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Grandes “temas de nuestro tiempo”

 

Jorge Reichmann

ecosocialismo 1

“No nos dejemos adormecer por la calma actual. Es engañosa. Es un momento de calma entre dos tempestades, el sueño que el mundo de monstruos puede permitirse entre las monstruosidades de ayer y de mañana.”

Günther Anders[1]

“Para hacerse rápidamente una idea de lo que quiere decir hoy plétora miserable lo mejor es pasar de la observación acerca de cómo viven los pobres en la mayoría de los países de África, Asia y América Latina o en los suburbios de las megaurbes a la comparación de eso con lo que se anuncia y publicita (relojes, joyas, perfumes, vestidos, hoteles, residencias, etc.) en las revistas que reparten gratuitamente las grandes compañías aéreas en sus vuelos internacionales. Una vez hecha la comparación, salen sobrando los discursos ideológicos sobre la guerra de civilizaciones.”

Francisco Fernández Buey[2]

“La crisis actual avanza hacia un punto en el que o bien nos enfrentaremos con una catástrofe natural o social, o bien, antes o después de esto, los seres humanos reaccionarán y tratarán de establecer nuevas formas de vida social que tengan un sentido para ellos. Esto no podemos hacerlo por ellos y en su lugar; ni tampoco podemos decir cómo se podría hacer. Lo único que está a nuestro alcance es destruir los mitos que, más que el dinero y las armas, constituyen el obstáculo más formidable en la vía de una reconstrucción de la sociedad humana.”

Cornelius Castoriadis[3]

 

Tres grandes “temas de nuestro tiempo”

En repetidas ocasiones, Javier Echeverría ha instado a los filósofos y filósofas españoles a abordar en serio “los temas de nuestro tiempo”[4] –mencionando entre ellos la crisis ecológica o la sociedad de la información, por ejemplo–, sin caer en las tentaciones del “absentismo filosófico” y la irresponsabilidad. En este texto trato de situarme a la altura de esa responsabilidad cívica (y también filosófica), profundizando en el análisis de algunas cuestiones ya abordadas antes, con mayor o menor fortuna, en otras obras. Como ya declaré en alguna ocasión, creo que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” son la crisis ecológica global en primer lugar (que a efectos analíticos podemos dividir en tres grandes problemas, según propondré en este texto: problema de escala, problema de diseño y problema de eficiencia), la planetaria desigualdad social creciente –e históricamente inaudita– en segundo lugar (podemos referirnos a ella como problema de igualdad), y por último los desafíos planteados por la tecnociencia que emergió en el siglo XX, y que desborda en aspectos significativos el sistema ciencia/ técnica gestado durante los tres siglos anteriores (cabe referirnos a este asunto como el problema fáustico)[5]. Así, no sorprenderá que plantee como tarea fundamental para el pensamiento crítico la de habérselas con las dos nociones de sostenibilidad –o sustentabilidad— y desarrollo sostenible: puesto que ambas aparecen como la más importante respuesta de las sociedades industriales contemporáneas a aquellos tres grandes “temas de nuestro tiempo”, articulados en alguna especie de trabazón.

En este texto quiero esclarecer –en la medida de mis fuerzas— estas dos ideas, proponiendo para ello, junto a categorías bien conocidas, otras relativamente novedosas, como las de biomímesis, producción conjunta o gestión generalizada de la demanda. Pero para llegar a las propuestas en positivo previamente habrá que desbrozar camino, indicando también qué no es sostenible. Y así iré argumentando que sostenibilidad no es sólo ecoeficiencia, porque históricamente las sociedades industriales han sido cada vez más ecoeficientes y cada vez más insostenibles; o que sostenibilidad no puede ser exportación de insostenibilidad, manteniendo determinados parámetros de calidad ambiental y calidad de vida dentro de un territorio de referencia al tiempo que se degrada inexorablemente el resto; o que la “sostenibilidad débil” que defienden muchos economistas ambientales no es auténtica sostenibilidad

Defenderé una idea de sostenibilidad como viabilidad ecológica, y de desarrollo sostenible como buena vida dentro de los límites de los ecosistemas, que en cualquier caso no puede hacer abstracción de las importantes tensiones internas entre desarrollismo y sostenibilidad puestas de manifiesto en los debates y conflictos de los últimos veinte años.

 

Necesidad de una perspectiva socioecológica

La verdad es que no se puede separar limpiamente sociedad y naturaleza: ni las sociedades humanas pueden escapar nunca del todo a sus determinaciones naturales, por más ilusiones que se hagan al respecto (y los seres humanos pertenecientes a la tradición cultural europea nos hemos hecho bastantes), ni la naturaleza es desde hace ya milenios otra cosa que naturaleza humanizada (al menos desde la Revolución Neolítica con la que comenzó la agricultura y la formación de estados, y desde luego en mucho mayor medida desde los comienzos de la Revolución Industrial). De manera que, según creo, una teoría social adecuada a los desafíos de nuestra época –los tres “temas de nuestro tiempo” que antes mencioné– ha de ser necesariamente una teoría socio-ecológica. Y también una teoría ecológica adecuada habrá de incorporar esa radical dimensión socioecológica, al menos desde que el ser humano se transformó en una “fuerza geológica planetaria” (y eso ya lo vio Vladimir Vernadsky hace muchos decenios[6]) y desde que el ámbito de la intervención humana se hizo coextensivo con la biosfera toda. Es posible que llevemos diez milenios haciendo “geoingeniería” sin conciencia del asunto: William Ruddiman formuló en 2003 la hipótesis de que la anómala estabilidad climática del planeta en este período haya tenido origen antropogénico, al haber contrarrestado las emisiones de dióxido de carbono causadas por la masiva desforestación neolítica la tendencia natural del clima al enfriamiento[7].

En cualquier caso, hemos llegado así a una época crucial para la historia humana (y para la historia de la vida sobre nuestro planeta). Somos una “fuerza geológica planetaria”. Necesitamos asumirlo, responsabilizarnos de ello –y ninguna cantidad de humildad ni prudencia será suficiente para hacerlo, a la vista de la magnitud delos desafíos.

