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Entrevista a Andreas Malm: «Nuestra lucha es la de una fuerza contra otra, no la del conocimiento contra la ignorancia»

Andreas Malm (Mölndal, Suecia, 1977) se ha convertido en uno de los pensadores con más visibilidad dentro del ecosocialismo, también en el estado español, con dos libros aparecidos en apenas unas semanas y otros más que están por venir.

Desde que publicara Capital fósil, recientemente traducido al castellano, su preeminencia no ha dejado de crecer, en parte debido a la claridad y el vigor de su manera de escribir, pero sobre todo gracias a la contundencia (incluso la brutalidad) de sus análisis y propuestas. La editorial Errata Naturae ha publicado hace poco uno de los últimos libros del autor sueco, El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, en el que, inspirándose en cómo los bolcheviques lidiaron con una situación catastrófica de varias dimensiones (social, política, económica, bélica, energética…) durante el fin de la primera guerra mundial, la revolución de octubre y la guerra civil rusa, propone retomar la noción de comunismo de guerra y poner en marcha un leninismo ecológico que nos permita salir de la actual crisis ecosocial global, la cual se está manifestando también en múltiples niveles: pandemia, emergencia climática y desigualdades sociales rampantes a escala planetaria. Para ello, Malm pone sobre la mesa la necesidad de apropiarnos de todos los recursos materiales y sociales a nuestro alcance, utilizarlos para recuperar el ímpetu comunista de salvación y redirigir esta crisis contra sus causas y, especialmente, contra sus causantes. Hemos tenido la oportunidad de entrevistar al autor en torno a estas propuestas, sus complicaciones y sus posibilidades.

Aunque a primera vista podría parecer que el cambio climático y la crisis del COVID-19 presentan profundas similitudes debido a sus implicaciones globales y de urgencia, en tu libro subrayas las muchas diferencias que hay entre ellos. Pese a que no existían muchas pruebas científicas acerca del COVID-19 ni análisis políticos sobre las posibles soluciones, muchos gobiernos aplicaron medidas rápidas y drásticas sin demasiado debate político. En el caso del cambio climático, tras décadas de investigación disponemos de una cantidad abrumadora de pruebas sobre sus causas y sobre qué hacer, pero en este momento las medidas que es necesario aplicar parecen políticamente irrealizables. ¿Qué crees que puede aprender el movimiento climático de esta aparente paradoja y de la relativa importancia que tiene la «verdad científica» si no está vinculada a la importancia del poder?

Esta es una muy buena pregunta, porque señala una lección que al movimiento climático se le debería quedar grabada a fuego después de este año: el progreso no deriva del conocimiento, deriva del poder y del equilibrio de fuerzas. Parece haber una relación inversa entre las acciones más relevantes y la cantidad de conocimiento que las acompaña; como sugerís, la sobreabundancia de pruebas científicas sobre el calentamiento global viene acompañada por una actitud de pasividad, mientras que las acciones más dramáticas para combatir el COVID-19 (se llegó al punto de dejar en suspenso economías enteras) emergen de una base con una comprensión muy rudimentaria acerca de la pandemia. Por lo tanto, el movimiento por el clima ya no puede simplemente seguir pidiendo a los políticos que presten atención y «escuchen a los científicos», un enunciado repetido por gente como Greta Thunberg. Si bien esa postura tiene, por supuesto, muy buenas intenciones, está pasando por alto lo que es la clave del asunto: los políticos se alinean con las posturas científicas solo si los intereses de la clase dominante, responsable de la destrucción que ahora mismo está en marcha, son sobrepasados y derrotados o si estos no aparecen siquiera cuestionados. La pregunta que el movimiento debería hacerse es más bien esta: «¿Cómo construimos el músculo social necesario para obligar a los estados a hacer lo que hace falta?». No tanto «¿por qué no escucháis a la ciencia?» sino «¿cómo forzamos a los gobiernos, tan plegados hasta ahora al capital fósil que han ignorado la montaña inmensa de pruebas científicas, para que empiecen a actuar?». En otras palabras, ¿cómo rompemos los lazos que los unen al capital fósil y los ponemos a funcionar como aparatos que apliquen una transición ecológica? Lo que yo creo, por supuesto, es que esta transición no puede tener lugar sin que los estados se encarguen de ella, pero nunca va a suceder si son los estados los que tienen que tomar la iniciativa: el principal motor serán las fuerzas situadas fuera del estado, fuerzas populares, dentro del movimiento climático y aliado con él, que hagan que los gobiernos se comporten de manera distinta a como lo han venido haciendo hasta ahora. No estoy diciendo que el movimiento (incluida Thunberg y sus cuadros) no hayan intentado lograr precisamente esto; probablemente la generación de 2018-2019 se ha acercado más que ninguna otra dentro de la historia del movimiento a encarnar este papel. Pero tenemos que pensar en nuestra lucha como la de una fuerza contra otra más que como la del conocimiento contra la ignorancia. Porque la política no viene determinada por la presencia de la verdad científica; desde luego, esta es una lección que sacar de la comparación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Afirmas que la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes de la zoonosis, las pandemias y el cambio climático. ¿Qué podrían hacer los países del norte global para frenar esta destrucción y comenzar a restaurar ecosistemas situados más allá de sus fronteras? ¿Está sucediendo esto de algún modo que nos pueda resultar visible?

Lo primero sería tomar el control público de las cadenas de suministro que llegan a zonas tropicales de tala masiva de árboles. Los estados del norte global deberían dejar de aplicar su capacidad de orden, mando y mapeo sobre la ciudadanía (y, añadiría, sobre la gente migrante) y empezar a hacerlo sobre las compañías que sacan sus mercancías de pastizales y plantaciones y minas y cultivos situados donde hasta hace poco se alzaban bosques. Que esto se puede hacer es evidente, no hay ningún obstáculo técnico. Pero no estamos viendo nada que se le parezca; de hecho, a estas alturas de 2020 solo hemos visto lo contrario: una deforestación acelerada de las áreas tropicales más sensibles del planeta. Las carreteras penetran tanto en las selvas tropicales del Amazonas, del centro de África y del Sudeste Asiático que la integridad de estos ecosistemas se halla en peligro inminente. La devastación del interior del Amazonas llegó este verano a un punto de intensidad nuevo, cuando hubo empresarios que se adentraron en la región para incendiar bosques enteros, al tiempo que el gobierno de Indonesia decidía abrir sus selvas a la inversión extranjera, sin límite alguno a la tala. Y todo eso en mitad de una pandemia, cuando cabría pensar que los estados se lo iban a pensar dos veces antes de dar alas a una mayor destrucción forestal. Porque lo cierto es que la ciencia es tremendamente clara acerca del hecho de que la deforestación es el principal desencadenante de la zoonosis. Cuando las carreteras se abren paso a través de los bosques, los patógenos que habitan en ellos entran en contacto con los seres humanos; cuando se talan bosques enteros, los portadores (como los murciélagos, que portan los coronavirus) se ven obligados a irse a otro lugar. Es aquí donde el contraste entre el coronavirus y el cambio climático se esfuma: es precisamente allí donde se ven involucradas las principales entidades de acumulación de capital donde los estados no han estado preparados para llevar a cabo ningún movimiento contra las causas de la pandemia. En su lugar, lo que hemos visto este año ha sido cómo se echa más gasolina al fuego de la fiebre global: más deforestación, lo que ha causado el surgimiento de nuevas enfermedades infecciosas, junto a una mayor quema de combustibles fósiles. Todos los pasos se están dando en la dirección equivocada.

