Colombia / 10 de diciembre de 2017 / Autor: Juan Sebastián Hoyos Montes / Fuente: Las 2 Orillas
Pasaron muchas cosas en educación en estos meses que nos confirman que para innovar no hay que inventarse la rueda.
Pasaron muchas cosas en educación en los últimos tres meses. Varios eventos que nos dejaron muchas enseñanzas y reflexiones: la visita del investigador mexicano de la Universidad de Pensilvania, Alejandro Adler, en la Cumbre Líderes por la Educación de Semana; el Tercer Encuentro de Sustentabilidad que organizan varios colegios de Bogotá; y el Primer Encuentro de Educación Transformadora en América Latina, que organiza la red Ashoka. En todos se habló sobre las finalidades de la educación y las posibilidades para los currículos que deberíamos diseñar en las instituciones educativas.
Con Alejandro Adler aprendimos (soportado por la experiencia de Suráfrica, las ideas de Nelson Mandela y las innovaciones en Bután), que una educación para la paz debe tener en cuenta habilidades para la vida y, sobre todo, fomentar el bienestar emocional de las personas, que es esencial para cultivar la paz interna. Sin paz interna en las personas, no podremos hablar de paz social. El bienestar, por su parte, involucra varias dimensiones como cultivar emociones positivas y relaciones positivas, entre otros, y es algo que se puede medir, enseñar y aprender. El bienestar tiene un valor intrínseco e instrumental: es una finalidad deseable pero además tiene un impacto en la salud física, en el desarrollo académico, en la prevención de alcoholismo y depresión, y en el civismo. Formar en bienestar pasa por formar antes a los maestros para que lo encarnemos y lo difundamos con nuestro ejemplo. En ello, es muy importante transformar hábitos hacia la gratitud, el optimismo y el desarrollo de una mente serena mediante la meditación, la escritura y la reflexión, herramientas poderosísimas en los procesos formativos.
En el Tercer Encuentro de Sustentabilidad, aprendimos que generar conciencia ambiental es una labor esencial de todos los colegios hoy. Un currículo que no incluya este elemento como finalidad desconoce por completo el contexto en el que vivimos. A propósito, en su charla inaugural, Francisco Cajiao nos recordaba que un currículo no es un listado de materias por ver junto con una lista de contenidos, sino una visión sobre el tipo de ser humano que queremos formar así como de la sociedad con la que soñamos. Por ahí empiezan los currículos.
Aprendimos también que formar en conciencia ambiental es labor de todas las disciplinas y no solo de las Ciencias Naturales. Generar conciencia ambiental es una habilidad del siglo XXI y se puede trabajar desde el arte, la historia, la tecnología y la literatura, entre otros. Es cuestión de voluntad y compromiso.
Con el Primer Encuentro Latinoamericano de Educación Transformadora, pudimos conocer a emprendedores sociales de talla mundial y experiencias de colegios que están haciendo cosas muy innovadoras y que se centran en desarrollar empatía, trabajo en equipo, liderazgo y emprendimiento.
Gaby Arenas, una de las organizadoras del evento, nos decía que innovar no se puede, porque la educación se la inventaron hace miles de años. Basta revisar a los pensadores griegos. Pero lo que sí podemos hacer es innovar en las formas, es decir, en la manera de llegar a los estudiantes.
Carmen Pellicer, una educadora española de primera línea, nos habló sobre cómo transformar currículos para generar habilidades del siglo XXI (nos recordó el valor del trabajo por proyectos y de las rutinas de pensamiento), de la importancia del transformar el carácter de nuestros estudiantes y de desarrollar metacognición, en la reflexión sobre lo que se vive y se aprende. Así como de hacer un cambio en la cultura para lograr una evaluación que sirva de aprendizaje (con autoevaluación, rúbricas y portafolios, y muchas evidencias a lo largo de todo el proceso). Muchos colegios que están obteniendo resultados muy interesantes en el mundo le están apostando a incluir estos elementos.
Todas estas experiencias son muy enriquecedoras. Y tienen una cosa en común: nos recuerdan que debemos trabajar en la conciencia. Desarrollar conciencia debe ser un propósito de la educación de hoy, así como lo era hace mucho tiempo y como lo han planteado pensadores y filósofos del mundo clásico. La civilización fue inventada hace mucho. Y no hace falta inventarnos la rueda.
El desarrollo de la conciencia es una habilidad el siglo XXI,
junto con tantas otras como la empatía,
la creatividad y el bienestar emocional.
El desarrollo de la conciencia es una habilidad el siglo XXI, junto con tantas otras como la empatía, la creatividad y el bienestar emocional. Es más difícil de medir, pero se puede verificar con el comportamiento de las personas y sus actitudes. Para desarrollarla, es esencial primero que los maestros trabajemos en el autoconocimiento y que tengamos espacios para entrar en contacto con nuestro mundo interior. Lo mismo que los estudiantes. Lo anterior se logra con el arte, la música, el trabajo con el cuerpo, la escritura, la reflexión, la psicoterapia –entre otros- y con herramientas como la meditación, la relajación y la respiración. Vale la pena apostarle a esto que le apunta a una transformación de fondo del ser humano.
Ya lo decía Swami Vivekananda hace más de 100 años: el desarrollo del carácter (con virtudes como la bondad y la solidaridad) y el cultivo de una mente serena y concentrada son fines esenciales de una verdadera educación. Una persona que haya desarrollado ciertas virtudes del carácter, que demuestre en la acción los valores humanos y que tenga un cierto dominio de su mente podrá realizar muchos de sus propósitos y aportarle a la sociedad.
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