“Tal vez no sea hipérbole absurda, ni siquiera exageración, afirmar que el punto más crucial en el espacio y en el tiempo (aparte del propio big bang) sea aquí y ahora. Creo que la probabilidad de que nuestra actual civilización sobreviva hasta el final del presente siglo no pasa del 50%. Nuestras decisiones y acciones pueden asegurar el futuro perpetuo de la vida (…). Pero, por el contrario, ya sea por intención perversa o por desventura, la tecnología del siglo XXI podría hacer peligrar el potencial de la vida.”[8]

Tras la opinión del científico natural, el parecer del filósofo social:

“Algunas fuentes de daño pueden haber sido reconocidas y desactivadas –sin que por ello se desvanezca la auténtica amenaza. Ésta consiste en la expansión mundial de un sistema económico y una forma de vida que ya hoy, cuando probablemente sólo abarca a una cuarta parte de la humanidad, excede claramente la capacidad ecológica de nuestro planeta. Sigue siendo verdad que esa cuarta parte consume tres cuartos de los recursos y emite tres cuartos de la contaminación. (…) Lo que se nos viene encima, por todo cuanto podemos saber, no admite comparación con nada que hayamos experimentado anteriormente.” [9]

La crisis ecológica es una crisis social. Lo que está fallando no es la naturaleza, es nuestra sociedad: su estructuración interna y sus formas de intercambio con la naturaleza. Y cuando vivimos en un “mundo lleno” o saturado (en términos de espacio ambiental)[10], la perspectiva teórica adecuada no puede ser sino socioecológica. Se puede llegar a una conclusión semejante tanto desde la sociología ambiental académica (y ahí tenemos, por ejemplo, el enfoque del “ecosistema social” de Juan Díez Nicolás) como desde la aspiración a un renovado materialismo ecológico de matriz marxista (como muestra, entre otros, el trabajo de John Bellamy Foster en los últimos años)[11].

Coevolución (entre sistemas humanos y sistemas naturales) e interacción (entre los seres humanos y el medio ambiente) son conceptos clave para la perspectiva ecosocialista donde me intento situar para escribir este volumen. Los desafíos planteados por la cuestión ecológica, lejos de reducirse a una cuestión de valores, atañen a las relaciones metabólicas básicas entre los seres humanos y la naturaleza; por eso, la mirada propia de la filosofía moral sobre estas cuestiones no puede evitar cruzarse con las miradas del ecólogo, de la socióloga ambiental, del teórico de sistemas, de la economista ecológica, del investigador sobre estética, de la pensadora feminista… Desde la perspectiva ecosocialista, comprender lo mejor posible el metabolismo sociedad/ naturaleza y sus perturbaciones (en términos de intercambio de energía, materia e información) es básico para la racionalidad de nuestro análisis ético-político y para la sensatez de las propuestas emancipatorias que pudieran derivarse de éste.

 

Población, ecosistemas, fuerzas productivas, relaciones sociales

¿Con qué herramientas conceptuales abordar el estudio del metabolismo entre seres humanos y naturaleza? Un esquema útil para empezar lo proporciona el “enfoque del ecosistema social” que lleva muchos años propugnando el sociólogo Juan Díez Nicolás, quien lo aprendió de sus maestros Amos H. Hawley y Otis D. Duncan.[12] Según éste enfoque, los cuatro factores básicos para lograr entender qué hacemos aquí (quiero decir, sobre esta Tierra) son población, medio ambiente, tecnología y relaciones sociales.

Bueno, esto no queda lejos de la perspectiva ecosocialista, o ecomarxista, que trato de desarrollar desde hace años[13]. Permítaseme evocar unas pocas palabras mías de un libro publicado en 1994: “En el plano macrosocial el análisis de las interrelaciones entre población, medio ambiente, fuerzas productivas y organización social sigue proporcionando, a mi entender, explicaciones plausibles para la mayoría de los grandes y dramáticos cambios que se están produciendo a finales del siglo XX. Un marxismo ecológicamente informado no debería tropezar con demasiadas dificultades teóricas para la comprensión de lo que pasa en este final de siglo.”[14] Y proseguía citando a Manuel Sacristán:

“Creo que el modelo marxiano del papel de las fuerzas productivas en el cambio social es correcto; creo que la historia conocida sustancia bien la concepción marxiana; ésta es coherente en el plano teórico y plausible en el histórico- empírico. De modo que no creo que sea necesario revisar esas tesis. (…) La novedad consiste en que ahora tenemos motivos para sospechar que el cambio social en cuyas puertas estamos no va a ser necesariamente liberador por el mero efecto de la dinámica, que ahora consideramos, de una parte del modelo marxiano. No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre las fuerzas productivo-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipatoria. También podría ocurrir todo lo contrario.”[15]

Cabe añadir, redundando un poco, que un marxismo ecológicamente informado ha de ser por fuerza un marxismo autocrítico, en gran medida “revisionista” con respecto a los hilos productivistas –o “produccionistas”, como preferiría Enric Tello— que se entretejen en su propia tradición. Desde el trasfondo de la crisis ecológica, la mayor carencia teórica de Marx y Engels (así como de las principales corrientes marxistas posteriores) seguramente es la incomprensión de los límites naturales impuestos al desarrollo de las fuerzas productivas, tal y como mostró por ejemplo Ted Benton[16]. La hipótesis de abundancia es, a la vez, central para las corrientes principales del marxismo e indefendible (por cuanto sabemos hoy sobre constricciones ecológicas).

“La relevancia [del supuesto optimista de abundancia] en el esquema de Marx nunca será suficientemente destacada. Para Marx el comunismo se fundamentaba en la posibilidad de la abundancia, en el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas. Pero la abundancia no sólo era el supuesto sobre el que se cimentaba la sociedad comunista, sino también el combustible que, bajo la forma de las demandas insatisfechas [de la clase proletaria], de su necesidad histórica, estaba entre los mecanismos que relacionaban en ‘ahora mismo’ con el ‘dónde llegaremos’. (…) Vivimos en un planeta con recursos limitados y nunca podrá existir una sociedad donde todos los deseos de todos se puedan satisfacer simultáneamente. El supuesto de abundancia resulta insostenible y, si hay algún mecanismo inflexible que gobierne los procesos históricos, antes parece conducir a la barbarie que al comunismo. Si no hay de todo para todos, si no estamos en una sociedad de la abundancia, aparecen los problemas de la distribución: ¿qué se debe distribuir? ¿Con qué criterios? ¿A quién?”[17]

Por eso, una perspectiva ecosocialista debe enfatizar el carácter de pensamiento de los límites que es propio de la razón ecológica; y en particular debe mostrar el “lado oscuro” de las fuerzas productivas, vale decir la parte de destrucción que necesariamente entraña toda producción. Una buena herramienta para ello es el concepto de producción conjunta.

