06:00 horas del día siguiente.

Argentina inició su campaña de vacunación contra la COVID-19 el 29 de diciembre pasado y lleva aplicadas 11.034.323 dosis.

Fuente: http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:238477/Argentina-supera-3,51-millones-de-contagios-de-COVID-19

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Clases a distancia limitan protestas y organización: Boaventura de Sousa

En diversas universidades del mundo existe una tendencia a utilizar la pandemia del Covid-19 como una oportunidad para acelerar al máximo la transición digital, pero la presencia de los estudiantes en los campi resulta fundamental no sólo por la enseñanza misma, sino también por la socialización “muy importante para el desarrollo de su vida; es donde aprenden a ser ciudadanos”, aseveró el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, catedrático en la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra, Portugal.

En conferencia magistral, en el marco del vigésimo aniversario del Consorcio Mexicano de Instituciones de Educación Superior para la Sustentabilidad (Complexus), expuso que si bien las universidades estaban intentando incrementar las tecnologías de información, era con el propósito primordial de que éstas son complementarias, “no pueden sustituir la presencia de los profesores y estudiantes en el campo, ésa es el alma de la universidad y ahora de repente parece que la llamada enseñanza on line pasó a ser lo principal”.

Los empresarios, manifestó, han estado invitando a las universidades a utilizar cada vez más estas herramientas en la educación a distancia, “una presión muy grande de un capitalismo digital”, y alertó que este tipo de enseñanza resulta “mucho más barata”, precariza el trabajo de los profesores y limita sobremanera la organización estudiantil y la protesta.

Boaventura de Sousa Santos también destacó que el siglo XXI comienza con la pandemia de Covid-19, ya que en los próximos años “no vamos a estar libres de sus consecuencias. Al contrario, marcará de una manera muy fuerte la sociabilidad, la política, las relaciones y a las diferentes sociedades” y ante este panorama las universidades están convocadas a reflexionar sobre ello.

De igual manera, señaló que el SARS-CoV-2 es un mensajero de la naturaleza y es necesario cambiar el sistema de producción, de consumo y de vida. “¿Dónde se piensa esto? En las universidades, es el mejor lugar, el único quizá para discutirlos.»

Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/04/23/sociedad/clases-a-distancia-limitan-protestas-y-organizacion-boaventura-de-sousa/

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