La espiral de violencia que acompaña a las migrantes en África

Por: Iñaki Makazaga

Los testimonios de 152 africanas entrevistadas, en diferentes situaciones de movilidad y procedentes de distintos conflictos y crisis, desvelan la exposición constante a agresiones que sufren durante su tránsito

Una espiral de violencia acompaña a las mujeres migrantes en África, tan envolvente que el riesgo de sufrir agresiones en sus vidas se reproduce, incluso con más fuerza, cuando deciden abandonar sus hogares precisamente para librarse de ellas.

Así lo ha documentado durante los últimos dos años la ONG Alboan entrevistando a más de 152 mujeres migrantes en diferentes situaciones de movilidad y provenientes de conflictos con crisis de distinto origen y duración. El diagnóstico se presentó recientemente. La prioridad, dicen, es la atención médica y psicosocial así como aportarles formación profesional y acceso educativo para sus hijos. “Queríamos conocer sus demandas y sueños antes de ponernos a trabajar con ellas”, explica la directora de la organización, María del Mar Magallón.

“Todas piden vivir en contextos seguros junto a sus hijas e hijos, y recuperar así la vida que llevaban antes de sufrir la violencia”, concreta. Desde el principio, la ONG quiso detectar los riesgos a los que se exponen las mujeres migrantes del continente tanto por el hecho de ser mujeres como por el motivo de su desplazamiento. Y así amoldar al máximo su manera de trabajar con cada una de ellas. Por eso, una de sus primeras conclusiones del trabajo ha sido incorporar también nuevas maneras de acompañar, a la vez que mantienen exigencias históricas como reclamar la protección internacional con el estatus de refugiadas para todas ellas por el hecho de sufrir violencia de sexual y de género.

Nuevos marcos normativos de protección

El estatus de refugiada, la obtención de permisos de residencia y la reagrupación familiar facilitaría la prevención de nuevas violencias a estas mujeres que se ven obligadas a desplazarse por las agresiones sufridas en origen y se exponen a nuevas violencias durante todo el camino, como explican en el diagnóstico.

Los países en los que han realizado el trabajo de escucha activa han sido Marruecos, como país de tránsito de muchas mujeres de camino a Europa; los campos de personas refugiadas de Gado en Camerún; Lóvua, en Angola; Mabán, en Sudan del Sur; Melkadida, en Etiopía y Kukuma, en Kenia. También hay participantes del entorno urbano de Luanda, en Angola y Johannesburgo y Pretoria, en Sudáfrica. También mujeres desplazadas de la República Democrática de Congo.

Para el posterior desarrollo de los programas cuentan con el apoyo de la red del Servicio Jesuita a Refugiados en el continente africano y diferentes organizaciones locales lideradas por mujeres. La organización congoleña Sinergia de mujeres por las víctimas de violencia sexual es una de ellas. Su coordinadora, Justine Masika, acudió recientemente a Bilbao a apoyar la presentación de este diagnóstico a finales del mes de febrero.

Victimas de violencias solapadas

“Ser mujer en un país en guerra convierte nuestro cuerpo en campo de batalla. Tan sólo nos queda apoyarnos entre nosotras para levantarnos todas las veces que nos violen”, explica ante una sala llena de un público que se ha acercado hasta la sede de Alboan para conocer los detalles del informe.

Masika habla con voz tranquila y en francés. Cuenta cómo en su país las mujeres sufren varias violaciones a lo largo de sus vidas al no encontrar seguridad para ellas con el desplazamiento interno. Por eso, pone en valor el proyecto al recuperar la voz de las mujeres. “En estos contextos de violencia, los más complicado es devolver la autoestima a las mujeres y el mero hecho de escucharlas, ya es un gran paso para empoderarlas”, enfatiza.

En otros contextos, como los del norte de Marruecos, en plena ruta migratoria hacia Europa la vulnerabilidad de las mujeres se incrementa al encontrarse en situación ilegal. Algo que también aporta mayor impunidad a los agresores al no poder acudir las mujeres a la justicia ordinaria.