 

Saltan las alarmas

¿Qué está pasando con los cuatro componentes de este esquema o modelo en nuestro terrible comienzo de siglo XXI, marcado por dinámicas como la crisis ecológica planetaria, la globalización socioeconómica, el ahondamiento de la fractura Norte/ Sur o las tensiones militaristas y neoimperialistas? Podríamos esquematizarlo de la siguiente forma:

Población à explosión demográfica (cuyo fin ya avistamos: transición demográfica global prevista para mediados del siglo XXI. Con la “bomba poblacional” desactivada se abrirán nuevas perspectivas para una humanidad que busque su equilibrio con la naturaleza)

Medio ambiente à crisis ecológica global, que enseguida abordaré con más detalle

Fuerzas productivas (tecnología) à desarrollo explosivo de la tecnociencia[18]

Relaciones sociales à interdependencia creciente; quiebra de muchos vínculos sociales; incremento de las desigualdades sociales y simultáneo aumento de la conectividad social; dominio del capital financiero sobre la economía; emergencia incipiente de “una sola humanidad”, contradicha por la profunda fractura Norte/ Sur

En este texto apenas abordaré la temática demográfica[19], y el énfasis de mi reflexión no se situará sobre la problemática de la tecnociencia[20]; pero en cambio voy a dedicar un esfuerzo considerable a las cuestiones que plantean la crisis ecológica y las relaciones sociales. Hasta el punto de que una de mis tesis principales será que los problemas ambientales, lejos de reclamar principalmente soluciones tecnológicas, lo que exigen sobre todo es una reconstrucción de la socialidad humana. (Sé que la expresión “reconstruir la socialidad humana” es algo grandilocuente. A quien por ello le resulte incómoda, quizá pueda aceptar la paráfrasis siguiente: transformar el ethos dominante en las sociedades industriales de manera que se favorezcan prácticas más cooperativas.)[21]

Durante estos últimos años han menudeado en Europa y EE.UU. las manifestaciones de inquietud sobre China (y en menor grado sobre la India), es decir, sobre las tensiones que en los mercados mundiales está creando el intenso dinamismo de la economía china. Con tasas de crecimiento del PNB cercanas al 10% durante bastantes años seguidos, el país asiático ha emprendido un avance rapidísimo por la autovía del “desarrollo”, y ello ha bastado para hacer saltar las alarmas en lo que a disponibilidad de factores económicos se refiere: desde soja hasta petróleo, desde acero a capitales para inversión, el tirón de la enorme demanda china basta para poner en peligro abastecimientos o amenazar con elevaciones de precios en los lugares más diversos del planeta. El sorpasso de China (respecto a EEUU) como primer país consumidor de energía primaria en el planeta se produjo en 2010.[22]

“Cuando Gran Bretaña, Alemania, EE.UU. y Japón se estaban industrializando con gran rapidez hace cien años, se enzarzaron en una batalla internacional para hacerse con las fuentes energéticas mundiales, estuviesen donde estuviesen. Hoy está ocurriendo lo mismo, y seguirá ocurriendo en los próximos años. Una triple rivalidad por los recursos de petróleo y gas entre EE.UU., China e India, con la participación de Japón y Europa, intentando encontrar desesperadamente otras fuentes y escapar de la carrera (probablemente imposible desde el punto de vista tecnológico), no es una hipótesis optimista. Pero cada vez es más probable.”[23]

¿Qué está pasando aquí? En el fondo, lo que el crecimiento chino nos pone ante los ojos es la reducción al absurdo del modelo de producción y consumo del que hoy nos beneficiamos las elites del planeta, menos del 20% de la población mundial. China muestra que basta con que otro 20% se tome en serio lo que hemos venido predicando sobre el “desarrollo”, e intente ponerlo en práctica, para que el modelo cruja por todas sus junturas, y acabe saltando por los aires. La biosfera no puede acoger otros 1.200 ó 1.400 millones de personas viviendo según las pautas insostenibles de producción y consumo que han generado las sociedades industriales desde hace dos siglos, y sobre todo en la segunda mitad del siglo XX: y no digamos si se pretendiese generalizarlo a la totalidad de los habitantes del planeta… En éste sencillamente no hay “espacio ecológico” para que todos los seres humanos que hoy lo pueblan puedan vivir como hoy lo hace la minoría rica y dispendiosa.

Pero si este modelo no es generalizable, si harían falta dos o tres planetas adicionales para que pudiese extenderse a todos, entonces tampoco es justo. Ni los ciudadanos y ciudadanas conscientes, ni los movimientos sociales críticos, pueden resignarse a una situación así: consolidarla sería afianzar una suerte de apartheid planetario. De ahí las esperanzas de cambio, tanto en el Norte como en el Sur de nuestro mundo dividido, que vehicula el concepto de desarrollo sostenible, con su triple dimensión de sustentabilidad ecológica, justicia social y eficiencia económica.

 

Tensión entre desarrollismo y sostenibilidad

Ahora bien: se aprecia una gran tensión entre desarrollismo y sostenibilidad entre muchos de quienes hoy se apuntan al discurso del desarrollo sostenible. Por no aducir más que un ejemplo, el Consejero de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente del Gobierno Vasco, Sabin Intxaurraga, presentaba los objetivos de la Estrategia Ambiental Vasca de Desarrollo Sostenible 2002-2020 (aprobada el 4 de junio de 2002) en los siguientes términos: “La apuesta estratégica se fundamenta en un desarrollo en el cual el crecimiento económico apoye el progreso social y respete el medio ambiente, que la política social sustente los resultados económicos y que la política ambiental sea rentable”[24].

