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Las dificultades para construir un plan de convivencia

Por: Pedro Uruñuela

Para muchos centros y para muchos profesores y profesoras, la convivencia no es una necesidad ni tampoco una prioridad, y consideran que es algo ajeno a su trabajo, aunque cueste creerlo.

Tras reflexionar sobre el lugar que ocupa la convivencia en el centro educativo, objeto del anterior artículo, resulta oportuno pensar y analizar cómo podemos plantear que la convivencia sea uno de los temas centrales que debe desarrollar el centro y de qué forma puede hacerlo.

Una primera aproximación la sugiere la actual normativa, que señala que todos los centros educativos deben desarrollar y poner en práctica un plan de convivencia. De inmediato surgen algunas preguntas: ¿Cómo se están elaborando y desarrollando dichos planes? ¿Cuál es el nivel de compromiso que existe entre estos planes y el profesorado, y con los otros miembros de la comunidad educativa? ¿Cómo se pueden valorar estos planes y qué se puede hacer para su mejora y mayor incidencia en la vida del centro?

Resulta difícil, desde un juicio general, tener en cuenta la notable diversidad existente en el mundo educativo sobre los planes de convivencia. Hay centros muy implicados, especialmente en los niveles de infantil y primaria, para los que el trabajo de unas buenas relaciones y el desarrollo de la convivencia en positivo es una prioridad que orienta todo el trabajo que se lleva a cabo. A la vez, puede afirmarse que hay otros muchos centros en los que la preocupación por la convivencia no es primordial, reduciendo su trabajo a la pura disciplina y a la atención de los conflictos que tienen lugar en las aulas. Estos centros tienen un plan de convivencia, tal y como lo ordena la normativa vigente, pero se trata de un plan desconocido por gran parte del profesorado, que no ha sido actualizado ni revisado en los últimos años y que, en muchas ocasiones, duerme en el despacho de la dirección, sin apenas incidencia en la vida del centro.

Repasando el proceso de elaboración de los planes de convivencia, es preciso recordar cómo fue un proceso que se desarrolló “de arriba abajo”, desde la LOE, la ley educativa impulsada por el Ministerio en el año 2006. En ella se establecía que todos los centros debían elaborar su propio plan de convivencia, en el marco del proyecto educativo, indicando los objetivos y las acciones para su consecución. Si bien hubo un esfuerzo por parte del Ministerio para fomentar e impulsar el trabajo de la convivencia (formación, congresos, concurso de buenas prácticas, etc.), todo esto resultó insuficiente y apenas llegó a los centros educativos.

Cuando una propuesta o una reforma viene de arriba abajo, corre el riesgo de ser recibida como una obligación más que llega al profesorado, sin que esta sea sentida como respuesta a una necesidad vivida por todas las personas implicadas en el trabajo del día a día de los centros. El riesgo de burocratización de esta orden venida desde fuera es evidente: desde la administración se exige un trabajo, se le pone una fecha determinada para su finalización y, para poder cumplir con dicho plazo, se recurre a documentos ya elaborados en otros centros o por las editoriales; se copian estos documentos, sin ningún tipo de adaptación ni adecuación a las características del propio centro y, de esta forma, se ha cumplido con el mandato normativo, pudiendo justificar la existencia del plan de convivencia con independencia de su eficacia y de su utilidad.

Y es que, aunque nos cueste reconocerlo, para muchos centros y para muchos profesores y profesoras, la convivencia no es una necesidad ni tampoco una prioridad, y consideran que es algo ajeno a su trabajo. Hablando con una compañera que ha vuelto a dar clase, me manifestaba su sorpresa al constatar el escaso interés que había visto en sus compañeros/as de claustro cuando planteaba o hablaba de estos temas. El primer objetivo debe situarse en concienciar al profesorado de la necesidad de trabajar la convivencia.

Considero que el plan de convivencia es algo muy necesario. Por los distintos niveles y centros educativos pasan todos los niños y niñas y permanecen a lo largo de trece años, como mínimo; en muchos casos, hasta quince. Sería una irresponsabilidad grande por nuestra parte no aprovechar esta oportunidad para trabajar uno de los aprendizajes necesarios y fundamentales de nuestro alumnado, aprender a convivir y relacionarse con quienes son diferentes desde el respeto a su dignidad, la aceptación de las diferencias y el rechazo a cualquier tipo de violencia en dicha relación.

Esto es algo que no puede dejarse a la improvisación y, mucho menos, a la mejor o peor voluntad e interés del profesor o profesora que le ha tocado ese curso. En demasiadas ocasiones la respuesta es ‘reactiva’, reaccionando ante las conductas problemáticas, aplicando lo previsto en el Reglamento del centro y fiándonos de nuestra supuesta experiencia acumulada. La participación del alumnado y de las familias no existe, desaprovechando sus posibles aportaciones para el plan de convivencia. La convivencia se va construyendo sobre la marcha, sin habernos planteado de manera intencional unos objetivos concretos, en función de la edad y grado de desarrollo de nuestro alumnado.

Y es que muchas veces, especialmente según se va avanzando en el nivel educativo, se va postergando el trabajo de la convivencia en favor de los saberes puramente académicos, reivindicando incluso nuestro carácter de “profesores de una determinada materia”. Olvidamos, de esta forma, que es imposible enseñar sin transmitir a través de nuestra acción un determinado modelo de convivencia: cómo entendemos la relación con nuestro alumnado y las familias, la idea de lo que es la autoridad y el poder, etc. Nuestros alumnos y alumnas aprenden de nuestro comportamiento, mucho más que de nuestros discursos o proclamas, quedándose con nuestra manera de actuar y de vivir en la práctica la relación y convivencia.

Rosa Marchena nos señala que “las tareas de aprendizaje realizadas en clase son organizadores de conducta y marcos de socialización y convivencia”. Sólo desde el reconocimiento y aceptación de esta realidad será posible superar el dualismo y enfrentamiento entre la tarea de enseñanza, de trabajo de diversos aprendizajes académicos, y la tarea educativa de trabajo de la convivencia. No están opuestas, son complementarias y lo preocupante es que dejemos este trabajo de la convivencia a la improvisación y a la buena voluntad.

La enseñanza de la convivencia positiva exige una planificación similar, y a la vez diferente, a la que hacemos en el resto de materias y asignaturas. El plan de convivencia es la forma de concretarla y, para garantizar su eficacia, debemos insistir sobre todo en su necesidad y urgencia. Hay muchas formas de trabajar la convivencia en función de las necesidades detectadas, pero todas ellas parten del convencimiento de su importancia y del trabajo entusiasta por su desarrollo.

