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Lo que realmente ha hecho daño a Siria en una década de guerra


Por: Alberto Rodríguez García


Aunque diez años puedan parecer poco y la sensación sea de que pasaron en un parpadeo, la última década ha cambiado el mundo completamente. Ha cambiado Oriente Próximo y ha cambiado Siria. De la república que con Abdallah Dardari quiso abrirse a una economía de mercado con importante inversión social ya solo queda un recuerdo, y es que el fragor de la guerra y la agresión exterior han forzado al joven Estado a volver a viejos modelos menos experimentales, a reinventar constantemente su economía y, con ello, su forma de hacer la guerra.

Si bien la guerra en Siria es un drama que ha arrasado con una generación, a menudo despoblando localidades enteras –medio millón de muertos es una cifra triste y dolorosa porque son medio millón de historias silenciadas a golpe de bala, cuchillo y artillería–, lo que realmente ha hecho daño al Estado sirio no son los muertos, sino la fuga de capitales y el expolio de sus infraestructuras y sus recursos.

La auténtica guerra a la que todavía tiene que hacer frente Siria –aunque la mayoría de los frentes hayan desaparecido o se hayan calmado–, es a la de la supervivencia económica. De ser un país que exportaba producto agrícola, en el primer lustro de la guerra Siria llegó a tener un déficit de casi un millón de toneladas en la producción de grano. Las rutas de suministro interno estaban tan amenazadas, cuando no destruidas, por los frentes que resultaba más barato importar del Mar Negro que llevar grano de Hasaka a Damasco. Del mismo modo, la capacidad de guardar cereales cayó de siete millones de toneladas a poco más de tres. Esta problemática se dio también con la fruta e incluso con la escasez de carne, hasta tal punto que en Siria ya prácticamente no quedan camellos. Y así llegó la inseguridad alimentaria que en 2021 se ha agravado aun más, fruto de las sanciones que impiden el desarrollo de Siria para que las zonas pacificadas puedan volver al estándar de vida pre-2011.

La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo.

Además de los alimentos, otro objetivo de quienes querían destruir el Estado sirio han sido las infraestructuras en general y la industria en concreto. Por todos es conocido que EE.UU. y Turquía se están enriqueciendo con el petróleo sirio aun y cuando las sanciones impuestas por la Unión Europea deberían impedirlo –pero como no son el Estado sirio se les perdona– ya que se impusieron sobre el petróleo en general; sin que se tenga en cuenta quién lo vende. Menos conocida es la desmantelación de la industria siria e incluso de talleres de manufactura por parte de los grupos rebelde-yihadistas. Con ello también se ha perdido a la clase media y su capital, que han huido del país hacia naciones vecinas, países del golfo o Europa. Siria no puede pagar la totalidad de la reconstrucción del país, ni siquiera de ciudades como Kobane o Raqqa destruidas por otros, y para complicarlo aún más, la población está sufriendo cada día más porque también se agotaron los subsidios, además de que las sanciones impuestas contra la república árabe se encargan de impedir que el país pueda prosperar de nuevo.

La guerra económica contra Siria ha sido la más dura de todas las que ha sufrido: militar, propagandística, geopolítica… Pero la víctima no solo está aprendiendo a sobrevivir, sino que también ha interiorizado las claves para atacar. Y en este contexto, en apenas unos días de marzo, Rusia y Siria han hecho a los rebeldes proturcos más daño que la suma de todos los meses anteriores. No ha hecho falta un despliegue militar grandioso, ni una destrucción bíblica. Tampoco han hecho falta ríos de sangre y es que apenas ha habido violencia. Rusia y Siria han decidido destruir la economía y las rutas de suministros de los grupos yihadistas de línea más dura. Para ello, solo han hecho falta aviones.

En apenas unos días, con bombardeos muy concretos, Rusia y Siria han destruido una compañía de gas, varios almacenes, un mercado de petróleo de estraperlo y el lugar en el que se preparaban los camiones que cruzaban el paso fronterizo con Turquía. Han sido pocos ataques, pero estos ataques han liquidado una parte importante de la financiación de Hayat Tahrir al-Sham; el grupo surgido a partir de la primera matriz de al-Qaeda en Siria.

Las operaciones de este tipo, relativamente baratas, relativamente seguras y apenas letales, han logrado romper meses de estancamiento en el conflicto sirio entorno a Idlib. Ha devuelvo al gobierno sirio y aliados una posición favorable que no lo era tanto tras la última campaña de drones turcos en el norte. Así pues, Turquía mediante, a los pocos días se han abierto corredores humanitarios en Idlib y Afrín para permitir el movimiento de personas y el comercio entre territorio rebelde y territorio gubernamental; ignorando las protestas de los sectores más radicales de la oposición integrista en Idlib. Porque aunque grupos abiertamente yihadistas y otros más tímidos, como el Frente de Liberación Nacional, se hayan opuesto abiertamente a la apertura de estos corredores, su acción apenas pasa de publicaciones en redes sociales, ya que saben que no les quedan más opciones para sobrevivir.

