Estados Unidos: la verdad detrás de las deudas estudiantiles

Redacción: News Week Español

Solicitar préstamos para continuar los estudios es absolutamente innecesario. Aquí te explicamos por qué.

La realidad es evidente: unos 45 millones de estadounidenses tienen una impresionante deuda estudiantil que asciende a 1.6 billones de dólares. Hablamos de uno de cada cuatro adultos, casi el doble de quienes recibieron préstamos universitarios hace 15 años. La cifra de millennials es de uno de cada tres, y muchos adultos jóvenes argumentan que la deuda les impide comprar casa, casarse, procrear una familia o mudarse del sótano de sus padres.

En esos 15 años, la cantidad promedio de un préstamo para pregrado [licenciatura] se ha disparado 60 por ciento, y lo mismo ha sucedido con el impago. Más de la cuarta parte de los estudiantes no puede seguir solventando la deuda 12 meses después de recibir el préstamo mientras que, hace unos pocos años, esa proporción era de apenas 18 por ciento. Es más, se espera que el porcentaje alcance 40 por ciento en 2023. El incumplimiento de deuda se acompaña de muchos problemas: arruina la calificación crediticia; aniquila toda posibilidad de obtener otros préstamos, y rentar o comprar apartamento; y algunos lugares incluso revocan las licencias profesionales.

 

Los préstamos nuevos, sobre todo para estudiantes de licenciatura, han registrado una caída anual en los últimos siete años. Foto: Eduardo Muñoz Álvarez/Getty

 

Por ello, no sorprende que mucha gente hable de “crisis” al describir la deuda estudiantil de estos tiempos. Y tampoco que los préstamos universitarios y el sufrimiento que causan se hayan convertido en temas candentes de la campaña presidencial estadounidense de 2020. Casi todos los candidatos recurren a hipérboles y hacen propuestas para aliviar la deuda, desde mesuradas (Kamala Harris, Beto O’Rourke) hasta drásticas (Bernie Sanders, Elizabeth Warren).

Muchos expertos señalan que, si bien es innegable que algunos deudores estudiantiles enfrentan graves dificultades, es un error afirmar que todo el sistema se ha averiado. Además, esa narrativa catastrófica ensombrece aspectos clave de los empréstitos. Por ejemplo, que son contadas las deudas que exceden 100,000 dólares, y que los estudiantes con las deudas más pequeñas tienden a ser los que más padecen.

“Hablar de crisis falsea la situación”, asegura Sandy Baum, del Centro para Datos y Políticas Educativas en Urban Institute. “No todos los deudores han arruinado sus vidas. La verdad es que el acceso a empréstitos escolares aumenta las oportunidades educativas de muchas personas. Para muchos, es una inversión bien redituada. Y también es cierto que algunos enfrentan problemas graves debido a los préstamos”.

“No es una situación monolítica”, agrega Baum.

Ceremonia de graduación de Stanford, en junio pasado. Foto: Liu Guanguan/China News Service/VCG/Getty

New America, grupo de expertos de Washington, D. C., está por publicar una encuesta que demuestra cuánto se ha generalizado este error de percepción. La abrumadora mayoría de los participantes opinó que los préstamos estudiantiles eran la principal fuente de deuda de los consumidores estadounidenses (de hecho, son las hipotecas, y por mucho) y exageró drásticamente las sumas que reciben los estudiantes, así como el porcentaje de individuos que han incumplido sus empréstitos.

“Temo que los estudiantes estén recibiendo el mensaje de que los préstamos son malos y de que jamás deben pedir un centavo de ayuda para la educación superior”, señala Rachel Fishman, subdirectora de investigaciones en el programa de políticas educativas de New America. “Y dados los costos de la universidad, semejante postura es absurda para buena parte de las familias”.

Hay seis aspectos clave de la deuda estudiantil estadounidense que suelen pasar inadvertidos y que, no obstante, son críticos para informar el debate nacional sobre la reforma del sistema.

AUNQUE NO LO CREA: LOS EMPRÉSTITOS SE HAN REDUCIDO DURANTE SIETE AÑOS CONSECUTIVOS.

La cifra que se cita más comúnmente es 1.6 billones de dólares, y contempla el total de la deuda pendiente para educación superior, la cual ha crecido de manera exponencial desde 2006, cuando sumaba escasos 480,000 millones de dólares. Esto indica que los empréstitos estudiantiles exceden con mucho la deuda crediticia de Estados Unidos y los préstamos para autos, mientras que ocupan el segundo sitio respecto de las hipotecas y las segundas hipotecas sobre la vivienda, que, en conjunto, representan 9.7 billones de dólares: la mayor fuente de deuda del consumidor estadounidense.

Cierto, 1.6 billones de dólares es una cantidad preocupante. Pero esconde una tendencia opuesta igual de importante y que muchas personas desconocen: en los últimos años, los universitarios han pedido menos y no más préstamos. De hecho, los empréstitos nuevos (y lo importante aquí es el adjetivo “nuevos”) han caído anualmente a lo largo de los últimos siete años.

Las cifras cuentan una historia: según la organización College Board, el año pasado los préstamos federales para pregrado cayeron a 4,510 dólares por estudiante, respecto de los 5,830 dólares del ciclo escolar 2010-2011. Y los empréstitos anuales para familias y alumnos de todas las instituciones de educación superior también se desplomaron: de un máximo de 127.7 mil millones de dólares en 2010-2011 a 105.5 mil millones el año pasado.

