Por: Enrique Javier Díez Gutiérrez
La comunidad educativa no puede permanecer ajena a la barbarie. Ni a la barbarie planetaria del cambio climático, ni a la barbarie económica de la explotación social, la injusticia estructural y el saqueo internacional, pero tampoco a la barbarie social e ideológica que supone el neofascismo.
Ante el auge del neofascismo y su progresiva “normalización” por una parte de la sociedad, debemos actuar. Desde todos los ámbitos, antes de que se expanda aún más esta peste, como diría Camus, esta enfermedad que cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia.
Desde la educación también. De ahí el último libro que he publicado titulado Pedagogía Antifascista, una reflexión de urgencia y compromiso para combatir desde la educación esa enfermedad política que corroe una democracia vulnerable y frágil y que nunca se podrá erradicar por completo sin la superación del sistema capitalista, como argumentaban Walter Benjamin o Bertolt Brecht, pero que debemos, mientras tanto, contener de forma constante y tenaz. La educación puede ser un antídoto que permite la comprensión de los valores y los derechos humanos, más allá del egoísmo, el miedo y el odio que siembra y expande esa peste.
La comunidad educativa no puede permanecer ajena. Hay que educar en la igualdad, en la inclusión, en la justicia social y en los derechos humanos desde una pedagogía claramente antifascista. Sin concesiones ni medias tintas. Debemos implicarnos de una forma clara y sin ambages en combatir el neofascismo. No se puede ser demócrata sin ser antifascista.
En la primera parte de este libro se analizan las estrategias de penetración de la ideología que sustenta el neofascismo en la educación, revisando su agenda profundamente reaccionaria y radicalmente neoliberal, así como sus principales mecanismos de infiltración en las aulas y el sistema educativo. La segunda parte del libro plantea alternativas, estrategias y propuestas para avanzar en un modelo de pedagogía antifascista inclusiva y democrática al servicio del bien común, que nos ayude a construir colectivamente un discurso y una práctica sólidamente fundamentados que se contrapongan y cuestionen el modelo capitalista, neofascista y neoliberal defendido por la ultraderecha. De ahí el subtítulo del libro: cómo “Construir una pedagogía inclusiva, democrática y del bien común frente al auge del fascismo y la xenofobia”.
En el marco discursivo del neofascismo no existen los grandes problemas de nuestro tiempo (la emergencia climática, las desigualdades sociales o la crisis de las democracias representativas), sino enemigos de la patria a los que hay que combatir
Actualmente el neofascismo ha declarado una guerra judicial (lawfare) contra el sistema educativo, con el denominado “pin parental” para perseguir y denunciar al profesorado y los centros que educan en derechos humanos, en valores democráticos o en igualdad, que combaten la homofobia, el racismo o la desigualdad social. Para el neofascismo actual todo lo que no es su ideología es adoctrinamiento; todo lo que no sea adoctrinar en su “credo”, lo tacha de tal: acusar a los demás de lo que ellos practican. No admiten una sociedad democrática plural y tolerante. Su estrategia es utilizar la educación para imponer una mentalidad única, para volver al blanco y negro del nodo franquista. Es su discurso del odio trasladado a la educación.
En pleno siglo XXI trata también de reinstaurar en el sistema educativo el patrioterismo militar, en el que exigen educar a las futuras generaciones. Vinculado a la exaltación de los símbolos de la “nación” (que se apropian en exclusividad) y a una imagen profundamente patriarcal e hipermasculinizada, recuperando la figura paródica del “macho ibérico” como referente ancestral de ese modelo. En el marco discursivo del neofascismo no existen los grandes problemas de nuestro tiempo (la emergencia climática, las desigualdades sociales o la crisis de las democracias representativas), sino enemigos de la patria a los que hay que combatir “con orgullo y gallardía” y rearmarse para ello, como si la guerra fuera un juego para lucirse y mostrar lo que es un “hombre de verdad”.
