«La desigualdad conspira contra la recuperación, contra el desarrollo, la nutrición, salud, educación, empleo, pobreza, contra todo. Por eso debemos abordarla desde todas sus caras», enfatizó Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), durante una conferencia magistral dictada en la Oficina Regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para América Latina y el Caribe, en Santiago de Chile.
La máxima autoridad de la CEPAL realizó una presentación titulada «Contexto socioeconómico y desafíos de América Latina y el Caribe», en donde entregó un panorama del estado económico, social y ambiental de la región tras la crisis derivada de la pandemia de covid-19 y sus perspectivas de recuperación.
En el evento, transmitido en directo a todas las oficinas nacionales de la FAO y al público en general, el subdirector general y representante regional para América Latina y el Caribe de la FAO, Julio Berdegué, rindió también un homenaje a su trayectoria, a pocos días de que deje la Secretaría Ejecutiva de la Comisión.
«Alicia termina su período al frente de la CEPAL a fines de este mes (marzo). Y por eso nos hemos reunido aquí para rendirle un homenaje principalmente por habernos dado un liderazgo intelectual y político en una época muy tormentosa, con dos crisis sucesivas muy profundas que han dejado a América Latina muy dañada. Ella fue una voz clara que trazó nuevas ideas. Ella y la CEPAL han hecho una contribución fundamental», destacó Berdegué.
Además, el Subdirector de FAO agradeció a Alicia Bárcena por haber vuelto a situar el tema de la igualdad en el centro del debate de las políticas públicas, y por su permanente colaboración y disposición para el trabajo conjunto con el resto de las agencias de las Naciones Unidas.
«Por esto y muchas cosas más queremos darle las gracias. Ella deja la CEPAL, la ONU, pero ciertamente su voz, su inteligencia, su simpatía seguirán siendo un activo en la lucha por el desarrollo sostenible», agregó.
En su conferencia magistral, Alicia Bárcena destacó que no basta crecer para igualar, sino que primero hay que igualar para crecer. «No se puede crecer sin igualdad, porque la desigualdad es ineficiente. La pandemia aumentó la pobreza, el desempleo y la informalidad afectando especialmente a las mujeres», recalcó.
«En nuestra región, la fábrica de la desigualdad es la heterogeneidad productiva, las brechas estructurales, baja innovación, inversión y productividad. La desigualdad define a la región, es injusta, ineficiente y conspira contra el desarrollo sostenible», enfatizó.
Esto se refleja principalmente en los niveles de pobreza y pobreza extrema, señaló, que en 2020 aumentaron por sexto año consecutivo. En 2021, a pesar de la recuperación, se proyecta un retroceso de 27 años con aumento de la pobreza extrema (a 86 millones de personas) y el riesgo de hambre, añadió.
Bárcena indicó que la crisis desatada por la pandemia agudizó las asimetrías globales entre los países desarrollados y las naciones en desarrollo.
Ejemplificó con las importantes brechas que se presentan en el área económica, en salud, en el combate al cambio climático y en la respuesta a la crisis: actualmente el uno por ciento de la población posee el 50 por ciento de la riqueza mundial; con el ocho por ciento de la población, América Latina y el Caribe acumula el 32 por ciento de las muertes ocasionadas por la pandemia; la región solo acumula el ocho por ciento de las emisiones, pero es una de las más afectadas por eventos climáticos extremos; y los países desarrollados han gastado 14,9 billones de dólares para enfrentar los efectos de la crisis, mientras que los países emergentes solo han invertido 2,7 billones (de enero 2020 a septiembre de 2021).
Además, señaló que nos encontramos ante un multilateralismo muy debilitado frente a tendencias nacionalistas y regionalistas. «La región debe entender que la integración es el único camino. Debemos fortalecer cadenas de valor y avanzar hacia la autosuficiencia sanitaria y alimentaria, pero no a partir de importaciones, sino que a partir de fortalecer nuestras propias cadenas de valor», dijo.