En «El murciélago y el capital» hay una idea que aparece con frecuencia y que nos resulta interesante: no solo la deforestación y la destrucción de ecosistemas están entre los principales desencadenantes tanto de las pandemias como del cambio climático, sino que también es muy importante en este sentido la mercantilización y subsunción de la vida animal a los circuitos del capital. Llegas incluso a proponer, de manera bastante provocativa, que deberíamos alcanzar un «veganismo global obligatorio». En este sentido, ¿crees que el antiespecismo, que ahora mismo en la práctica parece estar políticamente separado de la lucha ecologista, podría tener un papel relevante en la lucha contra el cambio climático y viceversa?

Eso creo, sí. El «veganismo global obligatorio» es, por supuesto, una provocación. No tengo ninguna intención de prohibir el consumo de carne al pueblo sami o a comunidades del Amazonas con las que no se ha establecido ningún contacto. Pero sí que creo que la generalización del veganismo sería un fin deseable dentro de la transición que necesariamente tiene que hacer en su dieta el norte global rico; eso para empezar. Nuestras metrópolis no pueden seguir cebándose gracias a las preciadas tierras que hay por todo el planeta. Lo que hace falta es utilizar la tierra para otros fines que no son ni la producción de carne ni la de lácteos; especialmente se deben dedicar a la resilvestración y la reforestación, que permitirán absorber CO2 y estabilizar el clima. Estamos alcanzando un punto en el que el interés de la humanidad por su propia supervivencia (y debemos suponer que existe tal interés, al menos más allá de las clases dominantes, de la extrema derecha y demás gente que parece poseída por una arrebatadora pulsión de muerte) se está alineando de manera objetiva con la de otras especies. Lo que quiero decir es lo siguiente: la crisis de biodiversidad ahora mismo se ha vuelto también peligrosa para los seres humanos. El COVID-19 es la primera manifestación épica de esta respuesta. Lo que ha sucedido hace poco en la granja de visones en Dinamarca nos ha puesto ante los ojos de nuevo el mismo asunto: al tener enjaulados a quince millones de criaturas, la industria danesa de visones (que es la más grande del mundo, pues produce abrigos de piel y productos de pestañas falsas para un segmento de consumidores espantosamente rico) generó las condiciones perfectas para que el Sars-Cov-2 saltase de nuevo a organismos animales, mutase y volviese otra vez a los seres humanos de una forma potencialmente desastrosa. Por tanto, el estado danés ahora está liquidando esa industria. Esto es algo que, por supuesto, los y las activistas por los derechos de los animales han estado exigiendo desde hace una eternidad por compasión hacia los visones, que necesitan deambular y nadar y andar escarbando; para estas criaturas, la vida en una jaula es de un terror abyecto. Y ahora finalmente se ha convertido en una fuente de terror también para los seres humanos. En el mismo espíritu, el cambio de la comida de origen animal a la de origen vegetal en nuestra dieta debería estar motivado por un interés humano por nosotros mismos. Por decirlo de algún modo, el antiespecismo se convierte así en un abandono con base antropocéntrica del reino animal.

En tu libro hay una parte en la que hablas de algo que para mucha gente de izquierdas no es fácil de asumir: la necesidad de hacer cesiones, un asunto que incluso los bolcheviques tuvieron que afrontar y que se vuelve aún más inevitable cuando apenas disponemos de fuerza política y queremos empezar a crecer, que es lo que sucede actualmente. ¿Cómo podríamos combinar esta necesidad con la de empezar a ver cambios drásticos de manera inmediata? ¿Cómo puede el movimiento climático empezar a levantarse a partir de esta idea de un diálogo entre reforma y revolución, y no solo a partir de la oposición negativa entre reforma revolución?

A mí, que vengo del movimiento trotskista, la conceptualización que más me atrae de la relación entre reforma y revolución sigue siendo la idea de «reivindicaciones transitorias»: se elevan reivindicaciones que articulan intereses materiales inmediatos de los grupos subalternos, pero ello, precisamente por esta razón, entra en conflicto con el statu quo y acaba apuntando aún más allá. Las reivindicaciones más básicas por una transición climática tienen esta forma. La abolición total de aquello que normalmente denominamos «industria de combustibles fósiles» (las compañías que extraen sus beneficios directamente de la producción de petróleo, gas y carbón) es una reivindicación de mínimos para lograr la estabilización del clima. Toda aquella persona que tenga cierta idea sobre la crisis climática sabe también que esas empresas no pueden seguir existiendo en cuanto tales. Deben ser apartadas de la economía de manera inmediata y para siempre. Sin embargo, eso abriría un agujero enorme en el tejido del capitalismo tal cual existe actualmente y no sabemos qué puede surgir al otro lado; perfectamente podría ser alguna versión de una sociedad poscapitalista. No obstante, es importante no poner el carro delante de los bueyes. No se arranca diciendo «acabemos con el capitalismo», esa no es la lógica de las reivindicaciones transitorias. Uno empieza exigiendo lo que es necesario ahora y luego sigue la dinámica social de esa demanda allí donde le lleve. Por poner un caso un poco más concreto, pensemos en un país del que rara vez se habla en este contexto: Francia. La empresa privada más grande del país es Total, una de las compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Como cualquier otra empresa del sector, ahora mismo está planeando una expansión de su producción para la década actual, la misma en la que las emisiones se deben reducir a la mitad a nivel mundial si queremos conservar alguna posibilidad de tener un calentamiento global que esté por debajo de 1,5 ºC. Evidentemente, Total tiene que dejar de existir. La manera más obvia de lograr que eso suceda sería nacionalizar la compañía y poner fin a toda su producción de petróleo y gas (y yo añadiría que habría que convertirla en una entidad dedicada a absorber CO2 de la atmósfera en lugar de a emitirlo). Es también evidente que el estado francés no está pensando hacer esto ni nada que se le parezca. Al contrario, el presidente Macron respalda los planes que tiene Total de irse al Ártico a hacer perforaciones en busca de más petróleo, y lo hace en el mismo momento en el que hay científicos informándonos de que el calentamiento en el Ártico se está dando a tal velocidad que los depósitos de hidrato de metano ubicados en el fondo del mar se están activando, filtrando así a la atmósfera este gas de efecto invernadero ultrapotente, uno de los mecanismos de retroalimentación más temidos y peligrosos del sistema climático. Pero imaginemos que el estado francés, sometido a algún tipo de presión de masas, de hecho socializase Total y se la quedase. ¿Sería eso compatible con el capitalismo tal cual lo conocemos en Francia o apuntaría, de manera más o menos inevitable, a un lugar situado más allá del statu quo? Esa es la lógica de las reivindicaciones transitorias en la crisis climática: trascienden la oposición binaria entre reforma y revolución. Y, en este momento de emergencia, lo cierto es que no podemos permitirnos quedarnos atascados en ningún tipo de insistencia purista en ninguna de las dos. Sencillamente hay que hacer lo hay que hacer.

