Lourdes Gaitán defiende que niñas y niños son sujetos activos que hemos de escuchar. El hecho de que no hayan alcanzado la mayoría de edad no debería determinar su estatus en este sentido.
Lourdes Gaitán, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, es pionera en España en la Sociología de la Infancia, una disciplina relativamente reciente que defiende la emancipación de la infancia y que los niños sean considerados actores sociales de pleno derecho y no una especie de extensión subordinada a los adultos. “Tampoco estamos diciendo que haya que dejar a los niños en la selva para que se apañen”, matiza. “Decimos que tenemos que reconocer que nuestra relación con las personas que hemos calificado como menores –porque hemos puesto una raya en una edad– es arbitraria, que no hay nada natural en la vida de las personas y que todo es socialmente construido”.
¿En qué consiste la sociología de la infancia?
La historia de la sociología de la infancia es bastante reciente, más o menos desde el año 1987, cuando Jens Qvortrup, un sociólogo danés, coordinó un número especial en una publicación científica. Los ingleses estaban ya también planteándose reaccionar frente a esa punto de vista dominante que era la sociología funcionalista y la psicología evolutiva. Y también en Estados Unidos empezaron a plantearse ver las cosas de otra manera. Lo primero es un cambio de mirada hacia las personas niñas. No son una clase diferente, no son una especie distinta. Es la especie humana, y la especie humana cuando nace lo hace bastante incompleta, como sabemos, y necesitamos un periodo largo de introducción en la vida social. Lo que sucede es que ese período de introducción, que es necesario desde un punto de vista biológico, es a la vez social. Hay todo un proceso de socialización, de cómo se es niño y se aprende a ser niño, cuáles son las expectativas sobre ser niño y cuáles son las respuestas esperadas. Y todo eso es lo que se ofrece en la socialización, que es una etapa de dependencia, aprendizaje, inocencia e ignorancia. Son toda una serie de connotaciones que vienen a decir: “Tú no eres”. Se define al niño por lo que no es, por lo tanto no tiene, no puede, no hace. Yo mando y se establece también una jerarquía de poder donde el poder lo tenemos en los adultos.
Nosotros decimos que esto no es natural, sino que es socialmente construido. Construimos la infancia de una manera determinada, fundamentalmente de orientación eurocéntrica occidental. Todo esto, está en la base de todas las manifestaciones que vemos luego, entre ellas este dichoso veto parental fundamentado en que quien decido sobre mis hijos soy yo, luego soy el propietario de mis hijos.
Pero si esto es una construcción social y las construcciones sociales son inherentes a las sociedad, no estamos inventando nada, más allá del cambio de paradigma. Quiero decir, la situación es la misma y parece que inevitable. ¿Qué supone este cambio de mirada que proponéis?
Hay dos paradigmas fundamentales en la Sociología de la Infancia. Uno es una construcción social, es decir, una adjudicación de sentido a un concepto que se construye socialmente. No es un proceso consciente de construcción, sino que se va haciendo en nuestras mentes a base de experiencias, mandatos, etc., etc. Es una construcción social, pero es un fenómeno permanente en toda estructura social, que tiene variaciones históricas, culturales, sociales, políticas y económicas. No es lo mismo vivir la infancia hoy en España que vivir la infancia hoy en Senegal, Perú, Turquía o China. Tiene variaciones locales e históricas. No es lo mismo ser niño hoy que serlo hace 50, 100 o 150 años en cuanto al estatus que socialmente se les concede. La otra pata de la Sociología de la Infancia es que los niños y niñas –es un rollo, pero es necesario hablar así porque no todos somos niños o niñas– son ya actores sociales. No lo empezarán a ser cuando cumplan dieciocho años. Son actores sociales porque intervienen, actúan de hecho en la vida social. No sólo porque con su presencia, en el momento que un niño o una niña llega a nacer en una familia ya transforma esa familia, transforma su entorno y empieza a interactuar con él.
Hay estudios sobre cómo influyen, cómo socializan los hijos a los padres. El cambio social les afecta y ellos también tienen respuestas frente al cambio social.
