La explotación laboral como característica estructural de México

Parte 2. La precariedad laboral, un rasgo persistente en el trabajo en México

Por: Irving Góngora

Jorge[1] nunca pensó que ser profesionista fuera tan miserable. Él soñaba con ser abogado; perseguía el sueño inocente de estudiar derecho para servir a la sociedad en búsqueda de un país más justo; por eso se esforzó en la escuela y logró excelentes calificaciones. Ahora, se retrasó su salario, de nuevo: mañana vence su renta, aún no paga sus deudas; confió en que su patrón le pagaría a tiempo y, por eso, decidió consumir lo último que le quedaba de su despensa mensual. En el camino a casa se compró un pan dulce, aunque hubiera deseado comprar dos, uno para el camino y otro para la cena. -No importa-, se dijo a sí mismo; -mañana aprovecho los bocadillos de la oficina y, al salir, voy a casa de mamá para comer y traer comida a casa-; también conserva la esperanza de que ahora sí, le paguen. -No puedo-, pensó de nuevo. Su jefe le recordó que debe doblar turno, nuevamente. -Ni modos que le diga que no puedo-, se dijo; el trabajo que tiene, si bien no es el mejor, es el único que pudo conseguir en, al menos, 6 meses. Sabe lo difícil de la situación para un abogado y cuidará su empleo por el tiempo que pueda o que aguante. -Lo bueno de estar muy cansado y llegar tarde al trabajo-, pensó, -es que puedes ahorrarte la cena y aprovechar a dormir- (práctica que aprendió en su época de universitario). Antes de conciliar el sueño diversos pensamientos le abruman su mente: desesperación, estrés, ansiedad y remordimiento: – ¿Cuánto más tiempo soportaré esto?, ¿qué haré si sigo así?, ¿qué estoy haciendo con mi vida? – Recordó que terminó una relación con su novia tan estable que incluso habían pensado vivir juntos y tener hijos; ahora carece de certeza sobre cómo solucionará su hambre de mañana, mucho menos puede pensar en planes para este año o a futuro. No puede dormir. – ¿Dónde está mi diazepam? -, pensó. Se levanta a buscarlo y ve que sólo le queda uno: – ¿Habré abusado mucho de él? Y ¿si mejor no lo tomo? -. Pensó un tiempo: -Tengo que tomarlo, mañana trabajaré, otra vez, 16 horas, no puedo darme el lujo de estar cansado-.

Algo que es claro para los académicos, pero no tanto para la población general, es que las condiciones pésimas que ofrecen los empleos son parte estructural del trabajo en México. Primero cabe recapitular lo que dijimos en la primera parte de esta disertación: el triunfo del capitalismo es ocultar que la riqueza de los súper ricos sucede por la participación de todos, especialmente de los trabajadores, y que esto ocurre en condiciones de explotación. En este segundo escrito nos detendremos en esto último: una expresión de la explotación es la precariedad laboral (concepto que definiremos más abajo). Algo debe quedar claro: todo empleado mexicano tiene derechos por el simple hecho de trabajar en el país; éstos deberían ser inalienables e irreductibles. ¡Oh, sorpresa!, tales garantías parecen privilegios, pues gran parte de la población carece de éstos. ¿Por qué? Puedo adelantar una respuesta, un tanto superficial, pero útil para empezar este texto: porque al empleador le cuesta dinero brindar derechos a sus subordinados. Aquí seré directo: ¡entiende, tú, empleado, lo que tu patrón se ahorra evitando pagar tu Infonavit, tu IMSS, tus vacaciones pagadas, tu prima vacacional, tu reparto de utilidades, una jornada justa, un salario decente se lo embolsa como capital! He sido testigo de quienes dicen: – A mí no me interesa tener nada de eso, no lo utilizo, además me descuentan mucho -. Sin importar que lo quieras o no tú patrón está obligado a dártelo (no hay de otra), claro, a menos que quieras renunciar a tus derechos; además, ahora, tal vez no los utilices, pero en algún momento enfermarás y necesitarás descanso y vivienda; cuando vivas eso implorarás que se respeten las garantías laborales que emanan de la ley.

