Fundamentos de la enseñanza artística en Latinoamérica

Ana Magdalena López Moreno (*)

La Organización de Naciones Unidas (ONU) para la educación, la ciencia, la cultura, y la oficina internacional de Educación se han preocupado por la formación de las artes. En función a esto, la ONU (1955) recomienda que: “En la preparación profesional del magisterio primario deberá prestarse gran importancia a su formación artística; las Artes Plásticas y su historia” (p.10). De acuerdo a lo antes mencionado en la conferencia regional de América Latina y el Caribe sobre educación artística, “Hacia una Educación Artística de Calidad: Retos y Oportunidades”, celebrada en Bogotá, Colombia, Noviembre 28, 29 y 30 de 2005, plantea Ruiz (2005), que: “A la educación artística, se le reconocen sus aportes al desarrollo integral del ser humano y su papel en la educación como generadora de conocimiento desde la práctica, la apreciación y la apropiación del arte en el contexto social” (p.15).

En este sentido, Cohen (1992), a nivel mundial considera: “…que todos los seres humanos tienen la capacidad y el derecho de aprender los lenguajes creativos y las habilidades necesarias para ser humano y para crear un mundo justo y pacífico…” (p.26). De lo expuesto se crea una alianza mundial entre Internacional Drama/Teatro y la Asociación de Educación (IDEA), Internacional Sociedad para la Educación a través del Arte (INSEA) y la Internacional Sociedad para la Educación Musical (ISME), quienes ahora se han unido para definir una estrategia integral que responde a un momento crítico en la historia humana, siendo éstas: fragmentación en lo social, una cultura mundial dominante de la competencia, es endémica urbana y violencia ecológico y la marginación de clave educativa y cultural de idiomas de transformación.

Asimismo, en un programa visionario después de la Segunda Guerra Mundial, la UNESCO reconoció el papel único que puede desempeñar la educación artística en la creación de una cultura de paz, comprensión internacional, la cohesión social y el desarrollo sostenible. Con el fin de que los Estados Miembros de la Región promuevan una educación artística de calidad para todos, que fomente y desarrolle la sensibilidad y capacidad de creación de sus pueblos, orientada a la construcción de un futuro basado en la valoración y protección del patrimonio natural y cultural, así como en la solidaridad y respeto por la diversidad cultural; al mismo tiempo, también favorecer el intercambio y la cooperación a nivel nacional, regional, latinoamericano y del Caribe. En mención a esto Delors (1996), señala que:

Reconocer la especificidad de la formación y la práctica pedagógica que sustenta la identidad del educador en el campo de las artes, preparar a los docentes en el conocimiento de la teoría y la práctica de la educación artística y desarrollar e implementar la educación artística en los programas educativos en sus diferentes niveles y modalidades, en el contexto de la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, con el fin de abrir nuevos cauces estéticos. (p.29).

El Llamamiento Internacional de la UNESCO para la Promoción de la Educación Artística en el Medio Escolar, lanzado con motivo de la 30ª sesión de la Conferencia General de la Organización en París de 1999, debía servir de impulso para una serie de acciones y programas destinados a promover la inclusión de las disciplinas artísticas en la formación general del niño y el adolescente.

 En función a esto, la UNESCO en el año 1999, por el Sector de Cultura, en cooperación con el Sector de Educación, lanza el programa para la enseñanza artística y la creatividad, se promueve en la continuidad del Foro Mundial sobre La educación para todos y del informe La Educación Encierra un Tesoro elaborado en 1996 por la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI y dirigida por Jacques Delors bajo la égida de la UNESCO, donde surge un documento que plantea: “Se destaca la necesidad urgente de reformar y fortalecer los sistemas escolares – particularmente la enseñanza primaria en los países en vías de desarrollo – insiste en la importancia de la enseñanza artística y la creatividad”. (p.28). Como se puede observar en el marco de este programa, se han organizado conferencias regionales sobre la educación artística, para que los expertos de distintas regiones puedan intercambiar informaciones con el fin de desarrollar un nuevo enfoque docente de las actividades artísticas.

Estos encuentros regionales han permitido elaborar un análisis sobre las enseñanzas artísticas en los programas escolares y extraescolares. Ya se han celebrado encuentros de esta naturaleza en África (África del Sur), América Latina (Brasil) y el Caribe, los Estados Árabes (Jordania), Asia (China) y el Pacífico (Fiji), en Europa (Finlandia) y América del Norte.

 En este orden de ideas, se puede entender que educación para las Artes promueve la socialización, la participación y las interacciones personales positivas, la creatividad, y el aprendizaje de técnicas y reglas, así como también de habilidades para tomar decisiones, resolver problemas y contrarrestar las consecuencias negativas para una formación integral y crecimiento dentro de la cultura y la educación. En cierto modo, las artes se han convertido para todo el mundo en un lenguaje universal.