Lo mismo ocurre también en los campos de refugiados. Lo han comprobado en Camerún, Angola, Sudan del Sur, Etiopía y Kenia donde “la violencia se traslada a este contexto por mantener costumbres como el matrimonio forzado, la mutilación genital femenina o la exclusión educativa de las niñas”.

En este contexto, las mujeres tampoco son capaces de denunciar ante el temor a ser expulsadas de la propia comunidad. La propuesta que se extrae de este diagnóstico contempla desarrollar campañas de sensibilización, también con hombres, en las comunidades. Y exigen mayores dotaciones económicas a las entidades responsables de los campos para mejorar las condiciones de hacinamiento “que también incrementa el riesgo de agresiones sexuales”.

Aquellas mujeres que se desplazan hacia contextos urbanos, como sucede en capitales como Luanda en Angola o Johannesburgo y Pretoria en Sudáfrica, el análisis detecta otro incremento de vulnerabilidad “al exponerse al mundo de la trata y el trabajo doméstico en condiciones serviles”.

La profesora de Relaciones Internacionales y coordinadora del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid, Itziar Ruiz-Giménez, explica que la metodología de escucha activa del proyecto aporta un valor en sí mismo. “Ya tocaba cerrar la boca y abrir los oídos para que sean las migrantes en movimiento las que expliquen sus propios sufrimientos por el sencillo hecho de ser mujeres”, señala.

El proyecto ya está en marcha, como lo están sus protagonistas. El diagnóstico ha sido el primer paso. Ahora arrancan los trabajos para atender sus necesidades psicosociales, médicas, de formación profesional y asesoramiento jurídico. En principio, durante los próximos cuatro años 6.400 participantes de estos ocho países diferentes en contextos de desplazamiento serán acompañadas para romper la espiral de la violencia en las que viven y convertirlas en muros de contención que, tal vez, generen espacios seguros.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/16/planeta_futuro/1587053570_207340.html

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La universidad sale al encuentro del pueblo indígena

Por: Iñaki Makazaga

Más de 420 jóvenes de comunidades del Caribe nicaragüense estudian cómo reactivar la región con más recursos naturales del país, pero con las mayores bolsas de pobreza

A Mario Palma todavía hay noches que le pitan los oídos. Durante un año seguido trabajó en la minería artesanal a más de 500 metros de profundidad en busca de vetas de oro. En pleno corazón de la selva tropical del Caribe nicaragüense, a dos horas y media de vuelo en avioneta desde la capital, Bonanza era el único núcleo urbano donde encontró empleo. Ahora camina ilusionado a sus 21 años por el campus de la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense (URACCAN)donde en breve terminará el primer curso de Ingeniería Agrónoma.

Para llegar a convertirse en un universitario, Palma tuvo que esperar años. Pero finalmente se cruzó en su camino la oportunidad: un máster de liderazgo comunal que la ONG Solidaridad Internacional / Nazioarteko Elkartasunaimpartía en su región para ofrecer a jóvenes indígenas y mujeres adultas una alterativa a la pobreza en pleno corazón de la selva. “Llegaron a mi comunidad, seleccionaron a jóvenes para participar y dediqué en total 20 días a formarme”, sintetiza Palma sobre su transformación.

Durante el curso cayó en la cuenta del potencial de la zona con las tierras más fértiles del país, pero con los mayores índices de pobreza. “Comprendí que podría sacarle más partido a la tierra, me faltaba estudiar cómo hacerlo. Ya no quiero volver a la mina”.

Palma habla con voz baja, extrañado de que le entrevisten, con los ojos rasgados por la fuerza del sol y la mochila al hombro llena de libros. Nada le diferencia, salvo la edad, de cualquier otro universitario. Le encanta la botánica y la zoología. “Impresionado estoy de la cantidad de vida que tiene la Tierra”. Durante los dos meses que ha trabajado de comercial de telefonía en la ciudad ha ahorrado para pagarse la matrícula del curso que arranca en febrero.

Como Palma, otros 420 jóvenes han estudiado el diploma de liderazgo para explorar formas de desarrollo rural durante los últimos cuatro años. Cinco alumnos diferentes por comunidad de las seis que han participado en la iniciativa. De su aldea, otros ocho decidieron reengancharse a la universidad. A los dos meses, la mitad regresó a Santa Marta, zona rodeada de vegetación salvaje y a tres horas en coche de la ciudad. “No aguantaron el ritmo de las clases, ni los exámenes, ni la vida en la ciudad”.

