Israel, un colonialismo a destiempo

Israel, un colonialismo a destiempo

 Luis E. Sabini Fernández

https://revistafuturos.noblogs.org/

No tiene precedentes la ola de críticas y condenas que en 2021 se han multiplicado ante la ya muy vieja e inveterada política etnocida y genocida de Israel con la población palestina de su territorio, como si se tratara de un cáncer y el Estado de Israel se arrogara el rol de cirujano.

Este proceso lleva décadas y nunca antes se habían expandido tanto las críticas.

Aunque por cierto, varios gobiernos, como el uruguayo de Luis Lacalle Pou, se apresuraron a presentar su solidaridad con Israel como si fuera la parte agredida, en la secuencia de resistencia, escaramuzas, cohetería y bombardeos de mayo. Lo cierto es que los israelíes han estado forzando a vecinos de Jerusalén oriental para desalojarlos, golpeándolos, hiriendo, arrestándolos –¡en tanto la diplomacia servil y los medios oficialistas siguen considerando a Israel el bando agredido!– para llegar a la secuencia conocida: algún o algunos palestinos dan una respuesta violenta, a veces ni siquiera tan violenta como los avances israelíes y entonces, sí, como si se adueñaran de una “justa indignación”, aunque es parte de una secuencia ya archiconocida, Israel “responde con todo”: bombardeo a la Franja de Gaza, como si fuera el campo de experimentación de las armas de destrucción masiva israelíes.

Porque no golpean al presunto agresor, sino bombardean y descargan artillería sobre población civil, ciudades y poblados en su vida cotidiana, destruyendo edificios, hospitales, escuelas, plantas potabilizadoras, tanques de agua, botes de pesca, mezquitas (como si se tratara de un cirugía psicoanalítica, derriban, con precisión quirúrgica –como si castraran– minaretes y en particular su extremo superior).

Tamaña represión, tan descarada en sus móviles de judaizar Jerusalén, se ampara “en la letra de la ley” que predican respetar puntillosamente. En realidad, dos leyes, claro: una, para palestinos, Ley de Propiedad de Ausentes,  por la cual el Estado de Israel puede apropiarse legalmente de las propiedades palestinas que por alguna razón estén desocupadas. El cerebral Plan Dalet, de 1947, fue el operativo de exclusión violenta de los habitantes de unas 500 aldeas palestinas, mediante amenazas, asesinatos y violaciones. Quedaron así vacías unas cuantas viviendas… La segunda ley que “ampara” los procederes israelíes es la Ley de Asuntos Legales y Administrativos; como se ve un nombre que puede esconder o expresar cualquier asunto, mediante la cual los judíos pueden reclamar títulos de propiedad anteriores a 1948, lo que precisamente le está vedado a los palestinos… por la ley anterior.

Como cualquiera puede advertir, esta duplicidad procedimental genera enorme frustración y enojo. Es lo que ha pasado en Sheik Jarrah, precisamente.

Cabe agregar que, además, desde la segunda posguerra la misma ONU ha entendido que dicha ciudad sea asiento de tres religiones y por lo tanto la política israelí va directamente en contra de la calidad supranacional de Jerusalén. Las autoridades israelíes defienden su procedimiento como si se tratara apenas de defenderse; es notorio, sin embargo, que han dañado a los palestinos en proporción de cien a uno o de mil a uno…

Pero hay otro aire, otra situación, sobrevenida desde 2020, el año precisamente diseñado por Donald Trump, Jared Kushner y Jason Greenblatt como el año del Acuerdo del Siglo de la cuestión palestina, un acuerdo en el que el trío mencionado ni incluía a los palestinos. No se hubiera secado la tinta que habría podido usarse en tamañas rúbricas, cuando el derribo de estatuas símbolo del colonialismo y la esclavitud, el BLM, el “trumpazo”, rematado con la ocupación del Congreso, más una agitación similar en otros países como Francia, Bélgica, el Reino Unido,  nos muestra un nuevo aire, una nueva sensibilidad en la opinión pública, que aun siendo parcial y más bien limitada a países “centrales”, es significativa.

El sionismo y la formación de EEUU

Algunas de las fracciones principales del sionismo siempre se han sentido muy identificados con la trayectoria de EE.UU. Los peregrinos, forjadores de las primeras colonias americanas en el norte atlántico, les robaron las tierras –y la vida– a los originarios norteamericanos y, como eso dio lugar a resistencia, los intrusos se consideraron agredidos y arrasaron dicha resistencia y reafirmaron su soberanía sobre ese territorio, con salvaguarda bíblica. Tan bien les fue en términos militares que se les hizo el campo orégano y ensancharon el territorio original estadounidense, que no llegaba  al medio millón de km2, hasta sobrepasar los 10 millones, entre compras, arrebatos, invasiones y apropiaciones y reducciones (de los originarios sobrevivientes).

Los sionistas, sus alas más militantes, tomaron a EE.UU. como modelo desde bastante temprano, y en 1942, con el Congreso Sionista Mundial del Hotel Biltmore en Nueva York, decidieron desprenderse de su viejo padrino, el United Kingdom, y decidieron por sí y ante sí, agenciarse un nuevo y menos gastado padrino, United States of America. Padrino y modelo.

