Trump y el apocalipsis zombi: cinco apuntes sobre cine, necropolítica y racismo en Estados Unidos

Miguel Antonio Guevara

1.-El escenario real y el cine como metáfora

Recibimos el 2017 con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, coincidió con el estreno de Resident Evil 6: The Final Chapter (Constantin Film), escrita y dirigida por Paul W. S. Anderson y protagonizada por la ucraniana Mija Jóvovich.

Esta historia de acción tiene una trama que fácil podría adaptarse a los tiempos que corren: un mundo en el que todo está completamente destruido, incluida la Casa Blanca, que sale en los primeros fragmentos de película consumida por el cataclismo.

En medio de esta puesta en escena, tenemos a una protagonista que se desempeña como heroína y salvadora de la raza humana: Alice. Asimismo, contamos con un villano: el Dr. Isaacs; se trata de un agente corporativo, que no conforme con su presencia, ya de por sí nefasta, cuenta con un clon más malvado: un fanático cristiano y machista a ultranza que en una oportunidad llama a tres personajes clave, Alicia Marcus, cofundadora de la corporación Umbrella, Alice y la inteligencia artificial llamada Reina Roja, como “trinidad de zorras”.

En los diálogos de la trama, el Dr. Issacs, empresario o agente corporativo -devenido en cazador de zombis- nos resume el argumento de Resident Evil: existe una corporación en la que sus principales dirigentes han concluido –después de un estudio proyectivo del mundo, la vida y sus recursos– que el planeta perecerá por sobrepoblación y, para que este grupo corporativo prevalezca y sobreviva, será necesario eliminar a la población humana con un virus letal; mientras tanto, ellos, un equipo de altos ejecutivos de la corporación Umbrella, se encuentran en una base subterránea al cuidado del clon y lo que parece ser un ejército privado, su propio grupo paramilitar.

2.- Trump y su clon: un cazador de zombis

Donald Trump nos ha despertado violentamente la capacidad de asombro. Como un protagonista de reality show, el presidente empresario, actor y ahora emperador, nos muestra la agudización de la crisis en la que se encuentra el capitalismo trasnacional del siglo XXI.

Más de una de las acciones de Donald Trump, nos demuestra que es otro continuador de lo que el historiador Thomas Bender ha llamado, en su libro Historia de los Estados Unidos: una nación entre naciones, el excepcionalismo estadounidense. Este concepto nos explica las características ideológicas de la naturaleza del imperio, es decir, una nación, un pueblo que ha interpretado el discurso de sus fundadores como un llamado a estar por encima de las otras, sin considerar que es un país más de la comunidad de naciones, sin ningún tipo de atributo divino o histórico que lo separe del resto y que lo impulse a actuar sólo a partir de sus intereses políticos, económicos e ideológicos.

Las especulaciones con respecto a la realidad actual sobran, así como exceden las situaciones alimentadas por los signos de estos tiempos de constante ruido mediático, dirigiéndonos a perseguir cada acontecimiento y leer entre líneas. Los titulares nos abarrotan con imprecisiones, supuestas verdades e infaltables teorías de la conspiración: “¿Trump intenta una Perestroika gringa?”, “¿Es Trump el Gorbachov gringo?”, “Rusia se aisló después de la guerra fría, ahora se expande, ¿ésta podría ser la estrategia de Trump?”. Los titulares emulan las narrativas y píldoras efectistas de la industria cultural, como por ejemplo, sus películas, verdaderos y falsos documentales, además de videojuegos; dispositivos infinitos de producción de subjetividad nacidos en los laboratorios de la guerra, en donde se trabaja sin descanso en la producción infinita de subjetividad posmoderna.

Las caracterizaciones de Trump no cesan: ¿Es Trump un postpolítico, o producto de la postverdad?, cómo no iba a ser una buena “política” para este año nuevo si incluso el diccionario Oxford declaró postverdad en 2016 como la palabra del año, encajando su concepto a la perfección con la política tuitera del nuevo presidente: «Relativo a, o denotando circunstancias, en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal».

Además de esto, también suena: ¿será que Trump es un ser hipernormalizado u otro producto de la realidad alterada por los medios de comunicación? ¿Es un empresario convertido en presidente gracias a los favores de la Big data, es decir, de los más avanzados dispositivos de ingeniería social, marketing y psicometría de punta?

Parece que el día a día se ha vuelto en un grotesco reality orwelliano, en el que una ola de violencia ya no se avecina, como se suele decir cuando se espera lo peor, sino que está en pleno desarrollo.

