¿Volverán los niños a jugar en las calles de las ciudades?

Por Gema Lozano

Hace unos días, Francesco Tonucci (también conocido como Frato), fue testigo de un hecho extraordinario: «Al bajar por la Gran Vía de Madrid vi a un niño de unos 11 años que iba solo al colegio». El pensador, psicopedagogo e ilustrador no daba crédito. Era una imagen que hacía tiempo que no veía en Madrid y mucho más aún en su ciudad natal, Roma.

Unos días después, creyó volver a alucinar al ver a una persona en silla de ruedas sola en la Puerta del Sol. «Son dos pequeños detalles de una experiencia que se va perdiendo. Esta ciudad está abandonando a los débiles».

Minusválidos, ancianos, niños… Colectivos con ínfimo peso en las decisiones que afectan a todos, lo que se traduce en falta de autonomía para todos ellos. «Un amigo que vive en Roma me dijo que su abuela había decidido dejar de salir a la calle porque no le daba tiempo a cruzarla. El semáforo cambia muy rápido para ella. Me pareció terriblemente duro».

Las calles tampoco son ya el lugar donde antes los niños jugaban sin la vigilancia constante de sus padres o por donde iban al colegio solos o con sus amigos. Los coches les han comido el terreno.

«Las buenas ciudades hacen mucho por los niños, ancianos, minusválidos. Pero si analizamos bien es fácil darse cuenta que lo que se hace en pro de los niños normalmente beneficia sus padres; lo que hacemos por los ancianos, a sus hijos. Es decir, la medida de los servicios públicos siguen siendo los adultos».

«Si analizamos bien es fácil darse cuenta que lo que se hace en pro de los niños normalmente beneficia sus padres; lo que hacemos por los ancianos, a sus hijos. La medida de los servicios públicos siguen siendo los adultos»

Ocurrió, según Tonucci, después de la II Guerra Mundial en Europa, y tras la Guerra Civil en España. Las viviendas, los sistemas de transporte, los servicios públicos, en general, se diseñaban pensando en «alguien específico» que el italiano define como «varón, adulto y trabajador». Aunque José Manuel Calvo, concejal de Desarrollo Urbano Sostenible del Ayuntamiento de Madrid (quien, entre otros, compartió tribuna con Tonucci durante la charla Infancia y Ciudad celebrada en CentroCentro), retrocedió unos años atrás para señalar a Le Corbusier y a su Modulor como precursor de esta forma de planificar edificios y servicios en la que el hombre adulto se tomaba como único parámetro (aunque antes de él otros como Vitruvio o Da Vinci ya buscaron la relación matemática entre las medidas del hombre adulto y la arquitectura).

Ese modelo, poco a poco, fue sacando a los niños de las calles. «Antes infancia y calle eran sinónimos. Es posible que la primera referencia al respecto se encuentre en la Biblia, en Zacarías cuando dice:

Los viejos y las viejas estarán sentados en las plazas de Jerusalén, y esas mismas plazas estarán repletas de niños jugando

Hoy, ver niños jugando solos en la calle resulta casi un imposible. «Los niños tienen que salir a jugar sin guardaespaldas. Tienen que liberar toda su energía mediante un tiempo de juego en el que no estén controlados por los adultos. No vale únicamente con apuntarles a extraescolares para que se cansen». Obesidad, déficit de atención, son algunas de las consecuencias derivadas de la falta de autonomía de los niños en la ciudad.

Para combatirlas, hace falta un cambio de prioridades en la sociedad, según Frato. Y la principal prioridad en las ciudades, los coches, deberían ser la primera en verse afectada. «Siempre que hablo a los alcaldes de todo esto me dicen: “Me encanta, pero déjame unos años de margen para solucionar el problema del tráfico y luego ya hablamos”. Pero eso nunca pasa porque el problema del tráfico nunca se soluciona. Solo engulle recursos».

Aunque hubo un alcalde que no esperó. El de Pontevedra, Miguel A. Fernández Flores, hace 14 años escuchó una charla de Tonucci y decidió poner en práctica en su ciudad lo que decía el autodenominado ‘niñólogo’ . El edil quería volver a ver a los niños jugar en las calles y la gente pasear por el centro. En aquel momento lo tenían difícil: de los 9 metros de ancho, como media, de las calles, 6 estaban destinadas al tráfico rodado y a las plazas de aparcamiento, con lo que apenas había metro y medio para cada acera. Teniendo en cuenta el espacio ocupado por el mobiliario urbano, los viandantes tenían que transitar por ellas en fila india.

