EL NEOLIBERALISMO Y LA EDUCACIÓN (1997)

Por: Prof. Orietta Caponi, USB

        Prof. Humberto Mendoza, UCV

 

Resumen:
El objetivo de la presente investigación es analizar las situaciones económicas, sociales y políticas concretas que determinaron el afianzamiento de la hegemonía neoliberal en el mundo actual, para inadagar de que manera la oferta de modernización económica, profundización de la democracia, bienestar y justicia social presente en el discurso oficial, se transforma en la realidad, gracias a la racionalidad instrumental del paradigma neoliberal, en promotora de una sociedad autoritaria, antidemocrática, ingobernable y violenta.
Este análisis permite examinar las consecuencias del neoliberalismo para el sistema educativo y sus implicaciones en la política educativa, especialmente en lo que se refiere a la Universidad Venezolana.Palabras clave: Neoliberalismo, educación.Abstract
This research objective is to analyze the economical, socials and political situations that determining the establishment of the neoliberal hegemony, to investigate how the economical modernism, democracy deep, confort and social justice could be transform in reality, thanks to the instrumental rationality of the neoliberal paradigm.This analysis let us to examine the neoliberalism consequences in the educative system specialty in the Venezuelan universities.Keywors. Neoliberalism, education.

 

I.- Elementos fundamentales del Neoliberalismo
No obstante, la afirmación de Fukuyama (1992) del «fin de la historia», de que la economía de mercado es el único modelo de organización de la sociedad para producir, de que ya no existen utopías y que el capitalismo ha demostrado ser el paradigma social incuestionable y eterno, es innegable la crisis actual de todo el Sistema Capitalista Mundial.

Esta crisis se anunció con el agotamiento del modelo de acumulación de posguerra y la aparición, después de un período de expansión sostenido de más de dos décadas, de dos fenómenos inquietantes: el aumento de la inflación y el declinar lento pero constante de la tasa de crecimiento. Esto determinó la aparición de la «estanflación» fenómeno inédito en el funcionamiento del Sistema Capitalista Mundial en el que coexistieron simultáneamente recesión e inflación y, al mismo tiempo, inició la crisis del sistema monetario internacional, que tuvo su punto culminante con la devaluación del dólar en 1971.

La intensidad de la acumulación de capital durante el período de la posguerra tuvo en su seno su propia parálisis, pues para valorizar esas grandes masas de capital se requería, por un lado, llevar a cabo una revolución tecnocientífica que elevara la productividad del trabajo a niveles hasta entonces desconocidos y, por el otro, invertir enormes volúmenes de capital tanto en investigación y desarrollo como en la renovación del parque industrial, lo que determinaba rentabilidad sólo a largo plazo.

La crisis del sistema financiero internacional fue consecuencia de este proceso, pues al no poder ser invertido rentablemente, el capital se deslizó hacia el sector financiero, que para garantizar las ganancias apetecidas procedió a la desregularización del flujo de capitales, produciendo una especulación salvaje en la que se inscribe, entre otras cosas, el proceso de endeudamiento de América Latina. Durante los años setenta se produjo un inusitado crecimiento de la liquidez de los mercados financieros y el surgimiento de una gran permisividad en los oferentes de créditos. Precisamente, una de las causas de la deuda externa de los países latinoamericanos fue la crisis general del Sistema Capitalista Mundial; en efecto, gracias a las condiciones leoninas de los préstamos se financió buena parte de la «prosperidad» estadounidense de los ’80, cuya contrapartida fue la «década perdida» para América Latina.

A finales de los 70, el capital consideró que si en la teoría de Keynes no existía explicación frente a esta crisis generalizada, tampoco su política podía ser efectiva para enfrentar el problema. Por el contrario, miró al pasado para buscar solución y encontró en el viejo capitalismo salvaje del siglo XIX, basado en la teoría liberal y en la escuela neoclásica, la ideología para instrumentar una política económica y social favorable a sus intereses. El abandono de la macroeconomía keynesiana signó el inicio del embate contra el «Estado de Bienestar», dada su utilización de estrategias de gasto social inspiradas por la teoría de Keynes. Nace así como solución a la «estanflación», el neoliberalismo, cuyo objetivo declarado es la destrucción del «Estado de Bienestar» para dinamizar la expansión económica a través de la «fuerza del mercado». Se presentó como solución la autorregulación de la sociedad por parte del mercado, de manera que la amenaza de desempleo sirviera de freno a las demandas de alzas de salario e impidiera el continuo aumento de la inflación.