¿A qué se debe esta caída? Para empezar, menos personas están ingresando en universidades y escuelas de posgrado, por lo que no solicitan préstamos. La educación superior suele aumentar en épocas de recesión —cuando la gente no encuentra empleo— y disminuye cuando la economía se recupera. Baum afirma que este patrón se observó después de la crisis financiera de 2008. Asimismo, cuando mejora el clima económico, los progenitores tienen más capacidad para costear una universidad, y esto contribuye a que los estudiantes dependientes se abstengan de solicitar préstamos. En opinión de Baum, otro factor ha sido que, en los últimos años, se ha registrado una caída en la cantidad de escuelas privadas, las cuales requieren de más empréstitos.

Insignia que porta un estudiante durante una protesta en la Universidad del Sur de Maine. Foto: Shawn Patrick Ouellette/Portland Press Herald/Getty

Por su parte, la recuperación económica ha propiciado que estados y escuelas hagan más esfuerzos para refrenar costos y préstamos. A decir de The Institute for College Access & Success (TICAS), después de la última gran recesión, los gastos estatales en educación superior reflejaron un incremento promedio de 23 por ciento durante el periodo de cuatro años concluido en 2016. Además, TICAS halló que los estudiantes de pregrado de universidades públicas y privadas que cursan carreras de cuatro años tienen mayor probabilidad de obtener becas directamente en las escuelas, cuyos préstamos suelen ofrecer alrededor de 1,000 dólares adicionales.

Lo que no explican estos datos es si la caída de los empréstitos es parte de la respuesta a la creciente negatividad de la narrativa. Fishman ha observado un cambio de actitud en sus grupos de enfoque. “Hace unos años la gente decía: ‘El préstamo es un medio para alcanzar un fin, y lo necesito para ir a la universidad’”, explica. “Ahora la actitud es: ‘Haré todo lo posible para evitar un préstamo’”.

La caída de los préstamos estudiantiles parece contradecir todo lo que pueden haberle contado últimamente, pero no es así, porque se trata de dos medidas diferentes: deuda total vs. empréstitos nuevos. Lo que ha impulsado el crecimiento de la deuda estudiantil total es la acumulación de intereses en los préstamos más añejos, sobre todo porque más deudores están inscribiéndose en programas de repago basados en el ingreso. Esos esquemas, que se han expandido varias veces durante la última década, permiten que el deudor reduzca los montos mensuales prolongando el pago de su deuda a 20 o 25 años, en vez de los 10 años convencionales. No obstante, los intereses se acumulan e incrementan la cantidad adeudada. Casi la mitad de los empréstitos pagados en la actualidad están inscritos en algún programa basado en el ingreso, respecto del 27 por ciento registrado hace apenas cuatro años.

Otro elemento que ha contribuido al aumento de la deuda total es que familias y estudiantes de posgrado están pidiendo montos muy altos. Y aun cuando son muy pocas las personas que hacen esto, el impacto en el saldo de la deuda total es enorme.

MUY POCOS DEBEN 100,000 DÓLARES O MÁS

Si hablamos de cantidades absolutas, son raras las personas que tienen deudas de seis dígitos, a quienes Fishman describe como “unicornios en la tierra de los préstamos”. Si bien solo 6 por ciento de la deuda estudiantil consiste en saldos de 100,000 dólares o más, College Board enfatiza que, en términos de dólares, esas cuentas son enormes y equivalen a un tercio de la deuda total.

El club de los 100,000 dólares está integrado, sobre todo, por estudiantes de posgrado; y la membresía aumenta rápidamente. De los deudores que terminaron sus estudios universitarios y empezaron a pagar sus préstamos en 2014, 20 por ciento tenía deudas de más de 100,000 dólares, más del doble del 8 por ciento registrado en el año 2000, señala Adam Looney, economista del Instituto Brookings. Y según informa College Board, la mitad de los prestatarios con licenciatura (digamos, médicos, abogados, dentistas) deben 100,000 dólares o más, y 20 por ciento adeuda 200,000 dólares o más. Además, esas cantidades no incluyen los préstamos de pregrado.

La orgía de empréstitos inició hace una década, con el programa PLUS para préstamos de posgrado, el cual proporcionaba el costo total de los estudios —sin otra ayuda adicional— mediante una investigación crediticia muy superficial. Por su parte, el gobierno aumentó su préstamo de 18,500 dólares anuales a 20,500 dólares al año para los alumnos de pregrado de Stanford, y facilitó el proceso de préstamo para estudiantes de programas privados y en línea.

Muchos estudiantes que ya habían ingresado en el mercado laboral (el cual recompensa los títulos con salarios más altos) aprovecharon los nuevos programas de financiación para hacer un posgrado. Y esa inversión redituó en muchos casos. En 2014, los deudores con préstamos estudiantiles de 50,000 dólares o más (el empréstito de posgrado promedio) empezaron a ganar casi el doble que quienes habían recibido préstamos más bajos, y sus tasas de impago fueron más bajas.

Pero pronto comenzaron a aparecer las grietas. Cada vez más deudores de posgrado asistían a escuelas privadas, pese a que rara vez conducen a buenos empleos (en 2014, 17 por ciento estudió en instituciones privadas contra apenas 1 por ciento en 1990). Y con miras a reducir los pagos iniciales, una población estudiantil cada vez más numerosa empezó a optar por programas de repago basados en el ingreso (y los intereses siguieron acumulándose). El resultado: por primera vez en años, quienes recibieron grandes montos debían más que cuando se graduaron, a pesar de haber pagado sus préstamos durante varios años.