Como se ve, el énfasis economicista prevalece: ¿por qué tendría que ser rentable –y para quién— la política ambiental? ¿Por qué tiene que continuar el crecimiento? ¿Qué tiene que ver eso con la sostenibilidad? Saltando a otro ámbito, la Comisión Europea puede llenarse la boca con sus propósitos de “promover el crecimiento y el empleo de forma absolutamente coherente con los objetivos de desarrollo sostenible”[25]; cuando luego especifican qué van a hacer para materializar esos propósitos, nos dicen que “el Mercado Único necesita equiparse con infraestructuras modernas para facilitar el comercio y la movilidad” (p. 19), y resulta que la construcción de grandes infraestructuras de transporte, y el incremento de intercambios comerciales a larga distancia, son factores fundamentales de insostenibilidad en la UE. Continuamente parece repetirse la misma pauta: persecución de objetivos mutuamente incompatibles.[26]

Desarrollo sostenible no es –pongamos por caso– cumplir el Protocolo de Kyoto: habría de ir mucho más allá. Sin duda presupone la lucha contra el cambio climático para la cual el Protocolo de Kyoto representaba un pequeño primer paso: pero exige nada menos que el cambio de modelo de producción y consumo. La cuestión de fondo –hay que insistir sobre ello— es que el modelo de desarrollo que, en la segunda mitad del siglo XX, las elites de los países industrializados propusieron como meta para los esfuerzos y aspiraciones del conjunto de la humanidad, es esencialmente no generalizable. No hay recursos naturales ni espacio ecológico suficiente para que la forma de producir y consumir hoy dominante en EE.UU., la Unión Europea o Japón se extienda al planeta entero. Intentar perseguir el bienestar individual dentro de ese marco socioeconómico inviable nos está conduciendo a un desastre de dimensiones planetarias. No se trata, por consiguiente, de cambios incrementales dentro del sistema hoy imperante, sino de cambiar radicalmente las reglas de juego: se trata de otro modelo de producción y consumo.[27]

Desarrollo sostenible no es más crecimiento económico con una hoja de parra ambiental para taparle las peores vergüenzas. Desarrollo sostenible, en un país del Norte (vale decir: ya sobredesarrollado), implica no crecer más, e incluso decrecer en ciertas magnitudes. Ahí está toda la –enorme— dificultad, que nos exige distinguir radicalmente entre crecimiento y desarrollo sostenible:

“La mejora del bienestar y el logro del pleno desarrollo de las potencialidades humanas es algo que se realiza fuera del camino del crecimiento infinito de las cantidades producidas y consumidas, fuera del camino de la mercancía y el valor de cambio. Se realiza en el camino del valor de uso y de la calidad del tejido social que pueda nacer a su alrededor.”[28]

Si se desea una fórmula breve, desarrollo sostenible es desarrollo humano sin crecimiento cuantitativo (pues han de respetarse los límites impuestos por los ecosistemas). Los escenarios de contracción y convergencia que el Global Commons Institute lanzó ya en 1990 al debate internacional sobre cambio climático van en este sentido: contracción del impacto ambiental global y convergencia entre Norte y Sur.[29]

 

Preguntar por los fines, y también por los medios

El sociólogo ambiental Ernest García subraya que en la masa de información sobre la crisis ecológica mundial que se ha venido acumulando en los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI se aprecian dos rasgos muy especiales. Uno de ellos es el refinamiento y precisión de los datos, aspecto de la cuestión donde se ha dado un salto cualitativo en este período. Otro es un cambio perceptible en el tono: dentro de la sobriedad y neutralidad científicas del lenguaje, se habla cada vez menos de las amenazas futuras y cada vez más de la situación en que ya nos encontramos. “El futuro ha llegado, el lobo que nunca venía ya ha entrado en el redil. Todavía no puede verse sin el instrumental adecuado y sin la información adecuada sobre en qué dirección enfocar la mirada, y habrán de pasar algunos años –quizás diez o quince— antes de que la situación de extralimitación sea generalmente reconocida: pero ya no hay forma de eludirla.”[30]

El desafío al que hacemos frente es enorme: se trata de pasar de un mundo manifiestamente insostenible que pueblan hoy 7.000 millones de personas, a otro de 9.000 millones de habitantes que sea sostenible[31]. En un “mundo lleno” o ecológicamente saturado, cada actividad humana ha de ser evaluada en términos de (A) su contribución a la vida buena para los seres humanos (y quizá para todos los seres vivos[32]), y (B) su impacto ambiental. Es decir: superando el “sonambulismo tecnólogico” en que (al decir de Langdon Winner) nos movemos[33], y los sonambulismos políticos y morales concomitantes, hemos de preguntarnos sin desmayo por los fines, y también por los medios que usamos para perseguir aquellos fines.[34]

De forma general, contribuir a la vida buena –racionalmente escrutada— supondrá satisfacer necesidades y potenciar capacidades, teniendo en cuenta la autonomía del agente moral (o no teniéndola, si en lugar del sujeto humano tenemos que vérnoslas con un “paciente moral” no humano). Para ello pondremos en obra medios diversos –por ejemplo, satisfactores de necesidades que tendrán impactos ambientales (y sociales) muy diversos, susceptibles de comparación entre sí–.[35]

El “doble filtro” reflexivamente aplicado a nuestros fines y nuestros medios debería guiarnos hacia una vida buena que no sobrepase los límites de la biosfera (que es, como veremos más adelante, una adecuada definición sintética de desarrollo sostenible).

Para un ecologismo materialista, como el defendido en estas páginas, plantea problemas el avanzar hacia formas más frugales de habitar la Tierra sin por ello denigrar los bienes materiales ni la vida cismundana. Dentro de la historia del pensamiento, las reflexiones de Epicuro –de las que puede extraerse la propuesta de algo así como un hedonismo ascético— revisten el máximo interés para el ecologista o la ecologista que hoy se estén planteando estos problemas. Manuel Sacristán se refirió a la importancia de desarrollar, desde la izquierda, una idea de austeridad epicúrea, una sociedad más igualitaria y frugal donde –supuestas satisfechas las necesidades materiales básicas— el desarrollo lujoso se situase más bien del lado de las “necesidades espirituales”[36].

