Profesores, ¿nos robarán los robots nuestros trabajos?

Chile / 25 de noviembre de 2018 / Autor: Josefina Santa Cruz / Fuente: Elige Educar

Columna escrita por Josefina Santa Cruz y publicada en Cooperativa. Docente de educación general básica  que actualmente es la decana de la Facultad de Educación de la Universidad del Desarrollo.

El estudio “Los robots realmente nos robarán nuestros trabajos”, elaborado a partir del análisis del mercado laboral de 27 países de la OCDE, señala que la proporción de empleos con alto riesgo potencial de automatización se estima que serán hasta un 34% a mediados de 2030.

Por su parte, el centro de investigación Oxford Martin Programme de la Universidad de Oxford proyecta que el 47% de los empleos en Estados Unidos están en riesgo de caer en la obsolescencia. Y por último, la consultora McKinsey considera que este porcentaje es aún mayor y que llegará al 60%. ¿Seremos reemplazados los profesores por la inteligencia artificial?

El avance de la ciencia y la tecnología ha penetrado la sala de clases y es inútil pretender lo contrario. No vale la pena obstinarse por cerrarle las puertas porque sería una batalla perdida. Por el contrario, los docentes tenemos la responsabilidad de usar todas las herramientas que tenemos a nuestro alcance para facilitar el aprendizaje de nuestros estudiantes y para ello, el uso de la tecnología ciertamente puede ser ventajoso.

Algunos de los procesos se pueden potenciar si son automatizados. Así, por ejemplo, los profesores pueden ayudar a sus estudiantes a adquirir velocidad y precisión en la resolución de operaciones aritméticas o a comprender reglas ortográficas y gramaticales mediante el uso de aplicaciones y videojuegos creados con dichos objetivos. También el uso de tecnología puede servir para transmitir contenidos, como una película que muestre cómo vivían los griegos o una grabación de cómo se desarrolla una mariposa.

Asimismo, aquellos procesos que pueden ser sistematizados en pasos a seguir podrían quizás ser enseñados por un computador.

No resulta difícil imaginar aplicaciones y softwares que ilustren a sus usuarios ciertos conocimientos. Sin embargo, no todo lo que se aprende de un docente puede aprenderse de un computador.

El robot podrá mostrar cómo dibujar un rostro humano pero no sabrá entusiasmar al potencial artista que hay en un estudiante.

Sabrá mostrarle cómo crear agua potable, pero no podrá compartir su testimonio de aquella vez en las vacaciones en que se vio en la necesidad de hacer agua potable.

Tal vez le enseñará a resolver un sistema de ecuaciones, pero no será capaz de comprender la frustración del estudiante que no llega al resultado. Y quizás el estudiante aprenderá a tocar Für Elise perfectamente en piano, pero el robot nunca le podrá transmitir la pasión por la música que siente el alma humana.

Para que un computador enseñe, alguien debe programarlo y ello implica saber de antemano qué es lo que se quiere transmitir y cómo hacerlo. La realidad de los buenos profesores, en cambio, involucra saber adaptarse y ser flexibles frente a cambios inesperados.

Eso implica cambiar y adaptar la planificación constantemente para acomodarse a los estudiantes y su contexto; pensar un nuevo ejemplo si el primero no aclaró el concepto; acortar la clase cuando ocurra algún evento; usar la pizarra en vez del proyector si se corta la electricidad; cambiar la actividad cuando faltan los materiales o alargar una tarea cuando está siendo muy exitosa.

Las ciencias están todavía lejos de la posibilidad de crear un robot que logre imitar la flexibilidad de un profesional y su capacidad de evaluar y discernir qué es lo mejor en cada momento. Más importante aún, nunca podrá sentir como siente una persona.

Podrá simular sentir cariño hacia sus estudiantes y actuar como si sintiera empatía, pero cualquiera sabría que esa no es verdadera compasión. Asimismo, estamos lejos de crear un computador capaz de captar aquello que no se dice, de leer entre líneas y vislumbrar el corazón de los estudiantes.

La labor de los docentes es, ante todo, la de formadores de personas. No cabe duda que los que mejor saben educar son aquellos que han sentido, aprendido y vivido como sus estudiantes: los profesores de carne y hueso.

