Dejar de temblar

Por: Alana Portero

Lo visteis el 8 de marzo y lo visteis ayer: miles de mujeres demostrando nuestro amor y nuestro compromiso inquebrantable con una de nosotras. 

Esa víbora dormida, la rebeldía, saltará 
como cuero viejo caerá la esclavitud, 
de obedecer, de callar, de aceptar. 
Como víbora relampagueando nos moveremos, mujercita. 
¡Ya verás! No se raje, chicanita. Gloria Anzaldúa.
Esa víbora dormida. Esa nausea sorda. Esa rabia domesticada. Esa miseria tuerta que nos observa con su único ojo desde el espejo. Ese vacío irrespirable.

Mi primera reacción tras conocerse la sentencia de los violadores de San Fermín fue la propia de quien lleva la condición de víctima enroscada en el alma como un parásito que sustituye a la conciencia. Sentí un alivio irreflexivo, casi infantil, el equivalente a taparse la cara con las sábanas para conjurar terrores nocturnos, el desahogo instantáneo de dejar de ver al monstruo, la huida, la rendición, la urgencia.

Después llegó la culpa, porque a nosotras, tarde o temprano, siempre acaba mordiéndonos la culpa. Adopta formas múltiples, es parte de nuestra construcción como género, la gran baza del patriarcado, educarnos en la culpa hasta que esta se transforme en instinto.

Culpa por habernos sentido aliviadas de una forma tan pulsiva, por haber encontrado una fantasía de justicia en lo que, una vez asumido, tragado y reflexionado, supone un gesto violentísimo de afirmación de poder patriarcal maquillado de legalidad y garantías.

La truculencia de la sentencia habla sola; las apreciaciones morbosas que el juez Ricardo González creyó necesario incluir en el texto son de una viscosidad insoportable, propias de quien no distingue la coacción de la complicidad porque no le hace falta y porque parece acostumbrado a no tener que distinguirlas. Son el lenguaje mismo de la misoginia. La sonrisa incipiente y la mirada vidriosa del depredador. Violencia sin matices.

Todas sabemos de ese temblor herrumbroso que nos enfría la piel cuando recordamos, porque algo que debe quedar claro a todos esos monstruos que saludan en los descansillos es que nosotras nunca olvidamos. Del mismo modo que llevamos anclada a las retinas y las vísceras la presencia de nuestros agresores, su resonancia, también vamos a recordar siempre la cara de estos cinco buenos chicos, de estos jueces colaboracionistas, de todos y cada uno de los periodistas, divulgadores, tuiteros, compañeros de trabajo, vecinos o conversadores casuales que por acción u omisión han construido esta humillación pública contra las mujeres. Y vamos a decir sus nombres, y vamos a transmitirnos este relato unas a otras para protegernos, y vamos a usar las ataduras como red de seguridad y tela de araña, únicamente nuestra.

No estáis a salvo, agresores, como no lo hemos estado nosotras nunca. Ante vuestro pacto patriarcal que dura milenios estamos respondiendo con sororidad, con aquelarres multitudinarios que gritan al viento los nombres de nuestras víctimas para convertirlas en genealogía. Y no hay nada que podáis hacer para negarlo o evitarlo. Os estamos desbordando.

Lo visteis el 8 de marzo y lo visteis ayer: miles de mujeres demostrando nuestro amor y nuestro compromiso inquebrantable con una de nosotras. Porque esto ya no se trata de vosotros. Nunca más se tratará de vosotros. Esta es la revolución de las que estamos dejando de temblar.

Encontraremos el modo de cambiar el sistema, de detonar esa legalidad machista para siempre, de ocupar nuestro legítimo lugar político, de atravesar las bóvedas de hormigón en las que nos habéis encerrado. Mientras tanto, nos ocupamos de curarnos, de atendernos, de acompañarnos, de hacernos sólidas, de lamernos las heridas y ahora también: de desafiaros.

No apelo al análisis, no apelo a la estrategia, no apelo a lo político. Apelo a la demostración de amor entre mujeres que estamos estampando en la cara del sistema. A la emoción que aún me recorre la garganta desde ayer. Al agradecimiento infinito a todas y cada una de las mujeres que reaccionaron —de cualquier manera, callada o a gritos— ante la brutalidad y la mezquindad. A la promesa que hago a las que aún no pueden dejar de temblar. Yo gritaré por ti hasta que estés lista. Yo sí te creo. Yo sí te veo. Yo sí te quiero.

*Fuente: https://www.elsaltodiario.com/violencia-machista/alana-portero-dejar-temblar-sentencia-violadores-san-fermin

Comparte este contenido: