La crisis de salud mental: Los estudiantes de posgrado necesitan ayuda

Paulette Delgado

Invertir económicamente ya no es suficiente, se necesita un cambio cultural para apoyar la salud mental de los alumnos de posgrado.

A pesar de estar en un momento de gran tensión financiera e incertidumbre, las universidades no deben de dejar de invertir recursos para abordar la salud mental de sus estudiantes. Según un informe de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos, los estudiantes de posgrado están en riesgo de sufrir una crisis de salud mental en todo el país. Alan Leshner, quien presidió el comité detrás del informe, dice que “el problema es tan grande o más grande que nunca, y no está mejorando. A menos que haya una atención concertada, la situación empeorará sustancialmente, porque las presiones no desaparecerán».

Los estudiantes de posgrado muchas veces sienten que no tienen acceso a una buena atención de salud mental y que su único apoyo u orientación son sus supervisores, los cuales no son suficiente recurso. Además, muchas veces estos jóvenes se sienten presionados por adaptarse al mundo laboral y cumplir con expectativas familiares, empeorando su situación. Para que el panorama realmente mejore, se necesita un cambio cultural que va más allá de invertir dinero, se debe involucrar desde el rector hasta los estudiantes. Los educadores y demás miembros de las universidades deben recibir capacitación formal para saber cómo apoyar y abordar el bienestar de los alumnos, quienes también deben aprender sobre distintos problemas de salud mental como parte de su formación introductoria.

En una encuesta realizada en diciembre del 2020 por el Consejo Estadounidense de Educación, el 68 % de los rectores de universidades reconocen que la salud mental de los estudiantes es de sus problemas más urgentes. La tasa de abandono de los alumnos con problemas de este tipo oscila entre el 43 % y el 68 %, haciendo el conflicto no sólo de salud mental, sino también sobre la efectividad y la economía de las instituciones.

Además, la pandemia ha aumentado enormemente la necesidad y demanda de apoyo para los servicios de rubro psicológico y psiquiátrico. Según Sara Oswalt, científica de salud pública de la Universidad de Texas en San Antonio, quien rastreó las tasas de salud mental y el uso de servicios para mantenerla en los campus desde el 2009, dice que “los servicios de salud mental están abrumados. Los desafíos a los que se enfrentan los estudiantes ahora son diferentes a los que tenían en el pasado. Es difícil cuantificar lo que le está haciendo a su salud mental”. Los recursos son especialmente escasos en pequeñas instituciones privadas y universidades de carreras de dos años.

Lamentablemente, los efectos de la pandemia podrían permanecer mucho tiempo después de que se controle el virus, ya que este provocó un brote de ansiedad y depresión que algunos estudiantes no supieron manejar y cayeron en mecanismos de escape que no son saludables, como el alcohol.  Según una investigación que estudió el cambio del consumo del alcohol durante el cierre de universidades por COVID-19, antes de la pandemia el mayor consumo de alcohol informado por los alumnos era de 63 bebidas por semana y ahora es de 98 (el número promedio aumentó de tres y medio a más de cinco). El autor, William Lechner, advierte que el cambio en el consumo podría durar años y que puede traer consecuencias neuronales y psicológicas duraderas.

La presión de la academia

Otro sector con problemas de salud mental son los jóvenes investigadores ya que son presionados para obtener fondos, publicar y conseguir trabajos en un mercado brutalmente competitivo, donde el fracaso parece no ser una opción. Una encuesta realizada el año pasado a 13 mil académicos por Cactus Communications, mostró que más de un tercio (38 %) de los participantes se sienten abrumados constantemente por su situación laboral.

La incertidumbre profesional ha detonado gran parte de la ansiedad y depresión en la comunidad académica ya que muchos miembros cuentan con contratos temporales que los hace siempre pensar en el futuro sin tener ninguna seguridad de que las cosas mejoren. Esta situación los lleva a trabajar muchas horas y priorizar su carrera a costa de su salud mental.

En una encuesta de Nature del 2019, el 76 % de los graduados contestaron que trabajan más de 40 horas a la semana y casi el 40 % dijo que está insatisfecho con su equilibrio entre el trabajo y la vida. Otro problema es que no sienten que cuentan con el apoyo necesario para salir adelante. Aunque tienen mentores y colegas con quienes deberían poder compartir sus labores, un 21 % de ellos experimentan acoso o discriminación por parte de ellos, especialmente las mujeres o los participantes que forman parte de grupos étnicos minoritarios.