Para iniciar esta tarea de concienciación puede ser importante comenzar por la constitución de un pequeño grupo, formado por los profesores y profesoras que muestran mayor sensibilidad y que hablan y buscan con quién poder iniciar el trabajo. Por experiencia en el proyecto Turkana, de Fuenlabrada, es una forma de inicio que funciona. En segundo lugar, es necesario ir buscando su acomodo en el horario y las actividades del centro. El voluntarismo termina agotándose y, lejos de la actividad habitual del centro, estos proyectos terminan diluyéndose, sin llegar a cuajar.

El paso siguiente debe ser incorporar a nuevos compañeros y compañeras a este proyecto. También, por experiencia, no suele ser eficaz el discurso sobre la bondad de la convivencia; por el contrario, se incorporan cuando ven que les es útil, que da respuesta a sus necesidades y situaciones problemáticas, que contribuye a su bienestar personal y profesional

Motivado el grupo, convencidos/as de la importancia de la convivencia, es posible empezar a concretar el plan, ir dando pequeños pasos y alcanzando los objetivos marcados. Todo ello para llegar, como señala el Manifiesto por una educación democrática en valores, recientemente publicado en este Diario, a “la escuela democrática que se construye impulsando el cuidado, la convivencia y la cooperación entre todos los miembros de la comunidad educativa”. Pero de esto hablaremos otro día.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/10/23/las-dificultades-para-construir-un-plan-de-convivencia/

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El cuidado de la convivencia en el centro

Es imposible enseñar sin transmitir a la vez un modelo de relación y de convivencia. Hagámoslo de manera intencional y consciente.

Acabamos de iniciar el curso y ya estamos inmersos en las tareas de planificación y organización de la actividad docente. Se trata de una buena ocasión para que nos preguntemos, también, cuál es el lugar que ocupa el trabajo de la convivencia en nuestro centro educativo, el peso específico que tiene en el conjunto de las actividades lectivas y el tiempo que dedicamos a fomentar el cuidado entre las distintas personas que vivimos en el centro.

Sobre este tema hemos reflexionado en uno de los talleres desarrollados en la Escuela de Verano del MRP “Escuela Abierta, de Getafe (Madrid). Para ello, hemos utilizado diversos instrumentos y herramientas, pero quizá la que más ha interesado a las personas participantes en el taller ha sido una rúbrica, elaborada para evaluar la situación de la convivencia en el centro.

Como sabemos, la rúbrica es una matriz que, en sus columnas, señala los elementos que van a ser evaluados, mientras que, en las filas correspondientes, se muestran los distintos grados de desarrollo y realización de dichos elementos en función de los criterios de evaluación establecidos. En concreto, los elementos de evaluación de nuestra propuesta se agrupan en cuatro grandes apartados, abarcando cada uno de ellos cuatro items concretos. Éste es el resumen visual de la propuesta:

En primer lugar, nos planteamos cuál es la situación general del trabajo de la convivencia en nuestro centro. Analizamos si todo el profesorado tiene una definición compartida de lo que es convivencia, fruto de un proceso de reflexión y discusión colectivos o, por el contrario, cada uno tiene su propia definición, poniendo el acento en aspectos parciales como la disciplina, las sanciones u otros elementos.

Analizamos, a continuación, la presencia que el trabajo de la convivencia tiene en los documentos institucionales del centro y, en concreto, su presencia en el Proyecto Educativo, la Programación General Anual y el Plan de Acción Tutorial. Muchas veces no hay ninguna mención a la convivencia en estos documentos, otras veces coexiste un Plan de Convivencia junto con el resto de documentos institucionales y, en ocasiones, hay presencia y coherencia en todos los documentos de las líneas de trabajo sobre la convivencia.

A continuación, analizamos el enfoque básico del trabajo de la convivencia que hay en el centro, viendo si predomina un enfoque sancionador y reactivo, que sólo actúa cuando han aparecido determinados problemas o, por el contrario, se sigue un enfoque proactivo, buscando desarrollar las competencias necesarias para poder convivir, trabajando básicamente en la prevención de la quiebra de la convivencia para conseguir que esta no tenga lugar. Por último, para completar el análisis de la situación, nos fijamos en la presencia del cuidado de la convivencia en la vida diaria del centro, analizando, por ejemplo, si hay carteles que recuerden los temas de convivencia, si se habla de ella en las reuniones con padres y madres, si hay folletos u otros materiales, etc. En definitiva, si nos llama la atención la preocupación por la convivencia desde que entramos en el centro o no.

El segundo gran apartado nos muestra cómo el centro educativo analiza, observa y hace seguimiento de las situaciones de violencia que pueden darse. Así, se estudia qué procedimientos ha puesto en marcha el centro para saber la incidencia del maltrato entre iguales, sea este presencial o a través de medios digitales: cómo se recoge la información, si se utilizan periódicamente sociogramas, etc. Lo mismo se analiza en relación con las conductas disruptivas del alumnado, tanto las contrarias a la dimensión del aprendizaje (pasividad, molestar en clase, absentismo), como las propias de la convivencia (falta de respeto, conflicto de poder, violencia puntual).

La posible violencia de género es también objeto de análisis, tanto en su vertiente de conductas visibles como en su expresión de consolidación de prejuicios y estereotipos sexistas entre los y las adolescentes. Por último, se analiza cómo se observan y se siguen otros tipos de violencia: la del profesorado entre sí, del profesorado con su alumnado, con las familias y, especialmente, la violencia estructural presente en el centro.

El tercer gran apartado evalúa los programas y acciones que se llevan a cabo en el centro y, de manera especial, aquellos fundamentales para el trabajo de la convivencia. Así, se analiza el lugar que ocupa la formación y trabajo con el alumnado de la gestión de los conflictos, la forma de analizarlos, las actitudes habituales ante los mismos y los procedimientos de gestión, tanto individuales como colectivos. Es importante conocer también qué protagonismo tiene el alumnado y cómo éste se concreta en programas determinados como la mediación o las actuaciones de ayuda, en sus diversas manifestaciones.

Cómo se trabajan las normas y qué sanciones son las más frecuentes son el tercer elemento de análisis en este apartado, viendo qué enfoque subyace a estas normas y sanciones: un enfoque punitivo-sancionador o un enfoque restaurativo y reeducador. Por último, cómo se trabajan las competencias para convivir y, en concreto, el desarrollo de los tipos de pensamiento, la educación emocional, la adquisición de las habilidades sociales y la adquisición de los valores morales fundamento de la convivencia.

