Por Carlos Caballero Argáez
El problema parece ser que la educación se considera hoy un factor clave para el crecimiento económico. En ese proceso, tiende a despreciarse ‘el espíritu de las humanidades’.
El hecho político nacional del 2016 fue, obviamente, el resultado del plebiscito. Pero las múltiples noticias sobre escándalos de corrupción, el uso desaforado de las redes sociales para destilar odios, inquinas y mentiras, la muerte por desnutrición de niños en La Guajira y la violación y el asesinato de la niña en Chapinero Alto, entre otros hechos, reflejan el enorme desbarajuste social en que vivimos.
En lo internacional, más que el brexit –ciertamente inesperado–, que las muertes, los desplazamientos y el naufragio diario de inmigrantes hacia Europa en el Mediterráneo, ha sido muy difícil entender por qué se eligió al señor Trump presidente de Estados Unidos.
La llamada ‘crisis silenciosa’ de la educación explicaría en parte lo que pasó. Porque no es evidente que la educación esté contribuyendo a formar mejores individuos ni en el mundo ni en Colombia. Vale preguntarse, por ejemplo: ¿sí estaremos educando desde la primera infancia hasta la universidad para que los individuos vivan en comunidad y hagan parte de la sociedad? ¿Por qué es tan difícil en la actualidad tolerar y respetar a quienes piensan diferente? ¿Estamos preparando a las personas para la ciudadanía y para que puedan dar sentido a sus vidas?
¿No será, como lo menciona Martha Nussbaum, que la educación de estos tiempos no es la adecuada para mantener los sistemas democráticos liberales? De acuerdo con ella, “todas las democracias modernas son sociedades cuyos integrantes presentan grandes diferencias en numerosos aspectos, como la religión, la etnicidad, las aptitudes físicas, la clase social, la riqueza, el género y la sexualidad, pero al mismo tiempo toman decisiones como votantes sobre cuestiones que tendrán efectos importantes en la vida de esas otras personas” (Nussbaum, Martha, ‘Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades’, 2010). Entonces, ¿no hay que educar para comprender y respetar las diferencias? ¿No será necesario “cultivar la capacidad de reflexión y pensamiento crítico como elementos fundamentales para mantener la democracia con vida y en estado de alerta”? Si eso es así, ¿no es la educación la que puede cultivar en los individuos esas capacidades?
El problema parece ser que la educación se considera hoy en día un factor clave para el crecimiento económico. En ese proceso, y sin demeritar para nada la buena calidad de la educación en ciencia y tecnología, tiende a despreciarse “el espíritu de las humanidades”. Los padres se preocupan básicamente por el futuro económico de sus hijos y consideran superflua la enseñanza de las artes, la literatura, la filosofía; de las humanidades, en una palabra. Pero lo uno no excluye lo otro. Por el contrario, el individuo que desde pequeño está expuesto a la música, a las bellas artes, al teatro, a la danza y a la lectura va a desarrollar la capacidad de pensar, de imaginar, de interactuar con los demás, de comprender que en la vida hay diferencias y complejidades.
Francisco Pizano de Brigard, fundador y rector posteriormente de la Universidad de los Andes, escribió sobre la importancia de crear en los individuos “la conciencia integradora”. Y anotaba: “Los criterios necesarios para guiar la inteligencia tecnológica no son producto del proceso tecnológico. En verdad, el error fundamental del concepto de ‘conocimiento útil’ consiste en que este puede crear sus propios criterios sin recurrir a la conciencia, cuando es en el universo del ‘conocimiento inútil’ donde esos criterios se generan. La conciencia integradora consiste en la profunda percepción de que esos dos universos son inseparables” (‘Una visión de la universidad y otros escritos’, Uniandes, 2016).
Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/por-que-pasa-lo-que-pasa-carlos-caballero-argaez-columna-el-tiempo/16787617
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