Otra de las obsesiones recurrentes del neofascismo es utilizar el sistema educativo para educar en la insensibilidad ante el maltrato animal impulsando valores ligados a la caza y la tauromaquia, vinculadas a la representación mítica de un pasado tradicional donde se “formaba” a los “hombres de verdad” mediante prácticas ligadas a la violencia con los animales o con otros seres humanos (mili, guerra). Justamente cuando la sociedad está mostrando una oposición mayoritaria al maltrato animal, es cuando proponen FPs de Tauromaquia, con campus taurinos y “encierros didácticos” para menores y donde los criterios de evaluación incluirían la “eficacia y pureza en la suerte de matar“.
Una cuarta obsesión del neofascismo es enterrar y ocultar el pasado tratando de borrar la memoria colectiva de la devastación humana y los genocidios que sufrió el mundo con la aparición del fascismo. Vox ha denunciado, junto al grupo de los Conservadores del Parlamento Europeo, que la memoria histórica es una amenaza para la paz en Europa y ”un atropello a las libertades“ y que no llegará a las aulas. De hecho, afirman que “no tiene sentido condenar el franquismo porque somos herederos”. Mientras que otras democracias, como la italiana o la francesa, se fundaron sobre el paradigma del antifascismo tras el genocidio nazi, la española lo ha hecho sobre el de la “superación” y el “olvido” del pasado franquista, lo cual ha permitido blanquear el fascismo y que ahora resurja con toda su fuerza.
Una quinta obsesión del neofascismo es la “ideología de género” y las “feminazis” como denominan a las mujeres y jóvenes que luchan por la igualdad entre hombres y mujeres. La Vicesecretaria de VOX pedía recientemente que la costura fuera una asignatura alegando que “empodera mucho coser un botón”, mientras que denunciaba que “el feminismo es cáncer”, y aseguraba estar preocupada por lo que denomina el “lesboterrorismo” feminista. Era su respuesta ante la propuesta de medidas para combatir los estereotipos sexistas en la escuela, que calificó de “tontadas” y “majaderías ideológicas”.
Neoliberalismo y neofascismo
Pero también es necesario abordar el “neoliberalismo autoritario”, ideología que está en la raíz del nuevo neofascismo, uniendo fascismo y neoliberalismo, y que penetra de una forma constante, sutil y difusa en la educación, consolidando una racionalidad dominante individualista, consumista y competitiva donde el deseo que se anhela es ser parte del sistema capitalista y las víctimas son culpabilizadas de su fracaso.
Como plantea el filósofo coreano Byung-Chul Han, aludiendo al análisis del teórico marxista Antonio Gramsci (Cuadernos de la cárcel, 1981), la eficiencia del actual sistema reposa fundamentalmente en el proceso de interiorización colectiva que asume ampliamente la lógica del mismo, que se adhiere “libremente” a lo que se le induce a creer. Lo que el capitalismo se dio cuenta en la era neoliberal, argumenta Han (Psicopolítica, 2014), es que no necesitaba ser duro, sino seductor. La explotación ya no se tiene que imponer, nos la autoimponemos y la defendemos sintiéndonos libres.
Este modelo corroe el carácter, nos educa en la pedagogía del egoísmo y la insolidaridad radical. Es más, la ideología del éxito, de la persona “que no le debe nada a nadie”, genera la desconfianza, incluso el resentimiento o el odio hacia los pobres que son perezosos, hacia los viejos que son improductivos y una carga, los inmigrantes que quitan el trabajo o quienes fracasan en la escuela que no se han esforzado lo suficiente. Cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil nos resulta aprender solidaridad y generosidad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común. Pero esto también tiene un efecto boomerang, dado que cada cual siente la amenaza de volverse algún día ineficaz e inútil como “ellos”.
Como bálsamo frente a este darwinismo competitivo se promociona la “psicología positiva”, el coaching y los libros de autoayuda. Nos animan a “salir de nuestra zona de confort” (expresión tópica donde las haya) e interpretar nuestras dificultades como una oportunidad de realización personal, porque “si lo crees, lo creas”. Como si el paro, la enfermedad o la exclusión pudieran esfumarse haciendo un pequeño esfuerzo de reelaboración emocional y gestión personal. Porque “el problema de fondo es de actitud personal ante los problemas”.
