Chiloé y formas de conocimiento en pugna

José Joaquín Brunner

Hemos aprendido que la abundancia del conocimiento -en esta sociedad intelectualizada, cientifizada y tecnológica que a sí misma se llama “del conocimiento”- no nos pone a salvo de los riesgos que entraña nuestra propia civilización, así como no nos evita vivir las contradicciones culturales del capitalismo.

I

Una de las lecciones que dejan las protestas de Chiloé es sobre el valor y el uso del conocimiento, su aplicación a los procesos productivos de la isla, la relación de las ciencias con la política, los riegos creados por la acción humana, las decisiones humanas basadas en el saber provisto por las disciplinas académicas y, ¡oh paradoja!, sobre el campo en continua expansión de la ignorancia dentro de las llamadas “sociedades del conocimiento”.

Darwin avistó el fenómeno de la marea roja hace 180 años, primero frente a la Costa de Brasil y luego en el sur chileno. En su diario escribió: “observé que el mar había adquirido un tinte pardo rojizo. Vista con lente de aumento, toda la superficie del agua parecía cubierta de briznas de heno picado y cuyas extremidades estuviesen deshilachadas. […] Mr. Berkeley me advierte que pertenecen a la misma especie que las encontradas en una gran extensión del Mar Rojo, y las cuales han dado este nombre a ese mar”. La ciencia llegaba entonces a nuestras costas y servía para reconocer un mar de antiguas resonancias bíblicas; el mare rubrum de Tácito y los latinos.

Son múltiples las formas de conocimiento que ahora giran en torno a la marea roja y sus devastadoras consecuencias para la población de la isla. Particularmente para los pescadores artesanales del archipiélago, entre los paralelos 41 y 43 de latitud sur.

Uno es el conocimiento científico-técnico, empresarial y de gestión, de mercados e inversiones, que hizo posible hace ya un tiempo la creación de una industria salmonera, cuya presencia en esas latitudes y más al sur ha sido un proceso verdadero schumpeteriano de creación y destrucción; una historia de empleos y desarraigos; un choque de extracción y medio ambientes, entre modernidad y tradiciones.

Es la historia misma del proceso de modernización industrial capitalista que, cabalgando sobre el conocimiento provisto por las ciencias y armado con siempre renovadas tecnologías, transforma la naturaleza en fuente de energías y riquezas, en un pacto faustiano de progreso sin fin. A su paso, el poder transformador de las empresas aumenta sin cesar, creando una vorágine de cambios y dejando tras de sí un estela de beneficios y daños, de ventajas y menoscabos, de progresos y estragos como intuyó J.W. Goethe en los albores de la época industrial moderna y luego explicó Marshall Berman en su famoso libro sobre la modernidad.

Es el conocimiento productivo, transformador, del Fausto que nunca cesa de crear nuevas obras y de destruir a cambio las obras del pasado y el medio ambiente que nos contiene. Al comenzar la obra reflexiona por eso así: “¿Y aún te preguntas por qué tu corazón se para, temeroso, en el pecho? ¿Por qué un dolor inexplicable inhibe tus impulsos vitales? En lugar de la naturaleza viva, en medio de la que Dios puso al hombre, lo que te rodea son osamentas de animales y esqueletos humanos humeantes y mohosos”.

II

Al lado opuesto del conocimiento científico-técnico con sus expertos y lenguajes esotéricos se despliega el conocimiento nacido de la experiencia de los pescadores. Un conocimiento tácito, escasamente codificado, comunicado de manera práctica, que sirve para vivir y sobrevivir. Este conocimiento, que podemos llamar étnico o popular, desde el primer día entró en conflicto con el conocimiento de los expertos. Por dos motivos.

Por un lado, los pescadores reclamaban a los hombres del saber y los laboratorios, de la academia y la razón científica, que explicaran por qué en esta ocasión la marea roja los había golpeado de manera tan extensa e intensa, arrancándoles sus trabajos y medios de subsistencia. ¿Acaso la ciencia no lo sabe todo? Sin embargo, los científicos apenas tenían hipótesis, hablaban en “quizás” y en “no es evidente ni seguro”. Usaban frases tentativas, anunciaban nuevos estudios, consultas con otros expertos y, al final del día, atribuían la causa de los males al calentamiento global, ese fenómeno moderno, natural e industrial a la vez, que hoy constituye un misterioso demarcador de nuestra ignorancia.

