Por: Gonzalo Busqué/ Nueva Revolución
Tenemos la obligación moral como individuos y como sociedad de preguntarnos cuáles son las consecuencias de nuestras acciones y también de nuestras omisiones.
En la Alemania de finales de los años 20 y principios de los 30 con el auge del nazismo, se pasó de la difamación y ataques en sus medios de propaganda, a la agresión física y finalmente al asesinato de los adversarios políticos de Hitler, con la connivencia de la Policía, del aparato judicial y de los grandes oligarcas alemanes que les apoyaron y los financiaron.
Mientras eso sucedía la mayoría de la sociedad alemana, en una actitud cobarde y ruin miraba para otro lado propiciando con su actitud el ascenso de aquellos criminales. Acabada la guerra y militarmente derrotadas las hordas hitlerianas, ésa misma población se desatendió de su responsabilidad por dejación, del mismo modo mezquino que los niños malcriados cuando se sienten cogidos en falta, con un “Yo no he sido, han sido ellos”, y a otra cosa.
Hannah Arendt nos habla de la banalidad del mal y nos dice que una sociedad puede llegar a aceptar el exterminio de los otros, llámese judíos, negros, u opositores, no por maldad sino por una extraña mezcla de imbécil mediocridad, egoísmo trivial y rutina cotidiana.
“Únicamente la pura y simple irreflexión nos puede llevar como sociedad a convertirnos en criminales. No se trata de estupidez, sino la auténtica, incapacidad para pensar lo que puede convertirnos en monstruos. El problema no son las intenciones, sino que no nos paremos a pensar en las consecuencias de nuestros actos y en las alternativas que tenemos”.
Si no ponemos en práctica lo que Arendt llamaba juicio crítico, que enlaza con la idea de Kant de pensar por uno mismo, de modo independiente y sin prejuicios, añadiéndole la necesidad de ponernos en el lugar de los demás, estamos posibilitando la diseminación del mal y la tolerancia frente a este, estamos abriendo las puertas al fascismo.
Tenemos la obligación moral como individuos y como sociedad de preguntarnos cuáles son las consecuencias de nuestras acciones y también de nuestras omisiones. ¿Qué efectos tiene en los demás lo que hacemos o lo que no hacemos? ¿El banco en el que tenemos nuestro dinero pone a otras personas en dificultades económicas? ¿ Lo que compramos está producido de forma ética o a costa de la indefensión económica de sus trabajadores? ¿Compramos a nuestro vecino en lugar de darle el beneficio a los grandes distribuidores? ¿Cómo nos relacionamos con los inmigrantes, si les negamos el derecho a tener derechos? ¿Cuál es nuestra actitud ante la infamia de una parte de nuestra sociedad? ¿Callamos ante la injusticia mientras miramos para otro lado y con nuestro silencio nos convertimos en los cómplices necesarios?
No, al totalitarismo no se llega de un día para otro, o de un gran salto, se llega un poquito cada momento. Se llega paso a paso. Se llega olvidando las palabras de Martín Niemöller:
«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.»
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/la-banalidad-del-mal-y-sus-consecuencias/