En un panorama laboral y social fragmentado y competitivo, con una precariedad que mantiene a buena parte de la población al borde del precipicio, la industria de la automotivación junto con el consumo de psicofármacos, hace hoy la función de lo que ayer era el capataz que vigilaba el destajo en la fábrica. Estamos ante la revolución de una nueva moral que asegura que “el problema está en ti y no en el sistema”.
Dentro de esta segunda parte del análisis sobre cómo el neofascismo está penetrando en la educación, en el libro desarrollo un capítulo entero dedicado al cuestionamiento de la educación meritocrática, siguiendo los análisis y reflexiones de La tiranía del mérito de Michael Sandel o Contra la igualdad de oportunidades de César Rendueles. Ese ideal de la meritocracia que anima en escapar y escalar, manteniendo el sistema injusto, pero buscando estar colocados en la parte de arriba y que ha convertido a buena parte de la sociedad en esa “clase aspiracional” siempre insatisfecha y anhelante, en constante competición y búsqueda de mayores rendimientos.
Este nuevo ecofascismo une medio ambiente y xenofobia, argumentando que la sociedad funciona con leyes, como la naturaleza, y enferma cuando se ve atacada por la entrada de agentes externos
Sin olvidar el discurso de odio y la exacerbación del racismo que impulsa el neofascismo buscando enfrentar a la población entre un “nosotros” y un “otro”. De tal forma que se polaricen emocionalmente las tensiones, en las que ellos se suben a la cresta de la ola porque saben que entonces ya no hay debate ni argumentos, sino la confrontación primitiva y elemental en la que tienen abonado el terreno.
Y el ecofascismo: Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa, no dice, como hacía su padre, que gracias al calentamiento global “no nos congelaremos”. Ella habla de proteger el entorno… de los inmigrantes. Este nuevo ecofascismo une medio ambiente y xenofobia, argumentando que la sociedad funciona con leyes, como la naturaleza, y enferma cuando se ve atacada por la entrada de agentes externos. Por lo que hay que defenderla de los inmigrantes, que ella considera microorganismos patógenos que atacan la salud de las sociedades occidentales, mediante las fronteras que serían las vacunas contra esa “enfermedad”. Esta ideología invade en buena parte el “currículum” que sigue promoviendo modelos de productividad y éxito social ligados a un desarrollismo y a un crecimiento sin límites.
También se extiende en educación el greenwashing o lavado de cara de organizaciones supuestamente “verdes” y fundaciones y empresas se introducen en colegios, institutos o universidades con iniciativas “medioambientales” enfocadas en conductas de reciclaje individual, pero obviando la responsabilidad de las grandes industrias y los intereses multinacionales que provocan el grueso del colapso climático. Pero actualmente el ecofascismo ha dado una vuelta de tuerca más y abandera una especie de “patriotismo verde”, que exige enérgicamente la conservación ambiental mediante la “solución” del control de la población, para garantizar a los más ricos el ritmo de vida y privilegios que han llevado hasta ahora.
Pedagogía antifascista
Frente a todo ello se desarrollan propuestas y estrategias para combatir el neofascismo en las aulas, en el centro, en la comunidad, pero también en las políticas educativas. Como sociedad, como comunidad educativa y como personas y ciudadanía consciente debemos implicarnos de una forma clara y sin ambages en combatir el neofascismo, porque no se puede ser demócrata sin ser antifascista.
Para ello recojo la experiencia de las comunidades educativas, del profesorado, de los movimientos de renovación pedagógica, de las mareas verdes, la experiencia práctica que se está desarrollando en muchos sitios y en muchos centros, que proviene, a su vez, de grandes pedagogos y pedagogas que a lo largo de nuestra historia han propuesto las auténticas revoluciones en educación: Freire, Rosa Sensat, Freinet, Dewey, Montessori y tantos otros y otras que nos permiten decir en educación, como dijo Newton, “caminamos a hombros de gigantes”.