Fuente del Artículo:

http://www.eligeeducar.cl/profesores-nos-robaran-los-robots-trabajos

ove/mahv

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Más mujeres a ciencias, más hombres a pedagogía

Por Josefina Santa Cruz

Hace ya unos años, se ha hecho evidente el interés de la política pública por atraer más mujeres a las ciencias. Las campañas con dicho objetivo muestran que queremos mujeres en carreras de alto status a las que históricamente han accedido más los hombres. Sin embargo, no sucede lo mismo con carreras que atraen casi exclusivamente solo a alumnas.

¿Por qué no existen campañas similares para atraer hombres a carreras como Pedagogía Básica o Educación de Párvulos?

Según los documentos publicados en el Portal de Transparencia, de los 4.271 educadores de párvulos que trabajaban en la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) en diciembre de 2017, siete  eran hombres y solo dos de ellos estaban en sala; los cinco restantes tenían roles administrativos, pero ninguno de ellos era de planta.

Asimismo, la memoria 2017 de la Fundación Integra – cuyos jardines infantiles forman parte de la red pública – informa que el 97,1% de sus trabajadores son mujeres.

La predominancia del género femenino en la carrera de educación de párvulos es quizás consecuencia de un prejuicio que hace mucho daño a la profesión, que el rol de educadoras les es natural a ellas, casi como un instinto.

Creer que nacer mujer es suficiente para ser una docente de calidad resulta en un menosprecio de la formación profesional que tiene dos consecuencias fundamentales.

Primero, si se piensa que la formación de las educadoras es prescindible o accesoria, es inevitable pensar también que su trabajo no requiere especialización ni menos formación universitaria.

Dicha creencia se contradice con lo que ocurre en países que han logrado la mejor educación del mundo, como Finlandia, donde los educadores (de ambos géneros) deben pertenecer al 20% superior en puntajes de ingreso a la universidad y haber cursado un magister antes de tener la posibilidad de tener a cargo la responsabilidad de ser profesor de un curso.

Segundo, si se piensa que el rol de educador es inherente al sexo femenino, es lógico también pensar que no hay ninguna formación capaz de otorgarle a los hombres que puedan interesarse en enseñar ese “instinto” o “qué sé yo” que supuestamente tendrían ellas de forma natural.

Sin embargo, no solo la profesión y los escasos interesados se ven perjudicados por estos prejuicios. La literatura sobre el tema sugiere que la educación de los niños pierde algunas  ventajas cuando es impartida exclusivamente por mujeres.

Contar con hombres educadores de párvulos provee a los niños de un modelo masculino a seguir, según Bittner & Cooney, 2003; Coulter & McNay, 1993; d’Arcy, 2004 y reduce la frecuencia con que los niños desarrollan estereotipos sexistas, Farquhar et al., 2006.

Otro estudio concluyó que la relación entre apoderados y profesores se beneficiaba, al contar con docentes hombres con quienes un padre podría vincularse mejor d’Arcy (2004).

También la inclusión de profesores hombres en la sala de clases podría ayudar a reducir el sesgo femenino que perciben los estudiantes en los temas que se discuten y los ejemplos que se dan en clases. 

Partamos por casa y hablemos en familia de lo bueno que sería atraer más mujeres a Ciencias y más hombres a Pedagogía, dos tareas pendientes en un país cada vez más conciente de que necesitamos cambios culturales y que estos son urgentes, especialmente, cuando se trata de la educación de los niños y niñas de nuestro país.

Fuente del artículo: https://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/mas-mujeres-a-ciencias-mas-hombres-a-pedagogia/2018-07-21/063748.html

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En el colegio aprendí de decisiones y a vivir en Democracia

07 de septiembre de 2016 / Por: Josefina Santa Cruz / Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/

Como consecuencia de nuestra preciada libertad, las personas debemos tomar decisiones constantemente. Esta habilidad nos permite participar en la vida cotidiana, social y política, y convertirnos en ciudadanos. Tomar decisiones requiere ante todo valorar esta capacidad y al mismo tiempo es exigente en habilidades cognitivas, emocionales y conductuales que se pueden aprender. Si la escuela ofrece la posibilidad de aprender a tomar decisiones, entonces ésta no es una habilidad heredada, sino que todos los niños pueden tener acceso a ella.

