Por: María Paz Badilla.
Los adolescentes quieren cambiar el mundo, su impulso vital los lleva a ser soñadores y activos. Entonces, ¿por qué hay jóvenes que deciden poner punto final a sus vidas? María Paz Badilla, de Fundación Ideas para la Infancia, nos da algunas claves para estar alertas.
Hace algunos años atrás, la prestigiosa psicóloga María José Rodrigo -quien ha liderado la revolución de la parentalidad positiva en Europa- vino a nuestro país a compartir sus conocimientos con nuestra Fundación. Una de las cosas que recuerdo de esa visita, es que al contarle todo lo que en Chile hacíamos por nuestros niños, ella nos quedó mirando y enfática nos dijo: “Qué botados que tienen en Chile a sus adolescentes”. Y claro, ella de inmediato se dio cuenta que cuando se trata de los jóvenes y el poder abordar sus problemáticas asertivamente, al parecer estamos llegando demasiado tarde.
Así mismo, no es casualidad que hace algún tiempo atrás un grupo de adolescentes a quienes les preguntaba por los desafíos de esta etapa de la vida, me dijeran que lo más difícil era lidiar con la presión que la sociedad ejerce sobre su futuro señalando: “No quieren entender que somos adolescentes hoy, siempre nos ven como un proyecto de personas adultas”.
Así también, daban cuenta de lo difícil de establecer relaciones de confianza con sus pares: “Tienes amigos, pero hay que estar atentos a que no te defrauden”, aludiendo a la presión del tema del bullying y el acoso escolar.
Miedo al rechazo, presión social, estrés, tensión respecto a ser alguien en la vida, necesidad de afecto, bullying, sensación de soledad y malos tratos, son algunos de los factores que hoy ponen en riesgo a nuestros hijos y que nos han llevado a ser, según los índices de la OCDE, el país número 13 en tasas de suicidio. Por otra parte, junto con Corea del Sur, somos los únicos dos países del mundo en que las tasas de suicidio infantil y adolescente crecen cada año, en vez de disminuir.Esta es la tercera causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 a 24 años de edad, y la sexta causa de muerte para aquellos de entre 5 a 14 años.
No son cifras de las que podamos sentirnos orgullosos, sin embargo, es necesario que estas estadísticas nos lleven a preguntarnos: ¿cómo podemos detectar a tiempo ese dolor para prestar una ayuda oportuna y dejar de lamentar hechos como estos?
Este es un tema que no debe movilizarnos sólo por nuestros hijos, es necesario entender que es un problema a nivel global. ¡Sí! Hoy muchos de nuestros jóvenes han preferido quitarse la vida antes que vivirla y eso es mucho más que un simple dato estadístico.
Dejar de lado el tabú y verbalizar “suicidio” sin trancas sociales
Es preciso que como sociedad perdamos el miedo a hablar de la depresión y del suicidio adolescente en nuestras familias y empecemos a asumir, tomar conciencia y responsabilidad, de que esta es una problemática que debe trascender los tabúes sociales. ¿Cómo podemos comenzar a asumir esta responsabilidad?
Perdiendo el miedo a hablar sobre el tema, a verbalizar la palabra suicidio sin juicios, ya que aún es un tema tabú y esa cualidad lleva a que se esconda, muchas veces atormentado a los adolescentes en crisis, y no pudiendo contar lo qué les pasa por miedo a dañar a sus seres queridos.
Cuando un tema toma fuerza, ya sea porque aparecen casos que resultan ser mediáticos, por una experiencia cercana o por aparecer en alguna serie de televisión (13 Reasons Why), es preciso pesquisarlo y hacerlo parte de las reflexiones y conversaciones cotidianas, que formarán un criterio social y con esto una conciencia colectiva al respecto. Para prevenir, es necesario crear una comunidad sensible, que priorice temas tan dolorosos como este.
Las conductas suicidas
Según el Ministerio de Sanidad y Política Social de España, se definen cuatro tipos de conductas suicidas:
1. El suicidio frustrado: cuando ha existido la intención de quitarse la vida pero sin los resultados esperados.
2. La amenaza de suicidio: cuando se verbaliza y expresa el deseo de quitarse la vida en situaciones que pueden ser críticas para el adolescente.
3. Las conductas auto-lesivas: que llevan a generarse daño o lesiones a sí mismo.
4. Suicidio consumado: cuando la muerte se concreta.
Se puede comprender que el suicidio como fenómeno tiene diferentes manifestaciones y puede gestarse de forma progresiva, teniendo siempre cualquiera de estas conductas un carácter grave y que debe activarnos a tiempo. “Las conductas suicidas se expresan de menor a mayor gravedad, es decir, ideación, amenaza, intento y por último suicidio consumado”.
Duele el hecho de pensar que una etapa de la vida que se caracteriza por su impulso vital, por alojar ese complejo mesiánico en donde sentimos que somos superpoderosos y soñamos con cambiar el mundo, pueda transformarse en la etapa más aterradora de nuestra vida. Tanto así que prefiramos despedirnos del mundo en que vivimos.
¿Qué podemos hacer los adultos?