Dentro del mismo marco de reforma revolución, en el libro sugieres que incluso los revolucionarios más radicales del siglo veinte tuvieron que mantener cierta continuidad con el antiguo régimen debido a las circunstancias extremas que estaban afrontando. Las nuestras no solo son extremas, sino que además nos dan muy poco tiempo para reaccionar. ¿Crees que deberíamos hacernos a la idea de que los cambios políticos más importantes de la próxima década para superar lo peor del cambio climático se darán dentro del antiguo régimen capitalista? ¿O esta es la receta perfecta para el desastre y el derrotismo?

Retomo la respuesta a la pregunta anterior: no podemos aceptar el capitalismo como un marco del que no podemos escapar y en el que tenemos que permanecer mientras resolvemos el problema del clima. No obstante, tampoco podemos decir que solo acabando primero con el capitalismo vamos a poder abordar el asunto del clima. Eso es una bobada. La lógica de la reivindicaciones transitorias, a riesgo de repetirme, es la de insistir en las políticas que resulten más evidentes (pensemos en la petición de paz en Rusia en 1917) y después, dado que estas políticas solo pueden ser llevadas a cabo a través de la confrontación con las clases dominantes, o al menos con fracciones de la clase dominante, prepararnos para ir más allá de su gobierno, si es eso lo que hace falta. La transición climática es un viaje que no empieza (que no puede empezar) con el fin del capitalismo, como tampoco pudo la revolución rusa. Puede terminar en ello, pero eso aún no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ninguna de nuestras exigencias (emisiones cero, la liquidación de la industria de combustibles fósiles, revertir la deforestación, etcétera) va a darse sin lucha. Y esa lucha debemos darla hasta el final. Todo depende de ello.

En otras entrevistas has señalado que esta cuarentena a nivel global ha supuesto todo un golpe para la lucha contra el cambio climático, la cual parecía estar en auge antes de marzo. Además, como decíamos antes, la pandemia ha demostrado que es más que necesario un movimiento social potente para dotar de ambición y sentido a las intervenciones estatales. Esto nos podría recordar otro de los preceptos leninistas: debemos estar preparados para aprovechar el momento. ¿Cómo podría prepararse el movimiento climático antes de una posible vuelta a la normalidad, cómo debería proceder cuando eso suceda (si es que sucede)? ¿Crees que la actual situación podría ser redirigida contra el capital fósil? En resumidas cuentas, ¿qué aspecto podría tener hoy ese «momento a aprovechar»?

Una cosa que defiendo en How to Blow Up a Pipeline: Learning to Fight in a World on Fire, que aparecerá en la editorial británica Verso en enero y algo más tarde en castellano [Cómo dinamitar un oleoducto. Nuevas luchas en un mundo en llamas será publicado también por Errata Naturae], es que el movimiento por el clima tiene que aprovechar los momentos de desastres climáticos, es decir, debemos aprender a actuar cuando nos golpeen sucesos meteorológicos extremos. Hasta el momento, el movimiento ha seguido un calendario ajeno al clima (huelgas los viernes, eventos contra las cumbres de la COP) y rara vez ha ajustado sus acciones a desastres reales, pero la próxima vez que Australia sufra unos incendios infernales, el movimiento debería lanzar una serie de acciones militantes contra la industria del carbón del país, y el próximo verano que Europa padezca un calor y unas sequías insoportables, deberíamos atacar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles para dejarle claro a la gente que, a menos que desarmemos esta maquinaria, vamos a arder hasta la muerte. El leninismo ecológico en funcionamiento sería eso: transformar una crisis de los síntomas en una crisis contra las causas. Los momentos de condiciones meteorológicas extremas y el sufrimiento que los acompaña deben ser politizados como los episodios bélicos que en realidad son. Son también los momentos en los que existe el potencial de ganar un apoyo masivo para la resistencia contra los combustibles fósiles; el verano de 2018 en Europa y lo que vino después (Fridays for Future y Extinction Rebellion) así lo indican. Tenemos que aprender a golpear cuando la cosa se está poniendo caliente, de manera bastante literal. Es entonces cuando las acciones militantes de masas se deben escalar, llegando a tomar las infraestructuras y tecnologías de combustibles fósiles, también dentro de las ciudades, para asfixiarlas hasta tal punto que los estados se vean obligados a negociar su desmantelamiento permanente. Pero está claro que hay algo de camino que recorrer hasta llegar ahí.

Como dices en el libro, el comunismo ha sido un movimiento fuertemente vinculado a las ideas de emergencia y salvación, desde el Manifiesto comunista hasta el periodo de 1914-1945 y hasta, queremos creer, la actual crisis climática. ¿Crees que si abordamos el cambio climático y la destrucción de ecosistemas desde una perspectiva realmente de emergencia, esta sería inherentemente comunista, al menos en espíritu (si es que existe tal cosa)?

Debemos atrevernos a enfrentarnos a la propiedad privada. Esto es inevitable, es el alfa y el omega. Que eso requiera un comunismo en toda regla es harina de otro costal; yo creo que en ningún caso lo hace de manera axiomática. Uno puede concebir de manera lógica la abolición de las industrias de combustibles fósiles sin la abolición del capitalismo como modo de producción. Pero, de nuevo, la abolición de las primeras perfectamente puede llevar a una ruptura con el capitalismo. A fin de cuentas, las reivindicaciones transitorias básicas y de mínimos apuntan algo que se parece bastante al comunismo de guerra.

En todo caso, sí afirmas que las experiencias comunistas históricas fueron una especie de operación de rescate a partir de fallos catastróficos anteriores, esto es, fueron empresas inherentemente trágicas. Dices que deberíamos estar dispuestos a aceptar esta situación y a tener por delante una vida de lucha sin cuartel. Todo indicaría que esto es así y, pese a todo, vivimos en sociedades en las que cualquier cambio significativo viene después de haber convencido a un porcentaje importante de la población. Un comunismo del desastre, en estas condiciones, podría parecer un suicidio político perfecto a la hora de hacer campaña por él. ¿Qué opinas al respecto?

En las pancartas yo no escribiría «¡Comunismo del desastre ya!», sino que plasmaría reivindicaciones como las que hemos mencionado, que puedan granjearse un apoyo extenso, como lo hacen, claro está, la reivindicaciones por un Green New Deal, por una transición justa y otros proyectos similares. Lo que pasa con el comunismo en el siglo veintiuno (si pensamos en el comunismo como una sociedad sin clases en la que todo el mundo tiene sus necesidades básicas cubiertas) es que probablemente tendría que construirse en una situación de escasez más que de abundancia. No tenemos más que pensar en el aumento del nivel del mar. Si crece dos metros, la mayor parte de Bangladés y todo el sur de Irak van a estar inundados, y puede que ya sea demasiado tarde para evitar este crecimiento, dada la velocidad y la irreversibilidad potencial del derretimiento del hielo en Groenlandia y en la Antártida occidental. Así pues, de aquí a un siglo, el comunismo en países como Bangladés o en el sur de Irak tendría una forma más parecida a la del comunismo de guerra o del desastre que a propuestas como el «comunismo de lujo totalmente automatizado», que parten de una «capacidad de suministro extremo» de cualquier bien que podamos desear. Bien pudiera ser que hubiera una escasez extrema de los bienes más básicos, incluso de un suelo sobre el que poner los pies. ¿Cómo cubriríamos entonces las necesidades de todo el mundo? ¿Podemos hacerlo sin dejar atrás las terribles desigualdades que existen en una sociedad de clases? Son preguntas que debemos hacernos de manera seria. Tendríamos que formular nuestras reivindicaciones más inmediatas pensando en evitar hacer más daño a la Tierra, pero sabiendo que hay un daño que ya se le ha hecho.