Allí espera su turno Jhonra Noth, de 23 años, y nueva secretaria de la Junta de la Red de Mujeres. Su vida se centra en su casa, su hija y el campo. Tras obtener el diploma, también ha recuperado el interés por los estudios y no descarta dar el salto a la universidad. Antes debe terminar la secundaria.

“El diploma me ha devuelto las ganas de seguir estudiando: tengo toda la vida para trabajar la tierra”. Y lo dice en un castellano sencillo. Ella se comunica de forma habitual en miskito, lengua que hablan más de 150.000 personas en la región y en el sur de Honduras. El curso incorporó metodología de la universidad, así como materiales en miskito, para trabajar con los jóvenes en cinco sesiones diferentes de cuatro días de duración cada una.

Noth ha aceptado ser también la nueva secretaria de la Red de Mujeres recién creada en su zona y con la que quieren romper el aislamiento de la vida en las aldeas. “Vivimos muy dispersas. Algunas sin luz, ni agua potable. Necesitamos estar más en contacto entre nosotras para aprovechar cualquier oportunidad de mejora”. Para ella, salir de casa y reunirse con otras mujeres ya es un gran avance. El 50% de la población es menor de 19 años y más del 65% se encuentra sin empleo, según el INGES (Instituto de Investigaciones y Gestión Social) de Nicaragua.

La región, del tamaño de Cataluña, está conformada por nueve municipios con un total de 300.000 personas sitiadas por la pobreza, el abandono del Estado y los conflictos generados por la llegada de colonos campesinos de otras partes del país. En muchas ocasiones, la llegada de migrantes internos ha provocado conflictos armados, desplazamientos y muertes entre los que reclaman la propiedad privada de la tierra y las poblaciones miskitas que defienden su propiedad comunal.

Al líder indígena Constantino Romel, fundador y primer presidente del territorio indígena Wangky Twi Tasba Raya, el conflicto le ha costado llevar una bala alojada en el tórax. “Siempre he denunciado este conflicto de manera pública y directa tanto en medios de comunicación como en reuniones”. Hace tres años, el 21 de septiembre de 2015, durante un viaje en carretera sobrevivió a un intento de asesinato. Todavía no ha podido retirarse una de las balas alojada en su cuerpo, ni llevar a juicio a los asaltantes. Hoy ha acudido a la ciudad para reunirse con diferentes agentes que trabajan en su territorio. “Necesitamos jóvenes mejor formados y con más compromiso por sus aldeas”.

Romel advierte de que tan solo el 30% de los jóvenes que optan a la universidad regresan después a sus casas. “Muchos prefieren la ciudad. Y los que se quedan siguen con su vida en un contexto de extrema pobreza, sin trabajo y con el temor de que llegue gente nueva a apropiarse de la tierra”. Como responsable de la primera experiencia de gobierno autónomo en el país, reclama más inversión del Estado central para facilitar las comunicaciones por la selva y más acompañamiento de la cooperación internacional hasta que llegue la ayuda del gobierno.

Joven, comprometida y con el interés de regresar es Helen Álvarez, de 22 años. En dos meses, se incorporará a primero de Enfermería. “Aquí la vida es dura. Tenemos pocas comodidades y pocas oportunidades para mejorarlas”. Así que ha optado por estudiar una materia que le permita después hacerse cargo del puesto de salud en el Naranjal, otra comunidad a varias horas de carretera de la única ciudad de la región.

En el mismo campus se cruzarán Álvarez y Palma: en carreras diferentes, pero con la misma actitud de construir un futuro en medio de la selva. Y tal vez, en unos años se una también Noth, si mantiene su motivación durante toda la secundaria.

Mientras tanto, desde la universidad ultiman los detalles para volver a salir a los caminos con la complicidad de los líderes indígenas y en busca de medio millar de nuevos universitarios para la siguiente promoción que arrancará en el mes de febrero, en miskito y con diferentes horarios para poder combinar la vida en el campo y en el campus.