Una Pedagogía Crítica frente al adoctrinamiento, que potencie una escuela pública y una educación crítica que faciliten la autonomía progresiva del pensamiento de nuestro alumnado, para que sea capaz de afrontar con éxito cualquier adoctrinamiento y, sobre todo, el proveniente de quien controla el poder y que se afana por mantener un sistema educativo “monoideológico”. La escuela pública es la única que garantiza esta pluralidad. La pedagogía crítica entiende que la educación es una forma de intervención política en el mundo y es capaz de crear las posibilidades para la transformación social con el fin de ampliar y profundizar los imperativos de la democracia económica, social y política que vaya más allá de la lógica economicista de la competitividad de la OCDE y avance hacia la lógica del bien común y la liberación de Paulo Freire.
Planteo una Pedagogía de los Derechos Humanos y del cuidado de todos los seres vivos, una Pedagogía Laica que respete la libertad de conciencia y una Pedagogía de la Memoria que garantice el derecho a la verdad.
Propongo impulsar una Pedagogía Feminista que también eduque a los chicos en masculinidades igualitarias; una Pedagogía del Apoyo Mutuo que permita repensar la vida desde la cooperación y la solidaridad; una Pedagogía de la Inclusión que vaya más allá de la integración y se pueda desarrollar con medios y recursos (reducción de ratios, nuevos profesionales en colaboración con las escuelas, etc.); o una Pedagogía de lo esencial que priorice un currículum de saberes fundamentales y vinculados con la vida.
Abogo igualmente por una Pedagogía de la evaluación democrática que trabaje desde la Pedagogía del Error y enfoque la evaluación como forma de mejora de todo el sistema educativo, saliendo del “régimen PISA” de las pruebas estandarizadas. Planteo la necesidad de una Pedagogía digital crítica que recupere nuestra soberanía digital en manos de las GAFAM (Google, Appel, Facebook, Amazon, Microsoft), los nuevos terratenientes neofeudales de la economía digital, y de una Pedagogía Lenta que permita una enseñanza pausada que desacelere los ritmos escolares y vitales estresados en que vivimos. Pido avanzar en una Pedagogía Intercultural y Antirracista que eduque para una ciudadanía mundial sin exclusiones y que considere la diferencia cultural como un valor.
Creo que todas las propuestas que planteo son radicales, en el sentido de que van a las raíces de lo que sería un modelo de educación realmente antifascista y antineoliberal, un modelo coherente con los derechos humanos y el bien común.
Por eso trato de explicar cómo desarrollar igualmente una Pedagogía Decolonial, una educación otra que descolonice el saber; una Pedagogía para educar en la igualdad y la justicia social; una Pedagogía Ecosocial del decrecimiento, de la sobriedad voluntaria que descolonice el imaginario dominante del crecimiento ilimitado en la edad del colapso; una Pedagogía Democrática que convierta nuestros centros en auténticas escuelas democráticas.
Incluso una Pedagogía de la Desobediencia que eduque en el derecho a la desobediencia crítica y cívica frente al sistema injusto que promueve el neofascismo, el neoliberalismo y el capitalismo.
La comunidad educativa no puede permanecer ajena a la barbarie. Ni a la barbarie planetaria del cambio climático, ni a la barbarie económica de la explotación social, la injusticia estructural y el saqueo internacional, pero tampoco a la barbarie social e ideológica que supone el neofascismo. La verdadera munición de este modelo no son solo las balas de goma o el gas lacrimógeno; es nuestro silencio y nuestra indiferencia cómplice.
Lucio Anneo Séneca, en el siglo IV antes de nuestra era, afirmaba: “no nos atrevemos a hacer muchas cosas porque aseguramos que son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Tenemos que atrevernos a soñar. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto.
Fuente de la información e imagen: https://www.elsaltodiario.com