Dicho todo esto, cierras tu libro vinculando las ideas de supervivencia y utopía. La de utopía es una noción que nos resulta muy cercana, pensada no solo como la necesidad de dibujar un futuro imaginario mejor, sino también, y de manera muy concreta, un presente diferente. ¿En tu idea de «comunismo de guerra» hay espacio para el pensamiento utópico?

Desde luego. Como señalo en el libro (si bien no me extiendo en ello, ya lo han hecho otras personas) una transición que deje atrás los combustibles fósiles es compatible con mejoras radicales en las vidas de la gente. Puede venir acompañada de mejores trabajos, trabajos más seguros y, lo que no es menor, menos trabajo: jornadas laborales más cortas, más tiempo libre. De hecho en el comunismo de guerra original existía también una pulsión utópica: la emergencia de la guerra civil rusa ofreció la ocasión de experimentar con una vida sin dinero ni propiedad privada. Evidentemente, no salió demasiado bien. Pero la supervivencia y la utopía no son conceptos opuestos por definición. La primera podría hallarse en la segunda y necesitarla.

Fuente: https://contraeldiluvio.es/nuestra-lucha-es-la-de-una-fuerza-contra-otra-no-la-del-conocimiento-contra-la-ignorancia-entrevista-con-andreas-malm/

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En 50 años, el calor insoportable para 3.500 millones de personas

En 50 años, el calor insoportable para 3.500 millones de personas

Ian Angus

Crisis climática

¿Cuál es el peligro del calentamiento global? Para 2070, hasta el 30% de la población mundial podría enfrentarse con temperaturas literalmente insoportables.

Los estudios climáticos predicen un aumento de la temperatura mundial de 2 o 3 grados en el escenario de la situación actual. Sin embargo, estas medias incluyen los océanos más fríos. Pero ellos cubren el 70% del planeta. El aumento de la temperatura en la tierra será mayor, y las temperaturas en áreas ya cálidas serán aún más altas.

Si el promedio mundial aumenta en 3 grados, las regiones donde realmente viven las personas serán al menos 6 grados más cálidas que hoy. Como resultado, grandes áreas estarán demasiado calientes para vivir en ellas.

Future of the human climate niche, un estudio publicado el 4 de mayo de 2020 en la web de la Proeedings of the National Academy of Sciences (PNAS), revela que durante al menos 6.000 años, casi todos los humanos han vivido en regiones donde la temperatura media anual es de entre 11 y 25 grados. Ese es el nicho climático humano, el rango de temperatura en el que el trabajo al aire libre no es fatal y en el que hemos podido producir suficientes alimentos para sobrevivir.

Los autores del estudio, localizados en China, Dinamarca, Holanda, el Reino Unido y los Estados Unidos (Chi Xu, Timothy A. Kohler, Timothy M. Lenton, Jens-Christian Svenning y Marten Scheffer), afirman que cada grado de calentamiento climático empujará a mil millones de personas fuera de esta zona de supervivencia.

Hoy, menos del 1% de la superficie del planeta tiene una temperatura media anual superior a 29°C, y casi toda esta superficie se encuentra en el desierto del Sahara. Si las emisiones de gases de efecto invernadero no se reducen rápidamente, hasta el 19% de las tierras, donde viven 3.500 millones de personas, tendrán una temperatura media anual superior a 29°C.

Como uno de los principales autores del estudio del PNAS declaró a The Guardian el 5 de mayo de 2020, “las temperaturas medias superiores a 29°C son invivibles”.

Incluso con una fuerte atenuación del calentamiento -una transición del escenario extremo RPC8.5 del IPCC al RPC2.6, más controlada- 1.500 millones de personas se seguirán enfrentando con temperaturas insoportables. Las que trabajan en interiores y pueden pagarse el aire acondicionado se adaptarán, pero en su mayor parte la única opción será la inmigración. Los países que construyen muros fronterizos condenarán a muerte a cientos de millones de personas.

10/05/2020

http://alencontre.org/ecologie/environnement-dans-50-ans-une-chaleur-invivable-pour-35-milliards-de-personnes-des-migrations-des-murs-la-mort.html

Traducción: viento sur

Autor: Ian Angus

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15966

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La emergencia climática como negocio.

Por: Silvia Ribeiro

Justo antes de que los superricos del planeta se reunieran en el Foro Económico Mundial en Davos el mes pasado, la trasnacional Microsoft anunció sus planes de volverse una empresa negativa en emisiones de carbono para 2030. Poco antes, BlackRock, la billonaria y mayor gestora de inversiones especulativas del globo, aseguró que cambiaría parte de sus inversiones para atender el cambio climático. La emergencia climática fue uno de los temas centrales en las sesiones del Foro de Davos este año. Otras grandes empresas, muchas culpables del caos climático, como las de agronegocios, energía, automotoras, plataformas digitales, han hecho recientemente declaraciones similares.

¿Significa esto que las trasnacionales, principales causantes del cambio climático, finalmente asumirán la gravedad de la situación y cambiarán sus causas? Claro que no. Lo que están haciendo es asentar una nueva ola de oportunidades de negocio. Por ejemplo, nuevas formas de apropiarse de la tierra y los ecosistemas –con graves impactos sobre las comunidades y el ambiente– y el desarrollo de tecnologías de geoingeniería.

Engloban estas propuestas con expresiones engañosas, como soluciones basadas en la naturaleza, reducción neta de emisiones, carbono neutral, cero emisiones netas o el aún más absurdo emisiones negativas. Absurdo porque no existe ningún gas que una vez emitido sea menos que cero. Todas son trampas de lenguaje, ya que no reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que alegan compensar esas emisiones para justificar el seguir contaminando. No son reducciones, sino malabarismos contables para que la suma termine en cero o incluso en negativo, caso en el cual la humanidad quedará debiéndoles el favor a las empresas que causaron el desastre.

Microsoft, justamente, afirma que para 2030 tendrá emisiones de carbono negativas y para 2050 habrá removido toda la huella histórica de carbono de la empresa, incluso la de los usuarios de sus productos. Para ello, por una parte, continuará con compensaciones de carbono (por ejemplo, invertir en monocultivos de árboles u otras actividades que compensen sus emisiones supuestamente absorbiendo carbono). Además, anunció nuevas acciones, como el cambio en sus instalaciones a transportes eléctricos o basados en agrocombustibles. Medidas similares anunciaron también Amazon, Apple y Alphabet (dueña de Google), ya que las plataformas digitales consumen una enorme cantidad de energía. Es poco conocido, pero todas están entre los principales consumidores de energía en Estados Unidos. Este cambio podría parecer positivo, pero debe ser analizado a la luz de a qué fuente de energía se refieren y cómo se obtiene. Por ejemplo, la bioenergía y los biocombustibles, si se analiza su ciclo de vida completo, usan más petróleo y emiten más gases de lo que dicen sustituir.

Microsoft explica que no sólo compensará emisiones, sino también removerá carbono de la atmósfera, usando una mezcla de soluciones basadas en la naturaleza y soluciones tecnológicas. Lo primero debe traducirse como la intención de apropiarse de territorios que considere fuentes significativas de absorción y retención de carbono, de bosques a humedales, turberas y mares. Además, promoción y cabildeo para que los suelos agrícolas sean aceptados como sumideros de carbono, algo que actualmente no sucede, porque la absorción en suelos no es permanente. No sólo Microsoft, sino todas las empresas que ahora hablan de soluciones climáticas basadas en la naturaleza se proponen abrir nuevos frentes de disputa por el control de campos agrícolas y territorios, que esperan les sirvan para obtener nuevos créditos comerciables en los mercados de carbono, pese a que está demostrado que esos mercados no han funcionado para combatir el cambio climático.