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2019/01/28/planeta_futuro/1548682778_449934_1548688523_sumario_normal_recorte1.jpg

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/01/28/planeta_futuro/1548682778_449934.html

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La doble ocupación de las mujeres palestinas

Por: Iñaki Makazaga

Budour Hassan estudia con la ventana abierta las últimas asignaturas de un máster sobre Derecho Internacional en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tiene 29 años, comparte el piso con su hermana y es parte de la red de juristas del Centro por los Derechos Humanos y Legales de Jerusalén (JLAC, por sus iniciales en inglés). Por el día resuelve los problemas legales que entraña a los palestinos residir en las zonas controladas por Israel con limitaciones para renovar su permiso de residencia, ordenes de demolición de sus viviendas y las solicitudes de permiso para acceder a los servicios más básicos como educación, sanidad o alimentos; por la noche, estudia la legislación internacional que señala como ilegal todas estas trabas que resuelve durante el día. “Mientras estudio, oigo los disparos del Ejército. Mi activismo no es una opción, es una obligación”.

Hoy Hassan ha atendido a 15 familias en la oficina, todavía hay mujeres esperando su turno, todas en silencio. “La burocracia de la ocupación es otra técnica de represión: genera un daño invisible más duro que el físico y es la forma más cruel de limpieza étnica”. Hassan habla claro y directo en un castellano que ha aprendido a través de la radio. A pesar de su ceguera de nacimiento, lleva una vida activa, comprometida e independiente. Hassan lo sabe. No le sobra el tiempo.

Desde que Israel naciera hace 70 años y escogiera Jerusalén como capital, más del 70% de palestinos han sido desplazados y la ciudad ha quedado partida en dos. Hassan lucha ahora para resolver “la burocracia de la ocupación que busca mantener no más de un 30% de población palestina en ella”. A la vez, en el resto de territorios ocupados más de seis millones de palestinos han cruzado las fronteras para vivir como refugiados y cerca de cinco millones resisten entre Cisjordania y la Franja de Gaza bajo estrictas medidas militares y sitiados por un muro de 840 kilómetros. Además, 700 checkpoints del Ejército israelí controlan a diario sus accesos a carreteras, pueblos y campos de cultivo. “Aquí de Tierra Santa queda poco, la vida diaria para un palestino es un infierno”.

Esta situación, como las del resto de los territorios ocupados, ha provocado un desgaste psicológico. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha alertado de sus consecuencias con “un aumento de los comportamientos impulsivos de la población general, debilitamiento de las relaciones duraderas, problemas emocionales y conductuales y un trastorno severo de la personalidad”. Por eso, junto al trabajo legal, la organización de Hassan ha reforzado el acompañamiento humano.

La OMS detalla que 110.000 palestinas requieren ayuda psicológica en la ciudad de Jerusalén. El Instituto Palestino de Neurociencia habla ya de un 36% de población con depresión crónica en toda Cisjordania. Y un reciente estudio de un grupo de investigadores independientes ligados a la Universidad de Washington alerta de que la salud mental es la peor de todo Oriente Medio con más de un 78% de la población palestina víctima de una agresión por parte del Ejército en sus propios hogares.

Para la OMS, “la ocupación palestina en sí misma es una de las principales causas de los problemas” de su salud. Las mujeres suman después el machismo con niveles altos de violencia intrafamiliar, matrimonios a corta edad y la radicalización de movimientos árabes de resistencia.

A 12 kilómetros de la oficina de Hassan, en Beit Sahur, trabaja también a destajo Juani Rishmani, coordinadora del Comité de Salud para las Mujeres, en la gestión de 14 clínicas, dos hospitales y diferentes unidades de salud móviles para atender a la población palestina. Desde hace un año también han priorizado la atención psicológica como prevención a nuevas enfermedades: “El clima de violencia se contagia en las casas y se reproduce en las familias”.

Para Rishmani la peor parte de la ocupación la sufren las mujeres: “Por un lado el Ejército israelí, por otro lado, el machismo de la tradición árabe”. Acaba de regresar de dos meses recorriendo España, de donde es originaria, para incorporar nuevos financiadores a sus proyectos. Cuenta con una plantilla de 230 personas, en su mayoría personal sanitario, para atender a 350.000 pacientes anuales y tampoco tiene un minuto que perder.