El Sistema Capitalista Mundial, fundamentándose teóricamente en la escuela neoclásica, inició una estrategia de recuperación y rearticulación de la economía internacional, en un nuevo escenario planetario liberado de restricciones a la expansión del capital, en medio de una renovada lucha por la hegemonía mundial entre las grandes potencias, dentro de un panorama político caracterizado por la desaparición del así llamado «socialismo real» y por la tendencia a nuevas correlaciones de fuerzas.

Esta rearticulación de la economía se centra en una estrategia que tiene como uno de sus objetivos fundamentales elevar la productividad del trabajo, para incrementar la tasa de ganancia y facilitar el proceso de acumulación del capital a escalas consistentes con las elevadas inversiones en investigación y desarrollo y la renovación del parque industrial que demanda tal rearticulación, de manera de poder relanzar la economía capitalista a nuevos niveles de crecimiento.

El capital no tiene otra lógica que la de su constante acumulación que es lo que determina la tendencia siempre presente por reforzar la productividad del trabajo, incorporando constantemente nuevos adelantos técnicos y científicos, con la finalidad de desvalorizar el trabajo, revalorizando el capital. La competitividad que está también en el centro de esta política no es más que poder vender mercancías más baratas, porque se ha reducido su costo de producción, principalmente, el de la fuerza de trabajo. El trabajo debe quedar sujeto a las leyes del mercado laboral, eliminándose cualquier tipo de subsidio, ayuda social, fijación por parte del Estado de salarios mínimos, etc. A la base de la estrategia de reacomodo capitalista, o de las políticas de «ajuste» como se ha dado en llamarlas, está una ofensiva descomunal del capital contra los trabajadores.

Elevar la productividad del trabajo y la competitividad genera un incremento en la producción de las mercancías, lo cual exige ampliar el escenario de su realización: el mercado, de manera de garantizar la materialización de la ganancia y evitar que se rompa el ciclo industrial. Esta es la verdadera razón que se esconde detrás de las tesis de la «globalización» de la economía y del «aperturismo» comercial. Se busca integrar el proceso productivo a nivel mundial, para que los capitales monopolistas puedan acceder libremente a las ramas más rentables de la economía, sin ningún tipo de restricción y más bien obteniendo facilidades adicionales, especialmente en los países periféricos, para incrementar las ganancias y promover la acumulación de capital necesaria para financiar la revolución tecnocientífica y la renovación del parque industrial.

La «globalización» no es otra cosa que la concentración y homoge-neización de los patrones tecnológicos, culturales y de los estilos de desarrollo. Los avances tecnológicos resultado de la revolución tecnocientífica extendidos a todas las esferas de la actividad humana, la conformación de una economía cada vez más mundial y, en particular, la concentración e internacionalización del capital, han borrado distancias y superado barreras acercando a todos los pueblos y naciones de la tierra y han permitido la difusión de la ilusión de la «aldea global» macluhaniana. Pero este proceso no es de manera alguna univalente, uni-direccional o sinónimo de progreso social, al contrario, está lleno de contradicciones, de grandes paradojas, de amenazas y desafíos, de extrema agudización de los problemas de la humanidad especialmente para los pueblos latinoamericanos. La otra cara de la globalización es la regionalización y exclusión de los países subdesarrollados que imposibilitados de acceder a tales adelantos, son integrados en condiciones onerosas a los grandes bloques.