“Muchos de estos prestatarios están teniendo dificultades”, dice Looney. “No me inquietan tanto los médicos, los abogados ni los administradores de empresas, quienes podrán salir adelante. Lo que me preocupa son las personas que pidieron grandes préstamos para asistir a programas que no tenían valor para el mercado laboral”.

Otra tendencia preocupante: el reciente auge del empréstito familiar. Aun cuando hay menos de un millón de progenitores entre los 45 millones de deudores estudiantiles, las cantidades que solicitan tienden a ser muy elevadas. El año pasado, el empréstito familiar típico era de 16,452 dólares (incremento de 42 por ciento a lo largo de una década) y, encima, muchos padres piden préstamos durante cada año que un hijo o una hija pasa en la universidad; y a veces, para varios hijos. Así, según datos de Urban Institute, los préstamos familiares representan hoy 23 por ciento de los 1.6 billones de dólares en deuda estudiantil, incremento de 14 por ciento respecto de hace cinco años.

Pese a que las familias pudientes y de clase media son las más propensas a solicitar préstamos, una cantidad importante de hogares de bajos ingresos obtienen préstamos PLUS, incluidas 16 por ciento de las familias con ingresos inferiores a 20,000 dólares anuales. Las tasas de impago suelen ser bajas, pero este riesgo es mucho mayor para algunos grupos; en particular, las familias con hijos en escuelas privadas, como la Universidad Strayer, la Escuela Intercontinental Estadounidense o la Universidad Walden.

Y aunque no incumplan, estos préstamos son problemáticos para los progenitores que están por jubilarse, época en que el ingreso mengua y no pueden tener deudas. Urban Institute precisa que la cuarta parte de los padres con préstamos PLUS tienen 60 años o más, y casi la mitad percibe menos de 50,000 dólares anuales.

“Temo por los padres que quieren dar una oportunidad a sus hijos y no encuentran otra manera de hacerlo”, lamenta Baum, coautora del informe.

LA MAYORÍA DE LOS UNIVERSITARIOS DEBE MENOS DE LO QUE SE DICE

Hay una estadística que tiende a citarse casi tanto como la cifra de deuda total: después de cuatro años de universidad, los graduados salen de la escuela con una deuda de 30,000 dólares (exactamente 29,650 dólares, según TICAS). Y aun cuando esa cantidad ha permanecido casi sin cambios durante cinco años, equivale a más del doble del préstamo para licenciatura otorgado en 1996.

Pero hay un detalle: ese “promedio” está muy sesgado debido a los fuertes préstamos de una minoría estudiantil (casi siempre, individuos independientes y de más edad, quienes pueden solicitar préstamos más jugosos), y no refleja las circunstancias del universitario típico. De hecho, tres cuartas partes de los estudiantes de licenciaturas de cuatro años en universidades públicas, y dos tercios de sus homólogos en escuelas privadas, terminan con deudas de menos de 30,000 dólares. Por otra parte, la mitad de los prestatarios han pedido menos de 20,000 dólares y cuatro de cada diez recibieron menos de 10,000 dólares. Por último, tres de cada diez licenciados no tienen deuda alguna.

Es evidente que una deuda universitaria de cualquier tamaño es un lastre para un joven que apenas comienza. Sin embargo, hay otros factores que influyen tanto o más en la decisión de los millennials de abstenerse de cosas como comprar casa o iniciar una familia. Por ejemplo, la vivienda se ha vuelto muy costosa: el salario anual promedio no alcanza para que los residentes de 70 por ciento de los condados estadounidenses compren una vivienda de nivel medio. También consideremos el costo de la atención infantil: una encuesta reciente de Care.com halló que 70 por ciento de las familias paga más de 10 por ciento del ingreso en este rubro, y casi la mitad paga 15 por ciento o más de su ingreso.

Ahora bien, dado que un título universitario mejora las oportunidades de empleo y los salarios más altos, los préstamos para licenciatura son una inversión redituable para muchos, y les permite costear tanto la vivienda como la atención infantil. La licenciatura típica de cuatro años redunda en salarios 70 por ciento más elevados que un simple diploma de bachiller, mientras que los títulos avanzados se traducen en sueldos hasta 120 por ciento o más altos.

LOS DEUDORES PEQUEÑOS TIENEN MÁS PROBLEMAS

¿Qué sucede con los estudiantes que no terminan la universidad, los que piden préstamos y abandonan sus estudios antes de titularse? Esas personas terminan con empréstitos relativamente pequeños, pero sin los beneficios de una licenciatura. Y resulta que, más que el préstamo, esos beneficios son un factor crítico para los resultados.

Veamos esto: casi la mitad de los deudores que incumplen no obtuvieron un título universitario y, de ellos, dos terceras partes adeudan menos de 10,000 dólares, revela un análisis reciente de Ben Miller, vicepresidente de educación postsecundaria en el Centro para el Progreso Estadounidense, y agrega que casi 35 por ciento debe menos de 5,000 dólares. Asimismo, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York afirma que quienes han incurrido en una deuda estudiantil superior a 100,000 dólares tienen 50 por ciento más probabilidades de incumplir que quienes obtuvieron un empréstito menor a 5,000 dólares.

“Desconocemos la causa precisa de las dificultades que enfrentan estos prestatarios [de pequeños montos] —escribió Miller—, pero una explicación podría ser que sus ingresos no son suficientes para permitir el pago de la deuda, lo que significa que cargamos con todos los gastos y ninguna de las recompensas de la educación universitaria”.