El cuarto apartado se centra en los elementos organizativos, estudiando qué estructuras de apoyo se han puesto en marcha para trabajar la convivencia, así como los tiempos y horarios que se dedican a ella, viendo si están incorporados o no a la actividad normal. Analizar también cómo está el plan de convivencia, su actualización, su carácter vivo o burocrático, etc. son el tercer elemento de este apartado. Por último, y muy importante, saber cómo ha planificado el centro la formación del profesorado para el trabajo de la convivencia, si es una inquietud individual y privada o, por el contrario, el centro como tal está en ello.

El resultado de este análisis puede visualizarse en un gráfico, captando directamente qué cosas están bien planteadas y trabajadas y cuáles, por el contrario, exigen una atención específica para su desarrollo.

Son varios los planteamientos que podemos encontrar en los centros sobre el papel que ocupa el trabajo de la convivencia: unas veces, no se trabaja por falta de tiempo, ya que el currículo es muy extenso y no hay tiempo para ello. Otras, se trabaja como algo instrumental, como condición necesaria para el trabajo fundamental que es dar clase. A veces se considera trabajo propio de otras instancias, especialmente de Orientación. Pocos son los centros que la consideran tan importante como cualquier otro aspecto fundamental del currículo, dedicándole el tiempo y esfuerzo que necesita y merece.

Esperamos, y deseamos, que en este inicio de curso los centros se pregunten por el lugar de la convivencia y se planteen acciones para su cuidado. Y es que, querámoslo o no, es imposible enseñar sin transmitir a la vez un modelo de relación y convivencia. Hagámoslo de manera intencional y consciente.

Pedro Mª Uruñuela Nájera. Asociación CONVIVES

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/10/11/el-cuidado-de-la-convivencia-en-el-centro/

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El tema de la inmigración en la escuela

El tema de las personas migrantes debe estar necesariamente presente en nuestra labor educativa en este curso que comienza. Son muchas las formas posibles de abordarlo, pero lo importante es que no se quede en el olvido

Pedro Mª Uruñuela Nájera. Asociación CONVIVES

La llegada de personas migrantes a nuestro país y a Europa ha sido noticia destacada a lo largo de todo el verano. Desde la llegada al puerto de Valencia del barco Aquarius y la acogida a todos los migrantes durante un tiempo determinado hasta el cierre de los puertos de determinados países, como Italia y Malta. Todo ello sin olvidar a los migrantes que han perecido ahogados en el Mediterráneo, más de 700, y las largas esperas que han padecido hasta verse acogidos por algún país, aunque fuera de manera provisional. Todo ello recordando también lo ocurrido en Ceuta y Melilla, con los sucesivos saltos de la valla y las devoluciones en caliente.

Sin embargo, lo más preocupante de todo lo sucedido ha sido la reacción de determinadas personas e instituciones que, lejos de buscar una alternativa digna y respetuosa con los derechos de estas personas, han contribuido a fomentar actitudes de cierre y rechazo de estas personas y de reclamación de medidas drásticas que impidan su acogida en nuestro país o en otro país europeo.

¿Qué pensar de todo lo sucedido en estos meses veraniegos desde el punto de vista de la educación de valores y el desarrollo de la convivencia positiva? ¿Desde qué valores y actitudes debemos tratar este tema con nuestros alumnos y alumnas, en este nuevo curso que va a empezar? ¿Debe considerarse un tema importante e inevitable en la educación de nuestro alumnado? Para responder adecuadamente a estas preguntas, es necesario partir de un análisis previo de lo sucedido, identificando los aspectos más significativos de estos hechos.

Se trata de un fenómeno complejo, en el que se entremezclan situaciones muy diferentes, desde las personas que llegan huyendo de la guerra en su país y que vienen demandando asilo, hasta los inmigrantes llamados “económicos”, que vienen buscando trabajo y una mejora en sus condiciones de vida, pasando por otras situaciones como las de los menores que viajan solos o las de las mujeres embarazadas. Sin embargo, todo se mezcla, nada se distingue, y una sola actitud se pone de manifiesto ante estos casos tan variados: el rechazo, el NO, la devolución a sus país, etc.

Todos los datos apuntan a que el número de personas migrantes está disminuyendo y que, de hecho, estamos ante una caída del número de llegadas a nuestro país, enmascarado, tal vez, por la concentración en determinadas fechas y lugares de la llegada de personas, debido al buen tiempo y al buen estado de la mar. Pero la información que prevalece y la que se transmite a la población es la contraria: hay una “invasión”, cantidad de personas están esperando para pasar, hay un “efecto llamada”, y otras cosas por el estilo.

A la vez, junto con esta desinformación intencional, llama también la atención el manejo y manipulación de las emociones bajo la apariencia de un razonamiento que pretende hacer pensar. Se proporcionan argumentos que no están basados en ideas o razones, sino que están dirigidos a la emoción, a despertar determinados sentimientos bajo la apariencia de un razonamiento impecable. Basta con ver en la prensa y la televisión los comentarios acerca de la amenaza yihadista, el ‘grave daño’ que causan a la economía los manteros o el uso abusivo que, supuestamente por parte de las personas migrantes, hacen de los servicios educativos, sanitarios, sociales o de vivienda. Todo ello para llegar a una conclusión muy escuchada en estos meses y dicha de muchas formas distintas: “Los españoles, primero”.

Tocar las emociones, apelar a los sentimientos resulta tan peligroso como eficaz. El miedo a quien es diferente, y a quienes presentamos como un peligro para nuestra vida diaria, para nuestro grado de bienestar o para nuestras ideas básicas de lo que debe ser la sociedad, es un sentimiento que penetra muy a fondo en las personas, y que les lleva a cerrarse a otro tipo de argumentos. La consecuencia natural es el rechazo de cualquier tipo de acogida de estas personas y de su integración, el pedir medidas drásticas contra ellas porque son una amenaza para nuestra sociedad y nuestro bienestar.

He podido comprobar estos meses, no sin cierto estupor, cómo personas abiertas de mente en muchos otros temas se venían abajo a la hora de hablar de las personas migrantes, resultando imposible razonar con ellas. Y, más que probablemente, la insensata campaña puesta en marcha por determinados políticos en busca de un voto perdido ha contribuido a la cerrazón ante estas situaciones. Es necesario recordar a estos políticos las consecuencias de su discurso y actitud, el fomento de actitudes que, en menor o mayor grado, llevan al odio y rechazo. Y exigirles lo que se debe exigir como primera tarea a cualquier político: la construcción de la convivencia entre la ciudadanía, la búsqueda del acuerdo y el fomento del respeto hacia las personas que son diferentes de nosotros y de nuestra sociedad.