Este proceso de globalización de la economía ha venido operándose bajo la égida y el control de los grandes monopolios internacionales con la subjeción y el apoyo de los estados nacionales. La internacionalización del capital ha llegado a niveles que hacen inoperante el estado nacional como regulador de la economía. Es la formación de un sistema económico transnacional dominante, definido por flujos monetarios, frente al cual el manejo de la economía es cada vez menos nacional, incluso para los países más desarrollados. El poder mundial reside en el capital y en la información que adquieren una posición dominante frente a poderes y gobiernos locales. Los programas económicos de ajuste no obedecen a políticas internas sino a programas impuestos por organismos internacionales.

Aunque la globalización se presenta como un escenario favorable para el desarrollo, saneamiento y modernización de toda la economía internacional bajo los auspicios del FMI y del BM, a través de sus «Políticas de Ajuste», la realidad es que, hasta ahora, los resultados para los países de América Latina han sido: desvalorización del trabajo y de las materias primas, generación de desempleo, incremento sustancial de la pobreza, desmejora de la seguridad social, deterioro ambiental, debilidad de la sociedad civil y disminución del poder de contratación de los trabajadores.

Por el otro lado, simultáneamente y como complemento de la política anterior, se establece la «apertura» comercial como eliminación de cualquier protección para el mercado de los países periféricos, mientras se erigen barreras proteccionistas de los mercados de las grandes potencias, a través de la constitución de bloques, megamercados, mercados regionales y acuerdos comerciales.

Este nuevo proceso de concentración y centralización del capital a nivel planetario, en las condiciones concretas del mundo actual, tiene grandes implicaciones. En primer lugar, determina un nuevo tipo de alianzas y un nuevo rol de las clases dominantes en el ámbito internacional, particularmente de las de los países en desarrollo, que han establecido nuevas articulaciones con el capital financiero de los países desarrollados. En segundo lugar, introduce cambios importantes en el papel del estado nacional para facilitar las nuevas formas de acumulación del capital: se trata de un «estado mínimo», con carácter de gendarme, de naturaleza fuertemente autoritaria, con falsa cobertura democrática.

Junto a la globalización surge otro fenómeno, aparentemente contradictorio, pero que en realidad es la otra cara de la misma moneda: la fragmentación. Por un lado, tenemos la internacionalización de los circuitos productivos, comerciales, financieros y tecnológicos, la globalización de las pautas y expectativas de consumo y de los campos culturales. Por el otro, se acentúa la contradicción económica entre los países y, más grave aún, la desintegración social al interior de cada país. Por una parte, grupos sociales de países diferentes comparten un estilo de vida similar; por la otra, aumenta la distancia entre sectores sociales diferentes dentro de una misma ciudad.

En los años ’70, se agotó en América Latina el modelo de «desarrollo hacia adentro» y el Estado desarrollista. La crisis del Estado desencadenó la crítica al Estado, abriendo el paso a las políticas de ajuste de corte neoliberal. El neoliberalismo condenó cualquier intervención estatal como cosustancialmente negativa y nefasta y redefinió el modelo de desarrollo latinoamericano, privilegiando la oferta productiva y desestimando las demandas sociales; imponiendo una economía de mercado y eliminando el intervencionismo estatal; reprimiendo las reivindicaciones sociales e imponiendo la flexibilización y desregularización laboral.

La tensión entre globalización y fragmentación se ha hecho mucho más fuerte en los países de nuestra región. La apertura al exterior ha profundizado las ya graves diferencias sociales al interior de las sociedades latinoamericanas y ha hecho más rígida e infranqueable la brecha entre los sectores más ricos y los sectores más pobres. Más de un tercio de la población latinoamericana ha quedado así excluida del proceso de desarrollo y ha entrado a niveles de pobreza crítica y pobreza atroz.

Las tesis del liberalismo clásico-ortodoxo recobran en nuestra época nuevo vigor en el movimiento neoliberal, en un panorama marcado por la debacle del socialismo real y la crisis del Estado de Bienestar que, en general, determina la tendencia a buscar más en la sociedad civil que en el Estado, los medios necesarios para asegurar derechos y libertades.