Más cosas de perogrullo que decimos es que eso de que los niños repiten como monos; no es cierto. Si los seres humanos nos hubiéramos limitado a repetir como monos, estaríamos en la Edad de Piedra. Es precisamente porque cada nueva generación está haciendo nuevas aportaciones y no las hace a partir de un momento físico determinado en su trayectoria vital. Por eso decidimos que esa definición de infancia socialmente construida también es construida por los propios niños y niñas. A nosotros nos gusta mucho hablar de los movimientos de los niños trabajadores. Como ejemplo: de qué manera los niños toman las riendas y la palabra y la voz de sus propios intereses. Pero en este momento tenemos también el ejemplo fantástico del Fridays for future (el movimiento por el clima entre los adolescentes), los movimientos de gente que es menor de la edad a la que los adultos decidimos que ya sí que pueden hablar, que son los 18; o el de Chile, en el que son los estudiantes de secundaria que desde 2012 empezaron a decir «esta sociedad es injusta».
Muchas preguntas de todo esto que me has dicho. Es inherente a la sociedad, entonces. ¿No es una construcción social? Sí, sí o sí. Una estructura social no puede no ser claro.
Claro que sí. En ese sentido sería igual a la construcción social que tenemos, que nos dice cómo esperamos que se comporte un padre de familia, una mujer soltera, un hombre de negocios, una estudiante de universidad, un aprendiz. Efectivamente, todo es ese proceso de conductas esperadas con respecto a los otros en función del lugar que le tenemos atribuido en la estructura social.
Y dentro de que obviamente no es lo mismo ser un niño hoy en España que hoy en China o que hace 40 años en Alemania, por ejemplo, ¿es un buen momento para la infancia?
A mí me parece que es bueno. Si haces esa perspectiva temporal, seguro que es mejor. La aprobación de la Convención sobre los Derechos del Niño en Naciones Unidas, que ha hecho treinta años el pasado noviembre, se considera un punto clave. Fue cuando se llegó a un consenso mundial y que, además, está suscrita por todas las naciones del mundo (menos Estados Unidos), que fijó esa imagen colectiva de lo que debe ser un niño o una niña o una adolescente, cómo hay que tratarlos, qué obligaciones tenemos para con ellos y qué derechos tienen también, qué pueden reclamar a la sociedad. Es un punto de partida, porque representa un consenso que, como todo documento, es criticable –y se critica que sea eurocéntrico, que sigue siendo proteccionista y adultista–. Se dice que no habrá discriminación por sexo o raza, pero no se dice nada de la edad. Implícitamente se admite que la edad es un motivo de discriminación para la infancia. La edad marca el eres o no eres, una cosa que criticamos quienes estamos en esto. Además, también hay datos cuantitativos que señalan efectivamente cómo en el mundo las condiciones de salud, de primera muerte, etc., han ido mejorando incluso en los países que consideramos menos desarrollados. Otra cosa que se valora positivamente es eso de que ha entrado en la agenda política; no tanto como debería, pero ha entrado. Hay un debate incluso en torno a esto del veto. Que es una manera de molestar, pero ha favorecido que se hablara de los niños en un sentido de su derecho a estar informados.
Elabora esto un poco.
Como persona de corta edad tengo derecho a recibir información, que es la educación sobre las cosas que me van a hacer falta para vivir. Todo esto son factores positivos que nos hacen decir que se va a mejor. Los niños y niñas tienen poca voz, pero tienen voz. Otra cosa es que luego no nos guste la voz que tienen. Se dice que Greta Thunberg (la activista climática) es una enferma. Una razón para esto es porque no se puede admitir un niño fuera de lugar. ¿Qué pasa porque tenga conductas diferentes a las que hemos construido colectivamente sobre lo que debe ser un niño? Pero precisamente porque los seres humanos rompemos las barreras es como la humanidad ha avanzado.
Claro, eso es lo que quiero comentar. Vale que hemos avanzado pero ¿ahora es el momento para los niños? ¿No se les hace un reconocimiento a sus derechos? Para nada, pero tampoco la sensación de que siempre es todo de una manera pasiva. Para ellos no es más; ahí tenéis vuestros derechos, pero tampoco queremos que intervengais mucho.