La guerra ha cambiado. Si alguna vez tuvieron algo de cierto las historias de heroicidad y batallas épicas, ya no queda nada de aquello. La guerra moderna es salvaje, es cruel, y el daño ya no se hace masacrando a ejércitos con soldados que se cuentan por miles, sino destruyendo la economía y el abastecimiento del enemigo. El campo de batalla se ha tornado un asedio a gran escala.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/387831-siria-decada-guerra-economica

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¿Gobernar de forma diferente? Los tres países bombardeados por Biden en su primer mes de mandato

Por: Alberto Rodríguez García

 

Y entonces llegó Biden. El justiciero, el bonachón, ese señor de la guerra que apoyó destruir a Yugoslavia, invadir Irak y bombardear Libia, ahora reconvertido en una especie de ser de luz venido al mundo para repartir paz, sonrisas y cosas bonitas. O al menos eso nos quiere hacer creer la propaganda demócrata; una propaganda destinada a un público con una mentalidad tan infantil, un nivel intelectual tan paupérrimo, que Barrio Sésamo les parecería una reunión de ingenieros planificando viajar a Marte.

La propaganda es tan patética que, aun tras bombardear en Siria a las fuerzas que combaten al Estado Islámico (en pleno auge del Estado Islámico en la zona, por cierto), presenta al presidente más senil del momento como una especie de héroe que retrasó el bombardeo porque en el primer intento le dijeron que había una mujer y dos niños, obviando, eso sí, que si un día normal hay una mujer y dos niños (asumiendo que este guión digno de un film bélico de Clint Eastwood es cierto, lo cual dudo), es que no es una posición militar ajena a los civiles. Un bombardeo justificado en base a pruebas menos sólidas que las de las armas de destrucción masiva en Irak. Pero es que claro, los de Biden son bombardeos con perspectiva de género; y es que debe de sonar muy progresista eso de que hay carta blanca para matar indiscriminadamente a los hombres. Aunque esos hombres también sean hermanos, maridos e hijos. Aunque la muerte de esos hombres también destruya familias. Tal vez, si Rahi Salam Zayed se hubiese identificado como mujer, fluidgender o cualquiera de las tonterías que promueven los lobbistas belicosos que se esconden tras Biden, este no habría muerto, no habría sido asesinado en un atentado más que se suma a la lista.

El hombre que supuestamente iba a acabar con las políticas agresivas de Donald Trump, ha bombardeado un país soberano ignorando lo que tuviese que decir el Consejo de Seguridad de la ONU e incluso el Congreso de su propio país.

Y aunque no haya pasado ni un mes, en el caso de Biden hay que hablar de bombardeos en plural; porque aunque el de Siria haya sido el más sonoro, Biden se ha estrenado en su primer mes con bombardeos en tres países: Irak, Somalia y Siria. Es curioso que en Irak y Somalia sí han atacado a terroristas de al-Qaeda y el Estado Islámico para proteger sus intereses, mientras que en Siria, debilitan las posiciones defensivas del gobierno sirio y aliados contra los yihadistas. Porque esos son los intereses del gobierno más progresista del mundo. Y sí, es cierto que la política de Biden –aunque cada día cuesta más saber si es de Joe o Kamala– no es nada fuera de lo normal entre los inquilinos de la Casa Blanca, pero el hombre que supuestamente iba a acabar con las políticas agresivas de Donald Trump, ha bombardeado un país soberano ignorando lo que tuviese que decir el Consejo de Seguridad de la ONU e incluso el Congreso de su propio país. Ha bombardeado Siria incluso en menos tiempo que Donald Trump. ‘America is back’ dijo Biden, y vaya que si ha vuelto el sheriff del mundo, tanto que vuelve a destruir naciones y asesinar personas, pero con tantos complejos que no lo hacen en nombre de los intereses propios –siendo justos a la verdad y los hechos–, sino en nombre de una insoportable superioridad moral.

Ah, pero no olvidemos lo hipócrita que es la superioridad moral de la Casa Blanca. Porque mientras rompen la camisa al grito de ¡derechos humanos! al hablar de Siria o Irán, Bahrein parece no existir. A pesar de la agresividad contra Rusia por el caso Navalny, evitan tomar medidas fuertes para sancionar al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, aun cuando informes de la CIA aseguran que es el responsable intelectual del asesinato y descuartizamiento del periodista opositor Jamal Khashoggi. Claro, introducen a Hezbollah –el partido más votado del Líbano– en la lista de grupos terroristas, mientras compadrean constantemente con la secta de culto religioso MEK; terroristas que han atentado contra Irán e incluso conspiraron con Saddam Hussein para facilitar la invasión de la República Islámica. Y esto es algo que muy seguramente, no va a cambiar tampoco con Biden.

Tanto Biden como todos los últimos presidentes de EE.UU., sus gabinetes y su élite, han demostrado que prefieren invertir el dinero en matar a miles de kilómetros de casa antes que en mejorar la calidad de vida de sus propios ciudadanos.

Pero es que la agresión de Biden contra Siria, que es el precedente de más agresiones contra Oriente Próximo, más allá de ser una política lógica de acuerdo al proceder histórico de los EE.UU. y del reconocido sionismo del bonachón de Joe, ni siquiera es una política justa para con los ciudadanos estadounidenses, que pagan con su dinero y sus vidas el aventurismo de unos halcones a los que les apasiona la guerra, pero a distancia. En un único bombardeo en Siria, en una posición remota del país, EE.UU. invirtió más de 150.000 dólares. Esto, mientras Joe Biden rechazaba el sueldo mínimo de 15 dólares para los obreros estadounidenses, poco después de una catástrofe climática en Texas en las que muchos ciudadanos no han podido siquiera pagar la calefacción. Porque a razón de los hechos, tanto Joe Biden como todos los últimos presidentes de EE.UU., sus gabinetes y su élite, han demostrado que prefieren invertir el dinero en matar a miles de kilómetros de casa antes que en mejorar la calidad de vida de sus propios ciudadanos.