Evento de contratación para ciberseguridad en Long Beach, California. Foto: Brittany Murray/Medianews Group/Long Beach Press-Telegram/Getty

Hace tiempo que este problema ha pasado inadvertido, previene Judith Scott-Clayton, profesora asociada de economía y educación en Teachers College, Universidad de Columbia. “Se habla mucho de los estudiantes con deudas de más de 100,000 dólares y de la presión que [esos empréstitos] ejercen en su calidad de vida, y en su capacidad para adquirir una casa, tener hijos o hacer todo lo supone la adultez”, agrega. “No pretendo minimizar la dimensión del problema, pero si analizas la situación fríamente, verás que los prestatarios con menos deuda son los que sufren más, los que encaran las consecuencias y las implicaciones financieras más graves, y los que más ayuda necesitan”.

Reconocer esto supone repercusiones políticas muy serias, prosigue Scott-Clayton, quien ha comparecido ante el Senado en tres ocasiones como experta en investigaciones y políticas de ayuda financiera. La profesora añade: “Nuestra respuesta sería distinta si, en vez de pensar que el problema más urgente es la cantidad de estudiantes endeudados, abordamos este asunto desde la perspectiva de que más deudores puedan sobrellevar los pagos”.

Por otro lado, la tasa de impago de los estudiantes que asisten a escuelas privadas es mucho mayor que el promedio: TICA informa que 30 por ciento de los licenciados en instituciones con fines de lucro incumplieron sus préstamos 12 años después de iniciar sus estudios, contra 5 por ciento de los egresados de escuelas públicas o privadas no lucrativas. Otros grupos con un riesgo de incumplimiento superior al promedio incluyen a los estudiantes de hogares de bajos ingresos, los alumnos que son los primeros de su familia en asistir a la universidad, y los afroestadounidenses.

ESTUDIANTES Y FAMILIAS AFROESTADOUNIDENSES TIENEN MÁS DIFICULTADES

Si hay un grupo para el que la palabra “crisis” describe la experiencia de la deuda estudiantil, ese es el segmento de alumnos y familias afroestadounidenses. Los estudiantes negros tienen muchas más probabilidades de pedir préstamos (17 puntos más), obtienen préstamos más grandes (hasta el doble, en promedio), y su tasa de incumplimiento es más alta (38 por ciento incumple a los 12 años de haber iniciado los estudios, vs. 12 por ciento de los universitarios blancos).

Scott-Clayton —cuyas investigaciones recientes se han centrado en los alarmantes patrones de incumplimiento de deuda estudiantil—, comenta: “Lo más perturbador no es que existan estas disparidades, sino su magnitud”.

A diferencia de otros grupos, una licenciatura no evita que los deudores afroestadounidenses tengan dificultades. De hecho, un egresado negro tiene más probabilidades de incumplir su deuda que un blanco que abandonó los estudios.

Y el título tampoco les ayuda a saldar sus préstamos universitarios: a 12 años de iniciar sus estudios, el promedio de los graduados negros debe 114 por ciento de lo que había recibido originalmente —es decir, más que el préstamo original—, comparado con 47 por ciento en el caso de los estudiantes blancos y 79 por ciento para los latinos.

Al buscar una explicación para estas disparidades enormes —no solo entre blancos y negros, sino entre deudores negros y estudiantes de otro color—, Scott-Clayton identificó algunos factores bastante previsibles. No obstante, aun considerando aspectos como ingreso familiar, educación parental, cantidades recibidas, calificaciones, títulos, empleo y salario posuniversitario, encontró que persistía una disparidad de 11 puntos entre las tasas de impago de los deudores negros y blancos.

En una carta dirigida a las senadoras Elizabeth Warren y Kamala Harris (entre otros que pidieron información sobre la mejor manera de atacar las disparidades raciales en la deuda estudiantil), Scott-Clayton compartió sus hallazgos, resaltando la diferencia inexplicable de 11 puntos y señalando que los resultados tal vez no “captaban plenamente las diferencias en las circunstancias económicas posuniversitarias de los estudiantes, el respaldo familiar, ni la información o desigualdad de los servicios que reciben de sus instituciones y otros prestadores para hacer frente al repago”.

Agregó que otro factor es “un legado de sesgo y discriminación persistente y pernicioso, el cual podría explicar por qué los patrones observados en los negros no hispanos son distintivos de las personas de color o los estudiantes de bajos ingresos”.

Fishman concuerda: “Los estadounidenses creemos que la educación resuelve todos los problemas, y la triste verdad es que no es así”, asegura. “Las investigaciones demuestran que la educación superior tiene un impacto muy pequeño en la brecha racial de la riqueza porque intervienen otros factores, como la discriminación del mercado laboral y el racismo institucionalizado en nuestra economía”.

Aun cuando es difícil corregir siglos de racismo sistémico en unos pocos años, Scott-Clayton sugiere medidas prácticas que resultarían útiles mientras tanto. Entre ellas: simplificar y automatizar el programa de repago basado en el ingreso, a fin de que los deudores con más limitaciones financieras puedan aprovecharlo junto con el programa de condonación de deuda, actualmente en estudio y dirigido a quienes deben hasta 6,125 dólares en préstamos para licenciatura. Casi 40 por ciento de los deudores de este grupo, y hasta 70 por ciento de los prestatarios negros, incurren en incumplimientos a los 12 meses. Y Scott-Clayton agrega que esta alternativa es muy buena para esos deudores, ya que los costos serían relativamente reducidos.