Para entender la precariedad laboral definamos primero a qué nos referimos con la palabra “precariedad”. Éste es un fenómeno social y económico que se relaciona con la incertidumbre de ser dañado; es decir, un perjuicio latente e inesperado contra el individuo. La filósofa Judith Butler en su libro Precariedad vital dice, al referirse a la precariedad vital: Sin duda, el hecho de que puedan hacernos daño, de que otros puedan sufrir daño, de que nuestra vida dependa de un capricho ajeno, es motivo de temor y dolor (Butler, 2006, p. 14). La reacción del individuo a sentimientos de temor y dolor son repuestas esperadas ante situaciones negativas: el temor lleva al individuo a tener ansiedad por la huida o se paraliza por el terror. Pero este sentimiento no está originado en el propio individuo, sino en un capricho ajeno. El capricho es una determinación arbitraria inspirada por un antojo; pero en la definición de Butler este antojo no es propio. Si lo primero refiere al individuo, esto segundo se relaciona con lo social. El capricho ajeno puede ser un “otro”; pero para que éste pueda hacer daño basta que el individuo reconozca la legitimidad de su poder; este otro no se trata de un individuo en igualdad de condiciones, sino de alguien con jerarquía como: un gerente, un empleador, un patrón o cualquier superior. Otra de las palabras claves en esta definición es la condicional puedan, pues esto indica la incertidumbre, algo que puede o no suceder. Entonces, la precariedad implica la incertidumbre de que nuestra vida está vulnerada por lo que “otro”, con poder reconocido, quiera hacernos. No sabemos si hoy sí me pagará o no; si podré salir temprano o me tendré que quedar para terminar pendientes; si me condicionará mi pago sólo si cedo a concederle favores. Esta precariedad indica la vulnerabilidad en las relaciones sociales donde existe desigualdad de poder.

Al poner el adjetivo “laboral” a la precariedad, encontraremos algunos paralelismos con las ideas de Marx. Primero, veamos cómo se define la precariedad laboral por el organismo que vigila el trabajo en el mundo, la Organización Internacional del Trabajo. La define como un medio utilizado por los empleadores para trasladar los riesgos y las responsabilidades a los trabajadores[2] (2012, p. 32). Es claro que este concepto alude a una relación de un empleado con su patrón. Si bien, existen otros autores que extienden esta noción a otras formas de trabajo, pierde la precisión que quiero dejar claro en este escrito. En una relación salarial el trabajador vende su trabajo por un salario a un empleador. La única obligación del primero es hacerse cargo de su trabajo, mientras que el último, toma el riesgo por toda la producción; a fin de cuentas, es éste quién más riqueza genera. Las diversas luchas obreras resultaron en que los patrones se hicieran responsables de brindar un sueldo justo por el trabajo, una jornada adecuada y otorgar acceso a la seguridad social. La precariedad laboral es vulnerar los derechos de los trabajadores mediante el arrebato de los derechos laborales. Esto se traduce en bajos salarios, jornadas laborales extensas, falta de claridad en la contratación, falta de seguridad y poca posibilidad para exigir que se garanticen los derechos de trabajo.

La seguridad social surgió como una forma de distribución de la riqueza del empresario al reconocer la situación insegura de su subordinado. El Estado interviene entre el capitalista y el obrero para garantizar que este último trabaje seguro mientras el primero disfruta de sus riquezas. Si bien lo anterior sólo termina por justificar la desigualdad social, al menos, en teoría, permite la distribución de la riqueza generada en la producción. A través de la seguridad social el trabajador puede acceder a satisfactores para la reproducción de su vida que no podría alcanzar de otra forma con su nivel de sueldo, tales como acceso a servicios de salud ante accidentes de trabajo o de otra índole, descanso pagado, reparto de utilidades, etc. Lo anterior, en gran parte del mundo, se ha cristalizado como derechos laborales dentro de las constituciones de los países. Trasladar el riesgo del trabajo del empleador al trabajador es una forma de evitar la distribución de la riqueza producida por los propios trabajadores.

Cuando digo que tal precariedad es parte estructural del trabajo en México, me refiero a que es necesaria su existencia. La estructura, según se define en la RAE, es la disposición o modo de estar relacionadas las distintas partes de un conjunto. La precariedad al ser parte del conjunto del trabajo se vuelve necesaria. Pero hay que ser claros con lo que sigue: no todo el conjunto del trabajo es precario, pero gran parte sí lo es. Obtener un trabajo sin precariedad se convierte en una gran proeza en nuestro país. Por paradójico que suene, tal proeza no se relaciona directamente con el mérito del individuo. Hay condiciones sociales como el lugar donde se nace: ciudad o campo, localidad pequeña o grande, mercado de servicios, mercado industrial, familia empobrecida o familia acomodada. La manera en la que se acomodan las condiciones sociales se traduce en el tipo o nivel de oportunidades de la población. En nuestro país, si naces con pocas oportunidades tal vez no las incrementes a lo largo de tu vida; pero, si naciste con muchas oportunidades lo más seguro es que las mantengas o las incrementes. La desigualdad de nuestra nación se traduce en un mínimo de población con gran cantidad oportunidades y una gran mayoría con escasas oportunidades. Esta última población es la que está en riesgo de trabajar precariamente.

