Por: Luis Bonilla-Molina
El otorgamiento del premio Nóbel de la Paz a María Corina Machado (MCM) ha desatado un inusitado debate en las redes sociales. Sin embargo, los argumentos en favor y contra están más cargados de emocionalidad que de reflexión profunda. ¿Será que solo es posible acercarse a la realidad venezolana desde el maniqueísmo de la polarización?
Evidentemente, la comprensión de las implicaciones del otorgamiento de este premio, demandan una lectura estructural, para comprender los alcances de la operación política detrás del mismo. Solo así se pueden fundamentar los posibles cursos de acción y de convergencia con la ofensiva militar, mediática y de captación masiva de datos que está ocurriendo en el caribe durante los últimos meses. Nuestro llamado es a superar el simplismo interpretativo -propio de la propaganda política polarizada- así como las lecturas geopolíticas que resultan funcionales a la propia lógica de poder que llevó al otorgamiento del premio Nóbel de la paz 2025.
Por supuesto, nuestra posición rechaza cualquier pretensión de Estados Unidos de intervenir militarmente y con labores de inteligencia (CIA) en Venezuela, en eso no puede haber duda alguna. Lo que queremos subrayar en este artículo, es la necesidad de construir un antiimperialismo desde la clase trabajadora, que supere engañosos discursos de izquierda que se ocultan detrás de una visión geopolítica que minimiza las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora, y las limitaciones del actual régimen de libertades políticasexistentes en el país.
El premio Nóbel de la Paz: ¿eterna estrategia del soft power capitalista?
En términos históricos, Estados Unidos a la par que desarrolla su estrategia económica y militar de dominación, pone en marcha dispositivos de control y hegemonía de orden cultural. El soft power (Joseph Nye,1990) consiste en la capacidad norteamericana para influir en las correlaciones de fuerza geopolítica y las conductas sociales, mediante la atracción ideológica disimulada hacia un discurso o enfoque, privilegiando la persuasión en vez de la fuerza y la coerción directa; es decir, que el dominado asuma como propia una postura.
En ese sentido, históricamente el premio Nóbel ha cumplido varios roles; primero, cooptar liderazgos y alinearlos con las operaciones de consenso -liberal, neoliberal o iliberal- desplazando los discursos y acciones lo más lejos posible de aquellos posicionamientos que se asocian a la lucha de clases. La retórica de la reconciliación nacional suele ocupar un papel central en esta orientación. Segundo, neutralizar proyectos antiimperialistas, haciéndolos ver como opciones radicales, no civilizadas ni adecuadas al presente, hasta llegar a homologar soberanía y libertad con peligro inusitado para la seguridad nacional de los EEUU. La intención, aislar socialmente a los movimientos que cuestionan la propiedad privada y el poder del capital. Tercero, reforzar la hegemonía cultural occidental propia de las naciones del norte poderoso. Cuarto, usar la moral humanitaria como arma ideológica -desde la perspectiva Gramsciana- para justificar acciones que impliquen uso desproporcionado de la fuerza. Quinto, naturalizar la dominación del capital financiero global, mostrando la estabilización de los mercados como signo distintivo de paz duradera. Eso es fácilmente comprobable al revisar la mayoría de las circunstancias y resultados del otorgamiento del galardón noruego. Veamos.
En 1983 (Lech Walesa) y 1989 (Mijail Gorbachov) el premio Nóbel operó como un dispositivo para acelerar y legitimar la transición del bloque soviético al capitalismo, protegiendo al liderazgo que lo garantizaba. Después del desmantelamiento de la URSS, Polonia sería integrada a la OTAN, consolidando la frontera oriental del bloque atlántico. El discurso de Gorbachov sobre apertura y transparencia sirvieron de marco para la transición al capitalismo en los países soviéticos. Estos discursos, legitimados por el premio Nóbel, facilitaron imponer la paz del mercado, garantizandola entrada de Rusia a los procesos de reproducción del capital mundial, a tal punto que hoy, se ha convertido en un factor dinamizador de la potencial creación del Grupo de los Tres (G3), en el marco de la reconfiguración que está ocurriendo de las relaciones de poder internacional emanadas del fin de las guerras mundiales. La guerra de Ucrania y las provocaciones con drones a las otrorainviolables naciones europeas, forma parte de ese nuevo orden mundial que puja por emerger y consolidarse. Los premios Nóbel a Walesa y Gorbachov fueron parte de la construcción de hegemonía capitalista global y deconsolidación del poder imperial norteamericano, mediante dinámicas de rostro suave. Una vez que avanzaron en sus propósitos los galardonados pasaron a ser figuras menores.
En 1991 el premio Nóbel le fue asignado a Aung San SuuKyi -Myanmar- en el marco de la publicitada transición democrática que ocurría en Birmania, promovida por Occidente como ejemplo de resistencia pacífica, es decir, evitando perder el control del capital ante una revuelta popular. El ascenso al poder de Myanmar significó el triunfo del neoliberalismo político y económico, sobre los modelos nacional progresistas asiáticos. De hecho, al llegar al poder, se alineó con el capital occidental, liberalizando sectores estratégicos, a la par que reprimía a las minorías étnicas como los rohinyás. En consecuencia, el premio fue un mecanismo para consolidar el bloque burgués interno que posibilitara la apertura del país a las corporaciones internacionales energéticas y occidentales, luego de décadas de “aislamiento” de los circuitos globales del mercado y el capital trasnacional.