Otra razón por la cual no todos los investigadores buscan apoyo es por el estigma percibido y la falta de conciencia de los recursos que existen. Muchos ni siquiera saben qué opciones tienen ni que apoyo ofrecen sus universidades, hace falta mucha difusión. Y cuando los estudiantes si conocen los recursos, no siempre están disponibles. En un informe del Consejo de Escuelas de Posgrado y la Fundación Jed descubrieron que muchos alumnos de doctorado describieron problemas para recibir apoyo. Una de estas dificultades es el horario de los centros de asesoramiento que cierran después de las cinco de la tarde y los fines de semana, limitando el acceso para aquellos que llevan clases, trabajan y están investigando. Además, muchos temen encontrarse con alumnos de sus clases o compañeros de trabajo, o los recursos se encuentran fuera de su alcance económico.

Hace falta un cambio estructural, no individual

Algunas instituciones han optado por implementar programas enfocados en el bienestar integral como talleres de yoga, meditación y administración del tiempo, ya que muchos de los estudios sostienen que tanto estudiantes como investigadores tienen problemas para poner límites entre el trabajo y la vida personal. Estos recursos planean impulsar la resiliencia, hacer que recuperen la motivación y planeen mejor su trabajo. Sin embargo, Katia Levecque, investigadora de psicología y derecho en la Universidad de Gante en Bélgica, argumenta que estas medidas, aunque sí ayudan, no abordan las causas estructurales de los problemas de salud mental, sólo se enfocan en los síntomas. Además, son programas dirigidos al individuo, lo que según la psicóloga puede crear una mentalidad de “culpar a la víctima”. Hacen que parezca que el problema es individual y no estructural, se necesita cambiar la cultura y el sistema.

Levecque advierte que de continuar esta mentalidad, las instituciones de educación superior no podrán retener a estudiantes afectados por el problema. «Perderán la guerra de los talentos, es tan simple como eso. Si otros trabajos (fuera de la academia) están mejor pagados, tienen más perspectivas y permiten el equilibrio entre el trabajo y la vida privada, ¿por qué deberían quedarse?».

Otro aspecto importante es que muchos estudiantes de posgrado a menudo reciben becas, por lo que su ingreso está comprometido a su condición de estudiantes, lo que evita que tomen vacaciones o tiempo para dedicarse a mejorar su salud mental. Por eso es necesario que las instituciones mejoren sus políticas internas para permitir que aquellos alumnos comprometidos con sus estudios puedan enfocarse en su bienestar sin temer quedarse sin el apoyo económico.

Además, las universidades deben promulgar políticas que aborden el acoso y la discriminación, ya que es otro factor importante que afecta la salud mental. Retomando la encuesta de Cactus, el 23 % de los participantes pide a las organizaciones académicas implementar medidas para promover la igualdad y prevenir el acoso, la discriminación y la intimidación.

Para mejorar las condiciones de los alumnos y los académicos, se debe de preparar a las personas a adquirir habilidades de comunicación, liderazgo, resolución de conflictos y espíritu empresarial, dice Suzanne Ortega, la presidenta del Consejo de Escuelas de Posgrado. Además, un buen equilibrio entre la vida y el trabajo alejaría a los académicos de la cultura de “publicar o perecer«. Normalizar las vacaciones, tiempo libre, jubilarse o crear una cultura de trabajo en la que no se tiene que ser productivo todo el tiempo. Los líderes de laboratorio pueden comenzar el cambio brindando una mayor flexibilidad de horario para permitir más tiempo libre. Queda mucho camino por recorrer.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/la-crisis-de-salud-mental-en-estudiantes-de-posgrado

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México, campeón latinoamericano de fuga de cerebros

México / 25 de marzo de 2018 / Autor: El País / Fuente: Leopoldo Mendívil Blog

Más del 13% de los posgraduados mexicanos se ha marchado a Estados Unidos, atraídos por buenos salarios y mejores condiciones de trabajo

Cuando estaba estudiando su doctorado en ingeniería nuclear en la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, José Alfredo Mascorro hizo un corto viaje a Cuernavaca (Morelos) como parte de su proyecto académico. Eran los años 90 y este ingeniero mexicano se impresionó con una situación: se entrevistó con personas que ya habían concluido su doctorado y que en aquél entonces cobraban en México unos 800 dólares al mes. “Era lo que yo ganaba como ayudante de profesor en Arizona”, cuenta.