Por ahí se dice que a medida que avanza la luz del conocimiento, desde Darwin hasta nuestros días, más amplias son también las zonas que quedan a la sombra de nuestra ignorancia. Incluso un fenómeno tan antiguo como la marea roja no tiene un diagnóstico completo ni un remedio seguro. Es, más bien, otro de esos riesgos que nacen de la naturaleza y la manufactura abriendo un signo de interrogación sobre el futuro. Riesgo e incertidumbre. Forma parte por eso mismo del catálogo de amenazas y catástrofes biológicas, químicas, ingenieriles, farmacológicas o ecológicas que han pasado a ser un rasgo consustancial a nuestra civilización y cultura.

Por otro lado, ante el vacío que crea la ignorancia, los pescadores -recurriendo a su propio conocimiento tácito, de ancestrales navegaciones y saberes prácticos, también de mitos y prejuicios (al igual que las ciencias), buscan explicaciones al alcance de la mano y de la desconfianza aprendida respecto de las industrias que amenazan su hábitat. Así, uno de sus dirigentes señalaba en los días más álgidos del conflicto: “Se vertieron 5 mil toneladas de desechos salmoneros al mar y luego aparece la marea roja más fuerte de la historia de Chiloé”. ¿Acaso existe una relación, directa o indirecta, entre ambos hechos? ¿Es uno causa del otro? ¿O existe entre ambos, al menos, un cierto parentesco común? De esta manera, el conocimiento vivido, tácito, sedimentado a lo largo de las generaciones, se manifestaba y cuestionaba el conocimiento de los expertos y las empresas.

III

Tales interrogantes se alimentaban además de otro fenómeno propio del mundo del conocimiento contemporáneo. Se trata del conflicto entre expertos, donde científicos reputados discrepan entre sí respecto de causas y consecuencias, o de las explicaciones plausibles, o de las responsabilidades y la evaluación de impactos. Este tipo de desacuerdos son cada vez más habituales -piénsese en los cisnes de cuello negro del río Cruces en Valdivia, del Transantiago, los pueblos inundados del lodo en el norte, del puente Cau Cau, de los desbordes del río Mapocho, etc.- e inquietante, pues anuncian el fin de la conciencia ingenua que creyó en el poder total de las ciencias y la técnica.

En efecto, esa conciencia imaginó que la ciencia, al secularizar y desencantar al mundo, y someterlo a la razón esclarecida, proporcionaría verdades únicas, indiscutibles, sólidas como rocas, autoritativas como los dogmas, y resolvería por fin los misterios que tanto perturban al Fausto de Goethe. Sin embargo, igual como ocurre con otros personajes que anhelan tener la capacidad de conocer y transformarlo todo, Fausto concluye la inutilidad de sus saberes y la impotencia de su acción: “Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada”. Tendrá pues que firmar un pacto con Mefistófeles -representativo de las fuerzas creativo-destructivas de la empresa y del capitalismo- para alcanzar el dominio transformador del mundo. ¿Se puede salvar el alma individual en medio de esa empresa colectiva? De eso se trata el Fausto, precisamente.

Mientras tanto, hemos aprendido que la abundancia del conocimiento -en esta sociedad intelectualizada, cientifizada y tecnológica que a sí misma se llama “del conocimiento”- no nos pone a salvo de los riesgos que entraña nuestra propia civilización, así como no nos evita vivir las contradicciones culturales del capitalismo. Las ciencias coexisten con otras formas de conocimiento que ahora -como acaba de ocurrir con los pescadores de Chiloé- demandan ser escuchadas, tomadas en serio y participar en la elaboración de las soluciones a los problemas que los afectan. Los científicos no son -como imaginan algunos positivistas ingenuos o tediosos empiristas- una nueva casta sacerdotal encargada de la fe verdadera. También sus saberes son limitados, igual que los demás saberes nacidos de las diversas formas de conocimiento. Y por eso sus opiniones suelen contradecirse y, a ratos, enmudecer, al ingresar en la zona de sombras de la ignorancia.

En cuanto al capitalismo global, volvemos a confirmar que es una máquina de conocimientos transformadores de las actividades humanas, los equilibrios naturales, los paisajes, las relaciones tradicionales, los valores ancestrales, las comunidades fraternas y los relatos sagrados. Como escribió Marx, a su paso todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Podrá algún día crear él mismo, o la democracia que lucha por conducirlo, un balance tolerable entre creación y destrucción que no arruine el entorno, al propio trabajo y salve el alma del Fausto del poder corrosivo de Mefistófeles?