Hay abundante bibliografía israelí acerca del trato dado por los wasp [1] a los “indios norteamericanos”. Y ha habido una idea subyacente, la de hacer lo mismo con los palestinos: una reedición de la fundación de un Israel occidental en América del Norte, ahora en el Cercano Oriente, en la Palestina histórica. El Acuerdo del Siglo iba a ser lo más cercano a ese proyecto, esa estrategia de resolver la cuestión palestina sin palestinos.

Pero ante esta “liquidación”  hay un tropiezo histórico de proporciones, que justamente ahora, ingresando a la tercera década del s XXI, parece aflorar.

El proyecto sionista empezó a configurarse y pesar políticamente en el cambio del siglo XIX al XX. Un poco tarde en la historia de los pueblos para reeditar lo hecho por Occidente con el “Nuevo Mundo” entre 1492 y el 1900.

Los sucesivos genocidios fueron dejando una huella de resistencia y rechazo; la humanidad tropieza mil veces con la misma piedra, pero no permanece siempre en el mismo sitio. En pleno siglo XXI la dominación y la expoliación no pueden mantenerse con el estilo de la violencia y el racismo desnudo de hace dos siglos.

1945 significó el quiebre decisivo del racismo desnudo. Entonces se proclamó la relevancia de lo democrático, aunque en los hechos se mantuvo toda la estructura de dominio ya asentada, y lo que hubo, en rigor, fue un cambio de vocabulario: los abismos entre pobres y ricos, entre céntricos y periféricos, entre bien alimentados y mal alimentados, se mantuvieron. Hasta la esclavitud se mantuvo, solo que no oficial…

Pero la introducción de nociones como autogobierno, protagonismo de la gente, derechos universales, no son sólo consignas vacías; seres humanos las van encarnando, de a poco, a veces gradualmente, a veces a los saltos o en oleadas.

Algunos hablan del impacto que produjo en EE.UU. las imágenes de los 65 pequeñines palestinos asesinados con las bombas de la última represalia. Sin duda, es fuerte, atroz. Pero en incursiones militares anteriores, Israel le ha quitado la vida a mucho más que a 65 niños palestinos; en 2009, en 2014, para nombrar apenas las más sangrientas.

Pero las actitudes humanas no se rigen por datos cuantitativos, ni por la pura información, aunque es muy posible que por algún factor ahora actuante los medios masivos estadounidenses hayan mostrado este año mucho más que en bombardeos y arrasamientos anteriores a la misma Franja de Gaza.

El cambio epocal parece habérsele escapado a los sionistas más recalcitrantes. Llevados por su impunidad y una suerte de inmunidad ética conseguida con el episodio nazi.

Da la impresión que esa “protección” o inmunidad ética social, psíquica, política, ideológica, están llegando a su fin.

Sionismo sin límites, límites del sionismo

No creo en profecías pero, sin embargo, hay perspicacias que resultan proféticas. Cuando la flamante ONU, organizada alrededor del nuevo estrellato mundial, EE.UU. triunfante de la 2GM sin desgastes mayores, decide reconfigurar, una vez más el mapa político planetario, el sionismo recibe un fuerte impulso para adueñarse de Palestina. Hubo una serie de deliberaciones supuestamente democráticas porque, quebrado el Eje, la alianza de fascismo y nazismo expresamente antidemocráticos, se instauró el credo democrático entre los vencedores como condición sine qua non de toda concepción política, al punto que hasta el comunismo con su dictadura proletaria, metamorfoseó mensajes para perseverar con “democracias populares”; lo democrático siempre primero.

Tales deliberaciones, en lo que atañe a Palestina, tuvieron lugar en la UNSCOP, la comisión especial designada por la ONU, es decir por EE.UU., para encarar la cuestión palestino-israelí. [2]

Fueron fintas. Porque los dados estaban marcados (y muchos entonces no lo sabían). Pero en dichas fintas, la comisión escuchó diversos enfoques y algunos muy interesantes, como el del representante iraquí ante la ONU, que no pertenecía a UNSCOP (no se designó en la comisión de once estados a ninguno árabe, aunque hubo sí uno musulmán; Irán). El iraquí se aproximó así a la cuestión: “De manera muy eficaz explotaron los sufrimientos de las víctimas de Hitler para sus propios fines políticos. Ahora quieren un Estado en una parte de Palestina, más tarde van a quererlo en todo el territorio de Palestina y finalmente pretenderán invadir el resto del mundo árabe”.

Lo dijo en 1947. Basta ver el despedazamiento del territorio palestino y las incursiones habidas en Sinaí, las alturas sirias de Golán, las escaramuzas alrededor del río Litani, libanés, para darse cuenta de la enorme sabiduría “predictiva” del delegado iraquí.[3]

La reducción palestina

UNSCOP esbozó dos posibles estados, absolutamente asimétricos: el territorio mayor para la población menor, judía, y el territorio más chico para la población árabe, mayoritaria, dos tercios. Una división “à la europea”. Un reparto festejado por sionistas y repudiado por el mundo árabe.

UNSCOP sentó así las bases para la continuación del conflicto, que venía desde fines del siglo XIX, que fuera tomando dramaticidad a principios del s XX con el proceso de compras de tierras y exclusión de población ancestral. Y con el carácter crecientemente armado del sionismo (que produjo tensiones con la población palestina y con los judíos no sionistas).

