¿Cultura de webbots o artesanos?: reflexiones críticas sobre la cultura libre.

BY DIGITAL RIGHTS LAC ON SEPTEMBER 19, 2013

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Un retuit, reblog, “me gusta” entre otros vienen como bálsamo para la generación de la gratificación inmediata donde un contenido más, sea libre o no, es un elemento para la colección.

Por Luis Fernando Medina*

En el siguiente texto busco explorar de una manera muy intuitiva y breve, y basado en mi experiencia como académico, investigador y activista, algunas consideraciones críticas de los modelos abiertos y la llamada cultura libre. Indudablemente, como ocurre con las iniciativas de este talante, el propósito no será dar una respuesta única y absoluta, sino tal vez procurar lanzar algunas preguntas esperando que estas sean las adecuadas. Sin embargo, tampoco es mi intención acudir a ésta fórmula como pretexto para eludir conclusiones, por lo cual procuraré esbozar alguna recomendación útil, en la medida en que la retórica escapista y relativista de nuestros tiempos lo permita. Para lograr el objetivo, quiero presentar dos componentes que se me hacen claves en la cultura libre y son la cultura del software la fanática. Luego, a partir de una enunciación de algunos puntos problemáticos que observo en la cultura libre, mostraré cómo la cultura libre se ha acercado más al paradigma del software y qué consecuencias trae eso. Finalmente mencionando lo que considero algunas inexactitudes en el discurso imperante de la cultura libre avanzaré al plácido campo de la especulación con, espero, algún fruto minúsculo pero valioso.

Quiero iniciar con una anécdota para ilustrar quizá una contradicción que creo es común. El año pasado participé, en Cali, en la mesa de cultura libre del evento ComunLAB, donde se encontraban varios artistas, activistas, comunicadores, entre otros. Recuerdo que en la discusión, uno de los asistentes con bastante trayectoria en el tema de arte y lo “libre” dijo algo así como que la única manera en que concebía compartir –la única manera verdaderamente libre- era el dominio público. Curiosamente y de manera casi inmediata, otro de los asistentes se levantó y manifestó, con la firmeza de quien no domina un tema por lo que no tiene nada que perder,  que no estaba de acuerdo, porque él quería poder cobrar por sus cosas. Esto alborotó un poco al auditorio, pero es mi percepción que las fuerzas se inclinaban más por la segunda intervención. ¿Qué me recordó esto?

En primer lugar, los dogmatismos que siempre han aquejado a la comunidad del software libre. Por otro lado, que el discurso de la ética hacker – el cual comparto y defiendo – a veces, sacado fuera de contexto, puede llevar a contradecir el sentido común. Y finalmente y de manera categórica; que el dinero, desestimado en ocasiones bajo el discurso de las utopías digitales, es un factor inevitable en una sociedad capitalista.

A partir de esta anécdota puede recordarse la enorme influencia de la cultura del software en la cultura libre. Indudablemente esto no es accidental, si se sigue la línea que observa que las prácticas de compartir código estuvieron siempre vinculadas con el desarrollo de software, desde los inicios de la computación y décadas antes de la invención misma del término software libre.  Algo similar puede decirse de los orígenes de Internet. De manera tragicómica la tendencia fue subvertida por el software comercial el cual surgió – revolución traicionada – de las postrimerías del sueño hippie digitalizado en lo que es conocido como la filosofía californiana: computadores para liberar pero millones en la bolsa. La conexión con el software libre puede notarse también con la misma enunciación de licencias como creative commons, las cuales recuerdan directamente las libertades del software libre. Esto corresponde, como ha sido notado decenas de veces, al intento de transportar un modelo que funciona en el software, a la producción cultural con resultados más bien mixtos.

De otro lado, cabe recordar que en entornos no mediados por el software, la cultura fanática es un referente de las redes de intercambio y de formas de creación en circuitos periféricos. Dejando de lado, por no caer en la disgresión, las conocidas vanguardias artísticas que experimentaron con formas de creación y distribución, la cultura fanática que florecía alrededor de contenidos culturales, se constituía en sí misma en generación de artefactos culturales. Los fanzines, de tradición de ciencia ficción pero de explosión masiva por el fenómeno del punk y la fotocopiadora, el graffiti y sus propuestas artísticas autogestionadas (al menos en sus orígenes) o el recientemente cincuentón benemérito formato del casete, el cual ayudó a crear toda una red de distribución e intercambio para fanáticos y creadores, constituyen ejemplos paradigmáticos.