 

La “cuestión del sistema”

En el mismo día y en el mismo diario –El País del 5 de mayo de 2005–, dos artículos referidos a sendos países centrales de la Unión Europea –Alemania y Gran Bretaña— amontonaban algunas piedras adicionales sobre el túmulo donde se supone está enterrado el socialismo en cuanto alternativa al capitalismo. En uno de los artículos, con ocasión de las elecciones al parlamento británico, Timothy Garton Ash escribía que “cerrados los grandes conflictos ideológicos del siglo XX, lo que persiguen ambos partidos [conservadores y laboristas] son versiones del capitalismo de rostro humano”[37]. En otro José Comas, desde Berlín, criticaba por extemporánea la pequeña erupción anticapitalista del entonces presidente del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Franz Müntefering, quien había osado atacar a los inversores financieros que “no conocen reglas ni límites” y “no gastan ni un pensamiento en las personas cuyos puestos de trabajo destruyen”. No contento con lo anterior, el desmelenado Müntefering remató: “Permanecen anónimos, no tienen cara y caen formando enjambres como la langosta sobre las empresas, las esquilman y se van. Contra esa forma de capitalismo luchamos”[38]. El periodista Comas quitaba importancia a la cuestión, aseverando que se trataba sobre todo de retórica electoral para movilizar a las bases del desmoralizado SPD ante las difíciles elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia.

Y sin embargo… ¿quizá la “cuestión del sistema” no está cerrada, mal que les pese a los defensores del statu quo, los enterradores como Garton Ash, Comas y tantos otros? ¿Quizá algo se remueve bajo el túmulo, a pesar de las toneladas de piedras acumuladas? Ésta será también una de las tesis del texto que sigue. Creo, en efecto, que tanto la crisis ecológica, como la creciente polarización social que induce el capitalismo sin controles de la economía globalizada, como la difícil compatibilidad del capitalismo con instituciones democráticas ambiciosas, así como –por último— los enormes problemas que plantea la necesidad de control democrático sobre la tecnociencia, vuelven a poner sobre la mesa de debate el dilema capitalismo/ socialismo. Y que un ecosocialismo a la altura de los problemas del siglo XXI es una propuesta política que merece ser analizada y tomada en serio[39].

Quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable de fascismo, dice una famosa frase de Max Horkheimer. Podríamos parafrasear: quien no quiera hablar de capitalismo, que no hable tampoco de crisis ecológica.

 

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios… y de nuestro medio

Uno de los principales hilos conductores que seguiremos en este texto es la conjetura de que en lo que a “desarrollo” o “progreso” se refiere opera una suerte de ley de rendimientos decrecientes, de manera que, superados ciertos umbrales, intentar seguir avanzando por los caminos trillados se torna cada vez más contraproducente. Las fórmulas antiproductivistas ¿cuánto es suficiente? (debida al ensayista norteamericano Alan T. Durning) o momento de parar (que propuso con vigor el artista canario César Manrique) no expresan entonces ninguna nostalgia romántica, “pasadista” o anti-ilustrada, sino sencillamente exigencias básicas de racionalidad.

Se acaba la era del derroche energético, ese anómalo siglo XX en que la disponibilidad del petróleo barato posibilitó –para la minoría de la humanidad— una forma de vida tan dispendiosa como nunca antes se había conocido (sin que ello haya significado mayor felicidad o cumplimiento humano, cabe conjeturar). Ahora hemos entrado, o estamos a punto de hacerlo, en el peak oil, el “cenit” o “techo” del petróleo: los años en que la proximidad del agotamiento de este preciado recurso induce un contexto de precios altos y dificultades económicas crecientes[40].

Hemos estado viviendo por encima de nuestros medios, en lo que a uso de recursos naturales se refiere; y también por encima de nuestro medio, desbordando su capacidad para asimilar los resultados de la actividad humana. Se impone un movimiento de recapacitación y de “vuelta a lo esencial”: ¿cuáles son los valores que de verdad importan? ¿Qué es de verdad necesario, y qué superfluo? ¿En qué consiste la vida buena para los seres humanos?

En un contexto de austeridad, de uso más parsimonioso de la energía y los materiales, cabe que encontremos vías hacia órdenes sociales más justos y satisfactorios, si un fuerte aprecio por el valor de la igualdad ayuda a un reparto equitativo de los bienes y de las cargas que serán nuestro lote. Pero también es posible –si prevalecen las tendencias contraigualitarias— que los terribles rasgos fascistas, más o menos larvados, que hoy salen a la luz cuando nos confrontamos con las diferencias o hacemos frente a problemas de recursos escasos, se condensen y fortalezcan hasta desembocar en sociedades que podrían hacer palidecer a los totalitarismos del siglo XX[41].

Se me llamará pesimista si digo que este segundo camino me parece, hoy por hoy, mucho más probable que el primero. Pero, por desgracia, un mundo donde menos de la quinta parte de la humanidad acapara más de las cuatro quintas partes de los recursos, convirtiendo de hecho a la mayoría de la humanidad en seres de tercera clase, ya ha dado los primeros pasos hacia un fascismo de alcance planetario.

Por mucho internet, mucha televisión, mucho centro comercial, mucho turismo y mucha ONG que echemos al asunto, la realidad que estamos viviendo es así de dura.

 

Herramientas para comprender la realidad, herramientas para transformarla

La razón ecologista sabe bien que no son posibles soluciones tecnocráticas para la crisis ecológica global (ni para ninguna de las demás crisis cuyo entrelazamiento constituye la actual crisis de civilización). Las reformas económicas deben transformar un aparato productivo que engrana muy mal con las realidades naturales, pero no sustituyen a los imprescindibles cambios sociales (las relaciones sociales engloban y deben orientar la economía, advertía Karl Polanyi hace más de sesenta años en su clásica obra La gran transformación)[42]. El cambio tecnológico puede ayudar a resolver algunos de los problemas inmediatos (y necesitaremos que lo haga, por ejemplo para transformar nuestro sistema enérgetico basado en los combustibles fósiles en otro basado en las energías renovables, así como para mejorar sustancialmente la ecoeficiencia de nuestras sociedades), pero a menudo lo hace a costa de provocar otros mayores, sobre todo cuando alcanza la escala de la megatecnología.

Las tecnologías necesarias para la reconstrucción ecológica de nuestras sociedades existen ya (o alcanzarán su madurez en muy pocos años). Necesitamos innovación tecnológica, pero en mucha mayor medida necesitamos innovación social: creatividad y participación social. Las reflexiones y los esfuerzos de la ecología política son centrales en cualquier programa emancipatorio para el siglo XXI, y la idealidad socialista/ comunista precisa a mi entender una decidida inflexión hacia el ecosocialismo.