Detrás de todo el efectismo y accionar espectacular y grandilocuente de Trump, éste emerge como un gran maestro de ceremonia en el que la distracción tiene un papel preponderante. Asimismo, es la imagen que viene a consolidar el cinismo como forma y fórmula política, subordinando el verdadero debate e incluso ocultando los hechos más importantes, tal y como si se sacudieran banderas multicolores a modo de distracción para no ver lo que realmente está pasando detrás del aturdimiento.

Lo cierto es que Trump ha retomado con fuerza las narrativas históricas estadunidenses de lo antiinmigrante y proteccionista, también ha revivido políticas de gobierno del Estado-nación del siglo XIX, como el caso del muro en la frontera con México (al 11 de marzo La Jornada reseñó que van cerca de 600 ofertas de contratistas procedentes de distintos lugares del mundo[1]), mecanismo fronterizo que en el imaginario de hace dos siglos, se pensaba que “garantizaría” la protección de los ciudadanos dentro de las fronteras del Estado-nación; Lo que otrora resultaba un pasaporte visado hoy lo es el muro, que también funciona “como paliativo, consuelo psíquico por la pérdida y el declive de la hegemonía”, como bien apunta Wendy Brown en su libro Estados amurallados, soberanía en declive.

Todo esto ocurre mientras los medios de comunicación intentan convencernos de que Trump es un presidente anti-establishment, puesto que en sus promesas de campaña hasta se coló cierto discurso contra el aparato militar industrial; asunto que se cayó por su propio peso con los recientes bombardeos unilaterales en Siria, Afganistán y las ya de por si conocidas controversias con Corea del Norte. No basta hacer una gran arqueología para encontrar, por ejemplo, su reciente discurso frente a la Asociación Nacional del Rifle en donde garantiza su apoyo absoluto.

Estas acciones nos dicen que Trump, más allá de ser anti-establishment, está más bien peleado con una parte de él y sus aliados económicos, por ejemplo, con ciertos sectores de las tecnologías y demás capitalismo 2.0. La lógica de Trump es la del empresariado inmobiliario que sólo ve el valor a través de la venta de edificios y bienes raíces.

A propósito de lo anterior, tenemos un ejemplo muy reciente[2]; Mark Zuckerberg, representando en este caso a la civilización, ha lanzado un manifiesto político que declara a Facebook como una suerte de Estado digital global para cambiar al mundo e, incluso, como él mismo sostiene, “combatir el terrorismo”, mientras que Trump, asumiendo el papel de la barbarie, niega el paso a ciudadanos de siete países musulmanes. Pareciera que esta disputa evidencia que el sistema tiene problemas entre las tensiones (globales, locales y nacionales) en donde participan tanto las economías de las tecnologías, como las representadas por los Landlords, que es lo mismo decir señores de la tierra o el empresariado inmobiliario al que pertenece Donald Trump.

Lo que nos muestra este escenario es que el capitalismo del siglo XXI, -ese monstruo trasnacional de mafias políticas, corporativas y guerreristas-, tal vez no está tan cohesionado como hemos pensado en los últimos tiempos.

[El escenario y la metáfora como leitmotiv: Trump es el personaje machista que se refiere a Alice, la Reina Roja y Alicia como “trinidad de zorras”, además, es el presidente actor que representa a los sectores de la supremacía blanca y el fanatismo cristiano como correlato. Trump es un clon de la construcción mediática y corporativa, de reproducción genética, metafórica y material de toda una clase que no representa en lo más mínimo a las fuerzas anti-establishment. Más que tratarse de un sujeto que viene a cambiar el modelo neoliberal, aparece para moldear las piezas del juego existente con un movimiento propio que responde a sus intereses, a su conveniente “cambio” de estilo político y círculo de influencias económico-políticas. Es un hecho que no hay un Trump antes y uno después. Es el mismo antes de que asumiera la presidencia y ahora como presidente. No hay diferencia alguna entre los realities en los cuales participó y los comportamientos y demás estilos que ha tomado su discurso tras la reciente responsabilidad adquirida como presidente de Estados Unidos].

La política imperial en desarrollo, según el estilo Trump, está cada vez más cercana a las narrativas del apocalipsis zombi hollywoodense antes mencionado, lo cual le da razón a aquel axioma de que los productos culturales son hijos de su época.

Parece que hay una necropolítica republicana en ciernes, en el sentido de que cada vez se agudiza el hecho de que Estados Unidos y sus aliados políticos alrededor del mundo, amparados en la lógica del jefe mayor –es decir, del imperio–, deciden quién vive y quién muere.

