Page 2 of 2
1 2

Lo que nos ha pasado

El director de cine Fernando Colomo deplora en una entrevista que “lo único importante ahora sea tener dinero sin importar de dónde venga. ¿Qué ha pasado en este país para que ese sea el único valor? ¿Por qué la persona que es honrada es considerada un pobre hombre? Nada que ver todo esto con los ideales que nos enseñaron de pequeños…”[1]

Bueno, lo que ha pasado en este país está bastante claro: han pasado sobre nosotros tres decenios de políticas neoliberales, aplicadas tanto por gobiernos del PSOE como del PP. El gran Karl Polanyi nos enseñó a distinguir entre economía de mercado y sociedad de mercado: “El mecanismo oferta- demanda- precio, cuya primera aparición dio origen al concepto profético de ‘ley económica’, se convirtió rápidamente en una de las fuerzas más poderosas que jamás haya penetrado en el panorama humano. Al cabo de una generación –de 1815 a 1845 (…)— el mercado formador de precios que anteriormente sólo existía como modelo en varios puertos comerciales y algunas bolsas demostró su asombrosa capacidad para organizar a los seres humanos como si fueran simples cantidades de materias primas, y convertirlos, junto con la superficie de la madre Tierra, que ahora podía ser mercantilizada, en unidades industriales bajo las órdenes de particulares especialmente interesados en comprar y vender para obtener beneficios. En un período de tiempo extremadamente breve, la ficción mercantil aplicada al trabajo y a la tierra transformó la esencia misma de la sociedad humana. (…) La esencial dependencia del ser humano respecto de la naturaleza y de sus iguales en cuanto a los medios de subsistencia se puso bajo el control de esa reciente creación institucional de poder superlativo, el mercado, que se desarrolló de la noche a la mañana a partir de un lento comienzo. Este artilugio institucional, que llegó a ser la fuerza dominante de la economía –descrita ahora con justicia como economía de mercado–, dio luego origen a otro desarrollo aún más extremo, una sociedad entera embutida en el mecanismo de su propia economía: la sociedad de mercado.”[2]

En el siguiente siglo y medio, múltiples resistencias -comenzando por la organización del movimiento obrero- frenaron o hicieron retroceder (temporal y localmente) la dinámica arrolladora del capital, con su esfuerzo incesante por transformar nuestras sociedades en sociedades de mercado. Luego, de forma fatídica, hacia 1980 se rompieron importantes barreras de contención y entramos en la desdichada fase de la historia humana que llamamos capitalismo financiarizado neoliberal. En este último tramo histórico –tres decenios aproximadamente- no sólo se ha avanzado decisivamente hacia ese estado de sociedad de mercado en casi todas partes, sino más allá: más hondamente, penetrando en las mismas raíces de la subjetividad humana de acuerdo con el lema thatcheriano según el cual “la economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”.[3] Por eso hoy, en España y en otros lugares, tenemos no solamente sociedades de mercado –lo cual en sí mismo ya sería catastrófico— sino algo mucho peor: cada vez más sujetos de mercado en esas sociedades de mercado, vale decir, individuos que han interiorizado hasta lo más profundo la ontología del capitalismo neoliberal –no hay otra cosa que empresas compitiendo en mercados, y las personas han de verse a sí mismas como empresas unipersonales que necesitan sacar provecho de sus capacidades en los mercados competitivos— y sus valores. O más bien su valor único, ese que deploraba Fernando Colomo: “lo único importante ahora es tener dinero sin importar de dónde venga”.[4]



[1]Diego Galán, “Toda España es una comedia”, El País, 28 de marzo de 2016.

[2] Karl Polanyi: La gran transformación: crítica del liberalismo económico. La Piqueta, Madrid 1989 -ed. original de 1944; hay otra traducción al español en FCE-, p. 126. El importante análisis de Polanyi continúa en la media docena de páginas siguientes, cuya conclusión es: “Los mercados de trabajo, de tierra y de dinero son sin ninguna duda esenciales para la economía de mercado. No obstante, ninguna sociedad podría soportar, ni siquiera por un breve lapso de tiempo, los efectos de semejante sistema fundado sobre ficciones groseras, a no ser que su sustancia humana y natural, así como su organización comercial, estuviesen protegidas contra las devastaciones de esta fábrica del diablo” (p. 129).

[3] Sunday Times, 7 de mayo de 1988.

[4]Un buen estudio sobre estas cuestiones es La nueva razón del mundo de Christian Laval y Pierre Dardot: (Gedisa, Barcelona 2012), sobre todo el excelente capítulo 9 (“La fábrica del sujeto neoliberal”).

– See more at: http://tratarde.org/lo-que-nos-ha-pasado/#sthash.bS9FgGAt.dpuf

Comparte este contenido:

«Tienes que afrontar la realidad»

Cuando yo era adolescente, iba a menudo al cine “de arte y ensayo” (es un decir) con un amigo de mi edad, compañero de colegio: Javier Martín Arrillaga, precoz pintor, músico y explorador cultural.

En las sesiones de Filmoteca o Cinestudio Griffith (tantas tardes en la Plaza de San Pol de Mar, donde estuvo el Griffith de 1977 a 1982), jugábamos a un juego. Viendo aquellas películas norteamericanas de los cincuenta (por ejemplo, ciclos de melodramas de Douglas Sirk), estábamos atentos a cuándo iba a surgir una frase casi infaltable en el guión: “Tienes que afrontar la realidad”. Nos regocijaba cuando aparecía: como quien dice, hacíamos otra muesca en la pared.

Ahí estamos nosotros/as: diciendo a nuestros conciudadanos/as que tienen que afrontar la realidad, sin el menor éxito. ¡Recuerda que hay límites biofísicos! ¡Recuerda que la entropía existe! ¡Recuerda que el planeta es finito! Pero este es el memento mori que nadie desea escuchar…

Lástima que para el radiante futuro de alta tecnología que nos prometen sobre la mitad de la humanidad, y falten los recursos de cuatro o cinco planetas Tierra adicionales.

Para que la Tierra siga siendo habitable, hemos de cuestionar el capitalismo. Y sin embargo la incuestionabilidad del capitalismo sigue siendo el axioma central de la cultura política dominante.

¿Qué desea la gente –el 99%, en todas partes? Crecimiento, prosperidad, desarrollo social y smartphones:[1] una sociedad de la mercancía bien ordenada. Deseo de socialdemocracia, en una palabra –que se verá fatalmente frustrado… Como sociedad, no somos sino una pandilla de adolescentes malcriados que no quieren crecer. El desenlace será catastrófico.

Las clases medias urbanas (venidas a menos)  que se creen la propaganda del “no te conformes con menos”, the sky is the limit y “lo mejor está por venir”, en un mundo de recursos escasos que se precipita al colapso ecológico-social, ¿podrán evitar convertirse en nazis? Es la tragedia política del Siglo de la Gran Prueba.

“Queremos ser Dinamarca”… “Queremos vivir como antes, pero pudiéndolo pagar”… Así se eleva la fantasía colectiva en España. Cuando deberíamos estar construyendo Arcas de Noé para el colapso ecológico-social hacia el que avanzamos.

La única meta política suprema que se reconoce desde la cultura dominante es “cómo hacer que los españoles les vaya bien en la globalización”.[2] No se ve nada más.

Tendríamos que estar debatiendo cómo producir alimentos para la supervivencia –pero la cultura dominante sólo nos habla de videojuegos y negocios multimillonarios…



[1]“Le tocó a la izquierda esta derrota [como la de Evo Morales en el referéndum de febrero de 2016] porque había muchos gobiernos de izquierda y porque prometía desmantelar la desigualdad, erradicar la pobreza. En Bolivia los avances son enormes en movilidad social e inclusión pero no están a la velocidad que quieren los pueblos. A Bachelet y a Roussef les pasa lo mismo, la gente dice hacen mucho pero no lo que quiero (…). En el Latinobarómetro vemos que el 20% de jóvenes menores de 25 años que solo tiene una comida al día, que son pobres, prefieren gastar su dinero en un smartphone antes que una segunda comida. Porque saben que en esa pantallita pequeña esta su futuro, ven el mundo y dicen quiero estar ahí.” Marta Lagos (directora del Latinobarómetro) entrevistada por C.E. Cué, “No es derecha o izquierda, la gente va contra las élites”, El País, 28 de febrero de 2016.

[2]José Luis Álvarez, “Nostalgia atávica de liderazgos”, El País, 28 de febrero de 2016.

– See more at: http://tratarde.org/tienes-que-afrontar-la-realidad/#sthash.TPgMjw6h.dpuf

Comparte este contenido:

Vivir en un mundo lleno

Jorge Riechmann

“El desarrollo de la tecnología y el avance en armamento han originado algo parecido a una reducción del tamaño de nuestro planeta. La unión económica ha llevado el destino de las naciones a un grado de dependencia muy diferente al de años anteriores. El armamento de destrucción disponible es de tal magnitud que ningún lugar de la tierra se ve a salvo de una destrucción total y repentina. La única esperanza de protección es asegurar la paz de una manera supranacional.”

Albert Einstein[1]

“Hasta hace poco, era posible ver como prácticamente infinito, casi inagotable, el patrimonio que nos es accesible. Los mapas del planeta incluían grandes manchas blancas designadas como Terra incognita; los bienes que nos prodigaba eran renovables indefinidamente; si nos expulsaban de un territorio podíamos encontrar otro en otra parte. Ahora ya no tenemos otra parte.”

Albert Jacquard[2]

“Los problemas medioambientales causados por las actividades humanas están empezando a amenazar la sostenibilidad de los sistemas de soporte de la vida en el planeta Tierra…”

Ecological Society of America[3]

“Si no podemos estabilizar la población y el clima, no habrá un solo ecosistema del planeta que podamos salvar.”

Lester R. Brown[4]

 

Cinco rasgos básicos de nuestra situación

 

Llevo algún tiempo[5] intentado desarrollar un análisis de la cuestión sostenibilidad/ desarrollo sostenible, en el contexto de la crisis ecológica global, que parte de las siguientes cuatro premisas (o rasgos básicos de nuestra situación actual):

  1. Hemos “llenado” el mundo, saturándolo en términos de espacio ecológico (como nos ha hecho ver el economista ecológico Herman E. Daly desde hace más de dos decenios). A esto me referiré, en el curso de este libro, como el problema de escala.
  2. Nuestra tecnosfera está mal diseñada, y por eso –como nos enseñó el biólogo Barry Commoner hace cuatro decenios— se halla “en guerra” con la biosfera. A esto lo llamaré el problema de diseño.
  3. Además, somos terriblemente ineficientes en nuestro uso de las materias primas y la energía (como han mostrado, entre otros, los esposos Lovins y Ernst Ulrich von Weizsäcker en Factor 4). Denominaré a esto el problema de eficiencia.
  4. Por último, nuestro poderoso sistema ciencia/ técnica (que ahora podemos cabalmente llamar tecnociencia, tal y como insiste Javier Echeverría) anda demasiado descontrolado. Cabe referirnos a ello como el problema fáustico.

De cada uno de esos rasgos problemáticos puede deducirse –en un sentido muy laxo del término deducción— un importante principio para la reconstrucción ecológica de los sistemas humanos, esto es, para avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles:

 

problema de escala: hemos “llenado” el mundo à principio de autolimitación (o de gestión generalizada de la demanda)
problema de diseño: nuestra tecnosfera está mal diseñada à principio de biomímesis
problema de eficiencia: somos terriblemente ineficientes à principio de ecoeficiencia
problema fáustico: nuestra poderosa tecnociencia anda demasiado descontrolada à principio de precaución

 

A estas alturas de los debates sobre sostenibilidad –que duran ya más de un cuarto de siglo–, los dos últimos principios –ecoeficiencia y precaución– deberían resultarnos familiares[6]; en cambio, los dos primeros resultan menos conocidos, y por ello a lo largo de este libro centré mi atención sobre todo en ambos. Pero merece la pena indicar dos dificultades:

(A) Hace falta práctica humana basada en los cuatro principios para avanzar hacia sociedades ecológicamente sostenibles, pero, de los cuatro, sólo el principio de ecoeficiencia encaja de forma más o menos “natural” con la dinámica del capitalismo. Ésa es la razón de que “desarrollo sostenible” –que, como sabemos, es un concepto sobre cuyo contenido existen intensas controversias– sea entendido por las empresas, y en general también por las autoridades públicas, de manera muy reductiva, en términos de ecoeficiencia, y de casi nada más. Volveré sobre esta importante cuestión en el capítulo 4.

(B) Esos cuatro principios bastarían –creo— para orientar hacia la pacificación nuestras relaciones con la naturaleza, pero no para lograr una ciudad humana habitable. Una sociedad podría poner en práctica los cuatro principios, y mantener sin embargo grados extremos de desigualdad social o de opresión sobre las mujeres. Podrían existir sociedades ecológicamente sustentables que fuesen al mismo tiempo ecofascistas y/o ecomachistas. El grado de desigualdad social que hoy prevalece en el mundo es históricamente inaudito, sigue en aumento y conduce a un terrible desastre. No es tolerable –ni tampoco viable a la larga– que el 80% de los recursos del mundo estén en manos del 20% de la población.[7]

Conscientes del problema (B), el problema de igualdad social (que sin duda hemos de considerar como un quinto rasgo básico de nuestra situación actual), sabemos que, al menos desde los valores emancipatorios de la izquierda, tenemos que defender un fuerte principio de igualdad social[8] (o mejor, la vieja buena tríada de la Gran Revolución de 1789: libertad + igualdad + fraternidad o solidaridad, todos ellos adecuadamente corregidos por la mirada feminista sobre la realidad)[9]. No nos basta con una sociedad ecológicamente sustentable: deseamos una sociedad ecosocialista. Lo que entiendo por ello comencé a ponerlo por escrito en un libro escrito a medias con Paco Fernández Buey y publicado en 1996, Ni tribunos[10]; por otra parte, ahondaremos en la cuestión en los capítulos 11 y 12 de este libro.

Traer a colación la tríada de valores liberté, égalité, fraternité supone reconocer la suprema importancia de la cuestión de la alteridad: en nuestra relación con el otro se juegan los asuntos ético-políticos más básicos de todos (en ello han insistido con lucidez Emmanuel Levinas o Zygmunt Bauman, por ejemplo), sobre todo cuando tenemos presente que no se trata solamente del otro humano, sino también del otro animal.[11]

Ahora ya puedo completar el cuadro que antes comencé a esbozar.

 

CINCO RASGOS PROBLEMÁTICOS DE NUESTRA SITUACIÓN ACTUAL,

Y CINCO PRINCIPIOS PARA HACER FRENTE A LOS PROBLEMAS

problema de escala hemos “llenado” el mundo principio de autolimitación (o de gestión generalizada de la demanda)
problema de diseño nuestra tecnosfera está mal diseñada principio de biomímesis
problema de eficiencia somos terriblemente ineficientes principio de ecoeficiencia
problema fáustico nuestra poderosa tecnociencia anda demasiado descontrolada principio de precaución
problema de desigualdad desigualdad social planetaria históricamente inaudita, y creciente principio de igualdad social

Nota: cabe añadir a este cuadro, de forma natural, el principio democrático (para responder al problema de falta de democracia a múltiples niveles); lo haremos en el capítulo 7.

Por otra parte, es interesante recordar que desde el pensamiento socialista se ha utilizado la expresión problema de diseño en un sentido diferente: aplicada no a la inadecuada tecnosfera existente, sino a la falta de diseños institucionales adecuados para una sociedad socialista. “Desde mi punto de vista” –escribe Gerald Cohen— “el problema principal con que se enfrenta el ideal socialista es que no sabemos cómo diseñar la maquinaria que lo haría funcionar. Nuestro problema no es, primordialmente, el egoísmo humano, sino nuestra carencia de una tecnología organizacional apropiada: nuestro problema es un problema de diseño” (Gerald Cohen, “¿Por qué no el socialismo?”, en Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.): Razones para el socialismo. Paidos, Barcelona 2001, p. 78).

Una última observación: en el ámbito de lengua alemana, se han identificado desde hace años tres estrategias hacia la sostenibilidad que vienen a coincidir con los tres primeros principios del cuadro anterior: la elegante terna SUFICIENCIA/ COHERENCIA (entre tecnosfera y biosfera)/ EFICIENCIA correspondería con gestión generalizada de la demanda/ biomímesis/ ecoeficiencia. Véase Joseph Huber, “Nachhaltige Entwicklung durch Suffizienz, Effizienz und Konsistenz”, en Peter Fritz y otros, Nachhaltigkeit in naturwissenschaftlicher und sozialwissenschaftlicher Perspektive, Hirzel, Stuttgart 1995; Joseph Huber, Nachhaltige Entwicklung. Strategien für eine ökologische und soziale Erdpolitik, Sigma, Berlín 1995; y también –como uno de los frutos de un proyecto de investigación interdisciplinar del Instituto Wuppertal que coordina Manfred Linz (“Öko-Suffizienz und Lebensqualität”, vale decir, “Eco-suficiencia y calidad de vida”)– Manfred Linz: Weder Mangel noch Übermass. Über Suffizienz und Suffizienzforschung, Wuppertal Institut (Wuppertal Paper 145), Wuppertal, julio de 2004, p. 7 y ss.

 

La idea de “mundo lleno”

 

Durante el siglo XX tuvo lugar un acontecimiento decisivo, cuyas consecuencias estamos aún lejos de haber asimilado. La humanidad, que durante milenios vivió dentro de lo que en términos ecológicos puede describirse como un “mundo vacío”, ha pasado a vivir en un “mundo lleno”.[12] Habitamos hoy un planeta dominado por el ser humano, en una escala que no admite parangón con ningún momento anterior del pasado. La humanidad extrae recursos de las fuentes de la biosfera y deposita residuos y contaminación en sus sumideros, además de depender de las funciones vitales básicas más generales que proporciona la biosfera. Pero el crecimiento en el uso de recursos naturales y funciones de los ecosistemas está alterando la Tierra globalmente, hasta llegar incluso a trastocar los grandes ciclos biogeoquímicos del planeta: la circulación del nitrógeno o el almacenamiento del carbono en la atmósfera, por ejemplo.

 

DOMINIO HUMANO SOBRE LOS ECOSISTEMAS DEL PLANETA TIERRA

En un bien documentado artículo, el biólogo P.M. Vitousek y sus colaboradores han resumido el alcance de la dominación humana sobre la Tierra en seis fenómenos:

  • entre la mitad y una tercera parte de la superficie terrestre ha sido ya transformada por la acción humana.
  • La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se ha incrementado más de un 30% desde el comienzo de la Revolución Industrial.
  • La acción humana fija más nitrógeno atmosférico que la combinación de todas las fuentes terrestres naturales.
  • La humanidad utiliza más de la mitad de toda el agua dulce accesible en la superficie del planeta.
  • Aproximadamente una cuarta parte de las especies de aves del planeta ha sido extinguida por la acción humana.
  • Las dos terceras partes de las principales pesquerías marinas se hallan sobreexplotadas o agotadas.

P.M. Vitousek/ Harold A. Mooney/ Jane Lubchenco/ Jerry M. Melillo: “Human domination of Earth’s ecosystems”, Science vol. 255 nº 5.325 (del 25 de julio de 1997).

 

Incluso puede fecharse, con cierta exactitud, el momento en que las demandas colectivas de la humanidad superaron por vez primera la capacidad regenerativa de la Tierra: según un grupo de científicos dirigidos por Mathis Wackernagel –uno de los creadores del concepto de “huella ecológica”— eso sucedió hacia 1980, y treinta años más tarde nuestras demandas excedían esa biocapacidad de la Tierra en un 50% aproximadamente[13]. Nos hallamos, entonces, en una situación crecientemente insostenible.

“Lo que está empezando a limitar nuestro desarrollo no es el suministro de petróleo o cobre, sino la vida misma. La continuidad de nuestro progreso está restringida hoy, pero no por el número de barcos de pesca disponibles, sino por la disminución de las reservas de peces; no por la potencia de las bombas extractoras, sino por el agotamiento de los acuíferos; no por el número de sierras mecánicas, sino por la desaparición de los bosques primarios. Aun cuando los sistemas vivos son la fuente de materiales tan deseados como la madera, el pescado u otros alimentos, los servicios que ellos ofrecen son de la máxima importancia y resultan mucho más decisivos para la prosperidad humana que los recursos no renovables. Un bosque no sólo proporciona el recurso de la madera, sino también los servicios de almacenamiento de agua y control de inundaciones. Un medio ambiente sano aporta en forma automática no sólo agua y aire limpios, lluvia, productividad oceánica, suelo fértil y cuencas fluviales resilientes, sino también otras funciones menos apreciadas, como el procesamiento de desechos (tanto naturales como industriales), su función de amortiguador contra los extremos del clima, y la regeneración de la atmósfera. (…) El debate en torno del clima es una cuestión pública en la cual lo que está en riesgo no son recursos específicos, como petróleo, pescado o madera, sino un sistema de soporte de la vida. Uno de los ciclos más críticos de la naturaleza es el intercambio continuo de dióxido de carbono y oxígeno entre plantas y animales. Este ‘servicio de reciclaje’ lo provee la naturaleza en forma gratuita. Sin embargo, el dióxido de carbono se está acumulando hoy en la atmósfera, en parte, por el uso de combustibles fósiles. En efecto, la capacidad del sistema natural para reciclar el dióxido de carbono ha sido rebasada, del mismo modo que la pesca excesiva ha superado la capacidad de las aguas para reabastecer las reservas piscícolas. Resulta de importancia especial comprender que no existe ningún sustituto conocido del servicio que nos brinda el ciclo del carbono de la naturaleza.”[14]

Tiene interés notar que este “chocar contra los límites” ecológicos coincide aproximadamente en el tiempo con otro “chocar contra los límites”, sociopolíticos en el segundo caso, que han analizado teóricos sociales e historiadores en términos de conflictos de acumulación y legitimación en el capitalismo tardío. Cabe pensar que hacia 1970, en efecto, el sistema capitalista mundial llegó a los límites de lo que podía ofrecerse en la redistribución mundial del excedente sin que tuviera impactos serios sobre la porción de plusvalor adjudicada a las clases dominantes y sus aliados.[15] Y por otra parte, también estamos llegando a los límites en lo que a desruralización del mundo se refiere (con la reducción constante del campesinado), lo que tiene importantes consecuencias sobre el precio de la fuerza de trabajo para el capital: al ir menguando el segmento más débil del ejército laboral de reserva (los campesinos desarraigados y recién trasladados a las áreas urbanas), aumenta el precio medio del trabajo, lo que tiende a deprimir la tasa media de ganancia, y por tanto a dificultar la acumulación, y con ello lleva al capital a buscar salidas por otra parte (rechazando las medidas de protección de la naturaleza, por ejemplo).[16]

Ahora vivimos, por consiguiente, en un “mundo lleno” o saturado en términos ecológicos[17]. Podríamos establecer un paralelismo con otro momento histórico crucial en que, de otra forma, el mundo se encontró lleno. Me refiero a la fase que antecedió a la “Revolución Neolítica” (que tuvo lugar hace unos diez mil años). Por entonces los grupos de cazadores-recolectores topaban con dificultades crecientes, al menos en ciertas zonas del planeta, para proseguir su modo de vida habitual: la caza y el forrajeo no proporcionaban suficiente sustento, y la emigración a zonas vírgenes era cada vez más difícil: ya se encontraban grupos humanos en casi todas partes. Los historiadores conjeturan que aquella situación de saturación o “mundo lleno” catalizó el desarrollo de la agricultura en varias regiones del mundo (valles del Nilo, del Indo, del Eúfrates, del Yangzé, valles de los Andes, mesetas de México…), y con ello condujo a una transformación radical de la humanidad[18]. La densidad aproximada de un habitante por cada diez km2 propia de los cazadores-recolectores del Paleolítico se vio multiplicada por varios cientos en las tierras con trigo, y por varios miles en las zonas del arroz.

 

 

Choque de las sociedades industriales contra los límites de la biosfera

 

El «tema de nuestro tiempo» –repito desde hace tiempo– es el choque de las sociedades industriales contra los límites de la biosfera. ¿Cuáles son estos límites? En 2009, un grupo internacional de científicos de primer nivel ha tratado de precisarlos en nueve «líneas rojas» cuyo respeto resulta fundamental para preservar la salud de la biosfera –algunas de las cuales han sido traspasadas ya[19]:

  1. Emisiones de C02 descontroladas. Las emisiones de CO2 deberían reducirse a 350 partes por millón si no se quiere llegar a un punto sin retorno; pero el exceso de dióxido de carbono atmosférico es uno de los límites que ya se han sobrepasado. Las emisiones actuales son de 387 partes por millón (ppm), mientras que antes de la Revolución Industrial eran de 280 ppm. Los científicos proponen un límite de seguridad de 350 ppm.[20]
  2. Aumenta dramáticamente la extinción de especies animales y vegetales. La desaparición de especies vivas es entre cien y mil veces superior a la que existía antes de la Revolución Industrial, y el ser humano es el principal responsable. Los científicos autores del trabajo al que me estoy refiriendo han fijado un límite de diez especies por cada millón de especies/años año (la tasa “natural” de extinción sería de una especie por cada millón de especies/ años).[21]
  3. El ciclo de nitrógeno se ve gravemente perturbado. El ser humano está fijando más nitrógeno (a través de un uso excesivo y/o inadecuado de los fertilizantes de síntesis, sobre todo) de lo que lo hacen los procesos naturales, lo que aumenta el calentamiento climático y la contaminación de acuíferos, cursos de agua y océanos. Estos expertos proponen reducir la producción artificial de nitrógeno un 75%.
  4. Acidificación de los océanos. Las aguas de los océanos se están haciendo más ácidas debido al exceso de dióxido de carbono, lo cual amenaza directamente a corales y moluscos.[22] El aumento de la acidez de los océanos limita la capacidad de generar los resistentes productos que componen las conchas de estos organismos, que resultan esenciales para su supervivencia. Esto tendría a su vez un impacto en el resto de especies que aún se desconoce, señalan los científicos. Proponen tomar como medida la abundancia en el agua de aragonita, uno de los compuestos en las conchas de los moluscos cuya saturación en el océano viene bajando desde tiempos preindustriales. Señalan un límite de saturación de 2,75. El actual es 2,90.
  5. Excesivas demandas de agua dulce. La injerencia del ser humano en el curso natural de la Tierra es tal que ya resulta el principal responsable del flujo de los ríos (por eso se dice a veces que el ciclo hidrológico ha entrado en una nueva era: el Antropoceno).[23] La línea roja en el consumo de agua dulce se situaría en los 4.000 kilómetros cúbicos al año. Actualmente, alcanza los 2.600 y sigue en aumento.
  6. Cambios en los usos de la tierra. La expansión de los cultivos también amenaza la sostenibilidad a largo plazo. La conversión de bosques y otros ecosistemas en tierras agrícolas se ha producido a un ritmo medio del 0,8% cada año en los últimos 40-50 años. Los científicos proponen que no más del 15% de la superficie de la Tierra –excluyendo los polos– se convierta en tierras de cultivo, y alertan de que, en este momento, la cifra ronda el 12%. [24]
  7. Una posible catástrofe marina a causa del exceso de fósforo. También aquí la humanidad está cerca de cruzar un umbral peligroso: cada año, alrededor de 9 millones de toneladas de fósforo, procedentes sobre todo de los fertilizantes agrícolas acaban en el océano. Si esta cantidad supera los 11 millones de toneladas, advierten estos científicos, se producirá una extinción masiva de la vida marina, como ya ha ocurrido otras veces a lo largo de la historia.[25]
  8. Reducción de la protectora capa de ozono estratosférico. El agujero en la capa de ozono sobre la Antártida persistirá aún durante varias décadas. Los autores alaban la efectividad del Protocolo de Montreal, en el que la mayoría de países del mundo fijaron una estrategia común. El pacto ha permitido que la concentración de los productos químicos que destruyen el ozono en la atmósfera haya disminuido casi un 10%. Sin embargo, la capa de ozono tarda mucho en recuperarse, por lo que los expertos proponen un límite global a la disminución de ozono de 276 unidades Dobson. El nivel actual es de 283 y el preindustrial era de 290.
  9. Los aerosoles en la atmósfera se duplican. Producto de la actividad humana desde el comienzo de la era industrial, la concentración atmosférica de aerosoles se ha duplicado. Numerosos estudios vinculan la acumulación de partículas en suspensión con cambios en el clima, ya que reflejan la radiación solar incidente, así como con la formación de nubes, lo que afecta a los ciclos de precipitaciones. Además, los aerosoles afectan directamente a la salud de las personas. Sin embargo, la compleja naturaleza de las distintas partículas dificulta el establecimiento de un único valor límite.

 

EVALUACIÓN DE LOS ECOSISTEMAS DEL MILENIO:

ADVERTENCIAS SOMBRÍAS

Un análisis de los ecosistemas mundiales realizado en 2000 por las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Instituto de Recursos Mundiales afirmaba: «Hay signos importantes de que la capacidad de los ecosistemas, los motores biológicos del planeta, para producir muchos de los bienes y servicios de los que dependemos, está decayendo rápidamente»[26]. Cinco años después se hizo público –el treinta de marzo de 2005– el informe de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, auspiciado por la ONU, y elaborado por 1.300 expertos de 95 países.

El informe concluye que “la degradación actual de los servicios que prestan los ecosistemas es un obstáculo”. Según este importante esfuerzo de investigación, dos terceras partes de los ecosistemas de los que depende la vida sobre la Tierra están sobreexplotados o se utilizan de manera insostenible, lo que podría tener consecuencias desastrosas para la humanidad en las próximas décadas.

“Los expertos están en condiciones de afirmar que la degradación se está produciendo en 15 los 24 servicios que los ecosistemas prestan”, leemos. Algunos ejemplos serían “la aparición de nuevas enfermedades, los cambios súbitos en la calidad del agua, la aparición de zonas muertas en las costas, el colapso de las pesquerías o los cambios de clima regionales”.

La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio llega a algunas conclusiones básicas. La primera sería que “en los últimos 50 años los seres humanos han modificado los ecosistemas de manera más rápida e intensa que en cualquier otro periodo de la historia”. Se utilizaron más tierras, más abonos de síntesis y más recursos pesqueros que nunca para satisfacer la demanda creciente de la Humanidad. A cambio, entre el 10% y el 30% de las especies están en peligro de extinción.

