Pablo Gutierrez del Alamo
El día a día lo estamos resolviendo. Con mucho esfuerzo, con nuestro mejor ánimo, con las posibilidades que tenemos, pero estamos en ello…
Sin embargo, pasado un poco el susto inicial y el agobio de qué herramientas tengo o de dónde voy a sacar materiales, creo que es momento de buscar un ratito para pensar en qué es imprescindible en una situación como esta.
Uno de los reflejos que hemos tenido estos días ha sido el de supervivencia. Eso puede haber dado como resultado que hayamos intentado repetir lo que hacemos en clase pero en casa, o bien que hayamos decidido ser súper-personalizados y les hayamos atiborrado a trabajo y nos hayamos atiborrado a la vez… Ahora a nuestros estudiantes no les queda ni un minuto libre y están intentando desesperadamente respirar, o nosotros mismos estamos haciendo esfuerzos ímprobos para ver cómo sobrevivir en el futuro cercano a la carga de trabajo que hemos impuesto. Incluso puede que quienes estén buscando un respiro sean las familias, muchas de ellas que siguen trabajando o tele-trabajando -en el mejor de los casos-, algunas sobreponiéndose a situaciones personales más que complejas -como todos- y no todas ellas con el “capital cultural” suficiente -o la motivación suficiente- para hacer seguimiento de los deberes de los más jóvenes.
La situación en la que estamos es completamente diferente a cualquiera de nuestros escenarios previstos. El escenario es inédito pero nuestro curso escolar sigue y en él nos movemos. Por ello, no estaría de más que aprovechásemos algún momento de la coyuntura para hacer preguntas de fondo que nos ayuden a nadar en estas aguas… que nos ayuden a seguir a flote…
Podría ser el momento de que todo el profesorado hagamos un ejercicio de realismo. No está de más que repensemos algunos asuntos clave con la ley en la mano (no el libro de texto):
¿Qué es lo que nuestros estudiantes tienen que aprender ahora mismo?
Una vez eso esté claro, ¿qué es lo que creemos que tienen que hacer para demostrarnos que han aprendido eso (recitarlo, reproducirlo, hacer una redacción con sus palabras, crear un X, explicárselo a los abuelos, etc…)?
¿Cómo podemos conseguir que ellas y ellos hagan “eso” en las actuales condiciones y qué condiciones podemos trabajar para que puedan hacerlo?
Propongo un ejercicio realista, no un desiderátum. Algunas de esas preguntas tienen difícil respuesta y, aunque parezca muy raro, es lo que nos deberíamos haber preguntado siempre en clase, solo que la fuerza de la rutina de la clase (con sus timbres, sus sonidos, sus materiales y su bullicio) diluye esas respuestas. Pero resulta que ahora no estamos en clase y el silencio es sencillamente atronador.
Una de las cuestiones que puede resultarnos útiles como punto de partida (aunque a veces sea un poco frustrante) es la convicción de que no podemos diseñar actividades de aprendizaje, el aprendizaje es una actividad que emerge, pero podemos intentar diseñar las condiciones para que emerja (de eso va “enseñar”).
En esa labor de crear condiciones, entiendo que uno de los mayores problemas que se acusa tiene que ver con la forma en que la mayoría de nuestros estudiantes depende casi completamente de la motivación extrínseca que imprime el horario escolar, las calificaciones y la rutina del cole (el instituto o la universidad) para asumir sus tareas.
Y es en ese punto donde puede que hacer un poco más de énfasis en eso que llamamos “aprender a aprender” cobre más sentido que nunca.
Es un gran momento para recordar la importancia de entrenar a nuestros estudiantes en procesos de metacognición. Hoy, más que nunca, lejos de la motivación extrínseca que viene del maestro que revisa nuestros deberes a diario, es vital que trabajemos con nuestros estudiantes en cuestiones que afectan claramente a cómo aprenden, cómo enriquecen su entorno personal de aprendizaje (y no solo en herramientas) y sus prácticas más allá de seguir instrucciones detalladas. No en vano, hacer entornos de aprendizaje conectado es mucho más que poner herramientas tecnológicas en medio de las personas o los contenidos, tiene que ver con conectar con sentido todos los nodos de ese proceso de aprendizaje.
¿Pero cómo? Veamos algunas estrategias que a lo mejor pueden darnos alguna pista:
• Una hoja de ruta. Sería interesante trabajar con el estudiantado la elaboración de su propia hoja de ruta en cada asignatura o dominio de conocimiento: qué vamos a aprender estas semanas y cómo se relaciona con las otras cosas que hemos aprendido. Sería incluso deseable que los estudiantes puedan elaborar esta hora de ruta por sí mismos o que la realicen de forma colaborativa en grupos, como consecuencia de una introducción del profesor o de una lectura concreta.
Ahora más que nunca es importante que los estudiantes sepan dónde están, a dónde se dirigen y cuál es el camino que seguirán para ello. Sean del nivel que sean, si estamos aprendiendo la tabla del 3 o si estamos derivando.