Porque el capital es limitado, así que hay que decidir entre cuidar a Lockheed Martin o al trabajador del cinturón de óxido. Así es como funciona la maquinaria imperialista de un país que a pesar de arrasar Oriente Próximo, desde su llegada en 2003 no ha logrado establecerse en ningún país conquistado, invadido o atacado, porque en ninguno los quieren, y a pocos los invitan. Tal vez, conociendo las políticas para con sus propios ciudadanos, la paranoia tan extrema de tener que militarizar la capital para una ceremonia de toma de posesión del presidente, ni los discursos, ni los corazones ni toda la propaganda demócrata pueden hacer amigable al país más agresivo del momento.

Fuente e imagen: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/385475-tres-paises-bombardeados-biden-mes-gobierno

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Qué puede cambiar en Yemen con la retirada de los hutíes de la lista de organizaciones terroristas de EE.UU.

Por: Alberto Rodríguez García

Aunque Yemen ya no ocupa espacio en portadas y ni siquiera en la mayoría de los medios, la guerra no ha cesado, y de hecho, ahora se encuentra en un momento clave; no solo para el futuro de la contienda, sino del país.

Este mes de febrero parece que va a ser la síntesis de casi siete años de violencia desde que en 2014 los hutíes tomasen el control de Saná después de dos años –convulsos– de revolución yemení. Por un lado, si bien Donald Trump quiso abandonar la Casa Blanca con grandes gestos hacia Israel –utilizando a Mike Pompeo como su bocazas particular–, el gabinete Biden ha revertido algunas de sus acciones; la más importante de Oriente Próximo, la de meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas. Por otro lado, porque al mismo tiempo que los EE.UU. han retirado todo su apoyo a Arabia Saudí y aliados (aunque no se termina de distanciar de Emiratos Árabes Unidos y sus proxies separatistas del Consejo Transicional del Sur) en la guerra yemení, Ansarolá y los grupos que los apoyan han lanzado la ofensiva definitiva contra Ma’rib, una ciudad que si bien no es estratégica, resulta especialmente simbólica por ser la capital del gobierno de Abd Rabbuh Mansur al Hadi; las fuerzas pro-saudíes en Yemen. Unas fuerzas pro-saudíes donde abundan los salafistas, los wahabitas y que no tienen escrúpulos a la hora de colaborar con al-Qaeda, como se está viendo en la defensa de Ma’rib.

El cambio de política adoptado por el gabinete Biden no responde a un repentino intento de redimir ‘los pecados’ de EE.UU., ni a una política realmente de arrepentimiento. Es puro pragmatismo, pero es un pragmatismo que libera presión sobre los civiles yemeníes.

El cambio radical con Biden de la política exterior estadounidense para con Yemen, además de ser un gesto hacia Irán –en un momento en el que junto a la UE pretenden resucitar el Plan de Acción Integral Conjunto (Acuerdo Nuclear) del que Trump se salió de manera unilateral–, es un respiro para los hutíes, pero sobre todo para la población yemení. Porque si bien las sanciones son una forma de guerra ya establecida y consolidada por las denominadas democracias occidentales, estas provocan más problemas que soluciones, y estos problemas son especialmente dramáticos en países como Yemen, en el que, de acuerdo a la ONU, hay 400.000 niños de menos de cinco años padeciendo desnutrición severa. Dieciséis millones de yemeníes pasan hambre, de los cuales cinco están «a un paso de la hambruna». El 80% de la población en Yemen necesita ayuda humanitaria, y la decisión de Trump-Pompeo de meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas, lejos de castigar de algún modo a Ansarolá, solo sirvió para castigar a una grandísima parte de ese 80% de la población; y con 80% hablamos de 24 millones de personas, según el Comité de Amigos de la Legislación Nacional el-Tayyab.

Meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas, el grupo que es lo más parecido a un Estado en Yemen, que controla las principales ciudades del país, de Sadah hasta Taiz, de Hudaydah a al-Baidah, pasando por Dahmar y Saná, significaría limitar toda la ayuda que entra al país y complicar aún más la difícil labor de las organizaciones humanitarias en un país que, siendo el más pobre de los árabes y uno de los más pobres del mundo, importa el 90% de los alimentos, la mayoría a través de canales comerciales con compañías a las que no les interesa ser asociadas con designados terroristas. Y que castigar a la población era el objetivo no es ningún secreto. Mike Pompeo se pasó prácticamente todo el 2020 presionando a Naciones Unidas para que dejase de realizar operaciones de ayuda humanitaria en el territorio controlado por los hutíes.

El cambio de política adoptado por el gabinete Biden no responde a un repentino intento de redimir ‘los pecados’ de los Estados Unidos, ni a una política realmente de arrepentimiento por la crisis humanitaria que han provocado en el país (empezando por Obama). No. Es puro pragmatismo, pero es un pragmatismo que libera presión sobre los civiles yemeníes. Joe Biden quiere sentar a Teherán para negociar la vuelta de las partes al Acuerdo Nuclear, y liberar la presión sobre Yemen es un gesto que deja la pelota sobre el tejado iraní. Además, en una guerra que ha provocado la mayor crisis humanitaria en décadas, en la que no se han cumplido los objetivos esperados por los países agresores y en la que Arabia Saudí no es capaz de enfrentarse a pastores tribales.