Y es que este es otro elemento importante que llama la atención en el tema de las personas migrantes, el olvido de que son personas y que, como tales, tienen unos derechos que en ningún momento se pueden dejar de respetar. Se nos olvida que son personas cuando nos limitamos a ver o dar fríamente la cifra de quienes han perecido en el mar, cuando no tenemos en cuenta su historia personal y los padecimientos sufridos desde que salieron de su pueblo, cuando no queremos saber nada de las mafias que los controlan y manipulan, empujándoles muchas veces a una muerte segura. Y mucho más, cuando nos olvidamos que el derecho al asilo es uno de los derechos humanos que todos debemos respetar, buscando y encontrando las disculpas que sean necesarias para negárselo.

Lo primero que hay que poner de manifiesto es la falta de objetividad y el manejo de la información con fines de amedrentar y crear un clima de preocupación y de miedo ante lo que se nos viene encima. Para ello, se manipulan los datos, se selecciona lo que les interesa… y ya está. Pero, cuando trabajamos las competencias para la convivencia positiva, una de las cosas que desarrollamos es el aprender a pensar y, para ello, el primer paso es aprender a recoger la información de manera exhaustiva y real, sin manipulaciones ni juicios de valor, nos guste o no. Es la base desde la que se podrán desarrollar otros tipos de pensamiento (alternativo, consecuencial, de empatía, etc.), y es una de las capacidades de las que suelen carecer nuestros alumnos y alumnas, que no han sido formados en el desarrollo de este tipo de pensamiento diagnóstico, de ver qué es lo que sucede.

Por eso resulta imprescindible analizar con nuestro alumnado lo que está pasando, ver qué es verdad y qué no, ver las evidencias en las que se apoyan muchas de estas afirmaciones, distinguiendo los datos de lo que es una opinión o una valoración de la persona que nos lo cuenta. Sólo desde este punto de partida es posible la convivencia, dejando de lado la falsedad y la manipulación.

Adela Cortina ha señalado, con gran acierto, la distinción que hacemos normalmente de las personas migrantes en función de su situación económica. No nos preocupa ni rechazamos a quienes traen dinero y recursos, rechazamos a quienes no nos aportan nada y piden nuestra ayuda. Es la “aporofobia”, el odio-miedo-rechazo del pobre, que básicamente niega su dignidad y su condición de persona humana.

Esta última cuestión nos pone delante la necesaria educación en valores en nuestra tarea educativa, como la solidaridad, la aceptación del diferente, el respeto. Y nos plantea un reto importante a los educadores y educadoras, de cara a nuestro trabajo profesional. Un reto que contempla enseñar a nuestros alumnos y alumnas a pensar, a identificar y gestionar determinadas emociones muy negativas para la convivencia, y desarrollar los valores éticos de solidaridad, respeto y aceptación de todas las personas. Retos que debemos plantearnos e incorporar a nuestra práctica docente habitual.

El tema de las personas migrantes debe estar necesariamente presente en nuestra labor educativa en este curso que comienza. Son muchas las formas posibles de abordarlo, pero lo importante es que no se quede en el olvido, que ellas, las personas, no queden en el olvido.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/09/20/el-tema-de-la-inmigracion-en-la-escuela/

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Los ayuntamientos y el trabajo de la convivencia (2)

Por: Pedro Uruñuela

Señalaba en el artículo anterior la importancia de la labor municipal en el fomento del trabajo de la convivencia en la localidad. Son muchas las cosas que puede hacer un ayuntamiento, a través de la concejalía de Educación y a través, también, de otras concejalías. El apoyo que puede llevar a cabo se manifiesta de muchas formas, impulsando acciones puntuales, fomentando la formación de todas las personas, coordinando las acciones que se llevan a cabo para reforzar la sinergia entre ellas, etc.

Veíamos en el post anterior la experiencia del Ayuntamiento de Arganda del Rey, con la elaboración, presentación y puesta en marcha del Plan Estratégico Municipal para la Convivencia Escolar para los próximos tres años. Hoy me gustaría centrarme en el trabajo de la Concejalía de Educación del Ayuntamiento de Móstoles, recogiendo la celebración de final de curso en lo tocante a la convivencia, dentro del programa municipal “De educación también hablamos”.

En la jornada de cierre del trabajo llevado a cabo a lo largo del curso, cuatro colegios públicos presentaron sus experiencias, que habían sido financiadas y apoyadas por la propia concejalía, con el acompañamiento también de su inspector, Francisco Galván. Pudimos conocer cómo habían elaborado su propio plan de convivencia para el centro, la aplicación de la mediación en infantil y primaria, la participación de las familias, etc. La concejalía de Educación anunció la publicación en la página web de estas experiencias, a partir del material usado por sus protagonistas en la presentación. Será muy interesante poder repasarlas y recordarlas.

El tema elegido para la jornada de clausura tenía por título “Su castigo, nuestro fracaso: prácticas restaurativas y convivencia”. Hubo oportunidad de reflexionar sobre el modelo retributivo presente en muchas sanciones, su forma de aplicación y sus consecuencias para el propio alumnado y para el centro, en general. La obsesión por el control del alumnado, la insistencia en la imposición de todo un catálogo de normas claras a la vez que severas, la aplicación de sanciones rigurosas a quienes incumplen dichas normas, el refuerzo de la autoridad del profesorado, etc. fueron las características más comentadas por parte de las personas que llenaban el salón de actos del Centro Cultural.
Se puso igualmente de manifiesto la insuficiencia de este planteamiento para dar respuesta adecuada a las situaciones de quiebra de la convivencia existentes. En el modelo retributivo-reactivo se aplica la norma existente, pero no se tienen en cuenta las emociones y necesidades del alumno o alumna, cómo lo está viviendo y cómo es necesario acompañarle en el proceso de identificación, comprensión y regulación de estas emociones. Igualmente, se insistía en cómo el castigo dice lo que no se debe hacer, pero no enseña la conducta que se debe practicar. De ahí su insuficiencia para conseguir un cambio de actitudes en el alumnado que lleve, a su vez, a la aparición de otras conductas diferentes.