Bárcena advirtió que, en 2022, América Latina y el Caribe crecerá cuatro puntos menos (2,1 %, tras haber anotado 6,2 % en 2021) en un contexto internacional de conflicto bélico, menor comercio y posibilidad de retiro de estímulos monetarios que incrementarían costo del financiamiento. Y también con una gran incertidumbre sobre la evolución de la pandemia.
«En la CEPAL proponemos tres pactos: uno productivo, otro social y otro fiscal. Necesitamos políticas industriales explícitas, universalizar los sistemas de protección social y tributación progresiva, combatiendo la evasión (que llega al 6,1 % del PIB de la región) y las exenciones tributarias. Las políticas nacionales deben ser acompañadas por la acción multilateral», remarcó.
La Secretaria Ejecutiva del organismo señaló que es necesario orientar el gasto público de los países y aumentar la inversión pública y privada, que es el puente de plata entre el corto y mediano plazo. También insistió en seguir avanzando hacia la igualdad de género y construir una sociedad del cuidado, para evitar que sigan siendo las mujeres las que carguen con el mayor peso de las labores no remuneradas.
«La recuperación es una oportunidad histórica para un nuevo pacto social que brinde protección, certidumbre y confianza. Debemos avanzar hacia un estado de bienestar mediante un gran impulso para la sostenibilidad basado en la Agenda 2030 y en Nuestra Agenda Común «, finalizó Alicia Bárcena.
La defensora de la niñez ganadora de este año del Premio Nansen, el más alto galardón entregado por ACNUR por el trabajo humanitario con refugiados, relató a Noticias ONU la aterradora situación que viven niños y niñas venezolanas víctimas de explotación sexual en el norte de Colombia, e hizo un llamado a su país y a la comunidad internacional para que dejen de ignorar una situación que le está robando la niñez a miles de inocentes.
Mayerlín Vergara, defensora de los derechos de la niñez por más de 20 años, ha sido testigo de desgarradoras historias de niños colombianos maltratados, ha visto pequeños de cinco años consumir pegamento para calmar el hambre, ha conocido a otros que sufren maltrato y abuso diario en sus hogares y a algunos que le piden comida o un refrigerador a Santa Claus como regalo de navidad, pero nunca había visto tanto dolor como el que actualmente viven los refugiados y migrantes venezolanos en el norte de Colombia.
“Lo que vimos aquí en La Guajira con los niños y niñas, principalmente con los refugiados y migrantes, era para ponerse a llorar. Una situación deplorable. No solo físicamente hablando, no solo porque no tenían dónde dormir, o donde vivir, o qué comer, sino era la desesperanza en sus ojitos, esos rostros tan apagados, esa tristeza tan profunda”, describe la coordinadora regional del departamento de La Guajira de la Fundación Renacer, una organización que ha asistido a más de 22.000 niños, niñas y adolescentes sobrevivientes de la trata y de otros tipos de violencia sexual y de género.
“Maye”, como la llaman con cariño los niños que ayuda y sus compañeros, se ofreció voluntariamente para abrir y dirigir un hogar para menores en Riohacha, en la frontera oriental de Colombia con Venezuela, después de ser testigo de la terrible situación a la que se enfrentan miles de migrantes que han cruzado para huir de la situación socioeconómica del país vecino.
Una de las grandes problemáticas, la que más duele, es la explotación sexual que sufren las niñas. La educadora ha tenido que presenciar situaciones extremadamente injustas y fuertes.
Escuchar a las niñas decir que no quieren vivir, que no quieren abrir sus ojitos porque ya no tiene sentido la vida.
“Escuchar a las niñas decir que no quieren vivir, que no quieren abrir sus ojitos en la mañana porque ya no tiene sentido la vida. Verlas intentar suicidarse, tener estrés postraumático, cuadros depresivos tan profundos, es lo más duro que yo he visto en toda mi historia y mi trayectoria en la Fundación Renacer. En esos momentos tan duros y difíciles yo recuerdo que le decía a Dios, ¡Señor, ayúdame porque yo sola no puedo!”.