Con los hutíes otra vez fuera de la lista norteamericana de organizaciones terroristas, las organizaciones humanitarias y las compañías van a poder volver a operar en Yemen sin el temor a represalias por colaborar con terroristas.

Retirarse honrosamente es la mejor salida que le quedaba a Washington. Una retirada que no es total, y es que mantiene las relaciones con Emiratos Árabes Unidos, que cuentan con unos aliados en el sur bastante más moderados que las fuerzas de Hadi y que han demostrado cierta seriedad al controlar de manera efectiva y mantener [relativamente] estable la ciudad de Adén. Tal es así que la misma semana en la que Biden sacaba de la lista de grupos terroristas a Ansarolá, se dedicaba a condenar sus acciones militares, como si no estuviesen en un contexto de guerra enfrentándose a una fuerza apoyada por una coalición invasora con un presidente que aun siendo yemení, pertenece más a Riad que a Saná (Ma’rib en este momento).

Con los hutíes otra vez fuera de la lista norteamericana de organizaciones terroristas, las organizaciones humanitarias y las compañías van a poder volver a operar en Yemen sin el temor a represalias por colaborar con terroristas; algo que no beneficia a Ansarolá, como repiten constantemente los bots y trolls saudíes, sino a los miles y miles de yemeníes que mueren por enfermedades y problemas perfectamente evitables. Y es que a estas alturas es innegable que todas las partes han cometido crímenes horribles, ¡es la guerra! Pero los saudíes, aparentemente tan preocupados porque se respete el derecho a la vida en el territorio de Ansarolá, son los principales responsables de la destrucción y los bombardeos indiscriminados.

El mundo se ha olvidado de Yemen, y los países que intervienen directa o indirectamente en la guerra parece que solo tienen interés a la hora de invertir en la maquinaria bélica. La reconstrucción está lejos, la paz no es fácil y la crisis humanitaria cada día es más grave, pero en estos momentos la guerra está llegando al punto de no retorno en el que uno de los bandos tendrá que claudicar o morir arrasando con todo. Con menos presión internacional y con la posibilidad de conquistar Ma’rib, los hutíes están a punto de consolidarse como la principal fuerza indiscutible de Yemen; algo que ya pasó en 2014 pero ni salafistas ni saudíes fueron capaces de aceptar.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/384636-yemen-retirada-huties-organizacion-terrorista-eeeuu

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El país de Oriente Próximo cuya revolución fue silencia y olvidada por Occidente

Por: Alberto Rodríguez García

Hubo hace diez años un intento de revolución que se ignoró, se silenció y que pereció ahogada en sus propias lágrimas y sangre mientras el mundo miraba hacia otro lado. Una primavera que por no ser como las de Túnez, Libia, Egipto o Siria, por estar en el lado incorrecto de la nueva –ya no tanto– guerra fría de Oriente Próximo, estaba condenada desde el principio. Las protestas, que comenzaron para pedir una mejor calidad de vida para los bareiníes y un sistema político parlamentario para todos, pronto derivaron en reivindicaciones más profundas, con un mayor protagonismo de propuestas como dar más derechos a los chiíes; marginados por el sistema. Unas reivindicaciones, es importante matizar, que no explotaban el odio sectario, enarboladas desde unas protestas en las que participaban los suníes opositores de la monarquía junto a la comunidad chií. Una comunidad chií que pedía gozar de plenos derechos en un país en el que, si bien son la mayoría, gobierna una monarquía suní minoritaria tan brutal, que era –y es– la hermana pequeña de la tiranía saudí.

El 14 de febrero de 2011, mientras gran parte del mundo celebraba el día del amor, Baréin se encontraba muy lejos de algo que pudiese parecerse a una fantasía de bombones y rosas. En Baréin se estaba gestando una movilización popular que muy pronto se convertiría en masacre por parte de las autoridades. Una movilización olvidada por Occidente, y es que si bien las revueltas en otros países como Egipto y Siria eran útiles para los intereses atlantistas (por su naturaleza y contra los gobiernos que se movilizaban), el rey Hamad bin Isa Al Jalifa es lo que Franklin D. Roosevelt, de seguir vivo, llamaría «nuestro hijo de puta». Y para más INRI, aunque era un escenario tan improbable que solo plantearlo es absurdo, la monarquía bareiní justificaba su violencia hablando constantemente de la injerencia iraní como si se tratase del lobo llegando.

Y antes de continuar, es necesario explicar por qué la teoría de la injerencia iraní es absurda. Necesario porque gracias a esa mentira, muchos encontraron el argumento moral necesario para llenarse la boca con democracia y otras tantas palabras vacías en todo Oriente, mientras olvidaban al centenar de bareiníes asesinados, a los miles de heridos y los cientos de exiliados en apenas un mes. Al contrario de lo que se pudo observar en el escenario sirio, con medio mundo armando y financiando a sus grupos insurgentes más afines, en Baréin ni los chiíes son títeres de Irán (tampoco lo quieren), ni Irán tuvo jamás oportunidad de introducir asesores y armamento a un país que de facto es una fortaleza rodeada por mar. Una fortaleza conectada a Arabia Saudí en la que viviendo millón y medio de personas, hay cerca de 10.000 soldados (y familiares) de EEUU vigilando toda su costa.

En uno de los primeros países de la [mal llamada] Primavera árabe, en el país con más manifestantes per capita en aquel momento, una década después ya no hay disidencia. Ya no existe oposición, porque está encarcelada o en el extranjero.