En 1947, segundo peldaño, dramático y decisivo: los ingleses abandonan “el gobierno” de su protectorado y el único ejército y policía allí existente entonces, ¡oh casualidad!, resultó el judío. En una serie de operativos violentos los grupos judíos, muy bien organizados, arrasaron 500 aldeas palestinas, mataron puntualmente “lo necesario” de la población allí establecida para expulsar una mayoría campesina (estimada entre 700 000 y  800 000 seres humanos).

Desde 1948, el proceso de “redención de la tierra” como llaman los sionistas, cada vez  más apoyados en lo religioso, el adueñarse de la tierra palestina, ha avanzado lenta  o bruscamente, pero sin retroceso alguno; ni siquiera una vez.

Mediante colonizaciones, han ido arrebatando tierras, viviendas, caminos, cultivos, arrinconando a la población local, condenada a vivir fuera de la red urbana y rural oficial del país. Lo que para un conductor automovilístico israelí lleva 15 minutos, para uno palestino, puede llevar 2 o 5 horas (depende no sólo de los desvíos de carreteras sino de los puestos de control con demoras nunca previsibles, porque se hacen precisamente para eso; para hacerles la vida imposible a los moradores históricos).

Algunos de los sionistas más encarnizados, como Naftali Bennet, ministro por años del gabinete de Netanyahu y en la coyuntura actual aspirante a sucederlo, es un expreso admirador del establecimiento de EE.UU. y considera a los palestinos sus “pieles rojas”.

Alguna vez ha declarado, para tranquilizar secuaces: “He matado a muchísimos árabes en mi vida, y no he tenido ningún problema por ello.” [4]

El tiempo de “matador de pieles rojas” simbólico (ya que el físico ha entrado en un cono de sombra desde hace rato), parece cada vez más repudiable, no tanto a las víctimas tradicionales del supremacismo racial  que lógicamente lo han rechazado, sino a sus presuntos beneficiarios; es la población universitaria estadounidense la que no  valora ya positivamente ese comportamiento.

Israel ya no podrá amparar su genealogía en el infame nacimiento de EE.UU.

Matadores de indios, matadores de palestinos

Claro que hace dos siglos, incluso hace siglo y medio, la colonización y el despojo contaba con “cazadores de indios”, con matadores profesionales, que contaban y lucían las cabelleras de los oriundos que iban matando. Entonces, un timbre de valentía, de arrojo, que seguramente le otorgaba un status entre hombres y no menos entre mujeres.

Pero tales personajes dentro del esquema represivo israelí, y que en el caso israelí gozan, como Bennet de enorme influencia, irradiando su certeza genocida, ya no están siendo dejados del lado respetable o glorioso de la historia.

Véase, por ejemplo, el alegato de un soldado israelí que aclara cómo fue perfectamente entrenado, seleccionado para participar de la Brigada Golani -la “crema” del ejército israelí–, que recuerda vociferando que ha matado a 40 palestinos para Israel, que ha sido asesino, y que tiene trastornos, enuresis nocturnas, delirios con quienes le preguntan por qué los mató… que no puede vivir tranquilamente con semejante estrés postraumático… Su indignación, más allá de la queja por lo que cuenta, es que la recurrente asistencia hospitalaria (psiquiátrica) que necesita debe ser pagada por su madre.[5]

Personajes como este sicario, que se queja de sus remordimientos y de las cuentas que el estado israelí le exige a su madre, no constituyen, ciertamente,  figuras ejemplarizantes, atractivas, respetables; más bien desnudan la naturaleza genocida de la labor militar israelí.

Testimonios como éste, igual que el de Bennet, parecen estar modificando el panorama político en EE.UU., lugar clave al respecto, por el peso específico de su configuración política, militar, cultural. Y porque alberga a la mayor cantidad de judíos del mundo distribuidos por país.

Ya no existe hoy un personaje como la figura liminar del colonialismo británico, Winston Churchill, premier de “larga duración” si los hubo, quien, refiriéndose al bombardeo y represión brutal del barrio negro de Tulsa, Oklahoma, EE.UU., en 1921, aclarara: “No puedo disculparme por esta toma de territorio de la misma forma que nadie puede quejarse que los hombres blancos hayan tomado las tierras de los indios piel roja en América; es algo natural que las razas superiores dominen a las razas inferiores”.[6]

Churchill ligaba los procederes colonizadores de su imperio con los de EE.UU.

¿Saturación ante tanta impudicia?

Es como si la impudicia israelí en la violación a los derechos humanos, que se proclaman universales, empezara a advertirse. Y la chutzpah, esa mezcla de osadía y descaro blandida por intelectuales como Alain Dershowitz como virtuosa, estuviera mostrando su rostro verdadero, de amo…

Como expresión de los cambios en EE.UU. respecto de Israel, hay que registrar la presencia, sin antecedentes (por su número), de toda una bancada legislativa que repudia la vía israelosionista de construir el Estado de Israel. Significativamente, mujeres y con orígenes étnicos distintos, muy distintos a los “tradicionales: Ihlan Omar, de origen somalí, Rashida Tlaib de origen palestino,  Ayanna Pressley, afroamericana, Alexandria Ocasio-Cortez, de familia portorriqueña.

Este cambio que denominé “de época”, no parece tan nítido en Israel. Si uno considera que la disputa por el cargo de Primer Ministro se da entre Beniamin Netanyahu, Bruno Gantz, Naftalí Bennet, tenemos que concluir que sigue en pie la descripción de Norman Finkelstein,[7] describiendo el arco político ideológico israelí como un país sin izquierda: solo derecha, extrema derecha y extremísima derecha.