La disciplina dentro de la cual trabajo –la filosofía práctica— bulle y hormiguea hoy con proyectos de investigación subvencionados, congresos y publicaciones sobre ética de los negocios, ética empresarial, ética de la banca, ética de la publicidad, ética de los mass-media… Creo que hay que retroceder dos o tres pasos para plantear las disyuntivas previas y fundamentales: filosofía para los de arriba, o filosofía para los de abajo. Filosofía que ignore la diferencia sexual humana, o filosofía que la tenga en cuenta. Filosofía que sólo tenga moralmente en cuenta a los humanos, o filosofía que desborde el estrecho corsé del antropocentrismo. Filosofía que se haga cargo de que la entropía existe, o filosofía que se niegue a mirar de frente esa realidad.

 

JOHN HOLLOWAY: SOBRE INVESTIGACIÓN Y COMPLICIDAD CON EL MAL

“Está claro que el posmodernismo no es la única forma en la cual los científicos sociales se reconcilian con la amargura de la historia. Hay muchas formas de aceptar una reducción de las expectativas, una cerrazón de las categorías, una imposición de las anteojeras conceptuales. Las condiciones de la vida académica, la necesidad de terminar la tesis, de encontrar trabajo, la presión para conseguir becas: todo nos empuja a la misma dirección. Todo nos dice que hay que enfocarnos en nuestro fragmento especializado del conocimiento, que no hay que meternos con la complejidad del mundo. La complejidad se vuelve la gran coartada, tanto científica como moralmente. El mundo es tan complejo que lo podemos conceptualizar solamente en términos de narrativas fragmentadas o, lo que sigue siendo mucho más común a pesar de la moda del posmodernismo, en términos de estudios de casos positivos y positivistas. El mundo es tan complejo que no puedo aceptar ninguna responsabilidad para su desarrollo. La moral se contrae: la moral es ser amable con la gente que me rodea, más allá de ese círculo inmediato el mundo es demasiado complejo, la relación entre las acciones y sus consecuencias demasiado complicada.

Cuando me paro en un semáforo (la mayoría de los académicos en México son parte de la clase cochehabiente), doy (o no doy) un peso a la gente pidiendo limosna, pero no me pregunto acerca de una organización del mundo que crea más y más miseria y cómo esta organización se puede cambiar. Este tipo de pregunta se ha vuelto moral y científicamente ridícula. ¿Para qué plantearla si sabemos que no hay respuesta? El problema con esta reducción de las expectativas, con este cerrazón de las categorías, con este estrechamiento del concepto del trabajo científico, no es la calidad de la investigación que resulta. La investigación puede ser muy buena, los resultados pueden incluso ser correctos en cierto sentido. Pero el problema de las ciencias sociales (o de la ciencia en general) no es ser correcto, no es la exactitud. El problema de las ciencias sociales es la complicidad.

Nuestra investigación puede ser muy buena, pero si aceptamos la fragmentación que surge de la desilusión, si abandonamos en nuestro trabajo la exploración de la posibilidad de cambiar radicalmente un mundo en el cual la explotación y la miseria se vuelven cada día más intensas y en el cual la dinámica de la explotación va mucho más allá de cualquier ‘identidad’, ¿no nos hacemos cómplices entonces de la explotación de los humanos por los humanos, cómplices en la destrucción de la humanidad, cómplices finalmente en la muerte de nuestros muertos?”

John Holloway, “El zapatismo y las ciencias sociales en América Latina”, conferencia pronunciada en Puebla (México) en marzo de 2000; puede consultarse en http://www.revistachiapas.org/Holloway10.htm

Necesitamos herramientas para comprender la realidad, y herramientas para transformarla. En este texto propongo un surtido –espero que razonablemente bien compuesto y ordenado— de ambos tipos de herramientas intelectuales. Alexander von Humboldt y Bertolt Brecht dijeron que comprender es uno de los mayores placeres que nos son dados a los seres humanos, y es verdad. El placer de comprender se halla a la par con el sexo, con la buena mesa, y con muy pocos placeres más. Por eso, una de las mayores desgracias de nuestra época es que la combinación entre desigualdades brutales, especialización excesiva y una demasía de entretenimiento poco inteligente prive a la mayoría de las personas de la mayoría de las ocasiones para disfrutar de este placer. Yo me siento muy afortunado por trabajar dentro de una disciplina –la filosofía— y sobre un ámbito temático –el medio ambiente, con su exigencia de abordajes interdisciplinares— que precisamente favorecen las oportunidades para el disfrute. Doy gracias por poder ganarme la vida estudiando y enseñando de esta forma.

 

Fuente: Ediciones CIM

 

[1] Günther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidos, Barcelona 2001, p. 63.

[2] Francisco Fernández Buey, Otro mundo es posible –Guía para una globalización alternativa, Ediciones B, Barcelona 2004, p. 46.

[3] Castoriadis, “Reflexiones sobre el desarrollo y la racionalidad”, en Jacques Attali, Cornelius Castoriadis, Jean-Marie Domenach y otros: El mito del desarrollo. Kairós, Barcelona 1980, p. 209. (Ed. original francesa de 1977.) Hoy reproducido parcialmente en Castoriadis, Escritos políticos (ed. de Xavier Pedrol), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 76 y ss.

[4] Por ejemplo, en su intervención ante el V Congreso Andaluz de Filosofía, Almonte (Huelva), 10 al 12 de septiembre de 2004.

[5] Una interesante reflexión sobre el Fausto de Goethe, en el marco de los debates contemporáneos sobre economía y ecología, en Hans-Christian Binswanger/ Malte Faber/ Reiner Manstetten: “¿Ecología o economía?”, El Viejo Topo 103, Barcelona, enero de 1997.

Hay además un problema de falta de democracia vinculado tanto con la crisis ecológica, como con el problema de la desigualdad y con el problema fáustico, pero en este texto sólo lo abordaré de forma parcial e insuficiente. No es que lo considere de menor calado que los tres grandes “temas de nuestro tiempo” que acabo de sugerir, sino que los desborda: no es tan específicamente contemporáneo como ellos y viene de mucho tiempo atrás. De todas formas, aportaré algunas someras indicaciones sobre ecología y democracia en el capítulo 7.