La educación para las artes tiene un papel fundamental en el desarrollo del niño y la niña, no se menosprecia el resto de las disciplinas. Requiere pues atención, reflexión y calificación por parte del docente con el fin de responder a las necesidades de todos los estudiantes, sin solo limitarse a aquellos que tienen facilidades y talento. Más allá de su función de transferencia de conocimiento, el estudio del arte y la producción de obras, la educación para las artes tiene un alcance benéfico en los niños y niñas, porque estimula sus capacidades intelectuales y personales, así como su integración armónica en el grupo, además les permite conocer, a través de ellas, el patrimonio histórico y cultural del mundo.

Por ello la educación para las artes es particularmente importante para los estudiantes con dificultades de concentración, que van de fracaso en fracaso y que finalmente se excluyen de la escuela. Por medio de la práctica de las artes plásticas muchos se dan cuenta que aprender es posible y logran encontrar fuerzas para superar las barreras académicas, reforzar su autoestima e integrarse en un grupo social y cultural. Según la UNESCO (1997), señala que:

La promoción de las actividades y las prácticas artísticas en la escuela está destinada a lograr distintos fines importantes: el primero se refiere a la necesidad de fomentar el acceso a las artes de la mayoría de los niños y niñas. Es igualmente importante de construir la diversidad cultural y el desarrollo sostenible a partir de las manifestaciones artísticas como parte de nuestra cultura y que se desarrollen tanto a escala local como nacional. (p. 28).

De esta manera al otorgarle a la enseñanza de las prácticas artísticas el lugar que le corresponde en los centros de transferencia de conocimientos (instituciones educativas), esta enseñanza se convierte, por su propia naturaleza, en un verdadero instrumento de promoción de los valores, no sólo éticos sino también estéticos. Se reconoce generalmente que la educación para las artes despierta la creatividad del niño y de la niña, además fortalece sus capacidades de acción, así como su interés por las artes, lo humano y la naturaleza.

Desde hace más de un cuarto de siglo, las investigaciones y las experiencias realizadas a nivel mundial en este campo, destacan el papel de la enseñanza de las prácticas artísticas, no sólo como sujeto de estudio, sino también como instrumento y metodología de aprendizaje. Asimismo, para interpretar el dibujo, señala Luquet (1927), en su obra el Dibujo Infantil, “…existen algunas pistas que pueden orientar a los docentes acerca de lo que dice el dibujo de sus alumnos…” (p.13). Es por ello que se requiere de un cambio y reconocer la importancia, en este caso, de las Artes Plásticas, por ejemplo, en la formación integral de los niños y niñas, por lo que surge la necesidad de la formación permanente del docente en esta disciplina como área del conocimiento, entre otras.

De esta manera se logra la dignificación del ser; esta dignificación constituye la base esencial para la transformación curricular, pues, tal como lo afirma Esté, (1996), “…por eso, el problema inicial de la educación se refiere a la dignidad, a la dignificación de la persona, al fortalecimiento del sujeto.» (p.11). Toda construcción, toda creación, toda comprensión se hace desde un sujeto, que lo es en la medida de su dignidad, siendo ésta el efecto de la validación del acervo en el cuerpo para su ejercicio.

El sujeto se constituye como dignidad. Así constituido construirá, creará, comprenderá, comunicará y, más concretamente aún, por todo lo anterior, aprenderá y desarrollará sus destrezas y habilidades. Por ello la importancia de la formación permanente del docente, siendo éste uno de los elementos más relevante para la conformación de un nuevo modelo epistemológico, lo cual permitiría llenar los vacios de su formación inicial, logrando capacidades para la preparación integral de los estudiantes, pudiendo asumir esta concepción y la reivindicación del ser de los estudiantes a lo largo de su proceso formativo. Es decir, se pretende propiciar en ellos la confianza en sí mismo, en sus propias capacidades, en la posibilidad de enfrentar con decisión y de manera cooperativa los múltiples problemas que afectan a la sociedad latinoamericana.

En este sentido Colombia hace un balance en el marco de la construcción de una política pública para la educación artística (2002-2003), donde ha reconocido en el sector cultural la educación artística como un componente básico para la sostenibilidad de las políticas nacionales, dando inicio desde el Plan Decenal de Cultura, 2001‐2010: Hacia una ciudadanía democrática cultural. Políticas que despliegan acciones en los campos de memoria y creación, participación y dialogo cultural. La educación artística ha sido también retenida como estrategia fundamental para la preservación y renovación de la diversidad en la Convención para la Diversidad Cultural Mundial de la UNESCO (2001).