Esa hoja de ruta la podemos plasmar en una libreta, o la podemos hacer en un documento colaborativo o en un mapa mental online o hacerle una foto y hacerla interactiva, y debería convertirse en el centro del trabajo de clase.
• Ideas del día /Preguntas del día: La rutina diaria es compleja, especialmente pesada si no se articulan mecanismos para entender cómo ha ido esa rutina (el timbre no suena, no salimos del cole, no volvemos a casa, etc.).
Deberíamos incluir, en la medida de lo posible, rutinas que les ayuden a pensar sobre qué han aprendido, cómo lo han aprendido y cómo eso que trabajan a diario en casa contribuye a la hoja de ruta de la que hablábamos más arriba.
Por ello podría ser de interés crear algún mecanismo para incluir en esa rutina, no sólo reflexiones sobre qué hemos aprendido, qué idea hemos entendido con el trabajo del día (o de la semana), sino qué preguntas aparecen, qué cosas no terminan de cuadrar en la hoja de ruta de la que hablábamos más arriba.
Es posible que pensemos que no hay tiempo suficiente para hacerlo, pero a la larga, si lo conseguimos, el trabajo que llevan a cabo tendrá un valor claro. Pidámosles que dediquen 10 minutos al día y que nos hagan llegar sus conclusiones a través de un tablón en red que sea fácil de rastrear para los docentes. Un padlet o herramienta similar (que no exige registro) y podemos vaciar cada semana, podría ser una opción.
• Evaluación variada. Uno de los mayores problemas que tienen nuestros estudiantes en esta situación de escolarización en casa es la dificultad para valorar por sí mismos hasta qué punto aprenden lo que deben aprender, o si lo han aprendido “suficientemente”. Es un momento perfecto para articular mecanismos de autoevaluación y de evaluación por pares a través de rúbricas claras, que incluso podríamos pedirles a ellos mismos que nos ayuden a crear.
Realizar una buena rúbrica de un trabajo es una forma extraordinaria de evidenciar conocimiento sobre el procedimiento y sobre la importancia de los contenidos que se ponen en marcha en una actividad. Podríamos hacer rúbricas con una tabla sencilla de doble entrada, y también podemos usar alguna herramienta telemática específica. Incluso podemos usar una rúbrica de las que ya existen o adaptarla a nuestra situación, nivel o posibilidades.
Podríamos evaluar a nuestros estudiantes no por el trabajo que hacen, sino por la evaluación que hagan del trabajo de sus compañeros.
Aprender con otros, significa crear también otras perspectivas de evaluación, evaluar a nuestros iguales. ¿Eso significa que evaluamos menos? No, pero significa que ponemos en valor no solo el trabajo de evaluación, sino que exploramos procesos cognitivos superiores en las tareas que ponemos en marcha con los estudiantes.
• El valor de aprender con otros. La conexión con nuestra clase, nuestra primera red personal de aprendizaje es muy importante. Nuestros estudiantes siguen necesitando a sus iguales como referencia y puede ser una gran oportunidad para aprovechar sus redes de contactos para trabajar en grupos. Pidámosles que pongan en marcha esas redes. Si son demasiado jóvenes para tenerlas activadas autónomamente, intentemos crear espacios donde puedan reconocerse (creemos tablones con sus trabajos, con saludos a través de vídeos subidos con móviles, creación de avatares que manden mensajes, jornadas de lectura mutua a través de los móviles de los padres), etc.
Necesitan oírse, sentirse, recordar que son parte de un grupo y que en él se encuentran y se reconocen.
La lista podría ser mucho más larga, digamos que esto solo pretende ser un comentario.
Hay muchas cuestiones que también se han revelado importantes y casi completamente obviadas en nuestro pasado inmediato, como las relativas a la seguridad de los datos que compartimos en esas herramientas que tan abiertas están para nuestro uso (la ya famosa data literacy) o la poca o nula estrategia que como instituciones educativas, o como sistema, tenemos a la hora de pensar en educación enriquecida con tecnología (cómo es el Entorno Organizativo de Aprendizaje de nuestras escuelas o hasta qué punto nuestro sistema educativo -y no solo el profesorado- es competente digital), pero son reflexiones que tendremos que abordar en otra parte.
Lo sé, hay demasiadas cosas urgentes y estamos intentando sobrevivir. La cuestión es que este tiempo de supervivencia puede que nos haya demostrado que tenemos herramientas y que -tal y como nos decían- parece que no son tan complicadas de usar como pensábamos. Puede que esta sensación nos sirva para apuntar más certeramente a cuestiones que se han revelado como más difíciles que las herramientas mismas en estos tiempos y, desde luego, más importantes a la hora de garantizar que la educación sigue cumpliendo con su propósito.
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Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/2020/03/27/donde-queda-la-infancia-en-este-confinamiento/