[6] Jean-Paul Deléage, Histoire de l’écologie, La Découverte, París 1991, p. 270. Esta obra se ha traducido al castellano (Historia de la ecología, Icaria, Barcelona 1992): la prefiero a la Historia de la ecología de Pascal Acot (Taurus, Madrid 1990). El texto clásico del biólogo ruso está disponible en castellano: Vladimir I. Vernadsky, La biosfera (introducción de Ramón Margalef), Fundación Argentaria/ Visor, Madrid 1997.

[7] Ferrán Puig Vilar, “¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 109-110. El artículo original de William F. Ruddiman se titula “The anthropogenic greenhouse era began thousands of years ago”.

[8] Martin Rees, Nuestra hora final, Crítica, Barcelona 2004, p. 16.

[9] Manfred Linz: Wie kann geschehen, was geschehen muss? Ökologische Ethik am Beginn dieses Jahrhunderts, Wuppertal Institut (Wuppertal Paper 111), Wuppertal, diciembre de 2000, p. 5.

[10] La noción de «mundo lleno», full-world, fue acuñada por Herman E. Daly, uno de los más importantes especialistas en economía ecológica. Un volumen compilado por él, con varios ensayos suyos, ha sido traducido al castellano: Daly (ed.), Economía, ecología y ética (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1989). Para lectores de formación cristiana (pero no sólo para ellos, desde luego) puede resultar iluminador el libro que escribió junto con el teólogo John Cobb: Para el bien común. Reorientando la economía hacia la comunidad, el medio ambiente y un futuro sostenible (Fondo de Cultura Económica, Méjico 1993).

[11] John Bellamy Foster, La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Libros de El Viejo Topo, Barcelona 2004.

[12] Véase una exposición sencilla en Juan Díez Nicolás, El dilema de la supervivencia: los españoles ante el medio ambiente, Caja Madrid 2004, p. 11 y ss.

[13] Y que he actualizado en El socialismo puede llegar sólo en bicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[14] Jorge Riechmann, Los Verdes alemanes. Historia y análisis de un experimento ecopacifista a finales del siglo XX, Comares, Granada 1994, p. 10.

[15] Manuel Sacristán, Pacifismo, ecología y política alternativa, Icaria, Barcelona 1987, p. 104-105.

[16] En un conocido artículo de 1989 publicado en el número 178 de la New Left Review. Ahora accesible como: Ted Benton, “Marxisme et limites naturelles: critique et reconstruction écologique”, en Jean-Marie Harribey y Michael Löwy (eds.): Capital contre nature. PUF, París 2003.

[17] Félix Ovejero, Proceso abierto. El socialismo después del socialismo, Tusquets, Barcelona 2005, p. 58 y 63.

[18] En lo que a tecnología se refiere, cabe defender que las tres cuestiones básicas –si pensamos en cómo hacer frente a la crisis ecológica— son energía, transporte y comunicaciones. Energía: pues la actividad humana en general –y la económica en particular— depende crucialmente de cómo se capta energía exosomática de diversas fuentes, y cómo ese flujo energético se domina para aprovechar los recursos del entorno y lograr los fines perseguidos. Transporte: porque los cambios en la tecnología del transporte han ido ampliando el acceso a mayores recursos, hasta llegar a la situación actual, en la que las sociedades más industrializadas explotan los recursos del planeta entero. Comunicación: porque la conectividad creciente –aunque hoy tan desigual— entre todos los seres humanos es condición necesaria para la emergencia de esa conciencia planetaria o de especie que hoy necesitamos para desactivar el actual curso hacia el desastre. He desarrollado algunas reflexiones sobre tecnociencia y sostenibilidad en Jorge Riechmann: “¿Detener un reactor con frenos de bicicleta?”, capítulo 11 de Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005.

[19] Puede verse un tratamiento de la misma a mi juicio adecuado en Robin Attfield, Environmental Ethics –An Overview for the Twenty-First Century, Polity Press, Cambridge 2003, p. 137-144.

[20] Sí lo he hecho en otras obras como Transgénicos: el haz y el envés (Los Libros de la Catarata, Madrid 2004) o Nanomundos, multiconflictos (junto con José Manuel de Cózar, Paulo Martins y otros; Icaria, Barcelona 2009).

[21] Los ethos dominantes en las sociedades –producidos y reproducidos por las conductas individuales– cambian, claro está. Una práctica puede ser completamente normal en un momento dado: golpear “educativamente” a los niños, pongamos por caso, decidir en el lugar de la propia esposa, torturar animales por entretenimiento, o arrojar basura en cualquier lugar. Entonces, contra estas prácticas generalizadas se alzan en cierto momento algunos disidentes, “pioneros morales” que van abriendo camino. La senda, durísima al principio, se vuelve más fácil cuanta más gente la siga, hasta que –tiempo después— las presiones sociales se alteran de forma que adherirse a las viejas prácticas bárbaras se torna más difícil que abandonarlas. Así, por ejemplo, cambia un ethos social.

[22] En ese año el consumo energético mundial supuso unas 12.000 millones de TEP (toneladas de equivalente de petróleo); el 20’3% correspondió a China y el 19% a EEUU.

[23] Paul Kennedy, “Dos estudios, una conclusión”, El País, 16 de marzo de 2005, p. 15.

[24] Edición del Gobierno Vasco y el IHOBE del Sexto Programa de Acción Comunitaria en Materia de Medio Ambiente, serie Programa Marco Ambiental nº 17, febrero de 2003, p. 3.

[25] Comunicación de la Comisión Europea al Consejo Europeo de Primavera: Working together for growth and jobs. A new start for the Lisbon strategy, COM (2005) 24, Bruselas 2005, p. 12.

[26] Algo parecido puede pensarse del Tratado Constitucional europeo propuesto en 2004-2005 (y aprobado en España mediante el referéndum del 20 de febrero de 2005): observaba José Vidal-Beneyto que el texto “forma un corpus heteróclito, dividido en cuatro partes de las que las dos primeras, de condición genérica y declarativa, se centran en los principios y valores de la Unión y tienen un estatus casi antagónico del de la tercera, que es de naturaleza dispositiva y relativa a las políticas concretas y al funcionamiento de las mismas” (“¿Leemos el mismo tratado?”, El País, 5 de febrero de 2005, p. 8).