Sólo cuatro mejoras han proporcionado los ecosistemas las pasadas cinco décadas: más cereal, más carne, más pescado de acuicultura y más absorción de carbono. A cambio, “la pesca y el agua dulce han sobrepasado los límites de su capacidad para la demanda actual”, y mucho peor será en la demanda futura. Muchos servicios de los ecosistemas se han degradado seriamente, con el riesgo de cambios no lineales: la prolongación de estos procesos, de no ser corregida, disminuirá considerablemente los beneficios que las generaciones futuras podrán obtener de los ecosistemas.

Aunque el informe prevé una reducción del hambre, ésta será mucho más lenta de lo deseable. Entre otras cosas, las epidemias han mermado la riqueza de continentes enteros. Si hubiera desaparecido la malaria (o paludismo), el PIB africano contaría con 100.000 millones de dólares más. La degradación de los servicios de la naturaleza –según este informe— podría empeorar durante la primera mitad del presente siglo, haciendo imposible la reducción de la pobreza, la mejora de la salud y el acceso a los servicios básicos para buena parte de la población mundial.

Estamos gastando más de lo que tenemos, se titula el estudio. El derroche de los recursos naturales tiene claras consecuencias en el “capital natural y bienestar humano”, que es como se subtitula el informe. Aunque la degradación de los ecosistemas podría ser parcialmente revertida mediante cambios sustanciales en las políticas, las instituciones y las prácticas sociales, de momento tales cambios no están produciéndose.[27]

 

 

Sobre comunidades de vecinos en bloques de viviendas

 

De manera que a comienzos del siglo XXI resulta plausible creer que ya se han alcanzado the limits to growth, los límites del crecimiento sobre los que alertaba el primer informe al Club de Roma hace más de cuatro decenios; que un ulterior crecimiento basado en el consumo de mayor cantidad de recursos naturales y mayor ocupación de espacio ambiental alejará todavía más al planeta de una economía sostenible; y que, al sobrepasar los límites, estamos bloqueando aceleradamente opciones que podríamos necesitar en el futuro[28]. La época en que las sociedades humanas y sus economías eran relativamente pequeñas con respecto a la biosfera, y tenían sobre ésta relativamente poco impacto, pertenece irrevocablemente al pasado. El efecto acaso más importante de este cambio –que no resultaría exagerado calificar con el algo pedante adjetivo “epocal”— es que vuelve a situarnos cara a cara a todos los seres humanos. Me explicaré.

Una metáfora adecuada puede ser la contraposición entre habitar un chalé aislado (el modelo “la casa de la pradera”, digamos), o un piso de un bloque de viviendas. En el primer caso, puede uno hacerse la ilusión de que su forma de vivir no afecta a los demás, y –si cuenta con recursos suficientes— organizarse básicamente sin tener en cuenta a los otros. En el segundo caso, ello es manifiestamente imposible. Ahora bien: para generalizar en nuestra biosfera la manera de vivir que metaforiza “la casa de la pradera”, tendríamos que ser muy pocos y muy ricos, y sabemos que ése no es el caso a comienzos del siglo XXI (hemos llegado a ser 7.000 millones de habitantes a finales de 2011, con cientos de millones de pobres de solemnidad y un nivel aberrante de desigualdad social a escala planetaria)[29]. Estamos abocados entonces a un modelo de convivencia que se parecerá más a la de la comunidad de vecinos en el bloque de viviendas[30]. (Dicho sea de paso: el Centro de Tecnología de Vecindarios de Chicago estimó, a finales de los noventa, que el desarrollo urbanístico difuso provoca un consumo –y los impactos ambientales asociados con el mismo— 2’5 veces mayor que el urbanismo compacto.) [31]

A cualquiera que haya vivido las aburridas y muchas veces difíciles reuniones de los vecinos de la escalera, donde hay que aguantar las excentricidades de la del tercero derecha, las inaguantables pretensiones del morador del ático y el aburrido tostón que nos endilga el del segundo izquierda, la perspectiva podrá parecerle descorazonadora. Y sin embargo, ésa es la situación en que nos hallamos, y no va a modificarse ni un ápice por intentar ignorarla practicando la política del proverbial avestruz. Tendremos que mejorar la calidad de la convivencia con los vecinos de nuestra escalera, darnos buenas reglas para el aprovechamiento compartido de lo que poseemos en común, y educarnos mutuamente con grandes dosis de paciencia, tolerancia y liberalidad. Estamos obligados a llegar a entendernos con esos vecinos, so pena de una degradación catastrófica de nuestra calidad de vida… o quizá, incluso, de la desaparición de esa gran comunidad de vecinos que es la humanidad, cuya supervivencia a corto plazo en el planeta Tierra no está ni mucho menos asegurada. [32]

 

 

La nueva interdependencia

 

La metáfora se ajusta bien a la situación en que nos hallamos, como inquilinos de la biosfera que es nuestra casa común, a principios del siglo XXI. En este “mundo lleno” en términos ecológicos, no es posible ya imaginar ningún tipo de “espléndido aislamiento”, semejante al del opulento habitante del chalé aislado. La consecuencia más importante de la finitud del planeta es la estrecha interdependencia humana. En otro lugar he caracterizado esta situación como “la época moral del largo alcance”[33], pues las consecuencias de nuestros actos llegan más lejos –en el tiempo y en el espacio— que en ninguna fase anterior de la historia humana.

“Las decisiones de uno, ya sea un individuo, una colectividad o una nación, tienen necesariamente consecuencias, a mayor o menor plazo, para todos los otros. Cada uno incide entonces en las decisiones de todos. Esta sujeción puede parecer penosa. En realidad, es la clave para el acceso de todos a un estatuto verdaderamente humano. Intentar escapar de ella sería renunciar a una riqueza esencial, nuestra humanitud, que no recibimos de la naturaleza, sino que la construimos nosotros.” [34]

Somos mucha gente viviendo dentro de un espacio ambiental limitado. Las reglas de convivencia que resultan adecuadas para esta situación son diferentes, sin duda, de aquellas que hemos desarrollado en el pasado, cuando éramos pocos seres humanos viviendo dentro de un espacio ambiental que nos parecía ilimitado. Pensemos por ejemplo en que, todavía hoy, las subvenciones para actividades que destruyen el medio ambiente (como la quema de combustibles fósiles, la tala de los bosques, la sobreexplotación de acuíferos o la pesca esquilmadora) alcanzan en todo el mundo la increíble cifra de 700.000 millones de dólares cada año[35]. Sólo los subsidios a los combustibles fósiles suman anualmente (con datos de la Agencia Internacional de la Energía para 2009) 224.000 millones de euros (mientras que las energías renovables reciben apenas 41.000 millones: cinco veces menos); en 2010 los subsidios a los combustibles fósiles aumentaron todavía más, sobrepasando los 409.000 millones de dólares, frente a 64.000 millones para las renovables (6’5 veces menos)[36]. Se trata, evidentemente, de una situación heredada de tiempos pasados, cuando en un “mundo vacío” podía tener sentido incentivar económicamente semejantes actividades extractivas. En un “mundo lleno” resulta suicida: hacen falta nuevas reglas de convivencia (gravar tales actividades con ecoimpuestos o tasas ambientales en lugar de subvencionarlas, por ejemplo).

Un asunto que en la nueva situación se torna imperioso es la necesidad de incrementar la cantidad y la calidad de la cooperación. En un “mundo lleno”, los intereses comunes de los seres humanos son cada vez más numerosos, e igualmente lo son los peligros que afectan a todos y todas. Se hace cada vez más difícil lograr ventajas individuales a costa de los otros. Incluso para defender eficazmente el interés propio se torna necesario incrementar la cooperación. El cowboy del Lejano Oeste podía intentar prosperar en solitario (aunque quizá al precio de una vida empobrecida, breve y violenta); para el ser humano del siglo XXI esa opción ni siquiera puede plantearse.

 

 

En un “mundo lleno”, no cooperar sale muy caro

 

“El barco está lleno”, dice la propaganda anti- inmigración de la extrema derecha en algunos países europeos desde los años noventa del siglo XX. La respuesta adecuada es: depende. El barco está lleno con muy pocos pasajeros si todos viajan en primera; y admite a muchos más si viajan en tercera. Y lo más importante es que, si se elimina la división entre primera y tercera clase redistribuyendo espacios y recursos, entonces el barco puede transportar en buenas condiciones a todos los pasajeros previstos para los decenios futuros[37] (la población mundial se estabilizará a mediados del siglo XXI, ya lo señalamos antes).

Somos muchos, y estamos destinados a vivir cerca unos de otros. Tal situación no es necesariamente una condena: podemos y debemos transformarla en una ocasión para mejorar juntos. Pero eso nos exige pensar de otra manera sobre los valores de lo individual y lo colectivo, y en cierta forma nos convoca a reinventar lo colectivo. De ahí la importancia de la nueva reflexión acerca de los bienes comunes y servicios públicos emprendida en los últimos años por numerosos pensadores.[38]

“La alternativa a la guerra pasa ante todo por la promoción de una economía basada en una serie de bienes comunes y servicios públicos mundiales. Urge reconocer que el aire, el agua, la energía solar, los bosques, el conocimiento, la biodiversidad del planeta, la seguridad alimentaria, la salud, los océanos, el espacio hertziano, la educación, la estabilidad económica, la seguridad colectiva, son bienes y servicios que deben ser garantizados por la colectividad mundial y bajo su responsabilidad.”[39]

 

En un “mundo lleno”, el comportamiento no cooperativo no sólo destruye a otros: es también autodestructivo. Ser egoísta sale muy caro cuando las cosas vienen mal dadas. Y ser egoísta no es “natural” en ningún sentido interesante de la palabra “natural”, como los etnólogos y antropólogos saben muy bien.

Aunque he tratado este importante asunto por extenso en un texto que pregunta si “¿Somos los seres humanos egoístas por naturaleza?”[40], recordemos al menos aquí un par de cuestiones básicas. “En las sociedades que viven en el límite de la subsistencia no existe el hambre”, señalaba el antropólogo estadounidense Melville Jean Herskovits (en su obra de 1940 The Economic Life of Tribal Peoples): no porque no se den situaciones de escasez, sino cuando alguien padece necesidad está seguro de recibir ayuda. Sin compartir, estas sociedades “primitivas” no sobreviven. La humanidad preindustrial no conocía la clase de egoísmo competitivo que la ideología dominante adscribe con alucinante desparpajo a la “naturaleza humana”. Una anécdota de los años cincuenta ilustra bien lo que está en juego. Durante una partida de caza en Sudáfrica, un grupo de blancos conducidos por el explorador Laurens van der Post topó con un grupo de bosquimanos San, una docena entre adultos y niños. Van der Post y los suyos dedicaron unas horas a cazar, de manera que los San pudieran llevar algo más de comida en su viaje «hacia el relámpago en el horizonte», donde estaban comenzando las lluvias estacionales. Uno de los blancos observó que los San no daban las gracias al resultar así favorecidos, y censuró su ingratitud.

“Ben, otro de los participantes que comprendía la cultura bosquimana, replicó que dar a otro ser humano comida y agua es sólo comportamiento correcto, pura rutina entre los bosquimanos. Si los blancos se hubiesen hallado perdidos en el desierto y muriendo de hambre, y los bosquimanos les hubieran hallado, de inmediato habrían compartido su comida y agua, incluso arriesgando su propia supervivencia. Y no hubieran esperado que les dieran las gracias a cambio.”[41]

 

 

Una fase de reflexividad acrecentada (contaminación en un “mundo lleno”)

 

Las reglas de gestión, los criterios económicos y los principios de convivencia que han de regir en un “mundo lleno” son diferentes a los que desarrollamos en el pasado para un “mundo vacío”. Como bien saben el matemático o el teórico de sistemas, el cambio en las “condiciones en los límites” transforma el equilibrio del sistema.

Cuando alcanzamos los límites del planeta, todo parece volver a nosotros en una suerte de “efecto bumerán” ubicuo y multiforme, y se vuelve imperiosa la necesidad de organizar de una manera radicalmente distinta nuestra manera de habitarlo. En todas partes retornan a nosotros los efectos de nuestra actividad –a menudo de forma muy problemática. Podríamos aducir muchos ejemplos, pero uno importante es el de los desechos y residuos que generamos. Los sistemas locales de gestión de la contaminación nos hacen creer que nos desembarazamos de las sustancias nocivas, pero en realidad lo que suele suceder es que las trasladamos más lejos, a menudo haciendo surgir en otro lugar problemas que pueden ser más graves que los iniciales. Y no encontramos ya centímetro cúbico de aire o agua, o gramo de materia viva, donde no podamos rastrear las trazas de nuestros sistemas de producción y consumo.

 

NUESTRAS MARCAS IMPRESAS HASTA EN LO MÁS ÍNTIMO Y REMOTO

(A) Investigadores del CSIC hallan contaminantes en las truchas de once lagos de alta montaña europeos

Un estudio llevado a cabo por investigadores del CSIC, en colaboración con el Norwegian Institut for Water Research, ha detectado la presencia del contaminante polibromodifenil éter (PBDE) en truchas de once lagos de alta montaña de Europa y Groenlandia. El descubrimiento se realizó tras analizar muestras de músculo e hígado, y grasa de ambos tejidos. El interés científico del trabajo está en que muestra cómo en relativamente pocos años los PBDE se han distribuido a zonas tan remotas como los lagos de alta montaña.

Las muestras analizadas revelan concentraciones medias de 0,1 a 1,3 nanogramos por gramo en hígado (de 2,4 a 40 nanogramos en grasa), y de 0,06 a 0,7 nanogramos por gramo en músculo (de 2,9 a 410 nanogramos por gramo en grasa). Los polibromodifenil éteres (PBDE) son compuestos bromados retardantes de llama que se emplean en la industria y en numerosos componentes para prevenir incendios. Se empezaron a utilizar hace unos años como sustitutos de los más tóxicos PCB y se pueden encontrar en gran variedad de aplicaciones sobre plásticos, textiles, circuitos electrónicos y otros materiales. Su uso está en aumento. De hecho, se estima que entre 1990 y 2000 se pasó de 145.000 a 310.000 toneladas anuales de compuestos bromados.

En esta misma línea se encuentra otro trabajo realizado por un equipo de científicos del Instituto de Investigaciones Químicas y Ambientales de Barcelona (CSIC) y de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Este trabajo, dirigido por el profesor de investigación del CSIC Damiá Barceló, analiza la presencia de PBDE y hexabromociclododecano (HBCD) en peces y sedimentos de cuatro localizaciones del río Cinca. Las muestras analizadas provienen de las partes más extremas del mencionado río a su paso por Monzón, población muy industrializada. Se han analizado las concentraciones de PBDE y HBCD en el hígado y el músculo de 23 ejemplares de barbos de Graells (pez normalmente no destinado a alimentación) y en los sedimentos del río.

En las muestras de sedimentos se han encontrado concentraciones de PBDE que van desde dos hasta 42 nanogramos por gramo en seco y, en el caso del HBCD, desde niveles no detectables hasta 514 nanogramos por gramo. Más elevadas son las concentraciones en los peces. Se han hallado desde niveles no detectables hasta 446 nanogramos por gramo de PBDE. Y desde niveles no detectables hasta 1.172 nanogramos de HBCD. También se han encontrado otros compuestos bromados de la misma familia, en sedimentos y en peces.

Fuente: El Mundo, 22 de abril de 2004.

 

(B) Océanos de plástico

Científicos británicos han descubierto fragmentos microscópicos de nylon, poliéster y otros siete tipos de plásticos en aguas y sedimentos del Atlántico Norte. Esos minúsculos plásticos son ingeridos por percebes y diminutos crustáceos con consecuencias ambientales aún impredecibles.

Cuatro décadas de producción masiva, a un ritmo anual de millones de toneladas, ha originado una peligrosa acumulación de plástico en los océanos. En las orillas de islas remotas y de los territorios polares se ha documentado la llegada de esa basura, que puede persistir siglos en esos frágiles hábitats. Ahora, científicos británicos de las Universidades de Plymouth y Southampton aportan pruebas de que también existe una generalizada contaminación por fragmentos microscópicos de plástico en zonas pelágicas y sedimentarias, que sería el resultado de la degradación de ropas, cuerdas, embalajes y objetos de mayor tamaño arrojados como basura a los mares.

«Esos minúsculos plásticos son ingeridos por organismos marinos, aunque las consecuencias ambientales son todavía desconocidas», matiza Richard Thompson y sus colaboradores. La microbasura plástica había suscitado poca preocupación científica porque su potencial contaminante era considerado bajo a escala global. La mayoría de los plásticos son resistentes a la biodegradación y por eso sólo se consideraban peligrosos para el medio ambiente los objetos relativamente grandes fabricados con esos materiales sintéticos. En realidad, la mayoría acaba fragmentándose por el batir del mar. Y además hay muchos productos, como ciertos agentes limpiadores, que contienen pequeños fragmentos de plástico abrasivos.

Para cuantificar la abundancia de microplásticos en los océanos, este equipo recogió sedimentos en playas y estuarios de la zona de Plymouth. La mayoría de partículas filtradas en laboratorio tenía un origen natural, aunque un tercio eran polímeros sintéticos de varias clases, como acrílicos, poliéster, polietilenos, polivinilos, nylon, polipropilenos y metacrilato. Los rastreos se ampliaron a playas de todo el litoral británico, lo que permitió comprobar la generalizada contaminación de los hábitats sedimentarios.

La situación en mar abierto es similar. Se examinaron muestras de plancton recogidas desde los años 60 en la ruta marítima entre Abeerden y las islas Shetland, de 315 kilómetros de distancia, y en la ruta entre Sule Skerry e Islandia, de 850 km. Estos científicos hallaron numerosos fragmentos de polímeros similares y observaron que la concentración era superior cuanto más reciente había sido la recogida de la muestra. La mayoría de estos fragmentos tenía un tamaño que no superaba las 20 micras de diámetro. En la cadena alimenticia las consecuencias de estas diminutas partículas sobre los seres vivos están por determinar. Se sabe que los grandes objetos de plástico arrojados a los mares causan problemas a peces, mamíferos y pájaros. Para determinar los efectos de la basura microscópica, los investigadores introdujeron micropartículas plásticas en acuarios con tres clases de pequeños organismos marinos: anfípodos (pequeños crustáceos que se alimentan de detritus), lombrices de arena y organismos que filtran agua, como los percebes. El grupo de Thompson observó que todos los especímenes ingerían los plásticos en cuestión de días. En las conclusiones de este estudio, publicado hoy en la revista Science, se matiza que la posibilidad de que las sustancias tóxicas presentes en los plásticos pasen a la cadena alimenticia está aún por demostrar.

Fuente: ABC, 7 de mayo de 2004

 

(C) Productos químicos dañinos en nuestra sangre

Ordenadores, secadores, televisiones, sartenes antiadherentes, biberones, prendas de ropa, alfombras o productos cosméticos contienen sustancias químicas tales como retardantes de fuego, compuestos químicos perfluorados, plaguicidas, antibacterianos y almizcles sintéticos, que se concentran sobre todo en la sangre de los más jóvenes y de las personas mayores. La organización ecologista WWF ha analizado tres generaciones pertenecientes a trece familias europeas, con el objetivo de detectar la presencia de 107 productos químicos en nuestro organismo: y ha confirmado la presencia de 73 de ellos. Los niños están a menudo más contaminados que sus padres. De las tres generaciones estudiadas, los abuelos son los que contienen un mayor número de productos químicos en la sangre, elevándose a 63 sustancias, seguidos de los más jóvenes que, con 59 productos químicos presentes en su sangre, superan la contaminación sanguínea de sus progenitores.

     Una de las participantes en el análisis, Marie-Christine, madre de familia belga, asegura haberse quedado atónita con los resultados del estudio y advierte de ‘la falta de conocimiento sobre los riesgos potenciales de los productos que utilizamos a diario’. Y es que el impacto de las sustancias químicas en la salud y en el medio ambiente sólo puede ser observado a largo plazo, lo que hace que todavía hoy exista un gran desconocimiento de su verdadero efecto. De ahí también que su regulación y control sean precarios.

     El mismo experimento ya se hizo en 2003 con miembros del Parlamento europeo, ministros de la UE, científicos y celebridades. Dos años después los resultados se confirmaron. ‘Somos cobayas involuntarios de una experiencia desprovista de cualquier control’, afirma Kurt Wagner, director de la campaña de WWF en Europa. La mayoría de los productos detectados fueron prohibidos hace años por la UE, pero continúan siendo una de las mayores amenazas para el hombre y para la fauna salvaje. Es el caso del DDT, un insecticida altamente persistente en organismos vivos y en el medio ambiente, y del PCB, bioacumulable y con claros efectos negativos en el desarrollo neurológico.

Una de las sustancias con mayor presencia en la sangre es el retardante de fuego TBBP-A, utilizado en secadores, microondas, televisiones, tapicerías o prendas de ropa. Se trata de un producto químico que a priori puede resultar ventajoso por su capacidad para retrasar la propagación de fuego, pero que podría causar trastornos hormonales a largo plazo. Lo mismo ocurre con las grandes concentraciones de bisfenol-A en niños, que tiene un efecto imitador de hormonas y que está presente en ciertos envases de botellas de plástico y en las cajas de CD.

En la mayoría de los casos, estos productos podrían ser sustituidos por otros con menor impacto, pero ello requeriría profundas investigaciones y análisis que la industria química y de otros sectores que hacen uso de esas sustancias no están dispuestos a pagar.

Fuente: ABC, 27 de octubre de 2005

 

Veamos otro ejemplo. En un “mundo vacío”, las sustancias tóxicas se diluyen, y podríamos quizá despreocuparnos de lo toxificados que están nuestros sistemas productivos; pero en un “mundo lleno” los tóxicos acaban siempre retornando a nosotros, produciendo daño. De ahí la importancia de propuestas como las que avanza la química verde[42], que diseña procesos y productos químicos que eliminan (o reducen al máximo) el uso o la generación de sustancias peligrosas. Lo decisivo, aquí, es incorporar ya en la fase inicial de diseño la previsión de los riesgos que pueden surgir después, cuando el compuesto químico marcha a vivir su vida dentro de ecosistemas, sociosistemas, mercados y organismos vivos[43]. De nuevo vemos cómo producir en un “mundo lleno” exige un salto cualitativo en lo que a reflexividad se refiere: la anticipación de daños futuros obliga a intervenir en el momento de diseño inicial.[44]

 

LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA QUÍMICA VERDE

SEGÚN PAUL ANASTAS Y JOHN WARNER

  1. Evitar los residuos (insumos no empleados, fluidos reactivos gastados).
  2. Maximizar la incorporación de todos los materiales del proceso en el producto acabado.
  3. Usar y generar sustancias que posean poca o ninguna toxicidad.
  4. Preservar la eficacia funcional, mientras se reduce la toxicidad.
  5. Minimizar las sustancias auxiliares (por ejemplo disolventes o agentes de separación).
  6. Minimizar los insumos de energía (procesos a presión y temperatura ambiental).
  7. Preferir materiales renovables frente a los no renovables.
  8. Evitar derivaciones innecesarias (por ejemplo grupos de bloqueo, pasos de protección y desprotección).
  9. Preferir reactivos catalíticos frente a reactivos estequiométricos.
  10. Diseñar los productos para su descomposición natural tras el uso.
  11. Vigilancia y control “desde dentro del proceso” para evitar la formación de sustancias peligrosas.
  12. Seleccionar los procesos y las sustancias para minimizar el potencial de siniestralidad.

Fuente: Paul T. Anastas y John C. Warner: Green Chemistry, Theory and Practice, Oxford University Press 1998, p. 30.

 

Por cierto que el ejemplo de la química verde nos ha servido para introducir una cuestión importante: la del mal diseño de nuestros sistemas tecnológicos. De manera análoga a como la ingeniería química necesita un importante proceso de “rediseño” para que sus procesos y productos “encajen bien” en la biosfera, lo mismo sucede con la gran mayoría de nuestros sistemas socio-tecnológicos, cuyo conjunto podemos llamar tecnosfera. Volveremos después sobre este asunto (en los capítulos 2, 8 y 9).

 

 

Productividad en un “mundo lleno”

 

Uno de los elementos determinantes de la Revolución Industrial fue el gigantesco salto en la productividad humana que permitió. La historia es bien conocida: la conjunción de una serie de procesos como la privatización de bienes comunes (las enclosures en el campo inglés), la acumulación primitiva de capital, la dinámica comercial y mercantilizadora, ciertas mejoras técnicas, una creciente división del trabajo, una también creciente proletarización del campesinado, la mecanización intensiva y el uso masivo de una nueva fuente de energía (el carbón) condujeron a una transformación de los sistemas productivos que hizo crecer exponencialmente las capacidades productivas humanas. En la industria textil británica, lo que hacían doscientos obreros en 1770 lo realizaba uno solo ya en 1812, y esta poderosa tendencia al incremento constante de la productividad del trabajo ha proseguido desde entonces: en los últimos decenios, como es bien sabido, ha recibido nuevos impulsos (automatización, informatización, robotización). En definitiva, una tendencia histórica del capitalismo industrial ha sido producir cantidades crecientes de bienes y servicios con cantidades decrecientes de trabajo.

Ahora bien, los comienzos de la Revolución Industrial tuvieron lugar en un “mundo vacío” en términos ecológicos, y –consiguientemente— la preocupación por la productividad de las materias primas y la energía fue solamente marginal. Los recursos naturales y el capital natural se consideraban prácticamente “bienes libres”. Ciertamente se han producido en los últimos dos siglos importantes avances en la productividad del factor productivo naturaleza, pero sólo como subproducto de otras búsquedas orientadas a aumentar los beneficios, y no como objetivo de una estrategia sistemática y deliberada.

La situación ha de cambiar radicalmente en un “mundo lleno”. Observemos que la racionalidad económica requiere que se maximice la productividad del factor de producción más escaso. Ahora bien: entre los tres factores clásicos de producción –trabajo, capital y tierra/naturaleza–, a largo plazo –y ya en nuestro “mundo lleno”– la naturaleza es el factor de producción más escaso. En efecto: la fuerza de trabajo es reproducible si existen alimentos y recursos naturales; el capital es reproducible si existe trabajo y recursos naturales; pero la naturaleza no es reproducible de la misma forma. Existen recursos naturales –los combustibles fósiles, por ejemplo– que se están agotando irreversiblemente, los recursos renovables se vuelven en la práctica no renovables cuando se sobreexplotan, muchos ecosistemas están degradándose irreversiblemente. Hoy, los únicos recursos renovables infrautilizados parecen ser la energía solar directa y la fuerza de trabajo humana: “la evolución de la economía humana ha conducido de una era en la que el capital manufacturado era el factor limitante para el desarrollo económico a otra era en la que el restante capital natural se ha convertido en el factor limitante.” [45]

En el “mundo vacío” de los comienzos de la industrialización, donde el factor trabajo escaseaba y el factor naturaleza abundaba, tenía sentido concentrarse en la productividad humana; en un “mundo lleno” en términos ecológicos, donde la situación es inversa (el factor trabajo abunda y el factor naturaleza escasea), hay que invertir en protección y restauración de la naturaleza, así como buscar incrementos radicales de la productividad con que la empleamos[46]. Es el importante tema de la ecoeficiencia[47], que trataremos con detalle más adelante en este libro. Observamos de nuevo cómo cuando se ha “llenado” o saturado ecológicamente el mundo, han de cambiar las reglas básicas de juego (en este caso, las estrategias de producción de bienes y servicios).

El problema de fondo con la productividad es que las ganancias en un ámbito suelen ir de consuno con pérdidas en otro, y que los seres humanos solemos ser propensos a ocultárnoslo tenazmente a nosotros mismos.

 

 

Insostenibilidad en un “mundo lleno”

 

El historiador ambiental John R. McNeill, en su contribución a las jornadas sobre “Políticas de la Tierra” en Salamanca, señaló que desde luego vivimos en sociedades ecológicamente insostenibles (aun más: la inmensa mayoría de las comunidades y sociedades humanas, hasta hoy, han sido insostenibles, esto es, las consecuencias ecológicas de sus comportamientos imposibilitaban que estos pudieran prolongarse a largo plazo); y que, por añadidura, si uno examina fríamente la cuestión, no hay razones para esperar cambios hacia la sostenibilidad a corto plazo, a pesar de las preocupaciones de los científicos y de la retórica sostenibilista oficial.

“Es cierto que en los últimos decenios algunos estados han hecho de la sostenibilidad ecológica un objetivo oficial explícito de su política. Nueva Zelanda, por ejemplo, se comprometió con este objetivo en 1992. Pero estos compromisos oficiales, en Nueva Zelanda, en los Países Bajos, o en cualquier otro lugar, siguen siendo esencialmente fórmulas retóricas. Los poderes ejecutivo y legislativo aceptaron esos compromisos sólo porque imaginaron (correctamente) que los pasos necesarios no se darían, o si se daban sería en un futuro lejano que no les afectaría. Los estamentos más poderosos del gobierno y de la sociedad siguen empeñados en garantizar que otras prioridades prevalezcan sobre la sostenibilidad ecológica. Las prioridades más importantes suelen ser la seguridad y el crecimiento económico, ninguna de las cuales es fácil de compatibilizar con la sostenibilidad ecológica.”[48]

Su conclusión, sin embargo, no es pesimista: según el historiador de la Universidad de Georgetown, no estamos abocados a un colapso rápido, y la insostenibilidad podría durar todavía bastante tiempo, quizá uno o dos siglos más.

“Para ver cómo puede funcionar esto, volvamos a la historia de China y al análisis de Mark Elvin. China es la civilización más antigua del mundo, con una continuidad cultural que se mantuvo durante más de 3.500 años. Pero China jamás ha organizado en estos últimos 3.500 años una economía sostenible. En vez de eso, ha desarrollado sucesivamente varios regímenes insostenibles sucesivos, cada uno de ellos distinto de los anteriores. China se enfrentó a distintas crisis, y tuvo que desarrollar nuevas tecnologías, nuevos cultivos, cambiar sus modelos de comercio, etc., con lo que fue acumulando un régimen insostenible tras otro para evitar, o al menos posponer, el colapso total.”[49]

No obstante, cabe preguntarse si este análisis moderadamente optimista no está dejando de considerar cuestiones importantes. Para mí, dos son decisivas. La primera: aunque continuar la “huida hacia delante” pudiera permitir la subsistencia humana en condiciones de extrema degradación ecológica, está por ver que valiese la pena –en términos de una existencia humana decente— subsistir en semejantes condiciones (que podrían incluir, por ejemplo, terribles tiranías y atroces desigualdades sociales “congeladas”).