Para tomar decisiones hay que haber aprendido a recoger evidencia (información), organizarla, evaluar su credibilidad, distinguir lo relevante de lo accesorio, planificar, adelantar escenarios posibles, analizar, evaluar consecuencias en el mediano y largo plazo, escuchar a otros, empatizar, autorregular la emoción y la conducta, y escucharse a uno mismo.

Cuando enseñamos a nuestros estudiantes por qué debemos elegir y cómo podemos hacerlo, les entregamos herramientas para ser ciudadanos comprometidos, participantes e informados.

Quienes han sido educados en el arte de tomar decisiones, sabrán reconocer dos cosas: que cada opción implica perder algo, pues elegimos esto y no lo otro y que la disyuntiva casi nunca es entre las dos posibilidades más aparentes. En nuestras salas de clase, podemos enseñar a reconocer la tercera opción—la que está “fuera de la caja”—la menos evidente.

Lee Shulman y David Perkins, en el libro Education and a Civil Society: Teaching Evidence-Based Decision Making, señalan que para aprender a ser ciudadanos se necesita haber adquirido tres tipos de hábitos: de la mente, de la práctica y del corazón. En otras palabras, se requiere educar el intelecto, regular la conducta y desarrollar un cariño genuino por un tipo de comunidad y de sociedad en que las personas participan, toman decisiones y se respetan mutuamente.Hago notar que la palabra elegida por estos autores es hábito, es decir costumbre, tendencia.

La realidad actual nos demuestra que los estudiantes han aumentado su participación y eso es un buen primer paso. Pero no es suficiente. Porque para convertirnos en ciudadanos es necesario hacerlo de manera informada, educar el intelecto, para ser capaces de tomar decisiones responsables.

La Democracia no es un regalo, es una conquista que hay que cuidar; el trabajo de los profesores es enseñar a sus alumnos a ejercer esa participación, a cuidar y enriquecer esta democracia desde la sala de clases, espacio donde se aprende a tomar decisiones.

Fuente artículo: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/politica/en-el-colegio-aprendi-de-decisiones-y-a-vivir-en-democracia/2016-06-20/064356.html

Foto: http://previews.123rf.com/images/fornax/fornax1104/fornax110400001/9202043-Representaci-n-3D-de-toma-de-decisiones-de-car-cter–Foto-de-archivo.jpg

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Hablemos de buenos profesores

10 de agosto de 2016 / Por Josefina Santa Cruz / Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/

Varios estudios, como Barber & Sanders 2007, sugieren que una de las variables de mayor impacto predictivo en la calidad del aprendizaje de los estudiantes es la calidad de sus profesores. Pero, ¿qué hace que un profesor sea bueno?

Lee Shulman, uno de los sicólogos educacionales más importantes de nuestro tiempo, relata el caso de Nancy, una profesora de literatura que deslumbró a los investigadores que observaban sus clases. Shulman compara a Nancy con el director de una orquesta porque era capaz de liderar a un grupo diverso, los estudiantes, hacia un objetivo común, el aprendizaje. En sus clases, Nancy demostraba tener un profundo conocimiento de su disciplina. Además, adaptaba flexiblemente su metodología según la complejidad del contenido, las circunstancias y las capacidades de sus estudiantes.

Para enseñar como Nancy, hace falta dominio de la materia que se enseña y de un amplio espectro de estrategias de enseñanza. Se necesita, también, conocer a los alumnos para ofrecerles a todos—y no solo a los mismos de siempre—diferentes modos de acceder al currículum. Para tener el manejo de grupo y la flexibilidad metodológica de Nancy se requiere mucha práctica en diversos contextos.

Las Facultades de Educación tenemos la enorme responsabilidad de formar profesores con estas capacidades. Eso supone, entre otras cosas, un muy buen diseño curricular, que conecte teoría y práctica, tal como ocurre en la formación de los médicos, donde un experto, tanto en teoría como en  práctica, le enseña a un novato, en la Universidad y al lado de la cama del paciente.

Enseñar es una actividad que requiere de alta experticia porque no se trata de enseñar sólo a quienes aprenden sin dificultad, sino a todos los niños con sus diferentes capacidades. Mientras mejor es un médico, más capaz es de sanar incluso a los pacientes difíciles; lo mismo sucede con los profesores. Hablemos más seguido de cómo son los buenos profesores y tomemos creciente conciencia de que enseñar en la escuela es una tarea “no natural”; requiere estudio, trabajo, práctica e innovación, y esto supone una inversión de recursos.