Una de las diferencias más importante del neoliberalismo respecto a la teoría tradicional es quizás la relativa a la indiferencia frente a los problemas sociales. En los defensores actuales del neoliberalismo existe un rechazo profundo de todos los derechos sociales y en general de cualquier forma de política de bienestar, argumento que no a la base de esta doctrina existe una vehemente polémica en contra de los derechos sociales que desemboca en una renovada valoración del derecho a la propiedad privada. Esta reivindicación del derecho a la propiedad privada, estrechamente ligada a la reivindicación de la libertad individual va acompañada de una fuerte crítica al gobierno. A pesar de que el neoliberalismo considera necesario un aparato tan peligroso como es el Estado, sin embargo, declara que todos los esfuerzos deben estar dirigidos a reducir al mínimo su poder, reafirmando que su tarea esencial tiene que ser la de garantizar los derechos básicos de libertad y propiedad.

Para el neoliberalismo los derechos económicos y sociales son «falsos derechos»: las libertades básicas de la tradición liberal son demandas legítimas, las cuales tienen un destinatario preciso que es el «Estado de derecho»; al contrario, los derechos al trabajo, a la educación y a la seguridad social, de ningún modo son un desarrollo de las libertades básicas, más bien son exigencias arbitrarias sin referente preciso, las cuales no deben verse como derechos sino como necesidades a las que puede responder el mercado, siempre y cuando no exista intervención gubernamental.

Vemos así que la «democracia liberal», es decir, la «profundización de la democracia» tan propagandizada por el discurso hegemónico neoliberal, no es de ninguna manera el «gobierno del pueblo para el pueblo», entendido como un sistema politico-social basado en el respeto de todos los derechos humanos; al contrario se trata simplemente de una sociedad regulada por las fuerzas del mercado.

El acceso a la riqueza social sólo es posible a través del mercado el cual es el único que, según los neoliberales, asigna racional y eficazmente los recursos, el mercado autorregulado es el regulador de la economía y la sociedad. Esta función del mercado es posible, según los neoliberales porque las fuerzas económicas tienden por si mismas al equilibrio: la oferta crea su propia demanda, solucionando el problema de los precios; todo se convierte en mercancía y el dinero en la mercancía universal.

Esta «democracia neoliberal», que ha trasformado el principio de la democracia liberal representativa: un hombre, un voto en el nuevo principio: un dólar, un voto, en cuanto se decide, se cuenta sólo en función de la capacidad económica que se posee, ha logrado reducir la esfera de la participación política de los ciudadanos y obtener un consenso pasivo, demostrando que la minimización de la función estatal a través de la «mano invisible» del mercado necesita una sociedad siempre más autoritaria. La democracia política no es un objetivo consustancial del modelo neolibera.

En el campo ideológico, el neoliberalismo se presenta como respuesta única frente a los problemas actuales y en el campo político, lo que realmente está en el fondo de la crítica antiestatal del neoliberalismo es la guerra contra su verdadero enemigo que es la democracia. No es al Estado al que combate sino al Estado democrático. Para que un sistema político sea una verdadera democracia debe existir la obligación de que los poderes públicos, libremente elegidos, controlen, corrijan y dirijan el juego de la economía y del mercado, en defensa de los derechos de la gran mayoría de los ciudadanos, para impedir que la voracidad de una minoría se apropie de toda la riqueza de una nación.

La racionalidad neoliberal concibe al mercado no sólo como la institución social que asigna eficientemente los recursos, sino como regulador de decisiones sociales y hasta como conductor de políticas, desplazando así al Estado, reducido a su mínima expresión. Dentro de esta lógica los objetivos primordiales son el individualismo, la atomización social y el predominio de las élites, sin preocupación alguna por la justicia social. Ahora bien, la experiencia ha demostrado que el mercado es incapaz de resolver los problemas que afectan a la humanidad. Esta idea del mercado autorregulado como directriz de la sociedad es una ficción que históricamente ha amenazado con destruir la propia sociedad, obligando al estado a regular y controlar la economía, a fortalecer sus estamentos políticos y a garantizar la redistribución de la riqueza, como precisamente sucedió en el período de postguerra que fue, paradójicamente para los neoliberales, el de mayor crecimiento para el capitalismo. Además, el mercado no es un escenario neutral, donde interactúan iguales, ya que es inobjetable el predominio de los monopolios. La «bondad» del mercado se fundamenta en su capacidad de satisfacer las necesidades de los hombres, pero en el mercado sólo se expresan las necesidades de quienes tienen poder de compra. Las necesidades de los más necesitados no se muestran.