Chiloé nos obliga a pensar en ese tipo de posibilidades y riesgos y a abordarlos con todas las formas de conocimiento a nuestro alcance. O llegará el día que terminaremos desapareciendo cubiertos por la marea roja.

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Contaminación marina provoca estallido social en el sur de Chile

www.ecoportal.net/12-06-2016/Por: Orlando Milesi y Marianela Jarroud

La prohibición de extraer mariscos en Chiloé, por un gravísimo brote de marea roja, generó un estallido social que aisló parcialmente a miles de habitantes de ese archipiélago del sur de Chile y reavivó las críticas a un modelo exportador que mantiene pobres y marginados a los pescadores artesanales.

«Soy nacido y criado en la isla. Soy hijo y nieto de pescadores artesanales. Mi padre, que hoy tiene 70 años, me enseñó a trabajar en el mar, lo mismo que a mi hermano. Ninguno de nosotros sufrió antes con la marea roja”, afirmó Carlos Villarroel, presidente del sindicato de pescadores Mar Adentro, en el municipio de Ancud, 1.100 kilómetros al sur de Santiago.

Villarroel y otros 5.000 pescadores de la región de Los Lagos viven hoy el flagelo provocado por el fenómeno de la concentración extraordinaria de organismos unicelulares, algas microscópicas, que pese a su minúsculo tamaño contienen una toxicidad que puede provocar la muerte en seres humanos y animales.

La marea roja, cuya causa aún no está del todo clara y su solución es aún objeto de estudio, comenzó en febrero y adquirió su actual intensidad en abril, lo que llevó a las autoridades sanitarias chilenas a prohibir la extracción de mariscos en una extensión de 1.000 kilómetros a lo largo de la costa austral del océano Pacífico.

En respuesta, los pescadores iniciaron el 3 de este mes una movilización, que incluyó el bloqueo de carreteras, lo que dejó a Chiloé sin suministro de combustibles y alimentos, sin transportes, sin clases, con cientos de turistas aislados, el pago de pensiones detenido, y serias dificultades en la labor de los hospitales.

A la protesta se sumaron miles de habitantes del archipiélago, que se manifiestan contra lo que denuncian como décadas de abandono, la misma demanda que en 2012 motivó un estallido social parecido en la también sureña región de Aysén.

El lunes 9, además, comenzaron movilizaciones en Santiago y otras ciudades del país, en solidaridad con las demandas de los habitantes de Chiloé.

El archipiélago de Chiloé posee 9.181 kilómetros cuadrados de superficie y unos 167.600 habitantes, en este país de más de 6.435 kilómetros de costa y 17,6 millones de personas.

La Isla Grande es el centro político, social y económico del archipiélago, donde se ubican los dos principales municipios: Ancud y la capital, Castro, conocida a nivel mundial por sus palafitos. Chiloé es, además, protagonista de la cultura mitológica chilena.

La acuicultura y la pesca son sustento base de la actividad económica de la zona, junto con el cultivo de cereales y papas, y la artesanía en fibra, lana y madera. Algunos cálculos indican que en la práctica 80 por ciento de la población del archipiélago depende de la pesca.

“Chiloé tiene un significado que lo hace ser especialmente gravitante no en la parte económica, política, social, sino de cómo el país se imagina a sí mismo. Chiloé aparece con una mística e imagen muy poderosa para el sello país”, explicó a IPS el antropólogo social Juan Carlos Skewes.

Añadió que el conflicto dejó al descubierto el abandono de esta zona de Chile y las debilidades del modelo de desarrollo y ganancias generado por las grandes empresas exportadoras del sector pesquero.

“Lo que los chilotes vieron en estos años es que floreció la salmonicultura, pero no pasó mucho con sus vidas”,  comentó.

Añadió que con este conflicto, “las comunidades han visto con mayor claridad y nitidez el abandono, la vulnerabilidad y la operación incontrolada de grupos de poder económico”.

“Pareciera ser que una interrelación de esos factores, sumados a la pérdida de uno de sus componentes fundamentales, como es el trabajo del mar, provoca un estallido como el que estamos viendo”, señaló.