En el marco de un modelo restaurativo, frente a la pregunta “quién es el culpable”, se plantea ante todo “cuál es el daño causado y cómo se puede reparar y solucionar”. A partir de ahí, se insistió en la necesidad de implicar a todo el grupo y a toda la comunidad en la búsqueda de alternativas, caracterizando las principales notas de este modelo. Así, se insistía en la asunción de responsabilidades, la necesidad de reparación del daño causado, y, a la vez, en la búsqueda de la reconciliación entre las personas, algo clave teniendo en cuenta la duración de la relación a lo largo de todo el curso y, probablemente, en cursos sucesivos.

Las características del modelo restaurativo centraron la exposición posterior en dos aspectos clave. El primero es la necesidad de construir y reforzar el grupo de alumnos y alumnas, de revisar el estilo de relación y acompañamiento que, como personas adultas, tenemos con el alumnado y la insistencia de trabajar CON los alumnos y alumnas, no PARA o CONTRA ellos. Es necesario dedicar tiempo a la construcción del grupo, principal recurso para la prevención de los conflictos, y para la construcción de una buena relación personal con los alumnos y alumnas. En un grupo cohesionado es más difícil que aparezcan conflictos, pero en el caso de darse, el modelo restaurativo trabaja la comprensión mutua, la asunción de responsabilidades y la elaboración conjunta de la respuesta. Sin esta base relacional, de poco valen las normas y las sanciones, que adquieren su principal sentido desde la relación, el afecto y los vínculos construidos dentro del grupo.

Interesante fue también la reflexión sobre las preguntas restaurativas y el análisis de las preguntas que solemos hacer al alumnado y a las propias familias. Lejos de insistir en los “por qué” o los “quién ha sido”, son mucho más interesantes las preguntas que buscan aclarar “qué ha pasado”, “a quién le afecta”, “cómo se sienten las personas afectadas”, “qué piensas ahora de lo ocurrido” y “qué podríamos hacer para mejorar la situación”. Por último, unas reflexiones sobre los círculos restaurativos y sus características, así como los cambios de actitud y planteamiento necesarios, tanto a nivel de profesorado como del propio centro, sirvieron para cerrar la reflexión, tras más de dos horas de tratamiento del tema.

Quizá lo más importante de esta experiencia fue el poder comprobar el entusiasmo y el deseo de continuar el próximo curso tanto con las acciones iniciadas y llevadas a cabo este curso como con las nuevas perspectivas mostradas en la jornada, buscando su concreción a través de grupos de trabajo dispuestos a llevar a la práctica diaria de los centros estos planteamientos restaurativos. Y todo ello con el apoyo del propio ayuntamiento.

Lo llevado a cabo por el Ayuntamiento de Arganda y por el de Móstoles pone en primer plano dos experiencias concretas, indicadoras del importante papel que pueden y deben representar los ayuntamientos en el trabajo de desarrollo e implantación de la convivencia positiva. Es necesario reivindicar su papel y crear cauces para que su acción se generalice.

Son varias las acciones que puede poner en marcha un municipio para el fomento de la convivencia. Sin ánimo de exhaustividad, puede impulsar el estudio y análisis de la situación de la convivencia en los centros educativos y en el propio municipio, en general. Puede, asimismo, poner en marcha acciones de formación dirigidas tanto a las familias como al alumnado, incluyendo aquí también las dirigidas al propio profesorado. Puede organizar actividades y encuentros para el fomento de la convivencia, impulsar también actividades de apertura al entorno a través de proyectos de aprendizaje-servicio facilitados por el propio ayuntamiento… Y, sobre todo, puede y debe coordinar y hacer sinergia con todas las actividades que se llevan a cabo, respetando el papel protagonista de los centros.

Suele decirse que, en educación, es la hora de los municipios, y que es necesario reforzar su papel y función en ella. Los temas relacionados con la convivencia son un buen ejemplo de ello. Animemos y potenciemos su papel, pues los resultados, sin ninguna duda, van a merecer la pena.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/06/26/los-ayuntamientos-y-el-trabajo-de-la-convivencia-2/

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Los ayuntamientos y el trabajo de la convivencia (1)

Por: Pedro Uruñuela 

El de la convivencia es un tema que nos ha de ocupar a todas y todos. Por eso son muchos los ayuntamientos que están realizando una labor importante de coordinación del territorio frente a este problema.

Desde hace años son muchos los ayuntamientos que se implican en el fomento de la convivencia en su ámbito municipal, potenciando, intensificando y coordinando actuaciones a favor de la misma. Resultaría muy difícil mencionar todas estas iniciativas puestas en marcha y sería injusto no mencionar a muchos municipios muy implicados en este trabajo.

El compromiso de los ayuntamientos es una garantía de éxito de los programas de convivencia. No se trata de poner en marcha una acción puntual y aislada. Se trata más bien de actuar a nivel general, de manera sinérgica, potenciando las acciones propuestas en cada centro, ayudando a su puesta en marcha y poniendo de manifiesto que, realmente, el trabajo de la convivencia es una tarea común, que nos afecta e interpela a todos y a todas.

En este último mes he tenido el honor de participar en dos iniciativas de fomento de la convivencia, a partir de las peticiones que nos llegaron a la asociación CONVIVES. Se trata de las iniciativas de dos municipios de la Comunidad de Madrid: el Ayuntamiento de Arganda del Rey y el de Móstoles.

Desde la concejalía de Educación del municipio de Arganda del Rey se ha presentado el Plan Estratégico Municipal de Convivencia Escolar 2017-2020, fruto de la discusión y participación de los distintos centros educativos de la localidad a lo largo de este curso. Como señala el propio ayuntamiento, educar para la convivencia supone fomentar la cultura de paz a través de la promoción de valores y hábitos de convivencia democrática, con especial énfasis en la participación, el diálogo y la corresponsabilidad de todos los miembros de la comunidad educativa. Todo esto implica el fomento y desarrollo de valores como el respeto a los demás, la tolerancia, la empatía, el desarrollo de actitudes cívicas y la honestidad, entre otros.

Dos son las principales preocupaciones que han llevado a la concejalía de Educación a poner en marcha esta actuación: la problemática en torno al acoso y maltrato entre iguales y, sobre todo, la necesidad de garantizar la convivencia pacífica entre el alumnado, fuera y dentro de los centros educativos. De esta forma, el trabajo de la convivencia supera una de las limitaciones más importantes en las que se suele caer, reducir e identificar el trabajo de la convivencia con la erradicación del acoso entre iguales. Por el contrario, entendiendo que la eliminación de las situaciones de maltrato es un primer paso importante y necesario, el Plan Estratégico Municipal se plantea objetivos y actuaciones ambiciosas, para llevarlas a cabo a lo largo de los tres próximos años, hasta el 2020.