La segunda cuestión básica es que, aunque en el pasado muchos grupos humanos lograsen practicar la “huida hacia delante” que McNeill –apoyándose en Mark Elvin— identifica en China, lo hacían en condiciones de “mundo vacío”. Pero sucede que en un “mundo lleno” ya no hay lugar donde huir: las estrategias de crecimiento extensivo son directamente inviables, y las estrategias de intensificación chocan contra límites cada vez más estrechos[50]. Por ello, quizá en el pasado se lograse escapar desde una situación insostenible a otra según pautas que no resulten ya practicables en el futuro. Lo factible en un “mundo vacío” no tiene por qué serlo en un “mundo lleno”.

 

 

Costes externos (o externalidades) en un “mundo lleno”

 

La teoría económica (y también la experiencia cotidiana) ha identificado hace tiempo el problema de los costes externos o «externalidades negativas»: las actividades económicas generan –a menudo como subproducto indeseado— costes externos para terceros, en forma de daños y molestias de tipo social y ecológico, como la contaminación, el agotamiento de recursos, la degradación de los suelos fértiles, la destrucción de la belleza natural, la pérdida de diversidad (biológica y cultural), la desintegración de las comunidades… Al producir “bienes” económicos, producimos también inevitablemente “males” socioecológicos (trataremos esta cuestión con más profundidad en el capítulo 5 de este libro, recurriendo al concepto de producción conjunta).

La magnitud de estos costes externos es enorme: de la persistencia de tales mecanismos de “exportación de daños” depende la supervivencia económica de las mayores empresas del mundo, y el dominio que los ricos y poderosos ejercen sobre los empobrecidos. Por ejemplo, el economista estadounidense Ralph Estes calculó que, sólo tomando en cuenta externalidades “irrefutables” bien establecidas en estudios serios, en 1994 se permitió a las empresas estadounidenses infligir daño social y ecológico por valor de 2’6 billones de dólares: es decir, cinco veces más que sus beneficios totales.[51]

La cuestión, de nuevo, es que la escala y la naturaleza de las externalidades negativas es completamente diferente en un “mundo vacío” y en un “mundo lleno”. En el primero hay mucho espacio ecológico disponible para que los costes externos (todavía de naturaleza fundamentalmente local) se diluyan, y las personas se trasladen a lugares afectados por menos daños y molestias; en el segundo aparecen “externalidades” generalizadas (como el “efecto de invernadero” o la difusión de tóxicos organoclorados por toda la biosfera), se saturan las funciones que producen los ecosistemas para la economía humana (fuentes de recursos, sumideros de residuos, servicios esenciales para el mantenimiento de la vida) y no quedan zonas más o menos intactas a las que escapar.

Por eso, las reglas de juego han de cambiar radicalmente cuando pasamos del “mundo vacío” al “mundo lleno”. En el primero, podría tener sentido tratar al aire puro, el agua limpia y la tranquilidad como bienes libres; en el segundo se trata de bienes ineluctablemente escasos. En un “mundo vacío” podía hallar alguna justificación el que prevaleciese el “derecho a contaminar” de la industria sobre los derechos de las personas afectadas (por no hablar ahora de los restantes seres vivos afectados); en un “mundo lleno” la situación debería invertirse, con cambios institucionales de largo alcance. Así, se ha propuesto reconocer derechos de apacibilidad (amenity rights), de salud y de integridad ecológica, derechos reconocidos por la ley y exigibles en los tribunales[52]. Una vez reconocidos tales derechos no se podría forzar a nadie, en contra de su voluntad, a que absorbiese los subproductos nocivos de la actividad de otros.

“Basta con imaginar un país en el que los individuos se viesen investidos por la ley con derechos de propiedad por lo que respecta al aislamiento, la tranquilidad y el aire puro –cosas todas ellas muy simples, pero indispensables para muchos para disfrutar de la vida— para reconocer que la amplitud de los pagos compensatorios [en economías con mercados competitivos, J.R.], que forzosamente deberían acompañar a la actuación de las industrias, del tráfico motorizado y de las líneas de aviación, obligaría a muchos de ellos a retirarse, o quizás a operar a niveles situados muy por debajo de aquellos que prevalecerían en ausencia de tal legislación, por lo menos hasta que la industria y el transporte descubriesen formas baratas de controlar sus subproductos nocivos. (…) Aquello que proponemos puede considerarse como una alteración del marco legal dentro del cual operan las empresas privadas con el fin de que se dirijan a objetivos que estén más de acuerdo con los intereses de la sociedad moderna.”[53]

La propuesta de los amenity rights es una vía interesante para “internalizar las externalidades” generadas en economías de mercado que operan dentro de un “mundo lleno” (otra vía sería una amplia y bien meditada reforma fiscal ecológica)[54]. Es muy importante señalar que los “fracasos del mercado” pueden interpretarse en muchos casos, más bien, como fracasos del marco legal que ordena los mercados. “En especial, debemos recordar que lo que constituye un coste para la empresa depende de la legislación existente. Si la ley aceptase la esclavitud, los costes de la mano de obra se reducirían a los costes implicados en la captura de un hombre y en mantenerlo al nivel de subsistencia”[55].

En un “mundo vacío”, “internalizar las externalidades” podía considerarse un desideratum de rango secundario para el buen funcionamiento de la economía; en un “mundo lleno” se convierte en un imperativo político-moral de primer orden, y en algunos casos incluso en un requisito de supervivencia.

 

 

Apropiación justa en un “mundo lleno”

 

Pensemos, por otra parte, en los criterios de apropiación justa que desarrolló la filosofía política occidental. Clásica al respecto es la reflexión de John Locke, quien sentó las bases de la teoría liberal de la propiedad. Como es sabido, el principio fundamental propuesto por Locke es el derecho del autor a su obra, que remite a la idea del hombre como ser propietario: propietario de sí mismo, en cuerpo y alma, y de cuanto haga, produzca u obtenga con su cuerpo y su alma (es la figura del individualismo posesivo que C.B. MacPherson analizó profundamente[56]). Locke insiste una y otra vez en que “el trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son propiedad suya”[57] (del ser humano), en la medida en que el trabajo mezcla los dones de la naturaleza con el esfuerzo físico e intelectual humano. Ahora bien, cabe preguntarse enseguida, ¿cuáles son las condiciones para que la apropiación resultante de ese trabajo humanizador de la naturaleza resulte justa? Locke establece tres cláusulas de apropiación justa, una de las cuales es la que nos interesa aquí. Dice así: “Esta apropiación es válida cuando existe la cosa en cantidad suficiente y quede de igual calidad en común para los otros”[58].

Salta a la vista que se trata de una condición pensada para el “mundo vacío”: Locke siempre pensó en la infinitud de la naturaleza, porque en su época, como decía, existían amplias extensiones de tierra sin ser explotadas. Así, para el pensador inglés, la privatización absoluta de la tierra en la Europa del XVII no incumplía la regla de apropiación justa, puesto que aún quedaban extensas tierras vírgenes en América

“La regla de apropiación, es decir, que cada hombre posea tanto cuanto pueda aprovechar, podía seguir siendo válida en el mundo, sin que nadie se sintiera estrecho y molesto, porque hay en él tierra bastante para mantener al doble de sus habitantes, si la invención del dinero, y el acuerdo tácito de los hombres de atribuirle un valor, no hubiera introducido (por consenso) posesiones mayores y un derecho a ellas.”[59]

En un “mundo lleno”, no quedan ya tierras vírgenes por explotar, y la teoría liberal de la apropiación justa deja de rendir los servicios de legitimación para los que fue ideada.

 

 

Desigualdad en un “mundo lleno”

 

En un “mundo lleno”, los problemas de desigualdad sociopolítica y de justicia distributiva se plantean de forma muy diferente a como lo hacían en el mundo que acabamos de dejar atrás. En efecto: en los años de fuerte crecimiento económico que siguieron a la segunda guerra mundial –años de “pacto social fordista” y de expansión del “Estado del bienestar” en el Occidente industrial, y de expectativas de avance en los países eufemísticamente llamados “en vías de desarrollo”–, cabía esperar que, incluso dentro de estructuras sociales profundamente desiguales, el enriquecimiento general permitiría que los “beneficios del progreso” mejorasen la situación de todos, incluso de los más pobres y desprotegidos. Como evoca Paco Fernández Buey:

“Hubo un tiempo no muy lejano en el que los economistas defensores del modo capitalista de producir y de vivir argumentaban que este sistema es el mejor de los posibles (en época de vacas gordas, naturalmente) porque la mano invisible del mercado permite hacer crecer una tarta maravillosa cuyos restos, en última instancia, aprovechan a todos, incluso a los parias explotados y desempleados. Pero no es nada seguro que esta imagen se adecúe al momento presente. Pues estos son tiempos de negocios ecológicos y de reciclaje en curso de todo lo divino y lo humano, y en ellos los restos de la tarta que queda para los pobres y proletarios del mundo ni siquiera son ya pastel: son residuos, basura.[60]

Fernández Buey se refiere sobre todo a la calidad del pastel que ha de repartirse, pero también su cantidad cuenta (de hecho, ambas cuestiones están interrelacionadas, como sería fácil mostrar). En un mundo lleno el pastel no puede seguir creciendo, y por lo tanto cae por su propio peso la que probablemente sea más fuerte justificación del mantenimiento de las desigualdades (que pueden mejorar la situación de los que peor están, al estimular el crecimiento general de la riqueza, vía los incentivos económicos a los “más capaces y productivos” en contextos de mercado). A partir de la crisis ecológica y la situación de haber “llenado el mundo” hay, por tanto, nuevas y más fuertes razones para exigir la igualdad social.[61] El enorme –y creciente— nivel de desigualdad existente se vuelve moralmente aún más intolerable cuando la perspectiva de una mejora material ilimitada deja de ser una opción.[62]

En un planeta finito cuyos límites se han alcanzado, ya no es posible desembarazarse de los efectos indeseados de nuestras acciones (por ejemplo, la contaminación) desplazándolos a otra parte: ya no hay “otra parte”. Una vez hemos “llenado el mundo”, volvemos a hallarnos de repente delante de nosotros mismos: recuperamos de alguna forma la idea kantiana de que en un mundo redondo nos acabamos encontrando. Por eso, en la era de la crisis ecológica global, la filosofía, las ciencias sociales y la política entran en una nueva fase de acrecentada reflexividad. Y la humanidad debe hacer frente a una importante autotransformación… que acaso puede ser iluminada por el ciclo vital de una humilde ameba, como nos sugiere Albert Jacquard.

 

AUTOTRANSFORMACIÓN: LA AVENTURA

DE LA AMEBA DICTYOSTELIUM DISCOIDEUM

“Los desarrollos exponenciales tienen necesariamente un límite. El desarrollo tecnológico de la humanidad acaba de alcanzar ese límite. Su desarrollo demográfico lo alcanzará antes de un siglo, situación comparable a la aventura de la ameba Dictyostelium discoideum. Cuando el medio le aporta alimentación suficiente, cada ameba, unicelular, vive y se reproduce por su propia cuenta, en competencia con las otras. Pero si este medio es limitado, la expansión de la colonia agota las riquezas que aquél aporta. La falta de alimento y de espacio provoca entonces una modificación radical. Las células se reúnen para formar sólo un ser único; luego se diferencian, unas constituyendo la base de ese ser, las otras el equivalente de su cabeza. Si el medio se vuelve más favorable, esta cabeza se abre para difundir esporas que se reconvertirán en amebas aisladas, y el ciclo recomienza.

En un planeta que se pudiera considerar como infinito, inagotable, el espléndido aislamiento de los egoísmos, individuales o colectivos, sería posible. En nuestro planeta cada vez más pequeño, de recursos no renovados, esta actitud es suicida para todos. Nos hace falta, como a la ameba, reunirnos para formar un ser único. Pero, al contrario que la ameba, no tenemos ninguna esperanza de ver un día ensancharse y enriquecerse nuestro medio. Estamos definitivamente condenados a la solidaridad de las células de un mismo ser. No cabe alegrarse de ello ni deplorarlo: hay que sacar consecuencias. (…) Desde mañana, la humanidad debe ser diferente de lo que era ayer, del mismo modo que el hombre adulto se diferencia del niño.”[63]

 

Topar con los límites de su medio obliga a la ameba a dar un impresionante salto cualitativo; de forma análoga la humanidad, en una situación de “mundo lleno”, tendría que autotransformarse adoptando nuevas pautas organizativas, reconstruyendo sus sistemas productivos, potenciando otras normas y valores…

 

 

Un mundo sin alrededores

 

Nuestro “mundo lleno”, que es un mundo vulnerable[64], ha de ser pensado también como un mundo sin alrededores, según la acertada sugerencia de Daniel Innerarity. Para este investigador, todas las explicaciones que se ofrecen para aclarar lo que significa la globalización se contienen en la metáfora de que el mundo se ha quedado sin márgenes, sin afueras, sin extrarradios. Global es lo que no deja nada fuera de sí, lo que contiene todo, vincula e integra de manera que no queda nada suelto, aislado, independiente, perdido o protegido, a salvo o condenado, en su exterior. El “resto del mundo” es una ficción o una manera de hablar cuando no hay nada que no forme de algún modo parte de nuestro mundo común. No hay alrededores, no hay “resto del mundo”: nos encontramos –hay que insistir en ello– cara a cara con todos los demás seres humanos, y regresan a nosotros las consecuencias de nuestros actos en un “efecto bumerán”.

“La mayor parte de los problemas que tenemos se deben a esta circunstancia o los experimentamos como tales porque no nos resulta posible sustraernos de ellos o domesticarlos fijando unos límites tras los que externalizarlos: destrucción del medio ambiente, cambio climático, riesgos alimentarios, tempestades financieras, emigraciones, nuevo terrorismo. Se trata de problemas que nos sitúan en una unidad cosmopolita de destino, que suscitan una comunidad involuntaria, de modo que nadie se queda fuera de esa suerte común. Cuando existían los alrededores había un conjunto de operaciones que permitían disponer de esos espacios marginales. Cabía huir, desentenderse, ignorar, proteger. Tenía algún sentido la exclusividad de lo propio, la clientela particular, las razones de Estado. Y casi todo podía resolverse con la sencilla operación de externalizar el problema, traspasarlo a un ‘alrededor’, fuera del alcance de la vista, en un lugar alejado o hacia otro tiempo. Un alrededor es precisamente un sitio donde depositar pacíficamente los problemas no resueltos, los desperdicios, un basurero. (…) Tal vez pueda formularse con esta idea de la supresión de los alrededores la cara más benéfica del proceso civilizador y la línea de avance en la construcción de los espacios del mundo común. Sin necesidad de que alguien lo sancione expresamente, cada vez es más difícil ‘pasarle el muerto’ a otros, a regiones lejanas, a las generaciones futuras, a otros sectores sociales. Esta articulación de lo propio y lo de otros plantea un escenario de responsabilidad que resumía muy bien un chiste de El Roto: «En un mundo globalizado es imposible intentar no ver lo que pasa mirando para otro lado, porque no lo hay».”[65]

Zygmunt Bauman, el gran sociólogo polaco, llama la atención sobre el fin de las tierras vacías[66]. Benjamin R. Barber, el catedrático de la Universidad de Maryland, ha desarrollado en varias de sus obras recientes las consecuencias políticas de la nueva interdependencia humana. En un mundo donde interior y exterior de las fronteras nacionales tienden a confundirse, donde las crisis de la ecología, la salud pública, los mercados, la tecnología o la política acaban afectando a todos, “la interdependencia es una cruda realidad de la que depende la supervivencia de la especie humana”[67]. En un “mundo lleno”, nos enfrentamos a la inaplazable necesidad de reinventar lo colectivo, y quizá tengamos que reevaluar los valores socialistas básicos –igualdad, cooperación, comunidad— también y destacadamente por razones ecológicas.

 

 

[1] Albert Einstein, “Hacia un gobierno mundial”, 24 de mayo de 1946; ahora en Sobre el humanismo, Paidos, Barcelona 1995, p. 25.

[2] Albert Jacquard, “Finitud de nuestro patrimonio”, Le Monde Diplomatique (edición española) 103, mayo 2004, p. 28.

[3] Jane Lubchenco y otros, “The sustainable biosphere initiative – An ecological research agenda – A report from the Ecological Society of America”, Ecology vol. 72 nº2 (abril de 1991).

[4] Lester R. Brown, Plan B. Salvar el planeta: ecología para un mundo en peligro. Paidos, Barcelona 2004, p. 20.

[5] Remito a mis libros Un mundo vulnerable (Los Libros de la Catarata, Madrid 2000), Todos los animales somos hermanos (Universidad de Granada 2003) y Gente que no quiere viajar a Marte (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004). Los dos primeros volúmenes se han reeditado en 2005 (editorial Los Libros de la Catarata).

[6] Sobre el principio de ecoeficiencia, Ernst Ulrich von Weizsäcker, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales (informe al Club de Roma), Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 1997. En cuanto al último de los cuatro principios, véase Jorge Riechmann y Joel Tickner (eds.), El principio de precaución, Icaria, Barcelona 2002. Una interesante revisión del problema de la tecnociencia, escrita por un científico –astrónomo y cosmólogo— “más allá de toda sospecha”: Martin Rees, Nuestra hora final. Crítica, Barcelona 2004.

[7] Algunas tendencias hoy ya bien dibujadas en el mundo contemporáneo deberían producir verdadero terror. Como ha señalado Félix Ovejero, “la situación de escasez, si se quiere hacer compatible con un sistema donde la desigualdad opera como ‘estímulo’, exigiría una tiranía de ámbito planetario (de los privilegiados para defenderse de los excluidos) de una brutalidad inimaginable. En una situación de aguda escasez, los excluidos pasan a ser un estorbo para los privilegiados. Es lo que técnicamente se llama una situación de dominación. Mientras en una situación de explotación el privilegiado está interesado en que el explotado exista, en una situación de dominación prefiere que desaparezca. En una situación de explotación, la riqueza de unos puede ser causa de la ‘pobreza’ de otros; en una de dominación, la pobreza de unos es condición necesaria de la riqueza de otros (para que los países del primer mundo puedan mantener sus elevados consumos energéticos, esto es, puedan mantener sus actuales condiciones de vida, es condición que los países pobres consuman poco” (en Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.): Razones para el socialismo, Paidos, Barcelona 2001, p. 19). En sentido análogo Francisco Fernández Buey, Otro mundo es posible –Guía para una globalización alternativa, Ediciones B, Barcelona 2004, p. 40. Nunca me cansaré de recomendar la lectura de dos libros importantes: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002. Y Susan George, El informe Lugano, Icaria, Barcelona 2001.

[8] Los debates conceptuales y normativos sobre la igualdad, en el seno de la filosofía práctica, son complejos y extensos: no podré abordarlos aquí. Mi propia respuesta a la pregunta básica  “¿igualdad respecto a qué?” sería más o menos: igualdad en lo relativo a las capacidades humanas necesarias para vivir una vida buena. El lector o lectora interesados podrán hallar una buena introducción a estos debates en los tres libros siguientes: Amartya Sen, Nuevo examen a la desigualdad, Alianza, Madrid 1995. Alex Callinicos: Igualdad, Siglo XXI, Madrid 2003. Y Gerald A. Cohen, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Paidos, Barcelona 2001.

[9] Para una reflexión actual sobre los valores socialistas véase Gerald A. Cohen, “Vuelta a los principios socialistas”, mientras tanto 74, Barcelona 1999; y Félix Ovejero, capítulos 1 y 2 de Proceso abierto –El socialismo después del socialismo, Tusquets, Barcelona 2005. Una importante relectura de las tradiciones socialistas con mirada republicana en Antoni Domènech, El eclipse de la fraternidad, Crítica, Barcelona 2004.

[10] Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann, Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista, Siglo XXI, Madrid 1996.

[11] Jorge Riechmann, Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada 2003; segunda edición en Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[12] Ha sido el economista ecológico Herman E. Daly quien más lúcidamente ha argumentado que ya no nos encontramos en una “economía del mundo vacío”, sino en un “mundo lleno” o saturado en términos ecológicos (porque los sistemas socioeconómicos humanos han crecido demasiado en relación con la biosfera que los contiene): Véase Daly y y John B. Cobb, Para el bien común, FCE, México 1993, p. 218. También Daly, “De la economía del mundo vacío a la economía del mundo lleno”, en Robert Goodland, Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Medio ambiente y desarrollo sostenible; más allá del Informe Brundtland, Trotta, Madrid 1997, p. 37-50.

[13] Mathis Wackernagel y otros, “Tracking the ecological overshoot of the human economy”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 9 de julio de 2002, p. 9266-9271. De mucho interés también es la actualización del clásico informe al Club de Roma Los límites del crecimiento (originalmente publicado en 1972): Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows y Jorgen Randers, Limits to Growth: The 30 Year Update, Chelsea Green Publishing 2004.

[14] Paul Hawken, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Natural Capitalism. Creating the Next Industrial Revolution, Little, Brown & Co., Boston/ Nueva York 1999, p. 3.

[15] Immanuel Wallerstein, El futuro de la civilización capitalista, Icaria, Barcelona 1997, p. 79-80. Para Wallerstein, el sistema-mundo capitalista está herido de muerte aunque no sea más que porque “siendo un sistema que necesita una expansión espacial constante, ha alcanzado sus límites” una vez que se ha hecho coextensivo con el mundo (Wallerstein, “The World-System after the Cold War”, Journal of Peace Research vol. 30 número 1, 1993, p. 3). De ahí que, desde la perspectiva de las clases dominantes, resulte “natural” el salto fuera de la biosfera y la conquista del expacio exterior: he tratado esta cuestión en Gente que no quiere viajar a Marte (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004).

[16] Immanuel Wallerstein, “Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida”, Iniciativa Socialista 50, otoño de 1998, p. 58. Pero estos son asuntos que superan la perspectiva que me he dado en este libro, y simplemente los menciono en este lugar, aunque sin desarrollar más semejante análisis.

[17] Lo justifica convincentemente por ejemplo Robert Goodland, “La tesis de que el mundo está en sus límites”, en Robert Goodland Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Medio ambiente y desarrollo sostenible; más allá del Informe Brundtland, Trotta, Madrid 1997, p. 19-36. Después de algunas consideraciones teóricas generales, Goodland va examinando pormenorizadamente las cinco “pruebas” básicas de su tesis: la excesiva apropiación de biomasa por los seres humanos, el calentamiento global, la rotura de la capa protectora de ozono, la degradación del suelo fértil y la masiva hecatombe de biodiversidad.

[18] Véase por ejemplo Jean Baechler, Esquisse d’une histoire universelle, Fayard, París 2002.

[19] La prensa española se ha hecho eco de este estudio: Público el 24 de septiembre de 2009, y El País el 4 de octubre. El artículo original es Johan Rockström, Will Steffen y otros: «Planetary boundaries: Exploring the safe operating space for humanity». Ecology and Society, septiembre de 2009. Puede accederse a este importante artículo en http://www.stockholmresilience.org/planetary-boundaries

[20] Este límite permitiría asumir el margen de error de los actuales modelos climáticos, cuyas conservadoras estimaciones de ascenso de las temperaturas en función de las emisiones podrían minusvalorar hasta dos grados la tendencia en curso. También permitirían conservar las dos placas polares, deteniendo el retroceso del hielo en el Ártico y en la Antártida.

[21] La pérdida de especies puede afectar al equilibrio global del planeta: la reducción hace más vulnerables los ecosistemas en los que viven a otros cambios ambientales potenciados por el hombre. Se espera que este siglo el 30% de los mamíferos, aves y anfibios estén amenazados de extinción.

[22] En efecto, el exceso de CO2 que produce el ser humano no sólo potencia el calentamiento, sino también un proceso paralelo que acidifica las aguas del océano. Este fenómeno afecta directamente a multitud de especies que son muy sensibles a los cambios del pH, especialmente el coral y los moluscos que cubren su cuerpo con conchas.

[23] Se estima que el 25% de las cuencas fluviales del mundo se seca antes de llegar a los océanos a causa de la descontrolada utilización del agua dulce. A juicio del grupo de científicos, la amenaza que se cierne sobre la humanidad por el deterioro de los recursos globales de agua es triple: la pérdida de la humedad del suelo, a causa de la deforestación; el desplazamiento de las escorrentías y el impacto en el volumen de precipitaciones.

[24] El estudio apunta que los sistemas agrícolas que mejor imitan los procesos naturales (biomímesis) podrían permitir una ampliación de este límite, aunque otros factores deberían controlarse. La degradación de la tierra, la pérdida de agua de riego, la competencia con el suelo urbano o la producción de biocombustibles son algunos de ellos. Reservar las tierras más productivas para la agricultura es una de sus principales recomendaciones.

[25] Este fenómeno, conocido como “evento anóxico oceánico”, es una eutrofización masiva que se desencadena por el agotamiento del oxígeno en el agua marina a consecuencia de la sobredosis de fósforo. Los umbrales que provocarían la catástrofe ya se han superado en algunos estuarios y sistemas de agua dulce, pero los científicos creen que, si se mantienen los flujos de fósforo actuales, el riesgo se evitará durante el próximo milenio.

[26] World Resources Institute: A Guide to World Resources, People and Ecosystems, the Fraying Web of Life, WRI 2000.

[27] W.V. Reid y otros: Millennium Ecosystem Asessment Synthesis Report, 2005. Puede consultarse en www.millenniumasessment.org. Véase también Gustavo Catalan Deus: “Alerta de la ONU ante la explotación insostenible de los recursos naturales”, El Mundo, 31 de marzo de 2005. El estudio se ha acometido para evaluar si los Objetivos del Milenio adoptados por Naciones Unidas en el año 2000 son posibles: básicamente, lo que los expertos analizan es si el agua dulce, la pesca, la regulación del aire, el agua, el clima o las enfermedades van a permitir alcanzar las cuotas de bienestar humano que se han marcado los países para 2015.

[28] Goodland, loc. cit., p. 19.

[29] Recordemos que en poco más de siglo y medio la población mundial se ha multiplicado por siete: de mil millones de habitantes hacia 1850, a siete mil millones en 2011. En 2004, la población mundial era de 6.377 millones de habitantes, y en 2005 aumentó a 6.465 (cifras oficiales del Fondo de NN.UU. para la Población), a los que cada año se añaden unos 75 millones más. El bebé que aumentó la población humana a 7.000 millones nació a finales de 2011.

Las previsiones de NN.UU. suponen una estabilización cerca de los nueve mil millones de personas en 2050. Pero Ernest Garcia suele recomendar cautela: para tal estabilización la tasa de fecundidad debería haberse situado ya en la tasa de reemplazo (dos hijos por mujer, o muy poquito más, 2’01), mientras que en 2011 la tasa de fecundidad se sitúa (en el promedio mundial) todavía en 2’5 hijos por mujer.

En 2004, dos de cada cinco personas (2.800 millones en todo el mundo) vivían con menos de dos dólares al día (1’64 euros); en 2005, las mujeres asalariadas ganaban en promedio un 23% menos que los varones en los países ricos, y un 27% menos en los países pobres.

[30] Siempre que conservemos entre nuestros valores el aprecio por la justicia sin el cual “condición humana” se volvería una palabra huera. Si no fuera así, son concebibles modelos de organización socioecológica donde unos pocos viven en espléndidos chalés protegidos por alambre de espinos, campos minados y ejércitos privados –por seguir con nuestra metáfora de antes— mientras que la mayoría se hacina en míseras chabolas en las favelas circundantes. Al respecto, insisto en recomendar la lectura de dos libros importantes: Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002. Y Susan George, El informe Lugano, Icaria, Barcelona 2001.

[31] Gary Gardner, Eric Assadourian y Radica Sarin: “La situación del consumo actual”, en Worldwatch Institue: La situación del mundo 2004, Icaria, Barcelona 2004, p. 55.

[32] Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona 2004. Como ya cité en la introducción, este importante cosmólogo escribe: “Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (…). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo XXI podría hacer peligrar el potencial de la vida.” (p. 16).

[33] Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable, segunda edición, Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[34] Albert Jacquard, “Finitud de nuestro patrimonio”, Le Monde Diplomatique (edición española) 103, mayo 2004, p. 28.

[35] Lester R. Brown: Plan B. Salvar el planeta: ecología para un mundo en peligro. Paidos, Barcelona 2004, p. 307. Por ejemplo –según ha señalado WWF/ Adena en 2005–, la industria pesquera recibe en España 350 euros por tonelada de pescado capturada (totalizando más de 1.700 millones entre 2000 y 2006, según datos oficiales, y sin incluir los acuerdos pesqueros). Y eso ¡en una situación de caladeros sobreexplotados, tanto en nuestros mares próximos como en los más lejanos! Pues, según la AEMA (Agencia Europea de Medio Ambiente), entre el 62% y el 91% de los stocks comerciales –dependiendo del caladero— se encuentran fuera de los límites biológicos de seguridad en el Atlántico Noroeste, y en el Mediterráneo el 70%. A escala mundial, la FAO alertó en 2005 de que el 79% de las pesquerías se encuentran sobreexplotadas o agotadas…

[36] Informe de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) World Energy Outlook 2011, publicado el 9 de noviembre de 2011. Puede consultarse toda la serie en http://www.worldenergyoutlook.org/. Véase también Duncan Clark, “Phasing out fossil fuel subsidies ‘could provide half of global carbon target’”, The Guardian, 19 de enero de 2012; puede consultarse en http://www.guardian.co.uk/environment/2012/jan/19/fossil-fuel-subsidies-carbon-target

[37] Y eso sin contar con que algunas reparaciones dentro del barco (mejoras tecnológicas esperables en los decenios futuros) pueden proporcionar cierta holgura adicional (mejores formas de aprovechar espacios y recursos).

[38] Es muy sugestiva la reflexión al respecto de Enric Tello, en su libro La historia cuenta y en varios artículos de estos últimos años (alguno de los cuales se citará más abajo).