En el neoliberalismo se vuelve a presentar con mayor fuerza, un rasgo común de todas las economías de libre mercado: el «darwinismo» social, disfrazado de eficiencia, que tiene como resultado el incremento del ingreso de los sectores más ricos de la población y la acentuación de la marginación y exclusión de las personas, grupos sociales, regiones y países más pobres.
Dentro de una racionalidad diferente, el mercado pudiera muy bien ser considerado como un elemento más dentro de un conjunto de mecanismos para lograr equilibrios y distribuir riquezas, pero la racionalidad dominante, a través de su discurso político, presenta una sóla forma, la neoliberal, de asumir el mercado, porque lo que en realidad se está imponiendo es una nueva forma de totalitarismo: la supremacía del poder económico sobre las instituciones democráticas.

La ideología neoliberal plantea la validez de su modelo de forma atemporal, universal, presentando como inmutables las instituciones que defiende: la propiedad privada de los medios de producción y el mercado como único mecanismo de asignación de recursos. El proyecto neoliberal no es otra cosa que el intento disfrazado del poder económico por quitarse el yugo impuesto por el poder político democrático. Por esta razón, su discurso:
Impulsa la creación de mercado supranacionales totalmente libres e independientes de la actuación de los estados nacionales.

Afirma que la única posible solución al problema del desempleo es la flexibilización laboral, la total libertad en el mercado de trabajo, sin presiones sindicales ni normativas legales o intervenciones estatales.

Anuncia que el control de la inflación es su finalidad primordial, demostrando, de esta manera, que el dinero es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos del mercado.

Manifiesta un enorme odio a lo público, en cuanto es imprescindible aumentar al máximo y a cualquier costo la ganancia de los empresarios.

Expresa una extrema virulencia en todo lo relativo a gastos sociales.

Sobre estos supuestos el neoliberalismo se reclama paradigma social incues-tionable, en el cual las leyes definen fundamentalmente prohibiciones y están ligadas a la institución de propiedad privada como máxima expresión de la individualidad libre. Según esta racionalidad basta sólo con seguir las estrategias de liberalización total de la economía nacional en todas sus esferas y procesos y participar incondicionalmente en la globalización económica internacional para lograr la modernización económica y el avance tecnocientífico, garantes del bienestar de todos. Por otra parte, el credo neoliberal impone una reforma política para minimizar el estado y excluir su injerencia en el proceso económico, privatizando todos sus activos (que van a manos de los grandes monopolios) y contrayendo drásticamente el gasto social. Se trata en fin, de desmembrar el «Estado de Bienestar Social» para, supuestamente, restituir sus derechos a la sociedad civil, ampliar las libertades individuales y estimular la iniciativa privada.

Sin embargo, la experiencia de estos útlimos años demuestra fácilmente que existe un marcado desfase entre lo que anuncia y promete la teoría neoliberal y los resultados reales derivados de los ajustes macroeconómicos, inspirados en esta teoría:

La formulación del discurso neoliberal de globalización, crecimiento económico, cambio social y bienestar de las mayorías, deviene en la realidad en su contrario: recesión económica, atraso social y generalización de la pobreza, motivados por la acelerada concentración de la riqueza en el vértice de la pirámide social.

La oferta de profundización de la democracia deviene en la realidad en un Estado autoritario, represivo y violador de los derechos humanos, pues sólo mediante la represión y la violencia es posible lograr una paz social que convenga con el violento proceso de pauperización de las amplias mayorías.

El sujeto social que promueve el neoliberalismo, lejos de ser un sujeto libre y plenamente realizado es un sujeto fragmentado, enajenado a patrones socio-culturales irracionales y objeto y vehículo a la vez, de una violencia que caotiza totalmente la sociedad, convirtiéndola en un espacio hostil para la vida social vital y gratificante.