Colombia, que alberga a unos 1,7 millones de venezolanos desplazados, ha informado de un aumento en los casos de trata de personas que se cree que está relacionado con la afluencia del país fronterizo. Los primeros cuatro meses de 2020 vieron un aumento del 20% en el número de víctimas de explotación no colombianas, en comparación con todo 2019, aseguran datos del gobierno.
Desde que abrió sus puertas hace poco más de un año, el hogar de rehabilitación que dirige Maye ha atendido a más de 75 sobrevivientes de violencia sexual, algunos de tan solo siete años. Se trata de niños y niñas que han sido rescatados de bares, burdeles, de la calle o que han sido sacados de hogares abusivos.
“Hay adolescentes de 12-14 años que uno creería que una muñeca no les va a emocionar, y les llevamos una muñeca a las niñas pequeñas y ellas terminan llorando porque también querían una. Es una cuestión de vulnerabilidad, es haberles negado la posibilidad de ser niños y ser niñas, y en el hogar ellos pueden hacer eso, gritar jugar y saltar, sin miedo a ser juzgados o cuestionados”, asegura la coordinadora.
UNICEF/Arcos
Una madre y su hijo saliendo de Venezuela y en camino hacia Cali, Colombia.
De Venezuela a Colombia
Pero darles a los niños la ayuda que necesitan no es trabajo fácil. Maye y su equipo se enfrentan a las organizaciones criminales y con ayuda de la comunidad logran identificar a las víctimas.
“Si ha habido situaciones de amenaza, claro que sí, porque de alguna manera estamos enfrentados a delincuentes. Pero cuando entramos a las comunidades no entramos con miedo y creo que la tranquilidad nos la da la convicción de que estamos haciendo algo bueno”, señala.
Maye explica que hay muchas niñas y jóvenes que migran solas desde Venezuela hasta la Guajira y una vez en la calle son alcanzadas por proxenetas y explotadores. Otras, son abducidas por delincuentes en su país y trasladadas a través de la frontera a municipios cercanos.
Son doblemente valientes, porque soportan todo ese doble impacto de la migración y la explotación.
“Hay niñas que han sido encerradas en casas de pueblos más pequeños con una proxeneta cobrando y los explotadores entrando. Yo creo que por eso tienen tanto daño, no solamente emocional, sino todas las afectaciones mentales, porque un cuerpo tan chiquito no puede aguantar tanto. Por eso para mí son doblemente valientes, porque soportan todo ese doble impacto de la migración, de dejar su casa, su familia, su escuela, su colegio , pero también todo el impacto de la violencia sexual y de sentirse tan vulnerables y aquí, en un lugar que ni siquiera es su territorio y su país”, señala Mayerlín.
La educadora narra que también hay niñas que cruzan con sus familias, y que, aunque estas no sean necesariamente las explotadoras, a veces ya venían de situaciones de maltrato o de indigencia.
“Hay niñas y niños que han venido solitos. Es decir, se vienen grupitos, se viene la amiga, la prima, la prima un poquito más grandecita, una de diecinueve con otra de diecisiete con otra de quince y con otro de cinco. Incluso nos hemos encontrado niñas que vienen con la vecina porque la mamá las mandó porque era mejor que estuvieran acá, y que no estuvieran pasando hambre allá. Entonces hay como una diversidad de situaciones”, explica.
Agência Brasil/Elza Fiuza
Durante la pandemia del coronavirus han aumentado los casos de violencia contra las mujeres y las niñas.
Un trabajo con la comunidad
Maye tiene un equipo que trabaja en las calles y se va a los asentamientos informales, donde el 80% de la población es refugiada o migrante. También van a barrios de comunidades de acogida y conversan con sus habitantes, hombres, mujeres y líderes y lideresas, a quienes capacitan para detectar a las víctimas más allá de los prejuicios.
