El 2 y 3 de octubre se celebra el Festival de Educación para la Sostenibilidad (FES), un evento impulsado por el Museo de la Vida Rural (Fundación Carulla) con la idea de abatir los muros mentales que a menudo separan la cultura y la educación de los retos ambientales y sociales. Hablamos con su directora, Gemma Carbó, según la cual en las escuelas «la sensibilidad es extrema, porque estamos trabajando con niños y niñas que se juegan su futuro».
Situado en la Espluga de Francolí (Tarragona), el Museo de la Vida Rural (MVR) cumplió 30 años en 2018, y a partir de este aniversario ha querido reinventarse para convertirse en un espacio de inspiración, conocimiento y encuentro de proyectos y propuestas relacionadas con la educación cultural para la sostenibilidad, sin perder de vista su función museística, dedicada a la preservación de la memoria y la identidad rural. De esta reinvención nace el Festival de Educación para la Sostenibilidad, que esta semana (viernes y sábado) llega a la segunda edición en formato híbrido: asistencia presencial con aforo muy limitado y la posibilidad ilimitada de seguirlo por streaming.
¿En qué consiste el Festival de Educación para la Sostenibilidad y qué quiere aportar?
El festival nace de la reflexión, el año pasado, sobre cuál podía ser el mejor formato para presentar el proyecto educativo del Museo de la Vida Rural, y hablando con profesorado y gente del Departamento, llegamos a la conclusión de que nos gusta más el formato fiesta. Es decir, queremos descubrir las propuestas educativas acompañados de los maestros, pero también de artistas que trabajan en espectáculos que van en esta línea y los gestores culturales que los hacen posibles, y por tanto convertimos en un festival lo que debía ser una presentación tradicional de unos recursos educativos.
¿Y cómo fue el año pasado?
La primera edición fue un éxito, había muchas ganas de compartir y de encontrarnos, de escuchar ahora una conferencia y luego ir a ver una actividad, y más tarde asistir a un concierto o comer algo, y todo relacionado con esta idea fuerza de la educación cultural para la sostenibilidad, que es lo que mueve el Museo de la Vida Rural. Básicamente, queremos señalar que cuando hablamos de la Agenda 2030, o de construir este futuro más sostenible, si no tenemos en cuenta todo lo que nos aporta la historia, el conocimiento acumulado, la ciencia y, sobre todo, las artes, como lenguajes que trabajan también desde la imaginación y la creatividad, pues avanzaremos relativamente poco. O avanzaremos de una manera poco equilibrada. La tecnología y el conocimiento científico son absolutamente necesarios, pero necesitamos también trabajar mucho todas aquellos vertientes que nos dan las artes, que son las vertientes del pensamiento lateral, del pensamiento creativo, de la imaginación, de la expresión de las emociones, etc .
¿No es un poco osado tratar de impulsar unos objetivos tan ambiciosos desde un museo situado en la Espluga de Francolí?
Pues este es el reto, precisamente. La Fundación Carulla desde sus inicios ha tenido la visión de que la cultura y la educación son las dos grandes palancas para transformar el mundo, pero además tenemos muy claro que esta transformación tiene mucho que ver con la forma en que imaginamos nuestros territorios, la relación campo-ciudad, o el rol de la naturaleza y del mundo rural en el que debe ser un mundo más sostenible. Estos saberes acumulados de los ciclos vitales, los recursos naturales, de la reconexión con la tierra… todo eso es lo que nos cuenta el mundo rural. Y hay un lugar muy pequeño, que es la Espluga de Francolí, pero que hoy está conectado al mundo a través de las tecnologías, de su pata en Barcelona y, sobre todo, a través del relato que está planteando, que es el relato de la Agenda 2030.
¿Le parece que a la comunidad educativa le falta sensibilidad medioambiental?
Hubo un momento en que la educación ambiental en Cataluña fue un factor de innovación importante, de eso hace exactamente unos veinte años. Y entonces fue decayendo, entre otras cosas porque hay una serie de problemáticas sociales que se están haciendo muy evidentes. Pero el error es pensar que unas están desconectadas de las otras. La gran virtud de la Agenda 2030 es que pone sobre la mesa la interconexión de las crisis ambientales con las crisis sociales, económicas y culturales. Y esta alianza entre las dos partes de nuestra realidad, que son el contacto con la naturaleza y el contacto con las personas, son precisamente las que marcarán la idea de sostenibilidad. Y planteado así, cuando miras el mundo educativo, la sensibilidad es extrema, porque estamos trabajando con niños y niñas que se juegan su futuro y que cada vez lo tienen más claro. Y las exigencias viene mucho por su parte.
Por tanto, esta sensibilidad está.
Creo que sí, pero lo que pasa es que también te digo que aún hay un discurso muy compartimentado, en el que parece que la cuestión medioambiental no tenga nada que ver con la social, o que la Covid no tenga nada que ver con la nuestra relación con los animales, cuando la ciencia está demostrando que todo está absolutamente conectado y que la raíz siempre está en esta presión que como sociedad estamos haciendo sobre un planeta que es finito y sobre una relación entre nosotros que es a veces tan perversa como nuestra misma relación con los recursos naturales.