Podemos empezar por mirarnos al espejo con mayor objetividad. De acuerdo a la encuesta TALIS de la OECD que estudia el aprendizaje y la enseñanza, un 90% de los más de 1.000 profesores chilenos encuestados cree que ayuda a sus estudiantes a pensar críticamente, y un 95% está satisfecho con su trabajo. Estas altas cifras se contraponen a los resultados académicos que obtienen los estudiantes chilenos en pruebas estandarizadas.

Si bien los resultados de Chile en la prueba PISA 2012 mejoraron respecto del 2006, todavía nos encontramos significativamente por debajo del promedio de la OECD. La situación es todavía más grave cuando consideramos el bajo porcentaje de alumnos que alcanza los dos niveles superiores de comprensión en cada una de las pruebas:1,6% en matemáticas; 0,6% en comprensión lectora; 1% en ciencias y 2% en solución de problemas.

La satisfacción que los profesores sentimos por nuestro trabajo no debiera estar desconectada de los resultados de nuestros alumnos. Por el contrario, si la enseñanza es lo central de nuestra tarea, entonces el aprendizaje es un factor muy importante al evaluar nuestro desempeño. Tenemos un desafío grande como país de formar profesores en la Universidad y en servicio, que sean expertos en enseñar a todos y que apliquen con responsabilidad lo que la investigación en nuestra disciplina nos ha enseñado.

Necesitamos profesores que ofrezcan suficientes andamios (Vygotsky, 1978) que “afirmen” a nuestros niños mientras ganan autonomía y dispuestos a dar un paso atrás cuando la consigan.

Necesitamos profesores que presenten maneras de acercarse al conocimiento tan diversas como las múltiples inteligencias (Gardner, 1983) de nuestros estudiantes.

Necesitamos profesores que inviertan tiempo en activar los conocimientos previos que servirán de ancla para los nuevos aprendizajes (Kintsch y Kintsch, 2005).

Necesitamos profesores que conozcan prácticas pedagógicas para fomentar el debate y de esta manera motivar la participación y agudizar el pensamiento crítico de los estudiantes (Hake, 1998).

Necesitamos profesores capaces de construir preguntas que conduzcan a niveles más profundos de comprensión (Wilhelm, 2014).

Necesitamos profesores que no pierdan de vista el mundo real y respondan con soltura la temida pregunta, ¿para qué me va a servir esto en la vida? (Perkins, 2014). Más importante aún, necesitamos profesores tan entusiasmados como Nancy y que contagien su pasión tanto a profesores como a alumnos.

Creo firmemente que estudiantes y profesores podemos mucho más. Los docentes que han tenido buenos resultados en escuelas vulnerables lo saben bien. Aprendamos de sus buenas prácticas, hablemos más seguido sobre buenos profesores y los aprendizajes que ellos promueven. Probablemente, esta es la conversación que extrañan los padres de niños en edad escolar, con independencia de si sus hijos asisten a un colegio particular pagado, subvencionado o municipalizado.

Fuente artículo: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/hablemos-de-buenos-profesores/2016-04-19/102020.html

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El factor olvidado en la conversación sobre equidad

27 de julio de 2016 / Por: Josefina Santa Cruz / Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/

Normalmente, no se atribuye al profesor el rol de desarrollar la inteligencia de sus alumnos, pero si pensamos en cómo es alguien inteligente, veremos que es quien tiene buen pensamiento: asocia ideas, identifica patrones, resuelve problemas creativamente, analiza las variables de una situación compleja, empatiza y visualiza una situación desde otra perspectiva, argumenta, sintetiza, tolera la incertidumbre cuando la solución no llega rápido, lee comprensivamente, aprovecha los recursos de manera óptima, reflexiona y transfiere ideas entre distintos escenarios.

Todas estas habilidades se pueden enseñar en forma explícita en la escuela, integrándolas en una asignatura. Por ejemplo, un profesor de historia puede enseñar a sus estudiantes a analizar las causas de la Segunda Guerra Mundial y luego a encontrar un patrón que explique las causas de otras guerras o revoluciones.

También puede enseñar a sus alumnos a evaluar la confiabilidad de las fuentes de información o a analizar críticamente las razones de Truman para lanzar la bomba atómica. Si las habilidades asociadas a la inteligencia (o al buen pensamiento) se pueden enseñar, entonces la inteligencia es “aprendible”, modificable y, por lo tanto, incremental.