LÁSTIMA, PORQUE NO ES FÁCIL CONDONAR PRÉSTAMOS

Casi todos los candidatos presidenciales demócratas han hecho alguna propuesta para reducir la deuda estudiantil, y hasta Donald Trump está a favor de modificar los esquemas de repago para que resulten menos complicados.

No obstante, nada ha despertado más interés público que las drásticas propuestas de los senadores Elizabeth Warren y Bernie Sanders, quienes pretenden borrar todos los montos de todos los deudores universitarios (Sanders) o bien, una porción muy grande de la deuda de todos, excepto los contribuyentes más acaudalados (Warren). Fishman comenta que la condonación de deuda es “una idea nueva y extremadamente atractiva”.

Pero si necesita pruebas de que eliminar la deuda estudiantil estadounidense es mucho más difícil de lo que reconocen los candidatos, basta recordar lo que ocurrió cuando Estados Unidos hizo un esfuerzo más limitado en ese sentido: el programa federal llamado Condonación de Préstamos por Servicio Público. Suscrito por el presidente George W. Bush en 2007, el programa prometía perdonar la deuda estudiantil de quienes prestaran una década de servicio en el gobierno o alguna organización no lucrativa.

El problema es que los primeros deudores fueron elegibles hace apenas 18 meses, y el programa ha rechazado a casi 99 por ciento de los 74,000 aspirantes registrados: una tasa de fracaso espectacular que desató burlas, manifestaciones de ira y una avalancha de demandas legales, incluida la de Federación Estadounidense de Maestros contra la secretaria de Educación, Betsy DeVos, acusándola de una mala gestión pasmosa.

Muchos expertos en educación superior celebran que los candidatos traten de ayudar a los deudores en dificultades, pero también plantean interrogantes sobre los costos, la eficacia y la equidad de sus propuestas.

“Para alguien como yo, que ha trabajado en este campo desde hace mucho, es emocionante y alentador saber que el problema está recibiendo atención”, dice Scott-Clayton. “Pero ahora que hemos sorteado el primer obstáculo importante, me pregunto si estarán dirigiendo toda esa atención de la manera más productiva”.

En vez de acciones amplias y costosas para aliviar a los deudores que pueden costar sus pagos cómodamente, y hacer poco o nada para evitar problemas futuros de deuda estudiantil, muchos observadores abogan por iniciativas más dirigidas. Hacen falta soluciones para los desafíos más graves, como las altas tasas de incumplimiento en las escuelas privadas y los programas de titulación; el hipercomplicado sistema para repago de préstamos; las insignificantes revisiones crediticias; y los altísimos empréstitos otorgados a los estudiantes de posgrado, sus progenitores y cuantos ofrecen cantidades muy superiores a sus medios.

Fuente: https://newsweekespanol.com/2019/08/estados-unidos-la-verdad-detras-deudas-estudiantiles/

Comparte este contenido:

Un multimillonario pagará los préstamos universitarios de cerca de 400 estudiantes en EE UU

América del norte/Estados Unidos/23 Mayo 2019/Fuente: El país

La cifra de la deuda de la promoción de 2019 de Morehouse College podría ascender a cerca de 40 millones de dólares

El episodio no es nuevo en la cotidianidad norteamericana. Un hombre hecho a sí mismo que considera casi un deber moral devolver parte de la fortuna que ha acumulado a la sociedad. En esta ocasión sucedió, y por sorpresa, el pasado domingo durante el llamado discurso de graduación que por estas fechas viven todas las universidades del país. Una figura relevante es la encargada de dar consejos a la nueva promoción que abandona la instrucción y entra en el vertiginoso mundo laboral. En el caso de los estudiantes estadounidenses, esa nueva vida suele iniciarse con una deuda que, según datos de 2018 de la Brookings Institution, se encuentra entre los 10.000 y los 40.000 dólares y se tarda en pagar no menos de 10 años.

Ni siquiera el cuerpo facultativo de la universidad Morehouse estaba al corriente de lo que iba a suceder. Cómo la vida de casi 400 jóvenes iba a cambiar por estar en el momento adecuado en el lugar adecuado. No todos son tan afortunados. El multimillonario Robert F. Smith intentaba mantener despierta a una audiencia que en algunos casos sucumbía al sopor de una tarde de calor en Atlanta, donde la promoción de 2019 se preparaba para lanzar sus virretes al aire tras finalizar su educación en Morehouse College, una universidad históricamente negra y solo para hombres.

El público anticipaba el clásico discurso cuando Smith, el financiero que fundó Vista Equity Partners, una firma de inversión de capital riesgo, se salió del guion y anunció su compromiso de asumir pagar toda la deuda que los 396 alumnos de la promoción de 2019 habían contraído para estudiar. A falta de confirmación, se especula con que el total estimado asciende a los 40 millones de dólares. La fortuna de Smith se cifra en más de 50.000, según Forbes, lo que le convierte en el individuo negro más rico de EE UU, superando a la mediática Oprah Winfrey.

Morehouse College

@Morehouse

«My family is going to create a grant to eliminate your student loans!» -Robert F. Smith told the graduating Class of 2019 @RFS_Vista

12.3K people are talking about this

Las reacciones tras el anuncio del señor Smith tardaron unos segundos en hacer mella entre los asistentes. Los alumnos -y sus familias- se miraban perplejos entre ellos esperando la confirmación de que lo que acababan de oír era correcto. Suponía toda una liberación. Según recogen los medios norteamericanos, hubo llantos de felicidad, vítores, caras de absoluta sorpresa y algún padre que este lunes anunció en su empresa su retiro, tras no tener que seguir trabajando otra década más para poder ayudar financieramente a su hijo. Era el caso de Jason Allen Grant, 22 años, con 45.000 dólares de deuda universitaria. “Mi padre casi se desmaya”, declaró Grant al diario The Washington Post.