Pero las tornas se volvieron. Ahora, las calles del centro de Pontevedra son de una única dirección y en muchas solo hay un carril para los coches. Así se han podido ensanchar las aceras. Tampoco se pueden aparcar los coches en la mayoría de sus calles (salvo casos excepcionales). Los vehículos disponen de parkings a la entrada de la ciudad. Desde ellos, según el Metrominuto, cualquier punto del centro de la ciudad queda a apenas un cuarto de hora andando.

Dar prioridad a los peatones frente a los coches no es algo que se pueda asociar a determinadas ideologías. Ni siquiera tiene que ver con la ecología. Es un tema de democracia porque todos somos peatones y no todos somos conductores

La ciudad gallega también supo enfrentarse al reto de poner entre sus principales prioridades una demanda que no suele figurar en los primeros puestos de las propuestas de los programas electorales: eliminar barreras arquitectónicas. Las vías con plataforma única en las que las aceras y calzada están al mismo nivel se multiplicaron. «Así se pudo rebajar el límite de velocidad a 30 km hora (20, incluso, en algunas vías). Esto ha propiciado un descenso brutal en el número de accidentes y que desde entonces no haya habido ningún atropello en la ciudad».

Dar prioridad a los peatones frente a los coches no es algo que se pueda asociar a determinadas ideologías, según Tonucci. «Ni siquiera tiene que ver con la ecología. Es un tema de democracia porque todos somos peatones y no todos somos conductores». A la hora de abordar este problema por parte de las autoridades, Tonucci aconseja pensar primero «en pequeño»: «Una manera muy útil de repensar la ciudad es concebirla como una suma de pequeñas ciudades. Pensar en el barrio, actuar sobre él. De hecho hay gente que nunca sale de su barrio».

Pero ¿por qué son los adultos los que tienen que pensar en lo que es bueno para los niños? ¿Por qué no dejar que sean ellos mismos los que expresen sus necesidades y sus anhelos? Tonucci recuerda que no hacerlo es quebrantar sus derechos. El artículo 12 de la Convención de Derechos del Niño dice:

El niño tiene derecho a expresar su opinión y a que esta se tenga en cuenta en los asuntos que le afectan

Él lo tiene muy presente como investigador del Consejo Nacional de Investigaciones de Roma, desde donde en 1991 puso en marcha La Ciudad de los Niños. Un proyecto internacional desde el que se pone a disposición de las administraciones locales toda una serie de recursos para fomentar la autonomía y la participación de los niños en las ciudades.

«Escuchar a los niños es algo positivo para la sociedad en su conjunto porque al contrario de lo que ocurre con los mayores, las soluciones que los niños encuentran a los problemas suelen beneficiar a todos, no solo a ellos»

Fuente: http://www.yorokobu.es/ninos-en-las-calles/

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La jerga pedagógica hueca es la que ha vaciado la enseñanza.

Por: Gema Lozano.

Para Ricardo Moreno Castillo, la educación es el principal problema de España. «Lo es porque es la encargada de formar a los futuros ciudadanos y profesionales y ahora mismo está por los sueños». El escritor y profesor jubilado sabe quién es la responsable de la esta situación: «Es la jerga pedagógica hueca la que ha vaciado la enseñanza».

Su empeño por complicar algo «tan fácil» como la enseñanza es lo que ha propiciado que los partidarios de la ‘nueva pedagogía’ no hayan hecho más que acelerar su decrepitud. «Enseñar es algo sencillo. Es muy parecido a la amistad. Para hacer amigos hay que saber escuchar, no hablar siempre de uno mismo, ser empático… Sentido común, en definitiva. Con la enseñanza ocurre algo parecido. Pero cuando la disfrazas de una jerga complicada, de querer innovar donde no hay innovación posible, es cuando te la cargas».

En su libro La conjura de los ignorantes, Moreno Castillo recoge numerosos ejemplos de ese engolado argot que ha sido capaz de cautivar a muchos «ignorantes deseosos del cambio» porque les hace sentir importantes. «Cambiar por cambiar no siempre es bueno. Cuando afirman “No se puede enseñar como hace 100 años” yo respondo ¿y por qué no? ¿No se sigue haciendo el amor como hace millones de años? ¿No se utiliza el alfabeto o la misma forma de contar desde hace siglos?».