“Con ellos hay que hacer un proceso de sensibilización, de formación, que es muy importante porque es muy fácil encontrar a una persona en la sociedad que vea a una adolescente que está siendo explotada sexualmente y crea que ella propicia su explotación sexual o crea que a ella le gusta, o que esto es una vida fácil o que piense que pobrecita porque no tiene qué comer entonces mejor que consiga dinero para su casa. Son imaginarios que son erróneos, hay que desmontarlos, y para desmontarlos hay que formar a los líderes y lideresas”, resalta la directora del hogar de rehabilitación en Riohacha.La educadora afirma que a medida que la comunidad comienza a entender que las niñas no son prostitutas sino víctimas de explotación sexual, van ganando aliados en los asentamientos.
“Se convierten en esas personas que cuando ven una niña o un niño víctima lo remiten”, dice.
Su equipo también hace el trabajo de recorrer las comunidades, y conversar directamente con quienes sospechan que son víctimas en parques, calles o tiendas donde las encuentran.
“Ya por la experiencia más o menos alcanzamos a conocer la actitud de las niñas que son víctimas. Entonces conversamos con las niñas y en ese diálogo, de esa generación de confianza, porque al inicio no nos van a contar todo de una vez, vamos insistiendo. Si no logramos nada, intentamos conseguir por lo menos un teléfono o un Facebook, nos comunicamos con ellas y es una comunicación casi que del día a día, hasta que ellas logran contar lo que les está pasando y luego de ahí les presentamos la oferta del hogar, siempre queremos como respetar sus ritmos, sus tiempos y que sea algo voluntario”, detalla.
ACNUR/Nicolo Filippo Rosso
Mayerlín Vergara Pérez, que trabaja con niños y niñas explotados sexualmente, ha ganado el premio Nansen que otorga ACNUR
Testigo del dolor, pero también de la recuperación
Mayerlín fue testigo de la recuperación de una niña que fue captada por otros niños en Venezuela y luego trasladada y explotada sexualmente en la Guajira.
“Fue explotada y abusada en todas las formas que uno se puede imaginar y luego abandonada en un monte. Esa niña… era tanto lo que le había pasado en la vida que ella misma llegó a la policía a pedir ayuda. Cuando uno habla con ella, ella dice “yo me entregué”. Y yo siempre le digo: ¡tú no! Los que se entregan son los delincuentes, tú no te entregaste, tú pediste ayuda. La nena estaba sola en la vida y llegó a nuestro hogar y pasaron como cinco o seis meses sin que pronunciara palabra”, relata la educadora.
La víctima de explotación no podía tan siquiera hablar de lo que había pasado, sino que se manifestaba con violencia. En el hogar la acompañaron, “respetando su ritmo”.
“No confiaba al inicio en nosotros y hoy se la pasa pegada. Ahora se la pasa sonriendo y soñando y encontramos a su familia, que es lo más importante también”, cuenta Maye.
La directora del hogar dice que casos como el de esa chica venezolana son una motivación para su equipo, ya que pueden ver el increíble resultado de su esfuerzo y trabajo.
“Al inicio ni los niños tenían esperanza, ni yo. Yo veía a los educadores como con todo el amor del mundo y les pedía que no se cansaran. Ver que esos primeros niños que llegaron hoy día están realizando prácticas pre laborales porque ya se capacitaron en cocina, en manicura y pedicura, en maquillaje, en peinados y verlos ya a todos empoderados y ver que ya tenemos dos líderes dentro de la casa, acompañando a otros a los que llegan nuevos. Ver por ejemplo a la niña que te contaba sentarse al ladito de la niña nueva y “decirle no te preocupes, esto va a pasar”. Eso no tiene precio”, asegura la ganadora del Premio Hansen de los Refugiados 2020.
Más de 20 años de trabajo
Desde muy joven, Mayerlí Vergara pudo ver el grave sufrimiento de los niños más vulnerables en Colombia. Con apenas 18 años, fue maestra de matemáticas de estudiantes de segundo grado de una de las zonas más pobres de la ciudad de Cali, el distrito de Aguablanca.
“Trabajaba en un en una zona bastante vulnerable y ahí empecé a conocer y acercarme a las historias de los niños con los que trabajaba, que eran niños y niñas de 7, 8 añitos, y empecé a escuchar cosas tan dolorosas de maltrato en la casa, niños que decían que les pegaban todos los días, o que en una carta de navidad pedían comida y una nevera porque en su casa no había”, rememora la ahora defensora de los derechos de la niñez.