Cabe destacar que en Colombia la educación artística es considerada, más allá de ser fundamental en la cultura, lo es también para las dimensiones sociales y económicas de la nación. Además asumen, la práctica de los lenguajes artísticos, el acceso al conocimiento y disfrute de estos, como parte de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Derechos a la igualdad y a la libre expresión, derechos a la participación y al conocimiento. Para garantizar la democratización de los bienes y servicios artísticos y culturales que conforman el patrimonio de la nación, así como la democracia cultural, en la cual se valoran y promueven equitativamente las expresiones diversas de las identidades que conforman la nación colombiana, la inclusión de las artes y la cultura como campo de conocimiento en el servicio educativo público, resulta ser una estrategia básica.

En este sentido, el principio constitucional y legal de coordinación y colaboración entre las instituciones del Estado, los Ministerios de Educación y Cultura, en lo referente al campo de la educación artística tienen competencias compartidas en el fomento y desarrollo de este campo del conocimiento y del talento humano que lo atiende. Por esta razón, se estableció una agenda intersectorial desde 2005, la cual busca organizar y potenciar la necesaria interrelación entre cultura y educación para beneficio de la calidad de vida de todos los colombianos.

En este mismo orden de ideas, la Educación Artística en el Sistema Escolar Chileno, según Errázuriz (2001) mediante un trabajo presentado en la Reunión Regional de Expertos de la UNESCO sobre la educación artística a nivel escolar en América Latina y el Caribe realizado en Brasil, establece:

  1. La enseñanza del Dibujo, posteriormente de la Pintura, el Modelado, la Historia del Arte y de otras manifestaciones artísticas, han formado parte de la educación pública de nuestro país durante aproximadamente dos siglos. Durante este período, el énfasis de la Enseñanza Artística en Chile se ha concentrado fundamentalmente en el quehacer práctico, vale decir, el trabajo ha estado mucho más orientado hacia el desarrollo de habilidades y técnicas, generalmente en dibujo, que hacia la apreciación y reflexión del patrimonio artístico.
  2. Aún cuando desde fines del siglo XIX se aprecia una tendencia a incorporar la apreciación estética, durante buena parte del siglo XX se puede constatar un fuerte predominio de la Enseñanza del Arte desde una perspectiva funcional. En este sentido, existen suficientes evidencias que permiten afirmar que esta enseñanza ha sido visualizada, fundamentalmente, como un medio auxiliar para apoyar o complementar otras áreas del currículo tales como: Historia, Geometría, Caligrafía, etc. Esta tendencia ha contribuido a que la asignatura de Arte asuma una condición marginal, de inferioridad y dependencia en el sistema escolar.
  3. Sin desconocer que se han hecho intentos para integrar nuestras expresiones culturales, el rol ocupado por el Arte indígena, las manifestaciones folclóricas y lo que podríamos denominar el Arte chileno y latinoamericano, ha sido bastante pobre en la educación escolar. En este sentido, a lo largo de la historia de la Enseñanza Artística, no se advierte una vinculación coherente y permanente entre los planteamientos formulados en los programas y nuestras propias características y circunstancias histórico-culturales. (p.2).

Además el mismo autor considera;

…las universidades deben asumir un rol más enfático en la formación de profesores y en el desarrollo de investigación en educación artística, que permita incrementar la masa crítica existente en el campo, generar instancias de difusión e intercambio de experiencias, y fortalecer una producción académica capaz de alimentar las políticas de desarrollo de la enseñanza artística a nivel nacional y regional internacional (p.2).

Sobre la base de lo expuesto se devela que las artes plásticas en Chile son consideradas entre las disciplinas artísticas. Al mismo tiempo es utilizada como una herramienta pedagógica desde su práctica para el desarrollo de otras áreas del conocimiento. Adicionalmente invisibilizan su aporte al patrimonio cultural del país y no está vinculado a los programas educativos.

En el marco de lo arriba expuesto Venezuela no se escapa a estas realidades. En este sentido Odremán (1997), afirma:

… el sujeto es reivindicado en el ser, privilegiando su capacidad para crear, conocer, hacer y proponer cambios en la estructura de la vida actual. La expectativa a largo plazo es que la población escolar que hoy se forma en nuestras escuelas, sea forjadora de una nueva Venezuela, seres con capacidad para organizar la sociedad en la nueva centuria colocando en primer plano la justicia y los valores. (p.36).