Es evidente que el compartir no está exclusivamente ligado a las tecnologías digitales y específicamente a la cultura del software ¿por qué entonces esta comparación? Más allá del breve relato histórico considero que si bien la cultura libre está también muy emparentada con la cultura fanática, es su ADN de la época digital la que la lanza al terreno donde confiar en el determinismo tecnológico puede ser un error. El software cuenta con una dualidad: puede ser compartido pero a la vez es un medio para compartir, lo cual genera algo de ruido en el momento de trasponer su paradigma hacia la cultura libre. Esto mezclado con algunos discursos absolutistas de las tecnoutopías digitales arrojan sombras sobre el rumbo del movimiento. Siguiendo con la comparación con la cultura del software libre, éste último lleva 20 años intentando encontrar un modelo de negocio efectivo, el cuál se ha dado en solo unos pocos casos. ¿Podría ocurrir lo mismo con la cultura libre y los licenciamientos abiertos? A continuación menciono aspectos que son utilizados como sustento de la cultura libre y que creo prudente desmitificar:

Lo digital es una economía de la abundancia. Esto es cierto y sirve para explicar que el costo de copiar algo es mínimo. Sin embargo, al parecer, la abundancia de bienes culturales digitales circulando puede tener doble filo. He oído a muchos artistas quejarse en voz baja (hacerlo en público sería el suicidio) de que su video, producto de mucho trabajo, palidezca en visitas en Internet, comparado con, por decir algo, el gorila revolcándose en sus heces. Que no se me malentienda, no se puede volver a los tiempos de acceso privilegiado a los medios, más la abundancia de bienes culturales circulando podría también llevar a una “inflación digital” donde el valor real de cada creación disminuye porque hay mucho de donde escoger, o simplemente la intoxicación de información es tal, que debe acudirse a agregadores, editores, curadores, con lo cual la celebrada horizontalidad del sistema sería un espejismo. Aunque estas inquietudes han sido abordadas por discursos como el de la “cola larga” y los mercados de nicho, aún los casos fehacientes de un modelo de negocio son esquivos, por lo menos a mi memoria. La más bien reciente tendencia de empezar a utilizar licencias de creative commons de “atribución” y “compartir igual” ignorando el antes casi que obvio “no comercial” implica ignorar también, de alguna manera, que los grandes medios no iban a caer como aves de rapiña sobre los contenidos abiertos y que algo estaba fallando en la generación de riqueza a partir de este modelo.

Para finalizar quiero señalar que, en ocasiones, la misma abundancia parece vencer la utopía del creador/consumidor por una cultura del capitalismo simbólico más puro e inmediato: no se trata de qué tanta información se digiera y analice si no cuánta se acumule y se le haga saber a los otros que se tiene. Un retuit, reblog, “me gusta” entre otros vienen como bálsamo para la generación de la gratificación inmediata donde un contenido más, sea libre o no, es un elemento para la colección. La misma configuración de los ISP donde la velocidad de descarga supera la de carga, o la insistencia  de algunos activistas a las descargas libres más que a la educación en medios para crear, acercan a la red a ese televisor de 1000 canales de donde es difícil escoger.

¿Qué hacer? Exactamente no sé, pero considero que mientras encontramos la interfaz más adecuada para una coordinación cada vez mejor de la cultura libre dentro de un modelo capitalista, podemos reivindicar la figura del artesano digital, que se toma el tiempo en generar sus contenidos, que es un fanático que lo hace por amor al arte, dispuesto al intercambio, al trueque y los bancos de tiempo como alternativas de generación de riqueza. Así, y reinvindicando otra metáfora del software libre, aspiraremos más al pequeño bazar donde se armen pequeños círculos de creadores, y no al gran mercado donde la máscara más admirada es la del webbot cultural.