Fue en ese entonces cuando intentó ir más allá de enseñarles operaciones matemáticas y comenzó a interesarse por su bienestar, pero se encontró con la pared de que no podía hacer nada por ellos fuera del aula de clase.
“Años más tarde, vi a unos niños en la calle consumiendo pegamento, un niño y una niña, como entre los 4 y los 5 años, y eso me partió el alma, llegó directo a mi corazón y en ese momento yo le dije a Dios que quería trabajar con niños y niñas que necesitaran un poco más que aprender a multiplicar”, recuerda.
Vergara, de regreso a su ciudad natal, Sahagún, en el norte del país, aun sintiendo ese llamado de ayudar a los niños respondió a un clasificado del periódico de una fundación que buscaba un psicopedagogo para trabajar en las noches con menores en Cartagena.
Maye no tenía título de psicopedagoga y ni siquiera sabía que era una ONG, pero quien la entrevistó se dio cuenta de la pasión que tenía por ayudar a los niños y decidió darle la oportunidad.
“A pesar de lo difícil y duro que fue al inicio, porque yo nunca había trabajado con adolescentes con tantas problemáticas, yo venía de trabajar con niños y con niñas de un colegio, sabía que eso era lo que yo quería hacer en la vida. Me conecté inmediatamente con sus historias, con sus vidas, con su dolor, con su alegría y quedé enamorada completamente a partir de ahí”.
Ya han pasado más de 20 años desde que Mayerlín comenzó a trabajar con la Fundación Renacer, sus décadas de esfuerzo y su más reciente trabajo con los niños y niñas refugiados venezolanos la hicieron acreedora este año al Premio Nansen de la Agencia de la ONU para los Refugiados.
“Yo he podido ver a los niños recuperarse y los he podido ver desarrollar un proyecto de vida sano para ellos, para su familia, para la sociedad. Hoy día tengo grandes amigos egresados de la Fundación Renacer, que son grandes empresarios, que son enfermeros, que son médicas, que son psicólogos, que son mamás y papás amorosos y protectores. Y ver eso y saber que estamos en el camino correcto, eso me da la fuerza para levantarme y seguir adelante”, expresa.
Maye dedicó el premio Nansen a quienes sirve y dijo que también pertenece a los niños, niñas y adolescentes, cuya capacidad de soñar inspira para seguir creyendo que sí es posible construir una sociedad libre de la trata de personas con fines de explotación sexual.
“Este premio es un reconocimiento a la fuerza, valentía y resistencia de estas niñas, niños y adolescentes, ha sido un privilegio acompañarlas y acompañarlos en su proceso de recuperación emocional”, dijo durante la entrega del Premio.
UNICEF/Vincent Tremeau
Los menores de edad son susceptibles de sufrir una mayor violencia sexual durante el confinamiento por el coronavirus.
Una tragedia oculta
Mayerlín considera que la explotación sexual es una tragedia oculta y sabe que lo que muestran las cifras es una mínima parte de lo que ocurre.
“Yo diría que tenemos que reaccionar, que esto no puede seguir siendo parte del día a día. Es muy triste ver las estadísticas y ver que cerca del 90% de los delitos sexuales en general son cometidos contra mujeres y contra niños y niñas. No es posible que este delito haya sido creado para atentar contra la vida de los niños y de las niñas”, reflexiona.
El mensaje de Maye es muy claro: hay que actuar, porque según ella, algo está pasando en la sociedad que hace que esto se perpetúe.
“Necesitamos vernos como adultos y como adultas responsables, tenemos una deuda histórica con los niños y con las niñas y necesitamos por lo menos abonar. Necesitamos convertirnos en una sociedad más justa que escucha a los niños, que los respeta, que los valora, que los tiene en cuenta, porque hoy en día no se está escuchando a los niños. A veces se prefiere el celular o la televisión que escuchar a los hijos y a las hijas”, lamenta.