Años después, luego de iniciado el evidente proceso de desmantelamiento de la OLP, se produjeron los acuerdos de Oslo, entre Israel y Palestina, cuya legitimidad fue laureada con el premio Nobel 1994, compartido entre Shimon Pérez, Yitzhak Rabin y Yasser Arafat. Los acuerdos, que crearon una “autoridad Palestina” desdibujaron el carácter antiimperialista de la causa palestina, subordinando la lucha nacional a una administración dependiente de la ayuda internacional. El surgimiento de Hamas, contra esa lógica, era un efecto previsible, que impulsaba el plan estratégico israelí de aplastar posteriormente al pueblo palestino, barrer a los territorios ocupados y llegar al actual genocidio en Gaza. El camino al genocidio de Gaza se construyó a partir de la legitimación de los acuerdos de Oslo, con el premio Nóbel. El premio Nóbel 1994 marcó la escenificación del consenso neoliberal post guerra fría en Palestina.
Barack Obama, recibió en 2009 el premio Nóbel de la Paz, solo meses después de asumir la presidencia de los Estados Unidos, como expresión de los esfuerzos para relegitimar el liderazgo del país del norte, luego de los desastres causados en Irak y las evidencias de torturas en Guantánamo. La administración Obama consolidó el modelo de guerra híbrida de nuevo tipo con el uso de drones con fines militares (Somalia, Yemen, Pakistán), la invasión y destrucción de Libia (2011), bombardeos en Siria e Irak con el pretexto de atacar a ISIS, el impulso de golpes blandos como el de Honduras en 2009 (Zelaya), la expansión de bases militares en África (AFRICOM) y Oriente Medio, golpe de Estado en Egipto (a Mohamed Morsi), golpe de Estado en Ucrania (Euromaidán, 2014), así como los intentos de reordenar el sistema imperial después de la crisis financiera de 2008. El premio Nóbel otorgado a Obama, se convirtió en una operación simbólica de hegemonía, intentando presentar el liderazgo neocolonial norteamericano como ético, y no como coerción imperial. Algo que intento hacer en 2025, sin lograrlo, la administración Trump, porque era mucho más útil el manejo geopolítico en torno a Venezuela. El dictamen del jurado noruego no se dio por diferencias de Europa con la administración Trump, como se ha pretendido hacer ver, porque Europa está ya lo suficientemente arrodillada para tener un gesto de rebeldía de este tipo, sino porque Venezuela es prioridad en la coyuntura de reordenamiento imperialista.
En 2016 el premio Nóbel le fue otorgado a Juan Manuel Santos, ex ministro de Defensa de Álvaro Uribe Vélez, quien había sido responsable de la política de “seguridad democrática” y de la ampliación de las bases militares norteamericanas en suelo colombiano. Como responsable de la cartera de defensa dirigió la operación de rescate a Ingrid Betancourt y 15 personas más, la masacre en Ecuador de combatientes de las FARC -17 guerrilleros- en la que murió Raúl Reyes (Operación Fénix, 2008). Como presidente (2010-2018) realizó la operación Sodoma (2010) que abatió al comandante Jojoy (Víctor Julio Suárez), la operación Odiseo (2011) en la cual murió Alfonso Cano máximo líder de las FARC en ese momento. Sus acciones militares de exterminio abrieron paso, por la vía militar, a la posibilidad de la negociación política. En consecuencia, el propósito del premio Nóbel 2016 fue dotar de un manto internacional de legitimidad al acuerdo de paz con las FARC-EP, que como señalamos había sido precedido de operaciones armadas de asesinato a líderes de esa agrupación. Estados Unidos garantizaba con ello, la puesta en marcha de una narrativa de paz que disimulaba las cláusulas de un acuerdo que alejaba las posibilidades de un cambio radical, especialmente respecto al dominio de la burguesía colombiana y sus relaciones coloniales con los norteamericanos. El proceso de paz, si bien disminuyó formalmente las expresiones de laguerra interna, no modificó la estructura económica de acumulación de riqueza por un pequeño sector, ni rompió con el control oligárquico de la tierra, que había motivado el levantamiento armado décadas atrás. La “paz”, legitimada con el premio Nóbel, fue la condición necesaria para atraer inversión extranjera directa, especialmente en minería, hidrocarburos y agronegocios, afianzando el modelo neoliberal en ese país.
Esta ruta “geopolítica” se confirmaría en 2019, cuando se le otorgó el premio a Abiy Ahmed de Etiopía, por el acuerdo de paz con Eritrea y la apertura democrática que encabezaba. Esto cerraba el ciclo de intervenciones norteamericanas que llevaron a la superación del régimen izquierdista del DERG (gobierno militar provisional de Etiopía, 1974-1991) y el periodo de inestabilidad generado desde la ofensiva militar del llamado Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etiope que derribó a Mengistu Haile Mariam. En realidad, el galardón servía para relegitimar al gobierno de ese país que se alineaba con la estrategia gringa y del FMI para el cuerno de África. La administración Abiy (2018 – ) lo que ha hecho es promover la privatización de empresas públicas(telecomunicaciones, aerolíneas, energía, transporte, logística y puertos), impulsando reformas promercado que insertaran a Etiopía en la lógica del capital financiero global(mega proyectos como la represa Grand EthiopianRenaissance Dam), a la par que mediaba para conjurar el riesgo de cualquier cambio radical. El gobierno de Abiy se ha reorientado hacia la neoliberalización (operación de bancos extranjeros, creación del mercado de valores)), el impulso de reformas macro económicas con préstamos internacionales (FMI y otros), apertura del tipo de cambio y flexibilización de la economía, el despojo de lo comunal mediante la acumulación por desplazamiento de la población urbana pobre como resultado del cambio de usos del suelo. Después de otorgársele el premio Nóbel, la guerra de Tigray(2020) puso en evidencia que la paz alcanzada, en realidad era un dispositivo de recomposición del poder estatal que favoreció a las élites asociadas al capital trasnacional y los intereses de Washington. El control del mar rojo (puertos de Yibuti y Eritrea) y la contención de la expansión comercial China, son parte del análisis entre líneas de las razones reales de otorgamiento de este premio.