*Luis Fernando Medina Cardona,  es Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia y miembro del colectivo Trueque Digital. http://about.me/luscus9

Fuente: https://www.digitalrightslac.net/es/cultura-de-webbots-o-artesanos-reflexiones-criticas-sobre-la-cultura-libre/

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¿Pero qué es eso de ciberfeminismo? Aquí un recorrido histórico

Ciberfeminismo, ¿tras el clítoris de la red?

Por Luis Fernando Medina / @luscus9

Como un reconocimiento a las mujeres que han sido protagonistas en el desarrollo de las tecnologías informáticas, y con la esperanza de consolidar espacios digitales en los cuales identidad y políticas sexuales se puedan abordar sin estigmas, nos sumergimos en montañas de cables de colores, sonidos de módem, movimientos sociales y teorías cyborg para explorar el feminismo desde el ciberespacio.

Hace algunos meses, las redes sociales ardían por una vieja polémica, reeditada en estos universos de datos y silicio. El motivo: la filtración de un correo electrónico de un empleado de la toda poderosa Google, en el que desestimaba la capacidad profesional de muchas de sus compañeras de trabajo.

Y aunque este gesto podría perderse en el vergonzoso paisaje de acciones discriminatorias que afectan a las mujeres y que van desde el acoso digital hasta la brecha salarial, revela un motivo más profundo, inscrito en los milenarios circuitos colectivos de nuestra sociedad: tecnologías y mujeres son incompatibles.

Esta apreciación errónea se manifiesta en muchas facetas de nuestra sociedad: en el sesgo de los juguetes infantiles, en el trato condescendiente en temas tecnológicos o incluso en comentarios sobre las habilidades para manejar un automóvil. La tecnología es un campo que aparentemente apesta a testosterona, no obstante el problema adquiere otra dimensión cuando se da en el contexto de las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) y del Internet, tecnologías sin las cuales la vida moderna es inconcebible.

¿También será entonces el ciberespacio un territorio inhóspito para esa otra mitad del mundo? Dos ejemplos podrían apuntar a que las respuestas no se encuentran precisamente en una “nube” inmaterial.

 

Hace poco la ingeniera colombiana Juliana Peña fue descalificada profesionalmente por el DANE tras haber revelado públicamente un error de seguridad de la plataforma electrónica del censo poblacional que el país lleva a cabo actualmente. A pesar de que Peña tenía la razón, en lugar del agradecimiento fue sometida al escarnio. En la escala latinoamericana hay otro ejemplo: uninforme de las Naciones Unidas da cuenta de nuestra región como una de las más afectadas por el acoso en medios electrónicos, señalando la falta de acceso a la tecnología y la localización de la mayoría de plataformas por fuera de la región como agravantes. Esto va de la mano con valientes reacciones que mezclan los mundos offline y online en movimientos espontáneos como los que representaron las etiquetas #NiUnaMenos (Argentina), #PrimeiroAssedio (Brasil) y #MiPrimerAcoso (México), que aunque se referían a problemáticas que superaban la esfera digital, mostraban su pertinencia como medio de comunicación para el activismo.

Como aquella división entre real y virtual está mandada a recoger y de hecho el Internet es un territorio en constante disputa, era de esperarse que las luchas y las reivindicaciones feministas se manifestaran también en este universo de información con toda contundencia. Así, los prejuicios que invaden la red son combatidos con alegría, argumentos y táctica tecnológica por un movimiento surgido a finales del siglo pasado, en los albores del Internet y de la globalización actual: el ciberfeminismo, una caricia —certera y agitadora— en el clítoris de la matriz.

El ciberfeminismo como movimiento social aparece a mediados de los años noventa, cuando el Internet abandonaba los plácidos campos de la academia donde habitaba desde su antecesor ARPANET, en 1969, y pasaba a convertirse en el medio de comunicación que revolucionaría nuestra experiencia humana. Este paso democratizaba el acceso a la red, pero también replicaría los vicios del mundo analógico, que ya se percibía viejo y de carne decadente.