Cuatro son los objetivos que se plantea el Plan. En concreto,

  • Coordinar las actuaciones de los centros educativos y otras que se están llevando a cabo en el municipio en materia de convivencia escolar.
  • Mejorar la concienciación y prevención en materia de acoso y convivencia escolar.
  • Asesorar y acompañar a las familias y centros educativos en la prevención e intervención en las dificultades de convivencia.
  • Mejorar la formación de todos los miembros de la comunidad educativa en temas de convivencia

El Plan Estratégico municipal concreta también cinco líneas de actuación prioritarias, describiendo en cada una de ellas la caracterización de dicha medida, los objetivos que persigue, y las acciones concretas que se van a impulsar desde dicha medida. Así, se quiere poner en marcha la creación del Observatorio Municipal de la convivencia escolar, que recogerá toda la información relacionada con la convivencia en el municipio, haciendo visibles todas las iniciativas llevadas a cabo por los centros educativos. Esto llevará a propuestas concretas de actuación formuladas a partir de la detección de las necesidades y a la evaluación permanente del trabajo de la convivencia en el municipio. El registro de las acciones puestas en marcha, la elaboración de un protocolo para la recogida de información o la realización de informes periódicos sobre el estado de la convivencia son alguna de las actuaciones recogidas en esta medida.

La segunda línea de acción va a suponer la creación de un Departamento de Asesoramiento en el Ayuntamiento, que dé apoyo y soporte a los centros educativos y las familias. Se trata de apoyarles en la búsqueda de las respuestas más adecuadas a las necesidades detectadas en cuanto a la convivencia, creando un espacio donde poder tratar todas estas situaciones. Para ello, se creará y determinará el funcionamiento de este Departamento, estableciendo su protocolo de actuación y dándole la visibilidad que necesita ante los centros y las familias.

La tercera línea de acción busca la puesta en marcha de actividades formativas, presenciales o a distancia, en el municipio y los centros escolares. Se busca el impulso de acciones formativas que vinculen el conocimiento teórico con la práctica, dando recursos específicos para atender a grupos especialmente vulnerables.

La cuarta línea de acción va a consistir en la puesta en marcha de un concurso de “buenas prácticas” en materia de convivencia escolar y mejora del clima educativo. Se busca, así, sacar a la luz las distintas actuaciones llevadas a cabo por los centros escolares y motivar a su profesorado para la realización de un buen trabajo en convivencia.

Por último, como quinta línea de acción se propone la puesta en marcha de un soporte web que facilite el acceso a la información de las distintas actividades, para fomentar así la concienciación sobre estos temas y para facilitar los recursos y experiencias útiles para el trabajo de la convivencia.

El Plan ha establecido ya su temporalización y, en su presentación aporta también referencias sobre múltiples recursos, desde bibliografía a recursos digitales, mencionando experiencias de interés que pueden ser adaptadas y replicadas fácilmente por los centros. Pueden consultarse aquí.

Este primer curso las actuaciones se han centrado, de manera preferente, en la prevención del maltrato y acoso entre iguales, llevando a cabo una campaña de concienciación en toda la comunidad educativa sobre sus consecuencias y repercusiones en aquellos que lo padecen. Con la colaboración de la Escuela Municipal de Cine, han desarrollado seis videos sobre el acoso, material muy importante para su visión y discusión en los distintos centros docentes.

Sin embargo, no se han quedado en las acciones de prevención del acoso y maltrato. Considerando que estas situaciones de maltrato son síntoma de algo más importante, la falta de desarrollo de la convivencia, tienen planificada otras actuaciones para los sucesivos cursos, buscando poner en marcha otro tipo de acciones con el alumnado (refuerzo de sistemas de mediación, alumnado ayudante, etc.). Se da así cabida a un enfoque global y positivo de la convivencia, sin limitarse a situaciones concretas de quiebra de la convivencia y superando los enfoques puramente reactivos.

Deseamos a la concejalía de Educación y al Ayuntamiento de Arganda todo el éxito posible en el desarrollo de este Plan. Es un buen ejemplo del compromiso por la convivencia que puede plantearse cualquier municipio, y de la concreción de diversas actuaciones que pueden llevarse a cabo en este campo. Son muchos los municipios comprometidos en este trabajo, como veremos en el próximo artículo al analizar otra experiencia diferente, pero de gran interés también, la llevada a cabo por el Ayuntamiento de Móstoles.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/06/12/los-ayuntamientos-y-el-trabajo-de-la-convivencia-1/

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Aprender a transformar y gestionar los conflictos

Por: Pedro Uruñuela

Usemos nuestro pensamiento para llegar a acuerdos, no para reforzar el enfrentamiento.

En el último artículo publicado en este blog terminábamos preguntándonos por las competencias, habilidades y valores que hacen posible una convivencia positiva, así como por la forma de potenciar aquellas actitudes que la hacen posible. Sin duda, una de las competencias fundamentales y una actitud básica es la referente a la gestión pacífica de los conflictos.

Los conflictos son una realidad ineludible que todos nuestros alumnos y alumnas se van a encontrar numerosas veces a lo largo de su vida. Hoy los viven en sus familias, en su clase, en las relaciones con sus amigos y amigas, con sus profesores/as … Y en la sociedad nos encontramos conflictos importantes en el propio barrio o localidad, lo mismo que sucede en todo el Estado. Particular importancia tiene, desde mi punto de vista, lo que está sucediendo en Cataluña y la forma en la que se está afrontando este conflicto. Más allá de quién pueda tener la razón, no es ésta la forma adecuada de abordar un conflicto.

Como educadores nos interesa primordialmente que nuestros alumnos y alumnas aprendan y hagan propia una forma de transformación de los conflictos, que sean capaces de ver y entender los puntos de vista de la otra parte, que desarrollen un espíritu crítico ante los hechos que les toca vivir. ¿Qué competencias, habilidades y valores son

necesarios para una buena gestión de los conflictos? ¿Qué actitudes favorecen la transformación pacífica de los conflictos y son claves para el desarrollo de una buena convivencia?

En primer lugar, es necesario que nuestro alumnado aprenda a analizar los conflictos, identificar sus principales elementos y comprender los aspectos ocultos a simple vista en los mismos. Siguiendo a J. P. Lederach, el conflicto tiene lugar entre personas, que manifiestan posiciones incompatibles que son expresión de intereses y necesidades no visibles a primera vista, que responden a la pregunta de por qué se mantienen esas posiciones. Las personas expresan emociones, muestra de cómo viven ese enfrentamiento, que condicionan el desarrollo y evolución del conflicto.