El asunto no es únicamente poblacional, pues la disponibilidad de trabajos decentes es un problema económico y de la organización del empleo. México se convirtió en el patio trasero de Estados Unidos después de los años 80. Nuestra economía transitó de una que protegía la producción mexicana y limitaba las importaciones a otra completamente opuesta. A partir de los años 90, México abrió sus fronteras al mercado mundial y desmanteló la industria estatal. Ha sido en estos años que nuestro país ha dependido de la inversión de capitales extranjeros, mayormente norteamericanos. Pero, es bueno esto ¿no? ¿No supuestamente el desarrollo de un país alcanza sus límites internos por lo que se volvería necesaria la inversión externa? Bueno, si esto fuera así, ¿por qué México no se desarrollado económicamente como se prometía en los años 90? Al abrirse las fronteras se dio paso libre a la explotación de parte de las empresas transnacionales hacia los mexicanos. Pero ¿cómo hizo México para convencer a los héroes gringos de que vinieran a “salvarnos”? Concesiones y mano de obra abaratada. Se crearon condiciones para que las empresas se instalaran: reducción de competencia con la empresa nacional, exenciones al pago de servicios, construcción de infraestructura y desregulaciones laborales para flexibilizar las contrataciones de mano de obra. También, se desprotegió el trabajo de los mexicanos y se abarató su precio: nuestro país es uno con grandes desigualdades, con un gran ejército de mano de obra sin preparación, empobrecida, con muchas necesidades, que aceptaría cualquier trabajo para poder sobrevivir nuestra cruda realidad. Y todo salió bien en las cuentas y en los libros: México hizo convenios con nuestro vecino del norte, se dispararon las inversiones, aumentaron las transacciones con el extranjero, los ricos se volvieron más ricos; pero todo salió mal para el grueso mexicano: empleo precario.

Es necesario que haya empleos mal remunerados y explotados para que nuestra economía “avance” (noten las comillas). Son escasos los empleos decentes (trabajo sin precariedades) y abruman los precarios; según investigaciones sólo 3 de 10 empleos son decentes. Nos pintan que el esfuerzo individual basta para conseguir buenos empleos. Antes dijimos que la disponibilidad de empleos no depende de las características poblacionales, sino de la forma en la que está organizado el trabajo y nuestra economía. Por mejor preparada que esté nuestra población en términos educativos y laborales no se generarán nuevas plazas laborales decentes. Es necesario que muchos estén con trabajos de mierda, para que otros se enriquezcan. Pues – lógico-, dirían los privilegiados, -ni modo que un intendente o velador gane lo mismo que un profesionista-. Parece tan natural en nuestra cultura culpar a los individuos por fallas estructurales. Lo que no es natural es la abrumadora desigualdad: un país que tiene a la mitad de su población en pobreza y a uno de los hombres más ricos del mundo.

Por diversos estudios, se ha descubierto que a menores niveles de educación o experiencia laboral aumenta la propensión de tener un trabajo precario. Se espera que a más educación mejoren las posibilidades de lograr un trabajo decente. Pero la realidad de México dista de este ideal. Una parte sustantiva de la población en México apenas termina el nivel secundario. Si bien, la educación básica ha incrementado, su calidad es insuficiente y la población no tiene los medios y recursos para mantenerse estudiando. Sólo una porción menor de la población estudia y termina una licenciatura y, una porción aún menor, estudia algún posgrado y especialización. Las condiciones desiguales del país provocan que la acumulación de capital humano aún diste de lo ideal. Pero si bien, estudiar una licenciatura aumenta las posibilidades de tener un empleo sin precariedades, no lo asegura. Nuevas investigaciones en la población profesionista han descubierto que una parte significativa de los jóvenes con licenciatura encuentran trabajos precarios.