El también autor de El panfleto antipedagogico señala a las postrimerías de la dictadura franquista como un momento crucial en la evolución de estas nuevas corrientes pedagógicas. «Hay mucho desmemoriado que no recuerda que la jerga pedagógica comenzó a oírse por aquellos años». Aunque «el tiro de gracia», asegura, se produjo con las reformas educativas de los 90. «Fue entonces cuando psicólogos evolutivos y demás comenzaron a meter la cuchara, a decir bobadas hasta el punto de asegurar que lo importante no son los conocimientos. Pues entonces, ¡cerremos las escuelas!».

Los seguidores de estas corrientes vieron avalada su tesis con la popularización de internet. «Llegan a decir que para qué aprender contenidos si ya están en la red… Que yo sepa, disponer de internet no te convierte en un sabio» Aunque esta forma de ver la enseñanza no es tan reciente como pudiera pensarse. «Ya en el prólogo de la Enciclopedia, D’Alembert viene a advertir que la memoria y la historia siguen siendo importantes y que la enciclopedia es sólo una ayuda».

Sin conocimiento, dice, no puede haber creatividad ni espíritu crítico. «Tanto una como la otra deben estar regidas por el conocimiento y la cultura. Un fanático no es más que un ignorante con un gran espíritu crítico». Que Unamuno escribiera en su día cosas como:

Estoy harto de decir y repetir a los maestros que lo importante no es precisamente cómo enseñar, sino qué es lo que debe enseñarse y qué no

o

Lo que necesita el maestro es menos pedagogía, mucha menos pedagogía, y más filosofía, muchas más humanidades

demuestra, según Moreno Castillo, que tampoco en España son tan nuevas estas doctrinas.

La autoridad del profesor es otro de los enemigos a combatir por los partidarios de estas. «¿Cómo le vas a dar autonomía a 30 niños que lo que quieren es jugar? Si quiero enseñarles trigonometría a mis alumnos, me tendré que imponer, ¿no?». Fascista, reaccionario o franquista son algunos de los apelativos que Moreno Castillo dice soler recibir al defender esta tesis.

«Yo no creo que eso sea fascismo. Es como si dijéramos que las leyes de tráfico son fascistas. Tiene que haber una autoridad en la carretera, igual que tiene que haberla en las aulas. Y eso no quiere decir que se trate a los niños a latigazos. Simplemente, si la enseñanza es obligatoria tiene que haber una autoridad que haga efectiva esa obligatoriedad. Si no la hay, es que no es obligatoria».

De hecho, modelos educativos que son referentes en todo el mundo, como el finlandés o el coreano, se basan en buena medida en la disciplina: «Primero se les pide que estudien y que aprendan para que así luego pueda florecer su creatividad, su espíritu crítico… De hecho, Picasso llegó a pintar de esa forma tan peculiar, que él mismo decía que se parecía a la manera de dibujar de los niños, después de haber aprendido a pintar, y muy bien, como un adulto».

Aunque ya está acostumbrado a que le insulten. «Me ocurre igual con los obispos. Cuando les critico, me contestan tachándome de descreído, helenista… ¿Por qué no hablamos de teología y dejan de insultarme?»

La referencia a la Iglesia no es casual en este contexto. Moreno Castillo, de hecho, encuentra ciertos paralelismos con el entorno de la pedagogía. «Al igual que los obispos deberían hacerse mirar que sea en las sociedades más instruidas donde más deserción religiosa se produce, los pedagogos deberían reflexionar por qué los profesores no leen libros sobre pedagogía».

Él sí que ha tenido que leer muchos de ellos «para poder meterme con ellos», y después de eso ha llegado a su propia conclusión: «Las cosas que he aprendido como profesor han surgido después de mucho tiempo pensando sobre el tema, de conversaciones y reuniones con colegas… Nunca he podido sacar nada de provecho de ningún libro sobre pedagogía».

Lo único que Moreno Castillo ha leído en ellos son textos engorrosos, incluso «disparatados», que abren debates fútiles ignorando otras demandas que, en su opinión, sí son necesarias en el actual sistema: «Por ejemplo, lograr un bachillerato más grande y una enseñanza obligatoria más pequeña. Cuando tienes a un alumno de 12 o 13 años que no quiere seguir estudiando, ¿por qué obligarle? ¿No sería mejor favorecer que estudiase formación profesional? No tiene por qué ser algo irreversible. Siempre podría volver a estudiar, si así lo desea más adelante. Tenerlo encerrado en un aula cuando no quiere estudiar no sólo le perjudica a él, sino al resto de la clase también».

Fuente: http://www.yorokobu.es/pedagogia/

Imagen: 

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