Queda por ver si “el cambio epocal” atañe exclusivamente a EE.UU. o toma fuerza en otros países, por ejemplo, europeos, que rompan el seguidismo ovejuno que les hace temer constantemente caer en el antisemitismo.


[1]  White Anglo Saxon Protestant: el núcleo fundacional de EE.UU.

[2]   Véanse mis notas: “ONU-UNSCOP: padres putativos de Israel”, I, II, III.

[3]   Federico Perazza, “Uruguay y el conflicto en Medio Oriente”, Revista Mexicana de Política Exterior, 2007-2008, transcribiendo  texto de la sesión plenaria de la Asamblea General de la ONU, 26 nov. 1947. Documento A/516, p. 634.

[4]   Publicado por Yediot Aharonot, periódico israelí, y traducido y puesto en internet por http://www.palestinalibre.org/articulo.php?a=46297, 31 julio 2013.

[5]   https:twitter.com/SantiMayor/status/1400091462642114570?s=08.

[6]   Cit. p. Jorge Majfud, «1921: Ensayo de bombardeo contra una «raza inferior».

[7]   Académico con enorme coraje civil, enfrentando desde hace muchos años los engaños urdidos por la IHRA (International Holocaust Remembrance Alliance) con las atrocidades habidas durante la 2GM, lo cual le ha significado un ostracismo total en su país, EE.UU.

Fuente de la Información: https://rebelion.org/israel-un-colonialismo-a-destiempo/

 

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Una época ansiosa (un libro que ayuda a entender a los Estados Unidos hoy)

Blanca Heredia

“La nuestra es una época ansiosa –La época ansiosa. Un momento en el que las tribulaciones espirituales en los Estados Unidos parecieran más fuertes que en ningún otro momento, quizá, desde los 1730”. Así arranca su libro, An Anxious Age: The Post-Protestant Ethic and the Spirit of America, Joseph Bottum, ensayista, conocedor de temas religiosos y crítico literario norteamericano.

Una aseveración fuerte y osada. Una, también, que rompe con el guion subyacente de mucha de la cháchara previsible que, con frecuencia, se ostenta hoy como análisis y crítica del presente. Aseveración fuerte y osada, pues habla del presente en los Estados Unidos, como “LA” época ansiosa.

Aseveración disruptiva y útil, pues, en lugar de repetir lo de todos, trae de regreso a la mesa un tema clave para esclarecer algunas de las razones de fondo detrás del estado (lamentable) que guarda la vida pública en aquel país.

El tema grande que Bottum nos invita a volver a mirar es la religión con mayúsculas. La religión entendida como una respuesta central a las necesidades espirituales de los seres humanos. Subrayo, la religión no como hecho sociológico o como “ideología” o como dogma encarnado en instituciones.

La religión puede ser y es todo eso otro. Sin embargo, señala Bottum, antes que nada y conseguir tener cualquier efecto (bueno o malo), la religión tiene que ser entendida como creencia vivida, real y profunda. Como acto de fe con respecto al valor y verdad de ciertos hechos, valores y prácticas a través de los cuales el creyente le da sentido al mundo y aquieta de veras su zozobra frente a lo que lo excede, lo inquieta y lo pone ansioso. Por ejemplo, la muerte o el contenido cierto del bien y del mal.

Para los no creyentes, los científicos sociales y, más generalmente, para un momento histórico en el que las única razones comprensibles son las de la racionalidad fría (el cálculo costo-beneficio) y los datos, resulta mucho más fácil “explicar” y “entender” lo religioso como “falsa conciencia” o como “capital social”, restándole todo lo que no “computa” desde la racionalidad y los datos.

El problema, nos dice Bottum, es que, en el camino, acabamos restándole al fenómeno religioso todo lo que tiene, justamente, de religioso.

Desde ese lugar, casi inaccesible desde la pura razón de las sumas y las restas comprobables, aborda el autor de La Época Ansiosa el asunto que constituye el objeto y la tesis central del libro. A saber: el debilitamiento profundo del protestantismo tradicional (“mainline” ) en los Estados Unidos de los años 1970 en adelante y sus consecuencias –catastróficas, a juicio de Bottum– para la vida pública de ese país.

Con pluma ágil y a través de un texto que combina viñetas de personajes prototípicos de lo que el autor denomina “post-protestantismo” (adhesión a muchos de los valores centrales del protestantismo norteamericano tradicional aggiornado, por parte de sujetos que, sin embargo, ya no creen en las verdades religiosas y no ejercitan las prácticas rituales y sociales que les daban sustento efectivo a aquellos valores) con fragmentos de erudición en materia teológica y amplio conocimiento de la historia norteamericana, Bottum arma una interpretación muy interesante y plausible sobre la naturaleza y orígenes de la descomposición que vive en la actualidad la vida pública, en general, y la vida política, en particular, en los Estados Unidos de América.

Para Bottum, lo cito: “El protestantismo le dio a los norteamericanos un código de maneras y costumbres. Una mentalidad y una condición anímica. Una forma de ser en el mundo. Un fundamento político. Una definición como nación”.

El protestantismo funcionó como cemento –fundacional, básico y compartido– de la nación, la sociedad y el sistema político norteamericano. Lo hizo, pues los fundadores de esa comunidad, y, luego, una masa crítica lo suficientemente grande y poderosa, creía, en efecto, en cosas como que la salvación se ganaba con el trabajo y en que decir mentiras, estafar o robar estaba MAL y desataba la ira de Dios en contra de él o la que incurría en ellas.