Hoy cierra ella el hospital de día que acaban de construir en Beit Sahur, cerca de la ciudad de Belén. Mientras apaga las luces de las diferentes salas, repasa los proyectos siguientes. “Ahora tenemos 25 camas, queremos ampliarlo y ser una centro abierto las 24 horas”. Pero necesitará volver de nuevo a España para fortalecer los contactos y generar los ingresos necesarios para la ampliación.

Mientras tanto, ha conseguido reforzar la atención de ginecología, el área por dónde llegan más mujeres víctimas de violencia. “Trabajamos con comités en todo Palestina para que nos deriven mujeres al área y para fortalecer al máximo su situación con charlas y otras iniciativas de empoderamiento”. Pero ellas, las mujeres sustentan la columna vertebral de la resistencia a la ocupación “por cuidar de las familias, los mayores y los enfermos, además de hacerse cargo de los hogares con personas en la cárcel y en paro”. Más de 6.000 presos políticos cumplen condena en cárceles israelíes, 70 son mujeres; más de 350, menores de edad, según la ONG Addamrer en apoyo a los presos palestinos.

Para Naciones Unidas, las mujeres suman a la ocupación también un serio problema cultural donde se les reserva un papel dedicado a los cuidados de la familia. Más del 90% de las víctimas de violencia de género opta por no denunciar, con más de un 46% de ellas convencidas de que esa violencia es legítima. Tan solo un 0,7% ha solicitado asistencia técnica. Y, sin embargo, más del 40% reconoce haber sufrido también violencia dentro del matrimonio, según la Oficina Central Palestina de Estadística (PCBS).

Por eso, Rishmani apaga las luces del hospital consciente de que más allá de los medios técnicos, la mejora de vida de las mujeres pasa por una transformación cultural y pone todas sus esperanzas en las charlas que programa por los territorios ocupados. “La violencia se ha naturalizado tanto que ni se denuncia, ni se frena, ni se rechaza. La que ejerce el Ejército contra los hombres se reproduce después en los hogares palestinos. Las mujeres se encuentran solas y en una situación muy vulnerable”.

La igualdad de género, nueva prioridad

Hasta el pasado mes de marzo seguía vigente el artículo 308 del Código Penal que permitía al violador casarse con su víctima para evitar la prisión. La campaña se inició en Jordania y en Palestina la lideró el movimiento feminista con Amani Aruri de la Unión Palestina de Comités de Mujeres (UPWC) como coordinadora.

Aruri tiene 26 años, dos hijos y un teléfono móvil que no deja de vibrar. La campaña contra el artículo 307 se desarrolló a través de las redes sociales. Y fue tal la respuesta que muchas mujeres contactaron con la organización para compartir sus experiencias. Ahora Aruri mantiene el contacto con muchas de ellas a través de WhatsApp. “Desde nuestra organización detallamos ante la Autoridad Palestina los abusos a los derechos de las mujeres por parte de la ocupación y también de la sociedad árabe”. Después los llevan a los organismos internacionales y diseñan campañas de incidencia política.

Juani Rishmani, coordinadora del Comité de Salud para las Mujeres en la gestión de 14 clínicas en Cisjordania, dos hospitales y diferentes unidades de salud móviles para atender a la población palestina.
Juani Rishmani, coordinadora del Comité de Salud para las Mujeres en la gestión de 14 clínicas en Cisjordania, dos hospitales y diferentes unidades de salud móviles para atender a la población palestina.IÑAKI MAKAZAGA

Ella conoce bien las consecuencias de la tradición. Más de un año tardó en tramitar su propio divorcio, así como la tutela de sus dos hijos de siete y cinco años a los que su marido tenía “secuestrados”. “En este país la mujer que se divorcia queda totalmente marginada tanto en la familia como en la sociedad”. En el juicio por la tutela de sus hijos, la jueza del tribunal le recriminó que se hubiera divorciado si lo que quería era vivir con ellos. Reproduce con su mirada la reacción entre enfado y pena que le generó el comentario. Ahora acompaña a otras mujeres en sus trámites.