Y siendo los olvidados, Baréin no empezó telediarios ni llenó periódicos. Medios (pseudo)comprometidos con los derechos humanos como el New York Times, lejos del vocabulario agresivo que utilizaban contra otros gobiernos, escribían, si acaso, que había habido alguna protesta o que Baréin era una batalla proxy entre Irán y Arabia Saudí; aunque como con las armas de destrucción masiva, para esto último jamás hubiese pruebas ni hechos que corroborasen tales afirmaciones. Únicamente la propaganda de la monarquía y alguna pincelada para sonar imparciales. El viejo truco. Y estos eran los mejores casos, porque otros medios como CNN directamente censuraron la información que perjudicaba a la monarquía títere de los saudíes.

La intervención saudí (porque sí, el reino intervino para acallar las protestas) no fue para frenar una injerencia iraní (porque en Riad no son tontos, y no siempre se creen las notas de prensa que pasan bajo la mesa), sino para evitar la presencia de una monarquía parlamentaria en su frontera, el derrocamiento de un gobierno dependiente y la llegada al poder de los chiíes; algo que lejos del sectarismo con el que muchos explican todo, sería útil para reforzar a los chiíes de Qatif hoy maltratados y sin apenas derechos. Y al igual que Arabia Saudí, EEUU se posicionó abiertamente contra los manifestantes, porque mientras destruía países en nombre de la democracia, en Baréin debía proteger a «sus hijos de puta».

Una década después, hablar de Baréin suena a algo lejano. En uno de los primeros países de la [mal llamada] Primavera árabe, en el país con más manifestantes per capita en aquel momento, ya no hay disidencia. Ya no existe oposición, porque está encarcelada o en el extranjero. Sus vidas no valen nada, porque nunca nadie quiso escuchar su voz. Que no vengan con el cuento de la democracia los mismos que voluntaria y conscientemente silenciaron lo que sucedía en Baréin. Diez años después, el levantamiento solo es el recuerdo de una revolución ignorada, silenciada, suprimida.

https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/383825-pais-oriente-proximo-revolucion-silenciada-olvidada

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Los propios abusos que la UE (y España) obvia cuando habla de derechos humanos a Rusia

Por: Alberto Rodríguez García
Cuando Josep Borrell viajó a Moscú a principios de febrero, cometió el grave error de hacerlo con la soberbia por delante. Borrell cometió el gran error de querer dar lecciones de democracia a Rusia, olvidando que en casa –tanto en la Unión Europea (UE) como en España– nadie predica con el ejemplo. Y contra estas torpezas y este intento de decirle a un país cómo debe gestionar sus disidencias (Navalny en este caso) y sus asuntos internos en general, Serguéi Lavrov, que ya está curtido en mil batallas diplomáticas, toreó al Alto Representante de la UE recordándole la más que cuestionable gestión del asunto catalán por parte de España. Fue entonces cuando la derechita llorona de ‘neocons’ ofendidos, esos generales de sofá que se creen con la autoridad suficiente como para querer imponer sus ideas, puso la maquinaria mediática en marcha para poner el grito en el cielo ante tal agravio. Y así pues, todo el debate se centró en Lavrov hablándole a Borrell de Cataluña; mientras se ignoraba lo que realmente estaba diciendo: «No os metáis en los asuntos rusos y no nos meteremos en los vuestros».

Pero tras el viaje, lejos de zanjar la polémica en Rusia y aceptar la derrota mediática, Borrell volvió a Bruselas para, como perro relamiendo sus heridas, decir todo lo que ante Lavrov no pudo o no supo decir. Según Borrell, no pudo evitar dar lecciones de libertad y defensa de los derechos humanos a los rusos, porque «están en el ADN de la UE». Y ahí surge la primera duda: ¿es eso cierto?

Es difícil creer las palabras de Josep Borrell cuando se le olvidan los derechos humanos en el momento en el que Azerbaiyán comete crímenes de guerra en el Alto Karabaj mientras Italia cierra jugosos acuerdos comerciales con los que lucrarse de la destrucción y la post-guerra. Cuando se somete a las ambiciones expansionistas de Turquía (el país con más periodistas detenidos del mundo, por cierto) y no es capaz siquiera de defender a un aliado como Grecia. Cuando la UE no tiene ningún problema a la hora de firmar acuerdos de pesca con Marruecos, aun cuando estos acuerdos son ilegales según el Tribunal Europeo.

A la UE le preocupa que una minoría disidente pueda protestar en Rusia, pero cierra los ojos ante los chalecos amarillos por toda Francia; ante los abusos policiales, los más de diez muertos, las decenas de mutilados, los miles de heridos y las decenas de miles de arrestos.

La libertad y los derechos humanos son tan parte del ADN de la UE que Hungría (Estado miembro) viola continuamente los derechos humanos en su frontera, de acuerdo al Tribunal de Justicia de la UE. Bulgaria, otro país miembro, es conocido por la corrupción, la persecución de disidentes, los abusos policiales y la más que cuestionable justicia para con las minorías. A la UE le preocupa Rusia, no una Rumanía tan corrupta en la que hasta para recibir una atención médica decente hay que sobornar a médicos y enfermeras. Sin ir a la otra punta del bloque, a la UE le preocupa que una minoría disidente pueda protestar en Rusia, pero cierra los ojos ante los chalecos amarillos por toda Francia; ante los abusos policiales, los más de diez muertos, las decenas de mutilados, los miles de heridos y las decenas de miles de arrestos.