Veamos cómo ha sucedido la precariedad en México. Para 2008, Mora realizó un análisis para identificar niveles de precariedad laboral en los empleados[3]. Descubrió que sólo el 37% de la población trabajó sin alguna condición de precariedad; es decir, el 63% laboró con alguna modalidad de precariedad. Encontró que casi el 42% de la población trabajó con alta y muy alta precariedad. La precariedad en nuestro país se ha mantenido constante desde los años 90. Mora y Oliveira (2010) realizaron un ejercicio histórico para encontrar la prevalencia de los distintos niveles de precariedad desde 1991 hasta 2004[4]. Para ello clasificaron las condiciones laborales como no precario, precariedad moderada y precariedad extrema. La primera se ha mantenido constante con cifras alrededor de 32% a 37%; algo similar a lo que reportó Mora para 2008. La precariedad moderada también ha visto ligeros cambios pues se ha mantenido constante entre 15% y 18%. La precariedad extrema se ha mantenido similar, pero con cifras alarmantes entre 49% a 48%. De 1991 a 2008 la problemática de las condiciones laborales ha cambiado poco, a pesar de la alternancia política del 2000. Más bien, existe una continuidad económica que privilegia la desregulación del trabajo y el deterioro de la clase trabajadora. La precariedad es alarmante, veamos las estadísticas de nuestro país en 2019. En ese año 44.1% de los asalariados carecieron de acceso a los servicios de salud por el trabajo. Éstos ante un accidente laboral no están amparados por su empleador y, como quedó evidenciado, carecieron de servicios médicos durante la pandemia de 2020. Para el mismo año, el 36% de los asalariados carecieron de acceso a prestaciones sociales como el aguinaldo, reparto de utilidades y vacaciones pagadas; formas para distribuir la riqueza de las empresas. El 43% careció de contrato escrito indefinido, de planta o base; tener contrato, en términos ideales, da certeza de la permanencia en el trabajo hasta que la relación se rompa justificadamente o que el trabajador renuncie como manda su derecho; su falta ocasiona discrecionalidad en los despidos o en las renuncias, o bien, incertidumbre en que mañana un trabajador contará con su trabajo y, por tanto, con su sueldo. Para ese mismo año, 20% trabajó con jornada parcial por razones de mercado, es decir gente subempleada que no pudo ser contratada con jornada completa a pesar de que el trabajador quisiera, lo que evita que éste goce de los derechos laborales propios de la jornada completa. El 27% trabajó más de las 48 horas máximas legales en México, cosa que está prohibida, pues, incluso, las horas extras están condicionadas. Un 54% trabajó con una paga de hasta 2 salarios mínimos, que este es el límite para considerar un ingreso precario.

El trabajo es importante pues es una forma de integrarnos a la sociedad, pero también puede significar enajenación y exclusión social. Algo que nos diferencia como seres humanos es nuestra capacidad creativa que se expresa a través de la fabricación de un objeto o una habilidad. El trabajo concretiza nuestra habilidad creativa. Desde una perspectiva sociológica el trabajo permite que nos integremos socialmente. Nosotros, como individuos, podemos aportar nuestra capacidad creativa al servicio de los demás. Una de las consecuencias de nuestra participación en forma de trabajo es la garantía de seguridad. Como maestro, yo puedo hacer mi trabajo con la certeza de que hay personas que aportan su creatividad en forma de agricultura, ganadería, medicina, y un sinfín de actividades; como no puedo hacerme mi propia comida o curarme tengo la seguridad de contar con otros que lo puedan hacer por mí; pero también esos que producen alimentos pueden estar seguros de que hay profesores como yo para brindar educación. Ese reconocimiento de nuestra aportación social se traduce en forma de disponibilidad de puestos de trabajo, ingresos suficientes, prestaciones sociales y buenas condiciones de trabajo. Cuando todo lo anterior sucede se puede decir que el trabajo permite inclusión social.