El término fue acuñado casi de manera simultánea por la teórica inglesa Sadie Plant y por el colectivo artístico australiano VNS Matrix. De un lado Sadie Plant estaba interesada en recuperar el muchas veces invisibilizado pero fundamental papel de las mujeres en el desarrollo de la computación, una historia que se remonta hasta el vínculo entre las máquinas textiles y la programación.

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Telar de Jaquard, máquina de tejido programable considerada antecesora de los computadores. Fuente: Wikipedia.

 

Como comenta Tania Perez-Bustos, profesora asociada de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, “la relación entre lo textil y la programación es muy primaria y de hecho las escrituras textiles (del tejido y del telar) son binarias y el telar de Jacquard (siglo XIX) fue el primer computador. Desde sus inicios, la programación está muy feminizada”. De hecho el libro de Sadie Plant Ones and Ceros aborda esta dupla mujer/máquina acudiendo al rescate de esta tradición.

Por otro lado VNS Matrix, un colectivo artístico pionero del llamado net.art (corriente artística surgida en los años noventa que exploraba las posibilidades del Internet para el arte), conformado por Francesca Rimini, Virginia Baratt, Julianne Pierce y Josephine Starrs, espetaba en 1991 un breve pero poderosoManifiesto ciberfeminista para el siglo 21.

En una imagen digital sintética que prefiguraba de alguna manera los GIF omnipresentes hoy en día, VNS Matrix se declaraba “el coño moderno”, un “virus del desorden del nuevo mundo, quebrando los símbolos desde adentro, saboteadoras del mainframe (grandes computadores que se usaban antes de la aparición de los personales) del Gran Papi”.

El juego de palabras entre el vigilante Gran Hermano Orwelliano (Big Brother) y la figura patriarcal (Big Daddy) denunciaba que en el Internet los cuerpos femeninos también eran sometidos al control.

La imagen-manifiesto es entonces femeninamente curva, retando la línea recta que se asocia a estéticas masculinas y a una racionalidad incompleta y tirana, no obstante afirma que “El clítoris es una línea directa a la matriz”… Del “arte coño” (cunt art) a la visión del Internet como una tecnología eminentemente femenina. Si Sadie Plant quería recuperar el protagonismo de la mujer en la tecnología, VNS Matrix batallaba ya por garantizar sus derechos en esa nueva y voluptuosa frontera llamada Internet.

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Manifiesto ciberfeminista para el siglo XXI del colectivo “VNS Matrix” (1991).

 

Hurgando un poco más en los antecedentes del ciberfeminismo, puede decirse que surge de una hibridación entre un feminismo de tercera ola con influencia francesa (de hecho VNS Matrix hace referencia directa al concepto Jouissance —o “disfrute” en la voz francesa—  en su manifiesto) y la necesidad de migrar a nuevos espacios y ocupar los medios para amplificar la protesta.

El Internet de los noventa aún tenía ese rasgo de utopía y promesa de un espacio novedoso y libre, un territorio que requería una manera nueva de pensar, como describía el recientemente fallecido activista John Perry Barlow en su Declaración de independencia del ciberespacio.

De aquí que toda esa maraña de cables, sonidos de módem, pixeles palpitantes y discusiones acaloradas pero esperanzadoras constituyera un caldo de cultivo rico en afectos y expectativas para la causa feminista.

Otro antecedente del ciberfeminismo se encuentra en la obra de la reconocida teórica estadounidense Donna Haraway, quien en los años ochenta escribió El manifiesto cyborg. En él, Haraway utiliza la metáfora del organismo cibernético (cyborg) como comunión de máquina y humano para superar el feminismo tradicional y pronosticar un futuro “monstruoso” (entendido como adjetivo virtuoso) en el que nos hemos deshecho de las nociones de género tradicionales y esencialistas para abrazar una nueva naturaleza híbrida con la máquina, relacionándonos por afinidades y no por imposiciones de identidades binarias. Existen películas, series y libros que también abordan este concepto, como Ghost in the Shell, Surrogates o el video juego Deus Ex: Human Revolution.