En cuanto a soluciones tecnológicas, Microsoft anunció el aumento exponencial de apoyo a tecnologías de geoingeniería. Bill Gates, fundador de esta empresa, es actualmente el principal financiador privado de investigación en estas tecnologías de manipulación del clima. Ahora Microsoft anunció la creación de un fondo por mil millones dólares para desarrollo de tecnologías de geoingeniería. Comenzarán con bioenergía, con captura y almacenamiento de carbono (Beccs, por sus siglas en inglés), y captura directa de aire, que son megainstalaciones que filtran aire y separan el dióxido de carbono con sustancias químicas. No está claro dónde lo almacenarían para que no retorne a la atmósfera. Como todas las tecnologías de geoingeniería, requieren grandes cantidades de energía, son de alto costo y no está técnica ni ambientalmente probado que puedan funcionar a la escala necesaria para afectar el cambio climático. El fondo estará abierto a financiar también otras técnicas de geoingeniería, incluso la modificación de radiación solar, con lo cual se convertirá en el mayor fondo de promoción de la geoingeniería hasta ahora.

Por sus altos riesgos e incertidumbres, el despliegue de geoingeniería está bajo moratoria en Naciones Unidas, algo que será necesario afirmar ante estos nuevos ataques corporativos  (https://tinyurl.com/vztyloz).

Fuente: https://insurgenciamagisterial.com/la-emergencia-climatica-como-negocio/

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Desde la Antártida: el batallón de científicas que se forma para salvar el planeta

Desde la Antártida: el batallón de científicas que se forma para salvar el planeta

Cientos de mujeres científicas de todo el mundo se están formando como líderes frente a la emergencia climática que enfrenta nuestro planeta. Sputnik comparte historias de las participantes del proyecto de expedición de mujeres a la Antártida más grande de la historia.

A lo largo de 10 años, este proyecto promete formar a una red internacional de 1.000 mujeres de los cinco continentes con el objetivo de cambiar los modelos de liderazgo que nos llevaron a desconfiar de nuestros actuales líderes. Desde 2016, el programa global Homeward Bound está llevando a mujeres expertas en ciencia, tecnología, ingeniería, matemática y medicina a la Antártida para formarlas como líderes conscientes frente a la crisis climática que enfrenta nuestro planeta.

La cuarta camada del programa zarpó del puerto de Ushuaia, Argentina, el 22 de noviembre de 2019 llevando a 100 científicas, convirtiéndose así en la expedición de mujeres al continente blanco más grande de la historia. Representan 35 países desde Australia, India, Zimbabwe, Alemania, Costa Rica, Paquistán, Francia hasta Kenia, Argentina y Rusia.

Sus edades van de 23 a 70 años. Sus areas de experticia incluyen biología marina, pediatría, oceanografía, geoquímica, ingeniería, guardaparques, diplomacia científica, manejo de desastres naturales, astronomía, política medioambiental y comunicación científica. También es extensa la lista con ejemplos de los temas que investigan: cambio climático, biodiversidad, ecosistemas marinos, ondas gravitacionales, protección de océanos, epidemiología, plásticos, ingeniería aeroespacial y salud pública, entre otros.

Si bien cada una había sido seleccionada por una razón, llevó al menos tres semanas conocer las historias de cada una y las razones personales para salir de la zona de confort y formar parte de este proyecto.

Cada una presentó su historia durante un simposio en altamar. Algunas eligieron darle un enfoque estrictamente profesional mientras que muchas se animaron a mostrarse vulnerables. Sin excepción, cada una generó una gran admiración.

Evguenia Alechine – Simposio en altamar

¿Qué tienen en común las mujeres y la crisis climática?

La emergencia climática que está viviendo nuestro planeta pone en evidencia la extrema vulnerabilidad del ecosistema en el que vivimos. Y nos exige esa misma vulnerabilidad para hacer un verdadero cambio.

La experiencia en la Antártida nos dio la posibilidad de ser vulnerables, de mostrarnos como realmente somos y vernos reflejadas la una en la otra. Detrás de cada una de estas mujeres tan exitosas se esconde una historia, de logros y de fracasos, de desafíos y luchas en una sociedad que históricamente ignoró la igualdad de género.

Gran parte de nuestro trabajo en la Antártida estuvo enfocado en la visibilidad; para nosotras mismas, para otros y como comunidad. Uno de los factores clave de la verdadera visibilidad es la vulnerabilidad. «No se puede ser visible sin ser vulnerable, y no se puede ser vulnerable sin ser valiente», comenta Julia May, docente a bordo y especialista en visibilidad de Australia. «El estilo de liderazgo que aportan las mujeres en su mejor expresión es inclusivo, colaborativo y centrado en el futuro y el bien común» asegura.

Zona Violeta

El permiso que nos dimos de ser vulnerables, de sentir en carne propia el daño que le estamos haciendo a nuestro planeta, nuestro único hogar, nos permitió encontrar juntas la fuerza para transformar nuestro dolor en acciones. Tanto las mujeres como la naturaleza han sido históricamente explotadas y necesitamos trabajar en conjunto para cuidar el ambiente y defender la equidad de género.

«Fue mágico e inspirador ver a 100 mujeres abrazar la vulnerabilidad y el coraje para hacerse más visibles para sí mismas, y luego ponerse en el lugar de los líderes visibles que desean ser», recuerda Julia, emocionada.»

Las mujeres frente a la emergencia climática

Evguenia Alechine en la base antártica Carlini

Para tomar acción frente a la crisis del planeta, hay que necesariamente salir de la zona de confort, sentir en carne propia el daño que le estamos haciendo a nuestra Madre Tierra y cambiar radicalmente la forma de vivir. La sociedad consumista y descartable a la que estamos acostumbrados, explotando indiscriminadamente los recursos naturales, es un modelo que tiene que cambiar si queremos seguir existiendo como especie humana; y el liderazgo de las mujeres es fundamental en este proceso.

La activista por los derechos humanos y presidenta del Fondo Mundial para las Mujeres, Musimbi Kanyoro, se enfocó en debatir temas como la diversidad y la inclusión. Muchas de las mujeres de Homeward Bound representan a grupos minoritarios como comunidades aborígenes, homosexuales o minorías étnicas que se sintieron sistemáticamente desplazadas del liderazgo y la toma de decisiones durante sus carreras profesionales. Musimbi hizo hincapié en nosotras debemos velar por traer a las mesas de discusión las voces de los grupos minoritarios, que somos privilegiadas por tener la posibilidad (y responsabilidad que eso conlleva) de ser escuchadas.

El rol de la mujer en posiciones de liderazgo no se puede discutir sin tratar el tema de la maternidad. Esto se discutió desde diferentes puntos de vista: mujeres que dejaron todo para ser madres, mujeres que hacen todo para proteger el futuro de sus hijos, aquellas que sienten que la sociedad las obliga a elegir entre ser madres o profesionales exitosas y aquellas que son juzgadas por su decisión de no traer hijos a este mundo.

