Aunque Yemen ya no ocupa espacio en portadas y ni siquiera en la mayoría de los medios, la guerra no ha cesado, y de hecho, ahora se encuentra en un momento clave; no solo para el futuro de la contienda, sino del país.
Este mes de febrero parece que va a ser la síntesis de casi siete años de violencia desde que en 2014 los hutíes tomasen el control de Saná después de dos años –convulsos– de revolución yemení. Por un lado, si bien Donald Trump quiso abandonar la Casa Blanca con grandes gestos hacia Israel –utilizando a Mike Pompeo como su bocazas particular–, el gabinete Biden ha revertido algunas de sus acciones; la más importante de Oriente Próximo, la de meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas. Por otro lado, porque al mismo tiempo que los EE.UU. han retirado todo su apoyo a Arabia Saudí y aliados (aunque no se termina de distanciar de Emiratos Árabes Unidos y sus proxies separatistas del Consejo Transicional del Sur) en la guerra yemení, Ansarolá y los grupos que los apoyan han lanzado la ofensiva definitiva contra Ma’rib, una ciudad que si bien no es estratégica, resulta especialmente simbólica por ser la capital del gobierno de Abd Rabbuh Mansur al Hadi; las fuerzas pro-saudíes en Yemen. Unas fuerzas pro-saudíes donde abundan los salafistas, los wahabitas y que no tienen escrúpulos a la hora de colaborar con al-Qaeda, como se está viendo en la defensa de Ma’rib.
El cambio radical con Biden de la política exterior estadounidense para con Yemen, además de ser un gesto hacia Irán –en un momento en el que junto a la UE pretenden resucitar el Plan de Acción Integral Conjunto (Acuerdo Nuclear) del que Trump se salió de manera unilateral–, es un respiro para los hutíes, pero sobre todo para la población yemení. Porque si bien las sanciones son una forma de guerra ya establecida y consolidada por las denominadas democracias occidentales, estas provocan más problemas que soluciones, y estos problemas son especialmente dramáticos en países como Yemen, en el que, de acuerdo a la ONU, hay 400.000 niños de menos de cinco años padeciendo desnutrición severa. Dieciséis millones de yemeníes pasan hambre, de los cuales cinco están «a un paso de la hambruna». El 80% de la población en Yemen necesita ayuda humanitaria, y la decisión de Trump-Pompeo de meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas, lejos de castigar de algún modo a Ansarolá, solo sirvió para castigar a una grandísima parte de ese 80% de la población; y con 80% hablamos de 24 millones de personas, según el Comité de Amigos de la Legislación Nacional el-Tayyab.
Meter a los hutíes en la lista de grupos terroristas, el grupo que es lo más parecido a un Estado en Yemen, que controla las principales ciudades del país, de Sadah hasta Taiz, de Hudaydah a al-Baidah, pasando por Dahmar y Saná, significaría limitar toda la ayuda que entra al país y complicar aún más la difícil labor de las organizaciones humanitarias en un país que, siendo el más pobre de los árabes y uno de los más pobres del mundo, importa el 90% de los alimentos, la mayoría a través de canales comerciales con compañías a las que no les interesa ser asociadas con designados terroristas. Y que castigar a la población era el objetivo no es ningún secreto. Mike Pompeo se pasó prácticamente todo el 2020 presionando a Naciones Unidas para que dejase de realizar operaciones de ayuda humanitaria en el territorio controlado por los hutíes.
El cambio de política adoptado por el gabinete Biden no responde a un repentino intento de redimir ‘los pecados’ de los Estados Unidos, ni a una política realmente de arrepentimiento por la crisis humanitaria que han provocado en el país (empezando por Obama). No. Es puro pragmatismo, pero es un pragmatismo que libera presión sobre los civiles yemeníes. Joe Biden quiere sentar a Teherán para negociar la vuelta de las partes al Acuerdo Nuclear, y liberar la presión sobre Yemen es un gesto que deja la pelota sobre el tejado iraní. Además, en una guerra que ha provocado la mayor crisis humanitaria en décadas, en la que no se han cumplido los objetivos esperados por los países agresores y en la que Arabia Saudí no es capaz de enfrentarse a pastores tribales.
Retirarse honrosamente es la mejor salida que le quedaba a Washington. Una retirada que no es total, y es que mantiene las relaciones con Emiratos Árabes Unidos, que cuentan con unos aliados en el sur bastante más moderados que las fuerzas de Hadi y que han demostrado cierta seriedad al controlar de manera efectiva y mantener [relativamente] estable la ciudad de Adén. Tal es así que la misma semana en la que Biden sacaba de la lista de grupos terroristas a Ansarolá, se dedicaba a condenar sus acciones militares, como si no estuviesen en un contexto de guerra enfrentándose a una fuerza apoyada por una coalición invasora con un presidente que aun siendo yemení, pertenece más a Riad que a Saná (Ma’rib en este momento).
Con los hutíes otra vez fuera de la lista norteamericana de organizaciones terroristas, las organizaciones humanitarias y las compañías van a poder volver a operar en Yemen sin el temor a represalias por colaborar con terroristas; algo que no beneficia a Ansarolá, como repiten constantemente los bots y trolls saudíes, sino a los miles y miles de yemeníes que mueren por enfermedades y problemas perfectamente evitables. Y es que a estas alturas es innegable que todas las partes han cometido crímenes horribles, ¡es la guerra! Pero los saudíes, aparentemente tan preocupados porque se respete el derecho a la vida en el territorio de Ansarolá, son los principales responsables de la destrucción y los bombardeos indiscriminados.
El mundo se ha olvidado de Yemen, y los países que intervienen directa o indirectamente en la guerra parece que solo tienen interés a la hora de invertir en la maquinaria bélica. La reconstrucción está lejos, la paz no es fácil y la crisis humanitaria cada día es más grave, pero en estos momentos la guerra está llegando al punto de no retorno en el que uno de los bandos tendrá que claudicar o morir arrasando con todo. Con menos presión internacional y con la posibilidad de conquistar Ma’rib, los hutíes están a punto de consolidarse como la principal fuerza indiscutible de Yemen; algo que ya pasó en 2014 pero ni salafistas ni saudíes fueron capaces de aceptar.
Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/alberto-rodriguez-garcia/384636-yemen-retirada-huties-organizacion-terrorista-eeeuu