El año 2025 se le otorga a María Corina Machado, por lo cuál no debería ser una sorpresa respecto al propósito que ello persigue. Para explicar quién es la ganadora de este galardón, haré una síntesis del articulo que en 2024 escribiera junto a Leonardo Bracamonte titulado “Venezuela: ¿Quién es María Corina Machado?”.
María Corina Machado: más allá del iliberalismo
María Corina Machado es una militante del iliberalismopolítico, la ultraderecha y el odio fascistoide a todo lo que se aproxime a la izquierda política. Evidentemente es la encarnación criolla del surgimiento mundial de la ultraderecha. Ello no niega ni pretende ocultar los alcances de su liderazgo, construido al calor de la asimilación al estatus quo de un importante sector de la derecha venezolana, los catastróficos errores del Madurismo y su habilidad para asumir las tres grandes aspiraciones populares del presente: dignificación salarial -salario mínimo mensual actual es inferior a un dólar- conforme a la media regional, retorno de los migrantes para la reunificación de las familias, así como libertad de opinión y organización para las inmensas mayorías que viven del trabajo. Sin embargo, cuando revisamos su programa de gobierno 2023 encontramos que estas banderas cuando tocan a los intereses del capital se diluyen o están ausentes en su contenido, por lo que su liderazgo está construido sobre una base ideológica nítida. Es un liderazgo real, negarlo no contribuye al análisis político ni a la construcción de alternativas, aunque como dice Fernando Mires “MCM era líder de un movimiento nacional pluri social y pluri – ideológico, que hoy ha sido convertido en un movimiento pro – Trump … que en vez de sumar fuerzas, han restado” (red X, 13/10/2025).
En los últimos dos años Machado ha emergido como líder indiscutible de una parte importante de la oposición venezolana. En las primarias de la oposición para las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, obtuvo un apoyo abrumador (93%) de los electores que acudieron a esta escogencia, hecho que ocurrió antes de ser inhabilitada por la administración de Maduro, lo que le impidió postularse como candidata presidencial, actuando en consecuencia como jefa de campaña de Edmundo González Urrutia, la llamada “candidatura tapa” de la oposición para las elecciones del 28J-2024.
Por primera vez en 25 años una candidatura de la derecha logró una importante adhesión, no sólo en los sectores tradicionales opositores, sino también en sectores populares y de izquierda que estaban cansados del autoritarismo de Maduro y de la eliminación de canales democráticos para la escogencia de representación. Machado no solo encarna una oposición -tanto al chavismo como al madurismo- sino un proyecto político burgués alineado con el capital trasnacional, con importancia geopolítica, que busca ejercer liderazgo institucional y estatal si se dieran las condiciones.
María Corina Machado tiene raíces claras en la burguesía tradicional venezolana. Su familia empresarial viene de antaño: la Electricidad de Caracas y otros emporios. Se ha construido una imagen pública basada en mérito, esfuerzo individual, valores empresariales, una familia modelo, contraste con lo que se describe como clientelismo, redes de favoritismo y corrupción estatales, que son vistos como centrales en el modelo rentista venezolano.
Su liderazgo no se basa en estructuras partidarias fuertemente institucionalizadas, sino más bien en organizaciones sociales vulnerables, agrupaciones de la sociedad civil, y una alta dosis de personalismo, de “caudillismo”. Durante los años del chavismo y madurismo, Machado ha sido una figura recurrente en la oposición, muchas veces optando por posiciones insurreccionales (intentos de derrocar al gobierno, denuncia de dictadura, etc). Uno de los episodios relevantes fue su participación en el referendo revocatorio de 2004 con la organización Súmate; se señala que Súmate habría recibido financiamiento de instancias estadounidenses, y Machado fue acusada de conspiración, aunque sin consecuencias legales.
Ya en 2002, Machado había firmado el “decreto de salvación nacional” durante el golpe contra Chávez, en nombre de la sociedad civil. Ese episodio sirve para ilustrar su temprana participación en esfuerzos de derrocamiento institucional del chavismo.
Su oposición es de clase, de hecho, en su programa de gobierno (2023-2024), denominado “Venezuela: tierra de gracia. Libertad, Democracia y prosperidad”, propone una transición hacia un Estado pequeño, economía de libre mercado, propiedad privada, reducción del aparato burocrático, meritocracia, justicia liberal, garantía para la inversión privada nacional e internacional. Plantea un “acuerdo nacional” para superar el madurismo / bolivarianismo, como forma de resetear el pacto social venezolano contenido en la Constitución de 1999. Uno de los ejes de su propuesta es el federalismo, entendido como desconcentración del poder, distribución de recursos hacia regiones, creación de espacios de acumulación capitalista regional, superar el “desequilibrio del control central”, para construir nuevas relaciones de poder basadas en el capital.
En el trabajo que escribimos con Bracamonte (2024), se destacan seis ejes de su programa de gobierno anunciado en 2023, cada uno con medidas para corto, mediano y largo plazo. En las bases políticas para la convivencia postula la independencia de los poderes, contrapesos, simplificación burocrática, profesionalización de la función pública,
restablecimiento del equilibrio institucional, legitimación de poderes legislativo y judicial, recuperación de garantías jurídicas.