Esas creencias compartidas, combinadas con prácticas cotidianas de millones orientadas por esas creencias, y con la ausencia de una sola organización eclesiástica que las representase, le ofreció un lenguaje moral compartido a la vida pública en ese país e hizo posible reconciliar, de forma inusualmente productiva y fértil, libertad individual y vida ordenada en colectivo.

A partir de la década de los 1970, las creencias de fondo que hicieron del protestantismo eje vertebral de la vida colectiva en los Estados Unidos, se fueron debilitando.

Fue ganando terreno el ánimo descreído característico de la modernidad secular, y perdiendo anclas el sustrato de fe compartido de una vida en común capaz de reconciliar orden y diversidad. Si bien echo en falta una explicación mejor y más detallada de cómo ocurrió todo esto, la tesis central del libro sigue pareciéndome iluminadora.

Iluminadora en el sentido de que me ayuda a entender cosas como Trump no condenando, de entrada, el fin de semana pasado a los supremacistas blancos y a los neonazis en Virginia.
Cosas importantes, como el hecho mismo de que un sujeto como Donald Trump haya conseguido convertirse en presidente de los estadounidenses.

Fuente del articulo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/una-epoca-ansiosa-un-libro-que-ayuda-a-entender-a-los-estados-unidos-hoy.html

Fuente de la imagen: http://www.elfinanciero.com.mx/files/article_main/uploads/2017/08/16/5993e616572c7.jpg

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Achille Mbembe: «cuando el poder brutaliza el cuerpo, la resistencia asume una forma visceral»

Por: Amador Fernández-SavaterEl Diario.es. 21/07/2017

Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo de Achille Mbembe, publicado por  Ned Ediciones y Futuro Anterior, es un tratado de la envergadura de Orientalismo de Edward Said. En primer lugar, se trata de una arqueología del texto eurocéntrico que construyó una idea de África como continente caníbal y bárbaro, como aquel territorio que sólo podía proveer (aún lo hace) hombres-cosa-mercancía al capitalismo, su cara oscura.

En segundo lugar, el libro es un ejercicio (ético, estético, poético) que plantea, en la misma tradición de Said y los estudios culturales, pensarse, conocerse y des-conocerse “al margen” de esta mirada imperial europea. Es decir, re-construir una memoria “de abajo” sanadora y desvictimizadora -es lo mismo- capaz de proyectar un futuro común. Mbembe rescata aquí la literatura de la otra razón negra, poetas y novelistas, Fanon y Cesaire, en un trabajo serio y delicioso, potente y extremo, doloroso y esperanzador.

Finalmente, este libro analiza la vigencia de las prácticas coloniales/imperiales que “ensalvajan” hoy en día el globo. Lo que el autor llama y anima a pensar como “el devenir negro del mundo”. Ese momento histórico en que, como dice en esta misma entrevista, “la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer y borrarse, sin que nadie –negros, blancos, mujeres, hombres- pueda escapar de ello”. 

Achille Mbembe nació en Camerún en 1957. Es profesor de Historia y Política de la Universidad Witwaterstand de Johannesburgo (Sudáfrica). Su primer libro publicado en castellano fue Necropolítica, donde analiza las políticas de ajuste y expulsión que primero se ensayaron en el continente africano en los años 90 y hoy se extienden por todas partes.

1. Habla usted de “cambio epocal”, ¿cómo se justifica eso? ¿Qué factores lo indican?

En efecto, creo que vivimos un cambio de época. Por un lado, el mundo ha empequeñecido, se ha contraído espacialmente, hemos, de algún modo, tocado sus límites físicos, hasta el punto de que probablemente ningún rincón de la tierra sea desconocido, esté deshabitado o sin explotar. Al mismo tiempo, la historia humana atraviesa una fase caracterizada por lo que llamo la repoblación del planeta, que demográficamente se traduce en un envejecimiento de las sociedades del norte y un rejuvenecimiento del continente africano y asiático en particular.

En cuanto a la estructura de las poblaciones, estamos viendo el crecimiento de una gran segregación social, una suerte de gigantesco apartheid, junto a enormes olas migratorias a escala planetaria que recuerdan a los primeros tiempos de la colonización. Y con respecto a las transformaciones tecnológicas, una de sus principales consecuencias es la transformación de nuestras antiguas nociones de tiempo y de velocidad.

Políticamente, estamos entrando en un mundo nuevo, caracterizado desgraciadamente por la proliferación de fronteras y de zonas exclusivamente militares. Este mundo se afianza gracias al “fantasma del enemigo”, del que hablo en mi último libro, y la emergencia de un Estado global securitario que busca normalizar un estado de excepción a escala mundial, donde las nociones de Derecho y de libertad que eran inseparables del proyecto de la modernidad quedan suspendidas.

Hay, por lo tanto, muchos factores que indican que estamos entrando en un mundo diferente, altamente digitalizado y financiarizado, donde la violencia económica ya no se expresa en la explotación del trabajador, sino en hacer superflua una parte importante de la población mundial. Un mundo que cuestiona radicalmente el proyecto democrático heredado de la Ilustración.