[39] Ricardo Petrella, “Cambiar el mundo es posible”, Le Monde Diplomatique 118 (edición española), agosto de 2005, p. 3.

[40] Capítulo 9 de La habitación de Pascal, Los Libros de la Catarata, Madrid 2009.

[41] Entrada de blog de Tom Hartmann, el 4 de noviembre de 2007, que puede consultarse en http://www.thomhartmann.com/blog/2007/11/last-hours-ancient-sunlight-lessons-ancient-people-have-us

La fuente original de la anécdota es el libro de Laurensvan der Post The Heart of the Hunter, Harvest Books, New York 1961.

[42] Las ideas seminales de este movimiento fueron formuladas por Paul Anastas y Pietro Tundo a comienzos de los años noventa. Un manual básico es Paul T. Anastas y John C. Warner: Green Chemistry, Theory and Practice, Oxford University Press 1998. Dos útiles introducciones breves: Terry Collins, “Hacia una química sostenible”, y Ken Geiser, “Química verde: diseño de procesos y materiales sostenibles”, ambos en Estefanía Blount, Jorge Riechmann y otros, Industria como naturaleza: hacia la producción limpia, Los Libros de la Catarata, Madrid 2003. Dos buenos libros divulgativos son Xavier Domènech, Química verde, Rubes Ed., Barcelona 2005; y José Manuel López Nieto, La química verde, CSIC/ Los Libros de la Catarata, Madrid 2011. En España, el centro de referencia en química verde es el IUCT (Instituto Universitario de Ciencia y Tecnología, véase www.iuct.com), con sede en Mollet del Vallès, que entre otras iniciativas ha creado un programa interuniversitario de doctorado sobre química sostenible pionero en el mundo (participa en él una docena de universidades españolas: véase por ejemplo www.unavarra.es/organiza/pdf/pd_Quimica_Sostenible.pdf). Estos esfuerzos han sido honrados con la concesión del Permio Nobel de Química 2005 al investigador francés Yves Chauvin y a los norteamericanos Robert H. Grubbs y Richard R. Schrock por sus trabajos en química verde (en concreto, por el desarrollo del método de metatesis en síntesis orgánica, que permite reducir notablemente la formación de residuos peligrosos al producir nuevas sustancias químicas).

[43] Como introducción al ecodiseño puede servir Joan Rieradevall y Joan Vinyets, Ecodiseño y ecoproductos, Rubes Editorial, Barcelona 2000.

[44] Tengo presente, claro está, que la sociología de los últimos dos decenios –pienso sobre todo en Anthony Giddens y en Ulrich Beck— ha colocado la categoría de reflexividad en un lugar central. El ex director de la London School of Economics, por ejemplo, ha desarrollado en varias obras una idea optimista –y seguramente demasiado acrítica— de la reflexividad como característica del sujeto moderno. Giddens divide la modernidad en dos fases: la modernidad baja y la alta modernidad. La primera se basó en cuatro grupos de “complejos institucionales de modernidad”, que formaban la base del proceso: el poder administrativo, el militar, el capitalismo y el industrialismo. Para Giddens, la alta modernidad se apoya sobre tres procesos interrelacionados: la globalización, la reflexividad social y la destradicionalización. El sujeto de esta “alta modernidad” dirige su vida desde una vigilancia continua de su subjetividad, dentro de una cultura que ofrece una plétora de posibilidades de vida en un “proyecto reflexivo del yo”. Véase Anthony Giddens, Consecuencias de la modernidad, Alianza Editorial, Madrid 1997; Modernidad e identidad del yo, Ediciones Península, Barcelona 1997; Las transformaciones de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas, Cátedra, Madrid 2000.

[45] Herman E. Daly, “From empty-world economics to full-world economics”, en Robert Goodland, Herman Daly, Salah El Serafy y Bernd von Droste: Environmentally Sustainable Economic Development. UNESCO, París 1991, p. 29.

[46] Éste es el tema de libros importantes como Ernst Ulrich von Weizsäcker, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de los recursos naturales (informe al Club de Roma), Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona 1997; y Paul Hawken, L. Hunter Lovins y Amory B. Lovins: Natural Capitalism. Creating the Next Industrial Revolution, Little, Brown & Co., Boston/ Nueva York 1999.

[47] La idea de llegar al desarrollo sostenible promoviendo la ecoeficiencia tiene una fuerte impronta empresarial (del “sector ilustrado” del empresariado multinacional), y fue promovida vigorosamente por el Business Council for Sustainable Development (BCSD, hoy WBSCD) en la antesala de la “Cumbre de Río” de 1992. Un buen texto reciente coordinado por el Instituto Wuppertal: Jan-Dirk Seiler-Hausmann, Christa Liedtke y Ernst Ulrich von Weizsäcker, Eco-efficiency and Beyond. Towards the Sustainable Enterprise, Greenleaf Publishing, Sheffield 2004.

[48] John R. McNeill, “Sostenibilidad ambiental y políticas de estado: una visión histórica”, ponencia en las jornadas “Políticas de la Tierra” (Encuentros de Salamanca IV) organizadas por la Fundación Sistema, Salamanca, 22 al 25 de junio de 2005.

[49] McNeill, “Sostenibilidad ambiental y políticas de estado: una visión histórica”, loc. cit. El trabajo al que se está refiriendo es Mark Elvin: The Retreat of the Elephants: An Environmental History of China, Yale University Press, New Haven 2004.

[50] Salvo que uno sea un creyente de la huida al espacio exterior, claro está. Pero quienes no consideramos deseable, o posible, o ambas cosas a un tiempo, semejante perspectiva de expansión extraterrestre, tampoco nos dejamos confortar fácilmente con especulaciones de ciencia-ficción. Véase Jorge Riechmann: Gente que no quiere viajar a Marte, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004.

[51] Ralph Estes, Tyranny of the Bottom Line: Why Corporations Make Good People Do Bad Things, 1996 (citado en George Monbiot: La Era del Consenso. Manifiesto para un nuevo orden mundial, Anagrama, Barcelona 2004, p. 209).

[52] E. J. Mishan, Los costes del desarrollo económico, Oikos-Tau, Barcelona 1971 (ed. original inglesa de 1969), capítulo 5. La perspectiva de Mishan es económica; para ver tratados algunos temas conexos desde perspectiva jurídica, Mª Eugenia Rodríguez Palop, “De la reivindicación ambiental y los derechos humanos”, en Jorge Riechmann (coord.), Ética ecológica. Propuestas para una reorientación, Nordan/ Comunidad, Montevideo 2004. También, de la misma autora, La nueva generación de derechos humanos. Origen y justificación, Dykinson/ Univ. Carlos III de Madrid, Madrid 2002.

[53] Mishan, Los costes del desarrollo económico, op. cit., p. 62 y 67.

[54] Véase al respecto Jorge Riechmann, «Necesitamos una reforma fiscal guiada por criterios igualitarios y ecologistas», en Jorge Riechmann, José Manuel Naredo y otros: De la economía a la ecología, Trotta, Madrid 1995, p. 79-116.

[55] Mishan, Los costes del desarrollo económico, op. cit., p. 60.

[56] C.B. MacPherson, La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella, Barcelona 1979; hay reedición posterior en ed. Trotta.

[57] John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, sección 27.

[58] Ibid., sección 27.

[59] John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil, sección 36.

[60] Francisco Fernández Buey, “Ecología política de la pobreza en la mundialización del capitalismo”, en Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey (coords.): Trabajar sin destruir. Trabajadores, sindicatos y ecologismo, HOAC, Madrid 1998, p. 65.

[61] Alguna reflexión adicional sobre estas cuestiones en Jorge Riechmann: “Un apartheid planetario. Sobre ecología, globalización y desigualdad socioeconómica”, capítulo 8 de Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[62] Una situación de “mundo lleno” plantea, por tanto, dificultades notables tanto a las políticas socialdemócratas como a las inspiradas por el liberalismo igualitario de John Rawls: en ambos casos se apuesta por el crecimiento fuerte (combinado con una redistribución moderada) sin cuestionar los grandes niveles de desigualdad reinantes. Ahora bien, también afecta, por supuesto, a las concepciones tradicionales del marxismo (ya lo mencioné en la introducción). En efecto: en la argumentación del marxismo tradicional, el supuesto de la abundancia material ilimitada era central. Se suponía que el capitalismo ponía en marcha un rápido crecimiento de las fuerzas productivas, hasta llegar a un punto en que las propias relaciones capitalistas de producción se convertían en una traba para el crecimiento ulterior. De ahí la necesidad de la transformación revolucionaria, que introducía nuevas relaciones de producción (socialistas/ comunistas) capaces de asegurar el despliegue sin trabas de las fuerzas productivas. En la sociedad postcapitalista, la abundancia material iba a ser tan grande –habría tanto de todo para todos y todas— que los problemas de justicia distributiva ni se plantearían… Ilusiones, terribles ilusiones. Como dice Gerald A. Cohen –y como reconoció mucho antes que él Manuel Sacristán–, tenemos que abandonar el extravagante optimismo materialista de Marx previo a la conciencia ecológica.

“El logro de la igualdad marxista (de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades) tiene como premisa la convicción de que el progreso industrial llevará a la sociedad a una condición tal de abundancia que será posible proporcionar lo que cada uno necesite para llevar una vida plenamente satisfactoria. Ya no habrá ocasión para competir por la primacía, ya sea entre individuos o entre grupos. Una razón para predecir la igualdad la constituía esa abundancia futura (supuestamente) inevitable. La escasez persistente es ahora una razón para exigirla” (Gerald A. Cohen, Si eres igualitarista, ¿cómo es que eres tan rico?, Paidos, Barcelona 2001, p. 154). Si el marxismo tradicional preveía un comunismo de la abundancia donde en realidad la ética y la política saldrían sobrando, la realidad de la escasez (y la consiguiente persistencia de los conflictos) nos obligan a pensar un ecosocialismo donde las cuestiones ético-políticas recobran su papel fundamental. La productividad industrial no jubilará a la moral.

[63] Albert Jacquard: Éste es el tiempo del mundo finito, Acento, Madrid 1994, p. 144.

[64] Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable, Los Libros de la Catarata, Madrid 2000 (segunda edición reelaborada en Los Libros de la Catarata, Madrid 2005).

[65] Daniel Innerarity: “Un mundo sin alrededores”, El Correo, 23 de mayo de 2004.

[66] Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidos, Barcelona 2005.

[67] Benjamin R. Barber, “El día de la interdependencia”, El País, 10 de septiembre de 2004.

Comparte este contenido:

Hacia un ecologismo epicúreo

Reichmann

Por Jorge Riechmann

Artículo publicado en su obra Un buen encaje en los ecosistemas (Madrid: Catarata, 2014)
Leve revisión del texto fue hecha por el autor. Publicado con el consentimiento expreso del autor

 

“Si vivir se ha convertido a veces en un duro trance, ello no impide descubrir las hermosas posibilidades de la vida. El conglomerado de hechos y propuestas, la maravillosa organización del cuerpo humano, la fraternidad de los ojos con la luz, de la piel con el aire, son realidades ‘verdaderas’, regalos brillantes de la naturaleza. La muerte no es, pues, nada para nosotros. Toda su negatividad acaba proyectándose aún más hacia la vida. (…) La vuelta a la vida, contemplando la muerte con ‘naturalidad’ epicúrea, supone una revalorización del tiempo humano…”

Emilio Lledó [1]

“Hay en el epicureísmo algo extraordinario: el reconocimiento del hecho de que no hay más que un único verdadero placer, el placer de existir, y que, para experimentarlo, basta con satisfacer los deseos naturales y necesarios para la existencia del cuerpo. La experiencia epicúrea es extremadamente instructiva; nos invita, como el estoicismo, a una inversión total de los valores”.

Pierre Hadot [2]

“Valoraba [Manuel Sacristán] en alto grado la obra de Epicuro por su materialismo, por su forma de entender la relación de los hombres con los dioses y, sobre todo, por su forma de defender la libertad. Por eso dijo y escribió varias veces que los marxistas son tambiéncerdos del rebaño de Epicuro. Pero, justamente porque priorizaba la política como ética pública o colectiva, no los quería sueltos, es decir, yendo cada cual a lo suyo, a la salvación de su alma, sino en rebaño, en comunidad, con conciencia de los fines colectivos, al servicio de la colectividad”.

Francisco Fernández Buey [3]

“Ayer comimos ensaimadas (…) y compramos crackers ingleses. (…) Pero no me creas vagamente epicúreo. Epicúreo a secas es mejor”.

Julio Cortázar [4]

“En su diario paseo/ que, vejez avanzada,/ mejoraba su ánimo/ Seishu se sorprendió:/ el puente de madera/ para cruzar el río/ roto yacía entre guijarros/ redondeados, lisos/ por los roces del agua,/ tampoco muy profunda./ Con cariño bajó,/ rescató con cariño/ una tabla muy buena./ Con cariño, y con tiempo,/ porque nada le urgía,/ se fabricó una mesa”.

Antonio Martínez Sarrión [5]

“¿cómo se reúne todo esto?// por la política de los encuentros/ sin más beneficio// que no olvidemos nunca/ nuestra vida común en los árboles/ pasados// y en los remolinos del río Razón// hay que preservar la duración del verano/ ahí va volando el pájaro del arcoiris/ por regalo en tu mano deja hoy caer/ una pluma negra”.

Ildefonso Rodríguez [6]

I. Heráclito: esperar lo inesperado

Desde que hace más de tres decenios leí en Heráclito de Efeso que si no se espera lo inesperado, no se lo hallará [7], la frase nunca se ha borrado de mi memoria. Constituye uno de los puntales de ese conjunto de cuatro ideíllas, mejor o peor hilvanadas, que en los momentos de mayor entusiasmo narcisista uno se atreve a considerar su “sistema de pensamiento”. Me gustaría citar un texto del sociólogo francés Edgar Morin que viene al caso, y pido perdón de antemano por la longitud de la cita. Morin, a comienzos de 2003, justo antes del ataque norteamericano contra Irak, reflexionaba sobre globalización, civilización y barbarie en los siguientes términos. VER ANEXO I.

Al borde del desastre, Morin convoca a la heraclítea esperanza en lo inesperado: sigue siendo posible lo improbable. El surgimiento de lo nuevo, en la historia, quiebra las probabilidades. En los momentos en que un sistema se acerca a una bifurcación, cuando está más alejado del equilibrio, pequeñas causas pueden producir grandes efectos (a diferencia de lo que ocurre cerca del equilibrio, cuando grandes inputs producen pequeños outputs).

No deberíamos subestimar la profundidad de la crisis en la que nos encontramos: vale decir, la lejanía del sistema respecto a posiciones de equilibrio [8]. Por ello, aunque hoy se nos antoje inconcebible, no está excluido el triunfo de las posibilidades improbables (y Morin apunta un par de razonables razones para la esperanza, a las que cabría sumar alguna más: por ejemplo, la extraordinaria plasticidad y capacidad de adaptación del ser humano).

Como es sabido, crisis significa en griego “momento crucial, trance de decisión”. En chino la palabra correspondiente, weiji, se compone de dos caracteres: “peligro” y “oportunidad”. Etimológicamente, accidente significa “lo que te cae encima”. Puede ser una ocasión de cambiar radicalmente, en efecto… a condición de que el peso de eso que se desploma sobre nosotros no sea tan grande que nos aplaste.

La crisis ecológico-social es nuestro punto de partida, con el entenebrecimiento del mundo que la acompaña, y que Morin evoca eficazmente en el largo texto que he citado antes. Pues bien: uno se siente tentado de decir que necesitamos ser heraclíteos para sobrevivir –apostando por las posibilidades improbables en esta “noche oscura” donde intentamos actuar–, y epicúreos para vivir bien, más allá de la mera supervivencia. Dedicaré el resto de este capítulo a justificar la segunda afirmación, explorando las formas en que el pensamiento de aquel antiguo griego puede contribuir a mejorar la idea de vida buena que el ecologismo necesita.

II. Enriquecer más la amalgama

Por lo demás, la fórmula heraclíteos para sobrevivir y epicúreos para vivir bien resulta contundente como lo deben ser las fórmulas eficaces, pero demasiado restrictiva. Pues, a poco que reflexionemos, daremos con otros ingredientes filosóficos que nos resultarán imprescindibles para abordar los terribles retos de nuestro Siglo de la Gran Prueba. Sin alejarnos del mundo de la filosofía antigua, pensemos en la Stoa. Por una parte, su intimación a ser ciudadanos del mundo –cosmopolitas– se revela del todo actual precisamente cuando, en el siglo XX, hemos llegado por vez primera a ser una sola humanidad que habita en una sola Tierra (lema de la primera “cumbre” de NN.UU. sobre medio ambiente, en Estocolmo, en 1972). Por otro lado, los estoicos llegan a vislumbrar, en el seno de una sociedad esclavista, intuiciones sobre la explotación laboral que sólo mucho más tarde se desarrollarán en forma de movimientos sociales como el socialismo del siglo XIX: así, Musonio –el maestro de Epícteto– declarará que “es preciso que uno mismo se ocupe de sus tareas y satisfaga las necesidades corporales sin que otro tenga que alimentarle” [9].

No se trata, entonces, de tener que elegir entre ser epicúreos o estoicos: podemos por el contrario amalgamar elementos de las dos escuelas. Karl Jaspers ya apuntó que epicureísmo y estoicismo apuntan a dos polos opuestos pero inseparables de la vida interior: la plenitud experimentable gracias al placer del mero vivir, en el caso de Epicuro y sus discípulos; y la necesidad de un vínculo moral universal, si pensamos en la Stoa.[10] También Goethe caminó por esta senda: en sus conversaciones con Falk habla de ciertos individuos que, gracias a sus tendencias innatas, son a medias estoicos y a medias epicúreos. “Por lo demás, puede decirse de Goethe que era también a medias estoico y epicúreo; así, por ejemplo, amaba intensamente cada instante como los estoicos y gozaba como un epicúreo” [11]. Nietzsche afirmaba que no había que temer seguir un consejo estoico y después, a tenor de las circunstancias, otro consejo epicúreo. En Thoreau cabe encontrar análoga combinación de sensibilidades…[12]. Se puede en efecto sostener que son complementarias: el estoicismo aporta al epicureísmo la sensibilidad hacia el bien común y las necesidades de la comunidad que a éste le falta; y el epicureísmo aporta al estoicismo una mejor perspectiva ontológica y cosmológica (agnóstica, atomista y desprovista de teleología cósmica), y un razonable hedonismo [13].

III. El ideal epicúreo de una frugalidad no represiva

Defiendo que precisamos, en efecto, una buena dosis de sabiduría epicúrea [14] (eso sí, sin la prohibición de enamorarnos y sin la renuncia a la praxis política [15]). Epicuro, en el siglo IV a.C., propuso una filosofía del cuerpo y de la libertad que puede constituir el antecedente antiguo más sólido y sugestivo de un materialismo ecológico a la altura de las circunstancias históricas de hoy [16]. John Bellamy Foster ha subrayado un llamativo paralelismo entre las cuatro “leyes informales” básicas de la ecología, tal y como las propuso Barry Commoner a comienzos de los años setenta del siglo XX, y ciertos principios de la física de Epicuro. VER ANEXO II.

La filosofía de la naturaleza de Epicuro, a partir del principio de conservación, tendía a una visión del mundo que hoy llamaríamos ecológica. Así, Lucrecio –el principal divulgador del pensamiento del filósofo de Samos– aludió a la contaminación atmosférica debida a la minería, a la disminución de las cosechas por la degradación del suelo fértil, y a la desaparición de los bosques, a la vez que argüía que los seres humanos no son radicalmente distintos de los otros animales [17].

Pero entremos sin más en materia. Además del interés científico que sigue presentando el materialismo epicúreo, a mi entender hay al menos tres enseñanzas morales de Epicuro que son claves para un pensamiento ecológico: la primera de ellas es el discurso sobre necesidades, autocontrol y limitación, que apunta hacia el ideal de una frugalidad no represiva. (Las otras dos enseñanzas morales importantes serían, respectivamente, la reflexión sobre la amistad –y la socialidad básica del ser humano– y el cultivo de la vida interior: más abajo abordaremos ambas.)

“Envíame” –escribe el filósofo de Samos establecido en Atenas, desde su famoso kepos, huerto o jardín, a uno de sus discípulos– “un tarrito de queso, para que pueda darme un festín de lujo cuando quiera”. Comentan sus traductores al castellano, García Gual y Acosta:

“Esta alegre moderación del Jardín, un hedonismo que por su limitación casi resulta una ascética, armoniza bien con la antigua máxima apolínea de que la sabiduría consiste en la moderación y en el conocimiento de los límites” [18].

Más sobre ética de la autocontención desde la antigua Grecia: “La pobreza acomodada al fin de la naturaleza es gran riqueza. Por el contrario, la riqueza no sujeta a límites es gran pobreza” [19]. Y también aconseja Epicuro, aquel griego con quien simpatizaron tanto Nietzsche como Marx: “pan y agua procuran el máximo placer cuando los consume alguien que los necesita. Acostumbrarse a comidas sencillas y sobrias proporciona salud, hace al hombre solícito en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando alguna que otra vez accedemos a alimentos exquisitos y nos hace impávidos ante el azar” [20].

La afirmación de la corporalidad es gozosa, nada puritana: “Quien menos necesita del mañana, al mañana accede con más gozo” [21]. La calidad prima sobre la cantidad, desde una sabiduría vital que busca la liberación de autoimpuestas servidumbres y de falsos temores: “El sabio ni rehúsa la vida ni le teme a la muerte; pues ni el vivir es para él una carga ni considera que es un mal el no vivir. Y del mismo modo que del alimento no elige cada vez el más abundante sino el más agradable, así también del tiempo, no del más duradero sino del más agradable disfruta” [22].

“Si quieres hacer rico a Pitocles, no aumentes sus riquezas, sino limita sus deseos” [23]. Desde esta idea de autocontrol sobre los deseos, Epicuro encarece más de una vez la bondad de la autosuficiencia, “no para que siempre nos sirvamos de poco sino para que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos de que más agradablemente gozan de la abundancia quienes menos tienen necesidad de ella y de que todo lo natural es fácilmente procurable y lo vano difícil de obtener” [24].

El epicureísmo en políticas públicas querría decir (muy en la línea de lo defendido en capítulos anteriores de este libro): gestión de la demanda en lugar de incremento constante de la oferta (energía, agua, alimentos…). “No es pobre el que tiene poco, sino el que codicia mucho”, dice el viejo refrán castellano [25], en vena epicúrea. Hedonismo ascético no es una contradicción en los términos: de ello testimonia el frescor de aquel jardín griego.

IV. Diferentes clases de deseos humanos

Epicuro, como se sabe, distinguió entre diferentes clases de deseos humanos: así, la vigésimonona de sus “Máximas capitales” establece que “de los deseos, unos son naturales y necesarios. Otros naturales y no necesarios. Otros no son ni naturales ni necesarios, sino que nacen de la vana opinión” [26]. No veo cómo una teoría crítica puede prescindir de algunos criterios para diferenciar entre necesidades básicas, deseos y apetitos humanos [27]: la clasificación de Epicuro posee un considerable potencial liberador incluso hoy en día.

Pues ¿cómo avanzar hacia pautas de consumo sostenibles sin capacidad para discriminar racionalmente entre diferentes tipos de deseos, y elegir en consecuencia? “No hay que violentar la naturaleza sino persuadirla: y la persuadiremos satisfaciendo los deseos necesarios, los naturales siempre que no nos resulten perjudiciales, y rechazando rigurosamente los nocivos” [28]. En este contexto conviene recordar también que, para el pensador de Samos, “no es insaciable el vientre, como suele decir el vulgo, sino la falsa opinión acerca de la ilimitada avidez del vientre” [29]. Nos hace infelices o bien el temor (a la muerte, o las supersticiones acerca de los dioses), o bien “el deseo ilimitado y vano: quien a esto ponga brida puede procurarse la feliz sabiduría” [30]. Liberarnos del miedo y no ser esclavos de nuestros deseos son las claves para la vida buena.

La producción más importante para el capitalismo es la producción de insatisfacción. Para evitar que se sature la demanda, poniendo en riesgo la venta continuada de mercancías –y con ella la acumulación de capital–, hay que organizar la insatisfacción: por esta razón es el capitalismo un enemigo declarado de la felicidad (que tiene que ver con un epicúreo equilibrio entre logros y expectativas). Y por ello, a mi entender, los partidarios de la felicidad humana no pueden ser sino anticapitalistas.

V. Nuestra vida sin amigos es como la vida del león y del lobo

“No hay hombre sin hombre”, dice otro refrán castellano que también podemos considerar una traducción de la vieja sabiduría epicúrea. En efecto, el segundo elemento básico del epicureísmo que necesitamos actualizar es la elaboración sobre la amistad y la socialidad básica del ser humano: ser frente a tener, vincularse frente a acumular. Una cultura que enseñe a aceptar al otro y a disfrutar de la compañía del otro, pues “de los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad” [31].

“Mira con quién comes y bebes antes de mirar qué comes y bebes: nuestra vida sin amigos es como la vida del león y del lobo” [32]. Haciendo caso omiso de que no se haga aquí justicia a la notable socialidad del lobo: en una sociedad ecologizada, cultivar conscientemente la riqueza de la relación humana –un factor básico para la felicidad y el bienestar de las personas– puede compensar la relativa pobreza en cosas.

La psicología social contemporánea, en más de un aspecto, reinventa al filósofo de Samos. Por ejemplo, muestra que unas buenas relaciones humanas son uno de los factores más importantes para la calidad de vida (concepto complejo que de ninguna forma puede reducirse a los estándares materiales del nivel de vida[33]. Así, el catedrático de Políticas Públicas de Harvard Robert Putnam señala que “después de medio siglo de investigaciones sobre los factores que contribuyen a una vida gratificante (…) la conclusión más extendida a la que se ha llegado es que el parámetro más significativo para un diagnóstico de la felicidad es el alcance y la profundidad de las relaciones sociales de una persona” [34].Y Richard Eckersley explica que

“las personas socialmente aisladas tienen entre dos y cinco veces más probabilidad de morir en un año dado que las personas unidas por fuertes vínculos con la familia, los amigos y la comunidad. El bienestar desempeña un papel central en estas asociaciones, mejorando la salud por medio de efectos directos sobre nuestra fisiología, incluyendo el sistema inmunitario (…). En resumidas cuentas, el bienestar procede del estar vinculados y comprometidos, inmersos en una red de relaciones e intereses que dan significado a nuestras vidas. Somos seres profundamente sociales. La intimidad, sensación de pertenencia y apoyo que proporcionan las relaciones personales estrechas parecen lo más importante; y el aislamiento es lo que cuesta más caro” [35].

La ética de Epicuro está fuertemente anclada en su materialismo, y con el énfasis concomitante en la corporalidad, la mortalidad y la libertad humanas. Podríamos ordenar su filosofía según una doble referencia. Por una parte, contra la teleología de las diversas filosofías idealistas, y a favor de la inmanencia de la vida humana. Por otra parte, contra el determinismo de otros pensadores atomistas griegos como Leucipo y Demócrito, y favor de la libertad humana [36]. En Epicuro se ha reconocido a un pensador extrañamente moderno, casi un contemporáneo nuestro:

“Con Epicuro sale a la luz algo esencialmente nuevo en el modo en que el hombre toma posición con respecto al devenir. Puede decirse sin más que sale a la luz el hombre nuevo de la Edad Moderna, que se da cuenta de cómo el remedio (o sea la existencia de lo eterno) es peor que el mal (salir de la nada y volver a ella) y que, por lo tanto, se propone eliminar el terror que lo eterno produce en el hombre” [37].

Y aunque es cierto que el filósofo de Samos sitúa el énfasis de su pensamiento en el individuo, su reflexión sobre la philía (vocablo imperfectamente traducido por “amistad” [38]) impide recluirlo en la estrechez de un individualismo insolidario o despreocupado por lo que sucede en el mundo, extramuros del Jardín.

Por un lado está el deber de no dañar al otro, que nace de una justicia no trascendente, sino acordada entre los seres humanos: “Lo justo según la naturaleza es un acuerdo de lo conveniente para no hacerse daño unos a otros ni sufrirlo” [39]. Por otra parte, no se trata sólo de evitar el daño, sino que en el horizonte despunta la perspectiva de una felicidad compartida. “La amistad danza en torno a la tierra y, como un heraldo, nos convoca a todos nosotros a que nos despertemos para colaborar en la mutua felicidad” [40], reza un famoso fragmento de Epicuro que podemos leer como presentimiento de lo que siglos después hemos llegado a denominar derechos humanos.

Manuel Sacristán se refirió al problema de la superación de las ansias posesivas y consumistas en uno de sus escritos sobre la “Primavera de Praga” de 1968:

“Para el proletariado, la única vía que conduce a la superación del ansia de poseer es la vía materialista que suprime la necesidad y la conveniencia de poseer.

Si los comunistas han de ser (…) ‘pobres y nuevos’, eso se debe no a que hayan de ser enemigos de la abundancia, sino sólo a que no han de querer ser cerdos sueltos del rebaño de Epicuro, sino sólo con la gran piara, encabezada por los involuntarios ascetas proletarios” [41].

Desde una perspectiva de emancipación, precisamos no cerdos sueltos, sino solidarios integrantes de la gran piara humana. VER ANEXO III.

VI. Organizar la cooperación en lugar de la competición

Política de los encuentros, se titula un hermoso libro del poeta leonés Ildefonso Rodríguez [42], y habría que tener presente que ésa es la más alta y más profunda de las políticas. En efecto: no nos hacemos humanos sino en el encuentro con los demás seres humanos. “No hay hombre sin hombre”: una persona, si se piensan las cosas a fondo, no es sino el conjunto de los vínculos resultantes de los sucesivos encuentros, comenzando por el primero y más básico de todos (el encuentro entre el hijo o hija y la madre) [43]. Es la riqueza de nuestros intercambios uno de los rasgos que más radicalmente nos distinguen de otros seres vivos. Como ha subrayado Albert Jacquard -un genetista francés que en los últimos decenios ha desarrollado una reflexión muy sólida a medio camino entre el conocimiento científico y el impulso humanista-,

“La interdependencia impuesta por los límites de nuestro patrimonio crea condiciones favorables a la multiplicación de esos encuentros; es pues una oportunidad, pero hace falta además saber sacar partido de ella. El encuentro es un arte difícil, es algo que se aprende: enseñarlo a todos es la tarea primordial de toda comunidad” [44].