Los planteamientos anteriores implican cambios curriculares importantes como son la incorporación de la transversalidad, la interdisciplinariedad, la transdiciplinariedad, la globalización del aprendizaje, la organización del currículo con base en el desarrollo integrado, fundamentalmente las áreas de aprendizajes, en la búsqueda de una educación para la vida y de una formación general básica que contribuya a dignificar al ser humano. La calidad de la escuela está ligada íntimamente con la calidad de la pedagogía que la misma propone. Cuando se dice que toda educación debe estar imbuida del trabajo, como eje transversal, se considera que el trabajo es el lugar, el espacio, el contexto donde ha de desenvolverse la práctica educativa.

En ese mismo orden de ideas, el aprender se aprende haciendo, observando, probando, manipulando, construyendo, recreando. De esta forma las aulas se transforman en talleres y todas las actividades tienen la intencionalidad de producir algo significativo y útil. Se fortalece así el patrimonio cultural y natural, la creatividad, participación, curiosidad, responsabilidad comunitaria, el interés por la obra bien elaborada y el servicio, logrando obtener conocimiento. Se puede decir que desde la práctica se desarrollan los conceptos o teorías aprendidos en el aula, brindando al estudiante la posibilidad de crear sus propias teorías desde el aprender haciendo, según su vivencia en el desarrollo de las mismas.

Lo expuesto anteriormente lo ratifica Pietri (1995), cuando reafirma que:

…la preparación hacia el trabajo implica elevar la capacidad para comprender y aplicar nuevos conocimientos; esto es una condición que garantiza la calidad de vida, de esta manera se puede transformar el concepto de trabajo – producto de la herencia cultural- que el venezolano tiene en la actualidad…(p. 25).

Esto quiere decir que sólo se aprende a trabajar trabajando. Por lo tanto, es de urgente necesidad enseñar a aprender, enseñar a ser y enseñar a hacer. Una adecuada educación hacia la enseñanza artística y en especial de las Artes Plásticas induce a la educación para el trabajo: Despertar las potencialidades creativas, expresivas, humanas, además aprovechar bien el tiempo, a ser disciplinado, responsable, organizado, investigador, creativo, a trabajar cooperativamente, resolver los problemas, seguir instrucciones y procesos, buscar calidad del producto, valorar al trabajador y reconocer que el trabajo debe estar siempre al servicio del ser humano lograr que los niños y niñas se autodescubran, autoconozcan y despierten sus potencialidades expresivas y creativas, pudiendo minimizar sus debilidades y aumentando su autoestima, crecimiento personal y seguridad en sí mismo.

En efecto como ya se ha aclarado y profundizado en la temática desarrollada en los párrafos anteriores sobre el fundamento de la enseñanza artista y en concordancia con lo expresado anteriormente la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), establece el derecho a la educación integral para todos sus ciudadanos y ciudadanas, fundamentada en el respeto a todas las corrientes del pensamiento y sin ningún tipo de limitación a lo que se refiere a edades y nivel académico, todo lo cual respalda el derecho a la formación integral del docente del Subsistema Primario, contemplado también en la Ley Orgánica de Educación (2009), competencias del Estado Docente, donde garantiza el derecho pleno a una educación integral.

Queda evidenciado el garantizar una educación integral, de allí que uno de los desafíos más difíciles será el de modificar el pensamiento de manera que enfrente la complejidad creciente, la rapidez de los cambios y lo imprevisible que caracteriza los momentos actuales en el país, por lo que se debe reconsiderar la organización del conocimiento, derribar las barreras tradicionales entre las disciplinas artísticas y la ciencia para concebir la manera de volver a unir lo que hasta ahora ha estado separado de una realidad existente desde el año 1955, según la ONU, arriba explicado. Lo anteriormente expresado implica reformular la aplicación y cumplimiento de las políticas educativas, manteniendo la mirada fija hacia el largo plazo, hacia el mundo de las generaciones futuras frente a las cuales se debe tener una enorme responsabilidad.

De lo acotado por los diferentes autores, resulta oportuno manifestar que López (2013), mediante sus investigaciones devela que el proceso de enseñanza de las artes en Venezuela vive una situación tan singular a la que se vive en Colombia y Chile. Primero, en la actualidad Venezuela fortalece la educación superior mediante el Pedagógico de Caracas, así como la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTES) y ahora con mayor presencia, por ser las Artes reconocidas como área del conocimiento enmarcado en la transformación curricular, además el fortalecimiento de la investigación mediante la especialización en Pedagogía Cultural desde la Fundación CENAMEC, Centro Nacional para el Mejoramiento de la Enseñanza de la Ciencia, adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Educación. Segundo y no menos importante, las instituciones educativas no cuentan con el personal preparado para asumir los nuevos retos establecidos desde el currículo para atender la enseñanza artística en el ámbito educativo formal.