Uno de los efectos que ha tenido la Covid es que ha barrido muchos debates como, por ejemplo, el que planteaba el movimiento de Fridays for Future.
Creo que ha desaparecido momentáneamente, porque la magnitud de la tragedia nos ha impactado a todos, pero es evidente que las riadas en la Espluga del año pasado, que el Gloria o que la Covid tienen todas las conexiones con la emergencia climática y con la sobreexplotación de los recursos naturales y sociales. Al final, lo que la Covid ha demostrado es que hay que acelerar todo lo que sea la educación en esta línea y que necesitamos acelerar la transformación.
Pues hace unos días me comentaban que toda esta situación más bien está provocando una regresión en todo lo que se ha hecho en el ámbito de la innovación, ya que los docentes vuelven a tender a enjaularse solos en el aula con sus alumnos. Claro que quizá también es momentáneo…
Es cierto que corremos un peligro de regresión en muchos pasos adelante que habíamos hecho. Tendremos que aceptar que la conexión digital también contamina y que tenemos un problema grave si todo tiene que pasar por las pantallas, y que esta idea de los grupos estancos y de no tocar ni relacionarse con los demás es la antítesis del que necesitamos inculcar a los niños y niñas, y de lo que se necesita en la construcción de esta solidaridad y esta comprensión de lo que es la complejidad de las relaciones. Si nos cerramos en grupos burbuja estamos yendo a las distopías más perversas que el cine haya imaginado. Y sí que es verdad que ahora hay, más que nunca, que ser muy críticos y hacer una reflexión muy seria sobre dónde nos está llevando esto.
¿Cuáles son los platos fuertes de esta edición?
Cuesta de decir. Arrancamos con Gabi Martínez, que acaba de publicar un libro que se llama Un cambio de verdad, que es una reflexión muy seria sobre todas estas cuestiones que estamos hablando; después tenemos también a Daniel Turón, que presenta el último libro de Joanna Macy, que es una gran activista ecofeminista, sobre la idea de la esperanza activa, que es una de las claves a nivel educativo; tenemos también conciertos y espectáculos que nos harán reflexionar sobre esto, como el de Rawscenography, que es una propuesta de Fira Tàrrega hablando sobre los espacios reservados de privilegio y sobre estas dificultades de relaciones sociales; tenemos también a Arnau Queralt, del CADS, que nos viene a hablar de esta Agenda 2030 y de lo que se está haciendo en Cataluña en clave de educación; evidentemente tenemos también la presentación de nuestras propuestas educativas, la inauguración del huerto ecológico, los nuevos espacios de laboratorios para la sostenibilidad; tenemos el concierto de Maria Rodés; tenemos a Money for free haciendo una reflexión artística sobre cuál es nuestra relación con el dinero y el crecimiento acelerado; tenemos a Lucía Vázquez, que es una gran experta en cultura y sostenibilidad…
Y también presenta los resultados de unos debates sobre la función educativa de los equipamientos culturales. ¿Nos puede avanzar algo?
Fueron tres debates con muchísima participación, y presentamos una publicación que recoge lo que todo el mundo aportó. Se habló de cuál debe ser la relación de los museos con la educación, cuál debe ser con el turismo en clave de construcción de un turismo sostenible, y cuál debe ser su relación con el mundo social y con el atención a los cuidados y el bienestar, y en la diferencia que se puede generar a partir de estas crisis.
¿Y específicamente en el ámbito educativo?
Pues hay un clamor compartido entre las escuelas y quienes trabajamos en educación en los museos de la necesidad de olvidar las cifras y la valoración cuantitativa de las cosas, y de empezar a poner en valor las cuestiones más cualitativas, que son las importantes en educación. Es decir, que realmente haya procesos de cambio, reflexión y actitud crítica cuando los niños vienen a los museos, sea de forma presencial o virtual, esto lo iremos encontrando y nos iremos adaptando. Pero que todo tiene que pasar por una conexión muy estrecha con los claustros de profesorado, con una integración real del que el museo supone, como espacio generador de contenido, con lo que se está viendo en la escuela en clave de competencias o en clave de conocimientos. La insistencia era que esta relación debe ser mucho más cualitativa, más de fondo y a largo plazo, y no tanto de las visitas y talleres de un día. Que los seguiremos haciendo y deben seguir funcionando, pero que siempre deben ir acompañadas de esta relación de verdad y de un diálogo entre educadores y maestros.
Me parece que los maestros van de cabeza y las llegan un montón de propuestas y de información. Imagino que establecer este vínculo de calidad no debe ser fácil.
Pero siempre hay un círculo de proximidad. Al final, cada museo debería trabajar con intensidad con dos o tres escuelas, las que tenga más cercanas y debería haber esta relación de tándems o de magnets que ya existe en algunos casos. Cada escuela debería tener adoptado un museo o un equipamiento cultural y viceversa. Y que esto sea laboratorio de ideas y de propuestas cualitativas que luego puedes convertir en propuestas de uso de pequeño formato, menos intensas si quieres, que lleguen al resto de escuelas del territorio o grupos de esparcimientos, porque también hay que entender la educación mucho a lo largo de la vida y mucho contemplando las familias, los centros recreativos, el programa 360, las personas mayores, etcétera.