Didáctica de los encuentros, política de los encuentros: ahí es donde nos jugamos nuestro ser o no ser humanos. Y ahí es también donde registramos uno de los mayores fracasos de Occidente –si no el mayor de todos. Al tomar la competencia como motor de la socialidad, al proponer la lucha de cada cual contra los demás como paradigma de la relación humana, la cultura del capitalismo occidental nos sitúa en un pésimo lugar para hacer frente a los desafíos socioecológicos de nuestro “mundo lleno”. Oigamos de nuevo a Jacquard:

“El propósito de una sociedad es el intercambio. Una sociedad cuyo motor es la competición es una sociedad que me propone el suicidio. Si me pongo en competición con el otro, no puedo intercambiar con él, debo eliminarlo, destruirlo” [45].

Asimilar el encuentro humano a un enfrentamiento que se salda con un ganador y un perdedor conduce a que se nos escape toda la potencial riqueza de un intercambio benéfico para ambos. En lugar de un “juego de suma cero” –donde uno gana lo que pierde el otro–, la convivencia humana puede organizarse como un “juego de suma positiva”, donde todos ganan. Epicuro lo vio mejor y nos proporciona recursos más adecuados para las tareas del presente: según la vigésimoprimera de su Máximas capitales, “quien es consciente de los límites de la vida sabe cuán fácil de obtener es aquello que clama el dolor por una carencia y lo que hace lograda la vida entera. De modo que para nada necesita cosas que traen consigo luchas competitivas” [46].

Como decía el naturalista español Joaquín Araujo, entre los derechos humanos se debería incluir también el que todos tenemos a no competir. Urge hoy reemplazar el modelo de la competencia por el de la cooperación: esto, para Occidente, supone toda una revolución cultural [47]. VER ANEXO IV.

VII. Excurso: la vida como fenómeno de simbiosis

Una de las consecuencias socioculturales más interesantes que se derivan de la investigación biológica de Lynn Margulis es la idea de la vida como un fenómeno de simbiosis, frente al énfasis del darwinismo social en la competición y la “lucha por la vida”. Las células de las que estamos hechos comenzaron siendo uniones simbióticas de diferentes clases de bacterias; y en cierto modo, como todos los seres vivos estamos bañados por las mismas aguas y aires, todos los habitantes de la Tierra pertenecemos a una gran unidad simbiótica. “Todas las grandes transiciones evolutivas han sido procesos de cooperación”, sugiere el catedrático de la UPM Miguel Ángel Toro [48]. Como Margulis misma explica:

“Atribuyo la aparición de especies nuevas a la simbiogénesis. (…) Esto es, el contacto físico entre dos organismos vivos distintos para cooperar, ¡acaba por generar organismos nuevos! Dos organismos acaban fusionados en un organismo nuevo, más complejo, con los genes de ambos: en un nuevo tipo de ser vivo. ¡Así fue como apareció la primera célula sobre este planeta! Dos bacterias se fusionaron… y se formó la célula con núcleo, eucariota: las células de las que están hechos todos los animales y las plantas. Desde aquel momento, todo es ya simbiótico: la vida en la Tierra es la resultante de una simbiosis de organismos. (…) Usted, yo y todos los seres vivos somos simbióticos. La vida misma es simbiótica. ¡Vivimos en un planeta simbiótico! O sea, la vida es la tupida red de todos los organismos macroscópicos y microscópicos –conexos, interpenetrados– que genera especies nuevas. (…) Solemos relacionar la palabra ‘bacteria’, ‘microbio’ o ‘germen’ con enfermedad, ¡cuando son justamente la vida! Usted es un saco ambulante de bacterias. Si se las quitasen todas, ¡pesaría usted un 10% menos…!, y moriría, claro. ¡Son maravillosas formas de vida! Fueron la primera forma de vida que apareció sobre este planeta, y cuando la especie humana ya se haya extinguido, ellas seguirán aquí” [49].

“Buen mundo, buena naturaleza ésta donde ha podido producirse la rosa, el agua y la mujer desnuda” [50], pensaba Juan Ramón Jiménez, y Lynn Margulis de seguro añadiría: ¡y el milagro de la bacteria!

La biosfera, diría un darwinista social, es un lugar organizado jerárquicamente donde la principal relación es la de comer o ser comido. Frente a esto, el pensamiento socialista (en sentido muy amplio) organizó desde el siglo XIX un contraataque intelectual que recalcaba los elementos de cooperación y ayuda mutua dentro de la naturaleza: como es sabido, el príncipe –y naturalista, y revolucionario– Kropotkin destacó dentro de esta línea de pensamiento (El apoyo mutuo, 1902).

Ahora, si la hipótesis de Lynn Margulis se ajusta a la verdad (y todo indica que sí), la cuestión de la “ayuda mutua” se plantea sobre bases nuevas y mucho más profundas: la simbiosis estaría en el origen de muchas de las más importantes novedades de la evolución, y las relaciones simbióticas serían el fundamento de toda la vida superior sobre este planeta. La asociación para el provecho mutuo –y no tanto el “comer o ser comido”– constituiría la esencia misma de nuestro vivir como seres orgánicos…

VIII. Excurso a partir del excurso: sobre ecología y utopía en las lejanías australes donde mora el puma

Mario Vargas Llosa ha discurrido sobre ecología y utopía en un artículo titulado “El ejemplo del puma”. Después de narrar la peripecia vital del matrimonio de empresarios estadounidenses Douglas y Kris Thompkins, enriquecidos primero con una cadena de ropa para jóvenes –Esprit– que en 1985 venden con grandes beneficios para dar un giro radical a su vida y consagrarse a la defensa de grandes espacios casi vírgenes adquiridos en el sur de Chile y Argentina a través de suFoundation for Deep Ecology, el novelista peruano concluye:

“Incluso a mí, urbano hasta la médula, amante del asfalto y el acero, alérgico al pasto, al mosquito y a todo lo gregario, convencido de que la inevitable pulverización de las fronteras y las mezclas consiguientes -la odiada globalización- es lo mejor que le ha pasado a la humanidad desde la aparición de la literatura, cuando oigo a Doug Thompkins y veo lo que ha hecho en Pumalín, me conmuevo y quisiera creerle. Por lo auténtico que es y porque detrás de aquello que sostiene ha puesto su vida entera. Pero luego recapacito y digo no: Ésta es otra utopía y, como todas las utopías de la historia, terminará también hecha pedazos. Pero, eso sí, alguna buena huella dejará, algunos bellos bosques y parques y acaso la conciencia en buen número de seres humanos de que la indispensable defensa del medio ambiente debe ser armónica con el desarrollo de la ciencia y la técnica y la industria, gracias a las cuales el ser humano tiene hoy, pese a todo, una vida infinitamente mejor que la del hombre y la mujer de la época feral.

Fui a Pumalín con el sueño de ver a un puma en libertad y nunca lo vi. Pero, gracias a los esfuerzos de Kris y Doug Thompkins, ese hermoso animal, que estaba en vías de extinción, ha renacido y merodea ahora de nuevo por aquí, en la floresta, o en los recovecos de las montañas, esperando la noche para bajar a hacer sus excursiones por los gallineros y los corrales. Pocos lo han visto, porque es arisco, pero todo el mundo ha visto las ovejas destrozadas y las aves de corral devoradas por su ferocidad. El puma, ay, no participa de los románticos anhelos de convivencia, paz y hermandad de los Thompkins, a los que debe su renacimiento Pumalín. El puma es un salvaje depredador. Como el humano” [51].

La última frase –que cierra el artículo– es la clave. Desde la concepción del mundo del neoliberalismo globalizador, los seres humanos son “salvajes depredadores” que no pueden renunciar a devorarse unos a otros. De donde se sigue que los ideales de paz y convivencia [52] han de desestimarse como románticas utopías impracticables, cuando no contraproducentes (pues el infierno, ya se sabe, está empredrado con buenas intenciones). Pero importa darse cuenta de que este juicio sobre el ser humano es un parti pris ideológico, y no una sentencia científica avalada por estudios antropológicos, etnológicos o sociológicos. El puma no puede dejar de devorar ovejas. Pero el ser humano sí que puede dejar de devastar la naturaleza y asesinar a sus congéneres. Está en su naturaleza animal el poder reflexionar, elegir, autoobligarse…

Asombra la pirueta de este liberal redomado: lejos de conceder a los seres humanos la mínima libertad necesaria para efectuar opciones básicas de comportamiento, Vargas los acaba asimilando a la fiera ciegamente cautiva de su instinto. Pero entonces sale sobrando cualquier liberalismo político…

IX. Vuelta desde los excursos: cultivar la vida interior

Finalmente, como tercer tema epicúreo básico para el pensamiento ecológico: “Lo capital para la felicidad es la disposición interior, de la que somos dueños” [53]. Imposible hacer frente a la crisis ecológica sin un consciente cultivo de la vida interior: en un “mundo lleno”, las restricciones a la actuación exterior que nos impone una convivencia regulada por valores de sustentabilidad y justicia han de compensarse con los tesoros que puede deparar la aventura interior. Si tanto turismo a larga distancia no es sostenible, el viaje interior habrá de enriquecerse correlativamente. “Cuando, en efecto, vivimos, gozamos de una dicha similar a la de los dioses” [54]. Es una cuestión que sin duda hay que situar cerca de la exaltación de la corporalidad y el placer que caracteriza a Epicuro, filósofo de la inmanencia:

“La carne concibe los límites del placer como ilimitados, y querría un tiempo ilimitado para procurárselos. Pero el pensamiento, que se ha dado cuenta del fin y límite de la carne, y que ha diluido los temores de la eternidad, nos prepara una vida perfecta, y para nada precisamos ya de un tiempo infinito. Porque ya no se rehúye el placer. Y cuando las circunstancias nos llevan al momento de dejar la vida, no nos vamos de ella con el sentimiento de que algo nos faltó para haberla llevado mejor” [55].

“Después de escribir un poema/ los límites de la hoja ya no están/ donde fue cortado el papel” [56]. Ésta es la forma en que la vida interior puede dilatar los límites que cercan la vida de los hombres. Una vez aceptada a fondo la entropía del mundo físico, la limitación de la biosfera y la finitud de la condición humana, sin embargo la palabra poética (y otras aventuras del espíritu) abren impensados espacios de libertad.

Max Jacob sugirió en la primera frase de su libro Consejos a un joven poeta: “Yo abriría una escuela de vida interior, y escribiría en la puerta: Escuela de arte”. También se podría escribir: Escuela de sustentabilidad.

X. Satisfacción de las necesidades básicas, art de vivre y efectos de umbral

Una traducción del programa epicúreo a los conflictos del siglo XXI podría proponer: satisfacción de las necesidades básicas como punto de partida, y sobre ello reflexivo art de vivre orientado a la sostenibilidad, la libertad y la felicidad.

Como decíamos antes, la investigación social contemporánea ha dado la razón en muchos sentidos al sabio de Samos: “Por encima de un nivel de vida mínimo, el determinante de la calidad de vida individual es el ajuste o la coincidencia entre las características de la situación (de existencia y oportunidades) y las expectativas, capacidades y necesidades del individuo, tal y como él mismo las percibe” [57]. Y la calidad de las relaciones humanas incide mucho más en la sensación de felicidad subjetiva que los niveles de renta. Michel Argyle, comparando las encuestas sobre el grado de satisfacción vital realizadas en diferentes países, concluye que ésta depende principalmente de las relaciones sociales, el trabajo y el ocio, sin que la tríada (donde el primer elemento, si se piensan bien las cosas, en realidad contiene al segundo y al tercero) tenga mucha relación con la renta [58].

Estudios empíricos sobre el grado de felicidad de las poblaciones de diversos países (Encuesta Mundial sobre Valores, con sondeos realizados entre 1990 y 2000) muestran que ingresos monetarios y felicidad (declarada en encuestas) suelen aumentar en paralelo hasta alcanzar cierto límite o umbral (en torno a los 13.000 $ de ingresos anuales, según estos estudios). A partir de ahí, las dos curvas se desconectan, y aumentos ulteriores de ingresos proporcionan un incremento muy limitado de lo que se percibe como felicidad [59]. Aquí tenemos otro “efecto de umbral” similar a los que detectábamos en el capítulo anterior, y que nos encaminan con tanta fuerza a pensar en lasostenibilidad como cuestión de equilibrio, de “justo medio”. VER ANEXO V.

Tampoco esto se encuentra lejos de la reflexión del sabio de Samos: en la Carta a Meneceo expone sintéticamente su clasificación de los deseos (“de los deseos unos son naturales, otros vanos; y de los naturales unos son necesarios, otros sólo naturales; y de los necesarios unos lo son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, otros para la vida misma”), para a continuación realizar el elogio de las metas de equilibrio: “Un recto conocimiento de estos deseos sabe, en efecto, supeditar toda elección o rechazo a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, pues esto es la culminación de la vida feliz” [60]. Y también escribió: “Para quienes son capaces de reflexionar, el equilibrio estable de la carne y la confiada esperanza de conservarlo conllevan la dicha más grande y segura” [61].

XI. Reducir selectivamente la complejidad técnica y aumentar la complejidad social

De manera que reivindicamos el hedonismo ascético, el cultivo de la amistad y la aventura interior. Con el viejo Epicuro diremos: el mejor fruto de la autonomía es la libertad [62]. Para el pensador de Samos –realista, desmitificador, antiideológico– “el saber nos hará felices. Al menos el conocimiento de la realidad permitirá deshacernos de la pesada masa ideológica que ha ido acumulando la sociedad, en el duro proceso de su evolución y de su superación” [63].

Para poder reducir selectivamente una complejidad técnica que hoy tiende a hacerse ingobernable, deberíamos aumentar la complejidad social. Las consignas podrían ser: menos trasiego de materiales y energía, y más comunicación humana. Menos automóviles y más erotismo. Menos turismo y más música en vivo. Menos segundas residencias y más poesía.

El elemento del titanismo romántico presente en el marxismo necesita una buena corrección epicúrea. Volver, no ya al joven Marx (el de los Manuscritos de economía y filosofía de 1844), sino al jovencísimo: el de la tesis doctoral sobre Epicuro y Demócrito en 1841 [64]. Quiero decir que el movimiento obrero ha de seguir organizado grupos de estudio de El Capital; pero debería seguramente completarlos con otros grupos para asimilar la filosofía moral de Epicuro.

“La filosofía de la corporeidad y del placer [propuesta por Epicuro] no fue, en ningún momento, esa grosera versión ideológica que una parte de la tradición nos ha entregado. Frente a la mística de las palabras vacías, de los consuelos imposibles, de los premios o castigos de otro mundo, para que los desgraciados se olvidasen de éste, Epicuro levantó la firme muralla de un mensaje revolucionario. Con ello alumbró, de una luz distinta, la democratización del cuerpo humano, el apego a la vida y a la pobre y desamparada carne de los hombres, entre cuyos sutiles y misteriosos vericuetos alentaba la alegría y la tristeza, la serenidad y el dolor, la generosidad y la crueldad. Y, sobre todo, imaginó una educación y política del amor, única forma posible y esperanzada de seguir viviendo” [65]. VER ANEXO VI.

XII. Beber agua cuando se tiene sed y comer pan cuando se tiene hambre

“El mayor placer está en beber agua cuando se tiene sed y comer pan cuando se tiene hambre” [66], decía el sabio griego del Jardín, absteniéndose cuidadosamente de mencionar la coca-cola y el foie-gras de oca. Con buenas razones para ello: cuando, como ve uno en cafeterías universitarias españolas, The Coca-Cola Company hace anuncios de su refresco que constan sólo de una botella casi vacía y el lema latino CARPE DIEM, conviene examinar a fondo, del derecho y del revés, las exhortaciones que recibimos a “vivir el presente”.

Aquel hedonismo mercantil se halla en las antípodas de nuestro hedonismo epicúreo. No hay ética ecológica válida sin solidaridad con el pasado y sin memoria del futuro. Según el profesor Lledó, los escritos de Epicuro constituyen sobre todo “una propuesta de felicidad” [67], y no es que el ecologismo ande sobrado de propuestas de este tipo –al menos en algunas de las versiones de este ideario, quizá excesivamente centradas en la crítica negativa y la ascesis puritana. Por eso hay que prestar mucha atención a la reflexión proveniente de lo que podríamos llamar el ecologismo –y feminismo– epicúreo contemporáneo, lo que cabría denominar un hedonismo anticonsumista, o –tomando prestada la propuesta de la ensayista británica Kate Soper– un nuevo “arte erótico del consumo” (a new erotics of consumption[68]. Por cierto, vale la pena mencionar que –frente a la misoginia de otros pensadores griegos– en el Jardín de Epicuro las mujeres eran miembros de la comunidad bien recibidas, y participaban en las discusiones filosóficas [69].

Epicuro dijo: “Yo por mi parte no sé pensar el bien, si quito los placeres del gusto, del amor, del oído y los suaves movimientos que de las formas percibo por la vista” [70]. En una vena muy epicúrea, Kate Soper sugiere que, aunque se suele presentar a los partidarios de un consumo crítico (menos orientado hacia el tipo de satisfacciones que ofrece la sociedad mercantil) como ascetas puritanos, inclinados a inculcar a la humanidad una concepción más “espiritual” de los placeres y las necesidades, esto resulta bastante confuso. Quizá quepa señalar que el consumismo moderno peca –entre otras cosas– de excesivo desinterés por los bienes de la carne, de falta de atención a la experiencia sensorial, a fuerza de alimentar la obsesión por toda una panoplia de mercancías y servicios mercantilizados que, o bien nos excluyen, o nos mantienen a distancia de una gratificación más auténtica, erótica y sensual.

En efecto: ¿dónde hallar ascetismo más perverso que en sociedades cuyas omnipresentes pantallas televisivas y mecanismos de realidad virtual proporcionan sucedáneos de experiencia, al mismo tiempo que la experiencia sensorial real se reduce y degrada constantemente?

“Un consumo eco-amigable no entrañaría tanto una reducción de los niveles de vida como una redefinición de lo que esos niveles y estándares significan. (…) La llamada al altruismo ha de complementarse con un llamamiento al interés propio, donde lo que se acentúe no sean sólo los riesgos y miserias que hay que superar, sino los placeres alcanzables por medio de la ruptura con las actuales concepciones capitalistas y mercantiles de la vida buena” [71].

XIII. Amistad con la materia y con el cuerpo

A menudo escuchamos o leemos diatribas moralizantes contra la fiebre del materialismo que corrompe a las sociedades modernas. Pero llamar materialismo a cierto conjunto de desagradables rasgos del capitalismo actual supone una ofensa para quienes nos consideramos, de verdad, materialistas (porque descreemos de trasmundos): si algo caracteriza a nuestro sistema productivista/ consumista es más bien su desinterés por la materia (evidente, por ejemplo, en la desconsideración mostrada hacia los ciclos de materia en la biosfera) y su desprecio por el cuerpo (manifiesto, por ejemplo, en la exaltación de lo “virtual” que traspasa la cultura dominante).

“No es correcto, ni mucho menos, decir que la civilización moderna es materialista, si entendemos por materialista la persona que ama la materia. El cerebral moderno no ama la materia sino las medidas, no los sólidos sino las superficies. Bebe por el porcentaje de alcohol (del que se dice que es ‘espirituoso’) y no por el cuerpo y el sabor del líquido. Construye para ofrecer una fachada impresionante, más que para proporcionar un espacio donde vivir. (…) Un ejemplo especialmente significativo de la acción del cerebro contra el cuerpo, o de las medidas contra la materia, es el sometimiento total del ciudadano a los relojes” [72].

Materialista de verdad, en el buen sentido de la palabra, era la cultura que inventó el hamam (los baños árabes), o la cultura que creó las sencillas exquisiteces propias de la cocina mediterránea: en cambio, la cultura de los parques temáticos y los restaurantes de fast-food resulta francamente indigna de aquel honroso calificativo.

“También la frugalidad tiene su medida”, señaló el sabio de Samos, y excederse en ella sería incurrir en pernicioso puritanismo enemigo de la vida: “el que no la tiene en cuenta sufre poco más o menos lo mismo que el que desborda todos los límites por su inmoderación” [73]. VER ANEXO VII.

No podrá emerger una cultura de la sobriedad no represiva (y laica) sin una transformación profunda de las concepciones vigentes acerca del placer. Y ¿qué querría decir “profunda” en este contexto? Manuel Sacristán sugirió lo siguiente:

“Todos estos problemas tienen un denominador común, que es la transformación de la vida cotidiana y de la consciencia de la vida cotidiana. Un sujeto que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza, no nos engañemos, es un individuo que tiene que haber sufrido un cambio importante. Si les parece, para llamarles la atención, aunque sea un poco provocador: tiene que ser un individuo que haya experimentado lo que en las tradiciones religiosas se llamaba una conversión. (…) Mientras la gente siga pensando que tener un automóvil es fundamental, esa gente es incapaz de construir una sociedad comunista, una sociedad no opresora, una sociedad pacífica y una sociedad no destructora de la naturaleza” [74].

Desde el cristianismo de base y otras corrientes religiosas, por lo demás, se reclaman también perspectivas radicalmente cuestionadoras del consumismo (aunque a veces con matices puritanos que no tenemos por qué compartir):

“Los ciudadanos del primer mundo deberíamos desarrollar una espiritualidad radicalmente anticonsumista, obsesionada por la sobriedad y porque nuestro aparente valor no consista sólo en aquello que tantas veces no vale nada, pero cuesta más dinero. Aun con la conciencia de que toda nuestra injusta economía descansa sobre la necesidad de un consumo cuanto más desenfrenado mejor, deberíamos comprender que un anticonsumismo masivo –si llegara a darse y se orientara más hacia la solidaridad– podría acabar siendo un arma importante para un nuevo orden económico más racional” [75].

Si bien existen límites externos relativamente rígidos para el crecimiento material de la humanidad, no existen límites para el crecimiento interior: no hay límites para el desarrollo social, cultural y educativo de la humanidad. No hay límites para la mejora moral. No hay límites para el amor, para la solidaridad ni para la ternura. No hay límites para la estupefaciente riqueza del mundo construido mancomunadamente por el tú y el yo, por el yo y el nosotros; no hay límites para el mundo de las relaciones humanas, las artes y las ciencias. La propuesta de Lewis Mumford, hace más de setenta años, sigue constituyendo un programa interesante:

“Cuanto más alto es el nivel de vida, menos puede expresarse adecuadamente en términos de dinero, y más debe expresarse en términos de ocio, de salud y actividad biológica, y de placer estético; y más, por tanto, tenderá a ser expresado en términos de bienes y mejoramientos ambientales que quedan fuera de la producción de la máquina. (…) Nuestra meta no es el consumo incrementado sino un estándar vital: menos en los medios preparatorios, más en los fines, menos en el aparato mecánico, más en el cumplimiento orgánico. Cuando tengamos tal norma, nuestro éxito en la vida no será juzgado por la dimensión de los montones de desechos que hemos producido: será juzgado por los bienes inmateriales y no de consumo que hayamos aprendido a disfrutar, y por nuestras realizaciones biológicas como amantes, compañeros y padres, y por nuestra realización personal como hombres y mujeres que piensan y sienten” [76].

XIV. Bienestar y muchotener

“Rebosa mi cuerpo de dulzura viviendo a pan y agua, y escupo sobre esos placeres del lujo, no por ellos mismos, sino por las complicaciones que llevan consigo” [77]. No hay ninguna razón por la cual una sociedad tenga que considerar como la más alta razón de su existencia el crecimiento frenético del PNB en lugar de –por ejemplo– el cultivo del erotismo y el arte culinario, el conocimiento de otras gentes y lugares, los logros literarios y matemáticos, los cánticos corales y los deportes de equipo, o el pasear por un bosque nevado en trineo arrastrado por traílla de perros bien cuidados. Caminar ligeramente sobre la tierra no implica renunciar a los gozos y los goces de una existencia plena, antes bien al contrario [78]. El pensador de Samos insiste en el carácter autolimitado de la “buena” riqueza: según la décimoquinta de sus Máximas capitales, “la riqueza acorde con la naturaleza está delimitada y es fácil de conseguir. Pero la de las vanas ambiciones se derrama al infinito” [79]. Resulta lógico identificar esta “riqueza acorde con la naturaleza” con lo que las teorías contemporáneas sobre necesidades humanas han identificado como necesidades básicas.

A pesar de que se inscribe la palabra bienestar en las banderas de la sociedad de consumo, el objetivo realmente perseguido podríamos denominarlo más bien muchotener. En sociedades productivistas/ consumistas orientadas hacia lo que no es “natural ni necesario” (por emplear la terminología epicúrea), donde se ha establecido la autofrustrante ideología del tener por encima de todas las demás metas, la reconsideración de los fines humanos propuesta por el sabio de Samos encierra aún un potencial crítico considerable. Desde su subversivo pensamiento, podemos explorar el sentido de un bienestar que incluyese las dimensiones del bienser y el bienvincularse, frente a las agresivas y engañosas propuestas del muchotener [80]. La buena vida, el buen vínculo, frente a la autofrustrante acumulación bulímica de experiencias de consumo que no permiten un verdadero disfrute. Los más altos logros de la vida humana no tienen que ver con el consumo material: el afecto, el respeto propio, el reconocimiento mutuo, el sentirse acogido, la alegría de cooperar y conseguir fines comunes, el juego, la actividad autónoma, la fruición estética, el placer sexual, el amor. Una copla flamenca, en vena muy epicúrea, declara: “¿De qué te sirven los bienes/ si mientras en el mundo vivas/ hora de gusto no tienes?” [81].

“Un tiempo ilimitado y un tiempo limitado contienen igual placer, si uno mide los límites de éste mediante la reflexión”, sentenció el sabio Epicuro [82]. Vivido desde dentro, el tiempo de la felicidad es ilimitado, mientras dura. (Y no cabe pensar ni que dure para siempre, ni que nos situemos en él persiguiéndolo directamente: la felicidad es más bien un “producto colateral” de la persecución de otros fines) [83].

XV. En las calles de Nueva York…

Peter Singer –en Una izquierda darwiniana– evoca la camiseta que vestía en sus tiempos el famoso negociante de Wall Street Ivan Boesky (quien sirvió de modelo a Oliver Stone para su personaje de Gordon Gekko en la película Wall Street): en ella estaba impreso “Gana el que tenga más juguetes cuando se muera”. Vale la pena reparar no sólo en la ideología de competencia destructiva y acumulación consumista que vehicula el lema, sino también en el muy preciso término juguetes, que nos remite a al infantilismo del mundo cultural que crea el capitalismo…

Exactamente en las antípodas de ese ethos, y sin salir de Nueva York, vale la pena traer a colación la hermosa anécdota protagonizada por Enrique Morente que cuenta su amigo y colaborador Juan Verdú. El cantaor estaba paseando con sus músicos por la calle 52 y se encontró con tres homelessnegros, que tocaban recipientes de detergentes como si fueran tambores. “Se paró, pidió a los músicos que le hicieran palmas y se puso a cantar. A mí me dio todos los dólares que tenía y me pidió que fuera a comprarles perritos calientes o lo que encontrara. Cuando volví, ya se había formado un corrillo de gente que aplaudía y echaba dinero. Al final, se abrazó con los indigentes y nos fuimos. Y me dijo al oído: ‘¡Si todos somos mendigos en este mundo! El problema, Juan, es que no nos damos cuenta de nuestra propia miseria’ ”.

Ésa es la clase de sensibilidad flamenca –un ethos de generosidad y desprendimiento en la búsqueda de la belleza– que el mismo Epicuro hubiese admirado. Quizá éste es el momento de evocar el famoso tetrafármaco del pensador de Samos:

“Primero: los dioses no son unos entes a los que debemos temer, sino unas composiciones materiales que deben servirnos de modelo, porque saben lo que es la felicidad del pluro placer de existir. Segundo: el sufrimiento es soportable. Si es verdaderamente terrible, acaba por derrotarnos, y, si no acaba por derrotarnos, es que no es tan terrible, por lo que, en ese caso, debemos recurrir a nuestra fuerza de voluntad para descomponerlo. Tercero: no debemos tener miedo a la muerte porque, si estoy aquí, quiere decir que ella no está, y, si aparece la muerte, yo ya habré dejado de estar. Cuarto: la felicidad es alcanzable, consiste en la satisfacción de los únicos deseos naturales y necesarios (beber y comer para saciar la sed y el hambre, que son los verdaderos sufrimientos) y la negativa a satisfacer todos los demás…” [84].

XVI. Aceptar la finitud sin caer en el nihilismo

En el trasfondo de la crisis ecológica, aparece la impostergable cuestión del sentido de la vida humana. El siglo XIX culmina en un redoble fúnebre que quizá Nietzsche hizo resonar mejor que nadie: Dios ha muerto (reléase el prólogo del Zaratustra). Desaparece el horizonte de justificaciones trascendentes, dejamos de poder recurrir a valores basados en trasmundos. Somos lo que somos, ahora y aquí, en toda nuestra “intrascendencia” y finitud. VER ANEXO VIII.

Se despliega entonces un titánico y frenético intento de dar sentido que, bifurcado en dos entreveradas tendencias, abarcará todo el siglo XX. Por una parte, grandes ideologías enajenantes que llegan a plasmarse en auténticas religiones seculares (en su versión criminal, las hemos llamado nazismo y estalinismo). Por otra parte, saturación del horizonte vital con cantidades crecientes de bienes de consumo: la sociedad productivista/ consumista ensayada con poco éxito en la URSS y la zona de influencia soviética, y con más éxito en el Occidente capitalista.

Pero todo ese vasto movimiento fracasa –y de forma catastrófica. Las decenas de millones de muertos que causan las guerras del siglo XX, el exterminio del pueblo judío en la Shoah, y la gravísima crisis ecológica mundial (que desmiente las promesas de la sociedad productivista/ consumista), evidencian inequívocamente un terrible callejón sin salida para la humanidad.