Esa es la cuestión. Prevalece todavía ese sentimiento proteccionista, pero también que hay una estructura de poder –por ahí se junta un poco con el tema de género– desde el punto de vista patriarcal, adventista. Y nuestro refranero está lleno de cosas así: «Cuando seas padre comerás huevos», «Cuando los mayores hablan, los niños callan»… Todo eso son cosas del pasado. Está en nuestro subconsciente colectivo. Y no hemos conseguido, como sociedad adulta, dar la vuelta al modo en el que tenemos de verlos. Para eso hay que mirarles como personas, no como objetos que piden juguetes. ¿Por qué les gustan los juegos? ¿Se interesan por los juguetes o son un signo social de potencia y de capacidad de un padre de comprarles cosas absolutamente inútiles? El asunto es si les miramos como objetos o si estamos dispuestos a considerarlos sujetos.
¿Crees que el hecho de que ahora haya una generación de niños que se está criando con referentes como puede ser Greta puede cambiar la manera en que ellos mismos se ven?
Creo que sí, que esas cosas empoderan a la infancia. Pero creo que Greta ha emergido al ver porque ya había algo, una capacidad de los niños y las niñas de hacer ese crecimiento social, esa socialización, al margen de lo que era tradicional. Esto es uno de los cambios que ha traído la sociedad en red. Antes los niños recibían fundamentalmente una instrucción en cuanto a conocimiento de la vida. Era fundamentalmente a través de los adultos. La sociedad en red lo que ha traído es la posibilidad de que los propios niños y niñas se comuniquen entre sí y a sus propias culturas. Uno de mis primeros contactos con la Sociología de la Infancia, con los movimientos de los niños trabajadores en este caso, fue en 2002. Se hizo en Berlín un encuentro de niños trabajadores de todo el mundo. Una cosa que yo he contado siempre es que la forma de vestir de los niños era muy similar. El tipo de pantalones, las camisetas, el tipo de corte de pelo era muy semejante. Esas culturas infantiles, con la capacidad de ser comunicadas a través de las redes, ha sido un factor de empoderamiento para los niños.
¿Estamos preparados como sociedad para este cambio si es que se llega a hacer?
No sé si como sociedad, pero como adultos no. Nadie con poder lo cede fácilmente. Es una estructura adultocéntrica, patriarcal, donde los que mandan son los mayores y tú ya mandarás. Que hay una vida hasta los 18 años y a partir de ahí hay otra vida plena se contradice con lo de que el aprendizaje es para toda la vida. Los que defendemos que hay que escuchar la voz de las personas que no tienen esa edad marcada de una manera artificial decimos que tienen ideas, opinión y cosas que contar. Esto no significa que haya que tratarles igual que a los adultos. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros, la vida humana es dar y recibir, pero todo el tiempo. Los niños necesitan de nosotros. Los adultos necesitamos guiar, acompañar y conducir a esa difícil tarea que es crecer. La pregunta es: ¿lo hacemos de acuerdo con unas convenciones, con una construcción social que de alguna manera heredamos? En ese sentido sí que es muy parecido a otros movimientos que han transformado nuestras visiones, empezando por el feminista, que efectivamente es una reivindicación que viene del siglo pasado y que dice que las mujeres no somos una subclase. Sería una cosa un poco similar.
Ha salido Greta en la conversación. ¿Nos está molestando más a los adultos que sea una mujer o que sea una niña?
Que sea una niña. Seguro, porque se sale del marco. Es una niña que dicen que está manipulada sencillamente porque piensa. Asombraría que hablara un mono, pero que hable un niño no te tiene que asombrar. Es como cuando quieren tener voz en el proceso de separación de los padres; los niños en en estos procesos son como maletas. Cada vez que oigo decir: “Y entregó al niño”. ¿Qué dices? ¿Es una maleta? Esa persona podrá decir algo. La norma dice: “Cuando tengan uso de razón o cuando sean capaces de razonar y en todo caso, a partir de los 12 años”. ¿Quién determina que ya tienen capacidad de hablar? Otra cosa es que escuchar a los niños no sea hacer lo que digan, que es otra forma del paternalismo, sino tener en cuenta su opinión.
En general, las personas que están más cerca de los niños y las niñas –las madres y los padres, pero más las madres y los educadores– están mucho más próximos a entender a los niños y las niñas como seres humanos, no como menores. También rechazamos el término “menor”, porque minorizada. Es un adjetivo comparativo que se sustantiva para colocarlo como etiqueta a un grupo de personas y supone que esa persona no es porque si hay un menor hay un mayor, y el mayor es el que manda, el que decide.