Mascorro decidió quedarse en Estados Unidos. “Las reglas migratorias en aquél entonces no estaban tan estrictas”, recuerda. Actualmente trabaja en San Diego (California) como ingeniero mecánico desarrollando soluciones para mejorar la eficiencia de edificios. Su caso revela otra cara de la inmigración hacia Estados Unidos: México es también el principal emisor en América Latina de migrantes cualificados (personas que concluyeron el nivel de educación terciaria) a países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

De acuerdo con la profesora Luciana Gandini, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Autónoma de México (UNAM), alrededor del 13,5% de mexicanos con un nivel de posgrado se encuentra en Estados Unidos. Un fenómeno que coincide con un boom en el número de mexicanos que alcanzaron los grados de maestría y doctorado: aumentaron de 354.000 en el año 2000 a más de un millón de personas 15 años después. “En estos años hubo un incremento de población que adquirió posgrado en México, lo que podría significar que el aumento de la migración cualificada fuese una consecuencia de este aumento”, afirma Gandini.

Gandini lleva años investigando la migración cualificada y es la coordinadora del Seminario Universitario de Estudios sobre Desplazamiento Interno, Migración, Exilio y Repatriación (SUDIMER) de la UNAM. El camino hacia el vecino del norte suele ser más fácil para el llamado migrante cualificado: las probabilidades de que cuente con una invitación o una oferta de empleo en el país de destino son mayores, lo que facilita la integración.

Sin embargo, esto no significa que los mexicanos con estudios superiores no se enfrenten a dificultades a la hora de migrar. De acuerdo con Gandini, también son comunes los casos en que una persona no encuentra un empleo de acuerdo con sus cualificaciones en Estados Unidos u otros países de la OCDE y acepta trabajar en otras ocupaciones, porque en estas naciones se pueden encontrar salarios mayores. “También existe lo que llamamos desperdicio formativo, cuando no hay una exacta correspondencia entre el nivel educativo y el puesto que se ocupa [en el país de destino]”, explica la investigadora.

El boom de la educación superior que se registró en México en los años noventa no es la única explicación para el gran número migrantes cualificados que deciden marcharse a Estados Unidos. Igual que los migrantes con niveles más bajos de estudio, la migración cualificada también se ralentizó tras la crisis financiera del 2008, pero a un ritmo menos intenso. “Esto nos hace pensar que la migración cualificada tiene una dinámica distinta”, dice Gandini.

El fenómeno también se puede entender por la proximidad con el mercado estadounidense y por la agresiva cultura de atracción de talentos que existe entre las empresas de aquel país. “Estados Unidos es un claro cazador de talentos, hay una política muy clara de atracción de personas cualificadas y de facilitar su llegada al país, sobre todo en ciertas áreas “, añade la investigadora.

Fue lo que le pasó a Andrés Paez Martínez, de 29 años, quien vive en Estados Unidos desde hace cinco años. Paez Martínez se había recién graduado de la carrera de ingeniería de telecomunicaciones cuando supo, a través de las redes sociales, de un proceso de selección de Amazon. Los funcionarios del gigante de tecnología vinieron a la capital mexicana para realizar entrevistas y Paez Martínez se marchó a Seattle con un contrato y un salario cuatro veces mayor de lo que ganaba en México. Pocos años después le ficharon en Google y se fue a vivir en California. “En términos de proyectos hay muchos procesos muy especializados que no se pueden encontrar en México”, cuenta el ingeniero.

Más allá de los sueldos, que son mayores en Estados Unidos, José Alfredo Mascorro cita el ambiente de trabajo más competitivo y con mejor estructura como razones que influyeron en su decisión de permanecer en el extranjero. “La cultura [en EE.UU.] se basa mucho en resultados y es muy metódica. Todo camino en una ruta con un objetivo y te dan tiempo y presupuesto para alcanzarlo”, concluye.

Fuente de la Noticia:

México, campeón latinoamericano de fuga de cerebros

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