Ahora bien: si no aceptamos los intentos contrailustrados de poner en pie nuevas ideologías religiosas; si no creemos en la posibilidad o en la deseabilidad de intentar proseguir el impulso expansivo del productivismo/ consumismo más allá del planeta Tierra (véase mi argumentación al respecto en Gente que no quiere viajar a Marte); si somos conscientes de la imposibilidad de seguir tratando de colmar la oquedad de sentido con bienes de consumo (a causa de la finitud de la biosfera y los límites ecológicos); y si por último nos atrevemos a mirar de frente la “muerte de Dios” (nuestra finitud, contingencia y “precariedad del ser”, como dice Gomá), ¿qué queda?

A mi entender, sólo dos opciones: o abandonarse al más abismal de los nihilismos (y aparecen síntomas de ello en bastantes fenómenos sociales actuales, me temo), o luchar por construir formas de vida más austeras pero también más plenas, sociedades amigas de la biosfera y practicantes de la ética de la autocontención, sujetos reconciliados con la corporalidad y la finitud humanas. Con ello estaríamos, de alguna forma, redescubriendo zonas del pensamiento del viejo Epicuro, de quien Nietzsche dijo: “La sabiduría no ha avanzado un solo paso más allá de Epicuro –y frecuentemente ha retrocedido muchos miles de pasos por detrás de él” [85].

XVII. Una reflexión final para gentes de izquierda

Como señaló Manuel Sacristán, “la abundancia es en teoría marxista la condición sine qua non para superar la explotación en cualquier forma, para quebrar la vigencia de las leyes históricas de la economía política y para liquidar sus consecuencias, los fetichchismos y alienaciones” [86]. Por eso, el final de la ilusión de abundancia que va de consuno con el reconocimiento veraz de la crisis ecológica impone una reconsideración profunda del ideario socialista- comunista. No habrá toque de varita mágica que nos libre de las complicaciones históricas relacionadas con la escasez: los problemas de eficacia económica, de justicia distributiva, de buenas instituciones políticas, etc.

Sacristán proseguía: “La única vía que conduce a la superación del ansia de poseer es la vía materialista que suprime la necesidad y la conveniencia de poseer”. Un marxismo ecológico seguirá insistiendo en una superación materialista del ansia de poseer, pero menos wildeana (me refiero a la humorada de Oscar Wilde según la cual la única manera de librarse de la tentación es caer en ella) y más epicúrea (tal y como el mismo Manuel Sacristán apuntó en diversas ocasiones). Esto implica volver a situar en el centro del debate la distinción entre lo necesario y lo superfluo (teoría de las necesidades básicas); enriquecer simultáneamente los vínculos interpersonales y la vida interior; y desarrollar un hedonismo anticonsumista que, sin caer en la denigración del placer, sepa que los consumos humanos agregados en demanda global no pueden superar los límites impuestos por la biosfera.

ANEXO I. Sigue siendo posible lo improbable

MORIN, Edgar. “Globalización: civilización y barbarie”, en Clarín/ Le Monde, Buenos Aires, 15 de enero de 2003

“(…) El círculo vicioso palestino-israelí se globaliza, el círculo vicioso Occidente-Islam se agrava. La guerra de Irak eliminará a un horrible tirano, pero intensificará los conflictos, los odios, las revueltas, las represiones, los terrores; y corre el riesgo de convertir una victoria de la democracia en una victoria de Occidente sobre el Islam.

Las olas de antijudaísmo y antiislamismo se fortalecerán y se instalará el maniqueísmo en un choque de barbaries denominado ‘choque de las civilizaciones’.

(…) La barbarie del siglo XX desató en muchas áreas de humanidad los flagelos de dos guerras mundiales y de dos supertotalitarismos. Los rasgos bárbaros del siglo XX siguen todavía presentes en el XXI, pero la barbarie del siglo XXI, preludiada en Hiroshima, trae consigo además la autodestrucción potencial de la humanidad. La barbarie del siglo XX había suscitado terrores policiales, políticos, concentracionistas. La barbarie del siglo XXI contiene, después del 11 de setiembre de 2001, una potencialidad ilimitada de terror planetario.

Lo único que pueden hacer los países para resistir a la barbarie planetaria es encerrarse en sí mismos de manera regresiva, lo cual refuerza la barbarie. Europa es incapaz de afirmarse políticamente, incapaz de abrirse reorganizándose, incapaz de recordar que Turquía fue una gran potencia europea desde el siglo XVI y que el Imperio otomano contribuyó a su civilización. (Olvida que fue el cristianismo, en el pasado, el que se mostró intolerante hacia todas las demás religiones en tanto que el islam andaluz y otomano aceptaba al cristianismo y al judaísmo).

(…) La idea de desarrollo, incluso si se lo considera ‘sostenible’, toma como modelo nuestra civilización en crisis, la civilización que justamente debería reformarse. Impide que el mundo encuentre formas de evolución distintas de las calcadas de Occidente. Impide generar una simbiosis de las civilizaciones, que integre lo mejor de Occidente (los derechos del hombre y la mujer, las ideas de democracia) pero que excluya lo peor. El desarrollo mismo está animado por las fuerzas descontroladas que llevan a la catástrofe.

En su libro Pour un catastrophisme éclairé, Jean-Pierre Dupuy propone reconocer lo inevitable de la catástrofe para poder evitarla. Pero, más allá de que el sentimiento de lo inevitable puede llevar a la pasividad, Dupuy identifica de manera abusiva lo probable con lo inevitable. Lo probable es aquello que, para un observador en un tiempo y un lugar dados, disponiendo de las informaciones más confiables, se presenta como el proceso futuro. Y efectivamente todos los procesos actuales llevan a la catástrofe.

Pero sigue siendo posible lo improbable, y la historia pasada nos demostró que lo improbable podía reemplazar a lo probable, como sucedió a fines de 1941, a comienzos de 1942, cuando la probable larga dominación del imperio hitleriano sobre Europa se volvió improbable para abrir paso a una probable victoria aliada. De hecho, todas las grandes innovaciones de la historia quebraron las probabilidades: fue lo que pasó con el mensaje de Jesús y Pablo, con el de Mahoma, con el desarrollo del capitalismo y luego el socialismo.

Por lo tanto, la puerta a lo improbable está abierta aunque el aumento mundial de la barbarie lo vuelva inconcebible en el momento actual. Paradójicamente, el caos en el que la humanidad corre el riesgo de caer trae consigo su última oportunidad. ¿Por qué? En primer lugar, porque la proximidad del peligro favorece las tomas de conciencia, que entonces pueden multiplicarse, ampliarse y hacer surgir una gran política de salvación terrestre. Y sobre todo por la siguiente razón: cuando un sistema es incapaz de tratar sus problemas vitales, o bien se desintegra o bien es capaz, en su desintegración misma, de transformarse en un metasistema más rico, capaz de tratar esos problemas”.

ANEXO II. El arco desde Epicuro a Commoner

“La importancia del materialismo para el desarrollo del pensamiento ecológico puede entenderse más claramente, desde la perspectiva ecológica contemporánea, si se consideran las cuatro ‘leyes informales’ de la ecología, bien conocidas, que ha formulado Barry Commoner. Son éstas: (1) todo está relacionado con todo lo demás; (2) todas las cosas van a parar a algún sitio; (3) la naturaleza sabe más; (4) nada procede de la nada.

Las dos primeras de estas ‘leyes informales’ y la última de ellas eran destacados principios de la física de Epicuro, en los que hace hincapié el libro I de Lucrecio, De rerum natura, que fue un intento de presentar la filosofía epicúrea en forma poética. La tercera ‘ley informal’ parece a primera vista implicar un determinismo teleológico naturalista, pero en el contexto en que la formula Commoner se entiende mejor en el sentido de que ‘la evolución sabe más’. Es decir: en el curso de la evolución –que debe entenderse no como un proceso teleológico o rígidamente determinado, sino como un proceso que contiene enormes niveles de contingencia en cada uno de sus estadios–, las especies, incluidos los seres humanos, se han adaptado al medio en el que viven mediante un proceso de selección natural de las variaciones innatas que opera en una escala temporal de millones de años. De acuerdo con esta perspectiva, deberíamos proceder con precaución al llevar a cabo cambios ecológicos fundamentales, y reconocer que, si introducimos nuevas sustancias químicas sintéticas, que no son producto de una larga evolución, estamos jugando con fuego ” [87].

ANEXO III. La base fisiológica de la empatía: neuronas espejo que nos ponen en el lugar del otro

A mediados de los años noventa, investigadores italianos y estadounidenses que estudiaban el cerebro de monos descubrieron un singular grupo de neuronas. Estas células cerebrales no sólo se “encendían” cuando el animal ejecutaba ciertos movimientos sino que, simplemente con contemplar a otro hacerlo, también se activaban. Se les llamó neuronas espejo o especulares.

Los estudios llevados a cabo a partir de técnicas de visualización como la resonancia magnética –que permiten rastrear con precisión, tanto temporal como espacial, las rutas de procesamiento del cerebro, las cuales no sólo están determinadas por los genes, sino además por toda la experiencia que un individuo acumula durante toda su vida– muestran que el cerebro humano contiene un sistema de neuronas espejo. Por ejemplo, nuestra corteza cerebral motora, que normalmente utilizamos para tener un control preciso de nuestros propios movimientos, se activa con el simple hecho de mirar los movimientos de otra persona (como si nosotros mismos nos moviéramos, aunque no lo hagamos).

Las implicaciones trascienden, y mucho, el campo de la neurofisiología pura. Su potencial trascendencia para la ciencia es tanta que el especialista Vilayanur Ramachandran ha llegado a afirmar: “El descubrimiento de las neuronas espejo hará por la psicología lo que el ADN por la biología”.

El sistema de espejo permite hacer propias las acciones, sensaciones y emociones de los demás. Constituye la base neurológica de la capacidad de empatía. Las áreas del cerebro donde se encuentran las neuronas espejo, que se activan durante la ejecución y observación de una acción, también añaden intenciones a las acciones presentadas en un contexto. No se trata sólo del reconocimiento de las acciones, sino de su interpretación: comprender lo que piensa y siente el otro. El sistema de espejo hace precisamente eso, ponernos en el lugar del otro. La base de nuestro comportamiento social es que exista la capacidad de tener empatía e imaginar lo que el otro está pensando o sintiendo.

Según el neurobiólogo Giacomo Rizzolati, de la Universidad de Parma, “el mensaje más importante de las neuronas espejo es que demuestran que verdaderamente somos seres sociales. La sociedad, la familia y la comunidad son valores realmente innatos. Ahora, nuestra sociedad intenta negarlo y por eso los jóvenes están tan descontentos, porque no crean lazos. Ocurre algo similar con la imitación, en Occidente está muy mal vista y sin embargo, es la base de la cultura. Se dice: ‘No imites, tienes que ser original’, pero es un error. Primero tienes que imitar y después puedes ser original. Para comprenderlo no hay más que fijarse en los grandes pintores… La parte más importante de las neuronas espejo es que es un sistema que resuena. El ser humano está concebido para estar en contacto, para reaccionar ante los otros. Yo creo que cuando la gente dice que no es feliz y que no sabe la razón es porque no tiene contacto social” (entrevista en El País, 19 de octubre de 2005) [88].

ANEXO IV. Contextos que favorecen la cooperación

Gerhard Scherhorn y sus colaboradores [89] han mostrado que los seres humanos están dispuestos a participar en tareas comunitarias importantes sin expectativas de ganancia personal. El estímulo proviene de los bienes comunes producidos mediante la acción colectiva. Las condiciones que favorecen esta disposición participativa pueden enumerarse:

  1. La acción ha de ser concreta, sus objetivos bien delimitados.
  2. Fuerzas y recursos han de ser adecuados al objetivo (de manera que haya perspectivas de éxito).
  3. Ha de procederse con justicia, de forma que todos o la gran mayoría participen, sin que la gente se escaquee.
  4. Las cargas han de repartirse equilibradamente, de acuerdo con las capacidades y recursos de cada uno/a.

Con este tipo de conocimiento (y no es escaso el ya acumulado por las ciencias sociales), podemos organizar contextos que favorezcan la cooperación en vez de disuadir frente a la misma.

ANEXO V. ¿Las sociedades sobredesarrolladas experimentan un descenso significativo del bienestar subjetivo de la gente?

SCHWARTZ, Barry. Por qué más es menos. La tiranía de la abundancia. Madrid: Taurus, 2005. p. 114

“Dos libros recientes, The American Paradox: Spiritual Hunger in an Age of Plenty del psicólogo David Myers [90] y The Loss of Happiness in Market Democracies del politólogo Robert Lane [91], señalan cómo el incremento de la riqueza material [en EE.UU.] no ha traído consigo un aumento del bienestar subjetivo. Pero van más allá: ambos sostienen que en realidad estamos experimentando un descenso bastante significativo del bienestar. Como lo expresa Myers de un modo muy gráfico, desde 1960 la tasa de divorcios se ha doblado en EE.UU., la tasa de suicidios entre los adolescentes se ha triplicado, la tasa de delitos violentos registrados se ha cuadruplicado, el porcentaje de bebés nacidos fuera del matrimonio se ha sextuplicado y la tasa de parejas que viven juntas sin casarse (lo que sirve para predecir la separación) se ha multiplicado por siete. Está claro que todo esto no revela un aumento del bienestar. Además, como señala Lane, la tasa de depresión clínica severa se ha multiplicado más de tres veces en las dos últimas generaciones, y del año 1900 al 2000 ha crecido quizá unas diez veces más. Todo esto contribuye a (y se ve agravado por) un aumento masivo de los niveles de estrés. Un estrés que a su vez favorece la hipertensión y las enfermedades cardiacas, reduce la respuesta del sistema inmunológico y causa ansiedad e insatisfacción…”

ANEXO VI. Cultivarnos

Comunicación personal por correo electrónico, 4 de diciembre de 2014

Daniel Gil-Pérez, comentando el documento “Un proyecto económico para la gente”, elaborado por Juan Torres y Vicenç Navarro para la dirección de Podemos en el otoño de 2014, critica la nula atención a la cultura en toda la presentación de este esbozo de programa económico. “Parece que se olvida que la cultura es el tercer sector económico que crea más empleo directo en la Unión Europea y que cerca del 20% de los trabajadores menores de 30 años corresponde a ese sector. Pero hay más: la protección y promoción de la cultura y la defensa de la diversidad cultural constituyen potentes instrumentos para la transición a la Sostenibilidad. Una justificación de esta necesidad la ha ofrecido el escritor franco libanés Amin Maalouf con estas acertadas reflexiones, recogidas en su libro El desajuste del mundo (Alianza Editorial, 2009):

‘Cada vez somos más los que vivimos más años y en mejores condiciones; y no pueden por menos de acecharnos el aburrimiento y el temor al vacío; y no puede por menos de tentarnos huir de ellos mediante un frenesí consumista. Si no queremos agotar enseguida los recursos del planeta, tendremos que dar tanta preferencia como sea posible a otras formas de satisfacción, a otras fuentes de goce, sobre todo a saber más y a desarrollar una vida interior floreciente.

No se trata de imponerse privaciones ni practicar la ascesis. (…) Pero si deseamos disfrutar durante mucho tiempo y con plenitud de cuanto nos brinda la vida no nos queda más remedio que modificar nuestra forma de comportarnos. No para mermar nuestra paleta de sensaciones, sino, antes bien, para ampliarla, para enriquecerla, para buscar otras satisfacciones que podrían resultar intensas.

¿No distinguimos, acaso, en lo referente a las fuentes de energía, entre la energía fósil, que se agota y contamina, y las energías renovables, como las olas, la energía eólica o la geotérmica, que no se agotan? Podrían hacerse distinciones así al hablar de nuestro modo de vida. Podemos intentar satisfacer las necesidades y gozar de los placeres de la existencia consumiendo más, lo que supondrá una carga para los recursos del planeta y acarreará tensiones destructivas. Pero también podríamos hacerlo de otra manera, haciendo prevalecer el aprendizaje en todas las edades de la vida, animando a todos nuestros contemporáneos a que estudien lenguas, a que se apasionen por las disciplinas artísticas, a que se familiaricen con las diversas ciencias, para que así sean capaces de valorar lo que significa un descubrimiento en biología o en astrofísica. El saber es un universo inconmensurable; todos podríamos pasarnos la vida tomando cosas de él sin tasa y no lo agotaríamos’.

Y no se trata solo de proponer el consumo de conocimiento en vez del consumo material: contribuir a ampliar el conocimiento en cualquiera de sus formas, elaborar productos culturales, contribuir a concebir y resolver problemas, junto a otros, puede dar satisfacciones aún mayores que el simple consumo”.

ANEXO VII. Emilio Lledó sobre el placer del cuerpo

LLEDÓ, Emilio. Epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad. Madrid: Taurus, 2003. p. 105-106

“El corte de la temporalidad inmediata, que va poniendo cerco a cada una de nuestras sensaciones, queda transfigurado por esa presencia del placer. Ese placer no sólo incide en la realidad corporal, estableciendo un puente entre el mundo al que pertenecemos o que nos pertenece y nosotros mismos, sino que además nos ofrece una correspondencia y fraternidad entre esas dos ‘materialidades’, la de nuestro cuerpo y otros cuerpos, la de nuestro cuerpo y el mundo. En el fondo, el placer presta al callado mecanismo de la carne una iluminación que la trasciende; pero cuya principal misión es, en ese acto ‘trascendente’, volver a recobrar esa posibilidad de continuada y esperada afirmación y seguridad que el placer ofrece. Sin duda que todas las lenguas han recogido, en el tesoro de su vocabulario, los términos que designan esas situaciones, la mayoría de ellas surgidas de nuestra capacidad de unión con el mundo y con los otros seres humanos. Esa apropiación de lo real, con ‘consciencia gratificante’ y creadora de esa apropiación, constituye, sin duda, uno de los ‘fenómenos’ más extrordinarios y profundos de la naturaleza.

(…) Toda sociedad en crisis con su propia continuidad ha sido enemiga del placr. Toda negación de la vida y de la limitada pero viva y creadora aventura del cuerpo y de su mente ha producido una cultura quebrada en su origen, y necesitada siempre del engaño, la mistificación y, por supuesto, la violencia. La negación del placer provoca, sobre todo, la alternativa ideológica de los ‘no-gozadores’, de aquellos que entierran la posibilidad del cuerpo para, de paso, aniquilar también la posibilidad de la inteligencia, de la creación, de la libertad. Es sobre esta base primera de la sensación, de la corporeidad y de su afirmación como placer, donde Epicuro quiere establecer el fundamento primero de la vida humana”.

ANEXO VIII. El gran teatro de la finitud

GOMÁ LANZÓN, Javier. “Aprender a ser mortal”. ABCD las Artes y las Letras, 30 de abril de 2005

“Definitivamente, somos seres finitos, somos contingentes, somos y podríamos no ser, somos y algún día no seremos. El hombre ha necesitado siglos para alcanzar esta certidumbre. No faltaron pensadores, poetas y moralistas que tuvieron conciencia de esta precariedad del ser en el pasado, pero lo que hace única la hora presente es la fundación de toda una civilización en esa asunción de la propia finitud, que se manifiesta en el proceso radical de secularización y racionalización de la cultura (…). En ese inmenso desencantamiento del mundo, está por ver la capacidad civilizatoria de la laicidad. La forma política de la finitud es la democracia, porque es un sistema basado en los acuerdos y las mayorías y excluye las verdades absolutas y en general todo absolutismo. (…) Será interesante observar si puede sostenerse mucho tiempo o si incluso es una conquista perdurable este laicismo civilizatorio que renuncia de verdad a legitimarse en la religión y en la mitología, sacrificadas en el altar de una racionalidad democrática y secular. Se trata de una experiencia rigurosamente novedosa de insospechados resultados todavía, pues puede suceder que, en efecto, el experimento tenga buen suceso y madure una innovadora forma de organizarnos política y simbólicamente los hombres, legitimados en nosotros mismos aun sabiendo que somos falibles, sin admitir ninguna instancia de valor absoluto ni siquiera en nosotros mismos, pero bien puede suceder también que el hombre, en el fondo, sea una máquina de sacralizar y que, asfixiado entre tanto relativismo, acabe creándose una nueva mitología por la puerta de atrás o se invente lo que Rosa Sala Rose llama ‘las religiones artificiales’, como el arte o la ciencia, con sus sacerdotes, sus templos, sus cultos y su beatería. El éxito de esta empresa monumental dependerá de la capacidad de cada uno de los sujetos individuales en convertirse en ciudadanos, entendiendo por ciudadano el estatus del yo que acepta su posición relativa en la polis, el gran teatro de la finitud”.