También trabajamos en colaboraciones, especificando nuestros objetivos individuales y colectivos, lo que cada una tiene para ofrecer y en qué necesita ayuda. Un proyecto que la mayoría nos comprometimos a apoyar es una campaña para declarar la península antártica como Área Marina Protegida, algo que hasta el momento no se logró a pesar de la evidencia científica y que va a requerir de los contactos y experticia de cada una de nosotras.

Mujeres que inspiran

Conocer la trayectoria, desafíos y logros de cada una nos ayudó a comprender por qué estábamos ahí. Si bien no es posible reproducir las historias de vida de cada una de las 100 mujeres de estuvieron conmigo en la Antártida, quisiera compartir algunas entre tanta inspiración.

Emma Kennedy es ecologista e investigadora postdoctoral de arrecifes de coral en Australia. Desde pequeña, Emma sintió la pasión por la naturaleza y la biología marina y sintió un fuerte dolor al observar que desde su infancia a la actualidad, los arrecifes de coral que ella tanto amaba prácticamente habían desaparecido; estas pintorescas y coloridas fuentes de absorción de carbono se habían convertido en pálidos recuerdos fantasma debido al calentamiento global y la acidificación de los océanos. Tanto Emma como su equipo de científicos, se comprometió a no dejar que estas especies terminen en los museos como único lugar donde las generaciones futuras los puedan observar, y ella lo cuenta con lagrimas en sus ojos.

Samia Elfekih es una luchadora que nació en Túnez y de pequeña creía que nunca iba a poder cumplir su sueño de ser científica debido a la falta de recursos económicos y manejo del idioma inglés entre otras limitaciones. Sin embargo, eso no la detuvo. Samia estudió ingeniería, recibió una beca Fulbright para realizar su doctorado en genética en Estados Unidos, recibió el premio UNESCO-L’Oréal para mujeres en la ciencia que le permitió realizar su postdoctorado en Londres e incluso fue entrevistada para la revista Elle. Hoy, lidera proyectos multimillonarios alrededor de todo el mundo investigando y previniendo epidemias de dengue y malaria. Estos estudios son de vital importancia frente al cambio climático ya que con el aumento de las temperaturas las enfermedades tropicales se van a propagar cada vez de manera más rápida.

Yuxi Lei es investigadora en nanomateriales y fundadora de NANOxARCH en China, un emprendimiento de diseño de indumentaria sustentable confeccionada con materiales reciclados. Yuxi afirma que no deberíamos generar residuos en la tierra ya que todo se puede reutilizar y todos deberíamos repensar nuestras conductas de consumo para sostener aquellos proyectos y productos que sean sustentables.

Lily Brown es guardaparques y lucha contra incendios forestales en Australia. Ella vio con sus propios ojos el impacto devastador de los incendios forestales en su país, que este año llegaron a escalas sin precedentes con enormes pérdidas de vida silvestre e incluso humanas. Para ella, Antártida fue tan similar como diferente a su labor cotidiana. La urgencia en las acciones frente a la crisis climática es tan relevante para los incendios en Australia como para los deshielos en Antártida. «Este lugar es tan especial y lo estamos modificando de manera irreversible» comenta Lily.

Tuve momentos de culpa, vergüenza y tristeza. Pero estando en la Antártida, particularmente con este grupo de mujeres, me hace querer transformar estas emociones negativas en acciones».

Una de las mujeres más inspiradoras que conocí es Rachel Cooper. Con tan solo 23 años, la participante más joven de Homeward Bound está cambiando el curso de la política medioambiental de Nueva Zelanda. Hace pocos meses redactó e impulsó la ley de carbono cero para 2050 poniendo precio a las emisiones de gases del efecto invernadero provenientes de la actividad agropecuaria y ayudando a los productores a reducir sus emisiones. A su corta edad, Rachel es asesora del jefe científico del primer ministro y tiene toda la vida por delante para seguir trabajando por el bien común.

Estas son solo algunas de las razones por la cuales estas mujeres dejaron la comodidad de sus hogares, sus familias y muchas incluso sus trabajos para luchar juntas por un futuro sustentable para nuestro planeta.

El futuro de nuestro planeta

La Antártida

Estamos viviendo un momento clave en la historia de la especie humana en este planeta. Como muy elocuentemente puso en palabras Joaquín Sánchez Mariño, «los dinosaurios también pensaban que les quedaba tiempo». Y todavía podemos decidir ser parte del problema o de la solución.

La Antártida (imagen referencial)

Los niños y adolescentes están pidiendo a gritos un sistema diferente, y mujeres de todo el mundo preocupadas por el legado que les dejamos a las generaciones futuras están alzando sus voces para proteger a sus hijos. Desde la ciencia, ya sabemos las causas, las consecuencias y las soluciones, pero el mensaje está fallando en generar conciencia individual y políticas públicas para lograr el cambio a tiempo.

Como describió a la perfección la doctora en microbiología molecular Jana Schniete, «somos solo una pieza muy pequeña de algo mucho más grande, pero hemos tenido un gran impacto en la tierra. Estamos esencialmente destruyendo nuestro propio hábitat, nuestra propia casa. A la naturaleza no le importará si estamos o no, así que si queremos cuidar el lugar donde vivimos, tenemos que hacer algo al respecto. Somos invitados aquí y tenemos que comportarnos como tales».

El mayor aprendizaje que me llevo de la Antártida es el efecto que tenemos en el ambiente que nos rodea. Cuando visitamos el continente blanco, nos aseguramos de modificarlo lo menos posible, de no dejar ni llevarnos nada, de alterar mínimamente los ecosistemas que lo habitan. Por alguna razón, nos sentimos con derecho de alterar la naturaleza que nos rodea en nuestra vida cotidiana. Talamos bosques para agricultura y ganadería, matamos animales por deporte, cambiamos el curso de los ríos y contaminamos el aire que respiramos, ya sea de manera consciente o inconsciente. Y me pregunto:

¿Qué pasaría si cuidamos nuestro entorno de la misma manera que cuidamos la Antártida o nuestra propia casa?

Las temperaturas del planeta aumentan, los océanos se calientan y se acidifican, desaparecen especies y los desastres naturales destruyen la vida de miles de personas. Este panorama no va a cambiar ni mejorar a menos que activamente hagamos algo al respecto. Las mujeres de Homeward Bound estamos comprometidas con un cambio que viene desde los más profundo de nuestras entrañas. Una vez que vimos con nuestros propios ojos que una realidad diferente es posible, que nuestras acciones cotidianas destruyen ambientes tan lejanos y vírgenes como la Antártida y que nosotros tenemos la posibilidad de cambio en nuestras manos, ya no hay vuelta atrás.

Ingenieras, científicas, madres, esposas, profesionales, luchadoras, estudiantes, frágiles, fuertes, conscientes, líderes. Hijas de la Madre Naturaleza. Cada una de estas mujeres me dejó una enseñanza, de sus éxitos y sus fracasos, y sobre todo de su perseverancia para no bajar los brazos. Contrario a lo que uno imagina sobre las mujeres en la ciencia, que somos fuertes y podemos con todo, esta experiencia nos invitó a repensar los paradigmas en los que vivimos y a encarar la problemática de la crisis climática desde nuestra vulnerabilidad y la del planeta y protegerlo desde la comunicación, la búsqueda de conciencia, la diplomacia científica y el bien común. Una realidad diferente es posible, y empieza hoy.