El fenómeno de la filantropía es tan americano como el pastel de manzana, define una activa participación ciudadana, tiene influencia en la creación de políticas sociales y enfrenta crisis humanitarias. En el libro Filantropía en América, el autor Oliver Zunz expone la poderosa fuerza integral que supone la filantropía en una sociedad que se jacta de no deberle nada al Estado y cuyas raíces están en fundaciones como la Rockefeller, en ciudadanos movidos por causas integrados en la Cruz Roja o individuos como Bill Gates o George Soros.

“Vamos a echar un poco de gasolina en vuestro autobús”, declaró el filántropo Smith sin que nadie pudiese aventurar el regalo que estaba a punto de llegar. “Esta es mi clase, la de 2019”, prosiguió el inversor, quien recibía a la vez un doctorado honorario. “Y mi familia va a crear una beca para eliminar los préstamos que los estudiantes habéis adquirido para poder llegar hasta aquí”, continuó Smith.

Pero el obsequio, la ofrenda de este inversor de 56 años que en el pasado ya había donado 1,5 millones a Morehouse, tiene letra pequeña, un compromiso. “Sé que mi clase lo pagará en el futuro”, dijo Smith, refiriéndose a la necesidad de que quien ahora recibe ayuda sea capaz de cuidar de los que vienen después y contribuyan a mejorar la vida de otros estadounidenses negros.

“El éxito tiene muchos padres”, continuó. “Y aunque habéis trabajado muy duro para llegar hasta donde habéis llegado ahora, todavía os queda mucho camino por delante para ayudar a otros. Somos el producto de una comunidad, de un pueblo, de un equipo”, prosiguió, no sin antes añadir una última recomendación: “Pase lo que pase, nunca, jamás os olvidéis de llamar a vuestra madre. Y me refiero a llamar, no a textear”, concluyó entre risas.

¿QUIÉN ES MÍSTER SMITH?

No es un Rockefeller, ni su apellido es Gates o Soros. Es un Smith, un García español, un Amancio Ortega que triunfó más allá de lo imaginable en el proyecto por el que apostó. El hombre negro más rico de EE UU creció en un barrio predominantemente negro de clase media en Denver (Colorado). Sus padres tenían ambos doctorados. Su ambición le llevó a estudiar en la prestigiosa Cornell. Apasionado de la música, posee uno de los pianos de Elton John y en su boda con la actriz y antigua modelo de Playboy Hope Dworaczyk actuaron Seal y John Legend. Uno de sus hijos se llama Legend, en honor a este último músico. El otro se llama Hendrix.

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/sociedad/imagenes/2019/05/20/actualidad/1558372692_281427_1558372909_noticia_normal.jpg

Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/05/20/actualidad/1558372692_281427.html

Comparte este contenido:

Estudiar en Holanda ya no es lo que era: hasta 50.000 euros de deuda universitaria

Europa/Holanda/02 Septiembre 2017/Fuente: El confidencial

El anterior Gobierno de gran coalición modificó el sistema de becas e impulsó los préstamos. Muchos jóvenes empiezan su carrera profesional con la obligación de devolver miles de euros

Mirte es holandesa, pero cuando conversa parece española. No sólo porque habla el idioma de Cervantes a la perfección, sino porque gesticula cada diez segundos para reforzar el sentido de sus palabras. Su vida de estudiante la llevó tanto a una facultad de Ingeniería de la Universidad de Rotterdam como al conservatorio de esa misma ciudad. Tiene otros tres hermanos y la situación económica en su casa nunca ha sido estable.

“A diferencia de muchos de mis amigos, en mi familia no habíamos ahorrado nada. Mi padre me dijo que pidiera el dinero prestado, que no habría problema”, dice mientras toma un sorbo de cerveza. Nunca supo si darle prioridad a la ingeniería o a la música e incluso intentó trabajar como profesora, así que sus estudios se alargaron más de lo habitual. Recibió becas, pero también pidió préstamos al Ministerio de Educación y el monto de su deuda subió año tras año hasta llegar a los 60.000 euros. Al preguntarle cómo piensa devolverlos, se encoge de hombros y abre los brazos: “Quizás trabaje como prostituta”, dice a El Confidencial. Ante la sorpresa de su interlocutor, asegura que habla en serio. “¿Por qué no? Soy una chica mona, podría hacerlo”, responde.

El caso de Mirte es sólo uno más de los aproximadamente 15.000 jóvenes cuya deuda supera los 50.000 euros, según han publicado varios medios holandeses citando cifras del Ministerio de Educación. “Les afecta no tanto durante su época como estudiantes, sino cuando empiezan a trabajar”, asegura a El Confidencial Kai Heijneman, portavoz de la asociación juvenil FNV Jong. “Por ejemplo, tienen más difícil adquirir una hipoteca porque no pueden esconderle esa deuda al banco, ya que va a afectar al pago de las letras”, añade.

A pesar de esas cifras, tanto Mirte como la gran mayoría de los estudiantes con préstamos pueden sentirse afortunados: una parte de su deuda se cancelará si aprueban todas las asignaturas debido a que pertenecen al viejo sistema de financiación estudiantil. No corren la misma suerte los que empezaron la carrera en el curso 2014/15, cuyas condiciones son diferentes. Vamos por partes.