3.- Antecedentes de la necropolítica racista

Uno de los ejemplos de esta necropolítica republicana, lo podemos hallar en sucesos de la historia contemporánea, en específico, en el caso del huracán Katrina (2005) y sus devastadores efectos en la ciudad de New Orleans. En este hecho, el pueblo, en espera de la atención gubernamental que llegó días después de la tragedia, fue vilmente criminalizado por los medios. Se siguió mostrado la herida del conflicto racial y sobre todo lo que Hindu Pomeraniec, en Katrina, el imperio al desnudo, racismo y subdesarrollo en Estados Unidos, llama el tercer mundo y el subdesarrollo a lo interno de la nación, representado por la población afroamericana.

Los hechos demuestran que el racismo sigue presente en el gobierno que se decreta a sí mismo ejemplo de democracia para el mundo. Parece mentira que apenas han pasado 49 años desde que el gobierno estadounidense concedió a la población afroamericana los derechos que los blancos tienen desde finales del siglo XVIII. Ese tiempo, frente a la historia, es prácticamente nada, parece que fue ayer.

Estos temas todavía son tabú en Estados Unidos, puesto que de inmediato nos señalan el esclavismo y el genocidio perpetrado a la población afrodescendiente, desde las antiguas plantaciones en el sur del país, hasta la violencia policial del presente en Ferguson. Esto nos sirve para rescatar el discurso estadunidense de adalid de la libertad y la justicia global y cuestionarlo con el siguiente detalle: Estados Unidos sufre la contradicción o aparente dilema de tener un museo del holocausto y no uno de sus propias miserias [3].

Después de haber visto un antecedente del pasado, vayamos al presente y analicemos el entorno del cual tomamos imágenes de la cascada infinita de sucesos alrededor del mundo. Por ejemplo, tomemos el reciente caso de supuestas bandas criminales detenidas por “tráfico de armas” en la ciudad de New York, recientemente reseñada por la prensa del departamento de policía de la capital estadunidense[4].

En los medios que difundieron la noticia, hay un uso del lenguaje que nos remite a ese tercer mundo al interior de los Estados Unidos. Es decir, no veamos el título de la noticia, sino quiénes son mencionados como los criminales y a qué grupo racial pertenecen.

Todavía es más extraña la exposición mediática de dichos decomisos: los medios se refieren a ellos por medio de un relato de decomiso del tercer mundo, que tiene la intensión de exponer cómo las instituciones policiales constituyen su propia percepción de su tercer mundo y quiénes son o quiénes lo representan. Si hacemos un paralelismo con la reciente controversia México-Estados Unidos, o mejor dicho Peña-Trump, en este caso no son los “bad hombres” quienes podrían ser perseguidos, sino los latino & niggers.

Los medios insisten en su “ingenuo” relato; sostienen que estas bandas criminales utilizan sus botines para adquirir joyas y ropa de lujo, como si se tratase de eventuales actores de un video musical. Hagamos un ejercicio, ¿quiénes son los que se adornan con joyas y demás lujos en las narrativas mainstream del hip-hop y reguetón, no son acaso vitrinas del prototipo del negro y del latino? ¿No forma parte de lo que los medios nos venden como la forma o estética de la cultura afroamericana y latina inmigrante?

También hay un señalamiento en cuanto a corredores o lugares en los cuales operan, es decir, se describe un mapa y un territorio en donde están “desplegadas” dichas pandillas. Hay lo necesario para construir un escenario ideal: sujetos, móvil, ideología y territorio, como en el ejemplo de la metáfora que se ha realizado con Resident Evil, sólo que al contrario.

Se trata de más de lo mismo solo que reforzado y repotenciado, hacia lo que el filósofo del desarrollo Juan Carlos Barrón llama «la multiplicación de las violencias», es decir, es el mismo proceso de criminalización de lo que en este caso es o se parece a minorías y resistencias.

Si nos remitimos al ejemplo del huracán Katrina, insistamos en la historia que nos da muestra de las narraciones, aconteceres o formas en que se desarrollan estas agendas de violencia, nos daremos cuenta que no es algo nuevo, puesto que la agenda mediática de hoy, como la de ayer (el pueblo afroamericano muriendo frente a una tragedia), consiste en criminalizar a este sector porque no representa a el tipo ideal civilizatorio estadunidense.

¿Por qué precisamente ahora es necesario para el sistema reforzar la criminalización de los sectores vinculados simbólicamente a las resistencias? Porque si bien el crimen organizado es una expresión de las grandes aglomeraciones urbanas capitalistas (con su economía subterránea, narcotráfico, territorio dominado por pandillas, etcétera), sería un asunto cotidiano o un evento recurrentes que en una ciudad como New York hayan este tipo de noticias referentes a la circulación de armamentos. ¿Por qué hoy se realiza esta exteriorización mediática si ya todos sabemos que los estadounidenses son la población más armada del mundo?