Y como Borrell ha quedado tan retratado como la hipocresía de una Unión Europea que exige lo que no cumple ni en casa, alguien tenía que entrar en escena para deshacer el embrollo. El problema es que ese alguien ha sido la mayor desgracia para la diplomacia española en los últimos años: Arancha González Laya, ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. Laya, cuyos únicos méritos han sido un servilismo casi sadomasoquista a Turquía cuando Erdogan se reía de Grecia y los intereses europeos en Libia, y el hacerlo todo mal.

La Justicia española es tan ejemplar dentro de la UE que Bélgica sigue protegiendo a Puigdemont y se niega a extraditarlo, cuestionando (como toda la UE) la legitimidad del Tribunal Supremo de España.

Con Borrell contra las cuerdas, Arancha González Laya hizo aquello para lo que debe de creer que está cobrando. Y no, no es tejer puentes, mejorar relaciones y hacer negocios que beneficien a España. González Laya pasó a la ofensiva contra Rusia –y adivinen, salió mal– zanjando el debate con un «en España no hay presos políticos, hay políticos presos» porque «es una de las 23 democracias plenas». Y claro, esto puedes decirlo cuando representas a un país –imaginario– de conducta intachable y moral pura, pero es que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a España por vulnerar el derecho de manifestación. La Justicia española es tan ejemplar dentro de la UE que Bélgica sigue protegiendo a Puigdemont y se niega a extraditarlo, cuestionando (como toda la UE) la legitimidad del Tribunal Supremo de España (vaya, aquí ya no ofende tanto que terceros quieran meterse en los asuntos de los españoles, ¿no?).

Y es que para añadir más ridículo al espectáculo de lo grotesco que estamos viendo estos días, mientras González Laya daba lecciones sobre lo mucho que le preocupan los derechos humanos, el Ministerio de Exteriores se dedicaba a justificar y promover las sanciones contra terceros países. Unas sanciones que han demostrado no funcionar, que son un castigo colectivo contra civiles por ser leales a su patria (en Irak las sanciones mataron tanto como la guerra, pero no mataban tras un estallido de pólvora sino que lo hacían lentamente, con el hambre y las enfermedades) y que el Consejo de Derechos Humanos de la Unión Europea califica como lo más parecido hoy día a un asedio medieval.

Pero es que, además, la defensa de los derechos humanos de Borrell y Laya no solo es hipócrita, sino que también es cobarde. Mientras Laya comentaba lo poco democrática que es Rusia, mientras el Ministerio de Exteriores defendía las sanciones, uno de los crímenes más horribles que se pueden cometer desde un despacho, la ministra se daba paseos por el metro de Riad.

La defensa de los derechos humanos de Borrell y Laya no solo es hipócrita, sino que también es cobarde. En pleno corazón de Arabia Saudí, a la ministra no le importaron lo más mínimo las ejecuciones públicas, ni los crímenes de lesa humanidad en Yemen, ni el maltrato de las minorías.

En pleno corazón de Arabia Saudí, a Arancha González Laya no le importaron lo más mínimo las ejecuciones públicas y posterior crucifixión de la víctima por delitos tan graves como apostasía o brujería. Tampoco le importó que Arabia Saudí ahora mismo esté cometiendo crímenes de lesa humanidad en Yemen. Tampoco le importó el maltrato que sufre la minoría chií en Qatif (cuyos representantes a la hora de pedir derechos terminan en la cárcel, como Nassima al-Sadah, o ejecutados, como Nimr Baqr al-Nimr).

Tampoco le importó que los inmigrantes de países como Bangladés o Pakistán vivan como esclavos y tengan menos derechos que un árabe. Tampoco le importó que en Arabia Saudí haya mujeres como Samar Badawi, detenida por desafiar a su guardián (el padre). Tampoco le importan las detenciones de Loujain al-Hatholoul por querer conducir. Tampoco ha llamado la atención durante su visita al embajador Álvaro Iranzu, que poco antes de la visita de Laya se ha estado reuniendo con el responsable de la empresa armamentística nacional saudí SAMI para estudiar «oportunidades de cooperación». Pero ¿quién se sorprende a estas alturas? Si no hay nada más hipócrita y falso que los valores europeos.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/383088-abusos-ue-espana-obviar-derechos-humanos-rusia

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Igualar a víctimas y verdugos: cuando la comodidad occidental se parece a la guerra

Por: Alberto Rodríguez García

«Vi a estas tropas de la Guardia Nacional en una esquina normal de una calle de Washington (…) me recuerda a las zonas de guerra que vi en Bagdad, Mosul o Faluya», tuiteaba la estrella de la CNN Wold Blitzer cuando los días anteriores a la investidura de Joe Biden la capital de los EE.UU. se llenó de reservistas que debían asegurar una transición pacífica del poder presidencial. Comparaciones como esta, la equiparación de los males estéticos del primer mundo con el horror de la guerra, tristemente se han vuelto normales en una sociedad occidental demasiado infantilizada como para discernir entre problemas menores, preocupantes y el puro horror. Una trivialización de la barbarie triste, porque esconde una mentalidad perversa: no hay más víctima que el verdugo.