II.- Consecuencias para el sistema educativo
Bajo la racionalidad neoliberal, que acabamos de exponer, el sistema educativo es analizado en relación a tres ideas fundamentales: eficiencia, eficacia y calidad, que fueron originalmente acuñadas por la pedagogía estadunidense del eficientismo industrial que traslada al campo pedagógico y, en general al de las ciencias humanas, conceptos empresariales. De esta manera, se vincula lineal y mecánicamente el sistema educativo con el aparato productivo, subordinando el primero a los intereses del segundo. Se considera a la educación como producción de capital humano, como inversión personal y colectiva, la cual debe, por lo tanto, ser rentable en términos económicos.

Estos son los principios que rigen los programas educativos para América Latina de organismos internacionales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Según este razonamiento, invertir mejor no significa invertir más, sino desarrollar aquellas áreas educativas que demanda el mercado y considerar la educación como una empresa que debe mostrar su eficiencia, eficacia, rentabilidad y calidad.

Es bajo esta filosofía que nuestro «Ministro de educación» califica a la educación impartida por las universidades venezolanas como cara y de flacos resultados, de elevado costo personal y social, sin beneficios económicos porque no se adapta al mercado ni a la producción. Dicho de otra manera, anacrónica porque no atiende a la opinión e intereses de los empresarios.

El Ministro ha manejado muy bien, durante el reciente paro, los factores y elementos del sistema educativo venezolano que favorecen a este programa. El Ejecutivo Nacional, a través del cerco presupuestario impuesto desde hace varios años a las universidades públicas, ha incrementado la crisis universitaria y promovido el deterioro de la calidad pedagógica y humana del docente. El Ministro ahora le imputa a la Universidad los males y problemas que el mismo Estado ha provocado en ella.

Muchos profesores universitarios al vivir diariamente la frustración y la fatiga impuesta por limitaciones presupuestarias institucionales y personales, terminan por asimilar el fracaso del sistema como propio y el sentimiento de culpa los lleva a asimilar el discurso de los adversarios. Bajo la consigna de la transformación necesaria, se abre la brecha a las ideas individualistas y mercantiles del neoliberalismo.

Dentro de este panorama debemos entender y analizar el conflicto universitario y la imposición del Nuevo Trato por parte del Ministerio de Educación. Las universidades no deben lógicamente cerrarse al cambio, pero estar bien alerta y conscientes de cuáles son los principios y la dirección de cualquier tipo de transformación que se quiera emprender.

Es importante aclarar que la educación no puede ciertamente divorciarse del trabajo, pero el trabajo no es productivo únicamente en términos mercantiles. El trabajo vincula al hombre consigo mismo, con los demás y con su medio, en este sentido es realización humana. Por esta razón, la relación educación – trabajo no debe limitarse al éxito en el mercado laboral ni transformar a los trabajadores en apéndices de las máquinas.

Una educación de calidad bajo una visión muy diferente y opuesta a la neoliberal, debe formar profesionales críticos, capaces no sólo de asimilar tecnologías sino de crearlas y de asumir posiciones transformadores en todos los aspectos. Lo que debe buscar la Universidad es la formación de hombres creadores, conscientes del mundo en que viven, de la historia, de la realidad y de sus procesos sociales.

IMPLICACIONES EN LA POLITICA EDUCATIVA
En el marco descrito hasta ahora, el neoliberalismo impulsa el desarrollo de algunos conceptos en materia educativa de base extrictamente mercantil que es necesario examinar:

  1. Sustitución de la definición de la educación como derecho por la educación como mercancía.
  2. La educación como una inversión, valga decir, como una empresa necesariamente rentable.
  3. La definición del hombre como medio y no como un fin al quedar reducido a una vulgar y despersonalizada definición de «recurso humano».
  1. La educación: de derecho a mercancía
    Es necesario para el modelo neoliberal eliminar el derecho a la educación para hacerla comercializable, fuente de lucro y de dominación.Al reducir la educación a una simple mercancía se le deja como objeto de consumo: a ella tendrán acceso quienes dispongan de los recursos suficientes para comprarla en los términos en los cuales se ofrezca en el mercado.