En síntesis, los planteamientos precedentes constituye el fundamento de la enseñanza artística en Latinoamérica, lo cual se ha formado en el propósito de pensar en un nuevo modelo curricular con una visión desde cada uno de los países partes como una epistemología de la América Latina, con una pedagogía como método adaptado a nuestra cosmovisión, cultura, realidad y contexto. Para lograr este nuevo modelo se requiere de nuevas dinámicas de transformación crítica social desde el amor, el ejemplo y la curiosidad para la reflexión y análisis de la percepción de los seres humanos que son los que día a día viven y brindan sus saberes mediante sus experiencias, por lo que se propone a las artes, muy especialmente, las Artes Plásticas como método permanente, ya que mediante su práctica el sujeto investiga, aprende, inventa, cree, crea y transforma, lo que permite construir nuevas teorías, además hace posible la renovación del hombre y su pensamiento.

REFERENCIAS

Asamblea Nacional Constituyente. (1999). Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Gaceta Oficial Extraordinario Nº 5.496 (extraordinario).

Asamblea Nacional. (2009). Ley Orgánica de Educación. Gaceta Oficial Nº 5.929 (extraordinario).

Cohen, D. (1992). Alianza Mundial de IDEA, ISME y InSEA. Tomado el día 10/10/2014 de http://www.idea-org.net/es/articles/Bienvenidos_al_drama_%C3%ADntimo_y_global_de_IDEA/

Delors, J. (1996). La Educación Encierra un Tesoro. UNESCO. Librería México.

Esté, A.(1996). Educación para la dignidad. El Cambio Educativo en Venezuela. Caracas: Tropykos – Tebas.

Errázuriz, L. (2001). Educación artística a nivel escolar en América Latina y el Caribe. Brasil: UNESCO.

López, (2013). Líneas marco de gestión para incorporar el aspecto práctico a la asignatura de artes plásticas. Cumaná: UNA

Luquet, H. (1927).El Dibujo Infantil. Londres: Free Association Books.

Ministerio de Cultura (2010).Política Pública para la Educación Artística en Colombia Balance. Colombia: Autor.

Ministerio de Educación y Deportes (2005). Programas y Proyectos del Ministerio de Educación y Deportes. Tendencias presentes en el proceso de Construcción Curricular en el marco de las transformaciones educativas desde la práctica de las regiones. (Política Educativa).

Odremán, N. (1996). Proyecto Educativo. Educación Básica: «Reto, Compromiso y Transformación, Revista Educación 179, 43.

O.N.U. (1955).»Carta de las Naciones Unidas», Estados Unidos de América.

Pietri, U. (1995).Justificación de los Ejes Transversales. Tomado el día 12/10/2014. De: http://hanshohn.com/documentos/curriculo_basico_nacional/primera_etapa/4Justificacion_Ejes_Transversales.pdf

Ruiz, C. (2005). La educación artística en Colombia, una estrategia de política pública. Conferencia regional de América latina y el Caribe sobre educación artística “Hacia una educación artística de calidad: retos y oportunidades”. Colombia.

UNESCO, (1997). Conferencia Mundial sobre la Educación Artística. París.

________, (1999).Educación de calidad para todos los aprendizajes. Colombia.

(*) Ana Magdalena López Moreno

La autora forma parte del  Doctorado Latinoamericano en Educación Políticas Públicas y Profesión Docente.

El presente es un artículo inedito, publicado con el consentimiento de la autora.

Fuente de la imagen: : http://bit.ly/2oMsGxG

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Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad por Grimson, Alejandro.

América del Sur/ Brasil/ Septiembre 2016/Alejandro Grimson/http://www.biblioteca.unlpam.edu.ar/

Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad por Grimson, Alejandro.

En Los Límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad, Alejandro Grimson, doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia, investigador del CONICET y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín, ayuda a llenar un vacío que caracteriza las ciencias sociales argentinas y la antropología en particular: la producción de teoría.

El autor no solo repasa y critica sino que, además, propone categorías que el tiempo dirá si son incorporadas en los debates futuros. Podríamos inscribir este libro en una producción académica presente los últimos 20 años en Latinoamérica, ubicada en la intersección de líneas de trabajo como los Cultural Studies, Antropología del Estado, Estudios subalternos y Estudios Latinoamericanos sobre Cultura y Poder.

El texto reúne una serie de análisis que Grimson viene desarrollando en dicho contexto y ha compartido en diversas instancias tales como capítulos de libros, publicaciones en revistas y conferencias, además de diversos medios de comunicación.