Carol Dweck, profesora de la Universidad de Stanford, quien ha teorizado exhaustivamente sobre estos temas, explica que las personas pueden tener dos mentalidades respecto a la inteligencia: creer que es fija o creer que es incremental.

De acuerdo a sus investigaciones, aquellos que creen que la inteligencia es fija (que se nace con ella y poco podemos hacer para incrementarla) tienden a atribuir sus experiencias de fracaso a su escasa habilidad y  asociarlos a una debilidad ajena a su control (“yo soy así”, “todos en mi familia somos así”).

A su vez, esto conduce a evitar las oportunidades que pueden conducirlos a fracasar, lo que impide su aprendizaje posterior. Por ejemplo, si un niño de primero básico se convence de que es “malo” para aprender matemática porque le falta inteligencia y con eso se nace o no se nace, es muy probable que deje de trabajar en clases y que, en consecuencia, sus resultados sean efectivamente tan bajos como él espera. Este niño se siente de manos atadas, es “malo” para los números y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Por el contrario, las personas que creen que la inteligencia es incremental tienden a perseverar después de los fracasos porque consideran que el esfuerzo y la práctica pueden conducirlos a aumentar sus capacidades y que mientras se esfuerzan su cerebro está haciendo nuevas sinapsis, tal como lo demuestra Dweck en uno de sus experimentos.

En el mismo ejemplo, si este niño atribuyera sus bajos resultados en matemática a su falta de estudio, y no a su falta de capacidad, entonces se esforzaría por trabajar más hasta conseguir los resultados que sueña.

Creer de verdad que la inteligencia no es algo fijo, sino algo modificable tiene importantes consecuencias dentro de la sala de clases. Un profesor con mentalidad de inteligencia incremental aplaude el esfuerzo de sus estudiantes (“bien, se nota el estudio”), más que sus talentos (“usted es tan inteligente”) y no etiqueta a sus estudiantes de acuerdo a los resultados que obtienen en la prueba de diagnóstico (“no hay caso con este niño”), sino que está atento a lo que necesita cada uno para conseguir resultados exitosos (“Juan necesita practicar más la carrera con obstáculos”, “quizás Ana comprendería mejor la estructura de un ensayo si participara en un debate”).

Tan necesario como que los profesores se convenzan de que sus estudiantes pueden aprender, es que tengan las herramientas para enseñarles. Todos los profesores pueden potenciar la inteligencia de sus estudiantes, si han aprendido cómo hacerlo. Este es un excelente desafío para quienes serán mentores de profesores novatos y para quienes imparten instancias de capacitación docente.

Muchos excelentes profesores han sido testigos de cómo cambia la creencia de los estudiantes sobre su propia capacidad cuando viven la experiencia de que su inteligencia es modificable.

 “¿Sabe, profe? Yo nunca había entendido cómo se ponían los tildes hasta ahora, trataba de ‘achuntarle’ pero nunca me salía”. Descubrir que lo que siempre habían considerado cierto de pronto se derrumba tiene consecuencias enormes para el aprendizaje. Todas las barreras que los anteriores fracasos habían levantado se desvanecen y en su lugar aparece un inmenso paraíso de posibilidades. El estudiante que aprende lo que nunca creyó que aprendería se siente capaz de aprenderlo todo. Qué importante es que encuentre en ese momento a otro excelente profesor.

El debate público ha tocado muchas veces el problema de la equidad en educación, el de cómo brindarles a todos los estudiantes chilenos el acceso a las mismas oportunidades. Creo que el principal factor de equidad es la promoción de la inteligencia de nuestros estudiantes y la enseñanza de habilidades y actitudes que harán de ellos ciudadanos pensantes y participantes, independientemente del lugar en que hayan nacido.

Sabemos que el talento se reparte sin mirar de qué material está hecha la cuna y que las diferencias futuras se explican por cuánto se ha potenciado y pulido ese talento inicial. Autores como Reuven Feuerstein y David Perkins han estudiado estrategias de enseñanza que incrementan la inteligencia de los estudiantes y fomentan su aprendizaje.