Necropolítica: políticas de muerte

2. ¿Cómo describiría la violencia del capital en este cambio epocal? En su último libro, usted ha definido al neoliberalismo como un “devenir negro del mundo”, ¿podría abundar en ello?

Digamos que en mis libros quiero hacer converger dos tradiciones del pensamiento crítico que desde hacía un tiempo parecían divergir: por un lado, la tradición del pensamiento crítico concerniente a la formación y lucha de clases; por otro lado, la tradición del pensamiento crítico que intenta comprender la formación de las razas. Estas dos tradiciones han sido a menudo contrapuestas, cuando esto, ya sólo en términos históricos, es insostenible.

Si estudiamos atentamente la historia del capitalismo, nos damos cuenta enseguida de que para funcionar tuvo, desde sus inicios, la necesidad de producir lo que llamo “subsidios raciales”. El capitalismo tiene como función genética la producción de razas, que son clases al mismo tiempo. La raza no es solamente un suplemento del capitalismo, sino algo inscrito en su desarrollo genético. En el periodo primitivo del capitalismo, que va desde el siglo XV hasta la Revolución Industrial, la esclavización de negros constituyó el mayor ejemplo de la trabazón entre la clase y la raza. Mis trabajos se han centrado particularmente sobre ese momento histórico y sus figuras.

El argumento que desarrollo en mi nuevo libro es que, en las condiciones contemporáneas, la forma en que los negros fueron tratados en ese primer periodo se ha extendido más allá de los negros mismos. El “devenir negro del mundo” es ese momento en que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer y borrarse, sin que nadie –negros, blancos, mujeres, hombres- pueda escapar a ello.

3. Esto nos lleva a su concepto de “necropolítica” (o política de la muerte), ¿cómo lo explicaría?

Son dos cosas. La “necropolítica” está en conexión con el concepto de “necroeconomía”. Hablamos de necroeconomía en el sentido de que una de las funciones del capitalismo actual es producir a gran escala una población superflua. Una población que el capitalismo ya no tiene necesidad de explotar, pero hay que gestionar de algún modo. Una manera de disponer de estos excedentes de población es exponerlos a todo tipo de peligros y riesgos, a menudo mortales. Otra técnica consistiría en aislarlos y encerrarlos en zonas de control. Es la práctica de la “zonificación”.

Es significativo constatar que la población de las cárceles no ha cesado de crecer a lo largo de los 25 últimos años en EEUU, China, Francia, etc. En ciertos países del norte, la combinación de técnicas de encarcelamiento y la búsqueda del beneficio ha llegado a un enorme desarrollo. Hay toda una economía del encierro, una economía a escala mundial, que se nutre de la securización, ese orden que exige que haya una parte del mundo confinada. La necropolítica sería, pues, el trasunto político de esta forma de violencia del capitalismo contemporáneo.

4. Queríamos preguntarle, a propósito de esto, su opinión sobre la actual “crisis de refugiados”: ¿cuál ha sido a su juicio el papel de los gobiernos? ¿Qué opinión le merece la respuesta de la ciudadanía europea?

Es justamente a partir de la necropolítica y la necroeconomía que podemos comprender la “crisis de los refugiados”. Esta crisis es el resultado directo de dos formas de catástrofes: las guerras y las devastaciones ecológicas, que se afirman recíprocamente. Las guerras son factores de crisis ecológicas y una de las consecuencias de las crisis ecológicas es fomentar guerras.

La crisis de los refugiados tiene también que ver con lo que antes llamé la “repoblación del mundo”, en la medida en que las sociedades del norte envejecen, aumenta su necesidad de repoblarse, y la migración ilegal es una parte esencial de ese proceso, que seguramente se acentuará en el curso de los próximos años. A este respecto, la reacción de Europa está siendo esquizofrénica: levanta muros en torno al continente, pero necesita la inmigración para no envejecer.

5. Otro de los conceptos importantes que aparece en sus trabajos, asociado al de “necropolítica”, es el de “gobierno privado indirecto. ¿Qué puede decirnos al respecto?

Ese concepto fue elaborado en los años 90, en una época en la que el continente africano estaba enteramente bajo el poder del FMI y el Banco Mundial. Era un periodo de grandes ajustes estructurales que golpearon duramente la economía africana, de un modo similar al actual caso griego: endeudamiento fuera de cualquier norma, suspensión de la soberanía nacional, delegación de todo el poder soberano a instancias no-democráticas, privatización de todo, especialmente del sector público, etc. La idea de gobierno privado indirecto apunta a esa forma de gobierno de la deuda, que desarrolla por fuera de todo marco institucional unatecnología de la expropiación en países dependientes económicamente, privatizando lo común y descargando la responsabilidad de todo mal en los individuos (“ha sido vuestra culpa”).

6. Este concepto, elaborado en el contexto del continente africano en los años 90, ¿puede explicar tendencias globales actuales, aplicarse en otras partes del planeta? En México, por ejemplo, mucha gente sigue atentamente sus trabajos por las poderosos resonancias de sus análisis con lo que allí sucede.