En esta ocasión plantea una revisión de posturas clásicas y posmodernas sobre las nociones de cultura, identidad, conocimiento y política. Su objetivo es promover una teoría con aplicabilidad al contexto intercultural actual, caracterizado por la intensa interconexión global, y capaz de aportar políticamente para la integración social, la tolerancia ante la diferencia y la disminución de la desigualdad

El libro está organizado en una introducción, seis capítulos y un epílogo. En la introducción repasa la disputa entre las posturas objetivistas clásicas (que en el análisis cultural se tradujo en el culturalismo esencializante que caracterizó a la antropología hasta las dé- cadas del 70-80) y las constructivistas posmodernas.

Aún reconociendo los aportes de éstas últimas al incorporar nociones de historicidad, poder, subjetividad, construcción y deconstrucción, Grimson sostiene que el constructivismo está agotado y es insuficiente para explicar procesos que, si bien fueron (inter)subjetivamente inventados, una vez cristalizados e incorporados a la práctica social, resultan (y operan como) naturalizados y objetivados.

La idea de que “todo es inventado” es fehaciente, pero invita al fin del análisis, descontextualiza la voluntad y sentimiento de los actores, y no explica las relaciones de poder entre las distintas invenciones sociales. Asimismo, argumenta que el paradigma posmoderno y su modelo multiculturalista fueron funcionales al neoliberalismo y contribuyeron a profundizar la desigualdad en el mundo. Su objetivo será entonces ir más allá de la crítica al posmodernismo y avanzar en el conocimiento de la relación entre cultura, identidades y política.

En el primer capítulo, “Dialéctica del Culturalismo”, el autor repasa la historia del concepto de cultura y sus efectos ético-políticos. Después de las concepciones evolucionistas (funcionales al colonialismo) y relativistas (críticas a la jerarquización entre culturas), la desacreditación del concepto de raza a causa del holocausto dio lugar a un mayor uso del concepto de cultura.

Éste fue naturalizándose como criterio esencializante de clasificación, y su politización lo llevó a cumplir el mismo rol justificante de desigualdades que antes cumplía la noción de raza. Según plantea el autor durante un tiempo primó la concepción del “archipiélago”, la cual sugería una mirada homogeneizante de culturas con límites fijos y un despliegue global territorialmente establecido.

Sin embargo, hechos como el colonialismo, las migraciones y el desarrollo en las comunicaciones contradijeron la “metáfora insular”, la cual traería consecuencias teóricas y políticas al desconocer la interconexión (desigual) entre los grupos humanos así como sus heterogeneidades, conflictos y desigualdades internas. Asimismo Grimson advierte que el “fundamentalismo cultural”, cuya simplificación más absurda sería equiparar cultura con identidad, facilitaría la reproducción de una xenofobia basada en las diferencias culturales. Pero además no sería una retórica exclusiva de los discursos conservadores de los países centrales, sino también de grupos históricamente discriminados. Por último, el autor sostiene que el culturalismo fue funcional al neoliberalismo.

Éste, abrazando un falso discurso de igualdad social, buscó hegemonizar el lenguaje en cuyo terreno se debatirían las demandas, y encontró en “la cultura” el elemento oportuno. Se reconoció la diversidad y el derecho a la diferencia pero esto no incluyó el reconocimiento de las desigualdades dadas a partir de esas diferencias. En el segundo capítulo, “Conocimiento, política, alteridad”, Grimson reflexiona sobre la relación entre conocimiento científico y aplicación política. Su propuesta es que, para ampliar los horizontes de la investigación, es necesario distinguir entre los resultados obtenidos y los objetivos políticos que los motivaron.

Las intenciones del investigador pueden llevar a idealizar (e identificarse con) los sujetos que trata de comprender. No obstante, los resultados pueden mostrar algo distinto a lo que se esperaba, y producir un desencanto ético y político. Sin embargo, esta misma situación, señala Grimson, tiene que ser considerada en el proceso de análisis.

El planteo es valioso, sin embargo no explicita una circunstancia cuya reflexión sería muy rica: ¿qué sucede cuando el investigador forma parte del mismo grupo que estudia y sus resultados involucren consecuencias políticas? En el tercer capítulo, “Las Culturas son más híbridas que las identificaciones”, el autor reflexiona en torno a la noción de frontera con el fin de introducir un problema que desarrollará en el apartado siguiente: la distinción entre los conceptos de cultura e identidad.

Reivindica la importancia de etnografías recientes realizadas en zonas fronterizas de América del Sur, ya que estos espacios serían referentes empíricos que dan cuenta de procesos sociales que ni el culturalismo ni el constructivismo han logrado explicar. Situaciones en las que, por ejemplo, sujetos que comparten una misma cultura (lengua, tradiciones, etc.) se sienten parte de Estados Nación distintos, como en el caso de la frontera de México y Estados Unidos, permiten sostener una primera distinción entre cultura e identidad.