Notas

[1] Emilio Lledó, El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad. Madrid: Taurus, 2003, p. 79.
[2] Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida, Alpha Decay, Barcelona 2009, p. 231.
[3] Entrevista en El Viejo Topo (dossier sobre Manuel Sacristán), Barcelona, julio de 2005.
[4] Carta a Eduardo Jonquières, 27 de marzo de 1955.
[5] Antonio Martínez Sarrión, Poeta en diwan, Tusquets, Barcelona 2004, p. 115.
[6] Ildefonso Rodríguez, Política de los encuentros, Icaria, Barcelona 2003, p. 85.
[7] “Si no se espera lo inesperado, no se lo hallará, dado lo inahallable y difícil de acceder que es”. Heráclito, 22 B 18 (véase el volumen 1 de Los filósofos presocráticos, edición de Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá, Gredos, Madrid 1978, p. 383). He reflexionado sobre esta sentencia fulgurante en numerosos lugares, y especialmente en algunos pasos de Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006.
[8] Vale la pena, en este punto, evocar alguna de las reflexiones de Immanuel Wallerstein: “He explicado que la fuente de la destrucción ecológica es la necesidad de externalizar costes que sienten los empresarios y, por tanto, la ausencia de incentivos para tomar decisiones ecológicamente sensatas. He explicado también, sin embargo, que este problema es más grave que nunca a causa de la crisis sistémica en que hemos entrado, ya que ésta ha limitado de varias formas las posibilidades de acumulación de capital, quedando la externalización de costes como uno de los principales y más accesibles remedios paliativos. De ahí he deducido que hoy es más difícil que nunca obtener un asentimiento serio de los grupos empresariales a la adopción de medidas para luchar contra la degradación ecológica. Todo esto puede traducirse en el lenguaje de la complejidad muy fácilmente. Estamos en el período inmediatamente precedente a una bifurcación. El sistema histórico actual está, de hecho, en crisis terminal. El problema que se nos plantea es qué es lo que lo reemplazará. Ésta es la discusión política central de los próximos 25-50 años. El tema de la degradación ecológica es un escenario central para esta discusión, aunque no el único. Pienso que todo lo que tenemos que decir es que el debate es sobre la racionalidad sustantiva, y que estamos luchando por una solución o por un sistema que sea sustantivamente racional” (Immanuel Wallerstein, “Ecología y costes de producción capitalistas: no hay salida”, Iniciativa Socialista 50, otoño de 1998, p. 62). Vale decir: lo decisivo no se juega en la racionalidad formal de los cambios marginales dentro del sistema, sino en la racionalidad sustantiva del cambio hacia otro nuevo sistema.
[9] El texto de este estoico romano del siglo I d.C. dice: “Los jóvenes sacarían mucho mayor provecho si no frecuentaran a un maestro de ciudad para escucharle disertar en una escuela de filosofía y pudieran verlo trabajar en el campo y experimentar en la práctica lo que sus palabras enseñan, a saber, que es preciso que uno mismo se ocupe de sus tareas y satisfaga las necesidades corporales sin que otro tenga que alimentarle”. Lo cita Pierre Hadot en Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid 2006, p. 280.
[10] Karl Jaspers, “Epikur”, en Mélanges E. Beutler, 1960, p. 132.
[11] Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, op. cit., p. 281.
[12] Lo rastrea Hadot en su ensayo sobre Thoreau “En la actualidad hay profesores de filosofía, pero no filósofos”, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, op. cit., p. 275 y ss.
[13] La idea epicúrea de hedonismo ascético rebrotó con la crisis multidimensional –económica, ecológica, sociocultural– de los años setenta del siglo XX. Véase por ejemplo José Luis López Aranguren, “Ética de la penuria”, en Revista de Occidente 1 (nueva etapa), abril-junio de 1980, p. 67-74.
[14] Una introducción llena de empatía al pensamiento de Epicuro, por uno de los grandes maestros españoles en la filosofía antigua: Emilio Lledó, El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Taurus, Madrid 2003. Un buen estudio de conjunto sobre las éticas helenísticas en Josu Landa, Éticas de crisis, Fondo Editorial del Caribe, Barcelona (Venezuela) 2012. Y una imprescindible perspectiva de largo alcance en Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua, Siruela, Madrid 2006.
[15] “Hemos de liberarnos de la cárcel de los intereses que nos rodean y de la política” (Epicuro,Ética, ed. de Carlos Carcía Gual y Eduardo Acosta, Barral, Barcelona 1974, p.129; ver también p. 137 para los reparos frente al amor).
[16] Véanse innovadoras relecturas de Marx como la de John Bellamy Foster: La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Libros del Viejo Topo, Barcelona 2004.
[17] El gran poeta romano Tito Lucrecio Caro, máximo representante del epicureísmo latino en el siglo I antes de nuestra era, plasmó en su poema De rerum natura la exposición más completa de la física epicúrea que ha llegado hasta nosotros. Una buena versión es la de Eduardo Valentí (Eds. Alma Mater, Barcelona 1961).
[18] Epicuro, Ética, op. cit., p. 49.
[19] Epicuro, Ética, op. cit., p. 123.
[20] Epicuro, Ética, op. cit., p. 97.
[21] Epicuro, Ética, op. cit., p. 206.
[22] Epicuro, Ética, op. cit., p. 93.
[23] Epicuro: Ética, op. cit., p. 153.
[24] Epicuro: Ética, op. cit., p. 97.
[25] Refranero clásico español, edición de Felipe C.R. Maldonado, Taurus, Madrid 1982, p. 157.
[26] Epicuro: Ética, op. cit., p. 113. Diógenes Laercio aclara que “naturales y necesarios considera Epicuro a los que eliminan el dolor, como la bebida para la sed. Naturales pero no necesarios los que sólo colorean el placer, pero no extirpan el dolor, como los alimentos refinados. Ni naturales ni necesarios, por ejemplo, las coronas y la dedicación de estatuas”.
[27] Son básicas las distinciones entre necesidades y satisfactores de las mismas, y entre needs ywants. Reflexioné al respecto en Jorge Riechmann (coord.), Necesitar, desear, vivir. Los Libros de la Catarata, Madrid 1998.
[28] Epicuro: Ética, op. cit., p. 121. Vale la pena recordar otra de las exhortaciones del Gnomologio Vaticano: “Éste es el grito de la carne: no tener hambre, no tener sed, no tener frío; quien tenga y espere tener esto también podría rivalizar con Zeus en felicidad” (p. 123).
[29] Epicuro, Ética, op. cit., p. 129.
[30] Epicuro, Ética, op. cit., p. 149.
[31] Epicuro, Ética, op. cit., p. 113.
[32] Epicuro, op. cit., p. 257.
[33] La calidad de vida incluye componentes tanto materiales como inmateriales, y puede pensarse con ayuda de la consagrada terna tener/ amar/ ser (donde al tener pertenecen las condiciones objetivas de vida como alimentación, vivienda, educación, ingresos, salud, condiciones de trabajo, etc.; al amar las relaciones personales, la integración social, la participación, etc.; y al ser las cuestiones de autorrealización, potenciación de capacidades, arte y cultura, etc.). Un adecuadonivel de vida (que incluya al menos la satisfacción de las necesidades básicas) forma parte de lacalidad de vida, pero ésta no se agota ni mucho menos en aquél. Puede valer la pena releer el clásico de Erich Fromm ¿Tener o ser?, FCE, México 1978. Así como Martha Nussbaum y Amartya Sen (coords.), The Quality of Life, Oxford 1993.
[34] Robert D. Putnam, Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community, Simon & Schuster, Nueva York 2000, p. 332.
[35] Richard Eckersley, “What is wellbeing, and what promotes it?”, enhttp://www.wellbeingmanifesto.net/wellbeing.htm, consultada el 26 de diciembre de 2005.
[36] Es la famosa cuestión de la parénclisis, clinamen o desviación de los átomos, introducida –ya lo advirtió Marx– para salvar la libertad humana. Epicuro, en la Carta a Meneceo, señala que algunas cosas suceden por necesidad, otras por azar y otras dependen de la libertad humana, y con cierta sorna comenta: “Era mejor prestar oídos a los mitos sobre los dioses que ser esclavos del destino de los físicos. Aquellos, en efecto, esbozaban una esperanza de aplacar a los dioses por medio de la veneración, pero éste entraña una inexorable necesidad”. Epicuro, Ética, op. cit., p. 101.
[37] Emanuele Severino, La filosofía antigua, Ariel, Barcelona 1986, p. 173.
[38] Véase Lledó, El epicureísmo, op. cit., p. 115 y ss.
[39] Epicuro, Ética, op. cit., p. 113.
[40] Epicuro, Ética, op. cit., p. 127; traducción corregida con la de Lledó, op. cit., p. 125. Comenta el estudioso español: “Todo cuerpo es sagrado, aunque esté ‘dormido’, gravitando sobre el estrecho recinto de su egoísmo, de sus intereses, y acentuando el aspecto de su ‘insaciable sociabilidad’. Esa comunidad de hombres ‘despiertos’ que descubren la común tarea de fraternidad es, efectivamente, un proyecto que entonces debió de parecer utópico, pero que después de veinte suglos se confirma como la única posibilidad de pervivencia y de sentido. Un proyecto utópico, no porque estuviese fuera de la posibilidad, del tópos, del espacio humano, sino porque es ardua la tarea de ‘realizarlo’” (p. 126).
[41] Manuel Sacristán, “Checoslovaquia y la construcción del socialismo”, en Intervenciones políticas, Icaria, Barcelona 1985, p. 253-254. La referencia al rebaño de Epicuro merece una explicación. En una carta que escribió el poeta latino Horacio a un amigo, le cuenta con lujo de detalles un banquete descomunal. Le presenta y describe los platos que ha probado y contabiliza los litros de vino que su organismo feliz ha recibido. El poeta se despide con la siguiente frase: “Te saluda un cerdo de la piara de Epicuro”. El epíteto funda un equívoco: para muchos el epicureísmo se asociará con la desmesura y la concupiscencia, mientras que si algo caracterizaba a su fundador era el ascetismo no enemistado con el placer.
[42] Ildefonso Rodríguez, Política de los encuentros, Icaria, Barcelona 2003.
[43] Entre los pensadores del siglo XX, Cornelius Castoriadis es probablemente el filósofo clave para esta cuestión. Explica Xavier Pedrol cómo para Castoriadis “la configuración de las instituciones que conforman la vida social adquiere una función primordial para el desarrollo de la individualidad. De la misma manera que un medio ambiente sin oxígeno impide el desarrollo del organismo humano, un ser humano sin vida social es un ser sin articulación lingüística, sin autoconciencia y, por lo tanto, imposibilitado de tornarse un individuo, en el sentido habitual de esta palabra. Pero, por otra parte, este conjunto de instituciones que permiten el desarrollo de la individualidad es producto de la creatividad de los seres humanos, de su hacer histórico-social, y adopta formas diversas en cada sociedad. Lo que llamamos individuo es ya, de hecho, una institución social” (Xavier Pedrol en su “Introducción” a Castoriadis, Escritos políticos, Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 22).
[44] Albert Jacquard, “Finitud de nuestro patrimonio”, Le Monde Diplomatique (edición española) 103, mayo 2004, p. 28.
[45] Citado en Leonardo Boff: “Porto Alegre, Davos y la globalización”, en REBELIóN, consultado el 25 de enero de 2003. Enlace: http://www.rebelion.org
[46] Epicuro, op. cit., p. 109.
[47] Salir de la carrera competitiva a escala mundial, ¿es posible? Sólo con instituciones de regulación a nivel también mundial. Se trata de implantar estructuras de gobierno planetario más democráticas y eficaces que las que incipientemente ya existen: la Organización de las Naciones Unidas, y algunos organismos especializados como la UNESCO o la OMS (Organización Mundial de la Salud). Como no es éste el lugar para desarrollar esta cuestión importantísima, me limito a dejarla apuntada en breve nota a pie de página.
[48] Miguel Ángel Toro, “Altruismo y cooperación en los grupos humanos”, ponencia en el curso “Dimensiones sociales del animal humano: una interpretación evolutiva”, Facultad de Biología de la UAM, 12 al 21 de diciembre de 2011.
[49] Entrevista en La Vanguardia Digital, 27 de enero de 2003. Se trata de ideas que la profesora de la Universidad de Masschusetts desarrolla en obras como Planeta simbiótico (Debate, Madrid 2002).
[50] Juan Ramón Jiménez: 80 nuevos aforismos (1921-1926), edición de Arturo del Villar, Aula de Literatura “José Cadalso”, San Roque (Cádiz) 1995, p. 24.
[51] Mario Vargas Llosa, “El ejemplo del puma”, El País, 20 de marzo de 2005, p. 14.
[52] Vargas Llosa los pinta de esta guisa: “¿Cómo no resultaría atractiva a muchos jóvenes, nacidos en medio del gran naufragio de las viejas utopías colectivistas y autoritarias, esta fantasía verde, generosa, de un mundo en el que las contaminadas ciudades donde ganarse la vida vuelve al hombre lobo del hombre, serían reemplazadas por pequeñas comunas entrañables y fraternas, que, rodeadas de bosques y ríos y mares ubérrimos, dedicarían su tiempo a quehaceres creativos y solidarios, sin amos y sin siervos, al servicio del ser humano y de la naturaleza, del hermano bípedo y del hermano puma y del hermano pez y de la hermana tarántula, viviendo estrictamente de lo que la buena madre tierra, y el padre bosque, y el abuelo cielo se dignarían proveer? Un mundo sin ansiedad, sin pobres ni ricos, sin fábricas, sin lujos, de espartana belleza, de talleres, donde la diferencia de las culturas sería una virtud y habría tantos dioses como seres vivientes” (loc. cit.).
[53] Diógenes de Enoanda, discípulo de Epicuro, citado en op. cit., p. 58.
[54] Epicuro, Ética, op. cit., p. 157.
[55] Epicuro, máxima XX. He fusionado las traducciones de Lledó (op. cit., p. 105) y García Gual (op. cit., p. 109).
[56] Joan Brossa, La piedra abierta, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2003, p. 401.
[57] Levi y Anderson: La tensión psicosocial. Población, ambiente y calidad de vida, Ed. El Manuel Moderno, México DF 1980.
[58] Michel Argyle, The Psychology of Happiness, Methuen, Londres 1987; The Social Psychology of Work, Penguin, Harmondsworth 1990; The Social Psychology of Leisure, Penguin, Harmondsworth 1996.
[59] Worldwatch Institute: La situación del mundo 2004 (centrado en el consumo como tema monográfico). Icaria, Barcelona 2004, p. 299. Se refiere a Ronald Inglehart y Hans-Dieter Klingemann, “Genes, culture, democracy and happiness”, en Ed Diener y E.M. Suh (eds.), Culture and Subjective Well-Being, The MIT Press, Cambridge (MA) 2000, p. 171. De Ed Diener (una figura central en estos estudios empíricos sobre la sensación de felicidad) véase también “Subjective well-being: The science of happiness and a proposal for a National Index”, American Psychologist vol. 55, 2000, p. 34-43.
[60] Epicuro, Ética, op. cit., p. 95.
[61] Epicuro, Ética, op. cit., p. 151.
[62] Epicuro, Ética, op. cit., p. 133.
[63] Emilio Lledó, El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Taurus, Madrid 2003, p. 67.
[64] Marx escribió su tesis doctoral, titulada Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro, en 1840-41. Sobre el Marx joven y el jovencísimo, Francisco Fernández Buey: Marx (sin ismos), El Viejo Topo, Barcelona 1998.
[65] Lledó, El epicureísmo, op. cit., p. 8.
[66] Epicuro, Ética, op. cit., p. 73.
[67] Lledó, El epicureísmo, op. cit., p. 7.
[68] Kate Soper: Troubled Pleasures. Verso, Londres 1990, p. 23-86.
[69] JB. Foster, La ecología de Marx, op. cit., p. 69.
[70] Citado en Lledó, El epicureísmo, op. cit., p. 110.
[71] Kate Soper, What is Nature?, Blackwell, Oxford 1995, p. 269 y 271.
[72] Alan Watts, La sabiduría de la inseguridad. Mensaje para una era de ansiedad, Cairos, Barcelona 1978, p. 63 y 65. (El original inglés es de 1951.)
[73] Epicuro, Ética, op. cit., p. 129.
[74] Manuel Sacristán: conferencia “Tradición marxista y nuevos problemas” (Sabadell, 3 de noviembre de 1983), ahora en Seis conferencias –Sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2005. Vale la pena recordar que este tema de la “conversión” ocupaba también a Cornelius Castoriadis, más o menos por los mismos años que a Sacristán. Así, el pensador griego (o greco-francés, si se quiere) evocaba la instauración de una verdadera democracia como “tranformación radical de lo que los seres humanos consideran importante y sin importancia, valioso y sin valor, en una palabra, una transformación psíquica y antropológica profunda, y con la creación paralela de nuevas formas de vida y de nuevas significaciones en todos los dominios”. Y seguía: “Tal vez estamos muy lejos de ello, tal vez no. La transformación social e histórica más importante de la época contemporánea, que todos hemos podido observar durante la última década, pues fue entonces cuando se hizo verdaderamente manifiesta, pero que se encontraba en curso desde hacía tres cuartos de siglo, no es la revolución rusa ni la revolución burocrática en China, sino el cambio de la situación de la mujer y de su papel en la sociedad” (Castoriadis, “Reflexiones sobre el desarrollo y la racionalidad”, en Jacques Attali, Cornelius Castoriadis, Jean-Marie Domenach y otros: El mito del desarrollo,Kairós, Barcelona 1980, p. 216).
[75] Cristianisme i Justícia: “Reflexiones sobre el cambio de siglo y de milenio”, Papeles de Cristianisme i Justícia 137, Barcelona, diciembre de 1999, p. 4.
[76] Lewis Mumford, Técnica y civilización, Alianza, Madrid 1992, p. 423. (La edición original inglesa es de 1934.)
[77] Epicuro citado en Lledó, El epicureísmo, op. cit., p. 111. Comenta el profesor Lledó: “El pan y el agua, realidades para la pervivencia individual, son metáforas para la solidaridad colectiva. No es posible la vida social, sin esa esencial distribución del placer, del placer de lo necesario. Detrás de la modesta expresión que reduce toda la teoría hedonista a ese ‘pan y agua’ del fragmento, late la fuerza y la exigencia revolucionaria de la necesidad. Nada es posible, ni la cultura, ni la ética, ni la educación, si no se lucha antes por la política de lo necesario, por la política de la vida” (p. 112).
[78] En el lenguaje más bien cosificador de la teoría económica, a actividades tales como la conversación entre amigos, el encuentro amoroso o el enriquecedor debate de ideas se les llamabienes relacionales (véase Félix Ovejero Lucas: Mercado, ética y economía –Icaria, Barcelona 1994–, p. 40-42). Se denomina así a los bienes caracterizados por las siguientes propiedades: (a) su materia prima es el tiempo, y se producen sin costes económicos; (b) su elaboración es una actividad compartida y placentera en sí misma; (c) se consumen en el mismo instante en que se producen; (d) se consumen conjugadamente (y se parecen en esto a los bienes públicos: el consumo de unos no excluye el que otros puedan consumirlos a su vez). Resulta obvio que una sociedad que primase la “producción de bienes relacionales” frente a otras actividades productivas sería una sociedad de impacto ambiental reducido –amén de resultar deseable por otras propiedades muy atractivas.
[79] Epicuro, Ética, op. cit., p. 107.
[80] Hay toda una interesante línea de investigación contemporánea sobre “bienestar anticonsumista” de la que pueden dar idea: Clive Hamilton, Growth Fetish, Allen & Unwin, Sydney. 2003. H. Shah and N. Marks, A wellbeing manifesto for a flourishing society, New Economics Foundation, Londres 2004. Richard Eckersley, Well & Good: How We Feel & Why It Matters, Text Publishing, Melbourne, 2004. De este mismo autor australiano, “What is wellbeing, and what promotes it?”, en http://www.wellbeingmanifesto.net/wellbeing.htm, página web de un “Manifiesto del Bienestar” australiano que merece la pena leer.
[81] Publicada ya en 1881 por el gran folclorista Demófilo, padre de los poetas Antonio y Manuel Machado.
[82] Epicuro, Ética, op. cit., p. 109.
[83] Sobre los productos colaterales, y estados que son esencialmente subproductos, véase Jon Elster, Uvas amargas. Sobre la subversión de la racionalidad, Península, Barcelona 1988, capítulo 2. Epicuro sabía, y Scitovsky ha mostrado con profundidad, que el dolor es un componente inextirpable del placer, y no se puede querer uno sin querer el otro: Tibor Scitovsky, The Joyless Economy, Oxford University Press 1992 (primera edición de 1976; hay traducción castellana:Frustraciones de la riqueza. La satisfacción humana y la insatisfacción del consumidor, FCE, México 1986). Veáse también Juan Antonio Rivera en El gobierno de la fortuna. El poder del azar en la historia y en los asuntos humanos, Crítica, Barcelona 2000, p. 241 y ss.
[84] Michel Onfray, “Epicuro, un remedio para la crisis”, El País, 26 de abril de 2014.
[85] Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos (ed. de Günter Wohlfart), Abada, Madrid 2004, p. 55.
[86] De la Primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón(edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal), Los Libros de la Catarata, Madrid 2004, p. 52.
[87] John Bellamy Foster: La ecología de Marx, op. cit., p. 36.
[88] Véase para todo esto Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, Crítica, Barcelona 2003, p. 114 y ss.
[89] Gergard Scherhorn: “Egoismus oder Autonomie”, en Th.L. Heck (coord.): Das Prinzip Egoismus, Nous, Tübingen 1994. El mismo, “Das Ganze der Güter”, en Karl M. Meyer-Abich (coord.): Vom Baum der Erkenntnis zum Baum des Lebens, Beck, München 1997. Sobre las cuestiones de egoísmo, altruismo y reciprocidad tiene un enorme interés el trabajo realizado desde hace años por Samuel Bowles y Herbert Gintis: véase por ejemplo su artículo “¿Ha pasado de moda la igualdad” en Roberto Gargarella y Félix Ovejero (comps.): Razones para el socialismo. Paidos, Barcelona 2001.
[90] David G. Myers: The American Paradox: Spiritual Hunger in an Age of Plenty, Yale University Press, New Haven (Connecticut) 2000.
[91] Robert E. Lane, The Loss of Happiness in Market Democracies, Yale University Press, New Haven (Connecticut) 2000.

Comparte este contenido:

Grandes “temas de nuestro tiempo”

 

Jorge Reichmann

ecosocialismo 1

“No nos dejemos adormecer por la calma actual. Es engañosa. Es un momento de calma entre dos tempestades, el sueño que el mundo de monstruos puede permitirse entre las monstruosidades de ayer y de mañana.”

Günther Anders[1]

“Para hacerse rápidamente una idea de lo que quiere decir hoy plétora miserable lo mejor es pasar de la observación acerca de cómo viven los pobres en la mayoría de los países de África, Asia y América Latina o en los suburbios de las megaurbes a la comparación de eso con lo que se anuncia y publicita (relojes, joyas, perfumes, vestidos, hoteles, residencias, etc.) en las revistas que reparten gratuitamente las grandes compañías aéreas en sus vuelos internacionales. Una vez hecha la comparación, salen sobrando los discursos ideológicos sobre la guerra de civilizaciones.”

Francisco Fernández Buey[2]

“La crisis actual avanza hacia un punto en el que o bien nos enfrentaremos con una catástrofe natural o social, o bien, antes o después de esto, los seres humanos reaccionarán y tratarán de establecer nuevas formas de vida social que tengan un sentido para ellos. Esto no podemos hacerlo por ellos y en su lugar; ni tampoco podemos decir cómo se podría hacer. Lo único que está a nuestro alcance es destruir los mitos que, más que el dinero y las armas, constituyen el obstáculo más formidable en la vía de una reconstrucción de la sociedad humana.”

Cornelius Castoriadis[3]

 

Tres grandes “temas de nuestro tiempo”

En repetidas ocasiones, Javier Echeverría ha instado a los filósofos y filósofas españoles a abordar en serio “los temas de nuestro tiempo”[4] –mencionando entre ellos la crisis ecológica o la sociedad de la información, por ejemplo–, sin caer en las tentaciones del “absentismo filosófico” y la irresponsabilidad. En este texto trato de situarme a la altura de esa responsabilidad cívica (y también filosófica), profundizando en el análisis de algunas cuestiones ya abordadas antes, con mayor o menor fortuna, en otras obras. Como ya declaré en alguna ocasión, creo que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” son la crisis ecológica global en primer lugar (que a efectos analíticos podemos dividir en tres grandes problemas, según propondré en este texto: problema de escala, problema de diseño y problema de eficiencia), la planetaria desigualdad social creciente –e históricamente inaudita– en segundo lugar (podemos referirnos a ella como problema de igualdad), y por último los desafíos planteados por la tecnociencia que emergió en el siglo XX, y que desborda en aspectos significativos el sistema ciencia/ técnica gestado durante los tres siglos anteriores (cabe referirnos a este asunto como el problema fáustico)[5]. Así, no sorprenderá que plantee como tarea fundamental para el pensamiento crítico la de habérselas con las dos nociones de sostenibilidad –o sustentabilidad— y desarrollo sostenible: puesto que ambas aparecen como la más importante respuesta de las sociedades industriales contemporáneas a aquellos tres grandes “temas de nuestro tiempo”, articulados en alguna especie de trabazón.

En este texto quiero esclarecer –en la medida de mis fuerzas— estas dos ideas, proponiendo para ello, junto a categorías bien conocidas, otras relativamente novedosas, como las de biomímesis, producción conjunta o gestión generalizada de la demanda. Pero para llegar a las propuestas en positivo previamente habrá que desbrozar camino, indicando también qué no es sostenible. Y así iré argumentando que sostenibilidad no es sólo ecoeficiencia, porque históricamente las sociedades industriales han sido cada vez más ecoeficientes y cada vez más insostenibles; o que sostenibilidad no puede ser exportación de insostenibilidad, manteniendo determinados parámetros de calidad ambiental y calidad de vida dentro de un territorio de referencia al tiempo que se degrada inexorablemente el resto; o que la “sostenibilidad débil” que defienden muchos economistas ambientales no es auténtica sostenibilidad

Defenderé una idea de sostenibilidad como viabilidad ecológica, y de desarrollo sostenible como buena vida dentro de los límites de los ecosistemas, que en cualquier caso no puede hacer abstracción de las importantes tensiones internas entre desarrollismo y sostenibilidad puestas de manifiesto en los debates y conflictos de los últimos veinte años.

 

Necesidad de una perspectiva socioecológica

La verdad es que no se puede separar limpiamente sociedad y naturaleza: ni las sociedades humanas pueden escapar nunca del todo a sus determinaciones naturales, por más ilusiones que se hagan al respecto (y los seres humanos pertenecientes a la tradición cultural europea nos hemos hecho bastantes), ni la naturaleza es desde hace ya milenios otra cosa que naturaleza humanizada (al menos desde la Revolución Neolítica con la que comenzó la agricultura y la formación de estados, y desde luego en mucho mayor medida desde los comienzos de la Revolución Industrial). De manera que, según creo, una teoría social adecuada a los desafíos de nuestra época –los tres “temas de nuestro tiempo” que antes mencioné– ha de ser necesariamente una teoría socio-ecológica. Y también una teoría ecológica adecuada habrá de incorporar esa radical dimensión socioecológica, al menos desde que el ser humano se transformó en una “fuerza geológica planetaria” (y eso ya lo vio Vladimir Vernadsky hace muchos decenios[6]) y desde que el ámbito de la intervención humana se hizo coextensivo con la biosfera toda. Es posible que llevemos diez milenios haciendo “geoingeniería” sin conciencia del asunto: William Ruddiman formuló en 2003 la hipótesis de que la anómala estabilidad climática del planeta en este período haya tenido origen antropogénico, al haber contrarrestado las emisiones de dióxido de carbono causadas por la masiva desforestación neolítica la tendencia natural del clima al enfriamiento[7].

En cualquier caso, hemos llegado así a una época crucial para la historia humana (y para la historia de la vida sobre nuestro planeta). Somos una “fuerza geológica planetaria”. Necesitamos asumirlo, responsabilizarnos de ello –y ninguna cantidad de humildad ni prudencia será suficiente para hacerlo, a la vista de la magnitud delos desafíos.

“Tal vez no sea hipérbole absurda, ni siquiera exageración, afirmar que el punto más crucial en el espacio y en el tiempo (aparte del propio big bang) sea aquí y ahora. Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (…). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo XXI podría hacer peligrar el potencial de la vida.”[8]

Tras la opinión del científico natural, el parecer del filósofo social:

“Algunas fuentes de daño pueden haber sido reconocidas y desactivadas –sin que por ello se desvanezca la auténtica amenaza. Ésta consiste en la expansión mundial de un sistema económico y una forma de vida que ya hoy, cuando probablemente sólo abarca a una cuarta parte de la humanidad, excede claramente la capacidad ecológica de nuestro planeta. Sigue siendo verdad que esa cuarta parte consume tres cuartos de los recursos y emite tres cuartos de la contaminación. (…) Lo que se nos viene encima, por todo cuanto podemos saber, no admite comparación con nada que hayamos experimentado anteriormente.” [9]

La crisis ecológica es una crisis social. Lo que está fallando no es la naturaleza, es nuestra sociedad: su estructuración interna y sus formas de intercambio con la naturaleza. Y cuando vivimos en un “mundo lleno” o saturado (en términos de espacio ambiental)[10], la perspectiva teórica adecuada no puede ser sino socioecológica. Se puede llegar a una conclusión semejante tanto desde la sociología ambiental académica (y ahí tenemos, por ejemplo, el enfoque del “ecosistema social” de Juan Díez Nicolás) como desde la aspiración a un renovado materialismo ecológico de matriz marxista (como muestra, entre otros, el trabajo de John Bellamy Foster en los últimos años)[11].

Coevolución (entre sistemas humanos y sistemas naturales) e interacción (entre los seres humanos y el medio ambiente) son conceptos clave para la perspectiva ecosocialista donde me intento situar para escribir este volumen. Los desafíos planteados por la cuestión ecológica, lejos de reducirse a una cuestión de valores, atañen a las relaciones metabólicas básicas entre los seres humanos y la naturaleza; por eso, la mirada propia de la filosofía moral sobre estas cuestiones no puede evitar cruzarse con las miradas del ecólogo, de la socióloga ambiental, del teórico de sistemas, de la economista ecológica, del investigador sobre estética, de la pensadora feminista… Desde la perspectiva ecosocialista, comprender lo mejor posible el metabolismo sociedad/ naturaleza y sus perturbaciones (en términos de intercambio de energía, materia e información) es básico para la racionalidad de nuestro análisis ético-político y para la sensatez de las propuestas emancipatorias que pudieran derivarse de éste.

 

Población, ecosistemas, fuerzas productivas, relaciones sociales

¿Con qué herramientas conceptuales abordar el estudio del metabolismo entre seres humanos y naturaleza? Un esquema útil para empezar lo proporciona el “enfoque del ecosistema social” que lleva muchos años propugnando el sociólogo Juan Díez Nicolás, quien lo aprendió de sus maestros Amos H. Hawley y Otis D. Duncan.[12] Según éste enfoque, los cuatro factores básicos para lograr entender qué hacemos aquí (quiero decir, sobre esta Tierra) son población, medio ambiente, tecnología y relaciones sociales.

Bueno, esto no queda lejos de la perspectiva ecosocialista, o ecomarxista, que trato de desarrollar desde hace años[13]. Permítaseme evocar unas pocas palabras mías de un libro publicado en 1994: “En el plano macrosocial el análisis de las interrelaciones entre población, medio ambiente, fuerzas productivas y organización social sigue proporcionando, a mi entender, explicaciones plausibles para la mayoría de los grandes y dramáticos cambios que se están produciendo a finales del siglo XX. Un marxismo ecológicamente informado no debería tropezar con demasiadas dificultades teóricas para la comprensión de lo que pasa en este final de siglo.”[14] Y proseguía citando a Manuel Sacristán:

“Creo que el modelo marxiano del papel de las fuerzas productivas en el cambio social es correcto; creo que la historia conocida sustancia bien la concepción marxiana; ésta es coherente en el plano teórico y plausible en el histórico- empírico. De modo que no creo que sea necesario revisar esas tesis. (…) La novedad consiste en que ahora tenemos motivos para sospechar que el cambio social en cuyas puertas estamos no va a ser necesariamente liberador por el mero efecto de la dinámica, que ahora consideramos, de una parte del modelo marxiano. No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre las fuerzas productivo-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipatoria. También podría ocurrir todo lo contrario.”[15]

Cabe añadir, redundando un poco, que un marxismo ecológicamente informado ha de ser por fuerza un marxismo autocrítico, en gran medida “revisionista” con respecto a los hilos productivistas –o “produccionistas”, como preferiría Enric Tello— que se entretejen en su propia tradición. Desde el trasfondo de la crisis ecológica, la mayor carencia teórica de Marx y Engels (así como de las principales corrientes marxistas posteriores) seguramente es la incomprensión de los límites naturales impuestos al desarrollo de las fuerzas productivas, tal y como mostró por ejemplo Ted Benton[16]. La hipótesis de abundancia es, a la vez, central para las corrientes principales del marxismo e indefendible (por cuanto sabemos hoy sobre constricciones ecológicas).

“La relevancia [del supuesto optimista de abundancia] en el esquema de Marx nunca será suficientemente destacada. Para Marx el comunismo se fundamentaba en la posibilidad de la abundancia, en el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas. Pero la abundancia no sólo era el supuesto sobre el que se cimentaba la sociedad comunista, sino también el combustible que, bajo la forma de las demandas insatisfechas [de la clase proletaria], de su necesidad histórica, estaba entre los mecanismos que relacionaban en ‘ahora mismo’ con el ‘dónde llegaremos’. (…) Vivimos en un planeta con recursos limitados y nunca podrá existir una sociedad donde todos los deseos de todos se puedan satisfacer simultáneamente. El supuesto de abundancia resulta insostenible y, si hay algún mecanismo inflexible que gobierne los procesos históricos, antes parece conducir a la barbarie que al comunismo. Si no hay de todo para todos, si no estamos en una sociedad de la abundancia, aparecen los problemas de la distribución: ¿qué se debe distribuir? ¿Con qué criterios? ¿A quién?”[17]

Por eso, una perspectiva ecosocialista debe enfatizar el carácter de pensamiento de los límites que es propio de la razón ecológica; y en particular debe mostrar el “lado oscuro” de las fuerzas productivas, vale decir la parte de destrucción que necesariamente entraña toda producción. Una buena herramienta para ello es el concepto de producción conjunta.

 

Saltan las alarmas

¿Qué está pasando con los cuatro componentes de este esquema o modelo en nuestro terrible comienzo de siglo XXI, marcado por dinámicas como la crisis ecológica planetaria, la globalización socioeconómica, el ahondamiento de la fractura Norte/ Sur o las tensiones militaristas y neoimperialistas? Podríamos esquematizarlo de la siguiente forma:

Población à explosión demográfica (cuyo fin ya avistamos: transición demográfica global prevista para mediados del siglo XXI. Con la “bomba poblacional” desactivada se abrirán nuevas perspectivas para una humanidad que busque su equilibrio con la naturaleza)

Medio ambiente à crisis ecológica global, que enseguida abordaré con más detalle

Fuerzas productivas (tecnología) à desarrollo explosivo de la tecnociencia[18]

Relaciones sociales à interdependencia creciente; quiebra de muchos vínculos sociales; incremento de las desigualdades sociales y simultáneo aumento de la conectividad social; dominio del capital financiero sobre la economía; emergencia incipiente de “una sola humanidad”, contradicha por la profunda fractura Norte/ Sur

En este texto apenas abordaré la temática demográfica[19], y el énfasis de mi reflexión no se situará sobre la problemática de la tecnociencia[20]; pero en cambio voy a dedicar un esfuerzo considerable a las cuestiones que plantean la crisis ecológica y las relaciones sociales. Hasta el punto de que una de mis tesis principales será que los problemas ambientales, lejos de reclamar principalmente soluciones tecnológicas, lo que exigen sobre todo es una reconstrucción de la socialidad humana. (Sé que la expresión “reconstruir la socialidad humana” es algo grandilocuente. A quien por ello le resulte incómoda, quizá pueda aceptar la paráfrasis siguiente: transformar el ethos dominante en las sociedades industriales de manera que se favorezcan prácticas más cooperativas.)[21]

Durante estos últimos años han menudeado en Europa y EE.UU. las manifestaciones de inquietud sobre China (y en menor grado sobre la India), es decir, sobre las tensiones que en los mercados mundiales está creando el intenso dinamismo de la economía china. Con tasas de crecimiento del PNB cercanas al 10% durante bastantes años seguidos, el país asiático ha emprendido un avance rapidísimo por la autovía del “desarrollo”, y ello ha bastado para hacer saltar las alarmas en lo que a disponibilidad de factores económicos se refiere: desde soja hasta petróleo, desde acero a capitales para inversión, el tirón de la enorme demanda china basta para poner en peligro abastecimientos o amenazar con elevaciones de precios en los lugares más diversos del planeta. El sorpasso de China (respecto a EEUU) como primer país consumidor de energía primaria en el planeta se produjo en 2010.[22]

“Cuando Gran Bretaña, Alemania, EE.UU. y Japón se estaban industrializando con gran rapidez hace cien años, se enzarzaron en una batalla internacional para hacerse con las fuentes energéticas mundiales, estuviesen donde estuviesen. Hoy está ocurriendo lo mismo, y seguirá ocurriendo en los próximos años. Una triple rivalidad por los recursos de petróleo y gas entre EE.UU., China e India, con la participación de Japón y Europa, intentando encontrar desesperadamente otras fuentes y escapar de la carrera (probablemente imposible desde el punto de vista tecnológico), no es una hipótesis optimista. Pero cada vez es más probable.”[23]

¿Qué está pasando aquí? En el fondo, lo que el crecimiento chino nos pone ante los ojos es la reducción al absurdo del modelo de producción y consumo del que hoy nos beneficiamos las elites del planeta, menos del 20% de la población mundial. China muestra que basta con que otro 20% se tome en serio lo que hemos venido predicando sobre el “desarrollo”, e intente ponerlo en práctica, para que el modelo cruja por todas sus junturas, y acabe saltando por los aires. La biosfera no puede acoger otros 1.200 ó 1.400 millones de personas viviendo según las pautas insostenibles de producción y consumo que han generado las sociedades industriales desde hace dos siglos, y sobre todo en la segunda mitad del siglo XX: y no digamos si se pretendiese generalizarlo a la totalidad de los habitantes del planeta… En éste sencillamente no hay “espacio ecológico” para que todos los seres humanos que hoy lo pueblan puedan vivir como hoy lo hace la minoría rica y dispendiosa.

Pero si este modelo no es generalizable, si harían falta dos o tres planetas adicionales para que pudiese extenderse a todos, entonces tampoco es justo. Ni los ciudadanos y ciudadanas conscientes, ni los movimientos sociales críticos, pueden resignarse a una situación así: consolidarla sería afianzar una suerte de apartheid planetario. De ahí las esperanzas de cambio, tanto en el Norte como en el Sur de nuestro mundo dividido, que vehicula el concepto de desarrollo sostenible, con su triple dimensión de sustentabilidad ecológica, justicia social y eficiencia económica.

 

Tensión entre desarrollismo y sostenibilidad

Ahora bien: se aprecia una gran tensión entre desarrollismo y sostenibilidad entre muchos de quienes hoy se apuntan al discurso del desarrollo sostenible. Por no aducir más que un ejemplo, el Consejero de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente del Gobierno Vasco, Sabin Intxaurraga, presentaba los objetivos de la Estrategia Ambiental Vasca de Desarrollo Sostenible 2002-2020 (aprobada el 4 de junio de 2002) en los siguientes términos: “La apuesta estratégica se fundamenta en un desarrollo en el cual el crecimiento económico apoye el progreso social y respete el medio ambiente, que la política social sustente los resultados económicos y que la política ambiental sea rentable”[24].