Respecto a la reestructuración del Estado señala la necesidad de achicar el Estado conforme al modelo neoliberal, reorganizar el sistema federal, digitalizar los procesos administrativos (“E-gov”), establecer la carrera de servicio civil meritocrático, reentrenamiento de los trabajadores públicos que “deseen” someterse al nuevo modelo de gestión.
Para la estabilización expansiva de la economía, propone unmarco económico y financiero estable, respeto a la propiedad privada, separarse de los vínculos públicos que regulan divisas y financiamiento, ajustes fiscales, acuerdos con organismos internacionales como FMI/BM, cambio de deuda por activos, privatización de empresas estatales (incluyendo PDVSA) y servicios públicos esenciales.
Su estrategia de desarrollo económico, social y culturalplantea la urgencia de planes de salud integral, educación con énfasis técnico-científico (STEM), vouchers educativos, reformas curriculares para remover el ideario bolivariano, sistema de seguridad social con componentes privados, flexibilización laboral, vocación de inclusión basada en lapropiedad privada y el mercado.
Defiende el llamado desarrollo sostenible fundamentado eneconomía verde mediante la promoción de energías limpias, negocios ecológicos compatibilizados con la inversión privada, formalización regulatoria de sectores extractivos, cambio de deuda pública por iniciativas verdes.
En política exterior, su esfuerzo se concentra en el retorno de la migración, a partir de la recuperación del rol del país en la división del trabajo internacional propia de la globalización neoliberal. Su enfoque de relaciones internacionales pragmáticas se fundamenta en la profesionalización del servicio exterior (nueva burocracia formada para la lógica del capital) y la inserción en organismos internacionales como la OCDE, que le permitan captar inversiones extranjeras.
La campaña de primarias de la oposición le dio visibilidad y legitimidad. A pesar de su inhabilitación, sus mensajes, recorrido por el país, discurso de esperanza, crecieron en resonancia. Se construyó una imagen de víctima debido a las torpes acciones del gobierno (negación de inscripción, inhabilitaciones, limitaciones para su movilización en el país). Esa narrativa ha potenciado su liderazgo. Ha logrado captar el apoyo no solo de sectores de derecha tradicionales, sino también de capas más amplias que antes apoyaban a Maduro, incluyendo gente golpeada por las sanciones, migrantes, sectores populares que sienten el deterioro de los servicios, de la economía.
Aunque Machado presenta un proyecto neoliberal explícito, muchas de esas ideas no se debatieron ampliamente durante la campaña, lo que facilitó que su programa real permaneciera en gran parte oculto, o al menos poco divulgado. De hecho, públicamente no aborda con claridad las demandas populares de la clase trabajadora, sindicatos, protestas laborales, derechos sociales: su énfasis es más en garantías jurídicas para el mercado, propiedad, estado pequeño. Las políticas sociales aparecen más como promesas o dimensiones publicitarias.
Machado no reconoce la existencia o papel de la “nueva burguesía”, hablando solo de gente corrupta, como si la vieja burguesía no se hubiera construido a partir del asalto a la renta petrolera. Esta incapacidad para dialogar con la nueva burguesía limita su capacidad para construir un acuerdo interburgués amplio, algo que obstaculiza su intención de propiciar una transición ordenada del poder. Su radicalidad discursiva -insurreccionalismo, oposición frontal, postura dura ante el madurismo- le granjea apoyo, pero también crea márgenes de conflictividad política que son riesgosos en términos de estabilidad institucional o diálogo político. Allí reside su talón de Aquiles más importante, porque asume partido por uno de los sectores burgueses en disputa, alejando la posibilidad de estabilización política y económica.
Machado tiene fuertes lazos con la vieja burguesía venezolana (empresarial, propietaria de medios de producción). También existe su vinculación con el capital extranjero u organizaciones internacionales, diplomáticas. Invitaciones, premios, reconocimientos externos forman parte de su carrera.
En 2005 María Corina Machado y George W. Bush se reunieron de manera pública, para divulgar una agenda común sobre democracia y derechos humanos, situación política nacional, el futuro de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Venezuela, geopolítica del petróleo. Veinte años después pareciera que los acuerdos de esa reunión se busca concretarlos.
EE.UU. y otras potencias internacionales miran con interés su liderazgo, como una posible opción de transición, aunque con cautela. Una transición liderada por Machado y su alianza (MCM-EGU), tendría que lidiar con contradicciones entre su programa neoliberal y las expectativas sociales populares. Su éxito dependería de su capacidad de construir un consenso más amplio, de negociar con otras facciones de la burguesía, incluyendo la nueva burguesía, y de manejar tensiones sociales, algo que parece poco probable. Sin embargo, las torpezas del madurismo en el manejo de la situación interna y las relaciones internacionales -incluso en el bloque progresista con Boric, Lula, Petro y el fallecido Pepe Mujica- han abierto la tentación imperial de forzar una transición.
María Corina Machado representa no solamente una oposición al madurismo desde el electoralismo, sino un proyecto ideológico-militar-institucional de continuidad neoliberal explícita al giro operado en ese sentido por el Madurismo, pero de integración a las formas iliberales que promueve actualmente la administración Trump. El programa de MCM está sustentado en los intereses de la vieja burguesía, del capital trasnacional, del libre mercado, de la reducción del Estado. La práctica política de MCM procura la liquidación de la nueva burguesía. Su liderazgo tiene una base material concreta, la urgencia social de millones que han sufrido el deterioro material, los efectos de las sanciones, la inflación, la migración durante el periodo madurista (2014-2025). Machado se convierte en representante de ese descontento, aunque con un programa que busca rescatar los intereses del capital, no los derechos sociales. La ilusión de que Machado, si llegara al poder, representaría una salida progresista o democrática para los sectores populares, es engañosa: su proyecto tiene diferencias reales de fondo con iniciativas de justicia social, y está inserto en la lógica de restauración burguesa en el paso del neoliberalismo al iliberalismo.
