Por: Rolando Niella
Barack Obama tiene una pésima opinión de Trump, dijo que era el candidato menos apto para ejercer la presidencia de toda la historia de Estados Unidos. Donald Trump tiene una pésima opinión de Obama, con su estilo excesivo dijo directamente que es “el Diablo”. Eso y mucho más es lo que se dijeron durante la campaña electoral.
Esa mala opinión mutua, sin embargo, no impidió una transición ordenada y sin incidentes mayores. Tampoco impidió que el traspaso del mando en la toma de posesión, que marcó el final del mandato de uno y el inicio del gobierno del otro, fuera personalmente educado, institucionalmente correcto y protocolarmente intachable.
La diferencia es enorme con los traspasos de mando en nuestra región que casi siempre resultan conflictivos y más aún cuando suponen que una fuerza política desplaza a otra del gobierno. El más disparatado y excesivo de estos casos ha sido el que protagonizó en Argentina Cristina Fernández de Kirchner.
Supongo que todo el mundo recuerda la actitud de la mandataria saliente y el desagradable y maleducado gesto de ni siquiera asistir a la ceremonia de toma de posesión. Pero fue mucho peor que simple mala educación; fue una calamidad, porque un mandatario no puede mostrar una falta de respeto semejante a la investidura del nuevo presidente (que hasta ese día fue también la suya), al orden institucional y a los mecanismos preestablecidos de transmisión de mando.
Por supuesto, en otro orden de cosas, también se tomó la molestia de dejarle al gobierno entrante “un campo minado”, según la expresión generalizada en el periodismo argentino, para lograr a toda costa que le vaya mal al próximo gobierno.
Pero volviendo al ordenado y correcto traspaso de mando norteamericano, cualquiera podría objetar que se trata solo de protocolo superficial donde, con algo de cinismo, personas que se odian se sonríen mutuamente; pero no es así. Se trata de respeto a la investidura más allá de quién sea la persona que la ocupa y es una muestra de fortaleza institucional y, por supuesto, de la preeminencia de lo institucional sobre la personal a la hora de afrontar temas de Estado y de gobierno.
Esa muestra de cultura institucional quedó algo opacada por la poca concurrencia al acto, los artistas que se negaron a participar y la abundancia de protestas contra el nuevo presidente. Sin embargo, en vista de los problemas que cada traspaso de mando entre adversarios políticos en la gran mayoría de los países de nuestra región, esa fortaleza institucional, que obliga a dejar de lado divergencias políticas irreconciliables e inquinas personales, debería servirnos de lección.
En Paraguay nuestros políticos son por regla general un poco menos maleducados que Cristina Fernández de Kirchner, pero en cambio igualmente especialistas en dejar suficientes palos en la rueda a sus sucesores. Hemos visto, hace poco más de un año, en los traspasos municipales suficientes casos de intendentes salientes que han dejado a sus sucesores comunas no solo desfondadas, sino también innecesariamente endeudadas.
Mientras el sistema institucional no sea lo bastante poderoso para evitar que los intereses personales o sectoriales de los mandatarios de turno estén por encima de la estabilidad de las instituciones, los cambios de gobierno serán inevitablemente traumáticos y más conflictivos aún en los casos en que la transmisión suponga alternancia en el poder.
El cumplimiento del protocolo es un síntoma, una señal visible para los ciudadanos del respeto a las instituciones, de espíritu democrático y de apego al cumplimiento de la ley. Es por el desprecio de las reglas de juego institucionales por lo que resultan dañinos y peligrosos operativos tan bochornosos y ridículos como la recolección de firmas en favor de la reelección protagonizado por un sector del Partido Colorado.
Es todo lo contrario de la cultura de la ley: la cultura de la trampa. La abundancia de firmas de ciudadanos inventados, inhabilitados, no consultados y resucitados ha llevado lo ridículo a su máxima expresión; pero lo más grave es que se recolectan firmas para quebrantar el sistema institucional, incumplir la Constitución y desconocer la autoridad del Congreso Nacional.
Es por el desprecio de las normas y de las formas legales que resulta imperdonable el asalto que los partidarios de la reelección están haciendo a la Constitución Nacional. En lugar de fortalecer las instituciones está muy cerca de destruir la poca solidez y credibilidad que el sistema institucional paraguayo ha conseguido construir en estas últimas décadas de democracia.
Fuente: http://www.abc.com.py/edicion-impresa/opinion/cultura-institucional-y-cultura-de-la-trampa-1560058.html