En Chile hay también investigación y resultados en esta línea, por ejemplo, en el trabajo de Cecilia Assael, miembro del Centro de Desarrollo Cognitivo de la Universidad Diego Portales. Un estudio de la Universidad reportó que las estudiantes que habían participado en su Programa de Enriquecimiento Instrumental—basado en las teorías de Feuerstein—durante séptimo y octavo tenían un rendimiento entre un 19% y un 41% superior a lo esperado para su edad.

Para hacer justicia a nuestros estudiantes, solo falta decidirse y demostrar consecuencia. Hagamos que la promoción de sus capacidades sea verdaderamente prioridad en la sala de clases. Los profesores podemos más y somos capaces de aprender, eso no está en cuestión.

Fuente artículo: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/el-factor-olvidado-en-la-conversacion-sobre-equidad/2016-05-15/061714.html

Foto: http://eljujeño.com.ar/tag/secretaria-de-equidad/

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Formar profesores ya no es barato

20 de julio de 2016 / Por: Josefina Santa Cruz / Fuente: http://opinion.cooperativa.cl/

Si juzgamos por la cantidad de universidades e institutos que imparten carreras en el área de educación, pareciera que formar profesores es sencillo y barato. Sin embargo, para formar al  docente que hoy  Chile necesita, se requiere la misma dedicación que la necesaria para formar a un médico.

Para hacer que un joven se convierta en un experto necesitamos invertir en una formación inicial de calidad. La literatura especializada en este tema señala una y otra vez la importancia de que los futuros profesores tengan abundantes experiencias de práctica en salas de clases reales o simuladas, seguidas de una retroalimentación efectiva y basada en una reflexión conjunta.

Para lograrlo, necesitamos establecer un vínculo permanente y recíproco con centros de práctica, promover el trabajo de tutores con grupos pequeños de estudiantes, además de usar y disponer de tecnología para potenciar nuestras prácticas, como plataformas donde los alumnos graban sus clases y los tutores los retroalimentan casi en forma simultánea.

Fred Korthagen, experto en formación docente, destaca la necesidad de enseñar a los futuros profesores a tomar decisiones basadas en datos, para lo que se hace indispensable enseñarles a conducir estudios en base a su propia práctica. Esto se fomenta cuando se les ofrece a los estudiantes oportunidades de incorporarse a equipos de investigación o conducir pequeñas investigaciones apoyados por profesores expertos. El mismo autor señala la importancia de que los futuros profesionales aprendan a trabajar colaborativamente, y esto supone desarrollar un currículum que comprenda el trabajo en equipo como una necesidad y no como un accesorio.

Liderar programas exigentes y cuidadosamente pensados requiere la contratación de profesores expertos que tengan experiencia en aula y que puedan modelar con su ejemplo las prácticas que enseñan a sus estudiantes.

Necesitamos tener los recursos para atraer a los mejores docentes para que formen a los futuros docentes de Chile. También, necesitamos desarrollar sistemas de gestión que mantengan comunicados a todos los actores involucrados, profesores de escuela, universitarios, alumnos, supervisores, investigadores, para así compartir una misma visión sobre la educación de los niños. Por último, necesitamos diseñar, junto al pregrado, sistemas de formación continua, diplomados, magísteres, para que los profesores, como los médicos, nunca dejen de formarse.

En décadas anteriores, logramos que todos nuestros niños asistan a la escuela.Ahora, el colegio tiene que asegurar que todos aprendan y eso implica formar profesores tan delicadamente como si se tratara del mejor neurocirujano. Se acabaron los días en que bastaba tiza, pizarrón y un «campo clínico» que recién se conocía al final de la carrera, cuando en muchos casos era demasiado tarde.

Para ser docente no basta la vocación. Las buenas intenciones son inútiles si no se acompañan de una formación profesional del más alto nivel y eso es caro. La sociedad entera debe tomar conciencia de esto, porque tener carreras de Pedagogía necesitará recursos que hasta aquí han sido insuficientes. Las escuelas de hoy son lugares exigentes y las facultades de educación tenemos que estar a la altura del desafío.

Fuente artículo: http://opinion.cooperativa.cl/opinion/educacion/formar-profesores-ya-no-es-barato/2016-07-13/063620.html

Foto: http://news.university.ie.edu/2011/06/enrique-dans-abrio-las-sesiones-del-curso-para-profesores-sobre-aprendizaje-participativo.html

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