Los divorcios, según su organización, han aumentado en más de un 30%. “Muchas jóvenes son casadas antes de los 18 años por sus familias para asegurarles un futuro. Al final, convierten su vida en otra pesadilla”. Y ahora quiere también plantar cara a los feminicidios. Hay 27 documentados en el último año, una cifra que pasa desapercibida en una sociedad marcada por la violencia militar del Ejército israelí y la presencia de las colonias ilegales.

Una nueva generación de activistas en Palestina ha impulsado la lucha por la igualdad de las mujeres junto a la resistencia frente a la ocupación. “Llegará el día en que vivamos con las ventanas abiertas y ya no suene el sonido de las balas fuera ni las lágrimas de la violencia dentro de los hogares”, señala Hassan. Hasta entonces, su vida, como la de Rishmani y Aruri, seguirá vinculada al activismo entre la lucha por la ocupación israelí y las costumbres más tradicionales de la sociedad machista y con la mejora de la salud mental, como termómetro de la eficacia de su trabajo. “Ha llegado la hora de que las mujeres tengamos también voz propia en la resistencia contra la ocupación de nuestro país y de nuestras vidas”, sentencia el abogado.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/08/09/planeta_futuro/1533825831_036243.html

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“El analfabetismo es el mayor enemigo de la mujer en Marruecos”

Por: Iñaki Makazaga

Fatna El Bouih, militante feminista, es pionera en la lucha por los derechos de las mujeres en el reino alauita

Los libros libraron de una vida sumisa a Fatna El Bouih (Marruecos, 1955), pero también le condenaron a la cárcel. A través de la biblioteca personal de su padre, profesor de Corán en una localidad cercana a Casablanca, descubrió desde pequeña que existían otras vidas posibles para las mujeres a las que veía en su país y comenzó a soñar con ellas. A los 18 años ya trabajaba en la clandestinidad junto a los sindicatos estudiantiles para hacerlas realidad. “No podía comprender cómo las mujeres podíamos estar tan marginadas de la vida pública y privada. Y los partidos políticos no eran la herramienta para conseguir ningún cambio, así que solo cabía trabajar al margen de ellos”. En ese momento fue condenada a cinco años de cárcel por sus vínculos con el movimiento marxista y por considerarla una amenaza para la seguridad del Estado. En esos cinco años se forjó la activista que fue después, pionera en su país en la lucha por los derechos de las mujeres, y la que es ahora como creadora del Observatorio marroquí de Prisiones y del Foro Verdad y Justicia. “El desafío actual de las mujeres pasa por terminar con el analfabetismo y contar con una mayor presencia activa en la política”.

Tras su salida de la cárcel en 1982 comenzó a trabajar como profesora de educación superior. Necesitó un tiempo hasta encajar lo vivido y ponerlo por escrito en forma de libro. “Primero necesité silencio. La experiencia fue tan dura por las condiciones de hacinamiento, las torturas y las amenazas constantes que me costó mucho adecuarme a la vida en libertad”. Con el tiempo descubrió que debía continuar la lucha como antes, al margen de los partidos e incluso de los sindicatos estudiantiles, y apostó por la creación de nuevos espacios. “Necesitábamos contar con asociaciones propias de mujeres en las que reunirnos, vernos, hablar. Y así comenzamos a crear organizaciones”.

En 1990 formó parte del grupo fundacional de los primeros Centros de Escucha para Mujeres Víctimas de la Violencia. “Una de cada dos mujeres sufría violencia y había que visibilizarlo. Solo con eso ya avanzábamos”. En la actualidad ya existen más de 50 centros repartidos por todo el país, así como centros de acogida a mujeres víctimas de malos tratos y toda una red de especialistas para el acompañamiento ante los Tribunales y comisarías. “Los tribunales siguen sin funcionar como queremos pero las asociaciones de mujeres ya estamos coordinadas para acompañar a todas las victimas y conseguir que ninguna tenga miedo a denunciar la violencia”.

