Por: Franklin González
El título de este artículo viene a cuento porque se piensa que en los países del primer mundo todo lo que pasa es bueno, siempre en nombre de la providencia.
Lo malo está asociado con el tercer mundo y por eso desde el gobierno de Francia se hacen afirmaciones sobre Venezuela y su presidente, que incluyen verdades y muchas Fake News.
Nosotros, desde Venezuela, haremos a continuación algunas consideraciones sobre lo que actualmente ocurre en el país galo.
Francia se ha caracterizado por ser históricamente noticia internacional. Impactó al mundo, cuando en 1789 tuvo lugar la revolución burguesa contra el anciano régimen. También lo fue cuando un movimiento insurreccional se levantó en París, puso en jaque los cimientos de la burguesía y gobernó esa ciudad entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871 con la primera experiencia socialista de autogestión. Fueron, para Carlos Marx, los «valientes hasta la locura» y «dispuestos a tomar el cielo por asalto».
Y el 3 de mayo de 1968 dio comienzo al movimiento conocido como mayo francés, que estremeció al mundo académico y en particular a las universidades de ese país con amplias repercusiones internacionales.
Charles de Gaulle tuvo que disolver el parlamento y adelantó las elecciones legislativas.
El 27/05 se firmaron los «acuerdos de Grenelle» que establecieron, entre otras medidas, un aumento salarial y la reducción de la jornada de trabajo.
El «mayo francés» dejó para la posteridad eslogan que hoy siguen retumbando en el imaginario de las protestas populares como: «Bajo los adoquines está la playa», «¡Haz el amor y no la guerra!» o «¡Prohibido prohibir!».
Hoy, el país galo es noticia, pero no sólo por el avance de los movimientos xenófobos y chovinista que allí pululan y por haber obtenido el triunfo del mundial de futbol este mismo año. También lo es por la información que circula sobre el movimiento formado de entre unas pocas personas de la Francia rural de clase media baja, que protestaba contra un nuevo impuesto ecológico sobre el combustible.
Ese movimiento lleva el nombre de lo que los automovilistas franceses deben llevar en sus vehículos, «chalecos amarillos» (Gilets Jaunes), y se ha transformado en un movimiento de muchos colores.
Las demandas también se han ampliado, incluso con la participación de estudiantes, que exigen cambios en los exámenes de la escuela secundaria francesa y los procedimientos de ingreso a la universidad.
Entre los manifestantes se encuentran anarquistas, grupos populistas antiinmigrantes y fascistas de núcleo duro. Participan allí obreros de fábricas, desempleados, trabajadores por cuenta propia, artesanos, jubilados, pensionados de provincias, personas de clases medias y jóvenes de la periferia de París y otras grandes ciudades, simpatizantes de izquierda y derecha. Incluso hay grupos en redes sociales que se hacen llamar «chalecos amarillos».
Algunos los llaman la «primavera francesa» o el movimiento de los «indignados» franceses.
Aunque se definen como un movimiento «transversal y sin cabezas visibles», sus «líderes» son una aficionada al acordeón (Jacline Mouraud, de 51 años), una vendedora de cosméticos (Priscillia Ludosky de 33 años) y un camionero (Eric Drouet de 33 años).
Los representantes de las «teorías conspirativas», como siempre, tocando la sensibilidad del «sentido común», están afirmando que la élite satánica está detrás de todos los acontecimientos de envergadura, y este es uno de ello.
La primera afirmación que nos surge es que este movimiento se armó y se viene articulando a través de las redes sociales, las cuales constituyen el principal vehículo de noticias e información y también un actor internacional de primera línea.
Al respecto, Umberto Eco, el gran filósofo y escritor italiano, en una colección de ensayos, titulado: Apocalípticos e integrados, publicados en 1964, describe las dos actitudes más comunes frente a la llamada «cultura de masas», ejemplificada, en esa década, en la televisión, la música grabada, la literatura comercial y los tebeos de Superman. De un lado, se encuentran los apocalípticos, que consideraban que la cultura de masas, promovida por los medios masivos de comunicación, era nociva y perjudicial para el adecuado desarrollo de la sociedad y, de otro, los integrados, quienes asumían que la cultura de masas era un paso adelante en el proceso de democratización de la sociedad.
Ante ambas actitudes, Eco asume una postura crítica y equidistante. En el caso de los apocalípticos por su concepción «elistesca» de la cultura y a los integrados por su aceptación acrítica y sin filtros de los defectos y problemas que esos cambios y avances generan.