Fuente de la Información: https://mundo.sputniknews.com/ecologia/202001211090198454-la-mision-de-100-mujeres-cientificas-en-la-lucha-para-salvar-el-planeta/

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Trump y Thunberg cruzan reproches sobre crisis climática en Davos

Trump y Thunberg cruzan reproches sobre crisis climática en Davos

Mientras Trump presumió de su posición negacionista sobre la crisis climática, Greta Thunberg criticó la inacción de líderes políticos y económicos

El Foro Económico Mundial de Davos fue escenario de un nuevo cruce de reproches entre el presidente estadounidense Donald Trump, y la joven activista sueca Greta Thunberg, en materia de la crisis climática.

Mientras que Trump presumió de su posición negacionista sobre el calentamiento de la Tierra y ha arremetido contra los “profetas de la fatalidad“, Thunberg endureció su mensaje y criticó a los líderes políticos y económicos su “inacción” en la lucha por la supervivencia del planeta.

Las visiones completamente antagónicas que ambos tienen sobre el clima ya son conocidas, como lo son también algunos de los mensajes que se han cruzado a cuenta de este tema, pero este martes Thunberg y Trump los enfatizaron con sus discursos en Davos.

A primera hora de la mañana, Greta Thunberg participó en un panel con otros jóvenes como ella en el que lamentó que no se haya hecho “nada” en la lucha contra la emergencia climática.

Después, en su discurso principal en el foro criticó a los dirigentes políticos y económicos por haberse “rendido” y por no detener de una vez por todas -y no ya solo reducir- el uso de combustibles fósiles.

Pero antes de esta intervención ya había sido la de Trump en el auditorio principal del Foro.

El presidente estadounidense hizo un discurso triunfalista repleto de cifras económicas y centrado en el mensaje de que con él en la Casa Blanca ha vuelto “el sueño americano”, en el que además presumió de la independencia energética que está a punto de lograr su país, que ya no tiene que importar combustibles a países “hostiles”.

Pero sobre todo, Trump arremetió contra los “pesimistas” sobre el clima y pidió a los asistentes a Davos que rechacen a los “profetas de la fatalidad”, en un claro mensaje a Thunberg y a quienes como ella alertan de esta emergencia.

En su opinión, quienes promulgan ese mensaje son los “alarmistas” que siempre buscan “lo mismo”, tener el “poder absoluto” y controlar “cada aspecto” de la vida de los demás.

“Nunca dejaremos a los radicales socialistas destruir nuestra economía o erradicar nuestra libertad”, ha dicho el mandatario estadounidense en un discurso en el que también ha presumido de que su país tiene en este momento el “aire más limpio de los últimos cuarenta años”, dijo.

Tras asegurar que está comprometido con conservar la “majestuosidad de la obra de Dios”, Trump anunció que su país se unía a la iniciativa de Davos de plantar un billón de árboles en el planeta mientras insistió en que “este no es un tiempo para el pesimismo sino para el optimismo”.

Un gesto que después criticó implícitamente Greta Thunberg en su discurso en Davos.

“Plantar árboles está bien pero ni de lejos se acerca a lo que es necesario hacer”, dijo Thunberg, para quien no se trata ya de reducir las emisiones de carbono, sino acabar con ellas para siempre si se pretende lograr el objetivo de París de que la temperatura del planeta no suba más de 1.5 grados.

Además, dijo comprender que a todo el mundo le preocupe que Estados Unidos abandone el Acuerdo de París, pero reprochó que a nadie le preocupe o indigne que todos los firmantes lo estén “incumpliendo”.

Greta Thunberg dijo comprender lo dura que es la transición ecológica, sobre todo económicamente, pero insistió en que el beneficio o la reducción de pérdidas a corto plazo no puede detener este proceso imprescindible.

Y a los políticos les dijo, además, que no le puede importar más su afiliación, porque tanto la derecha como la izquierda o el centro “han fracasado” en la lucha contra la emergencia climática.

La joven de diecisiete años lamentó además que los adultos llamen a los niños como ella ‘pesimistas’ y les pidan que no se preocupen por estos asuntos, pero después no hagan nada ellos para solucionarlos.

Un año después de haber advertido en este mismo foro que nuestra casa, el planeta Tierra, está “en llamas”, Greta Thunberg subrayó que el incendio sigue, y la “inacción” de todos lo está avivando.

Un discurso al que se han unido muchos en Davos, que al mismo tiempo han criticado las palabras de Trump.

Con información de EFE

Fuente de la Información: https://lopezdoriga.com/internacional/trump-y-thunberg-cruzan-reproches-sobre-la-crisis-climatica-en-davos/

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Australia: La guerra climática está aquí

La guerra climática está aquí

 Pip Hinman

El horror de los devastadores incendios apocalípticos en los Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria (Australia) no solo ha aguado los ánimos festivos de Año Nuevo, sino que ha avivado la indignación por la evidente incapacidad del gobierno para responder a la emergencia climática. La peineta dedicada por el cantante Tex Perkins al primer ministro durante el concierto de Nochevieja fue un fiel reflejo de lo que pensaba la gente en aquel momento. Sin embargo, la clase gobernante está decidida a librar la guerra climática en nombre de las empresas de combustibles fósiles.

El mensaje de Año Nuevo del primer ministro Scott Morrison de que Australia es “el país más asombroso de la Tierra” se refirió a la manifestación de buena voluntad que mostró la gente durante los incendios. Era un intento desesperado de calmar los ánimos, pero si cree que esto le permitirá encubrir la inacción de su gobierno con respecto a la emergencia climática, mejor que se lo replantee. Es cierto que si no fuera por los esfuerzos heroicos, sobre todo, de la gente voluntaria que fue a combatir el fuego, del personal de emergencia y de otros esfuerzos comunitarios, habrían perdido la vida más personas y habrían sido destruidas más casas en Nueva Gales del Sur y Victoria.

¿Qué clase de sistema es este que tiene que recurrir al voluntariado para llevar a cabo tareas peligrosas de primera línea en situaciones de crisis? ¿Qué clase de sistema fracasa de modo tan espectacular a la hora de movilizar los recursos urgentemente necesarios para responder con rapidez a lo que constituye sin duda un estado de emergencia sin precedentes? La respuesta es: un sistema en crisis.

Conocemos los peligros que comporta la emergencia climática desde hace décadas. Los bomberos vienen advirtiendo desde hace meses, por no decir años, que el calentamiento del planeta causa muchos más problemas que simplemente un verano más caluroso. A pesar de todo ello, la planificación de cara a esta temporada de incendios ha sido desastrosa; la gente voluntaria ha evitado que todo fuera peor; hasta hace poco no se ha movilizado al ejército. Claro que después de años de recortes presupuestarios, no hay gente suficiente ni equipos suficientes. Las comunidades se han visto forzadas a aportar fondos para un servicio que nunca habían consentido en cercenar.

Hasta este momento, la temporada de incendios se ha cobrado, en toda Australia, la vida de 18 personas, bomberos incluidos, y ha destruido más de 1.200 viviendas. Por otro lado, se han salvado más de 16.000 hogares. En Victoria, hasta 4.000 personas han tenido que refugiarse en la playa, perseguidas por el fuego. Los focos han generado microclimas que han provocado nuevos incendios. El coste devastador en animales salvajes, incluidas muchas especies en peligro de extinción, ni siquiera ha empezado a contabilizarse.