La educadora dice que se siente honrada de recibir el Premio Nansen, que es un gran privilegio y una oportunidad para hablar con el mundo y los medios y contarles que los niños víctimas de explotación sexual “sí pueden sobrevivir”.
“La explotación sexual y la trata de personas van más allá de las cifras y de las estadísticas, tienen rostros y duelen en lo más profundo del ser de los niños y de las niñas. Los niños y niñas y las familias refugiadas inmigrantes no salieron de Venezuela porque quisieron salir de turistas, salieron porque estaban en unas condiciones difíciles y necesitan de nosotros como adultos y como colombianos y colombianas y del mundo entero en general”.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y el Grupo Banco Mundial publicaron este martes un informe que revela cifras alarmantes de la situación de millones de niños que viven paupérrimamente.
Ya antes de que la pandemia de COVID-19 golpeara las economías de todos los países, uno de cada seis menores de edad, o 356 millones, vivía en condiciones de pobreza extrema.
Según el estudio, dos tercios de esos niños habitan en África subsahariana en hogares que luchan por sobrevivir con un promedio de 1,90 dólares al día o menos por persona, mientras que el sur de Asia aloja a casi una quinta parte de estos chicos.
El análisis muestra que el número de personas que viven en la pobreza extrema disminuyó 29 millones entre 2013 y 2017. Sin embargo, agrega que el avance de los últimos años ha sido “lento y desigual, además de que se encuentra en riesgo” debido al impacto económico de la pandemia.
Urge un plan de recuperación para los niños
El director de Programas de UNICEF afirmó que el número de niños que debe luchar para sobrevivir debería escandalizar a cualquiera.
“Y la escala y la profundidad de las dificultades financieras provocadas por la pandemia solo están destinadas a empeorar las cosas. Los gobiernos necesitan con urgencia un plan de recuperación infantil para evitar que muchos más niños y sus familias alcancen niveles de pobreza que no se habían visto durante muchos, muchos años”, apuntó Sanjay Wijesekera.
Aunque los niños representan cerca de un tercio de la población mundial, son casi a mitad de la población extremadamente pobre. Además, tienen más del doble de probabilidades de ser paupérrimos que los adultos.
Los niños más pequeños son los que están en peor situación: el 20% de ellos es menor de cinco años y vive en hogares extremadamente pobres del mundo en desarrollo, destaca el informe.
“El hecho de que uno de cada seis niños viviera en la pobreza extrema y que el 50% de los pobres extremos del mundo fueran niños antes de la pandemia de COVID-19 es motivo de gran preocupación para todos”, recalcó Carolina Sánchez-Páramo, directora global de la División de Pobreza y Equidad del Banco Mundial.
Agregó que la pobreza extrema priva a cientos de millones de niños de la oportunidad de alcanzar su potencial en términos de desarrollo físico y cognitivo, y amenaza su capacidad para conseguir buenos trabajos en la edad adulta.
“A raíz de la desorganización económica masiva causada por la pandemia, es más crucial que nunca que los gobiernos apoyen a los hogares pobres con niños ahora y reconstruyan su capital humano durante la recuperación”, enfatizó Sánchez-Páramo.
PMA/Isheeta Sumra
La familia de Rani vive por debajo de la línea de la pobreza y depende de un programa alimentario para ayudar a mejorar la nutricón de los niños.
Más niños que adultos pobres
La pobreza extrema entre los niños ha disminuido menos que entre los adultos, y una mayor proporción de los pobres del mundo eran niños en 2017, en comparación con la cifra de 2013.
Todas las regiones del mundo experimentaron distintos niveles de disminución de la pobreza extrema entre los niños, excepto en África subsahariana, que registró un aumento de 64 millones en el número absoluto de pequeños que luchan por sobrevivir con 1,90 dólares al día, de 170 millones en 2013 a 234 millones en 2017.
La pobreza infantil es más frecuente en países frágiles y afectados por conflictos, donde más del 40% de los niños viven en hogares extremadamente pobres, en comparación con el 15% de los niños de otros países. Además, el 70% de los niños en situación de pobreza extrema vive en un hogar donde el jefe de la familia trabaja en el campo.