Esta revolucionaria visión —que con treinta años de anticipación podría compararse con la manera de relacionarse hoy en redes sociales— también influiría la visión de la mujer y la tecnología defendida por el ciberfeminismo, que como el Internet puede ser también considerado una red de conceptos y acciones más que como una teoría única y en cuyos objetivos de acción pueden identificarse tres rasgos principales.

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Ada Lovelace, considerada la primera programadora. Acuarela de 1840. Fuente: Wikipedia.

 

Primero, una preocupación por la posición de la mujer en las disciplinas técnicas, incluyendo una crítica a la división del trabajo en las mismas. Basta con recordar que en los albores de la computación la programación era vista como una labor secundaria con respecto a la construcción de máquinas —algo que si se mira con cuidado se hace evidente en las palabras software (suave-femenino) y hardware(duro-masculino)— y por lo tanto era una actividad para mujeres. Esta diferenciación era una herencia directa de la revolución industrial, donde aún el manejo de máquinas requería una fuerza muscular. Un dato curioso:«computadoras» era el término que se usaba en los años cuarenta para referirse a las mujeres que hacían cálculos matemáticos para la milicia (una historia relatada por la teórica Katherine Hayles en su libro My mother was a computer). Esta tendencia cambiaría al comienzo de la década de 1970, cuando fue evidente la relevancia económica del software, lo cual disparó las matrículas de hombres en carreras relacionadas con las ciencias de la computación y redujo el número de mujeres en esas profesiones.

En segundo lugar está el destacar la multiplicidad de roles que desempeña la mujer en la tecnocultura, enfocándose en sus efectos en la vida social, el trabajo, la diversión, etcétera. Dicha diversidad abre un abanico de enfoques sobre la relación mujer y tecnocultura. Colombia cuenta con figuras destacadas como la abogada y activista Carolina Botero, encargada de la Fundación Karisma y preocupada, junto con su equipo, de las actitudes machistas en Internet y de la visibilización del rol de la mujer en el desarrollo de tecnologías a partir de jornadas de creación de entradas en Wikipedia, entre otras inquietudes y actividades. De manera similar, la compositora Ana María Romano, a través de festivales y convocatorias sobre la experimentación sonora, hace énfasis en una visión de género de la dupla música y tecnología. En el ámbito latinoamericano, la artista chilena Constanza Piña (Corazón de robota) imparte talleres sobre distintas tecnologías en un recorrido nomádico por la región y actualmente organiza desde México el encuentro tecnofeminista Cyborgrrrls.

En tercer lugar está la tecnología como espacio para reconsiderar las nociones de género y contemplar la erotización en el Internet como una actividad femenina por derecho propio (y que no atañe exclusivamente a los hombres). Como VNS Matrix afirmaba: «se trata de crear espacios digitales en los cuales identidad y políticas sexuales se puedan abordar».

Colombia no es ajena al ciberfeminismo y aunque sus expresiones tienen un génesis distinto al de los años noventa (vinculado al net.art), nuestra propia idiosincrasia marca destinos más urgentes. Uno de ellos es el señalado por la campaña Alerta Machitroll, de la Fundación Karisma, la cual por medio del humor y de una plataforma digital identifica intervenciones que atenten contra los derechos de las mujeres en Internet.

“La campaña es el resultado de un diagnóstico realizado con mujeres periodistas y comunicadoras en Colombia, uno de los grupos más expuesto a ataques digitales —comenta Amalia Toledo, coordinadora del proyecto—. Para ello se creó una herramienta tecnológica que genera dos tipos de sellos de certificación machitroll (incurable o rescatable) a ser insertado en aquellos comentarios públicos que las personas consideren misóginos, machistas o sexistas”.

Si el Internet es esa plaza pública digital donde ejercemos nuestra ciudadanía, todas las personas deberían poder expresarse libremente. Aquí es donde la campaña mezcla la sensibilidad tecnológica con la estrategia del humor para, como afirma Amalia, “subvertir las formas en que el machismo se traslada a la red e intenta silenciarnos. Queremos con esta campaña defender nuestro derecho a la libre expresión”.