En 1990 una de cada dos mujeres sufría violencia y había que visibilizarlo. Sólo con eso ya avanzábamos

En la memoria guarda la historia de una joven que acudió a los tribunales para denunciar los abusos constantes de su pareja. “Los tribunales no actuaron y la joven terminó suicidándose. La Igualdad real llegará con el cambio de mentalidad de los jueces, de los políticos, de los hombres en general. Mientras tanto, estamos las organizaciones de mujeres para que la historia de esta joven no caiga en el olvido y presionemos a todos hasta que las instituciones funcionen”. Y en esa lucha paciente se encuentra ahora.

La primavera de la igualdad marroquí

El Bouih habla de los años noventa como la primavera de la igualdad en Marruecos. “Conseguimos desacralizar el Estatuto de la Mujer, que no fuéramos vistas solo a través del Corán y comenzásemos a ser sujetos de derechos con oportunidades de ir a la escuela, formarnos… Decidimos conquistar el espacio público”. Fue tal la evolución del movimiento feminista que hasta el Rey Mohamed VI decidió incorporar en 2004 las peticiones de las asociaciones de mujeres en la comisión que redactaba un nuevo Estatuto de la Familia donde el papel del hombre igualaba al de la mujer. “Después tuvimos que luchar por que se pusieran en práctica las leyes y en esa guerra estamos todavía”.

Con la llegada de la Primavera árabe en 2011, Fatna El Bouih volvió a tomar las calles para que las voces de las mujeres fueran atendidas. A las calles, también acudieron los grupos más tradicionales, “más islamistas”. Consiguieron que la Igualdad fuera uno de los temas reclamados. “Al final, se reformó la Constitución y el Gobierno se comprometió a crear una institución que velase por la Igualdad. Todavía hoy estamos esperando a verla y la reclamaremos también el tiempo que sea necesario”.

Mayor implicación política

Las asociaciones han aprovechado todo este tiempo para documentar las desigualdades que sufren las mujeres en su día a día. “La evolución ha sido enorme: de no existir a estar liderando nuestro propio cambio”. Con orgullo repasa la evolución en el Parlamento del país, “de estar representadas por dos mujeres a contar con más de 30, y de cero mujeres en el Gobierno a una”. Eso sí, reconoce que necesitan más pasos para conseguir que la igualdad sea real. “Lo de ahora es una presencia por cuota, no por convencimiento. Seguimos marginadas, no se nos escucha lo suficiente”. Y advierte que para acompañar ese cambio vuelven a estar las asociaciones de mujeres.

«La Igualdad real llegará con el cambio de mentalidad de los jueces, de los políticos, de los hombres»

Con orgullo habla también de los pasos conseguidos para mejorar la situación de las prisiones. En los años noventa formó parte de la creación del primer Observatorio de Prisiones y del Foro Verdad y Justicia. “Las cárceles no deben funcionar como castigo, deben reinsertar en la sociedad”. Junto a la lucha por la mejora de los derechos de las mujeres, El Bouih ha recorrido las prisiones del país para escuchar a los presidiarios y denunciar sus abusos. “Hemos creado una asociación para ayudar a los expresidiarios a reinsertarse en la sociedad una vez conseguida la libertad”. En esos esfuerzos, también promociona la lectura. Tal vez, con la ilusión de alimentar más sueños como los que a ella convirtieron en activista.

“Saber leer y escribir te abre un mundo”

Ahora su principal reto pasa por fortalecer el espacio conquistado en la sociedad para las mujeres. “Hemos evolucionado mucho en mi país. Queremos tomar partido de la vida tanto en el mundo académico como en el político y ser nosotras mismas las que transmitamos nuestros mensajes”, asegura con contundencia. En ese reto la cultura es su gran aliado y el analfabetismo, su gran enemigo.

“Saber leer y escribir te abre un mundo. No sé qué hubiera sido de mí sin los libros de mi padre. Fueron esos libros los que me cambiaron y busco que sean ellos los que cambien ahora mi país, en especial a las mujeres”, asegura mientras participa en el Museo de san Telmo de San Sebastián en el ciclo Feminismos, exilios, narrativas junto a otras mujeres procedentes de países árabes.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2017/04/17/planeta_futuro/1492422019_632944.html

Fuente de la imagen: http://static.deia.com/images/2017/03/23/bin_23999681_con_9186639_9826_1.jpg

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