Sandra Ferreira jamás escuchó el llanto de su hija cuando era bebé, ni el «waka-waka» repetido de PacMan mientras movía su mandíbula, ni el grito enronquecido de Kesman al anunciar un gol de Uruguay. La sordera de nacimiento la privó del acceso al mundo auditivo y, también, la apartó de la educación ni bien terminó la escuela, hace 37 años. Su padre, con la intensión de que su hija no se frustrara, la fue convenciendo de que no tenía sentido ingresar al liceo. Por poco más de tres décadas ella aceptó —o se convenció— de que ese era el precio que debía pagar por ser «extranjera» en su propia tierra. Pero en el curso de profesorado de lengua de señas, que empezó ya de adulta, le exigieron tener terminado hasta cuarto de secundaria. Ese fue el impulso necesario para sumergirse en una promesa incumplida. Como ella misma reconoce: «Puede que jamás escuche, pero me prometí terminar de estudiar».
Esta podría ser una historia más de una persona que, pese a los obstáculos y sin importar la edad, logra cumplir sus sueños. Pero es más que eso. Hace un año, por sugerencia de una directora, Sandra se inscribió en el liceo 75 del Prado. Este no es un centro especializado en personas sordas —como sí los son el 32, el 8 en horario nocturno, o el 35 en el segundo ciclo—, pero sí está enfocado en el trabajo con adultos. Y a ella le importaba esa facilidad de clases más cortas, en horario vespertino, que le permitía trabajar en una curtiembre en la mañana y estudiar el profesorado de lengua de señas por la noche.
Para su sorpresa, dice, no fue la única persona con dificultades auditivas que tuvo esta idea: otros ocho compañeros también se habían inscripto en ese primer año. Y todos, salvo una alumna que desistió, salvaron con buen desempeño, fueron bien acogidos y recibieron la ayuda de intérpretes contratados. Hasta esta semana. Cereso, el centro que administra los recursos para sordos en Secundaria, les avisó que por este año no habrá intérpretes. Al menos en este liceo.
La razón, dice la coordinadora de Cereso, María Eugenia Rodino, es que «faltan recursos humanos». No hay «suficientes» intérpretes profesionales, y los que hay en ejercicio deben repartirse en tres liceos a la misma hora. Pero la justificación, por más objetiva que parezca, cayó como un baldazo de agua fría en el alumnado, más aún luego de que ante la «buena recepción» del año pasado se sumaran dos estudiantes más en segundo, tres en primero y uno en tercero.
Para Rodino no es solo una cuestión de intérpretes, sino que es necesario el complemento de material específico y la posibilidad de que los estudiantes sean evaluados en su lengua: el lenguaje de señas.
Pero Sebastián Bonda, profesor de Matemática del liceo 75 y uno de los docentes comprometidos con la causa que vienen sosteniendo sus alumnos, dice que son estudiantes adultos que tienen «su derecho» a estar entre pares y no en clases con adolescentes que van a otro ritmo. Al mismo tiempo, explica, la opción del liceo 8 (nocturno) no se ajusta a las necesidades de una persona con dificultades auditivas, porque «a esa hora es más peligroso para ellos la movilidad en la ciudad».
Tanto la alumna Ferreira como el profesor Bonda coinciden en que lo «más doloroso» de este proceso fue el «manoseo»: un día prometen una cosa y al día siguiente hacen lo contrario, se quejan. Luego de que el año pasado los estudiantes anunciaran que querían seguir estudiando en el liceo 75, la dirección del centro hizo gestiones desde octubre para que Secundaria garantizara las horas de intérpretes. Hasta el comienzo de clases no hubo respuesta.
Una vez iniciados los cursos, y sumado al aumento del alumnado de sordos, el liceo anunció que eran necesarias cubrir 93 horas de intérpretes y que las 15 que ya se habían adjudicado no eran suficientes. En una visita de las autoridades de Secundaria, recuerdan los involucrados, se prometió «que se iban a incrementar estas horas». Pero el domingo una alumna recibió un mensaje de texto en que, desde Cereso, se les pedía una reunión urgente para el pasado el lunes. El objetivo era anunciarles cara a cara que no se iba a destinar siquiera una hora de especialistas en lenguaje de señas.