La educación queda, de esta manera, despojada de cualquier sentido formativo, sustituido grotescamente por un sentido lucrativo. Se imparte una educación según un modelo tecnocrático: se trata de entrenar mano de obra hábil pero acrítica, por ello, se jerarquizan los campos tecnológicos en detrimento de lo humanístico, ético y social.

Una clara expresión de esta tendencia de mercantilizar la educación lo constituye el planteamiento relativo a la «imperiosa necesidad» de cobrar la matrícula estudiantil. Esta propuesta no es realmente de carácter financiero como se ha venido planteando. Cualquiera que conozca medianamente el problema presupuestario de las universidades sabe que el ingreso por concepto de matrícula es irrisorio y está lejos de tener un impacto significativo en materia presupuestaria. Lo que está realmente planteado es la conversión de la educación en mercancía: los que tienen bienes de fortuna adquirirán esta mercancía con dinero, los pobres, siempre y cuando la puedan adquirir, la pagarán con su rendimiento y buen comportamiento.

  • La educación como una inversión
    La apreciación de la educación como mercancía significa entenderla como una inversión. Se convierte en una vía para generar altos resultados económicos en el marco del esquema de transferencia y captación de la renta nacional, donde la oligarquía financiera y los grupos económicos son los principales beneficiarios del poder político.En el sistema educativo se ha impuesto el concepto economicista neoliberal de la «eficiencia» referida a la «relación entre factores de producción y productos finales». La educación es considerada como una empresa y desnaturalizada de su finalidad: el pleno desarrollo del ser humano y de su sociedad en el sentido más integral.
  • El hombre como medio y no como fin
    Una de las principales deformaciones introducidas por la concepción neoliberal de la educación es la de ver al hombre como un medio y no como un fin, desconociendo todo el ordenamiento jurídico internacional y nacional. Los organismos internacionales, controlados por el capital transnacional, al referirse al hombre hablan de «recurso humano». Esta noción es asimilable al concepto de «capital humano» de la racionalidad económica liberal que entiende al hombre como «medio» para fines netamente mercantiles. Así la educación, en cuanto mercancía y «medio de producción», es una especie de fábrica de «recursos humanos».El sentido formativo de la educación es sustituido por una moral pragmática, orientada por la ganancia y el máximo beneficio individual.

 

EL PAQUETE EDUCATIVO NEO-LIBERAL
La negación de la educación como un «derecho humano» es continuamente sustentada con distintos artificios difundidos a diario por personeros gubernaentales; uno de ellos es la pertinaz declaración de «falta de recursos», acompañada de medidas gubernamentales orientadas al estrangulamiento presupuestario de la educación pública en sus distintos niveles y modalidades, en tanto se procede al estímulo cada vez mayor de la educación privada.

La definición neoliberal de la educación como mercancía y con ello su negación como derecho humano, supone principios fundamentales que orientan el diseño de las políticas educativas del gobierno venezolano en consonancia con los dictados del Banco Mundial y del FMI. En nuestro concepto, estos principios son:

 

  1. La radical sustitución del principio de Estado Docente, contemplado en la Constitución Nacional, por un difuso y etéreo principio de Sociedad Docente, especie más bien de Sociedad Mercantil. Siguiendo los más puros preceptos neoliberales se pretende despojar al estado de su función educativa y de formación ciudadana, para dejar ésta abandonada al capricho de las actividades e intereses particulares, como cualquier otra mercancía en el mercado.
  2. La privatización con la cual se aspira suplantar el principio constitucional de la gratuidad de la enseñanza. Solapadamente se introducen, a través de los medios de comunicación, una serie de argumentos que justifican la necesidad de pagar la educación para que ésta sea de mejor calidad y para que con la ayuda de quienes poseen más recursos llegue a los sectores «menos afortunados».
  3. La elitización de la educación para reducir al máximo el proceso de democratización de la educación. Lo que se persigue con la erradicación del Estado Docente y con la instauración de la privatización de la educación es eliminar la intervención estatal de cualquier tipo en el proceso educativo, sujetarlo a criterios economicistas de «eficiencia y eficacia» y despojarlo de cualquier contenido social de mejora-miento de las condiciones de vida de la población en general.