La crisis que precede al premio Nóbel 2025
Venezuela vive desde 1983 una crisis estructural del modelo de acumulación burgués rentista -basado en el petróleo, el extractivismo y la importación- y de representación política -que surgió en 1958- de la cual no ha podido salir a pesar de las recetas neoliberales (CAP,1988), la rebelión popular (1989), los alzamientos militares (4F y 27N, 1992), el gobierno de amplia base (Caldera,1994), el periodo chavista (1999-2013) y la égida del Madurismo (2013-2025).
El inicio de la crisis nacional coincidió con el desembarco de la globalización neoliberal, la financiarización de la economía global y el auge de la tecnopolítica como sustituto de las premisas ideológicas globales. Esta combinación de factores locales e internacionales comportaba la necesidad de un nuevo modelo de acumulación burguesa que combinara capital local con internacional, inversión concreta con financiarización especulativa a partir de la renta petrolera, así como un nuevo modelo de mediación partidista que superara las premisas fordistas, los modelos de seguridad social y liberalizara las relaciones entre las clases sociales. Eso implicaba no solo el emerger de nuevos paradigmas políticos sino la creación de una nueva generación de liderazgo, algo que no sería aceptado pasivamente por quienes habían ostentado el poder. Para colmo, la burguesía venezolana, parasitaria por su forma rentista de acumulación carecía de la suficiente experiencia para insertarse en el competitivo mercado internacional que promovió la globalización, lo cual agudizaba la crisis.
El esfuerzo singular realizado por el Chavismo (1999-2013) por superar la crisis a partir de una agenda social y de democratización de la riqueza -que nunca llegó a ser una revolución anticapitalista, pero tenía elementos progresivos en ese sentido- chocó con el surgimiento de una nueva burguesía, con intereses propios de clase, que en el periodo 2013-2025 frenó y disolvió la radicalidad acumulada.
La candidatura de Chávez (1996-1998) implicó una convocatoria al desarrollo de un capitalismo humano, una tercera vía, que superara el dominio de la vieja burguesía, no que la eliminara; por ello, sectores de la vieja burguesía -representados por Miquilena y otros- le acompañaron hasta el golpe de estado de 2002. A partir de ese momento la revolución bolivariana vive una dualidad que marcaría su dramático desenlace. Por una parte, el impulso de un proyecto nacional popular comunal, de construcción depoder popular -aunque siempre conducido y controlado por el partido- así como del llamado socialismo del siglo XXI (a partir de 2025), y por el otro, el surgimiento de una nueva burguesía al calor del viejo modelo rentista e importador. El auge de los precios del petróleo contribuiría en esa direccióndual, que fomentaba una novedosa forma de policlasismo.
La crisis financiera de 2009-2010 en Venezuela, que involucraba a figuras claves del chavismo, ahora como propietarios de Bancos, evidenció que el proyecto neo burgués estaba en marcha. Entre 2009 – 2012 se hizo inocultable la confrontación creciente, aunque de baja intensidad, entre los dos caminos del proceso bolivariano, el comunal y el burgués. Chávez quien aspiraba a ser el mediador entre ambos -hay quienes señalan que su apuesta estratégica sería a favor de lo popular nacional, pero no hay forma de comprobarlo- se enfermó y terminó muriendo, dando paso a una sucesión sobrevenida o contingente(Maduro) que no contaba con el liderazgo, ni la correlación de fuerzas internas para continuar sosteniendo los hilos de mediación propios de un proyecto policlasista de masas.
Por eso, la llegada de Maduro al poder inaugura una nueva fase, el madurismo, que apuesta por la supremacía del programa neo burgués, la subordinación y posterior liquidación del proyecto comunal nacional popular. El socialismo del siglo XXI queda reducido a un eslogan, que mantiene habilitada la solidaridad de sectores de la izquierda internacional incapaces de captar la crisis estructural del capitalismo rentista venezolano, pero que a lo interno se convierte en un terminator de las posibilidades reales delsocialismo entre las masas; para el ciudadano común el socialismo del siglo XXI pasa a ser representado por el autoritarismo, la falta de libertades políticas, el deterioro sin precedentes de las condiciones materiales de vida, la fracturación de las familias debido a la explosión migratoria por razones económicas y la pérdida de esperanza en el papel garante de derechos básicos del Estado. El daño del madurismo a las posibilidades de una alternativa socialista a la crisis venezolana son enormes y sus secuelas son aún impredecibles.
El Madurismo es una forma de gobierno orientada por la nueva burguesía, surgida a partir del golpe de Estado de 2002. Ante la carencia de un liderazgo fuerte como el de Chávez, el Madurismo construye una identidad difusa a partir de las correlaciones de fuerzas internas, con varios liderazgos que tributan al liderazgo central. Pero se equivocan quienes no reconocen la capacidad que ha tenido Maduro de construir su propia forma de liderazgo y hacerlo funcional al sostenimiento en el poder, su debilidad la ha convertido en fortaleza alrededor de lo que denomina alianza cívico-militar-policial.