Los apartados.
Dentro de las discapacidades, la auditiva es la más relegada en la educación. De las más de 320 personas que ingresaron desde 1996 a liceos públicos accesibles para sordos, solo 24 se graduaron. Y apenas el 0,3% de esta población estudia en la universidad, según datos del censo nacional de 2011.
A pesar de que uno de cada 20 uruguayos declara tener una dificultad auditiva (incluyendo la sordera absoluta), los estudios estadísticos sobre esta población son marginales y las pocas actualizaciones dependen exclusivamente de la sociedad civil. Por iniciativa de la Asociación de Sordos se sabe que hace un año cinco de los 36 no oyentes inscriptos en UdelaR tuvieron que abandonar los cursos.
El jueves se presentó un nuevo protocolo de trabajo con personas con discapacidad dentro de la enseñanza formal, sin necesidad de una separación del resto de la sociedad. Esta iniciativa se suma a la conquista lograda en 2001, cuando por ley se reconoció al lenguaje de señas como lengua oficial de los sordos. Sin embargo, la formación de los docentes y el interés por el estudio bilingüe no fue acompañando el cambio de normativa.
En el interior del país, por ejemplo, no hay intérpretes profesionales y se basan en la buena voluntad de quienes hayan aprendido en forma autodidacta, reconoce la coordinadora de Cereso. Por eso este centro hizo el año pasado un llamado a interesados en capacitarse. De los 16 sordos que estudian en liceos fuera de Montevideo, hay cuatro que acuden a clases como cualquier oyente, sin siquiera tener alguien delante que les explique de qué trata lo que el profesor está enseñando.
«Es muy difícil seguir una clase sin los intérpretes», dice Ferreira. «Cuando el profesor se da vuelta para anotar algo en el pizarrón, uno se pierde de leer los labios». Esa complicación se agudiza aún más, señala esta alumna, en las asignaturas más abstractas, como matemática y física, en las que la explicación es fundamental para comprender el tema.
Según la coordinadora Rodino, «así como la mayoría de los sordos llega al liceo con un nivel muy básico del español, muchos han adquirido un contacto tardío con el lenguaje de señas», por lo que es «necesario el trabajo en comunidad y el complemento en la formación». Insiste en que la «experiencia demuestra que los liceos adaptados y con equipos multidisciplinarios son los que han dado mejores resultados». Pero dada la pequeña demanda de esta población, es «muy difícil abrir centros especializados por todos lados».
Lejos de casa.
A la escuela 197, la única en Montevideo que Primaria destina exclusivamente a la población sorda, acuden niños de todos los barrios de la capital. La hija de Alexandra, que tiene 10 años y vive en la Cruz de Carrasco, es una de ellas. Cada día debe trasladarse los siete kilómetros que separan su casa del centro educativo, si es que tiene cómo llegar.
Desde que comenzó el año, los alumnos no tienen una camioneta —que paga Primaria— para ir y venir de la escuela. Eso hace que 16 padres estén reclamando esta inversión, porque si no sus hijos pierden el año por inasistencias, como ya le ocurrió a la hija de Alexandra cuando cursaba el primer año de escuela.
«Tengo niños chicos, y si tengo que arrimar a mi hija en ómnibus, debo pagarle a alguien para que se quede cuidando a los pequeños», dice Alexandra, que aclara que ella se dedica a las tareas del hogar y su esposo «hace changas».
Alexandra cuenta que el año pasado había una camioneta, pero que este año ningún particular quiso asumir ese servicio. Según comentan los padres, «Primaria paga poco y por lo general lo hace cada seis meses». Si ellos mismos organizaran una colecta privada, saliéndose de los beneficios de la educación gratuita, un vehículo de este tipo les costaría a cada uno entre $ 5.800 y $ 6.000 por mes.
Esta disyuntiva, argumentan, hace que no se cumpla el artículo 68 de la Constitución, por el que todo padre tiene el derecho a elegir el tipo de educación que quiere para sus hijos. Este es otro de los reclamos al que algunos prefieren hacer oídos sordos.
Fuente: http://www.elpais.com.uy/que-pasa/reclamo-que-pocos-escuchan.html