Medidas de largo plazo
La crisis del COVID-19 seguirá afectando de manera desproporcionada a los niños, las mujeres y las niñas, y amenaza con revertir los avances logrados en materia de igualdad de género, prevé el informe, y señala que hace falta protección social para mejorar los mecanismos de supervivencia de la población pobre y vulnerable tanto en la respuesta inmediata a la pandemia, como en la recuperación a largo plazo.
Los datos del Banco Mundial y UNICEF sugieren que la mayoría de los países han respondido a la crisis ampliando los programas de protección social, en particular las transferencias de efectivo, que brindan una plataforma para inversiones a más largo plazo en capital humano.
Sin embargo, muchas de las respuestas son a corto plazo y no son adecuadas para responder a la magnitud esperada a largo plazo de la recuperación, dice el estudio.
Es más importante que nunca que los gobiernos amplíen y ajusten sus sistemas y programas de protección social para prepararse para futuras crisis, incluidas las innovaciones para la sostenibilidad financiera. También precisan fortalecer los marcos legales e institucionales; proteger el capital humano; ampliar los beneficios para niños y familias a largo plazo; e invertir en políticas favorables a la familia, como la licencia parental remunerada y el cuidado infantil de calidad para todos.
Para el organismo ver la pobreza como falta de esfuerzo personal o familiar estigmatiza a las personas que se encuentran en esa condición. Los datos indican que, paradójicamente, los más pobres sí están ocupados; sin embargo, son trabajos de baja calidad y sin protección social.
En América Latina, la mayoría de personas en edad de trabajar que se encuentran en condición de pobreza y pobreza extrema están ocupadas o buscan activamente un empleo.
No obstante, si trabajan, lo hacen sin remuneración o en formas y condiciones de baja calidad que no solamente no son suficientes para dejar la pobreza, sino que, peor aún, la reproducen.
Así entonces, trabajar no es una garantía para salir de la pobreza, advierte la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su reciente libro publicado “Programas sociales, superación de la pobreza e inclusión laboral. Aprendizajes desde América Latina y el Caribe”; y llama a “deconstruir la tesis de la flojera como causa principal de la pobreza”.
Según el organismo internacional, ver a la pobreza como sinónimo de falta de interés, esfuerzo personal o familiar lleva a estigmatizar a las personas que se encuentran en esta condición e implica que los pobres deben luchar por una doble inclusión, la social y laboral.
Es decir, no solo por tener más dinero o recursos sino también por la aceptación y más acceso a oportunidades.
“Las personas pobres abogan por la doble inclusión ya que consideran que sus condiciones de vida podrían mejorar a partir del incremento de las oportunidades laborales, mejores salarios y acceso al mercado, al crédito, a tierras productivas. Al mismo tiempo, valoran positivamente el acceso a los servicios sociales y a los programas de asistencia social”, recoge el documento.
Pero, de acuerdo con los datos del Banco Mundial, recopilados por la Cepal, en la región, los pobres no están de balde. Paradójicamente, los que tienen menos recursos y sufren de más privaciones son los más ocupados.
Por ahora, las mayores tasas de inactividad entre las personas que viven en pobreza y pobreza extrema respecto del resto de la población se explican, en gran medida, por las altas tasas de inactividad de las mujeres, puesto que actualmente dos de cada tres hombres pobres y extremadamente pobres tienen trabajo o están buscando uno.
El organismo aclara que esto no significa que las mujeres no trabajen, sino que ellas dedican muchas horas al trabajo doméstico no remunerado y de cuidado de niños, personas mayores o con discapacidad.
Los datos alertan que el desempleo afecta en mayor proporción a las personas que viven en condiciones de pobreza; pero, incluso, una vez que logran ocuparse, una alta proporción de pobres y extremadamente pobres se desempeñan en trabajos por cuenta propia u ocupaciones de menor calidad y con altos déficit de protección social.
“El problema para la inclusión laboral de las personas que viven en la pobreza y la extrema pobreza entonces no es exclusivamente la falta de empleo o que las horas de trabajo sean insuficientes; de hecho, muchos tienen más de una ocupación y trabajan durante largas jornadas”, apunta el libro.