Cuando no sucede lo anterior podríamos decir que el trabajo se enajena o provoca exclusión social. En Mérida, una de las ciudades más caras para vivir en el país, en la que los salarios están por debajo de la media nacional podemos observar cosas como la siguiente. Existen restaurantes de lujo que emplean cocineros que cocinan los mejores platillos; platillos que por los cuales tal restaurante se volvió famoso. La capacidad creativa de los cocineros (su trabajo) es reconocido por los comensales. Pero ellos, los cocineros, con sus ingresos actuales, no podrían comprar lo que ellos mismos cocinan; no proveyeron los insumos, no les pertenecen los ingredientes, sólo su trabajo; pero es su trabajo lo que hizo que ese pescado y esa pasta se cocinarán tan bien. Qué paradójico, el restaurante enajena el producto creativo de los cocineros. Además, los cocineros: no tienen acceso a seguridad social, sus ingresos son bajos, no tienen vacaciones, sus días de descanso son rotativos, trabajan horas extras superiores a las legalmente permitidas y no se las pagan; les rotan turnos, les extienden la jornada sin avisar, tienen atrasos en sus pagos, existe burnout en el espacio de trabajo, acoso, mobbing y se les cobran los platillos mal hechos. Algunas de las consecuencias de estas pésimas condiciones son: falta de tiempo para dedicarle al descanso, a la familia (si es que tiene), al estudio, a la cultura, falta de solvencia económica para participar en el consumo y permitir el acceso a diversos bienes, cansancio, estrés, ansiedad y, en última instancia, la renuncia. Este restaurante no sólo enajena el trabajo reconocido, sino que sus condiciones precarias vulneran al trabajador.

Jorge pudo comer al llegar a su trabajo. Por fortuna, una amiga le convidó de su comida. El patrón de Jorge lo encontró en el pasillo y le dijo – ven a mi oficina más tarde -. – ¿Qué querrá? -, pensó Jorge. – Tal vez por fin me pagará -. La alegría del pago lo puso con buen ánimo, tanto que se le olvidó que no llevó nada para comer, incluso se le olvidó su hambre. Toda su jornada de 16 horas se las pasó tomando agua y café. Inspirado por su buena noticia pensó: – he trabajado bien; la semana pasada me felicitó por mi informe. ¿Y si me ofrece otro puesto o me aumenta mi salario? -. Esto lo inspiró a trabajar tanto que acabó todos sus pendientes con 5 horas de anticipación. Se le olvidó preguntarle a su jefe a qué hora debía ir a verlo. Decidió esperarlo hasta que lo llame. Todos se habían ido, sólo Jorge se mantuvo en la oficina. – Olvidé mis llaves en la oficina. Estaba yendo a mi casa y recordé que las dejé-, oyó decir a su jefe. – ¡Jorge, cierto! Se me olvidó, ven a mi oficina-. Ambos entraron y empezó el jefe: – espero que estés bien. Yo lo estoy. Mi sobrino acaba de graduarse de la universidad; la verdad le iba tan mal en la escuela que es un logro que la haya terminado. Bueno, por eso te llamo. Mi hermana me pidió que lo contratara y si no lo hago se molestará. Lamento decirlo, pero tengo que despedirte. Eres el más nuevo, si despido a otra persona tendré que pagarle mucho de finiquito. Tienes que firmar tu baja -. Jorge no podía con la noticia: trabajó días enteros, no comió y tampoco le habían pagado. – De hecho-, continuó tu jefe: – no tienes que firmar, recordé que firmaste una hoja en blanco cuando te contratamos. Qué bueno, eso aligera más los trámites. Como recomendación para tu futuro, Jorge, nunca firmes hojas en blanco. Ahora, vete, si necesitas una carta de recomendación pídemela, la verdad eres un gran elemento. Ten tu paga y mil pesos de finiquito, de nada-. Jorge salió del edificio. -Sé positivo-, pensó. Se dirigió rumbo a casa de sus papás, lo más seguro es que se quede allá unos días, así puede ahorrarse algunos gastos en lo que encuentra otro trabajo.


Irving Góngora es Maestro en Ciencias Sociales por El Colegio de México.

[1] “Jorge” es un personaje típico resultado de la información recabada mediante entrevistas en una investigación sobre la precariedad laboral en jóvenes profesionistas.

[2] OIT (2012). Del trabajo precario al trabajo decente: documento final del simposio de los trabajadores sobre las políticas y reglamentación para luchar contra el empleo precario/ Oficina Internacional del Trabajo. Ginebra: OIT.

[3] Mora, M. (2012). La medición de la precariedad laboral: problemas metodológicos y alternativas de solución. Revista Trabajo, 9: 89-124.

[4] Mora, M; Oliveira, O. (2010). Las desigualdades laborales: evolución, patrones y tendencias. En Los grandes problemas de México. V, Desigualdad, pp. 101-140. Publicaciones COLMEX, Ciudad de México.

Fuente de la información e imagen:  https://cemees.org

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