Ninis ecuatorianos y educación

Por: Enrique Rojas.

Un sitio digital informó en días pasados que, según datos del INEC y la CAF, más de seiscientos mil jóvenes no estudian ni trabajan en el Ecuador. Siendo Guayaquil la ciudad con mayor porcentaje de ellos, un 18%. Se los denomina el grupo de los ninis (ni estudian ni trabajan). Esta estadística se ve preocupante, ya que los ninis vienen en aumento, en 2007 eran cerca de doscientos cincuenta mil.

Para algunos, esta estadística se lee como un riesgo para la productividad y el crecimiento a mediano y largo plazo.

Pero hay otros datos que hacen de este problema un tema más profundo,

En el mismo informe se indica que el Banco Mundial reportó que dos de cada tres ninis en Latinoamérica son mujeres, pero en Ecuador el número es mayor, elevándose hasta el 72%, y se indica al embarazo adolescente como factor más importante para caer en la condición de nini.

Es evidente que el problema es más grande que un dato estadístico, si entendemos la educación como un proceso que no está solo para promover las competencias básicas tradicionales y facilitar el acceso al mundo laboral.

En 1996, la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, presidida por Jacques Delors, presentó a la Unesco un informe en el cual propuso cuatro pilares para la educación, dejando claro que la educación debe proporcionar los elementos necesarios para ejercer la ciudadanía con plenitud, contribuir a una cultura de paz y la transformación de la sociedad.

Estos pilares son: Aprender a conocer, que significa adquirir los instrumentos de la comprensión, a través del aprender a aprender y el ejercicio del pensamiento; Aprender a hacer, que se refiere a poder influir en el propio entorno y que contempla la calificación profesional para el mundo del trabajo; Aprender a vivir juntos, que hace relación a la participación y cooperación con los demás, y Aprender a ser, proceso fundamental que implica el desarrollo de la propia personalidad y el desarrollo de la autonomía, juicio y responsabilidad personal.

También refiriéndose a otro enfoque de la educación, el filósofo español Fernando Savater resalta la importancia de formar ciudadanos capaces de utilizar de una manera crítica, constructiva e inventiva las instituciones democráticas, identificando tres niveles como propósitos en la educación: el laboral, el cívico y el humano.

Entonces, viene una preocupación cuando pareciera que la educación es una estadística ligada solo al desarrollo económico, viene una preocupación sobre el tipo de discusiones que tenemos sobre la educación.

Hay que recuperar la conversación, porque al final del día, la carencia o desenfoque de la educación genera a mediano y largo plazo un impacto mucho mayor que nuestros cotidianos y recurrentes temas de la corrupción y el piso 17 de la Selección.

Como leí en alguna parte, un ser humano nunca se queda sin ser educado. Antes o después es educado. El problema es por quién, por la TV, la pandilla del barrio o los buenos educadores, hay que ver quién llega primero.(O)

Fuente del artículo: https://www.eluniverso.com/opinion/2019/08/22/nota/7481730/ninis-ecuatorianosy-educacion

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El Manual de Convivencia como estrategia pedagógica.

Por: Reynaldo Mora Mora.

En una institución educativa ocurren diversas interacciones entre sus miembros, ya que allí se producen encuentros de culturas que están mediados por unas normas que deben reflejar la pirámide axiológica de una Nación.

Entonces, a través del Manual de Convivencia (MC) se deben favorecer las condiciones que permitan a sus miembros vivir en comunidad, y hacerlo es tener el sentido de favorecer toda una gama de valores en el quehacer escolar. Teniendo en cuenta ese conjunto de valores, el Manual debe ser concebido como la herramienta pedagógica por excelencia, como la referencia para la valoración y respeto por el derecho a la vida; pero, de ninguna manera puede ser considerado como un conjunto de normas de información que deben cumplirse per se, ni como una serie de máximas de adoctrinamiento o inculcación.

El MC es el mejor recurso con que cuenta la comunidad educativa para enfrentar la problemática y solución al matoneo, en tal sentido, debe ser interiorizado como la vocación comunicativa para la formación de constructores de convivencia, para consolidar por parte de los actores una serie de estrategias pedagógicas, sociales y familiares como propuesta de vida a fin de establecer un diálogo alrededor de los más caros valores del ser humano. Esta problemática que viven las instituciones educativas, implica pensar, que las instancias familiar y escolar contribuyan, junto con el Estado a impedir conductas y acciones arbitrarias que un grupo de estudiantes o individualmente imponen sobre otros.

En tal sentido, el matoneo debe ser considerado el problema fundamental para regular el accionar de los miembros de una comunidad educativa, en cuanto integra esa situación problemática quehacer a través de su funcionamiento cotidiano interno, atendiendo a todos los sujetos a fin de atenerse a unos principios mínimos de convivencia.

Este enfoque pedagógico y curricular plantea desarrollar y fortalecer la centralidad del ser humano, propiciando el respeto hacia su dignidad; invitando a considerar todas sus capacidades y actitudes para aprender a ser persona. Entonces, es cuando desde la estructura curricular, se deben proponer cambios sustanciales en el ambiente educativo de los aspectos integradores del currículo para la convivencia escolar y ciudadana; lo cual consolida el respeto por el otro concepto como espacio concreto para la autonomía en la dinámica institucional. Desde esta perspectiva se concibe el MC como el espacio de construcción social y familiar para promover la armonía, el consenso, el respeto por el otro, como posibilidad que los propios sujetos desde este escenario integren en sus actitudes la convivencia.