Imaginen pensar que un policía o un soldado haciendo su trabajo en su país es mínimamente comparable a una fuerza invasora levantando ‘checkpoints’ con licencia para matar. Imaginen que puede haber parecido alguno entre solo tener que preocuparse por llevar la documentación encima en un momento de excepcionalidad y cargar a diario con síndrome de estrés postraumático tras dos décadas de violencia incesante. Que un estadounidense tenga miedo de su propio sistema y contrato social, no es ni remotamente equiparable a ser un iraquí que ve cómo la aviación de un país extranjero destruye su ciudad, cómo las bombas mutilan a sus familiares, cómo cada bala acaba con sus proyectos vitales y cómo toda una generación venidera nace con problemas y malformaciones por el uranio utilizado por EE.UU. durante la invasión. Es triste, pero también miserable, igualar un Estado ejerciendo el monopolio del poder en su territorio con una invasión salvaje que destruya la vida de sus nativos. Pero sobre todo es mezquino hacer esta trivialización del dolor de la víctima cuando tu país es el verdugo y tú quien justifica los crímenes.

Comparar los males endémicos de una sociedad occidental desnortada con los males de una sociedad destruída por las bombas de quienes en Occidente llegan a creerse víctimas de sus propias fantasías es algo para lo que no hay calificativo positivo alguno.

Decía Edward Said que el orientalismo permite, mediante los prejuicios eurocéntricos, justificar la dominación de los árabes y musulmanes durante el colonialismo, pero también después. Hoy, dentro del falso progresismo occidental todavía perdura ese orientalismo que además adopta formas más perversas. Y así, todos los males endémicos de nuestra sociedad decadente, individual y apática tienen que encontrar su reflejo en Oriente. El autoritarismo, la corrupción o la violencia en los países occidentales siempre tienen que encontrar su reflejo en Oriente. Los males de Reino Unido encuentran su reflejo en Irak, los de Francia en Siria, los de EE.UU. en Afganistán… y esto no es algo ajeno a España, donde hay quienes buscan el reflejo de todos sus males en Oriente, borrando todo el contexto y la historia que hay detrás.

Y así, hoy en España hay quienes tienen la poca vergüenza de comparar a sus rivales político-ideológicos no con líderes corruptos o autoritarios, sino directamente con ISIS, responsable del genocidio yazidí y crímenes tan aberrantes como asesinar a más de 1.400 chiíes en un único día. Hay quienes comparando a sus rivales político-ideológicos con ISIS, tienen la poca vergüenza de equiparar su activismo de teclado, café y sofá con la guerra, con el sacrificio de miles de hombres y mujeres que regaron con su sangre el camino que condujo a la destrucción del califato.

Hay una sociedad tan acomodada en la seguridad de Occidente que es incapaz de asumir que tiene contradicciones internas y males endémicos, propios, y que la existencia de estos no se deben a un mundo de buenos y malos ni a la importación de ideas perversas.
Pero esta equiparación, además, es sangrante porque iguala problemas minoritarios que se gestan y desarrollan en Europa con problemas graves en Oriente Medio que se gestan por contradicciones propias, pero cobran fuerza con la intervención extranjera. Porque ISIS no aparece de repente. Porque ISIS no son cuatro fanáticos con discursos de odio. ISIS cobra fuerza cuando Reino Unido, EE.UU. y España –sí, la España de Jose María Aznar– destruyen Irak dejando un Estado ingobernable en el que la insurgencia suní y la vieja guardia del baaz cobran fuerza. Una insurgencia que salta a Siria cuando por intervención extranjera el país queda arrasado. Comparar los males endémicos de una sociedad occidental desnortada con los males de una sociedad destruída por las bombas de quienes en Occidente llegan a creerse víctimas de sus propias fantasías es algo para lo que no hay calificativo positivo alguno.

El mundo ya se ha convertido en un teatro en el que la realidad a menudo es ajena a la función. Una función escrita por una sociedad tan acomodada en la seguridad de Occidente que es incapaz de asumir que tiene contradicciones internas y males endémicos, propios, y que la existencia de estos no se deben a un mundo de buenos y malos ni a la importación de ideas perversas; se debe a la existencia misma de la sociedad. Y en este espectáculo de lo grotesco, los verdugos osan presentarse como víctimas frente a un público encerrado en una burbuja que le impide ver el mundo a su alrededor. Pero el teatro no es más que una quimera. Ni el ejército en las calles es equiparable a la realidad de Faluya, ni ISIS es como un enemigo político, y es que quienes repiten esta mentira y se creen luchadores de algo, carecen de la dignidad, el coraje y la entereza de quienes en zona de guerra miran –a diario– a la muerte de frente.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/382151-igualar-victimas-verdugos-comodidad-occidental-guerra

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Esta es la nueva fuerza hegemónica que se abre paso en Oriente Próximo (y con relevancia internacional)

Por: Alberto Rodríguez García

Este mes, por primera vez en la historia, un barco emiratí ha atracado en un puerto israelí, estableciendo la ruta marítima Haifa-Jebel Ali (Dubai) que unirá el sudeste asiático con Israel, haciendo parada en Emiratos Árabes Unidos y facilitando acuerdos comerciales de miles de millones de dólares cada año para ambos países. A ello se le suma un acuerdo preliminar para que la empresa israelí de oleoductos EAPC transporte crudo emiratí hacia Europa desde Dubai hasta el Mar Rojo, el Golfo de Aqaba y de ahí a través del puente terrestre MED-RED hasta Ashkelon, evitando la necesidad actual de cruzar el Canal de Suez. Y así, Emiratos Árabes Unidos arrebata a Egipto el papel de interlocutor de los árabes en el conflicto con Israel y establece una ruta de transporte de petróleo hacia el Mediterráneo mucho más rentable que refuerza la posición israelí, pero también la emiratí en toda la región y en el comercio global.

