Por: Sofía García-Bullé
Tolerar es una cosa, reconocer el derecho de existir en paz para todas las personas es otra. Necesitamos la segunda.
La tolerancia ha sido un valor clave en la lucha por los derechos de la comunidad LGBTQ. Muchos de los que somos mayores de 30 años recordamos una época en la que se podía discriminar a los miembros de una empresa por transicionar, que personas homosexuales podían ser atacadas o asesinadas impunemente, reprimidas y violentadas por la policía. Fue este último tipo de agresión legitimada lo que impulsó la creación del movimiento que le ha conseguido a la comunidad LGBTQ una vía a la tolerancia y un inicio hacia la aceptación.
Los cambios sociales impulsados por este movimiento son invaluables, le permitieron a millones de personas diversas vivir una realidad con protecciones legales y dieron la base para tener presencia en espacios privados, públicos y laborales. Reflexionar durante el mes del orgullo también es recordar y agradecer esto, pero sin dejar de lado que si bien estos logros son muy valiosos, muchos de estos se consolidaron hace décadas y hace falta moverse a una siguiente fase de progreso, la tolerancia es obsoleta y la aceptación ya va tarde.
Para muchas personas, especialmente el público heteronormado, ambos términos son intercambiables, significan casi lo mismo. Pero para quien vive siendo tolerade, la diferencia es enorme. La tolerancia parte de la necesidad de coexistir con aquello con lo que no estamos de acuerdo, que no nos gusta, este aspecto no tiene que cambiar para ejercer la tolerancia, la cual solo requiere de una capacidad de aguante, pero no de aceptación. Lo anterior implica ramificaciones enormes en la dinámica de poder entre los que toleran y las que son tolerades. Pero para explicar esto a fondo, conviene empezar por nociones simples.
El A-B-C de la convivencia justa
La tolerancia no es un valor negativo en sí mismo, de hecho es bastante útil, para ayudarnos a formar resistencia a situaciones adversas, pero no para definir reglas de coexistencia con personas que son diferentes. Pediaa.com, un sitio/blog que se dedica a explicar conceptos y las diferencias entre ellos, ofrece una gráfica que pone muy claro la diferencia entre ambos valores.
La tolerancia, de acuerdo con la autora Hasa, colaboradora de este sitio, es la disposición para soportar la existencia de opiniones contrarias a las nuestras. La aceptación, es la adopción de una idea que en primera instancia no encaja con nuestra forma de pensar, pero que admitimos sin protesta, sin tratar de cambiarla o eliminarla. Lo primordial de entender aquí es que bajo este contexto estamos hablando ya sea tolerar o aceptar personas, no ideas. Esto hace toda la diferencia.
El efecto real de ser tolerade
Cuando hablamos de personas, la tolerancia se vuelve un asunto complicado. Una solución que pudo haber servido para una época en la que ni siquiera estaba validada la existencia de las personas LGBTQ, pero hoy se queda corta. La posición tolerante es muy cómoda, no se tiene que llegar a un reconocimiento, a un acuerdo ni a una aceptación, solo se tiene que soportar la existencia de personas de orientación e identidades distintas. Esto es fácil para quienes ejercen la tolerancia, ya que la gestionan como un ejercicio de poder.
“La idea de la tolerancia tiene connotaciones paternalistas. La tolerancia se da por una persona superior a otra inferior, a quien se le hace el favor de tolerársele. No es una relación entre iguales. Además, como quien tenía el privilegio se ha ‘rebajado’”, se ha puesto al nivel de la oprimida, tiene cierta superioridad moral”, explica Deva Mar Escobedo, estudiante de periodismo de la Universidad Complutense de Madrid en una un artículo para el diario El Salto.
La perspectiva tolerante, casi siempre pertenece al grupo social dominante. Su visión se establece como la indiscutiblemente correcta y simplemente permite la existencia de contrapuntos, los cuales validan de acuerdo a su criterio. Bajo un esquema de tolerancia, quien tolera tiene el poder de decidir qué tan importantes son las opiniones y las necesidades de la persona que es tolerada, puede elegir no escuchar, descartar, pedir que no se arme un escándalo o se dispare un conflicto poniendo la carga de éste completamente sobre el otro. Porque desde su posición de poder, son quienes generan y regulan la normalidad. Son “los campeones de a realidad” para decirlo en forma simple, y las personas que no nos ajustamos a esa normalidad somos “los retadores”.
La confrontación en una dinámica así es inevitable, a menos que la persona tolerada aprenda a vivir bajo este desbalance, las consecuencias de este compromiso pueden ser profundas e imborrables. Aún si para muchos la tolerancia les significó no perder a su familia, un techo sobre sus cabezas o un trabajo, no quiere decir que la tolerancia no tenga un costo alto para las personas LGBTQ.
“Vivir en un lugar donde solamente existe tolerancia pero no aceptación, es como estar en una cámara de privación de sentidos. No te matará pero sí tendrá un efecto agotador”. Brynn Tannehill, punta de lanza del activismo para la comunidad trans, ensayista y miembro del comité de Trans United Fund resume tan solo en dos líneas la experiencia de la tolerancia, del lado de a quien se le somete a esta. Una vez aterrizada esta idea, ¿ya podemos entender por qué la tolerancia no funciona? ¿Por qué es fácil vivir cuando la usamos pero difícil cuando alguien la usa sobre nosotres? Tras exponer las implicaciones de la tolerancia, la aceptación es un imperativo ético.
Las personas fuera de la heteronorma existen, eso no es algo a lo que aplique la tolerancia dado que seguirán existiendo independientemente de si las personas heteronormadas están de acuerdo o no con esta existencia. La tolerancia no es necesaria, lo que es urgente es el criterio y el sentido humano para entender que las identidades y orientaciones diversas son tan válidas e inocuas como las heteronormadas. Esto es lo que implica la aceptación, dejar de decir “puedo soportar que una persona viva con una orientación o identidad de género distinta” y empezar a decir “está bien que lo haga”.
Fuente de la información e imagen: https://observatorio.tec.mx