Creo que es posible seguir pensando este concepto hoy en día a escala global. El gobierno privado indirecto a nivel mundial es un movimiento histórico de las élites que aspira, en última instancia, a abolir lo político. Destruir todo espacio y todo recurso -simbólico y material- donde sea posible pensar e imaginar qué hacer con el vínculo que nos une a los otros y a las generaciones que vienen después. Para ello, se procede a través de lógicas de aislamiento -separación entre países, clases, individuos entre sí- y de concentraciones de capital allí donde se puede escapar a todo control democrático –expatriación de riquezas y capitales a paraísos fiscales desregulados, etc. Este movimiento no puede prescindir del poder militar para asegurar su éxito: la protección de la propiedad privada y la militarización son correlativos hoy en día, hay que entenderlos como dos ámbitos de un mismo fenómeno.

La transformación del capitalismo desde los años 70 ha favorecido cada vez más la aparición de un Estado privado, donde el poder público en el sentido clásico, que no pertenece a nadie porque pertenece a todos, ha sido progresivamente secuestrado para el beneficio de poderes privados. Hoy resulta posible comprar un Estado sin que haya gran escándalo y EEUU es un buen ejemplo: las leyes se compran inyectando capitales en el mecanismo legislativo, los puestos en el congreso se venden, etc. Esa legitimación de la corrupción al interior de los Estados occidentales vacía el sentido del Estado de Derecho y legitima el crimen al interior mismo de las instituciones. Ya no hablamos de corrupción como una enfermedad del Estado: la corrupción es el Estado mismo y, en ese sentido, ya no hay un afuera de la ley. El deterioro del Estado de Derecho produce políticas exclusivamente depredadoras, que invalidan toda distinción entre el crimen y las instituciones.

Resistencia visceral

7. Desde la idea foucaultiana del poder como “relación”, echamos de menos en su ensayo sobre la necropolítica más referencias a las resistencias, a las prácticas de vida de la gente de abajo. ¿Podemos describir el poder sin describir las resistencias?

No, por supuesto. No se puede hacer ese tipo de descripción sin pensar en las formas de resistencia que son correlativas a cualquier poder. Mis primeros trabajos, que desgraciadamente no han sido todavía traducidos, se habían centrado precisamente en las resistencias al poder y en sus límites también.

¿Qué decir de las formas contemporáneas de resistencia a la necropolítica y a la necroeconomía? Desde luego son muy variadas, dependen de las situaciones locales y los contextos. Tomaré el caso sudafricano como un ejemplo. Me interesa mucho la manera en la que en ese país las resistencias se organizan a partir de la ocupación de los espacios, en una búsqueda de la visibilidad ahí donde el poder quiere relegarnos y apartarnos. Las formas de resistencia que se están desarrollando en ese país tienen que ver con la lucha de los cuerpos por hacerse presentes (corporal, física, visiblemente) frente a la producción de ausencia y silencio del poder. Son formas ejemplares de resistencias porque el poder hoy funciona produciendo ausencia: invisibilidad, silencio, olvido.

Durante los últimos años hemos asistido en Sudáfrica a un gran movimiento llamado la descolonización, una descolonización simbólica que ha operado, por ejemplo, llamando a destruir las estatuas del colonialismo, pero también luchando por transformar el contenido del saber y de las formas de producción del saber; reactivando la memoria y resistiendo al olvido, etc. Las resistencias en Sudáfrica pasan por una rehabilitación de la voz, por la expresión artística y simbólica, desafían la tentativa del poder de reducir al silencio las voces que no quiere escuchar. En esa región del mundo estamos viviendo un ciclo de luchas de lo que yo llamo las políticas de la visceralidad.

8. ¿En qué consisten esas “luchas de la visceralidad”?

Hay un surgimiento de pequeñas insurrecciones. Esas micro-insurrecciones toman una forma visceral, en respuesta a la brutalización del sistema nervioso típica del capitalismo contemporáneo. Una de las formas de violencia del capitalismo contemporáneo consiste en brutalizar los nervios. Y como respuesta, emergen nuevas formas de resistencia ligadas a la rehabilitación de los afectos, las emociones, las pasiones y que convergen en todo eso que yo llamo la “política de la visceralidad”.

Es interesante ver cómo en muchos lugares, tanto en las luchas de la población negra en Sudáfrica como en EEUU, los nuevos imaginarios de lucha buscan principalmente la rehabilitación del cuerpo. En EEUU, el cuerpo negro está en el centro de los ataques del poder, desde lo simbólico -su deshonra, su animalidad- hasta la normalización del asesinato. El cuerpo negro es un cuerpo de bestia, no un cuerpo de ser humano. Allí la policía mata negros casi todas las semanas, sin que existan apenas estadísticas que den cuenta de esto. La generalización del asesinato está inscrita en las prácticas policiales. La administración de la pena de muerte se ha desligado del ámbito del Derecho para volverse una práctica puramente policial. Esos cuerpos negros son cuerpos sin jurisprudencia, algo más próximo a objetos que el poder tiene que gestionar.

9. Usted analiza cómo el trabajo de la memoria ha sido para muchos pueblos un ejercicio de cura y autocuidado para nombrarse autónomamente. Pero, ¿hasta qué punto estas memorias son elaboradas o escritas desde “los vencidos”?

La memoria popular nunca cuenta historias limpias, no hay memorias puras y diáfanas. No hay memoria propia. La memoria siempre es sucia, siempre es impura, siempre es un collage. En la memoria de los pueblos colonizados encontramos numerosos fragmentos de lo que en un determinado momento fue roto y que ya no puede ser reconstituido en su unidad originaria. Así pues, la clave de toda memoria al servicio de la emancipación está en saber cómo vivir lo perdido, con qué nivel de pérdida podemos vivir.