Los trabajos a los que llegan los más pobres distan de los considerados decentes; con frecuencia se emplean en sectores de baja productividad, “en condiciones a menudo inseguras, sin que se respeten sus derechos básicos ni ganar lo suficiente para garantizar condiciones de subsistencia y un futuro mejor para sí mismos y sus familias”.
Entonces, no todos los trabajos remunerados implican oportunidad para dejar de ser pobre o reducir, al menos, las desigualdades.
Y en El Salvador, ¿qué es ser pobre?
De acuerdo con un estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), las personas consultadas describieron la pobreza en términos de las carencias más sentidas en sus vidas.
Por ejemplo, tener grandes dificultades para alimentarse y comer casi siempre lo mismo, no contar con vivienda digna, no tener un trabajo fijo, carecer de acceso a servicios de salud y no tener oportunidad de acceder a una educación de calidad y a los niveles requeridos para poder conseguir un trabajo bueno y estable.
La última Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM, 2017) publicada por la Dirección General de Estadísticas y Censos (Digestyc) del Ministerio de Economía (Minec) indica que a nivel nacional uno de cada tres de los hogares se encuentran en pobreza extrema o relativa; es decir, que con su ingreso no alcanzan a cubrir el costo de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) ni el de la CBA ampliada (dos veces el valor de la CBA).
Además, las estadísticas oficiales indican que el 33.4% de los hogares salvadoreños está en condición de pobreza multidimensional; esto equivale a unos 611,480 hogares en los que residen más de 2.5 millones de personas.
La pobreza medida como multidimensional; en otras palabras, implica el reconocimiento de su impacto en diversas dimensiones de la vida de las personas.
Que la pobreza restringe el potencial de desarrollo de sus capacidades y, en consecuencia, limita sus perspectivas para vivir de manera digna.
Se considera un hogar multidimensionalmente pobre a uno que tiene siete o más privaciones de los 20 indicadores en educación, salud, trabajo, calidad de vivienda y condiciones de hábitat.
La última EHPM reveló que a nivel de departamento los más favorecidos fueron San Salvador con 18.3%, Chalatenango con 28.3% y Santa Ana con 31.8% y, mientras que los más pobres fueron Ahuachapán con 49.8%, Morazán con 48.7% y La Unión con 47.9%.
REGIÓN APUESTA POR LOS PROGRAMAS DE ASISTENCIA
La pobreza se considera una “situación de carencia o insuficiencia de recursos y oportunidades para acceder a derechos básicos y al reconocimiento de la ciudadanía”; de ahí que los países latinoamericanos apuestan por el desarrollo de programas de asistencia.
No obstante, aunque durante años se viene trabajando en la región con diversos proyectos de protección social, hay elementos que llevan a cuestionar si estas iniciativas son realmente efectivas para sacar a la gente de la condición de pobreza y pobreza extrema y si generan espacios que reduzcan la desigualdad.
En la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas se reconoce la multidimensionalidad de la pobreza y, por lo tanto, su reducción está vinculada no solo a los ingresos, sino también a la protección social, la garantía de derechos a servicios básicos, la mitigación de riesgos asociados a eventos catastróficos y climáticos extremos, y la posibilidad de acceso al empleo y al trabajo decente.
La Cepal analizó qué tanto han avanzado al menos tres tipos de programas de asistencia no contributiva (dirigidos principalmente a quienes viven en situación de extrema pobreza, pobreza y vulnerabilidad) en la región: las transferencias condicionadas, los programas de inclusión laboral y productiva, y las pensiones sociales.
En síntesis, pese a que hay 30 programas de transferencias condicionadas en 20 países estos solo alcanzan al 20 % de la población total de la región; las pensiones sociales cubren al 25.1% (19.3 millones de personas); y los 72 programas de inclusión laboral y productiva, en tanto, sí tienen efectos significativos y la mayoría de estos son positivos, uno de cada tres latinoamericanos seguía siendo pobre en 2017.
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