El sindicato al que pertenece Villarroel reúne a 35 pescadores y tiene cuatro áreas de manejo en el mar donde, desde el año 2001, explotan principalmente choritos (Mytilus chilensis), locos (Concholepas concholepas), almejas (Mercenaria mercenaria) y machas (Mesodesma donacium).

Todos estos productos presentan hoy altos niveles de contaminación.

En oportunidades anteriores con marea roja “las algas no habían sido contaminadas, pero hoy lo están. Nunca se había escuchado esto”, enfatizó Villarroel en diálogo telefónico con IPS.

Para este pescador y sindicalista, las empresas salmoneras “han destruido el sistema y el fondo marino”.

Las protestas, que incluyen quema de neumáticos y enfrentamientos con la policía, preocupan al gobierno de la socialista Michelle Bachelet, que ofreció un bono equivalente a 1.100 dólares para los más de 5.500 pescadores artesanales de la región, pagadero en cuatro cuotas y sujeto a la evolución de la marea roja.

La compensación, que también incluyó una canasta de alimentos avaluada en 37 dólares, fue rechazada por los dirigentes como altamente insuficiente, por su monto y por beneficiar solo a parte de los pescadores afectados.

En un nuevo petitorio de 28 puntos, los pescadores exigieron un bono de 2.650 dólares en seis cuotas, que se declare “zona de catástrofe” a una amplia zona de Chiloé y que se le condonen sus deudas bancarias.

Además, solicitaron la regionalización de los recursos naturales, la disminución del precio de los combustibles, un salario mínimo regional, garantía de salud pública y una universidad regional, entre otros.

La mayor parte de los científicos atribuye las causas de la marea roja al cambio climático, que aumentó la temperatura del mar modificando la Corriente del Niño provocando un incremento de algas y toxinas.

Pero los pescadores y varios especialistas insisten en culpar a las industrias salmoneras por botar al Pacífico casi 5.000 toneladas de peces descompuestos.

Para SalmónChile, la asociación de industriales del sector, este hecho “no tiene ninguna relación” con la actual marea roja, porque “lo que está pasando hoy se ha dado normalmente hace mucho tiempo en la zona”, aunque con menor intensidad.

El gobierno encargó una investigación sobre el origen del problema, la que podría aclarar otros fenómenos extraordinarios ocurridos en los últimos meses, como el varamiento de 330 ballenas en el golfo de Penas, en el extremo sur de Chile, en 2015 y principios de 2016, o la llegada en enero de unos 10.000 calamares muertos a las costas frente a la sureña región de Bío Bío.

En la primera semana de mayo, unas 20 toneladas de sardinas vararon en comunas costeras de la también sureña región de la Araucanía repitiéndose un fenómeno sucedido a mediados de abril.

Enrique Calcufura, experto en economía de los recursos naturales de la Universidad Diego Portales, dijo a IPS que el fenómeno de la marea roja “podría explicarse por la acción de El Niño durante este año, más intenso que en 2015, lo que aumentó las temperaturas en el Pacifico y aguas interiores”.

En ese sentido, advirtió que este mismo año se observó un aumento de la temperatura de las aguas del seno de Reloncavi, en Isla Grande, de entre dos y cuatro grados centígrados, lo que provocó proliferación de algas nocivas en esa zona.

Respecto a los efectos de la industria salmonera, Calfucura aseveró que “se sospecha que la carga en el mar de fósforo y nitrógeno, entre otros, reduce la disponibilidad de oxígeno y fomenta la floración de algas nocivas”.

Sin embargo, dijo, “falta aún estudiar de manera científica otros factores humanos que podrían incidir en la generación y extensión de marea roja”.

El experto recordó que en el mundo se ha intentado implementar medidas para controlar la marea roja “pero han sido poco efectivas y eventualmente generarían también impactos negativos sobre los ecosistemas”.

En medio de los esfuerzos de gobierno y científicos por controlar la contaminación, los chilotes se mantienen firmes por conseguir una ayuda acorde a la catástrofe y, de paso, resolver demandas históricas que, dicen, los tienen postergados.

Editado por Estrella Gutiérrez
Foto de portada: Pescadores de Chiloé mantienen cortada la carretera 5 Sur, en su paso hacia el canal de Chacao, que comunica el continente con Isla Grande. A las protestas de los afectador por la veda pesquera, debido al grave brote de marea roja, se han sumado miles de habitantes del archipiélago, que denuncian décadas de abandono de esta zona del sur de Chile.
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