[27] Una perspectiva interesante, que vale la pena retener para la reflexión: “En el próximo medio siglo sólo habrá los recursos energéticos suficientes para permitir, o bien una contienda horrible e inútil por los restos del botín, o bien un heroico esfuerzo cooperativo encaminado a una conservación [de la energía] radical y a la transición hacia un regimen energético post-combustibles fósiles. De una u otra forma, el siglo XXI verá el fin de la geopolítica global. Si nuestros descendientes son afortunados, el resultado último será un mundo de comunidades modestas, organizadas según biorregiones, que vivirán de la energía solar recibida. Las rivalidades locales continuarán existiendo, como siempre ha ocurrido en la historia humana, pero la hybris de los estrategas geopolíticos no amenazará nunca más a miles de millones con la extinción. Eso si todo va bien y todo el mundo actúa racionalmente.” (Richard Heinberg, “The US and Eurasia: End game for the Industrial Era?”, MuseLetter 132, febrero de 2003. Véase en www.museletter.com/archive/132.html)

[28] Jean-Marie Harribey, “El desarrollo no es necesariamente crecimiento”, Le Monde Diplomatique (edición española), julio de 2004, p. 18.

[29] Véase la página web del Global Commons Institute http://www.gci.org.uk. La estrategia de “contracción y convergencia” se opone al comportamiento actual de los sistemas socioeconómicos, que podríamos denominar de “expansión y divergencia”. En lo que hace al cambio climático, el enfoque consiste en establecer unas emisiones totales finales en el año “post-Kyoto” que se convenga, coherentes con un nivel de estabilización de concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero que se acuerde previamente. La estimación de este nivel será objeto de negociación, pero en cualquier caso debe acercarse a aquélla que podamos considerar como “segura” en los términos políticos de la Convención Marco y en los términos científicos que exijan los modelos de ciclo de carbono utilizados en las comparaciones del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático). En todo caso se consideran como “no-seguras” las concentraciones de dióxido de carbono superiores a 450 ppmv. El objetivo es que se reconozca a cada habitante del planeta el derecho a una emisión per cápita igual y, en consecuencia, cada país arbitre políticas que lleven a converger a todos los países en algún momento –l¿2030, 2040?– hacia ese nivel común igualitario de emisiones.

[30] Ernest García: “El cambio social más allá de los límites al crecimiento: un nuevo referente para el realismo en la sociología ecológica”, ponencia presentada en las II Jornadas “Sociedad y Medio Ambiente”, Universidad de Salamanca, 16 al 19 de noviembre de 2005.

[31] Desde finales de 2011 somos 7.000 millones de personas en la Tierra, y las previsiones de NN.UU. en 2009 indicaban que en 2050 se alcanzarán 9.100 millones de habitantes. La investigadora Rosamund McDougall, directora adjunta de la ONG Fondo para una Población Óptima (OPT, en inglés) advierte que «una población de más de 9.000 millones de personas tendría un impacto terrible sobre la Tierra, no sólo en la calidad de vida. La cantidad de emisión de gases de efecto invernadero haría imposible vivir en el planeta en 2050». Citada por Verónica Calderón, “¿Somos demasiados?”, El País, 6 de noviembre de 2009.

[32] Tal es mi posición personal, expuesta en Todos los animales somos hermanos. Pero prefiero aquí una formulación más amplia, pues intento que mis reflexiones puedan ser compartidas por el mayor número posible de lectoras y lectores, incluyendo a los defensores de una ética ambiental antropocéntrica.

[33] “Una noción reveladora es la de sonambulismo tecnológico. (…) Caminamos dormidos voluntariamente a través del proceso de reconstrucción de las condiciones de la existencia humana [por la tecnología]”. Langdon Winner, La ballena y el reactor, Gedisa, Barcelona 1987, p. 26.

[34] Algunas reflexiones al respecto en Jorge Riechmann, “Sobre fines y medios (un poco de filosofía de andar por casa)”, en Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006.

[35] Por ejemplo: la variedad de estímulos sensoriales e intelectuales es una necesidad para todos los mamíferos; si no se satisface adecuadamente, ni siquiera tiene lugar un desarrollo neuronal normal. Pero para ello un ser humano puede emplear satisfactores tan diversos como el cuidado de un jardín japonés, el estudio de las antiguas runas escandinavas, el turismo espacial o la tortura sádica de congéneres –sin ir más lejos, el infame tormento del toro de la vega en Tordesillas–: el impacto diferencial de estas actividades es obviamente muy diverso. He reflexionado sobre la cuestión de la vida buena en ¿Cómo vivir?, Los Libros de la Catarata, Madrid 2011.

[36] Manuel Sacristán, Seis conferencias –Sobre la tradición marxista y los nuevos problemas, edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2005, p. 155.

[37] Timothy Garton Ash, “El voto inteligente es liberal-laborista”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 17.

[38] José Comas, “Anticapitalismo en el SPD”, El País, 5 de mayo de 2005, p. 9.

[39] Véase al respecto el libro coordinado por Ángel Valencia: La izquierda verde, Icaria/ Fundació Nous Horitzons, Barcelona 2006. He vuelto a este asunto en Jorge Riechmann, El socialismo puede llegar sólo en bicicleta, Los Libros de la Catarata, Madrid 2012.

[40] Varios textos que discuten el peak oil en www.crisisenergetica.org. Véase también AA.VV., ¿Un mundo sin petróleo?, dossier 18 de La Vanguardia, enero-marzo de 2006. Joaquim Sempere y Enric Tello (coords.), El final de la era del petróleo barato, Icaria, Barcelona 2007. Pedro Linares y Joaquín Nieto (dirs.), Cambio global España 2010/ 2050. Energía, economía y sociedad, Fundación CONAMA/ CCEIM (Centro Complutense de Estudios e Información Ambiental), Madrid 2011.

[41] Me he referido a ello en Jorge Riechmann, “La crisis energética: algunas consideraciones políticas”. Economía Industrial 371, Madrid 2009 (monográfico sobre Industria y medio ambiente: el reto de la sostenibilidad).

[42] Karl Polanyi: La gran transformación: crítica del liberalismo económico. La Piqueta, Madrid 1989 (ed. original de 1944; hay otra traducción al español en FCE).

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