Por: Olga Carmona
La cuestión es que estas etiquetas se cuelgan en los niños con inusitada falta de conocimiento y responsabilidad, generando en los padres angustia
Los profesionales de la psicología, pedagogía, pediatría y en definitiva, todos aquellos que trabajamos con niños y adolescentes, hemos sido educados en la patología, en lo que no funciona como debería. Y ese “debería” algunas veces sí es un trastorno, y otras tantas que solo lo define la normalidad estadística.
Con enorme tristeza, enfado y preocupación asistimos día a día a familias a cuyos hijos se les ha colgado alguna patología porque su conducta es “anormal” en el contexto escolar y/o familiar y que sin embargo son las inocentes víctimas de la falta de información, el exceso de prejuicios y la negligencia más peligrosa.
Nos llegan muchos de ellos medicados, con anfetaminas y antipsicóticos. Si, si… con antipsicóticos para que no “se porten mal”. Las familias dudan, no saben qué hacer, si desobedecer al pediatra, al psicólogo, al profesor, no se atreven a desautorizar al presunto profesional, pero por otro lado intuyen que no deberían drogar con tanta alegría a sus hijos.
Nunca antes hemos tenido una generación de niños tan medicados como ahora, cerebros en pleno desarrollo cuya química se altera artificialmente para combatir los síntomas. Y por supuesto, no niego que hay niños con trastornos que pueden verse beneficiados de estos fármacos, lo que afirmo es que, en muchos, muchísimos casos hay un sobre diagnóstico o lo que es peor, la no detección de la alta capacidad que en demasiadas ocasiones se confunde con una patología.
Nosotros, como centro [CEIBE], hemos iniciado una cruzada para formar a psicólogos en diagnóstico diferencial, a colegios para que los docentes aprendan a diferenciar y a identificar, a las familias para que desobedezcan la pauta de medicar una vez que ya saben que lo que su hijo tiene no es ninguna enfermedad y en un futuro próximo queremos formar a los pediatras y los médicos de familia.
Lo que nos encontramos con mayor frecuencia en niños superdotados son diagnósticos de Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, Trastornos del Espectro Autista y Trastorno Oposicionista Desafiante y, en menor medida, Trastorno Obsesivo Compulsivo y algunos otros del grupo de las Psicosis.
Desde luego que pueden confluir cualquiera de ellos con una alta capacidad intelectual, pero no es lo más frecuente. En el caso del TDAH, ambas excepcionalidades comparten rasgos comunes, tales como altos niveles de distractibilidad, excesiva actividad motriz ya sea corporal o verbal y enfrentamiento o desafío con las figuras de autoridad. Sin embargo, en el caso de los niños con alta capacidad, la distractibilidad tiene que ver con el profundo aburrimiento al que son sometidos en el aula con tiempos y modos de enseñar en las antípodas de sus necesidades, y la excesiva actividad motriz desaparece cuando se encuentra enfocados en algo que atrapa su interés y son sensibles a la explicación y a la negociación a la hora de acatar una norma.
De la misma manera las altas capacidades comparten algunas características con el trastorno de Asperger tales como una memoria extraordinaria, el gusto por la memorización de datos, la obsesión y profundización en un tema determinado, un lenguaje muy rico, resistencia a los cambios y la hipersensibilidad sensorial. Sin embargo, el niño con altas capacidades no tiene un lenguaje pedante, su memoria es excepcional pero generalizada, se adaptan a los cambios, suelen ser profundamente empáticos, entienden el metalenguaje, los dobles sentidos, las ironías si bien en algunas etapas de su desarrollo pueden ser rígidos y literales. De igual manera el niño con AACC no tiene problemas de interacción social pese al estereotipo, lo que ocurre es que no encuentra afinidades entre su grupo de iguales y prefiere relacionarse con personas cuyo lenguaje, capacidad y aficiones se asemejen a los suyos.
La cuestión es que estas etiquetas se cuelgan en los niños con inusitada falta de conocimiento y responsabilidad, generando en los padres la angustia de recibir un diagnóstico grave, crónico e incapacitante. Y por si fuera poco, además se les medica.
Todavía nos enfrentamos a la creencia de muchos padres y docentes de que detectar a un niño que probablemente tiene Altas Capacidades equivale a etiquetar. Sin embargo, es imprescindible la detección precisamente para intentar evitar caer en el frecuente riesgo del diagnóstico erróneo, para tomar las medidas psicoafectivas y educativas necesarias para canalizar un potencial que, de otra forma, se les volverá en contra y se traducirá, entonces sí, en problemas de conducta, de ansiedad, de depresión y otros bastante más severos. Pero el origen no está en tener un mayor potencial cognitivo, sino en la no atención de este.
Según datos de la Asociación Española para la Sobredotación y el Talento (AEST), En España, en el año 2003, el defensor del Menor de la Comunidad de Madrid reconocía que “los padres son excelentes identificadores de sus propios hijos superdotados, ya que en el 70% de los casos la selección hecha es correcta”. Sin embargo, según los datos obtenidos en la Comunidad de Madrid, “los maestros identificaron tan solo un 44% de los alumnos superdotados que estaban en sus clases (…) Además, identificaron como superdotados un altísimo número de alumnos -97%- que no lo eran”. Según el propio Defensor del Menor, “esto indica que los profesores no están suficientemente formados para identificar a los superdotados”.
No identificar, no detectar a un niño en su excepcionalidad, no va a librarle de la etiqueta de raro, friki, peculiar, etcétera… la sociedad se deleita y disfruta la etiqueta y la categorización porque refuerza su espejismo de control sobre el mundo y les reafirma la creencia de estar en el lado “normal”, si es que eso existe. De forma tal que, aquellos que se salen explícitamente del guion serán etiquetados, peyorativamente por supuesto. No realizar una detección cuando hay señales suficientes como para pensar que tu hijo o tu alumno no son como la media, es negligencia porque estamos negando a ese niño los “escasos”, pero recursos al fin, de que dispone el sistema para atenderle, pero lo peor es que le estamos negando su propia identidad. Y desde luego al no detectarle, no le salvamos de nada porque seguirá siendo obvio para los neurotípicos, que al diferente, hay que señalarle con el dedo acusador.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/02/03/mamas_papas/1580725392_528967.html