Por lo visto, los cambios en materia de políticas de seguridad interior están teniendo sus efectos, en una primera instancia, a nivel comunicacional.

[Para volver al ejercicio metafórico-cinematográfico: El presidente Trump es un clon del empresario Trump, es decir, no cambia en nada el hecho de que uno sea empresario y haya devenido en presidente, éste es un representante histórico del partido republicano, el mismo que se lavó las manos con Bush hijo frente al desastre de Katrina. El actuar de Trump es un acto performativo, actoral e interpretativo. Como el villano de Resident Evil, Trump es un alto ejecutivo de la corporación, el resto de los secuaces podrían ser los minutemenpostmodernos, cazando alrededor de las fronteras de la corporación, protegiendo a la clase corporativa mientras disparan sin ton ni son al ejército de muertos vivientes que representan a la multitud afroamericana, latina, inmigrante, tercermundista].

4.- Una cosa es EEUU hacia fuera y otra hacia dentro

Es fundamental tener en cuenta que así como hay una imagen de Estados Unidos en losrealities, en el mainstream, en la alfombra roja y en el sueño americano, también hay un surgimiento de los movimientos populares y sociales organizados, enfrentados a otros bloques que representan la ideología excepcionalista imperial, la supremacía blanca, el conservadurismo y el gen sionista que desde tiempo atrás tiene su lugar en la sociedad y en los poderes fácticos estadunidenses de índole político y económico, en este caso bastante documentado por uno de los ideólogos del establishment, Francis Fukuyama, quien en su libro América en la encrucijada, aborda el caso de los neoconservadores, oneocon -en el lenguaje del establishment– y el ascenso de estos sectores al poder y las instituciones estadunidenses.

Esta realidad le habla a la necesidad histórica de la integración latinoamericana, nos reclama no caer en el nacionalismo radical y poco funcional que en ocasiones ha servido para unir y en otras como dispositivo balcanizador. La política exterior de los Estados Unidos históricamente ha alimentado bastante bien y de manera constante las autorreferencias para desmovilizar y desunir, precisamente para que nos veamos solo a través de nuestras realidades nacionales y no como el gran conjunto de naciones que conforman América Latina.

¿Cómo entonces construir nuevas rutas a partir de la situación actual, agendas de solidaridad para  organizar resistencias, como apuntaba reciente desde México el padre Alejandro Solalinde: frente a una aparente “aceleración de todas las contradicciones”?

Una de estas acciones organizativas podría realizarse a través del acercamiento práctico entre movimientos sociales que reconozcan la realidad interna estadounidense. Es imperativo acercarse a estas organizaciones que han estado desarrollándose en medio de las complejidades internas de Estados Unidos, y que incluso tienen mucho qué enseñarnos a los latinoamericanos, puesto que se encuentran en el interior del monstruo y conocen sus entrañas, para evocar a Martí.

5.- Para contribuir al ruido

A veces, las palabras, lecturas, conceptos y acontecimientos vienen a perdernos o a distraernos. Más allá de los lenguajes, las realidades del presente y la caracterización de esos nuevos discursos, el encuentro antagónico sigue siendo el que conocemos y padecemos históricamente: explotadores y explotados, pueblos que pretenden independizarse ante potencias que se imponen violentamente con formas de dominación y esclavitud. Estos apuntes son una excusa, un pretexto para justificar y poner a discusión una idea, una interrogante insoslayable frente a lo que estamos presenciando: la conformación, legitimación y reproducción de movimientos fascistas a gran escala. Justo porque se trata de un nuevo tiempo, tras haber dejado al siglo XX atrás con sus dos guerras mundiales, valdría la pena preguntarse si habrá quién salve al mundo del fascismo y sus guerras en el naciente siglo XXI.

Fuente: http://ciudaddelahoz.org.ve/columnistas/cuaderno-hipertextual/98-trump-y-el-apocalipsis-zombi-cinco-apuntes-sobre-cine-necropolitica-y-racismo-en-estados-unidos

Comparte este contenido:

Miguel Antonio Guevara

Venezuela, 1986. Escritor, editor e investigador. Ha publicado en poesía Pensando el poema (Ediciones Madriguera), Hay un ruido que se escurre por debajo de las puertas (SurEditores), Ese instante turbio (Fondo Editorial Unellez), y en ensayo Por la palabra (Fundación Editorial El Perro y La Rana). Actualmente realiza investigación independiente desde la transdisciplinariedad (sociología, literatura, política, cibercultura e industrias culturales y estéticas). https://cuadernohipertextual.wordpress.com/

Una respuesta a “Trump y el apocalipsis zombi: cinco apuntes sobre cine, necropolítica y racismo en Estados Unidos”

Los comentarios están cerrados.