Por: Luis Hernández Navarro
Parecían cosas del pasado, pero siguen presentes. En pleno 2022, términos como coacción y compra de votos, comicios de Estado, ratón loco, carrusel, mapaches electorales, urnas embarazadas, uso de programas gubernamentales para inducir el voto y quema de casillas se siguen usando para describir las contiendas electorales.
Las acusaciones provienen, sin distinción, de partidos y candidatos. Cuestionan que en su totalidad o en algunas entidades, los comicios del domingo en seis estados hayan sido libres y justos. Van acompañadas de llamados a defender el voto, las urnas y las actas. También anuncian que acudirán a los tribunales.
Morena ha hecho una elección de Estado en todo el país. Las votaciones de este día se resolverán en tribunales, avisó Alejandro Moreno, dirigente del PRI y el gran derrotado de la jornada.
Desde el otro lado de la valla, Mario Delgado, líder nacional de Morena, denunció: “En Durango, Aguascalientes y Tamaulipas el PRIAN hizo fuertes operativos de compra de votos… Actuaremos hasta las últimas consecuencias”. Señaló que grupos de choque de PRI y PAN buscaron inhibir la participación ciudadana en Durango, sin que autoridad electoral, estatal o federal les haya hecho frente”.
Los resultados preliminares indican que Morena y aliados triunfaron en cuatro estados (Oaxaca, Quintana Roo, Hidalgo y Tamaulipas) y la coalición PAN, PRI y PRD en dos (Aguscalientes y Durango). En mucho, la victoria fue resultado del enorme arrastre que conserva el presidente López Obrador.
En general, la participación fue muy baja. En Tamaulipas la votación no alcanzó 50 por ciento del padrón. En Durango lo hizo tan sólo 48 por ciento. En Aguascalientes sufragó únicamente 44.6 por ciento de la lista nominal. En Hidalgo el abstencionismo fue de poco más de 57 por ciento. En Quintana Roo llegó a 61.6 por ciento. Véase el caso de Oaxaca. En los comicios de 2010 la asistencia a las urnas fue de 85.91 por ciento. En los de 2016: 56.64 por ciento. En 2018: 67.22 por ciento. Sin embargo, en el pasado domingo votó solo 36.12 por ciento del padrón. Menos aún que en la consulta por la ratificación del mandato.
El resultado fue un fracaso para la variopinta coalición opositora. Y desastroso para el PRI. En 2020, cuando Alito llegó al frente del partido, tenía 12 gubernaturas. En 2021 se quedó con cuatro. En 2022 cuenta sólo con tres (estado de México, Coahuila y Durango, en alianza con Acción Nacional, que antes estaba al frente de esta entidad). En estos comicios perdió Hidalgo y Oaxaca. Para el PAN, la situación es también muy difícil. Cuenta con, tan sólo, cinco gubernaturas (fue derrotado en Tamaulipas y cedió Durango al tricolor), una de las cifras más bajas en su historia reciente.
En cambio Morena gobernará ahora 20 estados y (dos más con sus aliados, PES y PVEM), casi 60 por ciento de la población. Una fuerza territorial formidable, de cara a las elecciones presidenciales de 2024.
Otra historia es quiénes son los ganadores de Morena. Dos de sus nuevos gobernadores tienen tras de sí, una larga militancia en el PRI. Julio Menchaca Salazar, el futuro mandatario de Hidalgo, comenzó su carrera política en el tricolor, durante más de dos décadas y media. Renunció a ese partido en noviembre de 2015 y se vistió de guinda en 2017. Siempre ha sido parte de la clase política local. El médico Américo Villareal Anaya, entró a militar al otrora invencible en 1983, con 25 años de edad. Su padre gobernó la entidad con ese instituto político. En 2017, después de 34 años de participar en esa agrupación, salió de ella y se sumó a Morena.
El análisis de quiénes ocuparon el resto de los puestos de elección popular ganados por la coalición Juntos Hacemos Historia en esta contienda, muestra elementos similares al de estos dos nuevos mandatarios. En múltiples casos, quienes contendieron con el uniforme guinda son viejos dinosaurios que se han sumado en distintos momentos al arca de Noé obradorista, para sobrevivir al naufragio de su antiguo partido. Por supuesto, su nueva filiación no ha estado acompañada de autocrítica. Mucho menos, de la ruptura con los intereses que ha representado en su carrera política.
Esto significa que detrás del triunfo de Morena hay una rearticulación de parte de las viejas élites, ahora con las siglas del partido gobernante, en las que, en ocasiones (no siempre), se logran colar, de manera subordinada, antiguos dirigentes populares o líderes ciudadanos de nuevo cuño. Eso no implica que el partido sea un nuevo PRI, por más que buena parte de sus prácticas y muchos de sus dirigentes sean muy cercanos a la añeja cultura tricolor. Es, más bien, una especie de organización anfibia, que se mueve indistintamente entre los pantanos de lo peor de la vieja clase política y el agua limpia de liderazgos comprometidos con una verdadera transformación. El debate sobre la naturaleza y características de ese batracio está abierto.
Es indudable que el mapa del país se ha pintado de guinda. También, que los altos niveles de abstencionismo en elecciones, aparentemente muy competidas, son una llamada de atención de un malestar ciudadano que puede crecer y expresarse a través de otras vías, más allá de las estrictamente electorales.
Fuente de la información: https://www.jornada.com.mx