La subvención de la educación en Holanda se basa en un sistema dual que combina becas y préstamos. Antes, los jóvenes recibían 100 euros al mes por el simple hecho de seguir con sus estudios más allá de la enseñanza obligatoria, sin importar el nivel económico de sus progenitores o si elegían Formación Profesional o universidad. Esa cantidad aumentaba a 280 euros si se iban del nido familiar, lo que impulsaba su emancipación. “No cubría todos los gastos, pero era una ayuda muy alentadora”, comenta a El Confidencial Jarmo Berkhout, portavoz del sindicato de estudiantes LSVb. Sólo había una condición: que aprobaran todo en un máximo de diez años. Si no lo hacían, debían devolver la beca.

También recibían una tarjeta de transporte gratuita que les permitía viajar en los transportes públicos de todo el país, o de lunes a viernes o en fin de semana según la preferencia del joven. Además, los chicos de familias con menos recursos podían optar a otra beca extra de hasta 260 euros. En caso de que alguien necesitara más dinero, como ocurría en el caso de Mirte, podían pedirlo prestado al Estado en unos términos más favorables que los de un crédito bancario. “Las condiciones no son tan duras como las de una hipoteca o un coche. Nadie me va a quitar la mitad del sueldo para saldar esa deuda”, explica la joven holandesa.

Mark Rutte, el primer ministro de Holanda y líder del partido VVD. (Reuters)
Mark Rutte, el primer ministro de Holanda y líder del partido VVD. (Reuters)

Ese generoso sistema se topó hace cinco años con una crisis económica que se llevó por delante un Gobierno y puso en duda el fuerte estado del bienestar holandés. Tras las elecciones de 2012, los liberales del primer ministro Mark Rutte (VVD) llegaron a un acuerdo con los socialdemócratas holandeses (PvdA). Ambos partidos aprobaron subir la edad de jubilación -de 65 a 67 años-, flexibilizar el mercado laboral y disminuir las partidas para ayudas sociales. Era cuestión de tiempo que los recortes llegaran a los estudiantes. Dicho y hecho. La entonces ministra de Educación, Jet Bussemaker, dijo durante un debate en el Parlamento

que la beca universal se había vuelto “extremadamente cara” y que ya no era necesaria porque su objetivo inicial, estimular en los años 80 que un mayor número de jóvenes se formaran en estudios superiores, ya se había cumplido.

La financiación de las becas sufrió una enorme modificación en el curso 2015/16. La ayuda universal, esa que aumentaba si el joven se iba de casa, desapareció. De 280 euros al mes a 0, de un día para otro. Las consecuencias fueron inmediatas. El porcentaje de universitarios menores de 19 años que vivía fuera del hogar paterno se desplomó ese año de un 28% a un 13% según la asociación Kenzes, que ayuda a los estudiantes a buscar alojamiento. Las protestas de los jóvenes, que incluyeron una gran manifestación en La Haya, tuvieron algunos resultados. Forzaron a los partidos a negociar y consiguieron mantener la tarjeta de transporte gratuita y parte de la ayuda extra para los jóvenes con pocos recursos, pero les fue imposible convencerles para que recuperaran la beca universal.

Tras dos cursos escolares con el nuevo sistema, a las asociaciones de estudiantes no les salen las cuentas. Se quejan de que el precio de la matrícula universitaria no ha dejado de aumentar y ya alcanza los 2.000 euros a año, una de las más caras del viejo continente según un informe del Consejo Europeo. Casi el doble que en la vecina Bélgica y mucho más que en Francia, unos 200 euros, o en Alemania, donde es casi gratis. Para colmo, si un estudiante finaliza una carrera y decide apuntarse en otra la matrícula se cuadriplica, llegando a los 8.000 euros al año. A eso hay que añadirle la continua subida en el precio de los pisos. “Alquilar una habitación de seis metros cuadrados en una ciudad como Ámsterdam cuesta entre 600 y 700 euros al mes”, añade Berkhout.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/mundo/2017-08-03/holanda-subvenciones-educativas-declive-crisis-nuevo-gobierno_1423818/

Comparte este contenido:

La difícil vida de los estudiantes con deudas de cientos de miles de dólares para pagar la universidad en EE.UU

América del Norte/ EE.UU/18 de agosto de 2016/Fuente: bbc

Licenciada y con dos postgrados en dos de las mejores universidades de Estados Unidos, Carolyn Chimeri imaginaba que tendría una vida más cómoda que la de sus padres, que nunca fueron a la universidad.

Pero terminó su educación con una deuda de US$238.000 y hoy, a los 29 años, lucha para pagar los plazos de esa deuda con un salario de profesora.

«Mi marido y yo discutimos todo el rato por el dinero, pensando en cómo sobrevivir, pagar las cuentas y vivir como gente normal en Nueva York», le explica Chimeri a la BBC.

Y deudas de seis dígitos como la de Chimeri no son raras en Estados Unidos, un país en el que hay pocas universidades gratis y donde cerca del 70% de los estudiantes recurren a préstamos para pagarse la universidad, según el gobierno.

Universidad de Columbia, en Nueva YorkImage copyrightGETTY IMAGES
Image captionEstudiar en una universidad de prestigio puede terminar costando una fortuna.

Los datos oficiales indican que la deuda estudiantil en el país alcanzó los US$1,3 billones este año.

Es la deuda total de 43,3 millones de personas, según la Reserva Federal de Estados Unidos.

Todas de pago

Chimeri se endeudó por primera vez para estudiar Historia y Ciencia Política en Penn State, una universidad pública del estado de Pensilvania.