Hay pérdidas radicales de las que nada se puede recuperar y, sin embargo, la vida continua y debemos encontrar mecanismos para hacer presente de algún modo esa pérdida. Podemos recuperar algunos objetos de una casa incendiada, incluso reconstruir la casa, pero hay cosas que no podremos jamás remplazar porque son únicas, porque manteníamos con ellas una relación única. Y hay que vivir con esa pérdida, con esa deuda que ya no podemos pagar. La memoria colectiva de los pueblos colonizados busca maneras de señalar y vivir aquello que no sobrevivió al incendio.

10. ¿Cómo reconstruir la desgarradora historia de despojo y violencia en clave de potencia y evitar la autorepresentación como víctimas perpetuas?

Es una cuestión central. La conciencia victimista es una conciencia peligrosa, porque es una conciencia enmudecida por el resentimiento y el deseo de venganza, que busca siempre infligir al otro –un otro generalmente más débil, no necesariamente el culpable real- la cantidad de violencia que se ha sufrido. Creo que hay un peligro en esa forma victimista de conciencia. La cuestión es cómo la gente que ha sufrido un traumatismo histórico y real, como una guerra o un genocidio, puede recordar lo que le ha ocurrido y utilizar la reserva simbólica de la catástrofe histórica para proyectar un futuro que rompa con la repetición de las violencias sufridas. Es un camino, casi diríamos, de áscesis. Una búsqueda de “purificación”, de identificación de los elementos de la tragedia con el fin de no repetirla.

11. Hay quien habla de un “uso estratégico del esencialismo”, de un uso táctico de la identidad como palanca en la construcción de un sujeto político. ¿Cómo se sitúa usted en esos debates sobre la identidad?

Digamos que, si repasamos la historia de las luchas contra la discriminación racial, suele darse un momento en que la resistencia se construye a través de una cierta esencialización de la raza. Lo hemos visto, por ejemplo, en los EEUU con Marcus Garvey o en el “movimiento de la negritud” en Francia, donde se trataba precisamente de revalorizar la condición negra. Son movimientos que buscan emanciparse de la condición de objeto, retraduciendo positivamente esos atributos que nos condenaban a ser objetos -la negritud- en un signo humano. Esta es la función estratégica de la función esencialista.

El problema es cuando el esencialismo nos impide continuar el camino que gente como Fanon consideraba el horizonte de nuestras luchas. ¿Cuál es ese horizonte? El que abre el camino a una nueva condición, donde la raza ya no importa, donde la diferencia ya no cuenta, porque todos nos hemos vuelto simplemente seres humanos: el pasaje de la indiferencia a la diferencia. En este sentido, me considero “fanonista”, aunque comprendo que, en circunstancias determinadas, haya movimientos que utilicen estratégicamente el esencialismo como manera de fortalecer una identidad colectiva.

12. Por último, el capitalismo se ha renovado, actualizando y sofisticando las violencias necropolíticas del colonialismo. ¿Lo han hecho quienes se le resisten? ¿Hemos renovado nuestra imaginación política para responder con formas de acción efectivas la necropolítica del capitalismo contemporáneo?

Si reflexionamos sobre el ejemplo africano, el siglo XX podría estar dividido en dos ciclos de lucha. Desde el comienzo del siglo XX hasta los años 30, hemos vivido una forma de lucha que llamaré acéfala, ligada a lo local, a las condiciones de reproducción de la vida cotidiana. Tras la segunda guerra mundial entramos en un ciclo de lucha vertical, representada por sindicatos y partidos políticos. Ahora parece que hemos regresado a las formas acéfalas de lucha, luchas locales, luchas más o menos horizontales, que insisten sobre la recuperación de la capacidad de interrupción de la normalidad, del relato que ordena la normalidad, que nos hace pensar que lo pasa es normal cuando no lo es.

En el caso del sur de África, la pregunta ahora es cómo transformar esa ruptura de la normalidad, esa des-normalización, en una nueva forma de institucionalización. Tengo la impresión de que las nuevas luchas acéfalas no acaban de aportar respuestas plausibles y eficaces a esa pregunta: cómo dar forma a una nueva institucionalidad, abierta y democrática, que haya aprendido de los problemas que acarrea el verticalismo. No creo que pueda haber democracia sin institucionalización ni representación. Sabemos que hay una crisis de representación en todas partes, pero no creo que la respuesta sea disolverla en cuanto tal, disolver toda idea de representación.

En definitiva, nuestras viejas recetas (los partidos políticos, por ejemplo) están mostrando dificultades estructurales para preservar y defender lo común dentro de las actuales instituciones y seguirá siendo así mientras no haya comunidades fuertes que puedan democratizar la política desde abajo. Los movimientos de los últimos años van en ese sentido, aunque todavía estén frágilmente vinculados entre sí. Creo que de estas distintas resistencias acéfalas surgirán nuevas propuestas de instituciones, quizás no para derribar el Estado, sino para forzarlo a mutar nuevamente en un órgano de defensa del bien común.

Entrevista pensada y realizada por Amarela Varela, Pablo Lapuente Tiana y Amador Fernández-Savater, con la ayuda de Ned Ediciones. Pablo Lapuente transcribió y tradujo del francés. 

*Fuente: http://www.eldiario.es/interferencias/Achille-Mbembe-brutaliza-resistencia-visceral_6_527807255.html

*Fotografía: El Diario.es

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