Demuestran además, en oposición a las posturas clásicas, que la construcción de la nacionalidad no siempre es de arriba hacia abajo, sino todo lo contrario. En el cuarto capítulo, “Metáforas teóricas: más allá de esencialismo versus instrumentalismo”, propone una reconceptualización y diferenciación de los conceptos de cultura e identidad los cuales, en primera instancia, caracteriza como la trama de prácticas y significados sedimentados por un lado, y los sentimientos de pertenencia por el otro.

El problema, sostiene el autor, es que en la práctica las fronteras de una y otra no siempre coinciden. Los debates sobre la identidad se alimentaron históricamente de la “metáfora de la etnicidad” y la propuesta es que el concepto de cultura incorpore aportes de las teorías sobre la nación así como articulaciones entre las tradiciones esencialistas y constructivistas.

De este modo repasa planteos como el de “perspectiva distribucional de la cultura” y “perspectiva diaspórica”. Y, ante el desprestigio de la noción de “aculturación”, rescata conceptos como el de “articulación social” de Hermitte y Bartolomé, y “fricción interétnica” de Cardoso de Oliveira, pero critica un instrumentalismo implícito que, con su énfasis anticulturalista, daría excesiva importancia a los intereses políticos, no siempre suficientes para explicar la complejidad social.

Por otro lado, menciona perspectivas latinoamericanas que volvían a enfatizar la cultura, como la idea de “hibridación” de García Canclini. Finalmente, aborda la crítica a la perspectiva relacional mencionando la disputa teórica entre los antropólogos brasileños Pacheco de Oliveira y Viveiros de Castro. En el capítulo quinto se llega al punto nodal del libro, ya que el autor presenta su propuesta teórica, el concepto de configuraciones culturales.

Esta noción busca articular y superar ambas tradiciones, tanto culturalistas como posmodernas instrumentalistas, con el objetivo de construir respuestas adaptadas a la complejidad del mundo contemporáneo. El concepto “enfatiza la noción de un marco compartido por actores enfrentados o distintos, de articulaciones complejas de la heterogeneidad social” (172), y se caracteriza por cuatro elementos.

En primer lugar las configuraciones culturales son campos de posibilidad, es decir que en cualquier sociedad hay representaciones, prácticas e instituciones posibles, otras que son imposibles y otras que son hegemónicas. En segundo lugar, implican una lógica de interrelación entre las partes, lo cual alude a “la existencia de una totalidad conformada por partes diferentes que no solo tienen relaciones entre sí sino una especifica lógica de relación” (176).

En tercer lugar, una trama simbólica común, que más allá de la heterogeneidad de las interpretaciones, constituye lenguajes, principios de división del mundo y formas de enunciación compartidas. En cuarto lugar, presentan otros elementos culturales compartidos. A través del concepto de configuración cultural, Grimson se interesa por cuestiones como heterogeneidad, conflictividad, desigualdad, historicidad y poder. De este modo, el autor entiende las fronteras culturales ni de manera absoluta y cosificada ni como meras “ficciones”, sino como regímenes de significación diferenciados y percibidos por sus propios participantes.

El planteo es útil para abordar procesos complejos de orden político, económico, etc. que no dejan de estar atravesados por “lo cultural”, aunque no evidencien una Cultura discreta en particular. El sexto y último capítulo presenta los aspectos metodológicos de la propuesta.

Grimson menciona casos empíricos para dar cuenta de la complejidad conceptual que implica la distinción entre configuraciones culturales e identificaciones. Ambos elementos deben ser analizados por separado. En primer lugar, advierte que los términos cultura e identidad pueden tener un uso culturalista “de sentido común” pero no por eso deben ser descartados por el investigador, al contrario, es necesario explorar los significados que los sujetos les atribuyen.

Un segundo problema se relaciona con entender las identificaciones y las culturas de modo excluyente. Ante esta idea, Grimson destaca el carácter multidimensional de las identidades. En este sentido reivindica el concepto de interculturalidad para abordar un “mundo con intersecciones múltiples entre configuraciones culturales que, además, tienen fronteras y significados cambiantes” (198).

Por otro lado, ante la pregunta de cómo abordar la investigación cultural, Grimson sugiere la utilización de la estrategia “llave”, la cual trata de “encontrar las llaves que abren las cajas negras de las configuraciones culturales” (222), como pueden ser rituales, palabras y expresiones distintivas de una configuración y naturalizadas por sus integrantes.