Los gobiernos estatales y el gobierno federal cuentan con recursos significativos que no han movilizado, o lo han hecho demasiado tarde. El sector empresarial dispone de recursos suplementarios que también podrían haberse socializado para hacer frente a la catástrofe. Cediendo a los intereses empresariales, el ayuntamiento de Sidney y el gobierno del Estado de Nueva Gales del Sur decidieron mantener el espectáculo de fuegos artificiales de la Nochevieja, perdiendo así una gran oportunidad para alimentar el nuevo debate nacional sobre la naturaleza de las acciones reales necesarias para afrontar la emergencia climática.

La incapacidad del sistema de responder está generando muchos debates. Cada vez más personas concluyen que cualquier sistema de prioriza los beneficios por encima de las personas y del medioambiente será incapaz de responder como es preciso. Por otro lado, intervienen importantes medios que defienden el status quo –incluidos los que dicen que necesitamos bomberos voluntarios y que los incendios acabarán cuando caiga algo de lluvia– y tratan de frenar esta tendencia.

Para evitar la pérdida de confianza del público en el sistema fallido se alegarán toda clase de excusas y se proferirán falsas disculpas para parar lo que realmente hace falta: foros de emergencia en todo el país para debatir sobre soluciones reales. El debate nacional sobre las causas de la incapacidad del Estado de proteger a las comunidades frente a los incendios favorecidos por el cambio climático abre la puerta a un debate más profundo sobre las medidas necesarias para abordar seriamente el problema de la emergencia climática.

El movimiento de defensa del clima ha crecido rápidamente durante el año pasado, y podemos confiar en que seguirá creciendo en la medida en que la temporada de incendios continúa alargándose. Quienes ya forman parte de este movimiento han de ser receptivas a nuevas iniciativas y buscar la unidad de componentes dispersos en intersecciones cruciales en torno a soluciones concretas, como por ejemplo la retribución de los bomberos rurales, un fuerte aumento del presupuesto para combatir los incendios y la rápida descarbonización de nuestra energía.

El movimiento organizado de defensa del clima todavía es demasiado débil. Es preciso que se expanda rápidamente, y para ello necesita nuevos y nuevas activistas, jóvenes y mayores, que ayuden a la gente a juntarse para la acción. Es preciso que construyamos una respuesta a la emergencia climática sobre la base del espíritu práctico y generoso que se ha puesto de manifiesto durante semanas a raíz de estos incendios catastróficos. Vivimos en una época de guerra climática, fruto de un sistema capitalista tóxico en el que priman los beneficios privados. La única esperanza que tenemos de sobrevivir a la larga en este planeta pasa por parar los pies a la pequeña elite negacionista y restablecer el control social colectivo sobre los recursos de la sociedad.

Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15523

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Las 12 palabras que no dejarás de oír en 2020

Redacción: Observatorio RH

Innuba presenta las 12 palabras que marcarán nuestras conversaciones en 2020. Desde la convicción de que el lenguaje tiene la capacidad para cambiar realidades e, incluso, para construirlas, la consultora de Innovación Social propone integrar estas palabras para definir un futuro en positivo en nuestro día a día.

1. SOCIAL-TELLING
Es una nueva forma de contar historias que trasciende al Storytelling. El Social-Telling es el arte de contar historias que ponen el foco en el impacto positivo.

2. BRANDED DOING
Es un nuevo modelo de Branded Content que va un paso más allá: no solo comparte contenido relevante que aporte valor al target al que se dirige, sino que resuelve una auténtica necesidad social dando la oportunidad al usuario de involucrarse en una causa, actuar con tan solo un clic y generar así un impacto.

3. CONSUMO RESPONSABLE
Es una nueva actitud del consumidor, un cambio social que se está produciendo en torno a los hábitos de consumo. El consumo responsable es elegir los productos y servicios que se consumen en base a su impacto medio ambiental, social y las políticas de derechos humanos y justicia social de las empresas que elaboran esos productos. Además, implica un cambio en nuestro estilo de vida consumiendo únicamente lo imprescindible.

4. EMERGENCIA CLIMÁTICA
Es un nuevo concepto impulsado por la joven activista Greta Thunberg que ha sido reconocido como palabra del año por el Oxford Dictionary. Emergencia climática hace referencia a “una situación en la que se requieren medidas urgentes para reducir o detener el cambio climático y evitar el daño ambiental potencialmente irreversible resultante de este proceso”.

5. INVERSIÓN DE IMPACTO 
Es un nuevo modelo de inversión de capital cuyo objetivo principal es beneficiar a la sociedad o al medio ambiente. Son inversiones medibles que generan un impacto al mismo tiempo que tiene un retorno económico igual o mayor al invertido. Es una mezcla entre la filantropía y la inversión tradicional (Según la definición de GIIN).

6. ESPACIO CONSCIENTE
Es un nuevo concepto de espacio de trabajo cuyos valores clave son la escucha, la empatía y el respeto entre las personas que lo habitan. Es un espacio donde la toma de conciencia individual es fundamental para generar relaciones, conversaciones y actividades alineadas con el bienestar colectivo.

7. “FLYGSKAM”
Es el movimiento contra la contaminación que provocan los aviones que nació en Suecia (2018) y se traduce como “la vergüenza de volar”. Este movimiento conciencia sobre el impacto que tienen los aviones en el medio ambiente e impulsa a los ciudadanos a elegir medios de transporte alternativos para reducir su huella de carbono.

8. ENRICRECIMIENTO COLECTIVO
Es un juego de palabras que alude al resultado de generar riqueza y crecimiento emocional / social en cada persona y grupo. Es un nuevo concepto que atiende a un modelo sistémico de cambio cultural de dentro hacia fuera: yo-tú-nosotros. Vinculado a la empresa, es una nueva promesa empresarial que apunta a que es posible que las compañías se enriquezcan al tiempo que crece la calidad de vida de todas las personas que lo rodean.

9. RIQUEZA SOCIAL COLECTIVA
Es el valor que se genera cuando las acciones de un proyecto tienen impacto en todos los campos que lo rodean de forma global: clientes, empleados, sociedad, medio ambiente y la propia compañía. La riqueza social colectiva provoca un cambio de mirada en la forma en la que diseñamos proyectos, una mirada que nos permite entender la importancia que tiene generar valor más allá del beneficio propio.

10. VALOR COMPARTIDO
Es una nueva visión en la que empresas y sociedad deben unir sus fuerzas para alcanzar un beneficio común. Así, el concepto de valor compartido no es un sinónimo de filantropía ni RSC, es una nueva forma de éxito que pone en el centro de los proyectos las necesidades sociales.

11. LEGADO TRASCENDENTE
Es la herencia inmaterial que una persona o compañía deja al planeta y a las futuras generaciones trascendiendo a su propia existencia. El legado trascendente de una organización es el impacto social que genera y que perdura en el tiempo una vez esta ya no exista.

12. TRANS-FORMACIÓN
Es un juego de palabras que alude a la capacidad que tiene la formación para transformar a las personas. Además, la formación tiene un efecto multiplicador: mejora la vida de la persona que refuerza sus conocimientos ampliando horizontes y formando un pensamiento más crítico en torno a un tema, pero además beneficia a todas las personas a su alrededor.

Fuente: https://www.observatoriorh.com/comunicacion-y-branding/las-12-palabras-que-no-dejaras-de-oir-en-2020.html

 

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