En el conflicto se pone de manifiesto el problema, la incompatibilidad, la diferencia que enfrenta a las personas. Es el núcleo, el meollo, la estructura del conflicto. Y, por último, el proceso, cómo se desarrolla el conflicto y cómo las partes tratan de resolverlo, cómo se toman las decisiones y cómo se sienten sus protagonistas. Que nuestros alumnos y alumnas aprendan a analizar correctamente los conflictos implica trabajar habitualmente el estudio de éstos, para conseguir que se incorporen y automaticen las estrategias de análisis de los mismos.

En segundo lugar, es necesario revisar y modificar nuestros planteamientos y actitudes ante los conflictos, aprendidos en la familia y reforzados en nuestras relaciones más habituales. Acostumbrados a actitudes de “yo gano-tú pierdes”, e incluso de “yo pierdo-tú pierdes”, hay que avanzar hacia planteamientos en los que las dos partes ganen, lo que sólo es posible si se tienen en cuenta sus necesidades y se busca la forma de armonizarlas y poderlas atender de manera suficiente.

Es posible, en tercer lugar, trabajar con los alumnos/as los pasos que son necesarios para dar respuesta adecuada a los conflictos, pasos que hemos recogido en el acrónimo RESOLVER: Recapacitar y prepararnos para el conflicto, Expresar cómo vemos el conflicto cada una de las partes, buscar soluciones alternativas, Valorar las alternativas propuestas, Experimentar dichas alternativas y, finalmente, Revisar cómo nos va con las soluciones dadas. En definitiva, aplicar a la gestión de conflictos los pasos del método científico.

Pero, además del entrenamiento individual, es necesario dotarse, en cuarto lugar, de mecanismos y sistemas colectivos para la gestión y transformación de los conflictos. Los sistemas de mediación y las prácticas restaurativas son un buen ejemplo de ello, y sirven para reforzar y poner en práctica todo lo señalado para una buena gestión de conflictos.

¿Suelen aplicarse estas pautas de actuación en la transformación de los conflictos diarios? Lamentablemente, no. Y lo mismo sucede respecto de otros conflictos importantes, como puede ser el que estamos viviendo en Cataluña en el último año. Tomando éste como referencia, me gustaría enumerar alguno de los planteamientos que más me han llamado la atención en este tema, que pueden ser también signo de lo que nos sucede habitualmente en otro tipo de conflictos. La enseñanza de la manera de gestionar los conflictos que tratamos de proponer a nuestros alumnos y alumnas puede ser también de aplicación a esta situación:

• Ha predominado un enfoque reactivo, de renuncia a iniciativas para gestionar el conflicto, para limitarse a “reaccionar” ante lo que pasaba, especialmente por parte del gobierno central. Desde este enfoque, se ha recurrido al uso de la violencia en sus diversas formas, olvidando lo que ya decía Bakunin, que “un problema resuelto a la fuerza sigue siendo un problema”.

• Se ha enfocado la relación y el enfrentamiento desde un planteamiento de “yo gano, tú pierdes”, y ello por ambas partes. Desde la toma de decisiones de forma unilateral, al margen de toda norma y reglamento, hasta la proclamación de la eliminación y descabezamiento de la otra parte. Es necesario otro planteamiento, muy claro, de “yo gano, tú ganas”, en la que ambas partes puedan reconocer sus legítimos intereses y necesidades, buscando el máximo acuerdo que sea posible a través del diálogo, y llegando como mínimo al “mini-ganar” por ambas partes, haciendo política democrática.

• Es necesario asumir y respetar la diferencia y buscar los elementos mínimos e imprescindibles para una convivencia pacífica. Es necesario reconocer la legitimidad de cada una de las partes respecto a sus posiciones y planteamientos y buscar la parte de verdad que pueda haber en ellos. Esto implica renunciar a los juicios de valor sobre la otra parte, a las descalificaciones y búsqueda de intenciones ocultas en el otro, y, sobre todo, renunciar a “echar leña al fuego”.

• Las emociones son otro punto clave para evitar o relajar la polarización. La situación política y social que vivimos está muy cargada de emociones que llevan a un cierto bloqueo racional. Además, se pone de manifiesto la tendencia a pensar no solo que nuestras ideas y creencias son mejores que las de los demás y por lo tanto las suyas están equivocadas, sino a despreciar al otro por no darse cuenta de ello.

• La falta de reflexión es otro de los elementos que alimentan la polarización. La podemos vivir en una discusión “en directo”, pero se evidencia de manera contundente en la inmediatez en escribir o responder a un tuit. En este sentido vale la pena darle la vuelta a un dicho popular “piensa mal y acertarás” y transformarlo en “piensa más y acertarás”.

En las relaciones personales y también en las sociales debemos insistir en la búsqueda del acuerdo por encima de la acentuación de las diferencias, el reconocimiento de la otra parte sobre el menosprecio o la marginación de esta, la renuncia a la fuerza y el recurso a la palabra y al diálogo sobre el abuso de poder o la violencia. Y es que es esto lo que más nos cuesta: aceptar que las personas y los grupos son muy diferentes, que sus posiciones y pensamientos son también legítimos y que sólo desde la pluralidad y el respeto a la diferencia es desde donde puede construirse la convivencia.
La violencia no nos lleva a nada. Más bien nos lleva a dificultar más las cosas. Usemos la palabra, usemos el diálogo y, así, no tendremos que darle una vez más la razón a nuestro gran poeta Antonio Machado cuando nos decía que “en España, de diez cabezas nueve embisten y una piensa”. Usemos nuestro pensamiento para llegar a acuerdos, no para reforzar el enfrentamiento.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/05/29/aprender-a-transformar-y-gestionar-los-conflictos/

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Convivencia positiva o disciplina

Por: Pedro Uruñuela

¿Qué conductas ejemplifican y son muestra de la convivencia positiva? ¿qué competencias, habilidades y valores hacen posible la convivencia? ¿cómo potenciar y reforzar estas conductas? La respuesta a estas preguntas cambiará nuestro enfoque y nos centrará en lo que realmente nos importa.