Y es que en Estados Unidos, incluso las universidades públicas suelen ser de pago, y algunas cuestan hasta US$40.000 al año.

El coste de las universidades privadas, por otro lado, puede llegar a los US$70.000

«Mi marido y yo discutimos todo el rato por el dinero»

Carolyn Chimeri

Tras terminar el grado, la joven tomó otro crédito para hacer una maestría en la Universidad de Columbia, en Nueva York, pensando que el título le garantizaría poder acceder a un mejor trabajo y deshacerse de la deuda más rápidamente.

Chimeri explica que sus padres se habían ofrecido para pagar el primer préstamo, pero la crisis económica global complicó la situación de la familia y la llevó a ella a tener que asumirla.

Fue contratada como profesora en una escuela pública de Nueva York pero, incluso pagando la cuota mensual del crédito, la deuda casi no disminuyó debido a los elevados intereses, del 8% anual.

Para reducir gastos, se mudó a vivir con su marido a la casa del abuelo de él y, en el mejor de los casos, espera haber pagado las deudas alrededor del 2030.

«No puedo comprar una casa ni empezar una familia. Siento que estoy detenida en mis 20 y pocos años», lamenta.

Ansiedad y depresión

La ONG Student Debt Crisis, que intenta reformar el sistema de financiación estudiantil en Estados Unidos, recopiló varios testimonios de ex alumnos con deudas alrededor de los seis dígitos.

Una abogada recién licenciada y desempleada en California, con una deuda cercana a los US$400.000, explicó sentirse «ansiosa y deprimida» ante la perspectiva de no lograr jamás pagar la deuda.

Otra ex estudiante de Montana explicó que debido a los intereses, el préstamo de US$30.000 que tomó para acabar la facultad en 1993 hoy alcanza los US$300.000, a pesar de que ella nunca dejó de hacer frente a los pagos.

 «No puedo comprar una casa ni empezar una familia. Siento que estoy detenida en mis 20 y pocos años»
Carolyn Chimeri
 Natalia Abrams, directora de Student Debt Crisis, le dijo a BBC Brasil que algunas personas con grandes deudas quedan debiendo para el resto de su vida.

Según ella, el 20% de los estadounidenses con más de 50 años tienen deudas relacionadas con su educación.

Abrams afirma que los más vulnerables no son necesariamente los que más deben, sino los que no consiguen terminar la universidad.

Muchos abandonan los estudios para trabajar y atender a alguna necesidad más urgente, como los costes de un tratamiento médico o de un hijo recién nacido.

Sin el título universitario, no pueden optar a mejores salarios y dejan de pagar la deuda, lo que les impide pedir otros préstamos.

Abrams explica que los alumnos de las mejores universidades de Estados Unidos, como Harvard, Stanford y Yale, no suelen tener deudas muy grandes, puesto que estas universidades son frecuentadas por miembros de la élite del país y además conceden becas a los estudiantes más pobres.

Los más endeudados, según ella, estudian en universidades con ánimo de lucro.

Estas instituciones son minoritarias en Estados Unidos, pero cada vez hay más, ysuelen estar peor valoradas que las públicas o sin ánimo de lucro.

Para Abrams el gobierno federal, responsable de la mayor parte del crédito estudiantil, no debería cobrar intereses sobre esos préstamos.

En la actualidad los intereses, definidos por el Congreso, varían entre el 3,76% y el 6,31% anual.

Abrams pide que se amplíen los programas de perdón de deudas, y que todos los estadounidenses puedan cursar los dos primeros años de facultad de forma gratuita en universidades públicas.

La propuesta estaba incluida en el programa del candidato presidencial retirado Bernie Sanders y fue parcialmente incorporada por Hillary Clinton.

Su programa contempla la oferta de enseñanza superior gratis para los estudiantes con una renta familiar de hasta los US$125.000 al año.

Deudas manejables

El sistema estadounidenses de financiamiento estudiantil, sin embargo, tiene defensores.

En un estudio para la Brookings Institution, un centro de investigación en Washington, la profesora de economía de la Universidad de Michigan, Susan Dynarski, dice que la deuda estudiantil ha aumentado en Estados Unidos porque también ha aumentado el número de estudiantes en las universidades del país.

Dynarski afirma que la mayor parte de las deudas son manejables y que muchos deben menos de US$10.000.

Para Dynarski, el crédito estudiantil corrige un fallo del mercado financiero, ya que los bancos privados no concederían préstamos garantizados solo con los salarios futuros del deudor.

Pero sí cree que las reglas actuales son duras con los recién licenciados, obligados a pagar cuotas altas nada más salir de la universidad y cuando sus salarios todavía son bajos.

Según la profesora, el 28% de los deudores con menos de 21 años dejan de pagar algunas cuotas.

Dynarski defiende que Estados Unidos adopte un modelo parecido al de Reino Unido, donde los pagos se definen según el salario del deudor y las deudas desaparecen a los 30 años de ser contraídas si no se han pagado.

Para Carolyn Chimeri, la profesora que debe US$156.000, los estudiantes deberían recibir una mejor orientación antes de contraer préstamos que afectarán a buena parte de sus vidas.

Chimeri explica que, si hubiera sabido el impacto que la deuda iba a tener en su día a día, probablemente habría estudiado en universidades más baratas.

«Es doloroso pensar en cómo mi generación podría estar contribuyendo a la sociedad si no fuera por esa carga enorme», afirma.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-37119829

Imagen: http://ichef.bbci.co.uk/news/660/cpsprodpb/D18F/production/_90774635_034671586-1.jpg

Comparte este contenido: