Educar para la paz: educar para la comprensión internacional y el desarme

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Por: Luis Mariano Torrego Egido- Enrique Díez

El 30 de enero es el Día Escolar de la No-violencia y la Paz (DENyP). Los centros educativos suelen realizar actividades relacionadas con la educación para la paz en torno a este día. Pero todos los centros saben que educar para la paz va más allá de un día simbólico y que es una tarea constante y diaria que atraviesa de forma insoslayable la vida y dinámica de los centros educativos, el ADN del currículum escolar en todas las materias y una visión profundamente humanista, de justicia y solidaridad, entre la especie humana y con el planeta, en la que se educa en la escuela.

Contrasta esta labor de los centros escolares, que se les encomienda de forma reiterada, con las soflamas belicistas que inundan estos días los medios de comunicación, las tertulias radiofónicas y televisivas o los mensajes “patrióticos” en las redes sociales. Recuperan aquel viejo sofisma romano, Si vis pacem, para bellum: “Si quieres la paz, prepara la guerra”, que solo sirve para justificar la industria bélica y el incremento del gasto militar (recordemos que el gasto militar mundial aumentó en 2020 un 2,6%, pese a la pandemia, hasta alcanzar casi los 2 billones de dólares, mientras 1.500 millones de personas viven con menos de 2 dólares diarios).

Estos días previos a la celebración del DENyP las radios y las televisiones hablan de Ucrania y la inquietud ante una guerra recorre a la opinión pública que contempla este escenario con elevadas dosis de temor y de desconcierto, así como de desconocimiento de las circunstancias y de los problemas de la población de aquel país. Es una muestra evidente de que la educación para la paz sigue siendo una propuesta no realizada, de la que se habla, pero se práctica poco.

La primera víctima de una guerra es la verdad

¿Qué sabemos de Ucrania, de su población, de su historia y su situación actual? Un breve repaso nos lo ofrece el profesor de secundaria, Julián Jiménez, en su artículo titulado “Intentando explicar de una forma didáctica la crisis en Ucrania… sin morir en el intento”, del que extraemos algunos aspectos claves.

El actual gobierno de Kiev, como analiza Julián Jiménez, surgió de lo que en occidente se denominó como “revolución naranja” del Maidán (que, más bien, fue un golpe de estado en 2014, apoyado por Estados Unidos). Es un gobierno ultranacionalista y cuenta con grupos de ultraderecha dentro de la Policía y el Ejército. Recordemos que en las protestas del Maidán usaron paramilitares que disparaban a los manifestantes, para lograr así las imágenes buscadas en la prensa occidental y conseguir su apoyo.

Ucrania no es un país homogéneo. Está dividido etnolingüísticamente entre un oeste pro-Unión Europea y pro-OTAN, y un este mayoritariamente ruso. La población rusa, que era el 25% de la población en 2014, ha sido reducida mediante limpieza étnica impulsada por el actual gobierno de Kiev, que desembocó en la brutal masacre en Odessa, donde se quemó a miembros del Partido Comunista vivos. Ocho años después, no hay un solo detenido por esta barbarie.

Los protocolos de Minsk, acordados en 2014 y 2015, con la mediación de Rusia, Francia y Alemania, reconocieron la especificidad etnolingüística de la región de la cuenca del Donbás, en su mayoría de habla rusa, y crearon un sistema de autogobierno para la región de acuerdo con la legislación ucraniana, de los distritos de Donetsk y Lugansk. Estos protocolos nunca fueron cumplidos por el gobierno de Kiev, que es presentado en occidente como un gobierno democrático, a pesar de la ilegalización de partidos de la oposición o de las matanzas contra civiles en Donetsk y Lugansk, como explica el profesor Jiménez.

Si estas circunstancias son poco sabidas, sobre las dificultades de la vida cotidiana de la gente en Ucrania conocemos aún menos: no sabemos cómo se enfrentan a la pobreza energética ante la dureza del crudo invierno (dependen en un 72% del gas natural de Rusia), al cambio climático en el corazón del mayor desastre nuclear, a la devaluación de su moneda, a la inflación y una desaceleración económica que lleva a normalizar el hecho de simultanear dos trabajos para poder vivir, …

La educación para la comprensión internacional

Es preciso analizar qué nos hemos dejado por el camino para tener una opinión pública tan fácilmente adoctrinable. Sin duda, en ello intervienen los medios de comunicación, pero también la educación que se proporciona en nuestro sistema educativo. Por ello resulta de interés volver la mirada y detenernos en el origen de la educación para la paz.

La educación para la paz se fundamenta con el movimiento de la Escuela Nueva. A su condición de movimiento transmisor y generador de la tradición humanista renovadora se une un factor sociopolítico fundamental: el estallido y las terribles consecuencias de la I Guerra Mundial.

Se trata de una propuesta recorrida por el mejor utopismo pedagógico, aquel que sirve de motor de los sueños educativos que alimentan la transformación de la realidad. Es emocionante ver la capacidad que se atribuye a la contribución del profesorado —Pere Rosselló sostenía que «la salvación política del mundo está en manos de los educadores»— y el transcendental papel de la infancia desde la perspectiva de una educación nueva: «El niño, entonces, nos promete la redención de la humanidad», como afirmara María Montessori.

Surgen en ese momento los proyectos alternativos para avanzar en la construcción de la paz desde la educación: la referencia en las escuelas a las grandes realizaciones colectivas en favor de la paz, a las personalidades pacifistas y a las ideas fundamentales acerca de la paz y la violencia; el estudio crítico y objetivo de las noticias internacionales a través de los medios de comunicación; la correspondencia interescolar e intercambios con centros de otras naciones: el «internacionalismo infantil» o «internacionalismo escolar», en palabras de Luis Álvarez Santullano, el secretario de las Misiones Pedagógicas.

Hay un empeño decidido en conocer a otros pueblos y a relacionarse con ellos para empatizar y construir relaciones fraternales. Quienes se conocen y se tratan como hermanos no pueden apoyar la guerra ni enfrentarse en ella.

La educación en los derechos humanos y la educación para el desarme

El rechazo a otra guerra y a sus consecuencias, la Segunda Guerra Mundial, vuelve a poner en el foco a la educación para la paz, pues es entonces, en noviembre de 1945, cuando se crea la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (la UNESCO) con el objetivo de contribuir a la paz y a la seguridad en el mundo mediante la educación, la ciencia, la cultura y las comunicaciones. En su preámbulo, la Constitución de la UNESCO proclama: «Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres y las mujeres, es en la mente de los hombres y de las mujeres donde deben erigirse los baluartes de la paz».

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea de las Naciones Unidas proclama la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se impulsan desde ahí nuevos componentes de la educación para la paz como la educación para los derechos humanos y, posteriormente, la educación para el desarme y para la desobediencia.

Xesus Rodríguez Jares, gran impulsor de la educación para la paz, señalaba cómo hay que alimentar la comprensión internacional en los centros escolares, con presupuestos didácticos como el de enseñar cómo han vivido y viven los otros pueblos, reconocer la aportación de cada nación al patrimonio común de la humanidad —evitando el folklorismo pedagógico—, contrarrestar la idea del enemigo, enseñar cómo un mundo dividido puede llegar a ser más solidario, inculcar el convencimiento de que las naciones han de cooperar con las organizaciones internacionales y, sobre todo, vivir en los centros escolares los principios de la democracia, la libertad y la igualdad.

No hay guerras justas

Como decía el dibujante Forges “no hay guerras justas y guerras injustas: solo hay malditas guerras”. Es lo mismo que nos recordaba Julio Anguita, a raíz de la muerte de su hijo periodista en una de estas guerras: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen», frase que se “viralizó” a través de pintadas y graffitis en paredes de pueblos y ciudades de toda España.

Hoy necesitamos recuperar con fuerza el viejo anhelo de la educación para la paz. El hecho de que la población asista pasiva y acríticamente al escenario que se presenta muestra un fracaso educativo. Desde nuestras escuelas no hemos sabido convertir a los seres humanos en protagonistas de la historia, tal y como planteara Freire. Y eso amenaza el corazón mismo de cualquier sociedad que se pretenda democrática.

La educación para la paz debe estar en la raíz de cualquier proceso de educación cívica y democrática, que desarrolle la autonomía de niños y niñas. Ha de ser una educación vivencial, que permita al alumnado ponerse en la piel de quien sufre la injusticia y la violencia, reflexionar sobre ello y analizar sus causas y sus consecuencias. Tiene que cambiar los horizontes de felicidad de nuestro alumnado e impulsarles a la transformación de las sociedades injustas. Todo un programa de construcción de una educación integral, crítica y emancipadora que hay que poner en marcha ya. Manos a la obra.

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