“Si nos preocupa la convivencia escolar y queremos mejorarla, así como ayudar a que existan los menos problemas posibles, y que los que haya se solucionen de forma pacífica y no violenta, ¿por qué focalizamos nuestra atención sobre todo en las conductas que dificultan la convivencia y en cómo sancionarlas, y apenas nos fijamos en las conductas que la favorecen y en cómo fomentarlas?”. Esta era la pregunta que se hacía el profesor Sebastián Sánchez en el primer número de nuestra revista digital CONVIVES. A mi juicio, plantea un diagnóstico muy acertado de lo que está sucediendo en los centros educativos, señalando uno de sus principales problemas en relación con el trabajo de la convivencia.

La situación que se puede vivir en los centros preocupa al profesorado. El incremento de conductas disruptivas, las dificultades para dar clase, sobre todo en determinados cursos de primaria y secundaria, las faltas de respeto y los enfrentamientos con y entre el alumnado, son situaciones que dificultan la tarea docente, causando una gran insatisfacción profesional e incidiendo en los resultados académicos del alumnado. Son las denominadas “conductas violentas de baja intensidad”. Hay acuerdo en la necesidad de evitarlas y hacer que disminuyan lo más posible en su frecuencia.

Muchos profesores y profesoras, alarmados por la incidencia y consecuencias de estas conductas, exigen que se tomen medidas contra ellas, reforzando la autoridad del profesorado y estableciendo normas más duras con sanciones inmediatas y eficaces contra estos comportamientos. De esta forma, se exige y quiere poner en vigor un modelo de respuesta que podemos caracterizar como “modelo reactivo”, ya que ‘reacciona’ ante las conductas del alumnado y propone actuaciones sobre ellas una vez que han tenido lugar. Su objetivo principal es impedir las conductas negativas estableciendo un control del alumnado a través de normas estrictas y sanciones inmediatas para la corrección de los incumplimientos.

En este modelo es muy importante que esté establecido un buen reglamento que concrete las normas que deben seguir todos los alumnos y alumnas, así como las sanciones que se deben aplicar en caso de incumplimiento. Es el planteamiento previsto en el artículo 124 de la LOMCE que, tras sólo enumerar y pasar rápidamente sobre la necesidad de un plan de convivencia, se centra y desarrolla ampliamente las características de las normas, los tipos de conducta contrarias a la convivencia, las sanciones que se deben imponer y el refuerzo del poder del profesorado para ello, disfrazado de refuerzo de la autoridad.

Desde este planteamiento de trabajo se busca, sobre todo, identificar y detectar a los alumnos y alumnas “conflictivos”, que no se adaptan a las normas establecidas, y poner en práctica esas medidas sancionadoras y ejemplarizantes, convencidos de que, de esa forma, cambiarán su forma de comportarse. Desde este modelo suele responsabilizarse a los padres y madres de las conductas de sus hijos en el centro, ya que es en casa donde debían haber aprendido la forma adecuada de comportarse. El centro lo que debe hacer es centrarse en los temas académicos que son de su competencia, olvidando la responsabilidad y oportunidad de entender la escuela en doble dimensión, como centro de aprendizaje y de convivencia.

También, en este planteamiento se suele olvidar al resto del alumnado “no conflictivo”, dando por hecho que, al comportarse como buenos alumnos y alumnas desde el punto de vista académico no tienen necesidad de trabajar la educación emocional y moral ni de adquirir las competencias necesarias para la convivencia, dando por hecho que son aspectos ya adquiridos y desarrollados. No es difícil que, ante situaciones diferentes de la vida, estos alumnos y alumnas muestren claramente sus carencias, al no saber hacer frente a dichas situaciones de una manera adecuada. Y es que no sólo los chicos y chicas disruptivos, todo el alumnado necesita trabajar también su competencia emocional, social y ética.

Con todo, el principal problema que plantea este modelo reactivo radica en su ineficacia para dar respuesta a las conductas disruptivas y otros comportamientos de indisciplina, ya que olvida y deja de lado factores importantes en la aparición de estas conductas. He comparado en numerosas ocasiones este tipo de conductas con la imagen de un iceberg: la parte más pequeña es la parte visible que flota por encima del agua; la parte más importante, la que mantiene y apoya a la visible, es la más voluminosa, la que está hundida y no se ve, pero que es la que realmente mantiene la punta visible del iceberg. Así, las conductas disruptivas son esa punta visible, pero hay que profundizar en la parte oculta, donde se encuentran los factores causantes y sustentadores de dichas conductas.

No se puede olvidar que la violencia surge de las contradicciones existentes en el sistema y que sólo puede hablarse de convivencia pacífica cuando se ha conseguido erradicar y poner fin a esas situaciones basadas en la injusticia. En los centros se manifiesta una contradicción fundamental, el desajuste que existe entre una educación básica y obligatoria para todos el alumnado y los resultados que se obtienen, ya que uno de cada cuatro no consigue adquirir los conocimientos y competencias necesarias para vivir en el siglo XXI y no logran el título correspondiente.

Para dar una respuesta adecuada a estas conductas es preciso analizar y atender todos los factores personales, escolares, familiares y del entorno que están presentes en el aula y en el centro, como son los contenidos de la enseñanza, las metodologías empleadas, la organización de los grupos y del centro o las formas de evaluar al alumnado y los procesos educativos, así como los elementos externos, propios de la familia y el entorno socioeconómico. Sólo desde una perspectiva ecológico-sistémica, que valore y tenga en cuenta todos los factores, puede darse una respuesta adecuada. No sólo es responsabilidad del alumno/a y es éste quien debe cambiar. Son muchos los factores que debemos atender y modificar para conseguir la disminución de las conductas de indisciplina.

Existe una alternativa a este modelo reactivo, el modelo proactivo. Éste busca adelantarse a los problemas trabajando básicamente la prevención y desarrollando en todo el alumnado las competencias, habilidades y valores necesarios para una convivencia positiva. Parte de la necesidad de trabajar por la eliminación de las conductas disruptivas, pero lo hace desde planteamientos muy diferentes.

Desde este modelo proactivo, más allá de enfoques puramente disciplinarios, surgen nuevas preguntas y nuevos enfoques para la convivencia: ¿qué conductas ejemplifican y son muestra de la convivencia positiva? ¿qué competencias, habilidades y valores hacen posible la convivencia? ¿cómo potenciar y reforzar estas conductas? ¿cómo trabajar las competencias, habilidades y valores necesarios para esta convivencia positiva?

La respuesta a estas preguntas cambiará nuestro enfoque y nos centrará en lo que realmente nos importa. Algo que iremos concretando en sucesivos trabajos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/convivenciayeducacionenvalores/2018/05/16/convivencia-positiva-o-disciplina/

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