Pero cuidémonos de no pauperizar aún más nuestra ya endeble situación educativa por conseguir trabajadores aptos y no personas con educación.
CentroAmérica/El Salvador/18.04.2017/Autor: Jorge Alejandro Castrillo/Fuente: http://www.elsalvador.com
La forma en que la sociedad educa a sus niños y jóvenes ha ido sufriendo cambios a través de los tiempos. La antigua tradición, vigente hasta pasada la segunda mitad del siglo pasado, presentaba una clara diferenciación entre las disciplinas, materias o asignaturas y hacía énfasis (de forma excesiva para algunos) en la memorización de datos, de reglas y de fórmulas. Era usual poner a competir a los alumnos para ver quién recitaba más poemas, sabía mejor las capitales de los países del mundo, los elementos de la tabla periódica, las preposiciones y los tiempos verbales. La religión se enseñaba también de esa manera: parecía más importante que los creyentes supieran recitar las virtudes cardinales, las obras de misericordia, los pecados capitales y veniales, etc. a que practicaran esas virtudes en su vida. En literatura, más importante que leer y disfrutar las obras literarias era que los alumnos conocieran dónde y cuándo había nacido y muerto el autor, a qué movimiento perteneció y qué obras escribió. Por eso, ese tipo de educación se califica actualmente como memorística o enciclopédica (calificativo que no comprenden las nuevas generaciones que ya no cuentan entre sus experiencias vitales el haber consultado una enciclopedia). En los pueblos, los profesores eran casi tan respetados como los curas y alcaldes: tenían que saber más que los demás, y saber de todo.
Vinieron luego los tiempos en los que la satanizada memoria fue dando paso a la comprensión: se pretendía que los estudiantes antes que memorizar, comprendieran el sentido de lo que aprendían. Reformas educativas se propagaron como epidemias por todos los países del mundo: quienes elaboraban los currículos y programas de estudio ponían más cuidado en el ¿para qué? aprenderán esto los alumnos, ¿les servirá para su vida diaria? Los hacedores de currículo y maestros se preguntaban ¿qué conducta del estudiante confirmaría a un observador externo que el estudiante había, en efecto, aprendido? La pretendida primacía de la práctica sobre el conocimiento.
En todas las áreas científicas los saberes se multiplicaban vertiginosamente y ya no bastaba una vida para saber y aprender de todo: reinó entonces la convicción que había que educar a los estudiantes para que aprendieran a aprender. La educación personalizada, el aprendizaje por descubrimiento, la educación liberadora, son movimientos de esos tiempos. Tiempo también del apogeo de la psicología conductista y su énfasis en la descripción minuciosa de la conducta. Las sociedades empezaron a diversificar sus economías y se multiplicaron las opciones de trabajo y de estudios profesionales, técnicos y de investigación. Una industrialización creciente de la actividad económica se vivía en el sector productivo que requería más “mano de obra calificada”. Fueron tiempos del florecimiento de la formación técnica desde la educación media y universitaria (“El futuro es de los técnicos” fue su lema) y de la formación profesional laboral (nacimiento de los institutos de formación profesional como nuestro Insaforp).
Me habría gustado tener la oportunidad, que no tuve, de conocer a y conversar con Walter Béneke, quien luego de fungir como nuestro embajador en Japón volvió al país a liderar la primera Reforma Educativa de la que yo tengo memoria. ¿Qué se perseguía con ella? ¿Cómo se lograrían los objetivos propuestos?
Nuestro actual presidente, a la sazón un bisoño graduado de la Normal de maestros, relata en sus memorias que sus primeras actividades como docente no fueron dar clases, sino organizar la huelga de maestros contra aquella reforma. ¿Su argumento? “La Reforma venía de fuera”. Había apoyo del Japón. Contundente argumento para un pequeño país. El apoyo de Cuba y Venezuela, ¿de dónde viene, respetado amigo?
Quienes trabajamos en y para la educación deberíamos tener claro que ni es malo aprender de memoria ni tampoco lo es formar para el trabajo. “…ni poco ni demasiado todo es cuestión de medida…” cantaba Alberto Cortez en los años setenta.
Por lo anterior, resulta paradójico que desde su paso por el Ministerio de Educación, el profesor se haya subido al barco de los “currículos por competencias”. El concepto de competencia, importado del ámbito de la formación profesional en donde sirve bien para diseñar procesos de capacitación dentro de las empresas, hace alusión a cuatro aspectos: el conocimiento (saber), la habilidad (saber hacer), el juicio (saber distinguir cuándo y cómo debo hacerlo) y la actitud (saber hacer que las cosas sucedan). Se pide desarrollar en los estudiantes la capacidad de mostrar un buen desempeño (solucionar problemas) no en teoría sino en contextos complejos y auténticos, lo que es bueno. Pero para ser auténtica, la situación tiene que se concreta, específica, lo que pone en aprietos serios al sistema educativo público que opera desde aulas maltrechas. Los laboratorios los tienen sólo privilegiadas instituciones.
Nos tocará surcar estas aguas, que no son malas ¡si se navegan bien y con criterio! Pero cuidémonos de no pauperizar aún más nuestra ya endeble situación educativa por conseguir trabajadores aptos y no personas con educación. ¿No habría sido mejor no torpedear aquella reforma, Señor Presidente? ¿Sufrirá huelgas de los docentes? Resultaría tragicómico que fueran ellos los que dieran la estocada final al gobierno del profesor: el perro mordiendo su propia cola.
Fuente: http://www.elsalvador.com/opinion/334264/competencias-cambios-exigidos-a-la-educacion-desde-fuera-de-la-educacion/
Imagen: https://entreeducadores.files.wordpress.com/2012/12/educacion.jpg