En primer lugar, estar atentos y no dar por sentado o normalizar conductas que pueden ser potenciales riesgos para la salud mental de nuestros hijos. Generalmente, toda experiencia de suicidio se vincula a algún trastorno de salud mental, en particular la depresión.
Luego, entender cómo el contexto relacional (con quiénes se vincula) en el que nuestros hijos se desarrollan, tiene un impacto en su bienestar y en favorecer o bien obstaculizar su salud mental.
Y por último, crear comunidad. Estar bien conectados entre padres, familias y colegios para entender mejor el mundo de los adolescentes de hoy. Comprender desde un lugar de empatía y compañía, más que desde el juicio y la imposición de normas.
Semáforo familiar: una metáfora de la prevención
Comprender las causas del suicidio adolescente, no es tarea fácil. La depresión y con esta la decisión de quitarse la vida, resulta ser una problemática que tiene su origen en una combinación de factores tanto a nivel biológico, psicológico, social y contextual. Se da en personas que se encuentran en una condición de vulnerabilidad, generalmente asociada a problemas de salud mental. Esta complejidad hace que sean diferentes las variables o riesgos que puedan potenciar estas conductas.
Desde los adultos, resulta fundamental estar en conocimiento de estos riesgos para detectarlos a tiempo. Para esto, usaremos la metáfora del semáforo y sus tres luces como un mapa que guíe la detección de posibles peligros y oportunidades:
- Luz roja: para identificar conductas o situaciones de alto riesgo.
- Luz amarilla: para identificar conductas y situaciones que debemos monitorear.
- Luz verde: para identificar conductas o situaciones que actúan como fuente de protección.
Mientas más expertos seamos en detectar e identificar la zona de alerta o de monitoreo, antes podremos llegar a prestar apoyo a nuestros jóvenes cuando lo necesiten. Revisemos algunas ideas que pueden ayudarnos a construir nuestro semáforo familiar.
Luz roja: ¡Riesgo! ¡Actúa ya!
En lo individual:
- Cambios bruscos de ánimo de forma recurrente y/o reactividad emocional o irritabilidad.
- Baja autoestima.
- Tendencia a percibir constantemente de forma pesimista y desesperanzada la vida.
- Baja energía, baja motivación hacia cosas que antes eran divertidas.
- Altos niveles de estrés, angustia y una baja sensación de autoeficacia para manejar estos estados emocionales.
- Aislamiento social.
- Infringirse lesiones o dañar el propio cuerpo.
- Abuso en el consumo de alcohol y drogas.
En lo familiar:
- Relaciones familiares hostiles, agresivas, críticas y maltratantes.
- Falta de comunicación y baja expresión de los afectos familiares.
- Falta de calidez emocional.
- Bajos niveles de cohesión familiar.
Respecto del contexto:
- Crisis o situaciones estresantes que el joven sienta que lo sobrepasan o no puede manejar (cambio de ciudad, muerte de algún familiar, divorcio).
- Sensación de sobrecarga, estrés o temor relacionado al ámbito social o académico.
- Bullying o acoso escolar.
Luz amarilla: ponle ojo
- Monitorear uso de redes sociales y su exposición en ellas.
- Saber qué programas ven en la televisión o a través de internet: no se trata de prohibir sino de acompañar y estar enterados, ya que esto nos da claves para futuras conversaciones con ellos.
- Nivel de satisfacción personal: indagar respecto a cuán contentos se sienten con su vida.
- Sentimientos diarios: preguntar todos los días cómo se sienten.
- Rendimiento en el colegio: estar en constante vinculación con sus profesores y otros apoderados es fundamental, así también conocer sus amigos y amigas.
Luz verde: tu hijo está o se siente protegido
- Presencia de protocolos de acción en los colegios para abordar el bulliyng y el acoso escolar, que activen una ayuda oportuna.
- Relaciones de amistad que contribuyen a reforzar la autoestima positiva y la pertenencia social.
- Relaciones familiares cercanas, afectuosas y donde hay espacio para la expresión de todo tipo de emociones.
- Comunicación constante.
- Capacidad reflexiva de los jóvenes respecto de sí mismos y los demás.
Prevenir la depresión y el suicidio adolescente, es una tarea social que nos compete a todos. Tener buenos sistemas de alerta, depende de cuán involucrados e informados estemos para activar un apoyo real a la vida de nuestros jóvenes.
En la Fundación Ideas para la Infancia, hemos desarrollado un programa de trabajo para mejorar la convivencia familiar para padres y madres de adolescentes llamado “Vivir la adolescencia en familia”. A partir de esta experiencia, nos dimos cuenta que los padres tienden a desconectarse de sus habilidades vinculares, para priorizar la relación con sus hijos, las habilidades más formativas que se centran en monitorearlos, orientarlos y supervisarlos. Incluso en algunos casos, dejan de lado el desarrollo de un vínculo afectivo que nutra esa relación. Gracias a este programa, muchos padres ya están trabajando en no dejar de lado estas habilidades, centrales para la práctica de la crianza en este ciclo de la vida de sus hijos.
Fuente del artículo: https://www.eldefinido.cl/actualidad/plazapublica/10087/Suicidio-adolescente-como-desarrollar-un-semaforo-familiar-para-