Como se ve, el énfasis economicista prevalece: ¿por qué tendría que ser rentable –y para quién— la política ambiental? ¿Por qué tiene que continuar el crecimiento? ¿Qué tiene que ver eso con la sostenibilidad? Saltando a otro ámbito, la Comisión Europea puede llenarse la boca con sus propósitos de “promover el crecimiento y el empleo de forma absolutamente coherente con los objetivos de desarrollo sostenible”[25]; cuando luego especifican qué van a hacer para materializar esos propósitos, nos dicen que “el Mercado Único necesita equiparse con infraestructuras modernas para facilitar el comercio y la movilidad” (p. 19), y resulta que la construcción de grandes infraestructuras de transporte, y el incremento de intercambios comerciales a larga distancia, son factores fundamentales de insostenibilidad en la UE. Continuamente parece repetirse la misma pauta: persecución de objetivos mutuamente incompatibles.[26]

Desarrollo sostenible no es –pongamos por caso– cumplir el Protocolo de Kyoto: habría de ir mucho más allá. Sin duda presupone la lucha contra el cambio climático para la cual el Protocolo de Kyoto representaba un pequeño primer paso: pero exige nada menos que el cambio de modelo de producción y consumo. La cuestión de fondo –hay que insistir sobre ello— es que el modelo de desarrollo que, en la segunda mitad del siglo XX, las elites de los países industrializados propusieron como meta para los esfuerzos y aspiraciones del conjunto de la humanidad, es esencialmente no generalizable. No hay recursos naturales ni espacio ecológico suficiente para que la forma de producir y consumir hoy dominante en EE.UU., la Unión Europea o Japón se extienda al planeta entero. Intentar perseguir el bienestar individual dentro de ese marco socioeconómico inviable nos está conduciendo a un desastre de dimensiones planetarias. No se trata, por consiguiente, de cambios incrementales dentro del sistema hoy imperante, sino de cambiar radicalmente las reglas de juego: se trata de otro modelo de producción y consumo.[27]

Desarrollo sostenible no es más crecimiento económico con una hoja de parra ambiental para taparle las peores vergüenzas. Desarrollo sostenible, en un país del Norte (vale decir: ya sobredesarrollado), implica no crecer más, e incluso decrecer en ciertas magnitudes. Ahí está toda la –enorme— dificultad, que nos exige distinguir radicalmente entre crecimiento y desarrollo sostenible:

“La mejora del bienestar y el logro del pleno desarrollo de las potencialidades humanas es algo que se realiza fuera del camino del crecimiento infinito de las cantidades producidas y consumidas, fuera del camino de la mercancía y el valor de cambio. Se realiza en el camino del valor de uso y de la calidad del tejido social que pueda nacer a su alrededor.”[28]

Si se desea una fórmula breve, desarrollo sostenible es desarrollo humano sin crecimiento cuantitativo (pues han de respetarse los límites impuestos por los ecosistemas). Los escenarios de contracción y convergencia que el Global Commons Institute lanzó ya en 1990 al debate internacional sobre cambio climático van en este sentido: contracción del impacto ambiental global y convergencia entre Norte y Sur.[29]

 

Preguntar por los fines, y también por los medios

El sociólogo ambiental Ernest García subraya que en la masa de información sobre la crisis ecológica mundial que se ha venido acumulando en los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI se aprecian dos rasgos muy especiales. Uno de ellos es el refinamiento y precisión de los datos, aspecto de la cuestión donde se ha dado un salto cualitativo en este período. Otro es un cambio perceptible en el tono: dentro de la sobriedad y neutralidad científicas del lenguaje, se habla cada vez menos de las amenazas futuras y cada vez más de la situación en que ya nos encontramos. “El futuro ha llegado, el lobo que nunca venía ya ha entrado en el redil. Todavía no puede verse sin el instrumental adecuado y sin la información adecuada sobre en qué dirección enfocar la mirada, y habrán de pasar algunos años –quizás diez o quince— antes de que la situación de extralimitación sea generalmente reconocida: pero ya no hay forma de eludirla.”[30]

El desafío al que hacemos frente es enorme: se trata de pasar de un mundo manifiestamente insostenible que pueblan hoy 7.000 millones de personas, a otro de 9.000 millones de habitantes que sea sostenible[31]. En un “mundo lleno” o ecológicamente saturado, cada actividad humana ha de ser evaluada en términos de (A) su contribución a la vida buena para los seres humanos (y quizá para todos los seres vivos[32]), y (B) su impacto ambiental. Es decir: superando el “sonambulismo tecnólogico” en que (al decir de Langdon Winner) nos movemos[33], y los sonambulismos políticos y morales concomitantes, hemos de preguntarnos sin desmayo por los fines, y también por los medios que usamos para perseguir aquellos fines.[34]

De forma general, contribuir a la vida buena –racionalmente escrutada— supondrá satisfacer necesidades y potenciar capacidades, teniendo en cuenta la autonomía del agente moral (o no teniéndola, si en lugar del sujeto humano tenemos que vérnoslas con un “paciente moral” no humano). Para ello pondremos en obra medios diversos –por ejemplo, satisfactores de necesidades que tendrán impactos ambientales (y sociales) muy diversos, susceptibles de comparación entre sí–.[35]

El “doble filtro” reflexivamente aplicado a nuestros fines y nuestros medios debería guiarnos hacia una vida buena que no sobrepase los límites de la biosfera (que es, como veremos más adelante, una adecuada definición sintética de desarrollo sostenible).

Para un ecologismo materialista, como el defendido en estas páginas, plantea problemas el avanzar hacia formas más frugales de habitar la Tierra sin por ello denigrar los bienes materiales ni la vida cismundana. Dentro de la historia del pensamiento, las reflexiones de Epicuro –de las que puede extraerse la propuesta de algo así como un hedonismo ascético— revisten el máximo interés para el ecologista o la ecologista que hoy se estén planteando estos problemas. Manuel Sacristán se refirió a la importancia de desarrollar, desde la izquierda, una idea de austeridad epicúrea, una sociedad más igualitaria y frugal donde –supuestas satisfechas las necesidades materiales básicas— el desarrollo lujoso se situase más bien del lado de las “necesidades espirituales”[36].

 

La “cuestión del sistema”

En el mismo día y en el mismo diario –El País del 5 de mayo de 2005–, dos artículos referidos a sendos países centrales de la Unión Europea –Alemania y Gran Bretaña— amontonaban algunas piedras adicionales sobre el túmulo donde se supone está enterrado el socialismo en cuanto alternativa al capitalismo. En uno de los artículos, con ocasión de las elecciones al parlamento británico, Timothy Garton Ash escribía que “cerrados los grandes conflictos ideológicos del siglo XX, lo que persiguen ambos partidos [conservadores y laboristas] son versiones del capitalismo de rostro humano”[37]. En otro José Comas, desde Berlín, criticaba por extemporánea la pequeña erupción anticapitalista del entonces presidente del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Franz Müntefering, quien había osado atacar a los inversores financieros que “no conocen reglas ni límites” y “no gastan ni un pensamiento en las personas cuyos puestos de trabajo destruyen”. No contento con lo anterior, el desmelenado Müntefering remató: “Permanecen anónimos, no tienen cara y caen formando enjambres como la langosta sobre las empresas, las esquilman y se van. Contra esa forma de capitalismo luchamos”[38]. El periodista Comas quitaba importancia a la cuestión, aseverando que se trataba sobre todo de retórica electoral para movilizar a las bases del desmoralizado SPD ante las difíciles elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia.

Y sin embargo… ¿quizá la “cuestión del sistema” no está cerrada, mal que les pese a los defensores del statu quo, los enterradores como Garton Ash, Comas y tantos otros? ¿Quizá algo se remueve bajo el túmulo, a pesar de las toneladas de piedras acumuladas? Ésta será también una de las tesis del texto que sigue. Creo, en efecto, que tanto la crisis ecológica, como la creciente polarización social que induce el capitalismo sin controles de la economía globalizada, como la difícil compatibilidad del capitalismo con instituciones democráticas ambiciosas, así como –por último— los enormes problemas que plantea la necesidad de control democrático sobre la tecnociencia, vuelven a poner sobre la mesa de debate el dilema capitalismo/ socialismo. Y que un ecosocialismo a la altura de los problemas del siglo XXI es una propuesta política que merece ser analizada y tomada en serio[39].

Quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable de fascismo, dice una famosa frase de Max Horkheimer. Podríamos parafrasear: quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable tampoco de crisis ecológica.

 

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios… y de nuestro medio

Uno de los principales hilos conductores que seguiremos en este texto es la conjetura de que en lo que a “desarrollo” o “progreso” se refiere opera una suerte de ley de rendimientos decrecientes, de manera que, superados ciertos umbrales, intentar seguir avanzando por los caminos trillados se torna cada vez más contraproducente. Las fórmulas antiproductivistas ¿cuánto es suficiente? (debida al ensayista norteamericano Alan T. Durning) o momento de parar (que propuso con vigor el artista canario César Manrique) no expresan entonces ninguna nostalgia romántica, “pasadista” o anti-ilustrada, sino sencillamente exigencias básicas de racionalidad.

Se acaba la era del derroche energético, ese anómalo siglo XX en que la disponibilidad del petróleo barato posibilitó –para la minoría de la humanidad— una forma de vida tan dispendiosa como nunca antes se había conocido (sin que ello haya significado mayor felicidad o cumplimiento humano, cabe conjeturar). Ahora hemos entrado, o estamos a punto de hacerlo, en el peak oil, el “cenit” o “techo” del petróleo: los años en que la proximidad del agotamiento de este preciado recurso induce un contexto de precios altos y dificultades económicas crecientes[40].

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios, en lo que a uso de recursos naturales se refiere; y también por encima de nuestro medio, desbordando su capacidad para asimilar los resultados de la actividad humana. Se impone un movimiento de recapacitación y de “vuelta a lo esencial”: ¿cuáles son los valores que de verdad importan? ¿Qué es de verdad necesario, y qué superfluo? ¿En qué consiste la vida buena para los seres humanos?

En un contexto de austeridad, de uso más parsimonioso de la energía y los materiales, cabe que encontremos vías hacia órdenes sociales más justos y satisfactorios, si un fuerte aprecio por el valor de la igualdad ayuda a un reparto equitativo de los bienes y de las cargas que serán nuestro lote. Pero también es posible –si prevalecen las tendencias contraigualitarias— que los terribles rasgos fascistas, más o menos larvados, que hoy salen a la luz cuando nos confrontamos con las diferencias o hacemos frente a problemas de recursos escasos, se condensen y fortalezcan hasta desembocar en sociedades que podrían hacer palidecer a los totalitarismos del siglo XX[41].

Se me llamará pesimista si digo que este segundo camino me parece, hoy por hoy, mucho más probable que el primero. Pero, por desgracia, un mundo donde menos de la quinta parte de la humanidad acapara más de las cuatro quintas partes de los recursos, convirtiendo de hecho a la mayoría de la humanidad en seres de tercera clase, ya ha dado los primeros pasos hacia un fascismo de alcance planetario.

Por mucho internet, mucha televisión, mucho centro comercial, mucho turismo y mucha ONG que echemos al asunto, la realidad que estamos viviendo es así de dura.

 

Herramientas para comprender la realidad, herramientas para transformarla

La razón ecologista sabe bien que no son posibles soluciones tecnocráticas para la crisis ecológica global (ni para ninguna de las demás crisis cuyo entrelazamiento constituye la actual crisis de civilización). Las reformas económicas deben transformar un aparato productivo que engrana muy mal con las realidades naturales, pero no sustituyen a los imprescindibles cambios sociales (las relaciones sociales engloban y deben orientar la economía, advertía Karl Polanyi hace más de sesenta años en su clásica obra La gran transformación)[42]. El cambio tecnológico puede ayudar a resolver algunos de los problemas inmediatos (y necesitaremos que lo haga, por ejemplo para transformar nuestro sistema enérgetico basado en los combustibles fósiles en otro basado en las energías renovables, así como para mejorar sustancialmente la ecoeficiencia de nuestras sociedades), pero a menudo lo hace a costa de provocar otros mayores, sobre todo cuando alcanza la escala de la megatecnología.

Las tecnologías necesarias para la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades existen ya (o alcanzarán su madurez en muy pocos años). Necesitamos innovación tecnológica, pero en mucha mayor medida necesitamos innovación social: creatividad y participación social. Las reflexiones y los esfuerzos de la ecología política son centrales en cualquier programa emancipatorio para el siglo XXI, y la idealidad socialista/ comunista precisa a mi entender una decidida inflexión hacia el ecosocialismo.

La disciplina dentro de la cual trabajo –la filosofía práctica— bulle y hormiguea hoy con proyectos de investigación subvencionados, congresos y publicaciones sobre ética de los negocios, ética empresarial, ética de la banca, ética de la publicidad, ética de los mass-media… Creo que hay que retroceder dos o tres pasos para plantear las disyuntivas previas y fundamentales: filosofía para los de arriba, o filosofía para los de abajo. Filosofía que ignore la diferencia sexual humana, o filosofía que la tenga en cuenta. Filosofía que sólo tenga moralmente en cuenta a los humanos, o filosofía que desborde el estrecho corsé del antropocentrismo. Filosofía que se haga cargo de que la entropía existe, o filosofía que se niegue a mirar de frente esa realidad.

 

JOHN HOLLOWAY: SOBRE INVESTIGACIÓN Y COMPLICIDAD CON EL MAL

“Está claro que el posmodernismo no es la única forma en la cual los científicos sociales se reconcilian con la amargura de la historia. Hay muchas formas de aceptar una reducción de las expectativas, una cerrazón de las categorías, una imposición de las anteojeras conceptuales. Las condiciones de la vida académica, la necesidad de terminar la tesis, de encontrar trabajo, la presión para conseguir becas: todo nos empuja a la misma dirección. Todo nos dice que hay que enfocarnos en nuestro fragmento especializado del conocimiento, que no hay que meternos con la complejidad del mundo. La complejidad se vuelve la gran coartada, tanto científica como moralmente. El mundo es tan complejo que lo podemos conceptualizar solamente en términos de narrativas fragmentadas o, lo que sigue siendo mucho más común a pesar de la moda del posmodernismo, en términos de estudios de casos positivos y positivistas. El mundo es tan complejo que no puedo aceptar ninguna responsabilidad para su desarrollo. La moral se contrae: la moral es ser amable con la gente que me rodea, más allá de ese círculo inmediato el mundo es demasiado complejo, la relación entre las acciones y sus consecuencias demasiado complicada.

Cuando me paro en un semáforo (la mayoría de los académicos en México son parte de la clase cochehabiente), doy (o no doy) un peso a la gente pidiendo limosna, pero no me pregunto acerca de una organización del mundo que crea más y más miseria y cómo esta organización se puede cambiar. Este tipo de pregunta se ha vuelto moral y científicamente ridícula. ¿Para qué plantearla si sabemos que no hay respuesta? El problema con esta reducción de las expectativas, con este cerrazón de las categorías, con este estrechamiento del concepto del trabajo científico, no es la calidad de la investigación que resulta. La investigación puede ser muy buena, los resultados pueden incluso ser correctos en cierto sentido. Pero el problema de las ciencias sociales (o de la ciencia en general) no es ser correcto, no es la exactitud. El problema de las ciencias sociales es la complicidad.

Nuestra investigación puede ser muy buena, pero si aceptamos la fragmentación que surge de la desilusión, si abandonamos en nuestro trabajo la exploración de la posibilidad de cambiar radicalmente un mundo en el cual la explotación y la miseria se vuelven cada día más intensas y en el cual la dinámica de la explotación va mucho más allá de cualquier ‘identidad’, ¿no nos hacemos cómplices entonces de la explotación de los humanos por los humanos, cómplices en la destrucción de la humanidad, cómplices finalmente en la muerte de nuestros muertos?”

John Holloway, “El zapatismo y las ciencias sociales en América Latina”, conferencia pronunciada en Puebla (México) en marzo de 2000; puede consultarse en http://www.revistachiapas.org/Holloway10.htm

Necesitamos herramientas para comprender la realidad, y herramientas para transformarla. En este texto propongo un surtido –espero que razonablemente bien compuesto y ordenado— de ambos tipos de herramientas intelectuales. Alexander von Humboldt y Bertolt Brecht dijeron que comprender es uno de los mayores placeres que nos son dados a los seres humanos, y es verdad. El placer de comprender se halla a la par con el sexo, con la buena mesa, y con muy pocos placeres más. Por eso, una de las mayores desgracias de nuestra época es que la combinación entre desigualdades brutales, especialización excesiva y una demasía de entretenimiento poco inteligente prive a la mayoría de las personas de la mayoría de las ocasiones para disfrutar de este placer. Yo me siento muy afortunado por trabajar dentro de una disciplina –la filosofía— y sobre un ámbito temático –el medio ambiente, con su exigencia de abordajes interdisciplinares— que precisamente favorecen las oportunidades para el disfrute. Doy gracias por poder ganarme la vida estudiando y enseñando de esta forma.

 

Fuente: Ediciones CIM

 

[1] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidos, Barcelona 2001, p. 63.

[2] Francisco Fernández Buey, Otro mundo es posible –Guía para una globalización alternativa, Ediciones B, Barcelona 2004, p. 46.

[3] Castoriadis, “Reflexiones sobre el desarrollo y la racionalidad”, en Jacques Attali, Cornelius Castoriadis, Jean-Marie Domenach y otros: El mito del desarrollo. Kairós, Barcelona 1980, p. 209. (Ed. original francesa de 1977.) Hoy reproducido parcialmente en Castoriadis, Escritos políticos (ed. de Xavier Pedrol), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 76 y ss.

[4] Por ejemplo, en su intervención ante el V Congreso Andaluz de Filosofía, Almonte (Huelva), 10 al 12 de septiembre de 2004.

[5] Una interesante reflexión sobre el Fausto de Goethe, en el marco de los debates contemporáneos sobre economía y ecología, en Hans-Christian Binswanger/ Malte Faber/ Reiner Manstetten: “¿Ecología o economía?”, El Viejo Topo 103, Barcelona, enero de 1997.

Hay además un problema de falta de democracia vinculado tanto con la crisis ecológica, como con el problema de la desigualdad y con el problema fáustico, pero en este texto sólo lo abordaré de forma parcial e insuficiente. No es que lo considere de menor calado que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” que acabo de sugerir, sino que los desborda: no es tan específicamente contemporáneo como ellos y viene de mucho tiempo atrás. De todas formas, aportaré algunas someras indicaciones sobre ecología y democracia en el capítulo 7.

[6] Jean-Paul Deléage, Histoire de l’écologie, La Découverte, París 1991, p. 270. Esta obra se ha traducido al castellano (Historia de la ecología, Icaria, Barcelona 1992): la prefiero a la Historia de la ecología de Pascal Acot (Taurus, Madrid 1990). El texto clásico del biólogo ruso está disponible en castellano: Vladimir I. Vernadsky, La biosfera (introducción de Ramón Margalef), Fundación Argentaria/ Visor, Madrid 1997.

[7] Ferrán Puig Vilar, “¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 109-110. El artículo original de William F. Ruddiman se titula “The anthropogenic greenhouse era began thousands of years ago”.

[8] Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona 2004, p. 16.

[9] Manfred Linz: Wie kann geschehen, was geschehen muss? Ökologische Ethik am Beginn dieses Jahrhunderts, Wuppertal Institut (Wuppertal Paper 111), Wuppertal, diciembre de 2000, p. 5.

[10] La noción de «mundo lleno», full-world, fue acuñada por Herman E. Daly, uno de los más importantes especialistas en economía ecológica. Un volumen compilado por él, con varios ensayos suyos, ha sido traducido al castellano: Daly (ed.), Economía, ecología y ética (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1989). Para lectores de formación cristiana (pero no sólo para ellos, desde luego) puede resultar iluminador el libro que escribió junto con el teólogo John Cobb: Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el medio ambiente y un futuro sostenible (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1993).

[11] John Bellamy Foster, La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Libros de El Viejo Topo, Barcelona 2004.

[12] Véase una exposición sencilla en Juan Díez Nicolás, El dilema de la supervivencia: los españoles ante el medio ambiente, Caja Madrid 2004, p. 11 y ss.

[13] Y que he actualizado en El socialismo puede llegar sólo en bicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[14] Jorge Riechmann, Los Verdes alemanes. Historia y análisis de un experimento ecopacifista a finales del siglo XX, Comares, Granada 1994, p. 10.

[15] Manuel Sacristán, Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona 1987, p. 104-105.

[16] En un conocido artículo de 1989 publicado en el número 178 de la New Left Review. Ahora accesible como: Ted Benton, “Marxisme et limites naturelles: critique et reconstruction écologique”, en Jean-Marie Harribey y Michael Löwy (eds.): Capital contre nature. PUF, París 2003.

[17] Félix Ovejero, Proceso abierto. El socialismo después del socialismo, Tusquets, Barcelona 2005, p. 58 y 63.

[18] En lo que a tecnología se refiere, cabe defender que las tres cuestiones básicas –si pensamos en cómo hacer frente a la crisis ecológica— son energía, transporte y comunicaciones. Energía: pues la actividad humana en general –y la económica en particular— depende crucialmente de cómo se capta energía exosomática de diversas fuentes, y cómo ese flujo energético se domina para aprovechar los recursos del entorno y lograr los fines perseguidos. Transporte: porque los cambios en la tecnología del transporte han ido ampliando el acceso a mayores recursos, hasta llegar a la situación actual, en la que las sociedades más industrializadas explotan los recursos del planeta entero. Comunicación: porque la conectividad creciente –aunque hoy tan desigual— entre todos los seres humanos es condición necesaria para la emergencia de esa conciencia planetaria o de especie que hoy necesitamos para desactivar el actual curso hacia el desastre. He desarrollado algunas reflexiones sobre tecnociencia y sostenibilidad en Jorge Riechmann: “¿Detener un reactor con frenos de bicicleta?”, capítulo 11 de Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[19] Puede verse un tratamiento de la misma a mi juicio adecuado en Robin Attfield, Environmental Ethics –An Overview for the Twenty-First Century, Polity Press, Cambridge 2003, p. 137-144.

[20] Sí lo he hecho en otras obras como Transgénicos: el haz y el envés (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004) o Nanomundos, multiconflictos (junto con José Manuel de Cózar, Paulo Martins y otros; Icaria, Barcelona 2009).

[21] Los ethos dominantes en las sociedades –producidos y reproducidos por las conductas individuales– cambian, claro está. Una práctica puede ser completamente normal en un momento dado: golpear “educativamente” a los niños, pongamos por caso, decidir en el lugar de la propia esposa, torturar animales por entretenimiento, o arrojar basura en cualquier lugar. Entonces, contra estas prácticas generalizadas se alzan en cierto momento algunos disidentes, “pioneros morales” que van abriendo camino. La senda, durísima al principio, se vuelve más fácil cuanta más gente la siga, hasta que –tiempo después— las presiones sociales se alteran de forma que adherirse a las viejas prácticas bárbaras se torna más difícil que abandonarlas. Así, por ejemplo, cambia un ethos social.

[22] En ese año el consumo energético mundial supuso unas 12.000 millones de TEP (toneladas de equivalente de petróleo); el 20’3% correspondió a China y el 19% a EEUU.

[23] Paul Kennedy, “Dos estudios, una conclusión”, El País, 16 de marzo de 2005, p. 15.

[24] Edición del Gobierno Vasco y el IHOBE del Sexto Programa de Acción Comunitaria en Materia de Medio Ambiente, serie Programa Marco Ambiental nº 17, febrero de 2003, p. 3.

[25] Comunicación de la Comisión Europea al Consejo Europeo de Primavera: Working together for growth and jobs. A new start for the Lisbon strategy, COM (2005) 24, Bruselas 2005, p. 12.

[26] Algo parecido puede pensarse del Tratado Constitucional europeo propuesto en 2004-2005 (y aprobado en España mediante el referéndum del 20 de febrero de 2005): observaba José Vidal-Beneyto que el texto “forma un corpus heteróclito, dividido en cuatro partes de las que las dos primeras, de condición genérica y declarativa, se centran en los principios y valores de la Unión y tienen un estatus casi antagónico del de la tercera, que es de naturaleza dispositiva y relativa a las políticas concretas y al funcionamiento de las mismas” (“¿Leemos el mismo tratado?”, El País, 5 de febrero de 2005, p. 8).

[27] Una perspectiva interesante, que vale la pena retener para la reflexión: “En el próximo medio siglo sólo habrá los recursos energéticos suficientes para permitir, o bien una contienda horrible e inútil por los restos del botín, o bien un heroico esfuerzo cooperativo encaminado a una conservación [de la energía] radical y a la transición hacia un regimen energético post-combustibles fósiles. De una u otra forma, el siglo XXI verá el fin de la geopolítica global. Si nuestros descendientes son afortunados, el resultado último será un mundo de comunidades modestas, organizadas según biorregiones, que vivirán de la energía solar recibida. Las rivalidades locales continuarán existiendo, como siempre ha ocurrido en la historia humana, pero la hybris de los estrategas geopolíticos no amenazará nunca más a miles de millones con la extinción. Eso si todo va bien y todo el mundo actúa racionalmente.” (Richard Heinberg, “The US and Eurasia: End game for the Industrial Era?”, MuseLetter 132, febrero de 2003. Véase en www.museletter.com/archive/132.html)

[28] Jean-Marie Harribey, “El desarrollo no es necesariamente crecimiento”, Le Monde Diplomatique (edición española), julio de 2004, p. 18.

[29] Véase la página web del Global Commons Institute http://www.gci.org.uk. La estrategia de “contracción y convergencia” se opone al comportamiento actual de los sistemas socioeconómicos, que podríamos denominar de “expansión y divergencia”. En lo que hace al cambio climático, el enfoque consiste en establecer unas emisiones totales finales en el año “post-Kyoto” que se convenga, coherentes con un nivel de estabilización de concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero que se acuerde previamente. La estimación de este nivel será objeto de negociación, pero en cualquier caso debe acercarse a aquélla que podamos considerar como “segura” en los términos políticos de la Convención Marco y en los términos científicos que exijan los modelos de ciclo de carbono utilizados en las comparaciones del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático). En todo caso se consideran como “no-seguras” las concentraciones de dióxido de carbono superiores a 450 ppmv. El objetivo es que se reconozca a cada habitante del planeta el derecho a una emisión per cápita igual y, en consecuencia, cada país arbitre políticas que lleven a converger a todos los países en algún momento –l¿2030, 2040?– hacia ese nivel común igualitario de emisiones.

[30] Ernest García: “El cambio social más allá de los límites al crecimiento: un nuevo referente para el realismo en la sociología ecológica”, ponencia presentada en las II Jornadas “Sociedad y Medio Ambiente”, Universidad de Salamanca, 16 al 19 de noviembre de 2005.

[31] Desde finales de 2011 somos 7.000 millones de personas en la Tierra, y las previsiones de NN.UU. en 2009 indicaban que en 2050 se alcanzarán 9.100 millones de habitantes. La investigadora Rosamund McDougall, directora adjunta de la ONG Fondo para una Población Óptima (OPT, en inglés) advierte que «una población de más de 9.000 millones de personas tendría un impacto terrible sobre la Tierra, no sólo en la calidad de vida. La cantidad de emisión de gases de efecto invernadero haría imposible vivir en el planeta en 2050». Citada por Verónica Calderón, “¿Somos demasiados?”, El País, 6 de noviembre de 2009.

[32] Tal es mi posición personal, expuesta en Todos los animales somos hermanos. Pero prefiero aquí una formulación más amplia, pues intento que mis reflexiones puedan ser compartidas por el mayor número posible de lectoras y lectores, incluyendo a los defensores de una ética ambiental antropocéntrica.

[33] “Una noción reveladora es la de sonambulismo tecnológico. (…) Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana [por la tecnología]”. Langdon Winner, La ballena y el reactor, Gedisa, Barcelona 1987, p. 26.

[34] Algunas reflexiones al respecto en Jorge Riechmann, “Sobre fines y medios (un poco de filosofía de andar por casa)”, en Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006.

[35] Por ejemplo: la variedad de estímulos sensoriales e intelectuales es una necesidad para todos los mamíferos; si no se satisface adecuadamente, ni siquiera tiene lugar un desarrollo neuronal normal. Pero para ello un ser humano puede emplear satisfactores tan diversos como el cuidado de un jardín japonés, el estudio de las antiguas runas escandinavas, el turismo espacial o la tortura sádica de congéneres –sin ir más lejos, el infame tormento del toro de la vega en Tordesillas–: el impacto diferencial de estas actividades es obviamente muy diverso. He reflexionado sobre la cuestión de la vida buena en ¿Cómo vivir?, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.

[36] Manuel Sacristán, Seis conferencias –Sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2005, p. 155.

[37] Timothy Garton Ash, “El voto inteligente es liberal-laborista”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 17.

[38] José Comas, “Anticapitalismo en el SPD”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 9.

[39] Véase al respecto el libro coordinado por Ángel Valencia: La izquierda verde, Icaria/ Fundació Nous Horitzons, Barcelona 2006. He vuelto a este asunto en Jorge Riechmann, El socialismo puede llegar sólo en bicicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[40] Varios textos que discuten el peak oil en www.crisisenergetica.org. Véase también AA.VV., ¿Un mundo sin petróleo?, dossier 18 de La Vanguardia, enero-marzo de 2006. Joaquim Sempere y Enric Tello (coords.), El final de la era del petróleo barato, Icaria, Barcelona 2007. Pedro Linares y Joaquín Nieto (dirs.), Cambio global España 2010/ 2050. Energía, economía y sociedad, Fundación CONAMA/ CCEIM (Centro Complutense de Estudios e Información Ambiental), Madrid 2011.

[41] Me he referido a ello en Jorge Riechmann, “La crisis energética: algunas consideraciones políticas”. Economía Industrial 371, Madrid 2009 (monográfico sobre Industria y medio ambiente: el reto de la sostenibilidad).

[42] Karl Polanyi: La gran transformación: crítica del liberalismo económico. La Piqueta, Madrid 1989 (ed. original de 1944; hay otra traducción al español en FCE).

Comparte este contenido:
Page 2 of 2
1 2