Finalmente en el epílogo, el autor vuelve a destacar la complejidad que implica la interconexión del mundo actual y la necesidad de construir conceptos que se adapten a esta coyuntura y revaloriza, nuevamente, el de interculturalidad. Repasa la historia de la noción de identidad en Latinoamérica, mencionando desde los nacionalismos homogeneizantes hasta el multiculturalismo neoliberal. Concluye que ambos fracasaron en tanto fueron modelos planteados desde un poscolonialismo del saber, y no de manera autónoma por las sociedades latinoamericanas.

Lo importante, dice el autor, no es formular el problema como “cambio cultural contra conservación cultural, sino como imposición desde arriba o desde afuera, en oposición a agencia cultural y empoderamiento” (243).

El problema no es el cambio en sí, sino cuando el cambio es impuesto desde afuera. En definitiva, la lectura del libro es recomendable, ya sea para académicos como para público en general. Su propuesta es original, en tanto ensaya una teoría propia, y busca comunicarla en un lenguaje accesible. Es valioso el intento de superar categorías con notorios signos de desgaste, así como asumir que no existe un vínculo ingenuo entre el conocimiento y sus posibles aplicaciones, sino que los significados que se construyan sobre los sujetos y sus relaciones conllevan consecuencias políticas.

Ignacio Roca Instituto de Estudios Socio-Históricos Facy la propuesta es que el concepto de cultura incorpore aportes de las teorías sobre la nación así como articulaciones entre las tradiciones esencialistas y constructivistas. De este modo repasa planteos como el de “perspectiva distribucional de la cultura” y “perspectiva diaspórica”. Y, ante el desprestigio de la noción de “aculturación”, rescata conceptos como el de “articulación social” de Hermitte y Bartolomé, y “fricción interétnica” de Cardoso de Oliveira, pero critica un instrumentalismo implícito que, con su énfasis anticulturalista, daría excesiva importancia a los intereses políticos, no siempre suficientes para explicar la complejidad social.

Por otro lado, menciona perspectivas latinoamericanas que volvían a enfatizar la cultura, como la idea de “hibridación” de García Canclini. Finalmente, aborda la crítica a la perspectiva relacional mencionando la disputa teórica entre los antropólogos brasileños Pacheco de Oliveira y Viveiros de Castro. En el capítulo quinto se llega al punto nodal del libro, ya que el autor presenta su propuesta teórica, el concepto de configuraciones culturales.

Esta noción busca articular y superar ambas tradiciones, tanto culturalistas como posmodernas instrumentalistas, con el objetivo de construir respuestas adaptadas a la complejidad del mundo contemporáneo.

El concepto “enfatiza la noción de un marco compartido por actores enfrentados o distintos, de articulaciones complejas de la heterogeneidad social” (172), y se caracteriza por cuatro elementos. En primer lugar las configuraciones culturales son campos de posibilidad, es decir que en cualquier sociedad hay representaciones, prácticas e instituciones posibles, otras que son imposibles y otras que son hegemónicas.

En segundo lugar, implican una lógica de interrelación entre las partes, lo cual alude a “la existencia de una totalidad conformada por partes diferentes que no solo tienen relaciones entre sí sino una especifica lógica de relación” (176).

En tercer lugar, una trama simbólica común, que más allá de la heterogeneidad de las interpretaciones, constituye lenguajes, principios de división del mundo y formas de enunciación compartidas.

En cuarto lugar, presentan otros elementos culturales compartidos. A través del concepto de configuración cultural, Grimson se interesa por cuestiones como heterogeneidad, conflictividad, desigualdad, historicidad y poder. De este modo, el autor entiende las fronteras culturales ni de manera absoluta y cosificada ni como meras “ficciones”, sino como regímenes de significación diferenciados y percibidos por sus propios participantes.

El planteo es útil para abordar procesos complejos de orden político, económico, etc. que no dejan de estar atravesados por “lo cultural”, aunque no evidencien una Cultura discreta en particular. El sexto y último capítulo presenta los aspectos metodológicos de la propuesta. Grimson menciona casos empíricos para dar cuenta de la complejidad conceptual que implica la distinción entre configuraciones culturales e identificaciones.

Ambos elementos deben ser analizados por separado. En primer lugar, advierte que los términos cultura e identidad pueden tener un uso culturalista “de sentido común” pero no por eso deben ser descartados por el investigador, al contrario, es necesario explorar los significados que los sujetos les atribuyen.

Por Ignacio Roca

Instituto de Estudios Socio-Históricos

Facultad de Ciencias Humanas- UNLPam

Fuente:

http://www.biblioteca.unlpam.edu.ar/pubpdf/anuario_fch/v10n2a10roca.pdf

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/8QfrLv0wFXs9b3G4QLeZKE-S2KS9lFH-iaH6utwRdf8BMhcFg9aYy6Jxc03aWRDZwr5gy6M=s85

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