12 Febrero 2017/Fuente:one.elpais. /Autor: Malu Barnuevo
La película de Theodore Melfi Figuras ocultas, una de las candidatas a ganar el Oscar el próximo 26 de febrero, rinde homenaje a tres mujeres excepcionales: Mary Jackson, Dorothy Vaughan y Katherine Johnson. Lo extraordinario de sus vidas es que consiguieron abrirse camino en un mundo, el de la tecnología, vetado a las mujeres y en una época, los años cincuenta del pasado siglo, en el que los prejuicios raciales (las tres eran negras) y la desigualdad sexual eran todavía más groseros que en la actualidad. Nunca está de más que una narración -cinematográfica o novelada- reivindique el papel que las mujeres han jugado en muchos de los momentos claves de la ciencia durante el siglo XX.
La historia de Jackson, Vaughan y Johnson, ahora aplaudida en las pantallas, es sintómatica de este injusto olvido, porque sin estas tres matemáticas y la labor que desarrollaron en la NACA (agencia antecesora de la NASA), el astronauta John Glenn no se habría convertido en el primer ser humano en orbitar alrededor de la Tierra. Y la carrera espacial estadounidense habría perdido -o al menos demorado- uno de sus grandes logros. Ejemplos como el suyo hay muchos más, también oscurecidos por quienes cuentan la historia oficial.
El nombre de Joan Clarke, la mujer que ayudó a descifrar el código secreto de los nazis y que fue esencial para su derrota en la Segunda Guerra Mundial, nunca vio su nombre escrito junto al de Alan Turing. Aunque ella, al menos, sí que sale representada en el biopic del genio matemático (Descifrando Enigma), un reconocimiento (menor) que no tuvieron las 8.000 mujeres que formaban parte de aquel proyecto.
Mencionar ejemplos de películas con grandes presupuestos y realizadas por la mayor industria audiovisual del mundo no es secundario cuando hablamos de mujeres y tecnología. La producción cultural es una herramienta poderosa para la construcción y reivindicación de modelos sociales, de ahí la necesidad de que las mujeres no sólo sean representadas, sino que se haga con justicia y sin ocultar sus méritos. La fría evidencia de los datos indica que hoy por hoy los hombres son mayoría en los estudios de ingeniería y en todas las ramas técnicas; y también en los trabajos relacionados con estas áreas (ni mencionar siquiera en los puestos directivos). Pero eso solo demuestra un arrastre histórico, no una supuesta “predisposición natural” hacia una rama del conocimiento, una concepción simplista que algunos han tratado de demostrar echando mano a las estadísticas.
Cristina Aranda, directora de Mujeres Tech (organización que busca despertar y potenciar el talento femenino en el mundo digital), cree que “la tecnología no es masculina ni femenina, la tecnología es divertida”. E incide en la necesidad de dar visibilidad a mujeres que sirvan como modelos para las niñas “los referentes que tenemos en los medios de comunicación de un hacker o de un programador no son atractivos para las niñas. Ellas no quieren parecerse a esos señores”. Como Aranda son ya muchas las mujeres -y afortunadamente también hombres- que impulsan un tipo de sociedad capaz de hacer autocrítica, de replantearse los roles establecidos y dejar atrás los conceptos monolíticos del masculino y el femenino. El impulso digital de las nuevas generaciones puede ser una excelente oportunidad para ello porque, como afirmaba Eduardo Galeano en una frase que sirve como lema a Mujeres Tech, “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
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