Fuente: http://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/el-manual-de-convivencia-como-estrategia-pedagogica-275733

Imagen: https://encrypted-tbn3.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcRfpbJWpMZ2SjowxJ2qbu-73JGWI7YFNDF6Ssa8COz9ERFkKce6iA

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Natalia Ginzburg y su reflexión sobre la educación

 

Por: Natalia Ginzburg

 

La escritora italiana Natalia Ginzburg propone una educación radicalmente distinta, que se enfoque en las grandes virtudes y no en las del día a día.

Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo de éxito, sino el deseo de ser y de saber.

Así comienza el ensayo de la escritora italiana Natalia Ginzburg, “Las pequeñas virtudes”, cuya magia está acumulada en la total sencillez de su prosa. Ginzburg escribió este texto después de haber perdido a su marido y criado a tres niños por sí sola. En él comparte una serie de máximas que proponen ir a contrapelo de la tendencia moderna, convencional, de la educación de los hijos.

A diferencia de la lista de consejos para educar a los hijos que escribió Susan Sontag, que habla más del acontecer diario, de la rutina en familia, la de Ginzburg toca aquellos temas ecuménicos que engloban al resto. La suya es una postura modesta, pero también un retrato a gran escala de la ideología moderna occidental, y de lo que hemos considerado como lo más importante, en gran medida, por cómo nos educaron nuestros padres. Por “un instintivo miedo a la vida”, dice ella. Y no obstante que todos reconocemos, e incluso aspiramos a las grandes virtudes que la escritora enlista arriba, a su parecer olvidamos transmitirlas a nuestros hijos porque “confiamos en que broten espontáneamente de su ánimo, algún día futuro, considerándolas de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión y de un cálculo, y, por eso, pensamos que deben ser absolutamente enseñadas”.

Sin embargo, dice, el hombre puede encontrar las pequeñas virtudes en torno a sí y “beberlas en el aire”, porque son de un orden bastantecomún y difundido. Con “pequeñas virtudes” Ginzburg se refiere aquellos instintos de defensa que vamos desarrollando para estar más “seguros” a lo largo de la vida, como la astucia, la diplomacia y el ahorro de dinero. Hace especial hincapié en nuestra relación con el dinero. En “enseñar a los hijos a que no se sientan solos sin la compañía del dinero”. A ser sobrios consigo mismos y generosos con los demás, lo cual se traduce en una relación justa con el dinero, en ser libres frente a él.

No es que las pequeñas virtudes sean, en sí mismas, despreciables, pero su valor es de orden complementario, no sustancial; no pueden estar solas sin las otras, y solas, sin las otras, son un pobre alimento para la naturaleza humana.

Pero las grandes virtudes no se respiran en el aire y deben ser la sustancia prima de nuestra relación con nuestros hijos. Además lo grande puede contener a lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de naturaleza, no puede en modo alguno contener a lo grande.

De esta manera Ginzburg apuesta por transmitir el amor por la verdad, la generosidad y la valentía, y confía en que el resto de la educación, aquella enfocada en lo específico y mundano, vendrá por sí solo. Para ello, primero que nada, debemos romper con muchas de las premisas educativas que nos dieron nuestros padres, por que ya no somos los mismos, porque el mundo ya no es el mismo que les tocó a ellos, y porque seguirá cambiando. Las grandes virtudes son las únicas que por naturaleza nunca perderán importancia.

No sirve que tratemos de recordar e imitar, en las relaciones con nuestros hijos, las maneras que nuestros padres emplearon con nosotros. La época de nuestra juventud y de nuestra infancia no era una época de pequeñas virtudes: era una época de fuertes y sonoras palabras que, sin embargo, iban perdiendo poco a poco su sustancia.

Nuestros padres no necesitaban ser prudentes ni temerosos pues tenían el poder. Nosotros no lo tenemos, y es bueno que nos mostremos a nuestros hijos como lo que somos, imperfectos y melancólicos.

La educación es ante todo un clima. Decía Rilke que “no sólo por desidia se repiten las relaciones humanas sin renovación alguna de un caso a otro, sino también por temor y recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprescindible trascendencia”. El ensayo de Ginzburg podría resultar un poco incómodo para muchos, precisamente porque promueve una renovación de los valores más grandes y más difíciles de llevar, que primero han de ejercer los padres. Recomienda una distancia de los hijos, una confianza en que ellos encuentren por sí solos las pequeñas virtudes una vez que hayan valorado y adoptado las grandes. Su “clima educativo” invita a recuperar esa sustancia que se ha diluido en el mundo y en tantas relaciones humanas.

Ginzburg es una rara escritora que, como Tarkovsky, valora el aburrimiento y el silencio como herramientas fundamentales de la creatividad. Y para ella sólo hay una cosa que un padre puede fructíferamente fomentar en los hijos, y que representa la verdadera salud y riqueza del hombre: una vocación. “Una vocación, una pasión ardiente y exclusiva por algo que no tenga nada que ver con el dinero, la conciencia de poder hacer algo mejor que los demás, y amar este algo por encima de todo”. Es la única manera, dice, de no ser condicionados en nada por el dinero, de ser libres frente al dinero y de no sentir vergüenza ni orgullo por él.

¿Qué posibilidades tenemos de despertar y estimular, en nuestros hijos, el nacimiento y el desarrollo de una vocación? No tenemos muchas, y, sin embargo, quizá tengamos alguna. El nacimiento y desarrollo de una vocación requiere espacio, espacio y silencio, el libre silencio del espacio. La relación que surge entre nosotros y nuestros hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin embargo, debe contener profundas zonas de silencio; debe ser una relación íntima, y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser un justo equilibrio entre silencio y palabras.

Esta es la única posibilidad real que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación: tener una vocación nosotros mismos, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida engendra amor a la vida.

Tomado de: http://www.culturamas.es/blog/2016/06/08/natalia-ginzburg-y-su-reflexion-sobre-la-educacion/

 

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