Los nuevos acuerdos con Israel, en el marco de la política exterior de los Emiratos Árabes Unidos, responden al interés de convertirse en una fuerza hegemónica en Oriente Próximo con relevancia internacional. Una posición que lleva años disputando con Turquía y Arabia Saudí. Pero los emiratíes, sabiendo dónde están los aliados realmente poderosos, están jugando sus cartas de manera mucho más inteligente que sus rivales.

Arabia Saudí pretende presentarse como una monarquía reformista, que se abre poco a poco al mundo corrigiendo los errores pero manteniendo su identidad. El discurso, sin embargo, a pesar de haberse valido de ‘influencers’ de todo el mundo que venden su imagen, cuerpo y dignidad para blanquear a un régimen familiar medieval por unos cuantos riyales, no ha calado en el exterior. La opinión pública internacional sigue viendo en Arabia Saudí un régimen brutal, primitivo, salvaje, tribal, patrocinador del terrorismo de carácter islamista y causante de la mayor crisis humanitaria del momento en Yemen.

Emiratos Árabes Unidos, sin embargo, no ha necesitado de grandilocuencias para poco a poco, manteniendo un perfil bajo, lograr crear una imagen favorable, de estado moderno, tanto dentro como fuera de su entorno.

Turquía ni siquiera se esfuerza en complacer al público occidental. Los discursos de Erdogan son cada vez más duros, apelando al otomanismo, a los pueblos túrquicos y a la defensa del islam. Para ello no duda en desafiar a la Unión Europea e incluso a Estados Unidos y Rusia en Libia, Siria, Irak, Palestina (aunque con matices) y el Alto Karabaj. Ello lleva a que Erdogan –y su gabinete– sea percibido en Occidente como una amenaza, como un dictador, y a nivel regional como un enemigo de cualquiera que no se adhiera a sus ideas y ambiciones neotomanas.

Emiratos Árabes Unidos, sin embargo, no ha necesitado de grandilocuencias para poco a poco, manteniendo un perfil bajo, lograr crear una imagen favorable, de estado moderno, tanto dentro como fuera de su entorno. Incluso, habiendo sido los emiratíes uno de los promotores de la oposición al Gobierno sirio y a Bashar al-Assad, fueron también de los primeros países en reabrir su Embajada en Siria en 2019 (tras cerrarla en 2012). La medida fue tomada para contrarrestar a la cada vez mayor influencia iraní en la república árabe y pensando a largo plazo cara a introducir sus empresas en la reconstrucción del país, tras la inevitable victoria del Estado sirio frente a una oposición dominada por al-Qaeda, los Hermanos Musulmanes y Turquía; enemigos todos ellos de Abu Dhabi. Los emiratíes también mantienen cierto grado de comunicación con Siria y permiten operar a empresarios cercanos al Ejecutivo sirio sujetos a sanciones a través de empresas emiratíes.

Emiratos Árabes Unidos ha sabido adaptar su política hacia el pragmatismo para lograr sus objetivos; calculando en sus acciones la respuesta internacional que van a tener.

Cuando Emiratos Árabes Unidos entró en Yemen lo hizo junto a Arabia Saudí, apoyando al gobierno de Abd Rabbuh Mansur Hadi. Pero poco a poco, y al mismo tiempo, hacía fuertes a los independentistas del sur, que además de combatir a los hutíes (aliados de Irán) también se revuelven contra el gobierno respaldado por Arabia Saudí y sus aliados de Al-Islah (Hermanos Musulmanes). Y estos nuevos aliados de Abu Dhabi, Al-Hirak al-Januby, a pesar de solo querer independizar un territorio relativamente pequeño, controlan Adén (de facto, aunque con limitaciones); la capital comercial de Yemen y cuyo control es determinante para llegar por mar al estratégico estrecho de Bab al-Mandeb.

En Libia los emiratíes se han unido a Khalifa Haftar y el Gobierno de Tobruk, no porque crea en sus objetivos, sino porque el líder libio es una herramienta útil para contrarrestar la influencia de Turquía y Qatar mediante los Hermanos Musulmanes en el norte de África. Y la estrategia parece estar funcionando frente a un gobierno islamista de Sarraj tremendamente desgastado. Una estrategia que también ha funcionado en Sudán, donde el nuevo gobierno tras el derrocamiento de Omar al-Bashir ahora es favorable a Abu Dhabi. O en Somalia, donde Somalilandia y Puntlandia son territorios que desestabilizan el Gobierno central de Mogadiscio, afín a Turquía y Qatar y enfrentado a los planes emiratíes de dominar por ambas cosas la entrada al estrecho de Bab al-Mandeb.

Siendo un país pequeño con poco más de nueve millones y medio de habitantes, en los Emiratos Árabes Unidos han aprendido a proyectar su poder hasta convertirse en uno de los principales actores de Oriente Medio. Han sabido adaptar su política hacia el pragmatismo para lograr sus objetivos; calculando en sus acciones la respuesta internacional que van a tener. Así pues, han basculado entre sus aliados y sus intereses, entre sus ambiciones y las amenazas que surgen, entre la monarquía confesional sin justificación teocrática y el islamismo; principalmente el de los Hermanos Musulmanes, que son la eterna amenaza regional. Sin apenas hacer ruido, Emiratos Árabes Unidos se ha consolidado como un actor regional clave para Oriente Próximo, y Bin Zayed se ha asegurado la supervivencia en el cargo… aunque caigan sus aliados.

Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/370586-nueva-fuerza-hegemonica-oriente-proximo

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