El madurismo ha tenido tres grandes momentos. El primero, entre 2013-2017 se concentró en disolver los remanentes de las representaciones políticas de la vieja burguesía, interviniendo -fundamentalmente de manera indirecta- los partidos políticos de derecha y reprimiendo de manera contundente las revueltas callejeras impulsadas por ese sector político, con un saldo preocupante en materia de derechos humanos (especialmente en 2017). A la par, logrófragmentar a la derecha política, constituyendo de manera nítida el campo de los llamados “alacranes”, sectores de la derecha que decían mantenerse en oposición al gobierno,pero que negociaban -y ahora más que nunca- tras bastidores con éste. La fracción de la vieja burguesía que escapó -y se resistía- a esta asimilación fue el que aparece representado por María Corina Machado (MCM), que venía de ser un liderazgo minoritario en las simpatías del electorado opositor (2%-5%), pero que comenzó a perfilarse en ese periodo como la única oposición real de derecha.
En este periodo el madurismo aísla a los liderazgos individuales dentro del PSUV y el gobierno que pretendían sostener la agenda gubernamental del periodo chavista (Giordani, Navarro, Márquez y otros), a la par que aleja a factores claves del modelo chavista de acumulación y liderazgo policlasista (Ramírez, Rodríguez Torres, entre otros). Esto va construyendo al madurismo como un sector con identidad propia, diferenciada de su tronco de origen, el chavismo.
El segundo momento del madurismo, se produce en el periodo 2018-2024, en el cual privilegia el sometimiento de la izquierda que comenzaba a distanciarse de su orientación política (PPT, Tupamaros, Redes, PCV y otros). El abandono de la agenda social era justificado por la aplicación de las medidas coercitivas unilaterales (MCU), de impacto significativo a partir de 2017, que sí bien afectaron de manera sensible los ingresos del país, resultabaninsuficientes para explicar el impacto liquidador en el programa nacional popular y de justicia social que había estado en el centro de lo político en el periodo chavista. El salario mínimo mensual -marcador de las pensiones de unas cinco millones de personas- cae hasta llegar a la actualidad a niveles nunca vistos -casi medio dólar norteamericano al mes- mientras el salario promedio está en 15-20 dólares mensuales. El otorgamiento de bonos extra salariales -unos 120 dólares mensuales- no logra ni de lejos compensar la inflación generalizada que coloca los productos y servicios básicos en un valor dos o tres veces superior a la media latinoamericana. Las remesas enviadas por los ocho millones de migrantes logran atenuar el drama de sobrevivencia de quienes permanecen en el país. El dinero de la venta de activos como casas, automóviles, tierras que posee la clase media y profesionales se usa para la subsistencia diaria, ocurriendo un nuevo modelo de acumulación de propiedades a precios de mercado inmobiliario depreciado.
En 2018 el gobierno de maduro genera el decreto 3332 que reforma la Ley Orgánica del Trabajo, limitando el derecho a huelga y las convenciones colectivas de trabajo, a la par que emite el memorándum 2792 que implica un golpe sin precedentes al mundo del trabajo, abriendo camino al abaratamiento estrepitoso de la fuerza laboral venezolana. Todo ello ocurre a la par que se interviene por la vía judicial a todos los partidos de izquierda, se persigue a dirigentes sindicales y sociales, produciéndose un giro autoritario muy importante en el madurismo.
En este periodo se inician negociaciones con la administración norteamericana, primero secretas y luego públicas. Este acercamiento tiene como propósito recomponer las relaciones con la potencia imperialista norteamericana, usando al petróleo como moneda de cambio para superar el efecto de las MCU. Para ello, procura mostrarse como un gobierno capaz de propiciar el encuentro entre la vieja y nueva burguesía, restaurando el orden burgués, abriendo con ello una nueva etapa de gobernabilidad.
Varios obstáculos se le presentan a esta iniciativa. Primero, el modelo de acumulación de la nueva burguesía seguía siendo rentista, importador y extractivista -al igual que el de la vieja burguesía- lo que significaba que no se habían logrado superar los elementos constitutivos de la crisis estructural capitalista local iniciada en 1983. Estados Unidos no está interesado en reeditar el modelo de relaciones económicas y comerciales con Venezuela propias del periodo liberal burgués, sino que apuesta por la combinación de relaciones neoliberales e iliberales que le permitan mayor captura de la renta y traslado de los efectos de sus crisis estructurales a la periferia capitalista. A pesar de un público y notorio acuerdo del madurismo con la patronal FEDECAMARAS, sigue habiendo un sector rebelde de la vieja burguesía, que está por la liberalización total de la economía, y que pretende ser representado por María Corina Machado.
Segundo, el giro madurista ha erosionado de manera significativa su base social y electoral, lo que limita sus posibilidades de producir una mediación efectiva en un marco de libertades democráticas; de hecho, la mejora de ingresos por venta de petróleo a partir de la guerra de Ucrania, marcó una brutal transferencia de recursos a la burguesía financiera -formato de control cambiario- así como a los esquemas de acumulación por importación, especulación y la propia corrupción (como el caso de PDVSA cripto), pero no mejoró las condiciones materiales de vida de la clase trabajadora ni recompuso el salario.
Tercero, si bien la administración Biden pareció navegar en este curso de acción promovido por el madurismo, -especialmente a partir de la guerra de Ucrania, con el retorno de Venezuela como fuente confiable de suministro de petróleo- el gobierno de Trump apuesta por colocar el tema Venezuela dentro de la agenda de reposicionamiento neocolonial de Estados Unidos en la región.
Cuarto, al limitar la posibilidad de una alternativa de izquierda al madurismo, así como la cooptación de una parte importante de la derecha (alacranes), el madurismo ha terminado fortaleciendo la legitimidad del liderazgo deMaría Corina Machado, quien se ha venido erigiendo como representación de la real oposición al madurismo. La torpeza del madurismo, al atacar a la izquierda que podría ser un factor de equilibrio que le permita incluso negociar en mejores términos, muestra la identidad ideológica de la nueva burguesía con el sector que le adversa de la vieja burguesía.