CONCRECION DEL MODELO NEOLIBERAL EN LA UNIVERSIDAD VENEZOLANA
Se aprecia, sobre todo en los últimos años, un avance importante del modelo neoliberal, tanto como marco de referencia conceptual para plantearse la problemática universitaria y nacional, como en la aplicación de medidas concretas. En lo atinente al marco conceptual la creencia en los postulados neoliberales conlleva a priorizar ciertos problemas sobre otros realmente apremiantes desde el punto de vista nacional y universitario.

Es así como el financiamiento de la Educación Superior toma tal relevancia que elimina del centro de las preocupaciones de los universitarios asuntos tan vitales como el estrangulamiento de oportunidades de estudio de los estratos más desfavorecidos.

De igual manera la tendencia a privilegiar la evaluación institucional de carácter eficientista desplaza el eje central de la polémica: la redefinición del proyecto estratégico de las universidades con el fin de promover el interés nacional.

En lo relativo a la instrumentalización de medidas concretas, pueden destacarse, entre otras, las siguientes:

La reducción permanente del presupuesto universitario y demoras e incumplimientos reiterados de los acuerdos, manteniendo las universi-dades públicas en situación de quiebra, con la finalidad de generar una atmósfera propicia a la degradación de la calidad institucional que justifique la privatización.

La creación de fundaciones y otras empresas de servicios que liberan gastos y eliminan responsabilidades, debilitando las instituciones universitarias,

La figura de la «contratación»: puesta en práctica de una política de ingreso del personal académico la cual no aparece en la normativa legal vigente y que significa la inestabilidad laboral del personal académico o la imposibilidad de formación de los cuadros de relevo académico, promocionando
además una perversa política de clientelismo partidista.

Descalificación constante del concepto autonómico, en cuanto resulta inaceptable que la Universidad use
el fuero de la Autonomía para oponerse a las políticas gubernamentales desnacionalizadoras.

Presión por aprobar una nueva normativa legal que permita la vinculación de las universidades con los intereses de los grupos económicos y reduzca su papel en pro del beneficio público.

Intentos permanentes de desconocimiento del gremio universitario en una clara intención de modificar el marco de las relaciones laborales para llevarlas de la contratación colectiva a la contratación individual.

CONCLUSIONES
Frente a esta agresión teórico-práctica, frente a este proceso de desfiguración de la realidad nacional en todos los sectores, es fundamental el papel de la educación y sobre todo de las universidades como conciencia crítica y moral de la sociedad. Es deber de los universitarios cerrar filas en un movimiento nacional que signifique no sólo la defensa de la autonomía, sino de la dignidad humana y académica, de la solidaridad y de una democracia real que se fundamente en la defensa de los derechos socio-económicos de todos los venezolanos.

La Autonomía en Venezuela expresa un modelo de universidad definida y asumida como laica, igualitaria, científica, crítica, antidogmática, creadora y defensora de los valores humanos. La universidad autónoma no sólo elabora y transmite conocimiento sino que funge de escuela de democracia real.

La lucha de los universitarios, de los «intelectuales» dentro de la realidad que hemos descrito no puede ser una lucha estéril de académicos encerrados en una torre de marfil, sino la lucha de seres humanos conscientes, que viven y se desarrollan en una determinada sociedad y a ella dirigen sus esfuerzos y conocimientos para mejorar-la en aras del bien común.

La Universidad dentro de este panorama debe ser órgano de cohesión de los sectores progresistas, punto de referencia fundamental en el acontecer nacional como verdadera instancia de oposición crítico-constructiva para la transformación del país en procura del bien de todos los venezolanos.

Fuente:http://www.actaodontologica.com/ediciones/1997/3/neoliberalismo_educacion.asp

Imagemen: http://revistaideele.com/ideele/sites/default/files/styles/500px/public/educacic3b3nfc3a1brica.jpg?itok=AyBstzQW

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