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Mural de la campaña Alerta Machitroll de la Fundación Karisma (2015). Fuente: Fundación Karisma/Wikipedia

 

En este punto vale la pena preguntarnos por la diferencia entre el ciberfeminismo noventero y el actual. Derechos Digitales es un proyecto de seguridad digital con perspectiva de género pionero en América Latina. Para una de sus integrantes, la socióloga colombiana residente en México Juliana Guerra, “es un asunto de Internet. En los noventa había mucha exploración y creación, de prueba y libertad. Aunque Internet se sigue creando a una velocidad insospechada, y quienes están a la cabeza de su desarrollo son sobre todo hombres, antes se hacía más y ahora se regula más… y en el ciberfeminismo pasa lo mismo: antes había acciones, declaraciones visuales y técnicas y hoy reclamos de derechos”. Dichos reclamos requieren el desarrollo de aptitudes técnicas y de encarar la tecnología desde una perspectiva activa, pues como afirma Juliana respecto al proyecto, “concebimos la seguridad digital como un asunto de transformar nuestra relación con la tecnología, cuestionando a partir de la práctica nuestros roles tradicionales como usuarias finales”.

Este gesto implica una migración necesaria a terrenos inhóspitos y quizá usualmente vedados a la participación femenina: “los conocimientos técnicos están [para las mujeres] cada vez más lejos —asegura Juliana—; los foros geek son espacios cada vez más misóginos y nuestras luchas feministas se concentran más en contra de las políticas comunitarias de, por ejemplo, Facebook”.

Justamente Derechos  Digitales elaboró un documento de diagnóstico donde lista colectivos latinoamericanos de mujeres que trabajan con tecnología, entre ellos Preta Lab (Brasil), Django Girls Arequipa (Perú), Rails Girls (Venezuela) o Tic-as, Sula Batsú (Costa Rica) entre otros. Así, si el acoso es un problema, la falta de acceso a la educación tecnológica es otro. Podría decirse que los reclamos sobre los cuerpos deben continuar en las corporalidades digitales femeninas y su derecho al conocimiento.

Finalmente y para terminar de hilar el ciclo donde tecnología y reivindicaciones se trenzan en manifestaciones diversas, la ya mencionada Tania Perez-Bustos lleva algún tiempo explorando de manera activista y con agudeza académica la relación entre la costura artesanal y las tecnologías digitales que, como refiere en unartículo al respecto, representan una relación dicotómica entre unas tecnologías digitales, racionales, matemáticas y abstractas, y un trabajo artesanal asociado a lo intuitivo y al trabajo manual (de alguna manera un contraste sostenido por la dupla masculino y femenino), una dualidad llamada a ser superada.

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Mujeres reprogramando el ENIAC, uno de los primeros computadores en existencia, 1946. Fuente: Wikipedia.

 

Este cuestionamiento es necesario para replantearse una relación entre mujeres y nuevas tecnologías más acorde a los retos modernos y en la que las preocupaciones sobre los cuerpos, el control y la libre expresión femenina se respondan a partir de la consciencia de un saber técnico equitativo que termine por subvertir (o hackear) la tiranía de lo binario aplicado a lo social. Mas este sendero tejido con afectos, enlaces, golpes de teclas y batallas en foros, no debe ser visto solo como un traslado al ciberespacio de las causas feministas sino como el apremiante reconocimiento de toda una saga de mujeres que han sido protagonistas en el desarrollo de las tecnologías informáticas —desde Ada Lovelace, las programadoras anónimas del ENIAC (uno de los primeros computadores digitales construido en la década de 1940), pasando por Grace Hopper y Margaret Hamilton, hasta nuestros días— y que aún debemos salvar del olvido de la narrativa hegemónica de las tecnologías masculinizadas.

Más aún: el ciberfeminismo nos atañe a todos porque en su travesía hacía la equidad de género en un mundo de información, nos recuerda ese milenario nexo entre el ser humano y la tecnología, el cual es tan íntimo que nos define como especie y por lo tanto no puede ser objeto de exclusiones de ningún tipo.

Fuente: http://cartelurbano.com/historias/ciberfeminismo-el-clitoris-de-la-red

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