Para la vieja y nueva burguesía lo sustancial es promover la polarización, que saque de la ecuación cualquier proyecto de carácter popular nacional o socialista auténtico. La polarización Maduro-MCM le favorece al régimen madurista y a los Estados Unidos, porque abona a conjurar cualquier posibilidad de salida radical y auténticamente antiimperialista, manteniendo el control de una solución burguesa a la crisis venezolana.
El tercer momento del madurismo, comienza con las elecciones del 28 de Julio de 2024. Maduro era consciente que el desastre generado con su agenda política, había permitido aglutinar todo el rechazo a su gestión en la persona de María Corina Machado, pero eso le parecía menos peligroso que surgiera un polo de masas a su izquierda, porque eso colocaría en riesgo los intereses de la nueva burguesía que representa. No es cierto que el electorado venezolano giró a la derecha, sino que la imposibilidad de construir una referencia electoral distinta a la polarización funcional al madurismo y los Estados Unidos, hizo que amplios sectores de electores que se oponían al paquete de ajuste estructural del gobierno, no tuvieran otra salida que votar por la única opción que aparecía viable y nítidamente contraria a lo que estaba ocurriendo. Incluso un sector de la izquierda fue atrapada en esa ilusión, desertando de ella solo cuando se encontró con la amenaza militar norteamericana contra Venezuela. La desconfianza del electorado sobre las otras opciones de derecha y centro político, en su mayoría infiltradas por el madurismo mediante la forma del alacranato político, afectó injustamente incluso a expresiones con evidentes grados de libertad del madurismo, como la que representaba Enrique Márquez y su partido centrados.
En este tercer momento, el Madurismo ha intentado llegar a un acuerdo con los Estados Unidos, basado en el petróleo y las riquezas minerales venezolanas. El problema es que pareciera habérsele agotado el tiempo para ello, porque ahora la agenda iliberal del trumpismo y el surgimiento de un nuevo orden mundial capitalista, demandan un nuevo papel de Venezuela en esta reconfiguración.
Trump desata tormenta en el Caribe
La administración Trump trabaja por un reposicionamiento imperial en la región. En ese sentido, Venezuela juega un papel estelar en su estrategia. Todo pareciera apuntar que Trump a diferencia de Biden -quien apostaba por dejar hacer mientras Estados Unidos obtuviera el petróleo venezolano- quiere un control territorial, político y militar de Venezuela, para usarlo como ejemplo de su estrategia de hegemonía ideológica iliberal y de neo anticomunismo.
Para ello sigue una ruta clara. Primero, a sabiendas que el Madurismo está en un proceso de mostrarse funcional a los intereses norteamericanos, acusa a Maduro y la dirigencia madurista de narcotraficantes -cártel de los soles- apostando no por integrar sino por debilitar al gobierno venezolano, aprovechando las vacilaciones del madurismo para construir una situación aún más favorable al norte.
Segundo, al promover la imagen de narcotraficantes del madurismo -aunque sin pruebas objetivas- procura mostrar al progresismo como un sector en degeneración delincuencial, y actúa como diluyente de eventuales resistencias anti norteamericanas a una intromisión militar de cualquier tipo; las resistencias anti invasión comienzan a ser presentadas como rezagos de bandas criminales.
Tercero, al desplazar embarcaciones, equipamientos y tropas de combate al caribe, muestra su supremacía militar regional, presionando para lograr una transición del poder en Venezuela con el menor coste posible y de gran impacto geopolítico regional. Se procura en primera instancia crear divisiones en el madurismo, que faciliten su desplazamiento del poder por parte de liderazgos castrenses internos que abran las puertas a un escenario Grenada (golpe de Estado interno y posterior intervención militar norteamericana).
Cuarto, ataca de manera desproporcionada botes de pescadores acusándolos de ser parte de la logística del narcotráfico, para acostumbrar a la opinión pública regional a operaciones militares abiertas con daños colaterales en términos de vidas humanas.
Quinto, promueve la sucesión de María Corina Machado -directamente o en un primer momento a través de Edmundo González- como gobierno que abra las puertas a la solución iliberal de la crisis estructural iniciada en 1983. Estados Unidos es consciente que un eventual gobierno de María Corina Machado sería inestable, porque sus medidas económicas y políticas le generarían una rápida pérdida de popularidad y harían su mandato inestable, poniendo en peligro los intereses norteamericanos. A sabiendas que MCM ha dicho en reiteradas oportunidades que pedirá el apoyo, incluso militar de Estados Unidos, el objetivo estratégico de los gringos pareciera ser promover su llegada al poder, para que abra paso a una “situación haitiana” en la cual la inestabilidad del gobierno lleve a MCM a pedir la ocupación extranjera del territorio, posibilitando la colocación de bases militares permanentes en Venezuela que garanticen el control más directo de las reservas petroleras. Después de eso MCM pasaría a ser una ficha prescindible en el tablero norteamericano.
Sexto, la criminalización de las eventuales resistencias a este curso de acontecimientos demandaría el sostenimiento de un estado de excepción continuado en Venezuela (post ataque militar norteamericano), algo que encaja perfectamente en la agenda política iliberal de Trump. Esto buscaría evitar el reagrupamiento de las fuerzas progresistas, democráticas y de izquierda, conjurando el peligro de una revolución en Venezuela.