Frente a esos dos relativismos, lo recomendable es analizar en profundidad y con rigor cualquier proceso de «masificación» de la sociedad, con la finalidad de entenderlos para rescatar y aprovechar sus aspectos positivos, pero también para encontrar fórmulas que permitan superar sus debilidades.
En pleno siglo XXI, estamos en presencia de nuevos avances tecnológicos, cuyas máximas expresiones lo son el internet y las redes sociales. Esta realidad ha generado casi la misma reacción que la descrita por Eco. Los apocalípticos de nuestros tiempos, demonizan esas nuevas formas de comunicación, y los actuales integrados, las celebran sin reflexión crítica y responsable.
Por tanto, hace falta trascender estos maniqueísmos. Digamos que la tecnología es inerte por sí misma, necesita de los humanos para poder desempeñar un uso. «Esta no es buena o mala en sí misma, está sujeta a la ética de los que la utilizan. Así pues, las TIC hacen que millones de personas puedan salvarse gracias a ciertos avances médicos pero al mismo tiempo da pie al cyberacoso y otras formas de degradación humana más siniestras» (Cantó A. G. y R. Carrió P., p. 15).
En este mundo prevalece la complejidad y se desarrolla con manipulación de emociones, a través de mentiras, en donde los hechos y la realidad no cuentan porque no se usan los argumentos para convencer, sino las emociones de los ciudadanos. Predominan la posverdad, esto es, el arraigo de creencias y convicciones, basadas en la emoción, que no logran ser refutadas por la evidencia y los hechos objetivos. La gente se obstina en creer algo que no es cierto y por lo general se acompañan de grupos que comparten y refuerzan sus sentimientos; lo hacen en forma militante y fervorosa; y justifican sus actuaciones como reacciones legítimas contra poderosas fuerzas que consideran hostiles.
El movimiento de los «chalecos amarillos» debe inscribirse en la realidad de un mundo complejo como el que se desarrolla en estos tiempos. Las redes sociales han sido el medio o instrumento utilizado para el desarrollo de las protestas parisinas.
Francia, «por muy exquisita que sea», no podía escapar a esa realidad y el movimiento en cuestión» tiene en la picota al gobierno de ese país.
La desesperación gubernamental comenzó a hacer presencia y el 7/12/2018, los medios de comunicación internacional informaron que autoridades policiales francesas obligaron a los menores a arrodillarse, con las manos en la nuca e incluso hubo algunos jóvenes, entre 14 y 18 años de edad, esposados de cara a un muro.
Ese se convirtió en noticia que se difundió por las redes sociales y defensores de los derechos humanos calificaron este hecho de «horrendo, inadmisible y propio de una dictadura militar».
El Presidente francés Emmanuel Macron, obligado por las circunstancias, dijo el lunes 10 de diciembre, que: «La cólera que hoy se expresa es justa en muchos aspectos» y anunció algunas medidas, entre las cuales se encuentra, la subida del salario mínimo de cien euros, hacer exenciones de impuestos y contribuciones sociales de las horas extra. También que pedirá a los empresarios el pago a los trabajadores de una prima de fin de año libre de impuestos. Y el impuesto para financiar la protección social se verá reducida para los jubilados que cobran menos de 2.000 euros al mes.
Con anterioridad, este movimiento había logrado que el gobierno francés anunciara que la medida de aumento de los impuestos de los carburantes se cancelaba, incluso se eliminó de la ley de presupuesto para 2019.
Pero este presidente, que se hace esos anuncios, en lo que algunos analistas consideran su peor crisis institucional desde que llegara al poder en Francia hace menos de dos años, es el mismo que se ha referido a los ciudadanos que han perdido la esperanza en su gestión gubernamental como «los que no son nada», los «vagos» o «los galos refractarios a las reformas».
De hecho, pese estos anuncios, nada asegura que este movimiento se desactive. La popularidad de Macron está en picada y difícilmente levante vuelo con estas medidas. Se afirma con mucha insistencia que el rechazo hacia el presidente francés es visceral y su dimisión es una opción que cada vez ganas más adeptos.
Unos de los líderes de los «chalecos amarillos», el camionero, ya mencionado, Eric Drouet,
ha dicho con firmeza: «Y si llegamos, entramos», refiriéndose al Palacio del Elíseo, sede del gobierno francés.
La historia puede repetirse, porque cuando el río suena, piedras trae.
No sólo en el tercer mundo pasan cosas, también pasan en el primer mundo.
Fuente: https://www.aporrea.org/internacionales/a272984.html