Por eso, el otorgamiento del premio Nóbel a María Corina Machado, debe ser visto como parte de una estrategia imperialista para controlar de manera mucho más directa a las riquezas de Venezuela.
La tragedia del madurismo es que la única salida para su sobrevivencia en el poder, estaría dado por retomar la agenda popular nacional que decidió sepultar desde 2014, el abandono del programa de bonapartismo burgués que pretendió implementar desde 2018, y el desarrollo de un antiimperialismo real y no solo declarativo. De hecho, el madurismo denuncia correctamente el desplazamiento de buques de guerra norteamericanos en el caribe, pero oculta el creciente número de buques petroleros que a diario surcan el lago de Maracaibo llevando oro negro a los Estados Unidos, cuya venta se produce en condiciones neocoloniales peores que las que se daban antes de la llegada de Chávez al poder. Pero, dar cinco pasos atrás en el programa neo burgués del madurismo significaría limitar su capacidad de acumular riqueza, abriendo escenarios de crisis internas en ese bloque burgués. Además, un retorno a la agenda popular nacional asustaría tanto a la nueva burguesía como a la vieja burguesía.
El dilema pareciera estar en la capacidad del madurismo de construir una correlación de fuerzas internas real que haga a los gringos ser más prudentes, algo que no se avizora por otra vía que no sea el retorno al programa chavista. Esto adquiere carácter de emergencia dramática, a partir del el 15 de octubre de 2025 cuando el New York Times anuncia que la administración Trump habría autorizado a la CIA para el inicio de operaciones desestabilizadoras en el territorio venezolano, para el inicio de una transición al gobierno deMaría Corina Machado, ahora laureada por el premio Nóbel de la Paz. Este anuncio debe convocar a todas las fuerzas progresistas y antiimperialistas a denunciar y realizar acciones de masas que procuren detener el ataque a la soberanía nacional continental; el ataque a Venezuela es un ataque a toda la región.
¿Por qué otorgar el premio Nóbel a MCM en este momento?
Son varias las razones geopolíticas del otorgamiento del Premio Nóbel a María Corina Machado. La primera, consolidar su liderazgo local e internacional, preservándolo del desgaste por la falta de salida política que se ha dado después de las elecciones del 28-J 2024, especialmente por la recomposición que viene haciendo el Madurismo con elecciones parlamentarias y regionales en las cuales se garantizó una aparente mayoría.
Segundo, re-polarizar el debate político venezolano. Nada es más peligroso para los Estados unidos y las burguesías venezolanas -de la cuarta y quinta república- que ante el desencanto por falta de desenlace de la terrible situación generada por el Madurismo y la imposibilidad de materializar una transición ordenada para los intereses del capital, surja una corriente de masas con independencia de los intereses burgueses e imperialistas. De hecho, el último año se viene reconstruyendo de manera importante el tejido social de resistencia a las distintas formas de neoliberalismo e iliberalismo, aunque aún no tienen un carácter de movimiento de masas. El premio Nóbel a MCM procura re-polarizar el debate entre Madurismo y el sector de María Corina Machado, constriñendo el espacio para la construcción de una alternativa que no tenga afinidad con los objetivos de la Casa Blanca y el Pentágono.
Tercero, garantizar que la agenda de un gobierno de transición -o incluso de continuidad- sea el de dependencia neocolonial con los Estados Unidos. A la administración norteamericana poco le interesa la suerte del pueblo venezolano, simplemente lo usa como una ficha intercambiable en el tablero de poder imperial.
Cuarto, ante la posibilidad de inicio de operaciones de inteligencia y militar directa en suelo venezolano, por parte de los Estados Unidos, hacer aparecer su intervención como una acción a favor de la paz regional y en apoyo al liderazgo de una figura laureada por el premio noruego de la paz. Incluso, un encarcelamiento o desaparición física de MCM en este curso de acontecimientos, serviría de mayor justificación para la intervención militar norteamericana en Venezuela.
En este sentido, el premio Nóbel de la Paz 2025 es parte de la estrategia para consolidar el papel de los Estados Unidos en la región
Las tareas de los revolucionarios
Difícil momento para quienes encarnan la lucha anticapitalista en Venezuela. Sin duda alguna la denuncia a cualquier intento de ataque o invasión norteamericana a Venezuela está en la primera línea del posicionamiento y accionar político. Pero ello no puede generar la esperanza que la sobrevivencia del régimen neo burgués de Maduro permita el desarrollo de un gobierno que facilite las dos condiciones necesarias para un cambio desde la perspectiva de la clase trabajadora: mejora en las condiciones materiales de vida y de libertades políticas para organizarse en sindicatos y partidos de izquierda, que puedan trabajar, opinar y movilizarse con amplias garantías. Esta dualidad plantea el desafío de construir una antiimperialismo más allá de lo geopolítico, un anti imperialismo desde la realidad de quienes viven del trabajo. ¿Se podrá hacer?
Un eventual gobierno de María Corina Machado no solo sostendría la agenda anti popular empezada por el madurismo sino que la profundizaría. De hecho, María Corina Machado no ha dicho que su llegada al poder significaría retornar al derecho de organizarse libremente a los trabajadores en sindicatos, el derecho a huelga y movilización de la clase obrera, sino que ha hablado de un programa de ajuste estructural de carácter iliberal que permita la salida a la crisis burguesa iniciada en 1983 a partir de recetas del mercado.
Entonces, ¿a quien apoyar? Es la pregunta que se suele hacer, ante la confusa situación venezolana. La respuesta no puede ser otra que a la clase trabajadora y sus intereses, sin ello, cualquier antiimperialismo es vacío y funcional al reordenamiento burgués en Venezuela.






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